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Así es la vida
Si alguna vez se siente mal consigo mismo, recuerde que en 2018, cuando organicé el Día de Acción de Gracias en mi casa, les dije a mis familiares que se estacionaran en un lugar prohibido y la grúa se llevó a todos los vehículos.
—@DXXNYA
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Decidí detenerme en el supermercado para comprarle a mi yerno su tarta favorita. La caja tenía marcado el precio en la parte superior: 15 dólares. Pensé que eso sería algo de mal gusto en un obsequio, así que le pedí a un empleado que me prestara un marcador negro para ocultarlo. Sin embargo, no funcionó; se seguía
El bocadillo que llevaba se extravió dentro de mi bolso, así que supongo que ahora estoy a dieta.
—@msgwenl
viendo el precio a través de la tinta. Luego de unos segundos, el empleado exclamó: “¡ya sé qué hacer!”; entonces, pegó encima una etiqueta que decía: “2,98 dólares. Horneada ayer”. —Marge Donnell, Estados Unidos
Han pasado seis meses desde que me inscribí en el gimnasio y aún no he notado ningún cambio. Mañana mismo iré allá en persona para ver qué está sucediendo. —@_CAKEBAWSE
Mi mamá y yo soportamos una película demasiado larga y confusa en una sala de cine de arte. Por lo visto no fuimos las únicas espectadoras insatisfechas. Cuando por fin terminó y caminábamos hacia nuestro auto, oímos a un hombre decirle a su esposa: “¿dejamos al perro solo en casa para esto?”. —Michele Burgess, Estados Unidos
Me estoy convirtiendo
en el dueño de mi propio cuerpo al negarme a arreglar cualquier problema relacionado con él.
—@I_ZZZZZZ
Salir en plan romántico con alguien es simplemente revelar poco a poco los aspectos menos agradables de cada uno hasta decir: “ya es suficiente” o “está bien, acepto esto para toda la vida”. —@AMYSILVERBERG
Cuando estudiaba el bachillerato viajé a Francia y me hospedé en la casa de una familia. Una noche, durante la cena, tuve duda de qué era la carne que estaba en mi plato, así que pregunté en mi mejor francés: “qui est-ce?”. La expresión en los rostros me indicó que necesitaba aprender más. En vez de preguntar “¿qué es?”, como pretendía, había preguntado “¿quién es?”. —Brigitte Brulz, Estados Unidos
Después de una severa ola de frío estábamos gozando de un tiempo algo más benigno. Mi madre, que es cajera de banco, tratando de entablar conversación con un parroquiano, le decía: —Por fin está otra vez sobre cero. ¡Qué bien! ¿Verdad?
El cliente le lanzó una mirada fría y penetrante, pero luego soltó la risa, diciendo: —Por un momento pensé que se refería usted a mi cuenta. —R.F., década del 60
Los editores
DÚOS DINÁMICOS
Los investigadores han descubierto que algunos alimentos, cuando se consumen juntos, aportan a nuestra salud un beneficio extra. Le enseñamos cuáles combinar para sacarles el máximo provecho, potenciando también el sabor.
PASTA & VINAGRE
Ayuda a prevenir la diabetes tipo 2 Aliñe la ensalada de pasta con una vinagreta. El vinagre contiene ácido acético, que reduce el nivel de azúcar en sangre que se produce después de consumir alimentos ricos en almidón y carbohidratos como pasta, arroz y pan. Este aumento constante en el proceso de absorción de azúcar en la sangre, hace que tengamos menos hambre al sentirnos saciados, además de minimizar el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2. Es mejor evitar las subas bruscas de azúcar en sangre, para que el cuerpo no produzca demasiada insulina en un intento de controlarlas. Una investigación, realizada en 2015, por el Instituto Max Planck de Investigación Coronaria y Pulmonar en Alemania descubrió que el ácido acético activa los receptores que inhiben la producción de insulina.
REMOLACHA & HUEVOS
Mantiene la capacidad intelectual ¿Qué tal un plato de remolacha encurtida y unas rodajas de huevo duro para comer? Las yemas de huevo contienen abundante colina (igual que el hígado de buey, pollo y ternera); y la betaína se encuentra en la remolacha, las espinacas y algunos cereales. Un estudio de 2010 publicado en el American Journal of Clinical Nutrition encontró que ambas sustancias son capaces de reducir los niveles de homocisteína en sangre, un aminoácido que produce el cuerpo. Los niveles altos de homocisteína se asocian con el deterioro cognitivo. La combinación de energía también favorece la prevención del cáncer, según un estudio de la Universidad Médica de Nanjing en China en 2016, publicado en Scientific Reports.
PESCADO & VINO
Absorbe más omega-3 Investigadores italianos descubrieron que los adultos que consumían una copa de vino al día
presentaban unos niveles más altos de ácidos grasos omega-3 en sangre, que son los que se encuentran en algunos pescados como la trucha, el salmón, el arenque y las sardinas. (No se encontraron los mismos resultados en la cerveza o en otras bebidas alcohólicas). Este hallazgo es el resultado de un estudio realizado en 2008 a 1.604 belgas, italianos y británicos entre los 25 y 65 años. Los científicos creen que los antioxidantes polifenólicos que se encuentran en el vino, saludables para el corazón, pueden favorecer una mejor absorción de los omega-3. Se ha demostrado que los ácidos grasos omega-3 reducen el riesgo de sufrir infartos agudos de miocardio.
TÉ VERDE & JUGO DE LIMÓN
Aumenta la inmunidad y salud cardíaca Se ha demostrado que el té verde fortalece el sistema inmunológico y, en estudios con animales, reduce el nivel de crecimiento de los tumores. Y las catequinas que se encuentran en el té verde son poderosos antioxidantes para la salud cardiovascular. Podemos aumentar los beneficios de esas catequinas, que son un tipo de antioxidante: añadiendo un poco de jugo de cítrico. Según un informe de la Universidad de Purdue, añadir un chorrito de jugo de limón, de lima o de pomelo al té verde reduce la descomposición de sus catequinas en nuestro sistema digestivo, favoreciendo su absorción.
