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Gajes del oficio
GAJES
DEL oficio
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La industria de los restaurantes puede desconcertar tanto a los novatos como a los profesionales más experimentados. Estos son algunos ejemplos: • Cierta vez, al hacer su pedido, un cliente me pidió que su cordero no supiera a cordero.
48 selecciones 01.2022 —reddit.com
• Los comensales de una mesa pidieron un jugo de zarzaparrilla y una gaseosa cola, respectivamente. Cuando el mozo llegó con las bebidas, le dio un sorbo a cada una para distinguir cuál era cuál. —thechive.com
• El gerente del restaurante donde trabajaba, constantemente nos recordaba a los mozos
ilUsTRAciÓn: RAlPH HAGen/cARToonsTocK.coM
El tiempo nunca pasa más lento que cuando uno está supervisando un baile escolar de secundaria.
—@ERICA_SAGE
que debíamos animar a los comensales a pedir postre. Al final de un día agotador, me acerqué a una pareja que acababa de sentarse, le di a cada uno un menú y un vaso de agua y les pregunté: “¿Quieren algo más?”. —June Warburton, Estados Unidos
En REI, una empresa que vende equipamiento para campistas, los clientes gozan de una generosa política de devoluciones. ¿Qué tan generosa? Estas son algunas solicitudes/excusas de devolución que han recibido los empleados: • “Sequé estas botas junto a la fogata y se derritieron las suelas”. • “Compré una camioneta nueva y mi portaequipaje ya no le queda”. • “Un oso hizo trizas mi carpa”.
• “Estas sandalias para pescar no son lo suficientemente sexies”. —ADVENTURE-JOURNAL.COM
Cambié la contraseña
de la computadora que uso en el trabajo, pero olvidé anotarla. Naturalmente, la siguiente vez que traté de iniciar sesión no pude recordarla. Entonces llamé al departamento de soporte técnico de la compañía y la encargada me pidió que esperara mientras buscaba mi contraseña. Un minuto después me preguntó: “¿Te suena familiar ‘Despistada’?”. —Cindy Swendrowski, Estados Unidos
La carta de presentación
de un currículum es el primer filtro para un gerente de contratación. No lo arruine, como lo hicieron estos postulantes a un empleo: • “Me gustaría tener la oportunidad de mostrarles mi trabajo con la esperanza de poder hacer algo con mi vida y así poder mudarme del sótano de mis padres”. • “Estoy alcanzando mis metas, de forma lenta pero segura”. —killianbranding.com
En una farmacia:
—Buen dia, ¿tenés..? —Señor, el barbijo... —¡Uh! Lo olvidé en el auto, dame uno de esos, por favor. —No puedo atender sin barbijo. —Pero vendeme uno de esos, me lo pongo y listo. —No puedo—Dejé el auto a dos cuadras, si estirás la mano... —NO.
—@pablo3g3
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Y se hizo la luz
De un tenue brillo hasta un intenso resplandor, la luz puede adoptar múltiples formas.
Doris Kochanek
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Foto: Michael Goh
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La Vía Láctea, fotografiada sobre los pilares de piedra caliza del Desierto de los Pináculos, en Australia Occidental.
Visible en noches despejadas, es una galaxia que, según estimaciones, se compone de al menos 100.000 millones de estrellas. Sus cuatro brazos en espiral formados por estrellas, gas y polvo se extienden desde un centro que contiene un agujero negro. Nuestro sistema solar y, por tanto, la Tierra, son parte de la Vía Láctea.
La fibra óptica permite transportar grandes volúmenes de datos velozmente. A diferencia del cable convencional, los elaborados a partir de fibra óptica transmiten datos no como señales eléctricas sino en forma de luz.
Las hogueras son tan características de Nochevieja en
Islandia como el frío y los fuegos artificiales. Resultan un imán para turistas y locales, y en Reikiavik, su capital (foto), suelen encenderse diez fuegos cada 31 de diciembre. En 2020 no hubo debido a la pandemia.
Las luciérnagas habitan en todos los continentes excepto en la Antártida. Procesos químicos en su abdomen producen luz para facilitar la búsqueda de pareja. En algunas especies solo las hembras brillan, en otras, ambos sexos. Los expertos saben si es macho o hembra por el ritmo de su parpadeo.
tock Photo s y M la a / es G a M i arctic es; (derecha) G a iM otos: (izquierda, arriba y abajo) Getty F
Fotos:
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resnahan b drienne a es/ G a iM F; (derecha) Getty r ooM r es/ G a iM Fotos: F otos: (izquierda) Getty Los prismas de cristal refractan los rayos de luz al pasar del aire al cristal y luego al atravesar el cristal y pasar de nuevo al aire. Durante el proceso, la luz “blanca“, como la luz del sol, se descompone en unas 300 tonalidades diferentes perceptibles por el ojo humano.
Relámpagos sobre el Valle de los
Monumentos, en Arizona. Los antiguos griegos creían que estas descargas eléctricas representaban la ira de Zeus, padre de todos los dioses. Los relámpagos aún causan temor: se estima que acaban con la vida de varias miles de personas cada año en el mundo.
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MISIÓN:
Giovanni Melcarne (derecha) enfocado en una tarea: asegurar que los olivos se vean tan saludables como el que muestra la fotografía.
SALVAR
A LOS
OLIVOS DE ITALIA
El futuro del aceite de oliva podría depender de la lucha de un agricultor contra una bacteria en rápida expansión.
