Coordinación de producción Nicolás Barriola Coordinación de contenidos William Rey Ashfield Concepción fotográfica Marcos Mendizábal Coordinación editorial Lucía Lin Departamento Comercial Martín Colombo Textos Pía Supervielle William Rey Ashfield Fotografías Eduardo Davit Celena García Carlos López Marcos Mendizábal Mapa ilustrado Josefina Jolly Corrección Maqui Dutto Diseño I+D Impresión Gráfica Mosca Producido, diseñado e impreso en Uruguay
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6 PRÓLOGO 20 INTRO CAP 1
25 EL DESEMBARCO CAP 2
129 LOS AÑOS MÁS OSCUROS CAP 3
149 CUIDAR, PRESERVAR Y QUERER 185 EPÍLOGO 190 AGRADECIMIENTOS 191 BIBLIOGRAFÍA
David Evans (segundo de izquierda a derecha) en Casa Evans.
Prólogo
De haber recorrido Conchillas durante una visita rápida, carente de información acerca de su historia, quedarían en nuestro recuerdo ciertos materiales dominantes —piedra y chapa, fundamentalmente—, algunos colores intensos —ocre y rojo oscuro, además del verde de sus campos—, variados aromas —pino, madreselva, romero y azahar—, así como los nombres ingleses en los carteles de sus calles y en las lápidas del cementerio. Son todos recuerdos abreviados pero ayudan, sin embargo, a evocar su historia, ya que en la piedra está el origen de una industria extractiva allí instalada, liderada por un ciudadano inglés, quien proveía de este material al nuevo puerto de Buenos Aires. Charles Walker consideró las viviendas de los obreros como parte del capital fijo de la empresa, y así construyó también en piedra sus paredes, levemente desaplomadas. La chapa dominante, pintada de ese rojo oscuro que perdura hasta hoy, conformó las cubiertas de las casas, ordenadas en largas tiras, que cobijaban a familias de obreros y funcionarios. En su cromatismo homogéneo buscó la unidad de imagen empresarial propia de las company towns, durante la revolución industrial y también más tarde. De Gran Bretaña vinieron varios de los trabajadores de esta industria y también otros, como David Evans, quienes apoyarían el funcionar diario de esta población aportando servicios imprescindibles como el de almacén y variados servicios y rubros conexos. Los aromas de Conchillas nos conectan con el campo y con los árboles de sus calles y plazas. Su vida apacible, incontaminada, podría ser la expresión propia de una población afectada por el detenimiento temporal, fenómeno comprobable durante largas décadas, luego del cierre de la empresa C. H. Walker & Co. Pero también está en ese tiempo detenido la razón clave que explica la permanencia —hasta hoy— de un patrimonio urbano excepcional, bastante único en nuestro contexto. Este patrimonio cultural, con especial valor arquitectónico, urbano y territorial, no contaba hasta ahora con una publicación que vinculara su pasado con la vida contemporánea; sus espacios sociales y sus manifestaciones deportivas; su dinámica turística y sus nuevos proyectos culturales. La seria investigación
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desarrollada por Pía Supervielle y el aporte de los pobladores locales —en materia de información aportada, facilitación de documentos y exposición de piezas de valor testimonial— permitieron, junto con la excelente fotografía de Marcos Mendizábal y Carlos López, publicar una obra hasta ahora inexistente, que permite divulgar y poner en valor a Conchillas como uno de nuestros importantes patrimonios culturales. William Rey Ashfield
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LA HIS DE UN 8
INTRODUCCIÓN
TORIA PUEBLO 9
Fotografía de Rosalía Borgogno de la casa fotográfica Adrian Heynen, en Conchillas.
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Fiesta anual en el Club de Bochas San MartĂn.
JĂłvenes cocinando un asado junto a su auto comprado en Casa Evans.
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CelebraciĂłn por el Premio Pueblo TurĂstico, obtenido por Conchillas en 2013.
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Primero están los datos. Y los datos —fríos, muy fáciles de olvidar— dicen que en Conchillas viven 401 personas; en Pueblo Gil, 309; en Radial Hernández, 294; en el puerto, 60, y en la zona rural, otras tantas. Los números dicen también que las coordenadas geográficas del pueblo son 34° 13' 29" de latitud sur y 58° 03' 03" de longitud oeste; que este centro poblado pertenece a la 7.a Sección Judicial de Colonia y que fue reconocido como tal en 1954; que se encuentra a 50 kilómetros de la capital del departamento, a 40 kilómetros de la ciudad de Carmelo, y que desde Radial Hernández hasta el puerto hay una distancia de 14 kilómetros. Los datos dicen pero no hablan, no cuentan, no recuerdan. Así que después están las voces —a veces disonantes, otras veces en coro— que se ocupan de narrar la historia de un pueblo que se gestó con una épica propia. El relato de Conchillas no es uno más, no es uno del montón. En su narrativa —que ya tiene más de 130 años desde aquel punto en que alguien decidió empezar a contarla— hay una empresa que sentó las bases de una compañía que fue pueblo o viceversa, una tierra rica en recursos y privilegiada en ubicación, personajes memorables, el naufragio de un barco llamado Sophia y un sobreviviente muy admirado y muy querido, cinco locomotoras con nombres en dos idiomas —Ruiz de los Llanos, Parish, Chavarría, Thorton y Gogland—, luz eléctrica en un territorio recóndito, casas que no se parecen a ningunas otras, momentos de bonanza y otros de intensas tempestades, lugares de una belleza suave y poética, tonos cobrizos y amarillos que lo tiñen todo cuando el sol se empieza a ir en las tardecitas de otoño, apellidos que se reconocen fácilmente en territorio europeo, un sentimiento de orgullo que abraza a una comunidad entera, decenas de particularidades propias de una zona que creció de espaldas al resto del país y muy conectada con dos grandes capitales: Buenos Aires y Londres. Conchillas cuenta sus mil y una memorias a través de su gente y también a través de sus muros macizos y centenarios. Entre los relatos orales, las fotografías gastadas, los documentos que fueron pasando de mano en mano, algunos tesoros familiares, Internet, los archivos que se digitalizaron y papeles que se recuperan en remates, se va hilvanando la historia. Aparecen muchas narraciones únicas, pero la mayoría de las veces hay un hilo conductor que es común y que empieza siempre igual: los ingleses llegaron para hacer el puerto de Buenos Aires. Y en esa frase, tan simple y tan concreta, está el núcleo de las primeras décadas de Conchillas. El corazón que hizo que
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el pueblo latiera con un ritmo propio durante muchos años. Hasta que, de pronto, todo cambió. La empresa C. H. Walker & Co. quebró, pero el pueblo —a veces estoico, otras un tanto menos firme— se mantuvo. Con el paso de las décadas la comunidad se unió más y más y más. Ya no estaban los ingleses —aunque en muchos casos la esencia anglosajona seguía muy presente—, ahora los vecinos dependían de su propia fuerza. La historia, el orgullo, las costumbres y los valores de un lugar tan singular como encantador hicieron que los habitantes empezaran a trabajar juntos en pro de Conchillas. Hoy, gracias a su propio empuje y a todo el movimiento que implicó la llegada de la empresa Montes del Plata, el pueblo se encuentra vivo y enérgico. Y sus habitantes, con más ganas que nunca de contar todas y cada una de esas historias que hacen que Conchillas —su patrimonio, su cultura, sus costumbres, sus memorias del pasado y sus imágenes del presente— sea único en el territorio nacional.
