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A través de la historia
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Navegación a vela
5000 AC
Esta es la era en la que se piensa que se pintó un disco encontrado en lo que hoy es Kuwait; muestra una embarcación a vela.
3400 AC
Egipcios antiguos usan un velero hecho de madera; tiene un solo mástil y una vela cuadrada.
480 AC
Con una combinación de velas y remos para mayor maniobrabilidad, los barcos de guerra griegos derrotan a la mucho más numerosa flota persa en la Batalla de Salamina.
1000 DC
Los vikingos utilizan barcos largos de un solo mástil, los cuales son tan fuertes y flexibles a la vez que logran llegar a Islandia, Groenlandia y Norteamérica.
Siglo XVI
España presenta el galeón. Tiene velas enormes y está construido para ser veloz, marcando un nuevo estándar para las embarcaciones europeas.
Siglo XIX
De los astilleros americanos sale el primer largo y elegante clíper. Y en 1854 el Soberano de los mares marca un récord de velocidad de 41 kilómetros por hora.
Siglo XX
La navegación a vela poco a poco se vuelve más un deporte que una actividad comercial o práctica.
2024
Este año, dos compañías, una francesa y otra sueca, buscan lanzar barcos de carga comerciales impulsados por velas, los cuales podrían reducir las emisiones de carbono en el mar en un 90 por ciento.
a través de la HISTORIA
MÁS RISAS
Mi familia y otros animales
Patricia Pearson
Mi hija siempre ha estado ansiosa por cuidar de todas las criaturas del planeta. Clara tenía apenas tres años cuando se encontró por primera vez con un Tiranosaurio Rex de plástico de garras afiladas y de 30 cm de alto en nuestro parque local de Toronto e inmediatamente le puso un pañal. El Día de la Tierra bien podría ser su cumpleaños. Ni siquiera puedo contar todos los #!@*&%animales que necesitaban rescate que han pasado por mi vida desde que me convertí en su madre.
Clara no era una niña encantadora que no haría daño a una mosca. No, era mucho más que eso. Una vez nos
encontramos una zarigüeya muerta a un lado del camino, cuya descendencia minúscula, ciega y desnuda, debía haberse salido de la bolsa incubadora de su madre, junto a la que yacía coja. ¿Podíamos simplemente mirar con tristeza, sentirnos abatidos, y seguir caminando? Por supuesto que no.
“¡NO PODEMOS DEJARLA MORIR!” anunció Clara con toda la justa furia de Juana de Arco. ¿Qué podía argumentar yo? No es como si hubiera pensado con mi filosofía acerca de opciones humanas de tratamiento al final de la vida para los zarigüelitos huérfanos o como se llamen. Poco después y sin apenas darme cuenta estaba haciendo una búsqueda en Google, corriendo a comprar leche de gato, (sí, se puede comprar aunque suene raro), y un cuentagotas, e intentando fútilmente mantener vivo durante más de 12 horas algo del tamaño de un cereal.
Después de lo cual tuvimos que celebrar un funeral con todo lujo de detalles.
Al año siguiente, todos (familia, vecinos, sus compañeros de clase) firmamos la petición de Clara al Primer Ministro de Canadá para que “salvara a las palomas”. Esto fue después de que viera uno de los pájaros urbanos aplastados por un auto camino a la escuela. No sirvió de nada tratar de explicar a Clara que las palomas no eran exactamente una especie en peligro de extinción y que se lo pasaban muy bien en todas las ciudades del mundo dándose festines a base de restos de pizza y de papas fritas.
Para cuando Clara cumplió ocho años, habíamos recogido tres gatos callejeros, un cachorro, un pez, un erizo, y varios huevos de pollitos que afortunadamente no eclosionaron en su habitación, a pesar de las mantas y la luz térmica.
Luego vino el incidente de la quiropráctica de ardillas.
Lo normal es no pensar que hay una persona ahí fuera en el mundo cuya vocación auto-declarada es practicar masajes de espalda a los roedores salvajes. Pero resulta que sí la hay. Y la encontramos, a tan solo 40 kilómetros de nuestra casa, después de que uno de nuestros gatos atacara a una ardilla en los arbustos.
Las lágrimas y los sollozos de Clara, apelaron a nuestra decencia humana básica. Tendríamos que salvar el mamífero ligeramente machacado. Y cuando no pudimos encontrar un centro de rehabilitación de vida silvestre abierto (era día de fiesta), de alguna manera nos enteramos de la existencia de esta mujer. Así que llevamos en auto a la ardilla a casa de la “quiropráctica”, que era un remolque en el bosque rodeado de varias jaulas y corrales. Tenía el pelo oscuro y rizado, y llevaba gafas estilo ojo de gato y una sudadera con un pitufo.
No quiero especular sobre lo que ocurrió cuando dejamos a la pobre criatura en sus manos: si le devolvió la salud o la rapó para hacer un
abrigo de muñeca. Todo lo que sabía en ese momento era que habíamos apaciguado a nuestra hija y podíamos volver a lo que habíamos estado haciendo antes de que estallara la crisis ese día.
Por último, poco después de las sesiones de cuidado de crías mapache que tuvieron lugar cuando la mamá mapache quedó atrapada en un cobertizo, me planté en firme. “Se acabaron los animales” le dije a Clara. Nuestra casa era ya un caos de basura de gatos, ruedas de hámster, y trocitos de piel de animales callejeros. ¡Basta!
Afortunadamente, en esta etapa Clara había entrado en la adolescencia y ya no quería tener nada que ver con nosotros.
Por último, antes de que ella se fuera a vivir por su cuenta, vivimos la aventura de lo que decidí en llamar el Affair de las señoras escocesas que recogían gatos. Clara me convenció de que adoptase temporalmente a dos gatitos; un grupo de rescate de gatos dirigido por voluntarios y operado por dos ancianas de Glasgow estaba desesperado por recibir ayuda. Recogimos los gatitos atigrados de siete semanas y firmamos algunos papeles, que realmente no leí.