Agostino Petroni extraÍdo de Atlas Obscura
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Acomienzos de 2016, Giovanni Melcarne, agrónomo y propietario de una granja productora de aceite de oliva extra virgen en Gagliano del Capo caminaba por los campos de la región de Puglia en el sur de Italia. Estaba junto a otro agricultor experto en aceite de oliva quien lo había llamado para mostrarle algo importante.
Se acercaron a un árbol de olivo de siglos de antigüedad que crecía junto a un muro de piedra. En los alrededores, los olivos que cubrían aquel suelo arcilloso de color rojo estaban muertos o muriendo, lo que daba al paisaje un aspecto grisáceo antinatural. Melcarne no se sorprendió: al menos dos millones de olivos en Puglia se veían así.
La causa de este flagelo era Xylella fastidiosa, una bacteria que se cree arribó a Europa alrededor de 2010 desde América Latina, posiblemente de Costa Rica, en una planta decorativa. Actualmente, Xylella ha infectado al menos a un tercio de los 60 millones de olivos de Puglia, un territorio donde se produce el 12 por ciento del aceite de oliva del mundo. Las probabilidades de que sobrevivan son nulas: una vez que la planta se infecta está condenada a morir en apenas unos años. En el último tiempo, Xylella se ha extendido rápidamente por esta área, ha atravesado otras regiones italianas y países mediterráneos, y ha afectado la producción de aceitunas y aceite de oliva de Puglia, símbolos emblemáticos del Mediterráneo.
Al acercarse al árbol, el agricultor señaló una rama verde con vida sobre aquel tronco que parecía muerto.
“El hombre me contó que su padre había injertado una variedad de oliva Barese en el árbol”, dice Melcarne. La realización de injertos es una práctica común en el área: se toma una rama pequeña de una variedad diferente y se inserta en el tronco de un árbol viejo, donde crece y produce el tipo de aceitunas del árbol del que proviene. Melcarne sospechó que la rama injertada era resistente a Xylella. Parecía estar manteniendo al árbol con vida.
“Y luego pensé, ¿los injertos podrían ser la salvación de los olivos más antiguos de este lugar?”, comenta Melcarne. En aquel momento, los esfuerzos por contener el ataque de Xylella eran deficientes: la política italiana y los medios estaban dominados por peleas, acusaciones y teorías conspirativas sobre esta plaga a tal punto que imposibilitaban la articulación de una respuesta coordinada. Pero al ver ese mínimo indicio de vida, Melcarne se sintió esperanzado. El agrónomo ya estaba explorando maneras de combatir la enfermedad con un equipo de científicos, y aquella visita le mostró que podía existir una esperanza para impedir el apocalipsis de los olivos.
“Si no intentamos salvar hoy al menos a algunos de los árboles de olivo más antiguos”, se preguntó Melcarne, “la región perderá su identidad”.
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atricia Kühfuss/laif/redux p etroni (right) p ano f te s fotos página anterior: (left)
hoto/ p ur n ano/ M o r fotos: (top) © Manuel ages M ) ©getty i M (botto K hutterstoc s
Arriba: una arboleda en Lecce, en la región de la Puglia, Italia, donde muchísimos olivos están muriendo Derecha: aceitunas y aceite de oliva, productos amados en todo el mundo.
YA SEA QUE SE ENCUENTRE en Nueva York, Londres, Melbourne o cualquier otra ciudad del mundo, existen grandes probabilidades de que el aceite de oliva extra virgen que utilice para aderezar su ensalada, provenga de Puglia.
En Puglia, los árboles de olivo están presentes en todos los rincones. Han habitado esas tierras desde el 1000 a. C. cuando fueron llevados a la región por los antiguos griegos. Algunos de los árboles que continúan creciendo hoy vieron a los antiguos romanos caminar por aquellos senderos y dieron la bienvenida al emperador Federico II en su camino hacia la Sexta Cruzada en el siglo XIII; muchos otros ya eran antiguos cuando Cristóbal Colón llegó a América. Los árboles han estado siempre allí con sus mágicas formas onduladas y son parte de la cultura local. Cada familia posee un par de olivos que tratan como abuelos inmortales. Los habitantes de Puglia han dado por hecho
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la presencia de estos árboles durante muchísimo tiempo, pero Xylella hoy sacude esa idílica atemporalidad.
Xylella fastidiosa es trasmitida por un insecto que se alimenta de savia llamado Philaenus spumarius. Cuando el insecto muerde una hoja infectada, regala un viaje gratis a Xylella hacia la siguiente planta sobre la que se pose para alimentarse. A través de la mordida, la bacteria ingresa al xylema, el tejido vascular de la planta donde fluyen agua y nutrientes, y avanza desde las raíces hacia las copas de los árboles. A medida que la bacteria se reproduce, genera un gel que obstruye los canales e impide el paso de agua y nutrientes. Una vez que la planta se infecta, lentamente comienza a morir.
Los síntomas de la enfermedad aparecieron en 2010, pero al principio no se sabía qué era lo que estaba matando a sus árboles. En 2013, los científicos advirtieron que se trataba de Xylella. Era la primera vez que la bacteria se detectaba en Europa y las autoridades tomaron medidas de contención que consistían en la erradicación de los árboles infectados. Actuar con velocidad era esencial: detener la propagación se volvería cada vez más difícil.
Pero muchos habitantes de Puglia no creían que una bacteria pudiera matar a estos árboles eternos. Entonces, en 2015, miles de personas organizaron campañas para impedir que estos íconos fueran eliminados. Los agricultores se encadenaron a los árboles infectados, bloquearon calles y protestaron en los centros de las ciudades. Lograron el apoyo de muchas personalidades influyentes.