SALMÓN & YOGUR
Fortalece los huesos Intente comer salmón, rico en vitamina D, con una salsa de yogur natural, cargado de calcio. La función más conocida de la vitamina D es mantener los huesos sanos, aumentando la absorción intestinal del calcio. Sin vitamina D suficiente, nuestro cuerpo solo puede absorber hasta un 15 por ciento del calcio de los alimentos, según una investigación de la Universidad de Harvard. Pero cuando las reservas de vitamina D son normales, absorbemos
entre el 30 y el 40 por ciento de calcio. Puede obtener vitamina D con la exposición solar; alimentos como salmón, atún y caballa; o suplementos.
BRÓCOLI & RÁBANOS
Puede prevenir el cáncer Añadir un toque picante al brócoli con algunas rodajas de rábano puede maximizar su poder antioxidante. Un estudio chino de 2018 publicado en Food Science and Biotechnology reveló que añadir rábano, rúcula y colza a los brotes de brócoli podría favorecer la formación de sulforafano, antioxidante característico del brócoli. Los alimentos que incluyen rábanos, poseen la enzima mirosinasa, que trabaja para mejorar la formación de sulforafano y su tasa de absorción en sangre. El sulforafano puede prevenir la expansión de células cancerígenas.
BANANA & AGUA
Recuperación tras el deporte Un estudio de 2018 de la Appalachian State University en Carolina del Norte, publicado en la revista PLOS ONE, ha demostrado que, tras una sesión de deporte, el agua y los plátanos son para nuestro cuerpo tan o más efectivos que una bebida isotónica. Los plátanos actúan como un ibuprofeno, reduciendo el dolor y la inflamación gracias al aumento de los niveles de serotonina y dopamina, mientras que el agua rehidrata el cuerpo.
POROTOS VERDES & TOMATE
Aumenta la absorción del hierro Sin el hierro necesario, el cuerpo no puede producir hemoglobina, que transporta el oxígeno a los músculos y al cerebro. Los niveles bajos de hierro pueden provocar fatiga, taquicardia y dolor de cabeza, entre otros. El hierro está presente en los alimentos en forma de hemo (en los alimentos de origen animal) y no hemo (en los alimentos vegetales, como porotos verdes, vainas de soja inmaduras, verduras de hoja verde y otras). Pero
se absorbe mucho menos hierro no hemo que hemo.
Consuma alimentos ricos en hierro no hemo junto a la vitamina C de tomates, frutas cítricas, pimientos, frutos rojos, etc. Un estudio suizo publicado en el American Journal of Clinical Medicine reveló que la incorporación de vitamina C a una comida rica en hierro no hemo favorece que nuestro cuerpo aumente casi tres veces su capacidad de absorción de hierro.
VERDURAS & ACEITE DE OLIVA
Incrementa los antioxidantes Una investigación de la Universidad de Barcelona publicada en Molecules en 2019, demostró que si se fríe cebolla, ajo y tomate en aceite de oliva, este actúa como conductor mejorando la biodisponibilidad de los componentes de las verduras. Esta combinación de ingredientes al calor del fuego, conocida como “sofrito” en algunas cocinas mediterráneas, permite que un mayor número de polifenoles de las verduras (antioxidantes) circulen por nuestro cuerpo.
FIDEOS DE SOBA & BRÓCOLI
Ayuda a proteger la piel La rutina es un bioflavonoide o pigmento que se encuentra en el trigo sarraceno, un grano integral que se usa para elaborar algunas harinas y pastas (también se encuentra en la piel de manzana, higos, té verde y otros). Y la vitamina C se encuentra en muchas frutas y verduras, como el brócoli, los cítricos y los tomates. Un estudio de laboratorio polaco de 2019 reveló que la acción combinada antioxidante y antiinflamatoria de la rutina y la vitamina C puede proteger a las células de la piel de los efectos de la radiación ultravioleta de la luz solar. Un plato de fideos soba (fideos japoneses de trigo sarraceno) con verduras con vitamina C es una buena opción.
CEBOLLA & GARBANZOS
Nos aporta más energía
Cualquier plato de garbanzos es más sabroso con cebolla, pero además la combinación de los dos es beneficiosa para nuestra salud: según un estudio de 2010 en el Journal of Agricultural and Food Chemistry, los compuestos de azufre de la cebolla, el ajo y los puerros pueden favorecer que se absorba más hierro y zinc de los cereales y legumbres, incluidos los garbanzos. Muchas investigaciones demuestran que el zinc es eficaz para combatir el resfriado común. Un estudio de 2017 de la Universidad de Helsinki (Finlandia) reveló que la duración de los síntomas del resfrío se reducía en un tercio.
POLLO & POMELO
Aumenta la energía Las aves de corral, la carne de buey, el cerdo y el pescado son las principales fuentes dietéticas de la coenzima Q10 (CoQ10). Esta fuente de energía para las células de nuestro cuerpo juega un papel vital en la producción de energía necesaria para todo, desde digerir alimentos hasta correr. La CoQ10 también puede ayudar a controlar la presión arterial en personas con hipertensión. Un estudio japonés de 2010 descubrió que la ingesta de toronja aporta hasta un 50 por ciento más de absorción celular de CoQ10. El pollo asado con rodajas de pomelo, cebolla y otras verduras se convierte en una deliciosa comida familiar. Pero tenga cuidado con el pomelo si está tomando ciertos medicamentos (las estatinas son un ejemplo) ya que pueden hacer que algunos de ellos pasen al torrente sanguíneo demasiado rápido.
REPOLLO & NUECES
Cuida la salud ocular El Repollo, al igual que otras verduras de hoja verde, contiene mucha luteína y zeaxantina, antioxidantes que
pueden proteger contra las cataratas y la degeneración macular, principales causas de ceguera. Estos antioxidantes se depositan en la retina, donde reducen el daño de la luz solar. Puede reforzar su absorción consumiendo verduras de hoja verde oscura junto a grasas saludables como nueces, paltas y aceite de oliva. Y, un estudio en animales en 2011 demostró que la luteína y la zeaxantina también pueden moderar los efectos del colesterol LDL “malo”, reduciendo el riesgo de enfermedades cardíacas. Repollo salteado en aceite de palta o espolvoreado con nueces es una buena opción.