Mientras los gatitos recorrían arriba y abajo las perneras de mi pantalón colgué un anuncio en las redes sociales que decía que “buscábamos un hogar permanente “para los gatitos. Poco después, una pareja de nuestros se presentó con un transportador de mascotas, se enamoraron de la hembra, se la llevaron a casa, y colgaron un anuncio de su nacimiento en Facebook. Nosotros decidimos adoptar al macho. Fue entonces cuando me di cuenta de que las señoras escocesas habían estipulado en el papeleo que los gatitos “no podían, bajo ninguna circunstancia, ser separados”. Había reglas utópicas para la descendencia de gatos callejeros que especificaban las marcas de alimentos que podían comer, donde podían ir con seguridad, y qué veterinario debía verlos.
No pensamos en nada de ello hasta que las señoras vinieron a hacer una inspección rutinaria a nuestra casa. Se produjo una escena absurda: tuvimos que fingir que la gatita hembra estaba escondida en el sótano, mientras mi marido sacudía una bolsa de premios para gatos y llamaba “¡Gracie!” y todo mientras que la gatita se alojaba al otro lado de la ciudad en un apartamento de un edificio de 10 pisos.
Las señoras estaban recelosas, pero ¿qué podían hacer? Estaban sobrepasadas con un montón de gatos imposibles de adoptar con tantas reglas. Mientras escribo, Finnigan se tumba acurrucado a mi lado. De todos los animales que hemos tenido hasta ahora es mi favorito. Y Clara se ha mudado a California, donde ha descubierto un hogar de pollos “abandonados” para su adopción en la Human Society de Los Ángeles. Que Dios la bendiga.
CURIOSIDADES
¿Cuánto pesa mi sombra?
Celia González Sánchez y Javier Rodríguez Laguna
En el mundo de lo efímero son pocos los elementos que nos acompañan allá donde vayamos, todos los días de nuestra vida, en casi cualquier circunstancia. Algo en lo que apenas reparamos es nuestra sombra.
La sombra no es más que la ausencia de una luz que se esperaba, pero que no llega a su destino porque fue bloqueada por un objeto. Explicar qué es la luz no es tan fácil.
De manera simplificada podemos decir que está formada por fotones, unas partículas elementales sin masa pero con energía y con “momento”. Este “momento” es la capacidad que tienen los objetos físicos para empujarse unos a otros. Cuando los fotones que conforman un rayo de luz iluminan un objeto, lo empujan, ejerciendo una ligera presión sobre él que llamamos “presión de radiación”. Al ponernos al sol nuestro cuerpo siente esta presión, mientras que el área que ensombrecemos, a la que no llegan los fotones, no la siente.
Podemos cuantificar esta diferencia de presión con el peso, que es la fuerza que ejercemos sobre el suelo, o sobre una balanza. Cuando estamos iluminados ejercemos una fuerza mayor que cuando estamos a oscuras, ya que a la fuerza de nuestro cuerpo hay que sumarle el momento transferido
por los fotones que chocan contra nosotros.
Así, podemos afirmar que un objeto pesa más cuando está iluminado que cuando no lo está.
De la misma manera, la región donde se extiende nuestra sombra siente una presión de radiación inferior a la que sentiría si no estuviéramos allí, bloqueando la luz. En otras palabras, el exceso de peso que sentimos al ser iluminados se corresponde con un defecto de peso de nuestra sombra. En el caso de una persona adulta de estatura media, situada bajo el sol a la latitud de Madrid, y asumiendo que las dimensiones de su sombra son las mismas que las de su cuerpo, ese defecto de peso en la sombra será equivalente al que ejercería una masa de unos 0,00000004 kilogramos.
Más allá de la luz blanca y los espejos
Esto no es todo: los fotones de luz de diferentes colores tienen distinto momento, con lo cual su energía y la presión que ejercen serán diferentes. Esto significa que si nos iluminamos con luz roja pesaremos menos que si lo hacemos con la misma cantidad de fotones de luz azul.
Por otro lado, que no veamos algo no significa que no exista. En lo relativo a la luz, la mayor parte de ella es invisible a los ojos humanos. Es el caso de los fotones ultravioletas, como los del Sol, que además de broncearnos son más energéticos que los visibles y, por lo tanto, someten a un mayor empuje a nuestros cuerpos.
De esta forma, la diferencia de peso con respecto al objeto iluminado es mayor para la sombra que no vemos que para la que sí. Curioso, ¿verdad? ¿Todos los objetos responden igual a la presión de radiación, independientemente de sus propiedades? Desde luego que no.
La capacidad de un objeto para absorber, transmitir o reflejar los fotones también afectará a su sombra: si es perfectamente transparente, entonces dejará pasar los fotones y, por lo tanto, no sentirá un exceso de peso.
En cambio, un objeto reflectante, un espejo, sentirá el doble de empuje que un objeto que absorba totalmente la radiación (cuerpo negro), al reflejar los fotones que le llegan.
De la balanza al Nobel (y al espacio)
Nuestros cálculos sobre el peso de la sombra y la luz son divertidos, pero ¿tienen alguna utilidad? La diferencia de peso entre un objeto iluminado y uno que no lo está es ínfima: una centésima parte del peso de un solo grano de azúcar. Como dieta milagro parece pobre.
Sin embargo, estas consideraciones fueron el motivo del premio Nobel de
Física 2018 que recayó en Arthur Ashkin, Gérard Moureau y Donna Strickland, por el desarrollo de las “pinzas ópticas”, un método para atrapar y manipular objetos diminutos utilizando la presión de radiación de un láser. Una fuente de luz láser, en la que los fotones se mueven de manera coherente, como si estuvieran coordinados, se puede emplear para desplazar objetos con una gran precisión.
Los primeros experimentos fueron realizados en los años 60 por el equipo de Ashkin. Los investigadores iluminaron diminutas esferas casi transparentes con un láser para moverlas y hacerlas levitar, contrarrestando su peso con la presión de radiación.
Además, al focalizar el haz con una lente en un punto lograron atrapar partículas, creando así las primeras pinzas ópticas. A lo largo de las siguientes décadas se perfeccionaron y permitieron observar, girar, cortar y empujar los objetos investigados sin tocarlos ni modificarlos. Por ello, resultan idóneas para estudiar procesos biológicos. ¿No le parece suficiente? Hay otro campo en el que se utiliza también la presión de radiación, pero a gran escala: la exploración espacial.
Como el empuje de los fotones depende del tamaño de la superficie en la que incidan, puede llegar a ser relevante cuando consideramos una región suficientemente extensa.
Así es como se diseñaron las “velas solares”: una revolucionaria forma de propulsar aeronaves en el espacio, consistentes tan sólo en una gran superficie que refleja la luz solar.