Los manifestantes creían que lo que estaba sucediendo era parte de una conspiración. Algunos culpaban a Monsanto y afirmaban que la corporación estadounidense de agroquímicos y biotecnología agrícola quería vender a los agricultores de la región semillas para cultivar olivos inmunes, genéticamente modificados. (La empresa negó las acusaciones). Otros sostenían que la causa del problema eran los emprendedores y la Mafia, quienes buscaban desarrollar construcciones donde se encontraban los olivares. Impulsado por un fuerte movimiento anticiencia, el enfurecimiento de la opinión pública fue tal que en diciembre de 2015 fiscales de la ciudad de Lecce comenzaron a investigar a los científicos que estudiaban la enfermedad y a responsabilizarlos por haberla llevado a Puglia y por su posterior propagación.
“No espero agradecimiento, pero ser ridiculizado por los medios por haber hecho mi trabajo con pasión es una paradoja”, afirma Donato Boscia, patólogo de plantas y jefe de investigaciones sobre Xylella del Consejo Nacional de Investigación de Italia (CNR).
Si bien las teorías conspirativas florecían constantemente, la enfermedad avanzaba hacia el norte a una velocidad de 20 kilómetros por año. Xylella era una bacteria famosa desde hacía tiempo por atacar viñedos en muchos países del mundo. Pero antes de llegar
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etroni p ano f te s foto: A la izquierda, un injerto exitoso; a su lado, Giovanni Melcarne señala otro fallido.
a Puglia, Xylella no había causado daños significativos en olivares.
“No podíamos esperar a que otra persona abordara el problema”, comenta Pierfederico La Notte, agrónomo e investigador de CNR con Donato Boscia. En 2016, Melcarne llevó a Boscia y a La Notte a la ciudad de Gallipoli para analizar el injerto verde y próspero que su compañero agricultor le había mostrado y que fue confirmado como Leccino, una de las dos únicas variedades de olivo que se sabe son resistentes a la bacteria. (La otra es Favolosa.)
“Aquella planta generó una gran cantidad de brotes”, sostiene La Notte. El uso de injertos, una técnica tan antigua como la agricultura misma, parecía ofrecer resultados prometedores tal como había sucedido un siglo atrás cuando había salvado los viñedos europeos del Phylloxera, un pulgón diminuto que casi destruyó la industria vitivinícola del continente. Si con una variedad resistente de olivos era posible realizar injertos en los troncos de los árboles más antiguos (aquellos que tenían por lo menos mil años), la planta tal vez tendría oportunidad de sobrevivir.
En abril de 2016, mientras los políticos locales dilataban las investigaciones científicas al no proporcionar financiamiento, Melcarne invirtió 130.000 euros, los ahorros de toda su vida, para implantar injertos en 14 hectáreas de sus propios olivares. Su familia había estado en el negocio de los olivos desde 1583, por lo que Melcarne asumió el enorme riesgo financiero no solo para salvar a su empresa, sino también para mantener la tradición de su familia. Tanto él como los investigadores de CNR querían confirmar si las dos variedades conocidas
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En Italia, cosechar aceitunas es una práctica realizada desde hace siglos.
hasta el momento resistentes a la Xylella podían ser injertadas en árboles más antiguos y si otros tipos también mostraban resistencia. La Notte convocó a invernaderos y productores de todos los rincones del mundo; esta comunidad internacional de científicos y agricultores respondió al llamado y envió muestras de sus variedades de olivos a Puglia. En poco tiempo, injertaron 270 tipos diferentes en los campos de Melcarne.
El trabajo del grupo avanzaba a fuerza de prueba y error. Los injertos morían a causa de la enfermedad, se deterioraban ante condiciones climáticas adversas y sufrían actos vandalismo: una mañana Melcarne advirtió que decenas de injertos habían sido arrancados durante la noche.
Los rumores sobre los experimentos del grupo corrieron por todos lados. Vanzio Turcato, un italiano del norte que había decidido construir su casa en Puglia, en un terreno que albergaba unos cuantos árboles de olivo, adoptó de manera temprana los injertos de Melcarne. Ni él ni su esposa podían concebir la idea de ver morir a sus 54 árboles y entonces, en 2017, Melcarne implantó en ellos injertos de Favolosa. Pero solo funcionaron dos de 250. Fueron necesarios dos años más de ensayos para comprender que la técnica de injerto de corona, que consiste en cortar por completo la rama vieja e insertar los injertos en la extremidad cortada, era el método a seguir. Finalmente habían logrado perfeccionar un protocolo para realizar los injertos.
“Estaría feliz si lográramos salvar al menos al 50 por ciento de los árboles”, comenta Turcato. Pero mientras que algunos aún están peleando la batalla, muchos se ven robustos, lo que contrasta con los campos de sus vecinos repletos de árboles grises y sin vida.
A unos 150 kilómetros de los campos de Turcato, Armando Balestrazzi, propietario de Masseria Il Frantoio, un hotel boutique y granja de producción de aceite de oliva estaba al tanto del problema que pronto impactaría en su zona. Y, de acuerdo con La Notte y Melcarne, la probabilidad de que un olivo sobreviva si los injertos se realizan antes de que el árbol se infecte
ages M foto: Kathrin Ziegler/getty i
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es bastante más elevada. Cuanto más haya avanzado la infección, menos probable es que los injertos funcionen.
“Cuando escuché sobre los injertos decidí hacer pruebas”, comenta Balestrazzi. Su área era parte de la zona neutral de la enfermedad y Balestrazzi contaba en su propiedad con 300 árboles Leccino resistentes a esta bacteria. Entonces, en 2019, utilizó ramas pequeñas de estas plantas y las injertó en 50 de sus 2.600 olivos, todos ellos de al menos mil años. “No podía quedarme de brazos cruzados. Tenía que intentar salvarlos. Y después de más de dos años, ya sé que esto funciona”. Balestrazzi afirma que el 70 por ciento de sus injertos han sobrevivido y que aquellos 50 árboles están floreciendo. Aún le quedan 2.550 árboles más para trabajar.