TOFU & AJÍES PICANTES
Reduce la inflamación y la grasa Una investigación de laboratorio realizada en 2009 en Corea del Sur descubrió que la genisteína (isoflavona con propiedades antioxidantes que se encuentra en los alimentos como las vainas verdes de soja y el tofu) más la capsaicina (antioxidante responsable del toque picante propio de los ajíes) ayudan a controlar la inflamación. Se sabe que la inflamación crónica en el cuerpo es un factor de riesgo para el cáncer y las enfermedades cardíacas. En 2019, investigadores indios del Instituto Central de Investigación Tecnológica de Alimentos encontraron que la combinación de capsaicina con genisteína favorece el aumento de la capacidad de nuestro organismo para digerir la grasa.
CERDO & MANGO
Fortalece los huesos un sofrito a base de carne de cerdo y mango troceado es delicioso. El betacaroteno de frutas y verduras de color naranja (por ejemplo, mangos, zanahorias, batatas) se transforma en vitamina A. Además de su papel en el crecimiento óseo, esta vitamina es buena para mantener la salud de la piel, los ojos y el sistema inmunológico. Pero la vitamina A necesita zinc para que sus beneficios sean óptimos. Encontrará zinc en la carne de cerdo, aves, ternera, cordero, semillas de calabaza, ostras y germen de trigo.
KÉFIR & ALMENDRAS
Mejora las bacterias intestinales Los resultados deun estudio británico controlado y aleatorio de 2016, que apareció en la publicación Nutrition Research, mostraron que las almendras ayudaron a que florecieran bacterias saludables en el intestino (probióticos). Los probióticos se encuentran en alimentos fermentados como el yogur, miso, chucrut, kéfir y kimchi. Una vez que las bacterias saludables se multiplican, pueden superar a las que causan enfermedades y reforzar la inmunidad. ¿Müesli de almendras con kéfir para después del despertar? Es un poderoso desayuno que puede preparar para toda la familia.
El pub Fairview Inn en Talkeetna, población: 876. Derecha: La aurora boreal brilla sobre la pintoresca Glenn Highway.
Alaska Súper Natural
La tierra del sol de medianoche sigue siendo tan épica como siempre.
Harry Pearson De conDe nast traveler
Es entre Anchorage y la vasta y helada tierra de cultivo alrededor de Palmer donde llama la atención la absoluta inmensidad de Alaska. La autopista Glenn, que apunta al noreste de la ciudad, se curva alrededor de la vía fluvial alimentada por glaciares del Knik Arm antes de entrar en el amplio delta de Eklutna Flats. Más allá están las montañas Chugach, tan blancas como la porcelana china. El ferrocarril de Alaska corre paralelo a nosotros, cruzando el río Matanuska sobre un puente de acero que es tan diminuto, en comparación con sus alrededores, que podría formar parte de una maqueta de tren antigua. Ya conozco los datos: la última frontera, como a veces se llama a Alaska, tiene más costa que los 48 estados continentales juntos y cuenta con la montaña más alta de América del Norte, volcanes activos y glaciares, y tres millones de lagos. Pero ni si quiera las estadísticas te preparan para su escala casi planetaria.
Mi novia, Deryn, y yo nos detenemos en un mirador y nos asomamos al silencio glacial. Una locomotora amarilla y azul que remolca una larga fila de vagones de carga resuena con estruendo desde el norte, y advierte con el gemido armónico de su silbato la presencia de unos alces errantes. Es como si estuviera en una película; en cualquier momento el director gritará, “¡Corten!” y el vasto paisaje nevado se desplazará hacia un lado para dejar al descubierto un set de rodaje.
Hace unos años, mi amiga de la infancia Maggie, del noreste industrial de Inglaterra, se casó de forma inverosímil con un piloto de Alaska y se trasladó al valle de Matanuska-Susitna, a menos de una hora al norte de Anchorage y camino al Parque Nacional de Denali. “No vengas en verano”, dijo. “hay enjambres de moscas y hordas de turistas. Ven a principios de marzo, cuando hay toneladas de nieve, las noches son más ligeras, y el frío no te matará. Es entonces cuando verás la verdadera Alaska”.
Un día de principios de marzo, Deryn y yo nos encontramos en Anchorage, junto a una estatua de bronce del explorador James Cook. Estamos mirando más allá de la ensenada brillante que él puso en el mapa en 1778, que ahora lleva su nombre, hacia el monte más alto de América del Norte, el Denali, a más de 6.000 m de altitud que es visible a 200 km de distancia. Cook vino buscando el Paso del Noroeste, y la generosa bonificación que el Almirantazgo Británico prometió a cualquier capitán de la Marina Real que pudiera encontrarlo. No fue el primero en buscar fortuna aquí, ni el último. Como tantos otros, tuvo que volverse a causa de la congelación de los mares, con la tripulación a punto de amotinarse.
Esta mañana hay un estruendo de camionetas que traen equipos de
En el sentido de las agujas del reloj desde arriba: una pequeña tienda en Homer Spit, en la punta de la península de Kenai; puesta de sol sobre el monte Susitna, vista desde Anchorage, la ciudad más grande de Alaska; la diversión al aire libre no es difícil de encontrar en Homer, donde hay mucha nieve; Talkeetna Roadhouse se construyó con madera en 1917; no es raro ver alces en áreas pobladas de Alaska, incluso en las calles de Anchorage.
huskies para el comienzo ceremonioso de la famosa carrera de trineos tirados por perros Iditarod, un extenuante recorrido de 1.600 kilómetros por un sendero de inupiaq que fue utilizado más tarde por los mineros de carbón y oro. Siguiendo el consejo de un afable taxista nativo de Alaska, desayunamos en Gwennie's, donde hay una gran cantidad de kitsch fronterizo: papel pintado con águilas en oro y negro; alces rellenos, bueyes almizcleros y cabezas de oso; y fotos de equipos de música de antaño. Nos deleitamos con tortitas con sirope de abedul, rodeados de hombres con camisas a cuadros, cuyas gorras con orejeras parecen como si fueran a saltar y salir corriendo con nuestro tocino.
También es el último fin de semana del festival anual Anchorage Fur Rondy (un encuentro), una fiesta de diez días que en el pasado marcaba el regreso de los tramperos de su solitario invierno en las vastedades, y la ciudad más grande del estado respira un ambiente festivo. Hay un torneo gigante de Texas Hold’em, un baile de mineros y tramperos, y algo llamado Cornhole Ice Breaker Tourney, por no mencionar el manteo de los nativos de Alaska y una manada de renos corriendo por la principal calle comercial.