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Fiesta del Lapacho Rosado, en 2017.
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CAPÍTULO 1
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Moneda de Casa Evans, autorizada por el Banco Central del Uruguay.
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Calle David Evans, con el Hotel Conchillas en primer plano y en el horizonte el emprendimiento industrial de Montes del Plata.
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Al principio hay un camino —como tantos otros— de bitumen, con un marco verde a cada lado. Después aparecen algunas casas salpicadas. De tanto en tanto, un par de señas de luces de los autos en sentido contrario que dan la bienvenida. Hay, en un punto del recorrido, una pequeña iglesia pintada en tonos pastel a mano derecha, un cine cerrado con un cartel en el que se lee «Libertad» (aunque la i ya no está más), varias motos que van y otras que vienen, un gran almacén de ramos generales, algunos limoneros que crecen saludables en los jardines, la sede de Juventud Unida Fútbol Club, un cruce de caminos, un ómnibus que para y levanta a los trabajadores que lo esperan como todas las mañanas, un monte frondoso y salvaje al lado de la calle, un puñado de lomos de burro que marcan el descenso de la velocidad, dos adolescentes que patinan libres y sonrientes hasta llegar al cartel que anuncia: «Patrimonio Arquitectónico Nacional». Más adelante, aparecen cinco, siete, diez niños pequeños vestidos con túnicas cuadrillé verde; todos saludan a sus respectivas madres con un abrazo y entran corriendo a una casa de muros amarillos y techo rojo con un letrero que dice: CAIF Las Ardillitas. La zona se despierta mientras en el aire se entrecruzan los sonidos de los autos, las motos, el ir y venir de las hojas de los árboles que acompañan, las caminatas apuradas de los chiquilines que van al liceo y unos cuantos saludos de buenos días entre vecinos que se conocen desde siempre. Conchillas custodia con orgullo sus más de 130 años de vida, pero también disfruta de un presente activo y vital. Al principio, entonces, hay un camino que empieza en Radial Hernández, cuando la ruta 21 da paso a la senda de acceso, atraviesa Pueblo Gil, llega al pueblo, transita la calle David Evans y desemboca en el puerto de Conchillas. La travesía no es la misma, por supuesto, que la de fines del siglo XIX. De hecho, desde hace algunos años, con el evidente crecimiento de la zona, hay dos posibles maneras de ingresar a Conchillas. Sea cual sea el recorrido o la ruta, siempre se llega al mismo lugar, al puerto; no en vano los vecinos cuentan que allí es donde suelen encontrarse todos. Al fin y al cabo, ahí —en esas aguas del Río de la Plata, a veces mansas, otras vehementes— es donde comenzó todo.
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Puente de la ArmonĂa. Recibe el nombre de la fiesta homĂłnima realizada para celebrar el fin de la guerra.
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Plaza 25 de Agosto.
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Vieja usina elĂŠctrica y talleres de la Thomas H. Walker & Co.
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Protección de juego en cuero, perteneciente al Uruguayo F. C.
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Trofeo obtenido por el Uruguayo F. C.
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Cuadro del Uruguayo F. C., 1918. El abanderado es Henry Pepperall, ingeniero britånico constructor del Hotel Conchillas y presidente honorario del club. En la foto se celebra la entrega de medallas.
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Trofeo obtenido por el Central de Labradores F. C.
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Trofeo obtenido por el Central de Labradores F. C.
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AnĂbal Cabrera y JosĂŠ Mederos con la bandera de su club.
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Molino de la C. H. Walker & Co.
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El desembarco de los ingleses El aniversario de Conchillas está marcado por el día en que un señor llamado [Guillermo] Cottington vino en un barco, clavó una bandera y dijo «Acá hay piedra y acá hay arena». Fermín Capandeguy1
La distancia entre el puerto de Conchillas y el puerto de Buenos Aires es de aproximadamente 50 kilómetros. La cercanía y la practicidad fueron, entonces, dos de los pilares sobre los que se edificó la relación entre la capital argentina y ese escueto pedazo de tierra en el suelo uruguayo. En el medio hubo un nombre de una empresa en inglés —C. H. Walker & Co.— y dos materiales esenciales para la construcción —piedra y arena. Era mediados del siglo XIX y en Buenos Aires se necesitaba un puerto óptimo donde las embarcaciones pudieran realizar operaciones de carga y descarga, embarque y desembarque; se necesitaba urgentemente que ese nuevo lugar estuviera a la altura de una capital de sus características. Uno de los que presentaron un proyecto para el futuro puerto fue Eduardo Madero, comerciante y empresario. Era 1861. Recién casi veinte años después y tras tres propuestas rechazadas, cuando asumió la presidencia Julio Argentino Roca (18801886), la cuarta opción de Madero fue aprobada. El tiempo demostraría que la decisión fue un error, pues este proyecto quedó obsoleto y hubo que ampliarlo. El responsable del Puerto Nuevo fue el ingeniero Luis Huergo, que también había estado pujando por que fuera su diseño el que se aprobara en primera instancia. En una nota del diario argentino La Nación de julio de 2005 se retrata el acontecimiento de la siguiente manera: Tras apenas cuatro sesiones, el 23 de octubre de 1882 el Congreso aprobó por ley la ejecución de la obra propuesta por Madero, a un costo de 3,5 millones de libras esterlinas. Pese a que al año siguiente una comisión opinó que esas condiciones económicas eran inaceptables, en 1884 el gobierno firmó el contrato con la empresa de Madero. Los planos fueron aprobados en 1886.