Al igual que las velas de un barco cuando sopla el viento, estas velas solares aprovechan la presión de radiación de los fotones que chocan con ellas para hacer que la aeronave se mueva.
Una de las grandes ventajas de este sistema de propulsión son las elevadas velocidades que pueden alcanzar las naves que lo usen. Además, al no tener que almacenar combustible para moverse, son más ligeras y pueden viajar durante períodos de tiempo mayores.
Aunque estas ideas parezcan ciencia ficción, la primera aeronave que utiliza la luz solar para cambiar su órbita alrededor de la Tierra fue lanzada en junio de 2019 como parte de un proyecto aeroespacial llamado LightSail. La NASA también planea experimentar con estas nuevas tecnologías de propulsión en el espacio con el lanzamiento en 2022 de ACS3.
Ya sea por aplicaciones futuristas o por cuestiones fundamentales, lo que está claro es que si Peter Pan hubiera sido consciente de su relevancia, habría tenido mucho más cuidado antes de perder su sombra. Por suerte, nosotros aún no nos podemos librar de ella.
©THe conVeRsATion . celiA GonZÁleZ sÁncHeZ es esTUDiAnTe De DocToRADo en FÍsicA De lA MATeRiA conDensADA (UAM) Y JAVieR RoDRÍGUeZ lAGUnA es PRoFesoR TiTUlAR Del DePARTAMenTo De FÍsicA FUnDAMenTAl (UneD)
LA PROMESA DE LAS CÉLULAS MADRE
Patricia Pearson
LOS AVANCES APUNTAN A UNA REVOLUCIÓN EN LA ATENCIÓN SANITARIA.
El doctor Riam Shammaa utilizó las células madre de Annissa Jobb para su dolor de espalda.
A
Annissa Jobb fue por primera vez a la consulta del doctor Riam Shammaa, especialista en medicina deportiva y del dolor en Toronto, en 2017. Trabajadora de apoyo personal en un asilo estaba desesperada tras una década de dolor de espalda debido a una hernia discal no diagnosticada.
“Ha sido mi verdadera vocación, cuidar de la gente”, dice Jobb, de 54 años. Pero trabajar con personas mayores frágiles implica levantar peso, inclinarse y tirar mucho de ellas. No tenía como opción hacer reposo para mejorar de la lesión. Así que apretaba los dientes para soportar el dolor, que cada vez iba a peor. “Tenía un cajón lleno de medicamentos para el dolor. Ninguno funcionaba. Estaba agotada. Mi marido y yo estuvimos a punto de divorciarnos. “En noviembre de 2016, Jobb apenas podía caminar 200 metros. “Mi médico de familia finalmente dijo, “terminarás en una silla de ruedas si no dejas de trabajar ahí.”
La derivaron al doctor Shammaa, quien comenzó a administrarle inyecciones de bloqueo nervioso, similares a una epidural, cada pocas semanas. Consiguieron controlar el dolor unos días o semanas, pero siempre volvía.
Históricamente, los tratamientos de dolor de espalda complejo y crónico han sido insatisfactorios, y a veces los pacientes se vuelven adictos a los opioides. Otros tratamientos implican cirugía de fusión espinal, a menudo sin éxito, adecuada solo para uno de cada 20 pacientes. Consciente de estas limitadas opciones, Shammaa había leído sobre la innovadora investigación de la terapia de células madre en Europa, y comenzó un estudio con 23 de sus pacientes. Como Jobb se ajustaba a sus criterios de inclusión, le preguntó si quería participar, advirtiéndole de que no había garantías. El procedimiento implicaría el uso de sus propias células de la médula ósea, y se había demostrado que era seguro. Annissa accedió.
El procedimiento, que también se está investigando en la Universidad de Montpellier, en Francia, y en la Clínica Mayo en los Estados Unidos, entre otros lugares, consiste en extraer tejido de médula ósea de un paciente y concentrar las células madre de la médula, conocidas como células madre mesenquimales, o MSC. Este concentrado, llamado concentrado de aspirado de médula ósea, o BMAC, se
inyecta en el disco herniado del paciente con la esperanza de que regenere y sane el tejido dañado.
Una resonancia magnética reveló que la causa del problema de Jobb eran dos discos. “De las cinco vértebras lumbares, uno o dos discos muestran daños, pero eso demuestra que la columna vertebral no se ha deteriorado en todas partes”, afirma Shammaa. “Por el contrario, si tuvieras cinco discos gravemente afectados, en otras palabras, si la columna vertebral estuviera realmente desordenada, no habría mucho que hacer.”
La intervención duró tres horas y media, comenzando con una dolorosa extracción de la médula ósea, inmediatamente destilada y concentrada. Luego, guiado por un tipo de rayos X llamado fluoroscopio, Shammaa insertó una aguja en la columna para colocar el BMAC en los discos. Jobb estuvo despierta durante todo el procedimiento para alertar al doctor Shammaa si tocaba un nervio.
Se recuperó en cama durante dos semanas, luego, lentamente, comenzó a caminar. Un mes más tarde entró a zancadas en la clínica, un momento que Shammaa recuerda con alegría. “No se lo podía creer”, dice. Jobb había descripto antes su umbral del dolor “por encima del 10” y dice que ahora está en 2.
Cuando Shammaa publicó sus resultados en el número de marzo de 2021 de Frontiers in Medicine, informó de que el 90 por ciento de sus pacientes ganaron de dos a tres milímetros de altura perdidos debido a la compresión del disco. Además, el 80 por ciento dejó de usar opioides.
El uso de células madre pertenece al campo de la medicina regenerativa, que surgió hace dos décadas, en el que las propias células del cuerpo y los factores de crecimiento se despliegan para reparar los tejidos, restaurando su función perdida. Varias terapias celulares y productos ya han sido aprobados por los reguladores y están en uso, incluidos sustitutos de la piel para el tratamiento de quemaduras, “prótesis” para la curación de incisiones quirúrgicas, y productos derivados de Un investigador de medicina regenerativa examina un cultivo de células madre.
la sangre del cordón umbilical para tratar ciertas enfermedades y trastornos de la sangre.