“¡Entren! Estoy en la cocina cocinando un oso”, grita Maggie cuando tocamos a su puerta. Siempre ha tenido un sentido caprichoso del humor, pero no está bromeando; su vecino disparó y masacró a un oso negro. Comemos filete de oso estofado con patatas de piel púrpura y repollo rojo. La carne es magra y escamosa, con un sabor parecido al jabalí.
Al día siguiente, el marido de mi amiga me lleva en su avión monomotor de dos asientos, un Aeronca Chief rojo y amarillo de 1944. Nos dirigimos al norte sobrevolando el valle de Susitna durante 30 millas hasta la ciudad de Talkeetna, donde rodeamos la extraordinaria torre Goose Creek. Construida por un excéntrico abogado de Alaska, es una pila de cabañas de troncos, cada una de tamaño decreciente, de 30 metros de altura que se eleva por encima de los pinos y las píceas como una torre de relojes cucú. Luego sobrevolamos Hatcher Pass antes de descender hacia el congelado río Susitna.
Talkeetna (población de 876 habitantes) es una mezcla de población fronteriza y alegre familiaridad. Hay un cartel fuera del Fairview Inn en el que se enumeran las reglas de la casa: prohibidas las drogas, armas, peleas o discusiones a la hora del cierre. Bebemos whisky Bulleit mientras tratamos de predecir la fecha y la hora en que se romperá el hielo en el río Tanana, un pasatiempo anual de los habitantes de Alaska, que presentan sus conjeturas en el Nenana Ice Classic. (El ganador del año se llevó a casa $125.000; el hielo se rompió el 27 de abril. Pero en 2019, se rompió el 14 de abril, la fecha más temprana desde
Izquierda: Palafitos en el antiguo asentamiento comercial ruso de Seldovia; ostras frescas de Jakolof Bay Oyster Co., junto a la taberna de Homer Brewing Company.
que el Nenana comenzó su andadura en 1917).
Enseguida nos ponemos a conversar con Gog, un gigante con barba y antiguo buscador de oro, cuya risa atruena como una explosión subterránea. Elaine, su fogosa pareja, nos dice que vino a Talkeetna desde Michigan hace una década para el concurso de mujeres Wilderness de la ciudad, durante el cual impresionó a los jueces por su capacidad de mantener un fuego perimetral, con madera encontrada en la orilla del río, quemándose durante toda la noche para protegerse de los osos. Más tarde, en la Subasta de solteros, Gog le echó el ojo y surgió el romance.
Nos alojamos en el Talkeetna Roadhouse, un edificio de madera de 1917. En el comedor, las paredes de tablones blancos están decoradas con gráficos de montañismo y banderas multicolores de varias expediciones que han utilizado el hotel como base para abordar el Denali y el Mount Foraker. Hay dos menús en la pizarra: “Desayuno” y “no desayuno”.
“Lo único malo de The Roadhouse”, nos había advertido la camarera del Fairview, “es la panadería. Cuando el olor de la masa fresca llega subiendo las escaleras a las 4 de la mañana, te despierta y hace que sea difícil volver a conciliar el sueño.”
No estaba equivocada. En nuestra primera mañana, nos atiborrados de panecillos de canela recién horneados, pasteles de masa fermentada y tocino crujiente curado al arce. Todo en Alaska está hecho con panceta; el Spenard Roadhouse en Anchorage, que sirve comida de alta calidad americana, tiene incluso el Tocino del Mes.
Unos pocos huéspedes están aquí para seguir la Iditarod; otros son
esquiadores de fondo jóvenes y larguiruchos o aficionados a las motos de nieve de mediana edad. Un anciano holandés nos dice que lleva viniendo a The Roadhouse casi 40 años. Ya no sube ni esquía, sino que regresa solo para ponerse al día con todos los amigos que hizo. Mientras saboreo una tercera taza de café en el acogedor comedor, e inhalo el aroma del pan fresco, puedo comprobar por qué el lugar da la sensación de estar aislado del mundo, pero firmemente arraigado a él.
En nuestra última noche en Talkeetna, cenamos tarta de reno en el pub Denali Brewpub, seguido de un trozo de torta de manteca de maní. Más tarde, camino solo hasta el final de la calle Main Street, hacia el río congelado, para disfrutar de las vistas de Denali a la luz de la luna. Tomo un camino junto a los abedules cubiertos de nieve y pronto me encuentro sobre el río helado. El silencio me envuelve. Las montañas distantes son una amplia franja de blanco brillante entre líneas de gris pálido de las llanuras y el cielo. Pongamos un marco todo alrededor y ya tenemos un cuadro de Mark Rothko.
La visión de Denali parece inalterada e inalterable, sin embargo, las cosas son más inestables de lo que parecen. “Osos, alces, terremotos, relámpagos, tormentas de nieve, incendios forestales, Alaska siempre encontrará alguna manera de matarte”, nos había comentado alegremente en el Fairview un joven vendedor. La última amenaza es cada vez más significativa. Alaska se está calentando mucho más rápido que el resto de los estados, a causa de la pérdida de hielo polar y la creciente deforestación.
Al día siguiente vamos a Homer, en el extremo de la Península Kenai. Es una ciudad costera muy extensa con galerías y librerías, y una estrecha franja que se adentra como la lengua de una serpiente en la bahía, hacia los picos del Parque Estatal de la Bahía de Kachemak. En un verano típico, los cruceros atracan allí, los campings para vehículos recreacionales (R.V. parks, según sus siglas en inglés) están abarrotados de gente, y los restaurantes y bares compiten para satisfacer la demanda. Pero fuera de temporada es tranquilo. Damos paseos por la playa de Bishop’s Beach cubierta de nieve, y en Two Sisters Bakery tomamos un desayuno de pan con chocolate y café.