1 Nieto de Francisco Héctor, socio de la firma Capandeguy & Urrutia que adquirió casi todos los bienes de la empresa Walker & Cía. en 1950.
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En su libro Historia del puerto de Buenos Aires (1955), Guillermo Madero explica que los planos del proyecto estaban «bajo la dirección técnica» del ingeniero civil británico John Hawkshaw y tenían el apoyo financiero de la casa londinense Baring Brothers. En la construcción del puerto apareció otra figura de la isla europea: la firma británica C. H. Walker & Co. La empresa estaba trabajando en obras en Brasil y Panamá y venía con un gran expertise en construcción de puertos en el Reino Unido. Al ganar la licitación para levantar el nuevo puerto de Buenos Aires, Charles Hay Walker —propietario de la firma homónima— entendió que era necesario encontrar una manera más sencilla de conseguir el volumen de arena y piedra necesario para las dimensiones de la obra. En Argentina las canteras más cercanas estaban a cientos de kilómetros del futuro puerto. Así fue que, de pronto, la luz apareció del otro lado del río. En un lugar que hasta ese entonces no tenía nombre. Lo que sí tenía era los materiales necesarios. Había arena. Había piedra. La narración, en este caso, tiene algunas versiones distintas. Una de ellas es la que está consignada en una investigación de la Facultad de Humanidades de 2011 llamada Estudio arqueológico y cultural del proyecto de construcción de una fábrica de celulosa y planta de energía eléctrica. En el capítulo dedicado a la historia de Conchillas, Laura Brum y Antonio Lezama —sus compiladores— describen el desembarco de Walker en Uruguay en las siguientes líneas: La empresa mencionada se enteró de que había un inversor que tenía una cantera muy cerca del lugar, al borde de un arroyo del otro lado del río. Su nombre era Mr. Hill,2 oriundo de la zona, que fue jefe político y en el ejército uruguayo tuvo grado de coronel. Ejecutivos de los intereses británicos en Uruguay pidieron informes, y descubrieron que en Colonia del Sacramento existían yacimientos y canteras de piedra, las cuales fueron exploradas para corroborar si realmente servían para dicho objetivo. Se arrendaron en un principio tres mil cuadras que se encontraban ubicadas en la orilla izquierda del arroyo San Francisco (actual Conchillas), y contaba con canteras y médanos.
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N. de r.: Conocido por su nombre traducido al español como Sr. Luis Gil.
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Por su parte, el Instituto Uruguayo de Numismática establece, en su boletín de 2015, que fue el propio Charles Hay Walker quien cruzó en 1885 para corroborar que en esta zona de la República Oriental del Uruguay hubiera el tipo de material necesario para la construcción. La publicación explica la llegada del empresario al territorio uruguayo así: [Walker] Conversó con Gustav Lahusen,3 quien le confirmó la calidad de las rocas de toda la zona. Walker después trató con Luis Gil, recorrió las canteras y ratificó que la riqueza rocosa se extendía por estos campos. Poco después, el 7 de junio de 1885, le arrendó al sur del casco de la estancia, donde Luis Gil ya había abierto canteras. […] Acordó condiciones con Luis Gil, actuando en representación del mismo su hijo y administrador Mario Gil, estableciéndose un primer convenio por el cual la empresa arrendó 700 cuadras, comprometiéndose asimismo a construir 300 metros de muelle, vías férreas que unieran las canteras con el puerto, edificios para oficinas y talleres y un número suficiente de viviendas, atento a que los obreros y empleados residirían dentro de los campos de la empresa.
Obras en Puerto Madero (Buenos Aires) con piedras, cal y arena del Uruguay.
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N. de r.: Un alemán dueño de muchas tierras uruguayas.
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Haya venido o no Walker en primera instancia a Uruguay, hay una figura que estará vinculada por siempre y para siempre a la fundación de Conchillas. Su nombre en inglés es William G. Cottington. En el pueblo muchos le dicen todavía Guillermo.
Autoridades departamentales, de Montes del Plata e instituciones locales en el festejo de los 130 años de Conchillas.
Cottington fue —y en esto los testimonios orales sí parecen estar de acuerdo— el responsable de preparar el terreno para las futuras extracciones de los materiales necesarios para el puerto de Buenos Aires y para la llegada de los ingleses y los extranjeros que trabajarían en las canteras. La fecha fundacional del pueblo —24 de octubre de 1887— es para muchos la fecha de la llegada del primer inglés al territorio. Así es que todos los 24 de octubre en Conchillas hay fiesta.
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Página opuesta: fotografías varias del Central Labradores F. C.
Campeón de veteranos, abril de 1972.
Dr. Muchada.
Maestra y alumnos de la escuela de Conchillas.
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Casa Evans.
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Conchillas, el nombre Me acuerdo del ruido que hacían las conchillas cuando caminaba sobre ellas. Ese ruido era divino. Era como el de las hojas caídas en otoño. Leticia Repetto4 De los datos históricos que hay se desprende que la primera vez que se dice la palabra Conchillas es cuando Liniers desembarca acá. A partir de ahí se genera la historia. Raúl Machado5
En todas las historias siempre hay un antes. Y aquí también hubo un antes del celebrado desembarco de los ingleses. Varios de los habitantes de Conchillas se ocupan de resaltarlo. Pero si encontrar archivos y materiales bibliográficos de la memoria de Conchillas en la era de los Walker es complejo, bucear en los sucesos previos es casi utópico.
Lumaquela: roca sedimentaria detrítica calcárea formada por fósiles de conchillas.
En la región aparecen primero los jesuitas, a mediados del siglo XVIII, y la fundación de una estancia que llevaba el mismo nombre que el arroyo: de las Vacas. Aunque también se la llamaba Estancia Belén o Estancia de la Calera Nueva y, según algunos archivos, Estancia del Rey. El predio enorme, de más de 200 kilómetros, llegaba hasta lo que aún no había sido nombrado como Conchillas. Según lo establece Hugo Dupré en su libro de 1994 Historia del departamento de Colonia, luego de la expulsión de la Compañía de Jesús de América, entre los años 1767 y 1768, la hacienda quedó en manos del gobierno de Buenos Aires y se instaló allí Juan de San Martín. Unas décadas más tarde la propiedad se subdividió con la aplicación del plan artiguista del Reglamento de Tierras. Entonces la estancia fue repartida entre más de 40 beneficiarios. El lugar, tiempo después, pasó a ser conocido como Calera de las Huérfanas y en 1938 fue declarado Monumento Histórico Nacional. Hoy, la Calera de las Huérfanas es una de las paradas obligadas para los turistas que recorren la ruta 21.