Sin embargo, el uso injertos no puede salvar a todos los árboles de Puglia. Si bien es difícil saberlo con certeza, podría tomar décadas además de mucho dinero. Según Melcarne, lo que se necesita para salvar los olivares de Puglia es un plan coordinado a largo plazo que detenga la propagación de la enfermedad hacia el norte y que, al mismo tiempo, contemple inversiones para encontrar variedades resistentes y realizar los injertos en los olivos más antiguos.
Luego de tres largos años, el gobierno de la región reconoció el valor del trabajo de Melcarne y La Notte y cofinanció un proyecto de dos millones de euros para apoyar su investigación.
Además de liderar la cruzada de los injertos, Melcarne se encuentra actualmente tratando de reproducir los árboles de olivo silvestres de Puglia que aún están vivos en lugares donde la bacteria Xylella ha matado a otros. La calidad de los olivos locales es lo que distingue al aceite de oliva extra virgen de la región de cualquier otro, y los agricultores se muestran algo reticentes a plantar variedades resistentes como Favolosa que no pertenece al área y que poseen un sabor diferente.
Si bien se ha encontrado una técnica de injertos para salvar a los árboles más valiosos de la región, es esta búsqueda de variedades locales y resistentes lo que podría proteger tanto al amado aceite de oliva de Puglia como a la industria y cultura alimenticia que este producto sostiene.
Gracias a los miles de consejos y recomendaciones que recibe en redes sociales, Melcarne ha analizado aproximadamente 30.000 árboles silvestres y recorrido unos 600.000 kilómetros a bordo de su auto en el proceso. Sueña con encontrar la variedad local de olivo que les permita replantar las grandes extensiones destruidas por la bacteria. Ha seleccionado 30 de ellas para reproducción y afirma que cuenta con buenos candidatos para el desafío.
“Creo que encontramos una”, dice orgulloso Melcarne. El futuro de los árboles de olivo en esta parte del mundo realmente podría estar en sus manos.
publicado originalMente por gastro obscura, extraÍdo de atlasobscura.coM, copright © 2021 por agostino petroni.
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LOS CHICOS
Titan, 11 Dom, 13 Mark, 13 Mix, 13 Pong, 13 Bew, 14 Adul, 14
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Sábado 23 de junio de 2018. El
aire a 32ºC en Mae Sai, la ciudad más septentrional de Tailandia, envolvía al equipo de fútbol Moo Pa (“Los Jabalíes”) como una toalla caliente y húmeda, pero aun así salieron en bicicleta como siempre hacían.
Si el entrenador Nopparat Khanthavong era el general del equipo, el segundo entrenador Ekapol Chantawong (“Ek”) era su encantador lugarteniente. Con ojos risueños y voz alegre, a sus 25 años era como un hermano mayor para los chicos. Al haber pasado gran parte de su infancia en un monasterio, como muchos niños necesitados en el sudeste asiático, Ek había aprendido amabilidad, disciplina y meditación budista.
Ek llevaba a menudo a sus jugadores a la cueva de Tham Luang a los pies de la montaña Doi Nang Non después del entrenamiento. A media hora en bicicleta, era un refugio contra el calor y a Ek le gustaba la falta de cobertura para los celulares a los que los niños estaban enganchados. Así que el grupo se dirigió allí al mediodía. Era la primera vez que los acompañaba Peerapat Sompiangjai, apodado, como muchos tailandeses, con un nombre más corto: “Night”. Tenía planeado volver a casa a las 17 horas para celebrar su 17 cumpleaños. Al entrar en la cueva pasaron una señal que decía, en tailandés e inglés, “¡¡DANGER!! (“PELIGRO”) DE JULIO A NOVIEMBRE LA CUEVA PUEDE INUNDARSE”. Al entrenador Ek, que abría camino, no le preocupaba; to-
davía era junio y las lluvias monzónicas que inundarían los canales de la cueva no habían comenzado. Detrás de él iban Night; Note, Nick, y Tee, de 15 años; BEW, Adul, y Tern, de 14; y Dom, Pong, Mark y Mix, de 13. Riéndose entre ellos iba el más pequeño, irónicamente apodado Titán, de 11 años. Con Ek, 13 en total.
La boca de la cueva era lo suficientemente grande como para que cupiese el Taj Mahal. Las manchas de barro a unos seis metros de altura mostraban la marca del nivel del agua
LOS CHICOS SE ACURRUCARON EN EL BANCO DE ARENA PARA DORMIR, SOLLOZANDO.
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fotos de apertura:(cueva) ©pongmanat tasiri/epa-efe/shutterstock. (chicos) todas cortesía de facebookesta página: ©thierry falise/lightrocket via getty images
fotos de apertura:(cueva) ©pongmanat tasiri/epa-efe/shutterstock. (chicos) todas cortesía de facebookesta página: ©thierry falise/lightrocket via getty images mapa cortesía de matt gutman/harper collins CRUCE EN T
Base de los buzos Entrada
Donde estaban los chicos
PATTAYA BEACH
Distancia:
2,3 kilómetros
BUCEANDO VADEANDO EN SECO
El túnel de la cueva, a grandes rasgos.
más alto alcanzado en las inundaciones de años anteriores. Después de avanzar unos 1,6 kilómetros giraron a la izquierda en un cruce en T. Querían llegar a Pattaya Beach, un banco de arena que lleva el nombre de un complejo tailandés, a más de medio kilómetro. A paso rápido, se topaban con pequeños pasajes por los que se tenían que agachar y contorsionarse para poder pasar. A Titán, que iba por primera vez, le daban miedo la oscuridad y las espeluznantes sombras que proyectaban sus linternas. Pero no se atrevió a decírselo a nadie.