Homer es un centro del movimiento de comida local de Alaska, que se caracteriza por la breve temporada de crecimiento vegetal del estado, el juego indígena y, por supuesto, el marisco. La ciudad se considera la capital mundial de la pesca del fletán. Los cangrejos rojos, de nieve y reyes son enormes y tiernos; las vieiras, las navajas y las almejas geoduck, los langostinos y el salmón salvaje son omnipresentes. Chinook y sockeye son las más apreciadas de las cinco especies de salmón que prosperan en
estas aguas. Un filete grueso de este último, a la parrilla sobre astillas de aliso, en el Glacier Brewhouse de Anchorage, cautivadoramente abarrotado, es una de las mejores raciones de pescado que he probado nunca. Otro punto culminante gastronómico es el camión Jakolof Bay Oyster, que los viernes y sábados por la tarde está estacionado al lado del bar Homer Brewing Company. Sirve ostras increíblemente frescas, que son recogidas el día anterior por la mujer que las sirve y son regadas con una de las cervezas negras amargas y con sabor a malta de la cervecería.
Reservamos una cabaña en una cumbre por sus vistas desde la bahía de Kachemak al glaciar Grewingk, pero cae tanta nieve durante dos días que no se ve casi nada. Estar encerrado es igualmente conmovedor. Una mañana nos despierta un pequeño sismo. Luego, mientras desayunamos, una cría de alce pasa junto a nuestra ventana con sus largas y flacas patas.
Cuando deja de nevar, tomamos el vuelo de las 11:20 de Smokey Bay Air hasta el antiguo asentamiento comercial ruso de Seldovia. Sobrevolamos la lengua de Homer y nos dirigimos al sur por la costa antes de descender a la estrecha pista de aterrizaje junto a las aguas del Seldovia Slough, que serpentean entre plantaciones de pinos como una franja de seda azul grisácea. “Giren a la derecha, hay un corto paseo hasta la ciudad”, dice el piloto después de desembarcar, mientras descarga cajas de productos frescos.
Seldovia está en silencio, salvo por el gutural graznido de un cuervo solitario. Caminamos por los pasos nevados hasta la Iglesia Ortodoxa Rusa de San Nicolás de tablones blancos y turquesas. Desde mediados del siglo XVIII, los comerciantes rusos de pieles, atraídos por las poblaciones de nutrias marinas, focas, visones, marmotas, castores y osos, establecieron puestos de avanzada defendidos por guarniciones rusas. Hoy en día, en pueblos como Nikolaevsk y Voznesenka se pueden encontrar comunidades de los antiguos creyentes (que se dividieron con la iglesia por las diferencias doctrinales a mediados del siglo XVI). Las verás de compras en Homer, las mujeres con faldas largas y coloridos pañuelos en la cabeza.
DESPUÉS DE REGRESAR a Seldovia, tomamos un taxi hasta la bahía de Jakolof, donde esperamos en un embarcadero rodeado de navíos ostreros para embarcar en un pequeño barco hasta Homer. Paramos en una pequeña isla para tomar a una familia de Anchorage que está allí construyendo una cabaña. Ayudamos a la madre, al padre y a los dos niños con sus maletas. “Van a estar muy tranquilos ahí fuera, sin duda”, dice el patrón. “Lo único que los despertará será el ruido de las ballenas jorobadas golpeando el agua con sus colas”.
De conDÉ nast traveler (enero/feBrero 2020), coPyrigHt ©2020 Por Harry Pearson
PERROS DE LA GUERRA
Caesar y su entrenador, Rufus Mayo, en el extremo derecho, hacen una pausa con otros adiestradores y perros durante los combates.
En 1943 las fuerzas estadounidenses atacaron la isla de Bougainville, en el Pacífico Sur. Superados en número y armamento, su única esperanza eran Jack, Andy y Caesar, soldados con entrenamiento especial. Dos problemas: nunca habían entrado en combate y... eran perros.
Jason Daley tomaDo De trUly*aDventUroUs
LOS
soldados salieron de la playa y se adentraron en la penumbra de la selva. Sabían que el enemigo se ocultaba adelante. Seguían a un líder atípico: Andy, un dóberman negro y canela que no mostraba conciencia alguna del peligro. A algunos hombres les molestaba esta situación. ¿Su actitud los salvaría del fuego enemigo? El animal era un perro de exhibición retirado. Para empeorar las cosas, el refuerzo del pelotón era un pastor alemán que meses atrás vagaba por las calles de Nueva York al lado de los tres chicos con quienes vivía.
Al avanzar por el camino oían disparos y la artillería a lo lejos, mientras el resto del Segundo Batallón de Asalto de los Marines de los Estados Unidos luchaba por tomar la costa. Era 1943; acababa de empezar el ataque a Bougainville, una diminuta parte de las Islas Salomón en el Pacífico Sur. Los aliados necesitaban hacerse de una zona segura de tamaño suficiente como para construir un aeródromo que les permitiera atacar la isla de Nueva Bretaña, último bastión japonés de la región. De ahí, saltarían de isla en isla hasta situarse a buena distancia para bombardear Japón.
La campaña del Pacífico dependía de Bougainville. Para los marines que marchaban a ciegas en la espesa vegetación ocupada por el enemigo, el futuro estaba sobre perros que no tenían que haber participado en la guerra.
Un tipo distinto de soldado
Alene Erlanger, mujer de sociedad de Nueva Jersey y aficionada a los poodles de exposición, tenía 46 años cuando Pearl Harbor fue bombardeado en diciembre de 1941. Días después, invitó a comer a su amigo Roland Kilbon, periodista de concursos caninos. “Otros países llevan años usando perros en sus ejércitos y el nuestro no”, le dijo. “Piensa en lo bien que podrían vigilar fuertes, fábricas de municiones y demás”. Erlanger imaginó a las personas con perros del país criando guerreros sin precedentes para el nuevo campo de batalla. Kilbon coincidió y juntos crearon Dogs for Defense, organización que entrenaría perros para el ejército.
Los rechazaron enseguida. Al principio de la Segunda Guerra Mundial, el Ejército estadounidense tenía apenas algunos perros de trineo en Alaska. Fuera de esto, no querían saber nada de perros ni de animales de ningún tipo. Con el tiempo, los jeeps sustituyeron a los caballos, los camiones a las mulas de carga y los radios a las palomas mensajeras. Pero, hasta
Perros exploradores patrullan con marines por un sendero tomado en Bougainville.
los perros para heridos, que durante la Primera Guerra Mundial llevaban suministros al campo de batalla y servían de compañía mientras llegaba el médico, se consideraban un tanto anticuados.