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Docente de Literatura en el liceo de Conchillas.
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Escribano; trabajó en Conchillas desde la década de 1980 hasta el 2010.
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La otra referencia que está siempre presente en la historia del puerto de Conchillas es la de Santiago Liniers. En las conclusiones del Estudio de impacto arqueológico y cultural del proyecto de construcción de una fábrica de celulosa y planta de energía eléctrica se establece lo siguiente: También se sabe que las proximidades del actual puerto fueron aprovechadas por Santiago Liniers para embarcar tropas durante las invasiones inglesas, en 1807. Desde entonces quedó en la zona el topónimo «cruce Liniers» para señalar la ruta fluvial desde allí a Buenos Aires.
Pese a la falta de certezas sobre qué era lo que sucedía exactamente en el territorio de Conchillas antes de que llegaran los ingleses, hay algo que sí se sabe: la conchilla siempre estuvo allí. En el capítulo 5 de la investigación de Brum y Lezama se lo explica así: Las primeras menciones del uso del área costera para explotación de conchilla a escala comercial se refieren a la estancia jesuita de Belén (1746) desde donde se explotaba conchilla para ser quemada y transformada en cal (Vadell, 1948). Posteriormente, es posible que se haya seguido utilizando la arena y la conchilla del área por particulares, pero no se ubicaron datos acerca de explotaciones de mayor envergadura. Según la tradición oral, para la segunda mitad del siglo XIX, ya casi sobre la llegada de los Walker en 1887, cuando Pereira era propietario6 de la zona, habría habido un muelle de madera donde se cargaba, en barcos pequeños, arena traída por carros tirados por caballos, entre la Punta Pereira y la Punta Negra. No hay datos sobre hacia dónde era enviada la arena ni sobre quién hacía la explotación.
El libro de Dupré narra que cuando la empresa C. H. Walker & Co. empezó la extracción de arena de los médanos se encontró con yacimientos de conchillas. «Riqueza que de hecho originó el uso del nombre Conchillas para la zona, cuando se intensifica el aprovechamiento de médanos y canteras y se ve hasta qué considerable distancia del río por debajo de las primeras capas de arena proseguían las formaciones calcáreas, espontáneamente se afirma aquel nombre, haciéndose extensivo al pueblo», escribe Dupré.
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N. de r.: El otro propietario era Luis Gil.
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Vieja cantera de piedra.
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AlcancĂa de promociĂłn del ahorro infantil. Caja Popular de Conchillas.
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Primero llegó el orden y después vino el progreso La historia de Conchillas es muy llamativa con respecto al resto del país. Todo lo de la empresa, el manejo de los Walker de la vivienda, la salud... Conchillas fue uno de los primeros lugares en Uruguay donde se pagaba una cuota para la atención de la salud. Durante años la empresa pintaba las casas, cortaba el pasto de los jardines. Por eso siempre la gente mayor pensó que así era como tenía que ser. Adriana Alonso7
William Cottington suele ser nombrado como el primer inglés que se instaló en la zona. Fue él el responsable de poner en marcha un sistema que combinara la producción con la vida cotidiana. Había que pensar cómo hacer funcionar su modelo de company town (el diccionario de Cambridge define este concepto como «la ciudad o pueblo donde la mayoría de los trabajadores son empleados por una misma organización»); había que decidir cómo construir un pueblo alrededor de las canteras que proveerían de piedra y arena al futuro puerto de Buenos Aires. Dentro de las alrededor de 4.000 hectáreas propiedad de C. H. Walker & Co. se construyeron viviendas, un nuevo muelle, vías de tren, edificios que sirvieran para la industrialización de la zona; también se edificaron un templo evangélico, una escuela y hasta se delimitó un lugar de acceso con una portera que marcaba dónde comenzaba la jurisdicción de la empresa. Conclusión: se montó todo un sistema muy bien aceitado para que el pueblo que empezaba a nacer funcionara como un preciso reloj. De pronto, los antiguos pobladores —esos que se empezaron a acercar desde distintos lugares del departamento de Colonia— se mezclaron con los extranjeros que llegaban con la promesa de que allí, en el país austral, se necesitaba mano de obra calificada. El contrato era por 15 años; 15 años era, también, el plazo que la empresa C. H. Walker & Co. manejaba para finalizar la construcción del puerto. Así desembarcaron en un país llamado Uruguay españoles, italianos, búlgaros, yugoslavos, polacos, rumanos, entre
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Integrante de la Comisión de Amigos de Conchillas.
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otros. Todos llegaban directamente a trabajar, sobre todo, en las canteras que funcionaban por aquel entonces. Consigna el estudio de Brum y Lezama: Con respecto a las especializaciones y los oficios, recogemos testimonios sobre las actividades de barrenistas, picapedreros, patarristas, foguines, marronistas, desgalladores, paleros, aguateros, que trabajaban en canteras y areneras, así como guincheros, herreros, maquinistas, enganchadores, engrasadores y fogoneros, carpinteros, torneros, entre otros, además de peones y aprendices.
Según se ha transmitido oralmente de generación en generación, y lo cuenta E. Luis García Díaz en su libro Conchillas. Memorias de un médico rural (Trilce, 2011), las canteras de piedra eran cinco; cuatro estaban ubicadas muy cerca del pueblo y la número 5, que tenía las mejores rocas, se encontraba a unos kilómetros al sureste del pueblo, donde tiempo después se situó la Estancia Conchillas. También estaban los arenales. Según García Díaz, «se extendían desde el arroyo San Francisco hasta el este, próximos al Río de la Plata». En sus inicios, la company town se fue gestando de manera ágil, pero en el trayecto Cottington se encontró con algunos inconvenientes sanitarios. Así lo detalla un artículo de la revista Arquitectura de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, en un número dedicado a estudiar de qué manera las industrias de capital británico que se instalaron en el país influyeron en la arquitectura de determinadas ciudades o poblaciones. Conchillas, entonces, fue única en determinadas características, pero hay algunos patrones que también se repitieron en territorios como el barrio Peñarol en Montevideo, la localidad de Aguas Corrientes en Canelones y la ciudad de Fray Bentos en Río Negro, donde funcionaba el frigorífico Anglo. Según los arquitectos S. Antola, A. de Betolaza, C. Ponte y W. Rey —responsables del artículo—, la compañía C. H. Walker & Co. se instaló cerca de donde estaba ubicada la materia prima, y las primeras casas fueron ranchos de barro desperdigados por el territorio. Una epidemia de difteria desatada en 1890, que cobra muchas vidas, hace que los ingleses tomen conciencia de los problemas sanitarios que los rancheríos ocasionan, y la empresa comienza en ese momento una labor planificadora edilicia, sanitaria y educadora que acompañará todo el proceso. Entonces se crean dos centros poblados ahora sí perfectamente ordenados, orden que permite controlar todo el espacio del obrero, y por lo tanto todos su tiempo, asegurando de este modo el dominio total sobre su fuerza de trabajo: el poblado junto al puerto y el poblado junto a las canteras.