El uso de células madre en medicina regenerativa tiene el potencial de revolucionar el tratamiento de muchas enfermedades durante la próxima década. (Las células madre se encuentran en los embriones y en los tejidos del cuerpo adulto; se autorenuevan y pueden, de manera única, generar un nuevo tipo de célula.) Como informan los investigadores de ensayos clínicos de células madre que se realizan en todo el mundo, la esperanza de que estas células puedan reparar los cuerpos dañados, discutida y debatida durante mucho tiempo, parece estar bien fundada.
“Se está considerando la medicina regenerativa como algo que algún día será una especialidad médica propia”, dice la doctora Shane Shapiro, profesora asistente de cirugía ortopédica en la Clínica Mayo en Jacksonville, Florida, “como la cardiología o la neurología.”
Abundan las historias de éxito. Por ejemplo, en un estudio que trata la pérdida congénita de visión con células madre retinianas en la Universidad de California, Irvine pudo ver a su familia por primera vez en años. Un niño alemán que padecía una enfermedad de la piel a veces mortal llamada epidermólisis ampollosa se recuperó después de un trasplante de células de la piel modificadas genéticamente en la Universidad de Módena y Reggio Emilia, en Italia. La actriz estadounidense Selma Blair informó en agosto pasado que su enfermedad estaba en remisión después de participar en un ensayo de trasplante de células madre para esclerosis múltiple. Y un estudio sobre el tratamiento de la osteoartritis en Irlanda, Francia y Países Bajos muestra resultados iniciales prometedores en 18 pacientes.
A pesar de estos primeros éxitos, Shammaa advierte que la ciencia es tan nueva que es fácilmente malentendida y mal aplicada. “Hay muchos vendedores de humo”, dice, señalando clínicas privadas de células madre en todo el mundo que afirman curar dolencias como la disfunción eréctil o la demencia, sin evidencias, y desafiando a los organismos reguladores. “Es importante que los pacientes sepan lo que es posible ahora mismo y lo que aún está en proceso.”
“Algunos pacientes son buenos candidatos para procedimientos simples, como una inyección de concentrado de médula ósea, pero otros tienen una enfermedad o lesión demasiado avanzada o demasiado complicada. No podemos darles falsas esperanzas.”
En 2006 se produjo un gran avance cuando Shinya Yamanaka, biólogo molecular de la
Universidad de Kioto, en Japón, demostró que la terapia con células madre podría evitar el uso controvertido de células madre embrionarias. A cambio, descubrió que las células adultas de la piel podrían ser inducidas a convertirse en células sanguíneas, óseas o hepáticas, igual que las células madre de un embrión humano evolucionan hacia las diversas partes del cuerpo. Yamanaka, que ganó el Premio Nobel en 2012 por este trabajo las llamó “células madre pluripotentes inducidas” o iPSCs. Este descubrimiento dejó atrás la controversia de utilizar tejido fetal con propósitos médicos, ilegal en algunos países, a favor de la célula madre.
El instituto de investigación Riken de Tokio realizó el primer trasplante exitoso de IPSC en 2014, creando células de la retina a partir de células de la piel de un paciente con degeneración macular relacionada con la edad. Poco después, el doctor Henry Klassen de la Universidad de California, supervisó un ensayo para tratar la retinitis pigmentosa, un grupo de trastornos genéticos raros que causan ceguera gradual, en el que las células progenitoras de la retina de un donante fueron trasplantadas a los ojos de 28 participantes en el estudio. Una de ellas, Kristin Macdonald, de 64 años, que se había quedado ciega, recuperó lo que describe como un estallido de luz. “Ahora puedo navegar por la luz, y ver más contrastes y formas”, dice. Macdonald se ha convertido desde entonces en una férrea defensora de los pacientes para que puedan acogerse a los ensayos de células madre.
Más tarde, en 2018, el neurocirujano Richard Fessler, del Centro Médico de la Universidad de Rush, en Chicago, supervisó un ensayo de un año de duración con neuronas motoras derivadas de las IPSC trasplantadas en seis pacientes con parálisis por lesiones en la médula espinal. Fessler informó que
todos recuperaron algún movimiento en la parte superior del cuerpo y que un paciente que solo podía encogerse de hombros ahora podía usar sus manos para comer, escribir y otras tareas. Este es el tipo de avance por el que el fallecido actor Christopher Reeve, conocido por interpretar a Superman, luchó desde su silla de ruedas después de quedar tetrapléjico tras un accidente a caballo. En ese momento, los gobiernos de todo el mundo estaban tomando medidas para restringir la investigación con células madre embrionarias. (En ciertos casos, las células madre embrionarias se utilizan hoy en día en el ámbito médico;
LA INYECCIÓN EN LA RODILLA AYUDÓ. “PUEDO HACER CASI TODO LO QUE HACÍA ANTES”.
se derivan de blastocistos sobrantes de la agrupación de células en un óvulo fecundado que no se implantó durante un tratamiento in vitro.)
Todavía nos encontramos en fases iniciales, con mucho que investigar en términos de seguridad, dosificación, y cómo fabricar iPSCs para enfermedades diferentes de una manera estandarizada y rentable. Pero Yamanaka predijo en 2018 que para 2030 se auto-
LOS TRATAMIENTOS PUEDEN AYUDAR A MEJORAR LA CALIDAD DE VIDA, PERO NO CURAN.
rizarán varios tratamientos que usan medicina regenerativa y se desarrollarán nuevos medicamentos.
Mientras, la primera generación de tratamientos de células madre que cuentan con la aprobación reglamentaria en Europa, Canadá y Estados Unidos implica en gran medida trasplantes de células simples que mueven las propias células del paciente de una parte de su cuerpo a otra, como el procedimiento que realizó Shammaa en Jobb. Dicho esto, los trasplantes de células madre para enfermedades de la sangre como la leucemia, realizados durante varios años, son la única excepción en la que también se permiten células de un donante compatible.
El procedimiento más común utilizado en ensayos clínicos en Europa, Canadá y los Estados Unidos es la transferencia de BMAC a la columna vertebral o la rodilla. Mientras Jobb buscaba tratamiento para su dolor de espalda, Rodolfo Corsini, de 58 años, buscaba alivio para el dolor de rodilla relacionado con el trabajo cuando visitó el hospital de investigación Hamanitis en Milán, Italia, en 2020. Rodolfo, técnico de telecomunicaciones, nunca había oído hablar de BMAC hasta que la doctora Elizaveta Kon, le sugirió que no veía suficiente daño como para necesitar una operación de reemplazo de rodilla. Consintió que le administraran la inyección de BMAC y fue un éxito. “Puedo hacer casi todo lo que hacía antes”, dice Corsini.