No todos compartían esa idea. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes tenían unos 200.000 perros altamente adiestrados trotando al lado de sus soldados. Incluso enviaron 25.000 centinelas entrenados al ejército japonés. Británicos y franceses crearon sus propios programas de perros de guerra a principios de la década de 1940. Estados Unidos se mantenía al margen.
Entonces, en junio de 1942, en plena noche, cuatro saboteadores alemanes con explosivos, detonadores y temporizadores, desembarcaron en Long Island, Nueva York. Casi al mismo tiempo, un U-boat alemán emergió frente a la costa de Florida y
En la Primera Guerra Mundial hubo perros, como muestra este póster, pero para la Segunda los habían sacado del ejército estadounidense.
otros cuatro presuntos saboteadores remaron hasta la orilla.
El FBI rastreó a los ocho invasores, pero los sucesos mostraron la vulnerabilidad de las fábricas de municiones y otras empresas valiosas. Ante la escasez de hombres por la guerra, el gobierno reconoció, a su pesar, que el país necesitaba perros para patrullar 5.900 kilómetros de costa. Erlanger se puso a trabajar.
Ella tenía talento para atraer el interés de personalidades adineradas y extravagantes. Greer Garson, actriz de Hollywood, donó a Dogs for Defense su preciado poodle, Clicquot. El famoso cantante Rudy Vallee enlistó a King, su dóberman pinscher. Ezio Pinza, cantante de la Ópera Metropolitana de Nueva York, donó a sus dos dálmatas junto con un disco de su canto y pidió a los cuidadores que se los pusieran cuando se sintieran solos.
Movidos por el deseo de ayudar, los estadounidenses enviaron perros de todo el país.
Los hermanos Max, Morris e Irving Glazer, del Bronx, en Nueva York, tenían a Caesar, un pastor alemán de raza pura. Era grande, de pelaje gris y negro y andar elegante. Y era muy inteligente. Le habían enseñado a sentarse, buscar, dar la pata y estar quieto, las típicas instrucciones de obediencia. Pero su habilidad más impresionante era la de entregar objetos a su destinatario. Los hermanos podían comprar algo en la tienda o en la carnicería y decirle: “Llévalo a mamá”. Caesar recorría la ciudad con
el paquete hasta la puerta del departamento de los Glazer en el cuarto piso, sin intentar comerse el contenido, ni cuando era un filete.
Cuando estalló la guerra, los Glazer se enlistaron en el ejército y dejaron a Caesar al cuidado de su madre. Con los chicos fuera, el perro se puso triste. Necesitaba un propósito. Tras consultarlo con sus hijos, la señora Glazer lo inscribió en el ejército. Pronto lo enviaron a un campamento donde sería entrenado.
En Long Island, Joseph Verhaeghe tomaba su propia decisión dolorosa. De adolescente, durante la Primera Guerra Mundial, vio morir a su hermana menor cuando los alemanes invadieron Bélgica. Ya adulto, se mudó a Estados Unidos, donde se casó y tuvo un hijo llamado Bobby. Cuando la guerra volvió a estallar, Verhaeghe estaba dispuesto unirse a la lucha por su familia, pero fue rechazado ya que tenía un tímpano perforado.
Al enterarse de la existencia de Dogs for Defense, deseoso de contribuir de alguna manera, Verhaeghe decidió anotar a su perro Jack, un pastor belga, esbelto pariente del pastor alemán. Era un buen animal de carácter travieso que engullía los helados de los niños del barrio cuando no miraban. El hombre no se decidía a enviarlo, hasta que Bobby, de 11 años, anunció entre lágrimas: “Papá, si Jack puede salvar vidas, quiero que vaya”. Y así, el perro partió a la guerra.
Mientras tanto, un elegante dóberman llamado Andreas von Wiede-Hurst (mejor conocido como Andy) también estaba por unirse al esfuerzo bélico. Andy tenía una estructura ósea impecable, pero su afición a pelear con otros perros le dejó una oreja destrozada, por lo que salió del circuito de exposiciones. Fue una bendición disfrazada. Con su buen aspecto y su temple ecuánime con los humanos, Andy disfrutó propagando sus genes por la comunidad élite de los dóberman.
Cuando los marines empezaron a reclutar perros, las personas con las que vivía supieron que era justo lo que buscaban: un can fuerte, atlético y sensato, con un salto de dos metros.
Entrenamiento de guerra
Todos los perros tuvieron dos semanas de adiestramiento básico donde aprendieron órdenes comunes como “sentado”, “quieto” y “ven”, y a viajar en la parte trasera de los camiones por caminos irregulares. Además, fueron expuestos a sonidos de disparos, hasta que dejaron de asustarse. Casi todos se volvieron perros guardianes, sabían gruñir o alertar al acercarse desconocidos.
Otras dos clases selectas de perros se adiestraron para el combate. Durante 13 semanas, los mensajeros practicaron hasta poder correr para llevar un comunicado de un entrenador a otro, esquivando todos los obstáculos en su camino. Serían de especial importancia en los combates
del Pacífico Sur, pues los mejores walkie-talkies de la época tenían un alcance de apenas 400 metros y sufrían interferencias en la espesa selva.
Los de olfato más agudo y carácter más estable se convertían en exploradores. Entrenaban para no ladrar ante el peligro, sino a alzar sus cabellos, la cola o dar cualquier señal silenciosa de que la amenaza era inminente.
Con el enemigo oculto en la jungla de las islas del Pacífico, los perros comenzaron a verse como un instrumento de guerra viable, incluso neceJohnny Kleeman, un joven de 17 años de Filadelfia, se encargaban de Caesar, el pastor de los Glazer. Y Andy, el vigoroso dóberman, encontró un valiente adiestrador en Robert Lansley, un pelirrojo apodado “temerario” por su afán de entrar en combate. Estaba muy orgulloso de Andy. “Es un perfecto caballero en todos los aspectos. Además, lo hemos calificado como el mejor perro del campo”, escribió Lansley a su esposa.
En el viaje de tres semanas, adiestradores y canes vivieron en su propia aldea segregada con casetas de perro
sario. Pero a falta de pruebas, no eran pocos los soldados que desconfiaban.
