Holly Sunday.
Un rayo penetró a través de las cortinas para indicar a Bella que era hora de levantarse. Con esfuerzo, entreabrió los ojos y, rodando por la cama, miró el despertador. Resopló resignada por lo temprano de la hora. Si se hubiese tratado de un día no laboral, hubiese podido quedarse un par de horas más en la cama. Pero no, tenía que ser domingo. Y su padre podría perdonarla que faltase un mes al trabajo sin justificarlo, pero nunca un domingo a la iglesia. Era algo que no acababa de cuajar en sus esquemas. Su padre nunca había mostrado ser un hombre religioso, ni siquiera deísta como se definía ella cuando realmente se paraba a pensar en cuestiones realmente transcendentales. Más de una vez le había oído decir que no tenía que dar gracias a Dios por lo que tenía; él se lo había ganado con sacrificio y trabajo constante. ¡Bien! Si así lo veía él. Tal vez lo de ir toda la familia junta y sentarse en los primeros bancos para que los viesen todas las familias respetables de las altas esferas de aquella ciudad, sería otra de las estrategias que tendría para hacer saber a todos, incluidos a Jacob y a ellas, la relevancia de los Swan. O quizás, les enseñase, que si bien no importaba el espíritu religioso, la caridad hacia los más necesitados era un ejercicio de compasión. Posiblemente, Charlie nunca llegase a olvidar sus humildes orígenes y quería que, tanto su hermana y ella, tuviesen presentes su privilegiada posición. Fuese lo que fuese, sabía que no debía contradecirle, y viendo que el tiempo se le echaba encima, se incorporó en la cama, sopló para quitarse un mechón de los ojos y se maldijo por haber dejado que la pereza la venciese. Ahora era demasiado tarde para salir a correr. Tiró las sabanas de una patada y se levantó con un impulso hacia el armario para coger el primer vestido que tenía a la vista con las botas negras de caña alta. ¿Combinaría el azul con el negro? Sí, podría pasar el examen de las exigentes miradas de aquellas feligresas de alta sociedad que tenían sus ojos más encima de las jóvenes Swan que en los libros de oraciones. Al buscar en el joyero los complementos que le fuesen bien con lo elegido, encontró su alianza de compromiso. La cogió con cuidado, como si fuese algo que quemase, y, después de varios intentos de probársela, consiguió que encajase a duras penas en su dedo anular. ¿Una señal? Eso sería un buen tema de debate en los desayunos con Alice; ahora sólo pensaba que sería un detalle por su parte que Jacob viese que no despreciaba sus regalos. Daba igual que aquel anillo quedase artificial y pesado sobre su dedo. No se atrevió a quitárselo de nuevo, y se resignó a entrar en la ducha con él. Una vez lista, bajó al comedor sólo para darse cuenta de lo tarde que era. — ¡Vaya!—recalcó su hermana con cierta satisfacción, —se nos han pegado las sabanas esta mañana, ¿no? Apuesto, por la cara de pegar la oreja en la almohada que tienes en este momento, a que no has salido siquiera a correr. No te preocupes, lo he hecho por las dos.
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