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Locomotora tanque marca Manning Wardle, usualmente utilizada para distancias cortas.
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Antigua vagoneta para traslado de piedra desde la cantera al puerto.
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Muelle de la Thomas H. Walker & Co. en Puerto Conchillas, en pleno auge productivo.
Embarcaciรณn a vela para traslado de arena.
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Uruguayo F. C. El niño en la foto es David Evans (Davicito), sobrino nieto de don David Evans.
Comisario del pueblo (derecha) con personaje de época.
Aguateros con la llamada «pipa de agua».
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Auto marca Case que usaba el padre de don Thomas H. Walker.
Uruguayo F. C., mediados del siglo XX.
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La publicación de 1994 detalla el proceso fundacional de Conchillas así: Los ingleses actuaron con la rapidez y eficacia de quien posee una vasta experiencia en este tipo de actividades, efectuaron importantes inversiones financieras y siguieron con disciplina un orden lógico de actuación. En un lugar agreste, casi sin preexistencias humanas, transformaron radicalmente el paisaje eliminando accidentes topográficos.
Así es como nace un pueblo con una estructura muy peculiar, donde la simetría fue (y aún sigue siendo) un valor fundamental. Este esquema también se reprodujo en el sector del puerto, pues allí también debía instalarse otra parte del personal de la empresa. En Conchillas se construyó una calle principal que termina en el muelle del río. Sobre el lado este de la calzada se elevaron los barracones donde habitaban los obreros, a los que se les alquilaba el espacio por precios muy módicos. Al principio se situaron tres
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hileras de edificaciones de cada lado de la plaza. Del otro lado, en la zona oeste, aparecieron las construcciones vinculadas a los servicios. Lo que empezó sin mucha planificación se convirtió, rápidamente, en un sistema complejo que jamás perdió el orden. Las barracas —compuestas por nueve bloques en el pueblo y cuatro más en el puerto— se construyeron de una manera sencilla, geométrica y homogénea, pero con materiales lo suficientemente fuertes como para que perduraran. El objetivo inicial era que se mantuvieran sólidas durante los 15 años que duraba el contrato de los ingleses con Madero. La historia demostraría que estas edificaciones estaban diseñadas para durar más de un siglo. La construcción constaba de paredes de piedra mezclada con barro, paja y estiércol que se ensanchaban en los cimientos (más de un metro de espesor) y se iban afinando en la altura, pisos de tierra y techos a dos aguas hechos con chapa de zinc traída de Inglaterra y madera que llegaba desde Paraguay. El exterior estaba pintado
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de amarillo con cal y los techos eran rojos. Para que siempre se mantuvieran iguales, una vez al año la compañía se encargaba de pintar todo. Lo mismo se hacía con el mantenimiento de los jardines delanteros. Los ingleses resolvieron realizar este tipo de construcción tan particular pues, por el tipo de suelo de piedra de Conchillas, era muy difícil hacer cimientos más profundos. Al principio estos edificios no tenían paredes divisorias; más adelante se dividieron en cuartos uno al lado del otro y, finalmente, se convirtieron en casas individuales con tres habitaciones cada una y dos construcciones anexas donde estaban la cocina y la letrina. Estos espacios se compartían cada dos viviendas; solo las de las puntas de los bloques tenían su cocina individual. Según cuenta Adriana Sosa, guía de turismo e integrante de la Comisión de Amigos de Conchillas, la diferencia del vínculo (y, por ende, su jerarquía en la zona) que los habitantes de estas casas tenían con los ingleses está marcada por la división de los vidrios de las ventanas. Si la división era de seis, los habitantes tenían una cercanía mayor con los responsables de la compañía; si la división era de cuatro, probablemente eran obreros y estaban muy alejados de ellos. William Cottington, por ejemplo, vivió durante unos años en una de esas casas; seguramente las ventanas de su hogar tenían seis divisiones. Si se compara la imagen del territorio a fines del siglo XIX con cómo luce ahora, en la segunda década del siglo XXI, se observa que las líneas se mantienen prácticamente iguales. Los ingleses dejaron marcada hasta en la tierra su manera de organizar, de trabajar, de vivir, de ser. Conchillas es un pueblo lleno de particularidades. Una de ellas es la simetría de sus manzanas, pero si se observa con un poco más de detenimiento aparecen los patios de atrás de las casas, esa hilera que recorre el pueblo con un objetivo muy práctico. Allí, donde no se ve, están las llamadas calles de servicio, pensadas para la recolección de residuos de las letrinas. Todas las noches, cuando todos dormían, un funcionario de la empresa (conocido comúnmente como el Nochero) pasaba por cada casa a recoger el balde de hierro de 20 kilos con los residuos generados durante el día. Todos los desechos iban a parar a un vagón tanque que, finalmente, los depositaba en el río. C. H. Walker & Co. dio vida, de esta manera, a un sistema muy original de saneamiento en un territorio en el que era muy complejo hacer excavaciones y, por ende, pozos negros.
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Relata el texto de la revista de la Sociedad de Arquitectos: Las preocupaciones higienistas son claramente legibles no solo en la implementación de un sistema de evacuación tan pragmático, sino en la propia orientación de los edificios que no se oponen a los vientos dominantes, en la desinfección sistémica de cada vivienda una vez al año por parte de la empresa, y en la apertura de pozos para abastecer de agua potable a toda la población.
Rivera Joaquín Pepe Raffo, nieto del histórico telegrafista de Conchillas, se acuerda de las peripecias que debía hacer cuando era niño para llevar agua a la casa. Teníamos agua del arroyo que la podíamos usar para lavar pero no para tomar. La que era potable la teníamos que ir a buscar en baldes o damajuanas. Eran baldes de yerba, muy pesados, perdíamos mucha agua en el camino y se nos lastimaban las piernas. Había que pasar por la vía y a veces como había una vagoneta que se usaba para arreglar los rieles nos subíamos así caminábamos menos.