Kon, junto a colegas europeos, está ahora involucrada en estudios preliminares, incluida una comparación del tratamiento de pacientes con BMAC y otro tipo de célula madre adulta llamada fracción vascular estromal (FVS) que se extrae del tejido adiposo de una persona.
La investigación temprana sobre BMAC proporciona esperanzas, aunque con limitaciones. “Estos tratamientos se pueden utilizar como complemento en una enfermedad crónica y degenerativa, algo que en muchos casos puede tener éxito en el control de los síntomas y la mejora de la calidad de vida, pero en la mayoría de los casos no cura”, dice Shapiro. “La analogía podría ser la diabetes o el
colesterol. No las curamos; las tratamos. Lo que nos gustaría ver en el futuro es una forma de tratar la artritis sin metal ni plástico, o la degeneración de los discos sin una fusión espinal.”
Un consorcio de diez instituciones europeas trabajan para lograr ese objetivo. Se está incluso trabajando para evitar el doloroso procedimiento de extracción de médula ósea que sufrió Annissa Jobb. En cambio, dice la científica Mary Murphy de la Universidad Nacional de Irlanda, en Galway, esperamos poder crear células MSC en el laboratorio de una manera estandarizada y a gran escala.
Algunos miembros del grupo financiado por la UE se centran en cómo generar ese suministro sostenible, mientras otros prueban nuevas terapias. Por ejemplo, el Centro Médico de la Universidad de Leiden en Países Bajos y la Universidad de Gotemburgo en Suecia están desarrollando un tratamiento para la osteoartritis. Pasarán años antes de que pueda ser probado, aprobado, y puesto a disposición.
Como la medicina regenerativa es reciente, los pacientes deben tener cuidado con los productos fraudulentos de células madre que venden empresas sin escrúpulos. Anuncian curas desde la pérdida de pelo a la enfermedad de Lyme y, a veces, hasta ofrecen células madre en viales, como si fueran pociones mágicas. Existe una administración imprudente de productos no aprobados, que ha dado lugar a demandas judiciales y medidas de regulatorias. En los Estados Unidos, por ejemplo, los reguladores federales obligaron a una compañía de California a parar las ventas de sus productos de células madre derivados de la sangre del cordón umbilical en 2019. No solo es que no tuvieran la aprobación para la venta de sangre donada de cordón umbilical, sino que comercializaron sus productos, tratamientos para espalda, rodilla, y otros problemas articulares, sin haber examinado a los donantes adecuadamente en cuanto a enfermedades transmisibles y sin seguir los procedimientos de limpieza y desinfección.
Consulte con un especialista sobre su patología. “Si es artritis de rodilla, comience con un especialista en cirugía ortopédica o medicina deportiva”, aconseja. Shapiro. “Si es de los discos lumbares, comience con un especialista en columna.”
Para muchos pacientes, los tratamientos con células madre ya marcan la diferencia en su calidad de vida. “Mi marido y yo fuimos a hacer senderismo el verano pasado”, dice Jobb. “Caminé un kilómetro entero. Estaba emocionada. ¡Pensé que tal vez podría empezar con esquí de fondo! ¿Por qué no?” Para quienes soportan el dolor crónico, de hecho es liberador.
Lo Bueno
de la pandemia
Si le hubiera gustado tener un botón para adelantar el tiempo en marzo de 2020, no es el único. Sin embargo, algunos lectores le encontraron un ángulo positivo al confinamiento.
Por los lectores
illustrations by Melissa McFeeters
Compañeros de caminata
Mi esposo y yo salimos a caminar por el barrio todos los días. Al principio de la pandemia, solíamos pasar frente a un perro que ladraba a modo de saludo y saltaba a nuestro lado desde el interior de una valla invisible. Un día, su dueño estaba afuera y le dijimos que nos encantaría llevar a pasear a su perro con nosotros de vez en cuando.
Y así, sin más, tuvimos una nueva compañera en nuestros paseos kilométricos. Marlie, una cruza de cobrador dorado y caniche, trota por el camino moviendo la cola y con la cabeza en alto. Está bien entrenada y se detiene y señala cuando ve una ardilla o un conejo.
Casi dos años después, seguimos paseando con ella casi a diario. Siempre que llega la hora de la caminata, la perra se sienta en el ventanal que da a nuestra casa, esperando vernos pasar. —Lisa Young Stevens Point, Wisconsin
Meditación en blanco y negro
Siempre quise tocar el piano, pero nunca pensé que sería capaz de aprender. Desesperada por encontrar algo que distrajera mi mente de las incesantes noticias sobre el Covid-19, decidí aprender por mi cuenta, armada con el entusiasmo de una novata y el teclado de mi hijo. Al cabo de dos meses, mis progresos apenas notables me inspiraron a comprar un piano digital. Tocar se volvió mi meditación. Más de un año después, sigo aprendiendo algo nuevo cada día.
Estoy muy contenta por mi crecimiento y espero que pueda inspirar a otras personas a aprender cosas nuevas a cualquier edad. En abril de 2021 creé un canal de YouTube llamado Las aficiones de Jane (Janes hobbies) para mostrar mis avances con el piano y otros pasatiempos. También aprendí ajedrez y juego con mi esposo o hijo casi todas las noches.
El inglés sigue siendo mi reto más difícil. Es mi segunda lengua y sigo aprendiendo cada día. Reader’s Digest es una de mis formas favoritas de practicar, mientras adquiero habilidades, conocimientos, leo consejos y aprendo sobre formas de compartir el amor. Este ha sido el año más productivo de mi vida. —Jane Li Saline, Michigan
Una nueva oportunidad en el amor
Al inicio del confinamiento llevaba tres años de viuda, luego de 45 de matrimonio. Mi finado esposo pertenecía a un grupo de veteranos de Vietnam, al igual que Bob. Él había estado soltero desde que se divorció en 1980. Yo veía a Bob a veces, cuando llevaba mis impuestos a su oficina de contabilidad. Él me llamó en marzo de 2020 para recordarme mi cita, y me preguntó si me gustaría acompañarlo
a la iglesia donde cantaba en el coro. Yo también canto en un coro, así que me pareció bastante bien.
