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El arte africano y el Muhar Gustavo Ferrari Seigal
El arte africano y el Muhar
Gustavo Ferrari Seigal Conservador del Muhar
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Han pasado 50 años de aquella primera exposición de Arte Negro realizada en el Uruguay, y hoy, gracias a la propuesta del doctor William Rey Ashfield y de la doctora Elena O’Neill, estamos asistiendo, en parte, a su recreación desde otro tiempo y realidad. Muy probablemente tengamos en el país muchas más piezas de arte africano que las que había en aquel momento, pero han cambiado los coleccionistas y también la calidad promedio de las piezas. Creemos que aquella exposición se realizó en un tiempo dorado para este tema, cuando diversos coleccionistas, entre los que se contaban varios artistas de la órbita del Taller Torres García, buscaron y tuvieron acceso a piezas de primer orden del arte africano.
En Europa se había dado un despertar en el ámbito artístico en que las referencias africanas fueron fundamentales. Nuestros artistas no estuvieron ajenos a esta tendencia y, sobre todo, la prédica torresgarciana de volver a buscar las fuentes del arte en expresiones de las llamadas entonces “primitivas” fue un aliciente para el coleccionismo de piezas de arte anónimas, algunas de las cuales, aunque continuadoras de tradiciones estéticas depuradas y decantadas durante generaciones, brillaban con resplandor de genialidad individual, sobresaliendo por encima de las tipologías aceptadas ancestralmente.
Es así que se conformaron importantes colecciones de arte precolombino, africano y de Oceanía que permitieron, por ejemplo, que Francisco Matto creara el primer Museo de Arte Precolombino y generara
desde él exposiciones transitorias como la de arte africano que estamos rememorando ahora. El propio Matto, pese a ser la colección americana el motivo de su museo, había reunido un pequeño núcleo de piezas a las que denominaba “de arte comparativo” en el que, entre otras, contaba con importantes obras de arte africano. Esto permitía la realización de tertulias en las que se partía de poner una pieza precolombina, africana o de Oceanía junto a una de arte egipcio, sirio, griego o etrusco y... ¡a discutir entonces si las primeras no se paraban en igualdad de condiciones estéticas con las de culturas ya consagradas!
El Museo de Historia del Arte se conformó originalmente con las colecciones de calcos traídas al país durante una época en que dominaba la mirada eurocéntrica. Incluía, claro, un sector de Oriente Medio y del Lejano Oriente, que formaban también parte del bagaje cultural reconocido. Más adelante se incorporó el Sector Precolombino (con arqueología nacional) y el de Arte Colonial, sumándole así miradas a nuestro continente. Pero los aportes de otras culturas al arte verdaderamente universal tuvieron una muy tímida participación en nuestro acervo originario.
Veintidós años atrás, las manifestaciones artísticas que podríamos englobar como etnográficas (aunque este término esté cuestionado actualmente) se reducían a unas pocas réplicas de piezas esquimales que habían quedado de una muestra transitoria traída por la Embajada de Canadá (una docena) y de arte africano (un reposacabeza, una cabeza de Benín y dos máscaras), todas de yeso.
Fue en 1997 cuando empezamos a entrar —y por la puerta grande— en este otro arte de carácter tribal. En esa oportunidad, salió a subasta pública la colección del arquitecto Ernesto Leborgne, cercano también él al Taller Torres García y que ocupara la dirección del Museo Precolombino de Matto. Por iniciativa del entonces intendente, arquitecto Mariano Arana, se convocó a empresarios a colaborar en la conformación de un fondo que nos permitiera acceder a algunas piezas de esa colección. ¡Y sí que se logró! Prueba de ello es que hoy tengamos esta exposición donde siete de las diez piezas que se han podido reunir de las que estuvieron con seguridad presentes cincuenta años atrás son de este Museo. También se adquirieron en esa oportunidad una hermosa pieza de Oceanía y varias de arte precolombino —que se cuentan entre las mejores de nuestro acervo—, pero fueron las de arte africano las que hicieron un cambio definitivo en dicha conformación, dada su calidad. Con los años esto permitió ir sumando otras a través de compras di-
rectas, subastas y donaciones —pequeñas o numerosas—, como la importante donación del África central que recibimos en 2007 (Colección Halty-Montes), con más de setenta piezas. Todo ello nos permite hoy contar con una sala dedicada al arte africano y contribuir a esta exposición-homenaje en forma decisiva.
Vaya entonces nuestro reconocimiento a esta iniciativa que rescata memoria sobre aquellos pioneros en la conformación de parte del acervo patrimonial con que cuenta nuestro país y nos muestra la riqueza estética del aporte negro-africano al arte universal.