Una vez resuelto el problema de la vivienda y de la higiene, los responsables de la empresa C. H. Walker & Co. hicieron foco en el objetivo primordial de su estadía en el sur: transportar arena y transportar piedra. En el estudio arqueológico se retrata toda esta época de la siguiente manera: Luego de haberse instalado la empresa Walker, las actividades comienzan a través del envío de arena a Buenos Aires desde el antiguo puerto Punta Pereira, puerto que será abandonado iniciándose la construcción de un nuevo muelle de 300 metros, que contaría con varadero para reparar las averías de los barcos. Con la construcción del nuevo muelle, sumado a la instalación de las vías férreas que permitían el traslado de los vagones cargados de una cantera a otra, la instalación del molino de piedra, la edificación de los galpones y talleres donde se trabajaba, y la construcción del obraje, se va dando forma y vida al pueblo, posibilitando el control del conjunto desde un sistema empresarial.
El inicio de la jornada laboral en Conchillas —pueblo y puerto— comenzaba a las siete de la mañana y finalizaba a las cinco de la tarde. Se trabajaba, como se suele decir, de sol a sol. En el medio del día se hacía un alto para descansar y almorzar. La pausa estaba marcada por un pitido que sonaba a las 11 de la mañana y se repetía a las cinco de la tarde para anunciar que la rutina había terminado.
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Las tareas en las canteras eran repetitivas, metódicas y pesadas. Por la dureza de las rocas, primero se debían quebrar con dinamita. La explosión se producía dos veces al día, 15 minutos después de que los obreros se habían retirado. Estos más tarde —con herramientas que podían llegar a pesar 10 kilos— reducían la roca (de ahí que se los conociera por el nombre picapedreros) para que luego pasara al molino donde se trituraba, se fabricaran los adoquines o grandes bloques de piedra, se almacenaran y, finalmente, se cargaran en los vagones. Los vagones (se dice que llegaron a ser 100) ubicados detrás de las nueve locomotoras empezaban un trayecto sistemático: partían de las canteras, bordeaban el río San Francisco (uno de los límites de Conchillas), traspasaban el pueblo hasta finalmente desembocar en el puerto, para terminar embarcados rumbo a su destino en Buenos Aires. Se dice que la vía férrea de Conchillas tenía una extensión de 20 kilómetros.
Antigua filial de Casa Evans en Pueblo Gil.
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Pero Conchillas no se desarrolló solo. A poquísimos kilómetros también comenzó a crecer Pueblo Gil. Se dice que todos aquellos pobladores que no entraban en los cánones establecidos por los ingleses debían marcharse de Conchillas. El estilo de vida de la época, evidentemente, estaba marcado por las pautas de buena conducta de la empresa. Así lo cuenta Raúl Titi Repetto —91 años, oriundo de Conchillas, nieto del responsable de la fonda Casa Repetto—: Si a los ingleses no les gustaba la persona, marchaba. Si el comisario no le gustaba al inglés, no le daba casa para vivir en Conchillas. Eran rígidos y estrictos. Por eso mucha gente se iba a vivir a Pueblo Gil. Al inglés, si algo no le gustaba, te echaba.
Casas de Pueblo Gil.
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Alberto Zabkar con rĂŠplica del cartel original de Casa Evans.
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Recibo de Casa Evans.
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Don David Evans, patrono del lugar De niños íbamos a la Casa Evans y comprábamos un vintén de caramelos y un vintén de masa. Entrabas, estaba el mostrador, después estaba la oficina de uno de los administradores, después estaba la oficina de don David. En el sótano estaban los quesos, los vinos. Después estaba la tienda de ropa y también las alhajas. Más allá, la talabartería y el depósito de la zapatería. Había monturas, recados; ahí se elegía lo que se quería. Al final había una oficinita donde uno pagaba. Celestino Fernández8 La Casa Evans le daba a todos los productores rurales la oportunidad de poder sacar lo que producían a un centro de consumo masivo. Lo traían a Conchillas y Casa Evans se encargaba de distribuirlo a Buenos Aires, Montevideo u otros lados. Pedro Repetto9 Evans era muy humano. Antes de fallecer, mi papá nos pidió a todos los hijos que visitáramos la tumba de Evans y cada vez que fuéramos le lleváramos una flor. Él siempre lo hacía; estaba muy agradecido de todo lo que Evans había hecho por él. Jorge Domínguez10
La carta se puede encontrar en la página web de la Junta Departamental de Colonia. Tiene fecha del 9 de febrero de 1987 y está dirigida a don Mario Peirano, un escribano del gobierno departamental. El escrito —firmado por el entonces presidente y secretario de la Junta— tenía como objetivo establecer y fundamentar los nombres para designar las calles innominadas del pueblo. El primer nombre que aparece en el texto es el de David Evans y se lo define de la siguiente manera: Único náufrago de una embarcación que se accidentó frente a las costas de Conchillas, era cocinero, comenzó con un pequeño comercio y en época de apogeo de Conchillas su comercio —donde, actualmente, existe el edificio ocupado por la Cooperativa— fue conocido internacionalmente, tenía su propia moneda y exportaba
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Carpintero. Vive en Conchillas desde siempre.
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Expresidente de la Sociedad de Fomento de Conchillas.
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Vive en la zona del puerto; su padre trabajó para la compañía.
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Thomas Ronald, Paul Thomas y Mary Rose Evans con sus familias, hijos de Thomas Evans Acosta y nietos de Edgar Evans —sobrino de Don David Evans— y María Elena Acosta.
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e importaba directamente de Inglaterra. Además de ser muy buen comerciante ayudó a los agricultores como a sus empleados y vecinos. Muy recordado por todos por su generosidad y sus fiestas navideñas.