En el frente del Pacífico
En junio de 1943, un carguero zarpó de San Diego, California, hacia el Pacífico Sur con miles de marines, entre ellos 24 perros y 48 adiestradores del Primer Pelotón de Perros de Guerra. Gordon Wortman y Paul Castracane, de Cohoes, Nueva York, manejaban a Jack, el pastor de los Verhaeghes. “Creo que los oficiales esperan demasiado de Jack y de mí”, escribió Wortman a sus padres. “Pero nos esforzaremos”.
Rufus Mayo, un nativo de Alabama que había criado perros de caza, y y puestos para orinar colocados en cubierta. Casi diario recibían abucheos de los veteranos. “Nos veían como bichos raros y no sabían cuál era nuestra función”, dijo Clyde Henderson, profesor de química de Ohio y criador de dóberman, encargado del pelotón. “Tampoco nosotros lo teníamos claro”.
Al acercarse a Bougainville, los instructores empezaron a preocuparse. ¿Se asustarían los perros y olvidarían su entrenamiento bajo el fuego intenso? ¿Estarían tan afectados como para no poder trabajar?
Las fuerzas estadounidenses se enfrentarían a la célebre Sexta división de infantería del Ejército Imperial
Japonés. Además, la lucha en la selva seguía siendo novedad para los marines. Su única esperanza era mantener la moral alta y ser disciplinados. La adrenalina fluía mientras se armaban de valor para la guerra.
La mañana del 1 de noviembre de 1943, unos 14.000 soldados aliados desembarcaron en la Bahía de la Emperatriz Augusta, en Bougainville, defendida por 45.000 soldados japoneses. Perros y hombres se apiñaron en tres lanchas Higgins. Les llovían proyectiles de mortero y uno de sus transportes casi se hunde. Al llegar a la playa, corrieron hacia los árboles mientras esquivaban el fuego enemigo.
Jack, que aparece aquí con un entrenador, fue reconocido por su “desempeño sobresaliente contra el enemigo”.
Horas después, Andy, el perro explorador, y Caesar, el perro mensajero, recibieron su primera misión. Los marines debían controlar la zona que rodeaba los dos caminos principales que atravesaban Bougainville: el Piva y el Numa-Numa. Eran apenas veredas, pero se trataba de las vías más desarrolladas de esa parte de la isla. Los soldados japoneses acribillaban la espesa jungla a su alrededor. Los búnkeres con ametralladoras cruzadas salpicaban los senderos y los francotiradores —caras pintadas de verde, cuerpos camuflados con hojas, apostados en lo alto de los árboles— esperaban pacientes a que las patrullas de marines se pusieran en la mira. Los japoneses también solían cavar agujeros de dos o tres metros de profundidad y disparar desde abajo a los soldados que se acercaban. Eran especialistas en camuflaje y la densa vegetación y el humo de cañones y fusiles nublarían la visión de los inexpertos estadounidenses. Los perros serían sus ojos y oídos.
De no asegurar la isla, un Japón
Varios pelotones de perros fueron decisivos en la guerra.
revitalizado podría tomar la ofensiva en el Pacífico Sur y causar estragos en los aliados. Los perros de guerra tenían un gran reto por delante.
La temperatura rondaba los 32 grados y la humedad era de 90 por ciento. Una ligera lluvia iba y venía. Robert Lansley, el pelirrojo “temerario”, sentía que su corazón se agitaba. Empuñaba un rifle M1 y llevaba 80 cartuchos colgados del cinturón. Incluso cargaba granadas en el bolsillo.
Lansley tomó la correa de Andy y se ofreció para dirigir una patrulla de 250 marines de la Compañía M por la selva. El comandante del grupo aceptó. Mientras trotaba adelante con Andy, Lansley se dio vuelta para a ver a los hombres. De hecho, eran niños, casi todos de unos 20 años. Algunos llevaban bigote para ocultar su juventud, pero el desconcierto en sus ojos los delataba. En algún lugar a la distancia se oía el tenue tick-tick-tick de las ametralladoras japonesas.
Los hombres miraban con atención al perro que, ya sin correa, avanzaba por el sendero y los guiaba hacia lo profundo del inhóspito verdor. Cuando el entusiasta Andy se alejaba demasiado, Lansley emitía un leve sonido clac y el dóberman volvía a su lado.
A unos 400 metros del camino, Andy se detuvo. Se dio vuelta despacio a la izquierda y luego a la derecha, como señal de alerta. Lansley hizo un gesto para que la Compañía M se detuviera. Los marines, muchos de ellos en su primera experiencia de combate, se acuclillaron, con los dedos en los gatillos de sus rifles y el corazón en la garganta. Esperaron. Todo era silencio.
Por fin, Andy se relajó. El comandante estaba desconcertado. ¿Por qué los alertaba sin motivo el perro? Lansley dijo que tal vez fue un jabalí que husmeaba en la maleza. La confianza del comandante en el perro, de por sí dudosa, se tambaleó. La Compañía M avanzó.
Unos 140 metros adelante, Andy se detuvo de nuevo. Levantó su oreja buena y dejó escapar un gruñido bajo, apuntando el hocico un poco hacia la derecha. Lansley se acuclilló y lo acarició. Sentía la tensión en los músculos del perro.
“Bueno, ya está”, dijo Lansley a sus compañeros marines. “Hay un francotirador allá atrás, a unos 70 metros”.
El líder de la patrulla envió a Lansley y a otro soldado al frente. A lo lejos, vieron lo que Andy había detectado: dos nidos de ametralladoras enemigas. Soltaron una ráfaga de disparos que fue devuelta. El perro, conforme a su entrenamiento, retrocedió marines se sintieron afortunados de contar con los perros.
Una carrera heroica
Andy rastreaba francotiradores y Caesar pasó a ser el medio de comunicación más veloz entre los marines. Pronto se ganó el honor de ser el primer perro de guerra en llevar un mensaje en combate real. Los hombres avanzaban centímetro a centímetro en la jungla mientras el animal corría entre la posición delantera y el puesto de mando. Hasta entonces, los japoneses solo habían apuntado contra hombres, pero al ver que los mensajeros caninos también estaban en su
y se agachó lejos del tiroteo.
Los hombres de la Compañía M se tiraron al suelo mientras la metralla pasaba por encima de ellos. El aire se llenó de humo, polvo y el estruendo de las armas de los dos países. Al perder la poca visibilidad que tenía, Lansley lanzó dos granadas hacia los japoneses. Los estallidos sacudieron el suelo.