No había mucho que ver, pero el equipo estaba encantado de vivir una aventura para celebrar el cumpleaños de Night. El entrenador miró el reloj: llevaban en la cueva alrededor de una hora. Dieron la vuelta.
Pero antes de llegar al cruce en T, en lugar del agua estancada que había a la ida, encontraron agua profunda y en rápido movimiento. Ek sacó una cuerda de su bolso, se la ató alrededor de la cintura y dio instrucciones a tres de los niños mayores: “Si tiro dos veces de la cuerda, tiren de mí hacia atrás. Si no lo hago, pueden seguirme”.
Ek se sumergió, pero la oscuridad, la profundidad y la corriente lo derrotaron. Tiró de la cuerda dos veces. Night sintió una oleada de pánico.
Eran cerca de las 17 horas. Los asustados niños no habían comido en horas. Preocupado por que les entrara el pánico, Ek les dijo algo que no creía: que el agua probablemente se retiraría a la mañana siguiente. “¿Por qué no buscamos un lugar para dormir?”
Se retiraron al banco de arena de Pattaya Beach, que normalmente permanecía por encima del nivel del agua durante las inundaciones. Ek reunió a los niños para sus habituales
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oraciones budistas, cantos que esperaba que los calmaran, antes de agruparse para dormir. Pero los sollozos de los niños hicieron eco en las paredes.
Las lluvias llegan pronto
Aunque el equipo no lo sabía, las lluvias monzónicas habían llegado temprano. Y los padres se alarmaron al ver que sus hijos no
volvían a casa. A las 22 horas se llamó a un equipo local de rescatistas y algunos padres se dirigieron a través del barro hasta la entrada de la cueva, donde estaban estacionadas las bicicletas de los niños. El guardabosques no les permitió entrar, así que llamaron a los niños desde la entrada.
Pero solo obtuvieron de respuesta el eco rebotando los nombres.
A las 7 de la mañana del domingo 24 de junio, los rescatistas entraron en la cueva. Vern Unsworth, un residente local británico de 63 años, que llegó a la cueva después de recibir una multitud de llamadas telefónicas por la noche, conocía el lugar mejor que nadie. Durante varias expediciones, él y su amigo Rob Harper habían creado un nuevo y extenso estudio del sistema de cuevas, reemplazando al de los años 80.
En el cruce en T, Unsworth se detuvo. La depresión del terreno que había visto tantas veces estaba ahora completamente bajo el agua. Se le había dicho que había agua, pero no esperaba tanta. No había nada que pudiera hacer así que volvió a la entrada de la cueva.
Esa segunda noche, la subida del agua obligó a los niños a adentrarse aún más en la cueva. En lo que más tarde se llamaría Cámara Nueve, a unos 2,3 kilómetros de la entrada, el terreno fangoso se inclinaba bruscamente hacia la pared de la cueva. Una zona más llana sirvió como sala de estar y dormitorio. Cada vez que un niño comenzaba a llorar, los otros lo abrazaban y trataban de animarlo. Estaban helados, hambrientos y asustados, y Ek les ayudaba a mantener la calma rezando y meditando regularmente. No tenían comida, pero el arroyo de abajo les proporcionaba agua. Tee mantuvo la boca abierta bajo una estalactita y bebió gota a gota.
Fue solo el comienzo de un calvario de más de dos semanas.
LOS BUZOS IMAGINARON, CON TRISTEZA, QUE DONDE FUERA QUE ESTUVIERAN, NO ESTABAN VIVOS.
¿Dónde están los chicos?
Pasaron los días y nadie sabía dónde estaban los niños, o si alguno había sobrevivido a la inanición, hipotermia, o ahogamiento. Los Thai SEALS —las fuerzas de élite de la marina— no los habían podido
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encontrar. Mil grupos y ayudantes se reunieron fuera de la cueva, y se seguían las noticias en todo el mundo, a la espera de un milagro. Pero al subir el nivel del agua, los militares suspendieron los intentos de rescate. El 28 de junio, cinco días después de que los niños entraran en la cueva, un experto en gestión del agua, Thanet Natisri, de 32 años, comenzó una operación para desviar el agua de la montaña que caía sobre la cueva con tubos y bombas para que no penetrara en la cueva. Marcó la diferencia; el túnel se hizo navegable.
El décimo día, el lunes 2 de julio, dos de los mejores expertos en espeleobuceo del mundo intentarían encontrar a los chicos. Vern Unsworth había trazado un mapa dónde pensaba que podían estar los niños, y los británicos Rick Stanton, de 57 años, y John Volanthen, de 48, recién llegados, lo memorizaron.
Después, durante tres horas nadaron contracorriente, respirando pesadamente por sus reguladores de aire y desenrollando cuidadosamente una delgada línea de guía tras de sí. Protocolo básico de buceo, la línea era su vínculo con el mundo exterior. Habían avanzado más lejos en la cueva que cualquiera de los rescatistas anteriores.
Stanton verificó su indicador de aire; había consumido alrededor de un tercio de su suministro, lo que significaba que tenían que volver pronto. Los buceadores de cuevas utilizan un tercio de la bombona en el viaje de ida y un tercio en el viaje de vuelta, y reservan un tercio por si hubiera problemas, como perderse o quedarse atrapados. La muerte puede ser el resultado de un fallo en el equipo, una inundación repentina, un golpe en la cabeza o incluso el pánico.