En 1987 Conchillas cumplió su primer siglo de vida y sus habitantes decidieron que era un momento propicio para nombrar a algunas de sus calles más transitadas que, hasta ese momento, llevaban por nombre algunas letras del abecedario, K, T, U y poco más. Así que los integrantes de la Junta Local elaboraron una lista de personajes emblemáticos de la historia del pueblo y se invitó a los habitantes a que eligieran y decidieran, como cuando se opta por el mejor candidato a presidente. El que obtuviera más votos, como en toda democracia saludable, se quedaría con la avenida principal, que es la calle que atraviesa el poblado y que también une la radial con el puerto. El ganador absoluto resultó David Evans, con más de 200 votos. Después aparecieron Juan C. Muchada, médico y filántropo de la zona; 24 de Octubre, la fecha de fundación del pueblo; Thomas Walker, uno de los hijos de Charles Hay Walker y el que estuvo más cerca de los habitantes pues vivía allí; Dr. Kyle, también médico de Conchillas en los primeros tiempos de los ingleses; Héctor Capandeguy, socio de la firma Capandeguy & Urrutia, que compró las tierras de los ingleses cuando la compañía se fue de Uruguay, y Los Inmigrantes, en homenaje a todos los extranjeros que desembarcaron para trabajar en el pueblo al poco tiempo de su fundación. La solicitud fue acordada y decretada por la Junta Departamental semanas más tarde. Desde ese entonces un fragmento importante de la memoria de Conchillas está marcado en esas rutas que se cruzan y se encuentran. Aunque buena parte de sus habitantes no conocieron a David Evans directamente, el espíritu del galés que sobrevivió al naufragio de un barco en las costas de Uruguay aparece —tarde o temprano— cada vez que alguien de la zona debe responder la pregunta de qué es lo que hace especial a Conchillas. Evans llegó al pueblo en un punto fundamental de la historia. Eran los primeros años del siglo XX, la company town ya estaba en pleno funcionamiento, los habitantes necesitaban abastecerse. Mister Evans o Mistereve (como se le decía habitualmente), entonces, se instaló en el puerto y empezó a alimentar a los empleados de la compañía. Rápidamente C. H. Walker & Co. lo incorporó a su sistema de ciudad.
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En ese entonces, en Conchillas estaban instalados dos hijos de Charles Hay Walker: Thomas y Charles. El primero siempre estuvo más vinculado a la sociedad de Conchillas, pues era el responsable de los movimientos de la empresa de exportación de piedra y arena. Charles, por su parte, estuvo al frente de la estancia Las Conchillas y se dedicó a los negocios agropecuarios. Fue Thomas, entonces, quien le ofreció a Evans encargarse del almacén de ramos generales. Tan importante era la figura del cocinero y tan imperiosa la necesidad de alimentar al pueblo (según estimaciones de la época, llegaron a trabajar más de 2.000 personas), que la compañía construyó para él un enorme edificio en el tiempo récord de un año. La obra —llevada adelante por el también galés William Lumsden— contó con el trabajo de 400 obreros, se edificó con paredes de piedra, techo de zinc y con una estética industrial típicamente británica. Entre 1910 y 1911 la Casa Evans —o Evans & Co. por su nombre en inglés— ya estaba pronta para funcionar. Fue el primer y único almacén de ramos generales de Conchillas y tuvo una sucursal en Pueblo Gil. La compañía no permitió jamás que ningún otro comercio le hiciera sombra. Román Chelo Fonte tiene 83. Casi no vivió el auge de la Casa Evans, pero su padre —que durante años trabajó en el puerto para los ingleses— sí. Fonte relata la llegada de Evans como se la contó su progenitor: Primero empezó con un mercadito. Hacía comidas al paso; la gente que trabajaba en la cantera iba y comía algo rápido. A los Walker les cayó bien y lo ayudaron a hacer el almacén de ramos generales. Yo no sé la cantidad de empleados que tenían, pero eran un montón. Solo para despachar las cosas del almacén había cinco. En la tienda de telas —en Conchillas había muchas costureras— había tres. Puede que fueran 30 personas.
En el suplemento que salió con un diario de Colonia en 1987, con motivo del centenario de Conchillas, se recuerda la casa Evans así: La gente de campaña encontraba una impresionante casa comercial, casi sin restricciones para sus necesidades, ya fuera en compras al contado, o en la libreta, mensual para los que vivían de un sueldo, hasta la cosecha para la gente de campo… No se conocía la mendicidad en las calles.
Cuando el padre de Román Fonte dejó de ser operario en el puerto, se puso a trabajar la tierra y su producción agropecuaria iba directamente a Casa Evans. «Nosotros llevábamos el surtido todo
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el año y se pagaba con la cosecha. Había una libreta de tapa colorada donde se anotaba todo y mi padre compró un tractor apuntado en esa libreta», cuenta hoy Fonte. La memoria del pueblo dice que en Casa Evans se podía adquirir de todo. Y ese de todo no es una manera simplista de englobar una variedad extensa de artículos; en el almacén de ramos generales de Conchillas se podía comprar desde una botella de ginebra hasta un tractor, desde pastillas para el dolor de garganta hasta una cocina, desde la harina para hacer el pan hasta un Ford T. Buena parte de los artículos que se vendían en Casa Evans llegaban desde Inglaterra. A veces se pagaba en el momento. Otras se anotaba en la libreta del cliente y se pasaba raya a fin de año, dicen, sin cobrar intereses. Evans y sus empleados confiaban en su clientela, pues, al fin de cuentas, siempre tenían que volver. Raquel Chocho nació en Miguelete, a pocos minutos de Conchillas, y recuerda así el nivel de confianza de Evans: Mi tío o mi padre compraron un Ford T y lo pagaron a fin de año. Nada de un recibo especial; en la misma libreta donde se anotaba el pan y el azúcar iba el auto.
Pero, además de la libreta, hay un gesto de don David que hacía que su almacén fuera único. Ese gesto es tan simbólico para la comunidad que hoy, más de 50 años después de su desaparición, las voces del pueblo lo repiten casi a coro: los niños se iban con un puñado de caramelos y las mujeres con una flor. Narra el estudio de la Facultad de Humanidades: La Casa Evans también era exportadora de cereales y, a su vez, abastecía a la «gente de la campaña», concibiéndose como el nexo entre las actividades del pueblo y la zona rural, así como el promotor de las interacciones entre ambas, a través de un intenso intercambio comercial y social.
Era tan extraordinario el movimiento que generaba la Casa Evans (las vías del tren, por ejemplo, pasaban por allí para levantar mercadería que se exportaba y también dejar productos que allí se vendían) que el almacén tuvo su propia moneda para facilitar las transacciones cuando el cambio era escaso. Los empleados de la compañía Walker & Co. recibían sus salarios en libras esterlinas, entonces la moneda de Evans —de un valor de 10 y 20 centésimos— solo servía para comprar allí. Se dice que estas piezas fueron acuñadas en Buenos Aires y que tenían la autorización de circulación por el Estado uruguayo. Algunas de ellas todavía permanecen en las manos de los habitantes del lugar.
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La fotografía de Evans también se conserva dentro de los límites de la zona. Está en un espacio privilegiado del almacén de ramos generales que desde hace unos años forma parte del inventario de Conchillas. Allí, sobre un mueble, alrededor de decenas de objetos que hablan de la historia del lugar, se lo ve con su bigote tupido, sus lentes a medio camino de la nariz, el rictus serio y la vestimenta sobria y formal, digna de la época. Murió en 1938 sin dejar descendencia.
