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Las flores de María

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El ABC

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Finalista 11

Las flores de María

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Natasha Manuela Monnier Granda

11 años

Colegio Soleira Medellín, Antioquia

Colegio Ferrini Bilingüe

Medellín

Las flores de mi abuelita son las más hermosas del mundo y esconden un increíble secreto: las flores de la abuelita María nunca se marchitan. Mi abuela vive con mis hermanas y yo, porque a mis papás se los llevaron unos hombres que tenían botas llenas de barro, se entraron a la casa y pusieron todo patas pa’rriba, luego salieron apuntándoles con un arma y les dijeron: “Guerrilleros, hijos de puta” y se los llevaron. Lo último que escuché de mi mamá fue: “Qué ojos tan hermosos los que tiene, mija. Qué ojos tan hermosos los que tiene, espantados por el dolor y el miedo que han visto. Váyase, mija, y no permita que esos ojos se adornen con lágrimas o se aterren con el llanto de este pueblo afligido. Váyase y ría, que la vida es bella, y nunca olvide los nombres de los niños. Rece por sus almas y no permita que esos ojos se cierren para no volver a abrirse”.

Yo no sé qué quiso decir con lo de los niños, pero sé que desde eso no he vuelto a ver a mi mamá ni a mi papá, debe ser que se fueron al mercado, pero ya hace cuatro meses que no vuelven.

Mi abuelita María siempre riega sus flores y les canta unas canciones preciosas. Pueden ser tiempos de sequía o de frías y fuertes tempestades, pero las flores de mi abuelita María nunca se marchitan. Todos los días viene una pareja de enamorados para sentarse debajo del guayacán rosado y disfrutar de la belleza de las rosas, correr por los trigales y jugar en las montañas llenas de orquídeas blancas y moradas. La abuelita María mira por una pequeña ventana instalada en su cuarto, a ella le encanta ver a los niños jugar, a la gente pasar, hablar con las vecinas que al parecer son amigas desde hace mucho tiempo ya.

Mi hermana mayor se mantiene en su habitación, esa es la relación con mi hermana. Voy a diario a su cuarto para hablar con ella sin dirigirle ni una sola palabra; dejamos que nuestras miradas fluyan en el ambiente y lo digan todo, luego por fin se decide y me dirige la palabra. Adoro a mi hermana por su forma de ser, ella aprendió que el silencio es el inicio de la orquesta. En cambio, mi otra hermana es la que nunca entra ni a su propia habitación, se mantiene en la plaza con sus amigas. La abuelita María dice que ella es una muchacha que disfruta de su belleza y su hermosa juventud, ella habla muchísimo conmigo, juega, corre, salta, definitivamente es la mejor hermana del mundo, la hermana que todo el mundo quiere.

Yo tengo seis años, y mi abuelita María dice que yo soy la chispa de la casa y que no sabe qué haría si no nos tuviera a nosotras, y… yo no sé qué haríamos sin ella.

Ayer pasó algo que ni siquiera el cura puede explicarse. Las flores de mi abuelita María se marchitaron. Todo el pueblo parecía más triste, había un silencio que advertía la tormenta. De un momento a otro empecé a escuchar gritos de mi hermana, decía una y otra vez: “Jesús, ¡misericordia!”.

Pronto llegó toda la gente del pueblo hasta la puerta de nuestra casa y cuando entraron todos empezaron a llorar y a pedir al Señor que dejara el alma de María sobre la tierra. Se escuchaban los gritos de mis hermanas llorando y pidiéndole a María que no se fuera, entonces pregunté: “¿Por qué todos están llorando? ¿Qué es la misericordia? ¿Irse a dónde? ¿Al mercado con mis papás?”.

Todos me miraron y abrieron paso para que yo entrara a nuestra pequeña y humilde choza, y allí la vi, recostada sobre su viejo colchón; su rostro no tenía ninguna señal de arrepentimiento, al revés, parecía que estuviera soñando con un mundo donde nosotras podamos reunirnos algún

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día, no entendía cuál era el alboroto, es más, si seguían gritando así iban a despertar a mi abuelita y me pegaría una pela.

Luego fuimos a una misa y la metieron en una caja llena de flores. Hoy por la mañana mi abuelita no estaba en su habitación, mis hermanas lloraban abrazadas, y no sé qué está pasando, nadie quiere explicármelo. Salí, pero la abuelita María no estaba en los trigales, entonces fui yo la que hice la comida ese día, pero la abuelita María no vino a comer, luego volví a salir para regar las flores, y me detuve a mirar nuestro inmenso jardín y no pude contener las lágrimas de emoción: las flores de la abuelita María ¡volvieron a florecer!

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