Pasaron por Pattaya Beach, que había desaparecido bajo el agua. La hipótesis de Unsworth era que los chicos se habían refugiado unos cientos de metros más allá en un habitáculo que ofrecía un terreno elevado.
Stanton y Volanthen eran veteranos de múltiples rescates en cuevas; algunos habían sido exitosos, pero la mayoría se encontraban ya con los cadáveres. Según su experiencia, nadie sin provisiones había sobrevivido a esta profundidad en una cueva durante tanto tiempo. Imaginaron que, tristemente, dondequiera que estuvieran estos chicos, no estarían vivos.
Stanton tomó nota mental de que tenía que decirle a Volanthen que necesitaban dar la vuelta pronto. Entonces salió a la superficie, se quitó la máscara e inhaló una bocanada de aire. A lo largo del camino, cuando los hombres notaban espacios de aire en la superficie, subían e inhalaban aire, y a través de la nariz obtenían información que no podían obtener a través de la vista. Esta vez, percibió el olor distintivo de excrementos humanos o cuerpos en descomposición. “Oye, John”, dijo en la oscuridad. “Tenemos algo”.
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Entonces, oyeron voces. A medida que se dirigían hacia el lugar de donde provenía el sonido, vieron un haz de luz deslizarse y rastrear el agua.
Momentos antes, el entrenador Ek había oído voces de hombres. Los chicos se detuvieron en seco cuando Ek les pidió a todos que estuvieran quietos y callados. Silencio. Entonces las voces de nuevo.
Los chicos no estaban seguros de si lo que estaban escuchando era real. Conservaban tan celosamente las baterías de sus linternas que habían estado la mayor parte del tiempo en completa oscuridad. Sabían por sus relojes digitales que habían pasado diez días. El oxígeno estaba menguando, y el sueño llegaba de forma intermitente; extrañaban la comida, a sus padres y sus camas.
Demasiado cansado para moverse, Ek susurró a Mix, de 13 años, que se acercara al borde del agua con una linterna para comprobarlo. Vieron aparecer a dos hombres con tubos y cascos llenos de luces. Las figuras semisumergidas hablaban entre sí.
Adul, de 14 años, tomó la linterna de Mix, y gritó en tailandés, “¡Agente! ¡Agente, hola! ¡Aquí!” Las voces no respondieron.
Adul, estupefacto de que hubieran sido encontrados, se quedó aún más confundido cuando se dio cuenta de que los hombres hablaban en inglés. Se deslizó hacia el borde del agua. Podía hablar algo de inglés, pero en ese momento lo único que era capaz de pronunciar fue un “¡Hola!”
Los buzos emergieron primero a unos 45 metros. A unos 20 metros, sus linternas iluminaron a un par de miembros del equipo. “¿Cuántos son?”, gritó Volanthen. “¡Trece!”, oyó por respuesta.
“Qué feliz estoy”, les dijo Adul. “Nosotros también”, respondió Volanthen. Se subieron a la orilla de barro en pendiente y se quedaron unos 20 minutos. Stanton inspeccionó el lugar, “el túnel para escapar” de tres metros de largo que habían estado cavando, y el área de dormir que habían nivelado. Cuando un niño preguntó cuándo volverían, los hombres respondieron, “esperemos que mañana.”
“Tenemos hambre”, dijeron los chicos, levantándose las camisetas de fútbol para dejar ver las costillas. Los buzos no esperaban encontrarlos vivos y no tenían comida para ellos. Stanton hizo balance del grupo. Los más pequeños y el entrenador parecían letárgicos y frágiles, pero algunos de los chicos más grandes parecían sorprendentemente enérgicos.
Cuando los hombres se preparaban para irse, los niños se les acercaron uno a uno y los abrazaron con sus delgados brazos. En un país donde el contacto físico entre extraños es inusual, donde las manos unidas frente a la cara sustituyen al apretón de manos, era señal de la enormidad del alivio y la gratitud de los niños.
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Esta foto recoge el momento en el que los buzos descubrieron que el grupo estaba vivo.
foto: ap/shutterstock A medida que se extendía la noticia de que se había encontrado al grupo, sonaron gritos en los campos de soldados y voluntarios alrededor de Mae Sai. En la cabaña del guardabosques, los padres de los niños se dieron apretones de manos y se abrazaron.
Al día siguiente, los Thai SEALS realizaron el peligroso viaje, llevando mantas, suministros médicos y batidos energéticos. Cuatro de los hombres se quedaron con ellos. Un día después, Volanthen y Stanton les entregaron paquetes de racionamiento militar. Eran los primeros alimentos que veían los chicos en 12 días.
Con el estómago lleno recobraron la energía. Para pasar el tiempo, jugaron a las damas con los SEALS usando como piezas terrones de tierra y rocas.
Un equipo de rescate militar estadounidense, que acudió desde su base en Okinawa, Japón, se encargó de la logística del plan de rescate. Pronto se descartó la opción de dejar a los niños en la cueva durante meses, hasta que finalizara la estación del monzón, al darse cuenta de que la lectura de oxígeno de la cámara de los chicos revelaba solo el 15,5 por ciento; significaba que no había manera de que los niños pudieran sobrevivir tanto tiempo.