Antes del domingo de la cita, llegó la cuarentena mundial. Ni cenas, ni películas, ni servicios religiosos. Bob y yo empezamos a enviarnos mensajes de texto, cartas por correo postal, y a hablar por teléfono. Pasábamos horas conociéndonos todos los días y, sí, enamorándonos.
En junio nos sentimos seguros como para vernos en persona. Pensamos que sería raro abrazarnos, pero no lo fue. Nos besamos y supimos que ya no estaríamos separados por más tiempo. A los 67 y los 72 años, buscamos un futuro permanente juntos. Fuimos bendecidos con un nuevo amor en una pandemia. —Linda Hamilton Princeton, Minnesota
Aprender a estar quieta
Nunca me perdía mi clase de yoga a las diez de la mañana. Me gustaba llegar temprano, elegir el mejor lugar para colocar mi tapete y hacer calentamientos. Llegaban algunos amigos,
y nos reíamos y compartíamos nuestros planes para el día. Luego, a otra clase. Otro paseo. Otra actividad. Siempre en movimiento. Era como un pájaro: volaba aquí, volaba allá, volaba por todas partes. Hasta que la pandemia me cortó las alas. Y esta ave se posó en el alféizar de la ventana y miró al exterior, desolada. Me tomó un tiempo adaptarme.
Empecé a practicar el español. Me levantaba temprano y dedicaba tiempo a escribir. Perfeccioné mis conocimientos de fotografía y ahora tengo un portafolio envidiable. Me aficioné a la caligrafía y disfruto mucho de mi pasatiempo autodidacta.
Pero lo más importante es que me sentí cómoda con la soledad. La conciencia plena era algo sobre lo que solo había leído, pero jamás había practicado. Durante esta pandemia, hice una nueva amiga: yo. Y me agrada. Mucho. —Natasha C. Samagond Weston, Florida
El camino menos pedaleado
Después de pasar dos semanas en
el sofá, mi esposo y yo decidimos desempolvar nuestras bicicletas. Comenzamos sin otro plan más que movernos, disfrutar del aire libre y desconectarnos de nuestros dispositivos móviles. La escuela era virtual, el trabajo lento, y nos preocupaba nuestra salud. Los paseos cortos se hicieron cada vez más largos. Encontramos nuevos caminos, nos perdimos y disfrutamos de cada minuto.
Con el tiempo, dominamos la jerga de los ciclistas, compramos equipo, aprendimos sobre reparaciones y vencimos nuestros límites. Conquistamos las colinas y superamos los kilómetros. Encontramos la paz en rutas secundarias con vacas, pavos salvajes y caballos, y descubrimos una belleza que no es posible ver desde un auto. La pandemia puede ser catastrófica, pero nos impulsó a seguir un pasatiempo que amamos desde la infancia.
Ahora somos adictos al ciclismo, mucho más sanos y mucho más cercanos. —Chris Meyer Lafayette, Indiana
El jardín de la abuela
Tuve el placer de enseñar a estudiantes de primaria durante 25 años, y me jubilé justo antes de que llegara la pandemia. Ese verano, mi nieto se preparaba para su primer año de escuela. Pero tuvo que tomar clases a distancia y estaba muy decepcionado. Él es tímido y se pierde con facilidad en el alboroto de 25 niños de preescolar que compiten por la atención de un maestro cansado.
Entonces decidimos que asistiera al “jardín de la abuela” para apoyar su aprendizaje. Usamos la plataforma Zoom durante una hora diaria y la pasamos genial practicando el abecedario y los números. Hasta el momento, me he enterado de que mi nieto quiere ser astronauta cuando crezca, que será el primer estadounidense en pisar Marte y que se detendrá en la Estación Espacial Internacional de camino para estudiar los planetas nebulosos. Vivo a cuatro estados de distancia de él y, de otro modo, jamás habríamos logrado pasar este tiempo juntos. El kínder de la abuela ha sido una de las mayores alegrías de mi vida. —Melanie Anderson Chubbuck, Idaho
Ministro de esperanza
Un día, mi sobrina Morgan fue a mi casa para hacerme una pregunta muy importante: ¿oficiaría yo su boda? Me encantó convertirme en un ministro ordenado en línea y casar a Morgan con su prometido Trent, incluso en una ceremonia mucho más pequeña de lo que habían planeado, para respetar las normas de distanciamiento social. La preparación de la boda, la lectura de la Biblia y la oración restauraron mi fe. —Derek Roth East Berlin, Pennsylvania
SOBREVIVÍ
ENFRENTARSE A UNA MUERTE SEGURA REQUIERE CORAJE, DETERMINACIÓN Y MUCHA SUERTE. ESTAS PERSONAS VIVIERON PARA CONTARLO.
ilustraciones: Kagan McLeod
SOBREVIVIR A UN ALUD DE BARRO
SHERI NIEMEGEERS, 47 AÑOS, ANALISTA DE INVERSIONES
Era fin de semana puente de mayo de 2018 y con mi pareja, Gabe Rosescu, viajábamos desde mi casa en la provincia canadiense de Saskatchewan a visitar a unos amigos que vivían en Columbia Británica. Los dos tenemos espíritu aventurero y era nuestro primer viaje juntos desde que empezáramos a salir seis meses antes.
Alrededor de las 17:30 del martes 17 de mayo nos encontrábamos a unos 18 kilómetros al oeste de Creston, atravesando una autopista trazada sobre un empinado terreno montañoso conocida como Crowsnest Highway. Yo enviaba mensajes de texto a mi familia para contarles cómo estábamos mientras disfrutaba de las vistas. No estábamos al tanto de que había habido inundaciones en la zona. Cuando levanté la mirada, vi una ola de barro y un enorme árbol que rodaba por la montaña, delante de nuestro auto, un pequeño Hyundai. Gabe intentó frenar, pero ya era tarde.
Gritamos aterrados. El alud arrastró el auto a toda velocidad unos 300 metros hacia un acantilado rocoso y aterrizamos de lado entre unos árboles.