Se hizo el silencio. Aturdidos, avanzaron pasando por los nidos de ametralladoras totalmente destruidos. Todos los estadounidenses sobrevivieron. Encontraron ocho soldados japoneses muertos. De pronto, los contra, empezaron a dispararles.
Rufus Mayo, entrenador de Caesar, colocaba mensajes sobre el progreso de la compañía en su collar y los enviaba de vuelta a Johnny Kleeman. Sin importar cuánto avanzara Mayo, Caesar siempre lograba encontrarlo. Cuando los soldados recuperaron planes escritos de un oficial japonés muerto, fue Caesar quien los llevó al campamento. El segundo día hizo nueve carreras, perseguido siempre por disparos de francotiradores.
Al caer la noche, los marines se atrincheraron. A lo lejos, en la selva, oían a los soldados japoneses gritar,
“¡auxilio!, ¡ayuda!”. Tal vez estuvieran heridos de verdad, pero también era posible que fuera guerra psicológica. En cualquier caso, los japoneses estaban muy cerca. La emboscada era inminente.
Al amanecer, los gruñidos de Caesar sobresaltaron a Mayo. El soldado raso se asomó desde su trinchera. Los japoneses se habían infiltrado y dos de ellos se dirigían hacia él. Caesar salió para interceptarlos. Mayo llamó a su compañero y vio al perro tambalearse, irse de lado y caer.
En la confusión del combate, Mayo perdió de vista al perro. Al deternerse cerca del corazón para arriesgarse a sacarla. La bala se quedaría, pero el médico confiaba en que el valiente perro lograría recuperarse. Caesar se mantuvo en la enfermería mientras sanaban sus heridas y los soldados, antes escépticos, le daban comida a escondidas de las enfermeras.
Jack, el pastor belga, sustituyó a Caesar. Días después, él y su entrenador Gordon Wortman trabajaban en un retén con la Compañía E, que había relevado a la Compañía M, cuando los japoneses cortaron la línea telefónica. Siguió un ataque salvaje. Wortman recibió un tiro en la pierna
JACK CORRIÓ DEL CAMPAMENTO. LOS TIROS LEVANTABAN EL POLVO TRAS SUS TALONES.
los tiros, descubrió un rastro de sangre que conducía a la selva. Encontró a Caesar al final de la línea roja, sangrando y apenas consciente. Se tiró al suelo y lo abrazó con cariño, como debieron hacer los chicos Glazer cuando era solo un cachorro.
Tres marines hicieron una camilla con dos trozos de bambú y una manta. Una docena de marines se ofreció a llevar a Caesar al puesto de primeros auxilios del regimiento. Mayo y Kleeman esperaron ansiosos fuera del lugar, mientras el cirujano operaba. Salió al cabo de 20 minutos. Le había extraído una bala de la cadera, pero la otra, en el hombro, estaba demasiado y una bala atravesó la piel suelta del lomo de Jack. El marine cayó al suelo. Jack, chorreando sangre, se apoyó en su cuidador, gimiendo de dolor.
Los japoneses estrechaban el perímetro. Sin línea telefónica ni radio para pedir refuerzos o ayuda médica, el oficial al mando le dijo a Wortman: “Su perro es el único al que podemos enviar por ayuda. ¿Lo conseguirá?”.
Wortman miró al animal herido, el dolor nublaba sus ojos ingeligentes. “Creo que sí, señor”, dijo. “Tiene muchas agallas”. Wortman metió una petición de ayuda en la bolsa del collar de Jack. Después de acariciarlo, le susurró: “Contamos contigo. Repórtate
con Paul”. El perro se levantó con cautela y miró a Wortman. Luego se dio vuelta hacia el camino y salió corriendo del campamento. Una ráfaga de disparos levantó el polvo tras sus talones, mientras se internaba en la maleza.
La carrera a través de la jungla fue larga. El perro, cubierto de sangre y barro, apareció cerca del cuartel general a los pies de Paul Castracane, quien sacó el mensaje de la bolsa del collar y lo llevó al comandante del batallón. Luego volvió y cargó a Jack a la tienda de primeros auxilios.
Pronto, los refuerzos se abrieron paso por el sendero y detuvieron el asalto japonés. Sacaron a Wortman y a otros heridos en camillas. Para todos los marines que lograron salir de la selva ese día, Jack era un héroe de guerra de primer nivel.
Andy, Caesar, Jack y otros perros del Primer Pelotón de Perros de Guerra ascendieron al rango de cabo. Sus dueños recibieron cartas de reconocimiento, probablemente la primera noticia que tenían de sus perros desde el día que se embarcaron.
En total, 423 marines murieron en la toma de Bougainville, pero ninguna patrulla con perro perdió hombres. Los sobrevivientes, entre ellos Caesar y Jack, siguieron de isla en isla, luchando en Saipán, Iwo Jima y Okinawa.
Otros pelotones de perros de los marines fueron decisivos en la Segunda batalla de Guam en julio y agosto de 1944. Cumplieron más de 450 misiones en la isla y 25 murieron. (En total, 29 perros de los marines perecieron en combate.) El Cementerio Nacional de Perros de Guerra, en la Base Naval de Guam, les rinde homenaje hasta hoy.
Cuando la guerra en el Pacífico terminó en septiembre de 1945, el Cuerpo de Marines tuvo que decidir qué hacer con los 559 perros a su servicio. Se ordenó la eutanasia. Los hombres que lucharon junto a ellos no lo aceptaron. Tras una serie de protestas, se decidió desentrenarlos y devolverlos a sus dueños.
Los perros de guerra también volverían a casa.
tomaDo De trUly*aDventUroUs (9 De marZo De 2019). © 2019 por trUly aDventUroUs, llc.
Un nuevo (aburrido) océano La National Geographic Society ha estado mapeando océanos del mundo desde 1915, pero este año los cartógrafos generaron una sorpresa: ¡un quinto océano! Es el mar que rodea la Antártida que ha sido formado en las cercanías de los océanos Pacífi co, Atlántico e Índico por el rápido movimiento de la Corriente Circumpolar Antártica. La sociedad está llamando Océano Austral, a este quinto mar, lo cual es exacto, aunque un poco aburrido.