Volanthen y Stanton sabían que solo unos pocos expertos en espeleobuceo en el mundo podrían sobrevivir al viaje de ida y vuelta como lo habían hecho ellos; sospechaban que quizás fuera imposible sacar a los niños. Se decidió entonces un plan de actuación: sedarlos. De lo contrario, si un niño entraba en pánico, él y sus rescatistas podrían morir. Las piezas esenciales de este esfuerzo serían dos buceadores australianos que también eran médicos, el veterinario Craig Challen y el anestesista Richard Harris. En total, serían necesarios alrededor de una docena de buceadores, trabajando en turnos durante tres
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días, para sacar a los 13 de la cueva: cuatro cada uno de los dos primeros días, y cinco el tercer día.
Dos de los buceadores principales volaron desde Gran Bretaña: Jason Mallinson y Chris Jewell. El viernes 6 de julio, la pareja entregó comida y trajes de neopreno a los chicos. Horas más tarde llegaron al campamento con notas de los niños para sus familias, posiblemente su última comunicación. Titán, de 11 años, había escrito, “mamá, papá, no se preocupen, estoy bien, por favor díganle a Yod que se prepare para llevarme a comer pollo frito. Los quiero.”
Misión de alto riesgo
Antes de que el rescate comenzara, tuvieron que transportar cientos de tanques de oxígeno a distintos puntos a lo largo de la ruta de extracción. Dejaron camillas de plástico flexibles llamadas Skeds, que envuelven a las víctimas como si se tratara de un taco, en la Cámara Tres. Los jóvenes serían colocados en ellas para superar el último tramo antes de llegar a la entrada de la cueva.
El 6 de julio, Saman Gunan, un ex Thai SEAL, estaba transportando tanques de oxígeno al sumidero entre las Cámaras tres y cuatro en su última inmersión del día. Su compañero de buceo se dio la vuelta y lo encontró inconsciente. No lo pudo salvar. Nadie sabe exactamente por qué, pero se había quedado sin aire. La muerte de Gunan desconcertó a todos.
El sábado, 7 de julio, el día antes de que comenzara el rescate y dos semanas después de que los chicos entraran en la cueva, Harris y Challen emprendieron el camino a la Cámara Nueve para examinar a los muchachos y calcular cuánto sedante necesitaría cada uno. Algunos tenían síntomas de infección en el pecho, pero tanto ellos como su entrenador parecían relativamente sanos, aunque muy delgados. Los médicos también les llevaron cartas de sus fami-
EL DOCTOR ACUNÓ LA CABEZA DEL NIÑO INCONSCIENTE, PENSANDO: ESTO VA REALMENTE MAL.
liares. “Papá y mamá te están esperando para organizar tu fiesta de cumpleaños,” escribieron los padres de Night. “Por favor, sal pronto y mantente a salvo.”
Harris administraría un sedante a cada niño para que estuviera tranquilo antes de salir. Entonces en el momento de la inmersión les pondría dos inyecciones: ketamina para dejarlos inconscientes y atropina para secarles la boca y los pulmones para que no se ahogaran con su propia saliva. Era probable que cada niño despertara varias veces durante las tres horas que duraba el rescate a medida que se consumía el medicamento, y entonces tendría que volver a ser sedado por su buzo. Así que cada buzo recibió un
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curso acelerado sobre cómo administrar una nueva inyección de anestesia.
A pesar de la meticulosa planificación, los rescatistas sabían que demasiadas cosas podían salir mal.
a las 10 de la mañana del domingo 8 de julio, los buzos líderes Challen, Harris, Stanton, Volanthen, Mallinson, y Jewell se sumergieron en el agua en la Cámara Tres, con algunos minutos de intervalo entre uno y otro. Harris permanecería en la Cámara Nueve todo el día. Mallinson se había ofrecido como voluntario para ser el primero en guiar a uno de los niños.
Cuando llegaron a la Cámara Nueve, prepararon a Note para el viaje. Harris administró las dosis, y una vez que Note perdió la conciencia, Harris y Mallinson le ataron las extremidades para evitar que se lesionaran o enredaran, y le pusieron una máscara de presión positiva. Alimentaría el aire continuamente para asegurar que el niño seguía respirando mientras seguía inconsciente. Harris probó la impermeabilización de la máscara sumergiendo la cabeza del niño en el agua. Pero Note había dejado de respirar. Pasados 30 eternos segundos, fluyeron unas burbujas desde su mascarilla, indicando que se estaban produciendo exhalaciones.
Después de asegurar la bombona de oxígeno alrededor de la cintura de Note, Mallinson agarró las dos correas de la parte posterior del chaleco inflable del niño y comenzó a mover las piernas, siguiendo la línea de guía. El primer tramo fue el más largo, 20 minutos y 320 metros. Hacia el final había un punto de estrangulación; Mallinson tuvo que contorsionar el cuerpo de Note para que lo atravesara.
Note, que miraba hacia abajo, se golpeó inevitablemente la cabeza contra rocas que no se veían. Sus pies descalzos colgaban hacia abajo y se raspaban contra las rocas afiladas y la grava del suelo del túnel. Pero la misión de Mallinson no era precisamente sacar al niño sin lesiones: era sacarlo vivo. Solo se fijaba en el regulador de la máscara. Si se le salía, Note podría ahogarse.
Poco después de que salieran a la superficie en la Cámara Ocho, Volanthen, que había ido detrás de ellos, llegó con Tern. Veinte minutos más tarde llegó Jewell con Nick. Después, uno por uno cada buzo fue entrando con un niño en el sumidero en la Cámara Siete y siguieron avanzando.
De vuelta a la Cámara Nueve, Harris le administró ketamina al último niño del día, Night. Por unos momentos dejó de respirar. Stanton se sumergió en el canal con él, observando si salían burbujas. A unos 50 metros, gritó al médico: “¡No parece respirar mucho!” Night respiraba unas tres veces por minuto.