No se cuánto tiempo estuvimos inconscientes, pero me desperté al oír quejarse a Gabe. Estaba desplomado sobre el volante y había sangre por todos lados. Desde mi ventana del asiento del copiloto veía una caída empinada. Cada vez que me movía, un dolor insoportable me inundaba el pecho. Me había fracturado el esternón y mi tobillo derecho estaba destrozado y prácticamente girado. Gabe se había
fracturado el hueso orbital, los huesos de las mejillas y de la nariz. Partes de su cráneo se habían aplastado y había sufrido daños en la vista. Pero el cuerpo humano es increíblemente sorprendente y de algún modo logramos arrastrarnos y salir de allí.
Estado del auto tras el alud.
Estaba tan concentrada en sobrevivir que no registré el estado del auto ni dónde estábamos. No teníamos cobertura en el celular, y lo único que se nos ocurrió fue pedir ayuda a gritos. Pero me dolía demasiado el pecho hasta para respirar. Gabe comenzó a gritar con todas sus fuerzas.
Unos minutos después, escuchamos que alguien nos respondía. Cuatro hombres que pasaban por allí nos habían visto y avanzaban dificultosamente con el barro hasta el pecho para rescatarnos. Yo no podía caminar y tuvieron que turnarse para llevarme cuesta arriba por el acantilado y ayudar a Gabe, que estaba en shock y perdía la conciencia y, honestamente, pensé que no sobreviviría. Cuando los médicos de urgencias finalmente llegaron, nos permitieron despedirnos con un beso desde las camillas antes de trasladarnos en ambulancias separadas. Pensé que no volvería a ver a mi novio.
Me llevaron al hospital más cercano, y Gabe fue trasladado en avioneta a un hospital en Kelowna. Durante todo el trayecto trabajaron para mantenerlo despierto. Yo estuve ingresada una semana y media, pero Gabe estuvo en el hospital seis semanas. El cirujano reconectó la arteria principal en mi pie y fue necesario abrir el cuero cabelludo de Gabe en tres zonas para colocar todo. A pesar de las intervenciones quirúrgicas yo renguearé el resto de mi vida y Gabe ha perdido la visión de su ojo izquierdo de forma permanente.
Antes de que todo esto sucediera, éramos personas despreocupadas y alegres. Ahora somos aún más positivos. Vemos todo de un modo diferente. A pesar de todo el daño que experimentamos, nos sentimos agradecidos de seguir viviendo una buena vida. La experiencia también nos unió como pareja. Aún hacemos este tipo de viajes. Un año después del accidente, volvimos a Crowsnest Highway y mandamos al diablo a aquel alud.
Relato recogido por Emily Landau.
SOBREVIVIR A ARENAS MOVEDIZAS
RYAN OSMUN, 34 AÑOS, FOTÓGRAFO
El Metro es un sendero del Parque Nacional Zion, en el estado de Utah, Estados Unidos, así llamado por su emblemático cañón con forma de túnel. El 16 de febrero de 2019, Ryan Osmun y su novia, Jessika McNeill, ambos de Arizona, decidieron visitarlo. El Servicio de Parques Nacionales describe el recorrido como “agotador” y advierte que requiere “búsqueda de caminos, cruce de arroyos y escalada de montañas”. En ningún momento mencionan arenas movedizas.
Era un día soleado cuando salimos del comienzo del sendero a las ocho de la mañana. A mitad de la caminata de 16 kilómetros, después de haber trepado montañas y atravesado arroyos, nos sorprendió una ligera nevada. Poco después entramos en Metro, que nos esperaba con sus imponentes muros
Jessika McNeill y Ryan Osmun antes de quedar atrapados en arenas movedizas.
ondulantes de color óxido. Justo en medio del camino había un pequeño estanque. El sendero continuaba por el otro lado y, como parecía poco profundo, comenzamos a avanzar a través del agua. Jessika caminaba delante.
A unos 1,5 metros de la orilla, uno de sus pies se quedó enterrado en el fondo arenoso. Luego cayó hacia adelante y ambas piernas comenzaron a hundirse. Me acerqué, la sujeté por las axilas y logré sacarla del fango. Con dificultad Jessika consiguió volver a la orilla. Pero ahora era yo quien se hundía. El barro me llegaba hasta el muslo derecho y pantorrilla izquierda. Logré liberar mi pierna izquierda, pero no podía mover la derecha. Jess me pasó un palo largo que habíamos recogido durante la caminata; lo clavé al lado de mi pierna e intenté balancearme y tirar para sacar la pierna. Nada.
Jessika comenzó a sacar arena con ambas manos, pero el espacio volvía a llenarse mucho más rápido. Le pedí que parara, ya que estaba desperdiciando su energía y yo no salía de la arena movediza. El único punto con cobertura del celular era al comienzo del sendero, a cinco horas de distancia tras superar un terreno complicado. Le dije a Jessika que debía volver y pedir ayuda. Estaba asustada, ella únicamente había practicado senderismo conmigo y le inquietaba hacer sola un recorrido tan complejo. Pero no teníamos otra opción.
Treinta minutos después de su partida, comenzó a nevar intensamente. Subí el cierre de mi cazadora y acurruqué mi cabeza dentro. En algún momento cabeceé. No sé cuánto tiempo dormí, pero me desperté al sentir que me caía hacia atrás dentro del estanque y me hundía en la arena. Inmediatamente clavé el palo en la tierra seca y me empujé hacia arriba. Estaba agotado. Si volvía a caerme ya no podría salir. Habían pasado aproximadamente cinco horas desde que Jess se había ido y estaba oscureciendo.
Unas horas más tarde vi una luz a través de mi abrigo. Rogaba que fuera un helicóptero, pero era solo la luz de la luna que brillaba sobre las paredes del cañón. En ese punto, estaba completamente empapado y sabía que no sobreviviría. Comencé a pensar qué hacer para morir más rápido. Pero no quería ahogarme si volvía a caerme.
NO PODÍA CAMINAR NI SENTIR LA PIERNA. TENDRÍAMOS QUE PASAR LA NOCHE ALLÍ.
Esa sería la peor forma de morir.
Una hora más tarde, sentí el resplandor de otra luz. ¡Una linterna! Grité para pedir ayuda. Un hombre respondió a mi llamada y corrió hacia mí. Se llamaba Tim y dijo que Jessika había logrado dar aviso a los socorristas. Él había subido primero y el resto llegarían en una hora.
Cuando llegaron los otros tres hombres, montaron un sistema de poleas para levantarme. Dos de los socorristas me sujetaron por las axilas mientras Tim colocaba una correa alrededor de mi rodilla. Ataron otra correa a una roca para que funcionara como sostén. Un cuarto socorrista manejaba la polea. Con cada tirón sentía como si estuvieran arrancándome la pierna. Tim metió las manos en la arena, logró sujetar mi tobillo y comenzó a tirar hacia arriba. Yo estaba agonizando, pero ahora sentía que la pierna se movía. “¡Vamos! ¡Sigue intentándolo!", grité.
Después de tres tirones consiguieron liberarme la pierna. Me arrastraron a un lateral del cañón porque no podía caminar. No sentía la pierna.
Estaba demasiado oscuro y nevaba demasiado para que un helicóptero pudiera llegar allí, por lo que me metieron en una bolsa de dormir, me dieron analgésicos y allí nos quedamos a pasar la noche. Cuando me desperté a las seis de la mañana al día siguiente, la nieve cubría la bolsa y aún nevaba. Hacia el mediodía, el tiempo mejoró y el equipo de rescate pidió un helicóptero.
Mi pierna se había hinchado de arriba abajo y tenía el grosor del muslo en toda su extensión, pero cuando finalmente llegué al hospital en la ciudad cercana de George y me examinaron, las radiografías no mostraron fracturas ni lesiones. Había estado atrapado en arenas movedizas 12 horas y creí que moriría allí. Pero sobreviví.
© 2020, POR JASON DALEY. EXTRACTO DE OUTSIDE (6 DE MARZO DE 2020), OUTSIDEONLINE.COM
SOBREVIVIR A SER ENGULLIDA POR UNA BALLENA
JULIE McSORLEY, 56 AÑOS, FISIOTERAPEUTA
Vivo con mi marido, Tyrone, en California, a unos seis kilómetros de la playa. Cada ciertos años, las ballenas jorobadas llegan a la bahía y se quedan ahí unos días durante su proceso migratorio. En noviembre de 2020, las ballenas estaban de visita, así que decidimos pasear en nuestro kayak y disfrutar de la naturaleza. Remamos a lo largo del embarcadero hasta ver una inmensa cantidad de focas y delfines y unas veinte ballenas comiendo pececitos de plata. Era increíble: salían a la superficie y empapaban todo con el
Recuadro: Liz Cottriel, izquierda, y Julie McSorley, derecha. Un observador logró captar el momento en que la ballena se traga a las mujeres.
agua que brotaba de sus espiráculos; era un espectáculo repleto de elegancia y majestuosidad. Eran gigantes, medían aproximadamente 15 metros de largo y a veces giraban sus aletas laterales y parecía como si nos saludaran.
En ese momento, mi amiga Liz Cottriel estaba de visita en casa. Nos habíamos conocido hacía 28 años, cuando ella trabajaba como recepcionista en la consulta dental de mi padre. Le pregunté si quería salir a navegar y ver las ballenas.
“Para nada”, me dijo. Le daban miedo ballenas y tiburones y le aterraba más aún que el kayak pudiera volcar. Le aseguré que la embarcación era muy estable y que podíamos volver cuando quisiera. Tras persuadirla, accedió.
A la mañana siguiente, a las 8:30, ya había unos 15 kayaks en la bahía y otras personas que hacían pádel surf. Era un día cálido para noviembre, con unos 18 C°, y optamos por cazadoras y pantalones. Durante la primera media hora no vimos nada. Luego divisé dos parejas de ballenas que nadaban hacia nosotras. Estábamos asombradas: era una sensación increíble estar tan cerca de criaturas de ese tamaño.
Cuando las ballenas vuelven a sumergirse tras subir a la superficie, dejan lo que parece una mancha de aceite en el agua. Pensé que si remábamos hasta ese punto estaríamos segu-
ras, ya que las ballenas acababan de irse. Las seguimos a distancia, o al menos lo que yo creía. Luego supe que lo recomendable es mantenerse a 90 metros de distancia, aproximadamente la extensión de una cancha de fútbol. Nosotras estábamos, probablemente, a unos 18 metros.
De repente, un banco de peces que formaban una masa compacta, lo que se conoce como bola de cebo, comen-
ESTUVE TAN CERCA DE RESULTAR HERIDA O DE MORIR QUE AHORA VALORO MUCHO MÁS LA VIDA.
zaron a saltar desde el agua hacia nuestro kayak. Su movimiento sonaba como el crujido de cristales rotos a nuestro alrededor. En ese momento supe que estábamos demasiado cerca. Estaba aterrada. Luego sentí cómo el kayak se levantaba del agua (unos dos metros, según nos enteramos más tarde) y caía hacia atrás dentro del océano. Supuse que la ballena nos arrastraría hacia abajo y nos succionaría bajo el agua.
Lo que no advertí en ese momento era que Liz y yo estábamos en la boca de la ballena. El animal había envuelto con su boca mi cuerpo, con excepción de mi brazo derecho y el remo. Liz, mientras, miraba a la mandíbula de la ballena, que parecía una enorme pared blanca. Más tarde me dijo que pensó que iba a morir. Yo no dejaba de pensar que podíamos ser succionadas por el vacío y repetía en mi cabeza: tengo que incorporarme.
Las ballenas tienen enormes bocas pero sus gargantas son diminutas. Todo aquello que no pueden tragar, lo escupen. Teníamos nuestros salvavidas puestos y en unos minutos fuimos expulsadas hacia la superfi cie, como a un metro de distancia una de la otra. Toda la odisea duró 10 segundos, pero pareció una eternidad.
Había algunas personas cerca y alguien llegó a grabarlo. Tres o cuatro personas se acercaron a nosotras, entre ellos un bombero jubilado que nos preguntó si estábamos bien y si teníamos todas nuestras extremidades.
“¡Estaban dentro de la boca de la ballena!”, nos dijo. “Pensamos que habrán muerto”. Unos días después, vi el video con atención y pude ver lo cerca que estuve de resultar herida o morir. Valoro mucho más la vida desde aquel día.
Jamás volveré a acercarme tanto a las ballenas. Quiero respetar su espacio. Ahora soy mucho más consciente del poder de la naturaleza y del océano. Y creo que hubiera muerto si ese hubiera sido mi momento. Afortunadamente, no fue así.
Esa tarde, cuando volvimos a la costa y Liz se quitó la cazadora para secarla, cinco o seis peces cayeron al suelo.
Relato recogido por Emily Landau