Harris le gritó: “¡No hay nada que podamos hacer, sigue avanzando!”
Con cuatro niños por delante, llegó la hora de Harris. Al llegar a la
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Cámara Ocho justo después de Stanton, vio que Night estaba azul y frío y apenas respiraba. Harris lo tumbó con la mejilla hacia la arena y acunó la cabeza del niño, tratando de mantener las vías respiratorias abiertas. Esto va realmente mal, pensó. Pero de repente Night comenzó a inhalar esporádicamente y pronto su respiración se estabilizó: estaba volviendo en sí. Harris le inyectó otra dosis de ketamina, y Stanton reanudó su viaje.
Por delante, Mallinson, el primer buceador, estaba dejando la Cámara Siete cuando sintió que Note sufría un espasmo: estaba recuperando la conciencia. Con el agua hasta el cuello, lo empujó contra una pared mientras intentaba encontrar la ketamina de su bolso, pero las jeringas salieron disparadas. Mallinson logró agarrar una e inyectársela.
El último y más desafiante punto de estrangulación era un estrecho embudo vertical para pasar de la Cámara Cuatro a la Tres. La visibilidad era escasa y palpar su forma era más difícil sujetando a un niño.
Mallinson había memorizado el embudo. Tiró de Note en posición vertical, lo metió a través de la estrecha abertura y se deslizó detrás. Era una de las partes más oscuras de la inmersión.
Cuando llegaron a la Cámara Tres, la penúltima antes de la entrada, Note no respondía. Un médico tailandés evaluó sus signos vitales.
¡Está vivo!”, gritó. Hubo gritos del equipo de rescate.
Quedaban 1.000 metros para sacar a Note. Primero fue atado en una camilla que se fijó con un arnés a un sistema de cuerda y polea recién construido que permitiría elevarse sobre una serie de rocas. Después, la camilla fue transportada por otro equipo durante más de 60 metros entre estalagmitas y ro-
EL EQUIPO DE RESCATE INTERNACIONAL HABÍA TRABAJADO EN CONJUNTO PARA LOGRAR LO IMPOSIBLE.
cas. Luego, los Thai SEALS maniobraron la camilla a través de otro sistema de cuerdas por una pendiente de 45 grados hasta un rescatador, que llevó al niño a la Cámara Dos.
En el tramo final, otro equipo de Thai SEALS transportó a Note por 365 metros de agua a la altura del pecho hasta la entrada de la cueva.
Cuando Note y después Tern, Nick, y Night emergieron, las ambulancias los trasladaron hasta un helicóptero a un hospital en Chiang Rai. Ni siquiera sus padres estaban al tanto del rescate. Pero no pasó mucho antes de que se filtrara la noticia: cuatro de los chicos estaban fuera, todos vivos.
Mientras el mundo se enteraba de la increíble hazaña de los buceadores, Mallinson y el resto del agotado
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equipo se preparaban para la inmersión del día siguiente, cuando tratarían de traer a cuatro chicos más.
Pocas probabilidades de éxito
El transbordador humano continuó durante dos días más. El segundo día, Nick, Aul, Bew y Dom fueron sacados sin un incidente.
Pero había una nueva amenaza. El pronóstico era que el tercer día lloviera hasta los cinco centímetros. El rescate se suspendería si llovía demasiado; podía desbordar las bombas que estaban extrayendo agua continuamente. Si sucediera, no se podía prever cuánto tendrían que dejar a los demás chicos, a Ek, y a los cuatro Thai SEALS en la Cámara Nueve.
A la mañana siguiente, el 10 de julio, la lluvia cesó un rato. Era entonces o nunca. Comenzaron una hora antes de lo programado. Cuando los buzos pasaron el cruce en T, les alivió ver que no había agua clara en la corriente: el desvío seguía funcionando.
El último chico, Pong, fue sacado de la cueva y llevado al hospital, donde él, sus compañeros de equipo y su entrenador permanecerían en observación durante una semana. Después, los cuatro SEALS salieron también.
Cuando los equipos de rescate emergieron de la cueva fueron recibidos por una multitud que gritaba “¡Héroes!” y “¡Gracias!” ahogadas por la lluvia.
Horas después, las lluvias monzónicas sellaron totalmente la cueva de Tham Luang.
Solo buceadores y médicos eran conscientes de lo improbable del éxito en este rescate: sacar a 13 personas inconscientes a través de más de dos kilómetros de túneles irregulares e inundados sin una sola baja. Los equipos de rescate, formados por militares y civiles, tailandeses y extranjeros habían logrado lo imposible.
semanas más tarde, los chicos fueron en bicicleta por la colina hasta la pequeña residencia templo del entrenador Ek para celebrar el 12º cumpleaños de Titán.
del libro the boys in the cave, de matt gutman. copyright © 2018 de matt gutman. reimpreso con permiso de harpercollins publishers.
En 2019, el rey de Tailandia concedió honores reales a 75 tailandeses y a más de 100 rescatadores extranjeros que participaron en esta hazaña. El rey honró al SEAL Saman Gunan con una distinción póstuma.
Los buceadores británicos John Volanthen, Rick Stanton, Chris Jewell y Jason Mallinson recibieron medallas por su valor de la reina Isabel II. Vern Unsworth fue nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico. Craig Challen y Richard Harris fueron nombrados Australianos del Año en 2019.
La próxima primavera se estrenará Thirteen Lives, dirigida por Ron Howard y protagonizada por Colin Farrell en el papel de John Volanthen y Viggo Mortensen en el de Rick Stanton.
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