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Diana Chaves con moneda Evans, propiedad de su abuelo.
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Reuniรณn del grupo Casa Evans en pleno trabajo.
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Será recordado siempre como uno de los ingleses (pese a que había nacido en Gales) más abiertos y generosos de Conchillas. Mientras que los Walker vivieron de espaldas al pueblo, vinculándose lo mínimo e indispensable con los empleados, Evans fue un empresario accesible, ameno y dispuesto a ayudar. Dicen que en tiempos de la I Guerra Mundial allí nadie pasó hambre; el gran responsable fue Evans, que a las familias más numerosas les daba gratis bolsas de harina para que pudieran comer. No es casualidad, entonces, que la calle que recorre toda la zona de Conchillas lleve su nombre.
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El viejo Hotel Conchillas, otrora administrado por don David Evans.
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Hueveras de porcelana del Hotel Conchillas.
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Los emblemas de una época de oro La primera fiesta grande fue la que organizó la empresa Walker para festejar cuando se culmina la I Guerra Mundial. Se llamó a que toda la población se vistiera con los trajes típicos de los ingleses. Se llamó la Fiesta de la Armonía y se hizo en un predio cercano al puente, que tomó su nombre. Raquel Chocho11
El siglo XX ya había transitado sus primeros años y en Conchillas se vivía un período que se suele recordar como la época de oro. Las canteras funcionaban con intensidad, las locomotoras también; el sonido del poblado estaba marcado por el ruido del tren y el polvo de las rocas. Conchillas, naturalmente, siguió creciendo. La revista Arquitectura lo explica así: A partir de 1910, la construcción de algunos edificios relevantes irá confiriendo al poblado su imagen definitiva. Emplazados todos sobre el flanco oeste de la calle principal, se destacan del tejido residencial por su valor morfológico, y son verdaderos monumentos levantados por los ingleses celebrando su propia labor en beneficio de la comunidad.
Durante esta era se elevaron la Casa Evans, el Hotel Conchillas, la escuela y el templo anglicanos (en un mismo edificio) y el cementerio. Y, por supuesto, apareció la luz, uno de los grandísimos orgullos de la sociedad conchillense. Aunque está cerrado desde hace décadas, el Hotel Conchillas es para muchos habitantes del lugar un símbolo del pueblo y, también, una representación del lujo y la elegancia que los ingleses valoraban. Cristina Fernández, una de las responsables de organizar el Concurso de Mesas de Té que se realiza desde hace unos años, dice que hubo una época en que el hotel trabajaba muchísimo. «Todos los sábados llegaba gente a tomar el té y a jugar al tenis al hotel de Conchillas», cuenta.
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Una de las responsables de organizar el Concurso de Mesas de Té de Conchillas.
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El hotel también guarda algunas de esas clásicas anécdotas imposibles de comprobar. De ellas está repleta la memoria de Conchillas. En este caso, la historia oral de la zona dice que en una de esas habitaciones pasaron unos días el presidente argentino Juan Domingo Perón y su mujer, Eva Duarte. Los más arriesgados afirman que no fueron días cualesquiera: allí Perón y Evita pasaron su luna de miel. Lo que sí es cierto es que el edificio —diseñado por el británico Henry Pepperall y el más llamativo de toda la zona— fue pensado y construido para que cada vez que llegara algún visitante o personal jerárquico del Reino Unido tuviera un lugar cómodo donde hospedarse. La construcción de dos pisos, de paredes de piedra y techo de zinc con una estructura de madera, se eleva alrededor de un patio en U. Tiene 40 habitaciones con espacio para 200 personas, un agradable parque con árboles autóctonos y otros que fueron trasplantados. Al fondo están las dos canchas de tenis y la de bochas; en el subsuelo del patio se encuentra el aljibe, con capacidad de albergar un millón de litros de agua destinada a la higiene de los huéspedes y todo lo que tuviera que ver con los servicios del hotel. Todos los objetos que formaron parte de los años de esplendor del hotel fueron traídos de Londres. Los muebles, las copas, la platería, los manteles, la loza, las alfombras, todo lo que le dio ese aire sofisticado al hotel llegó desde la capital de Inglaterra. Hoy algunas de esas reliquias se encuentran en las casas de los habitantes de Conchillas. El hotel de Conchillas se empezó a construir en 1910 y se terminó en 1911. El número todavía se puede ver sobre la puerta principal. Unas cuadras más adelante, aparecen la escuela y el templo, dos pilares de la era de los ingleses. Todo trabajador que tuviera hijos en edad escolar debía mandarlos obligatoriamente a estudiar. En la escuela de Conchillas (tiempo más tarde se inauguraron dos sedes, una en el puerto y otra en la cantera número 5) las maestras eran inglesas y, además de dictar todas las materias del currículo habitual, dedicaban un tiempo a la enseñanza del orden, la higiene y la disciplina. Raúl Repetto recuerda esos años escolares así: Los ingleses nos daban todo, no teníamos gasto ninguno. La empresa pagaba las maestras, nos daba los cuadernos, nos daba todo. Todo niño que iba a la escuela, a fin de año, recibía sus juguetes que venían de Inglaterra. Eran un lujo los juguetes que había.
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Dormitorio en el antiguo Hotel Conchillas, actual residencia particular.
Antigua cocina a leĂąa del Hotel Conchillas.
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Comedor en el antiguo Hotel Conchillas, actual residencia particular.
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La escuela está estrechamente relacionada con la iglesia y Repetto cuenta que había un pastor que había llegado de Estados Unidos y que enseñaba religión. El culto de los domingos era un lugar de reunión, pues buena parte de los habitantes se encontraban allí. El cementerio, ubicado a dos kilómetros de Conchillas, también respetó las tradiciones del país de origen de los dueños de la empresa. Cuando se construyó, quedó estipulado que los británicos se enterraran de un lado y el resto de los muertos, del otro. En las lápidas todavía se puede ver de dónde provenía cada uno. Hay epitafios en inglés, alemán, francés, italiano, español y otros idiomas como yugoslavo y danés. En 1992 se filmó allí una de las escenas de la película de María Luisa Bemberg De eso no se habla, protagonizada por Luisina Brando y Marcello Mastroianni. Esther Giribone, partera de Conchillas desde la década de los setenta, narró el acontecimiento en su libro Por las calles de Conchillas. Mientras ella [el personaje de Brando] limpiaba la tumba del esposo, pasaba por la calle un circo. Se imaginan el revuelo del pueblo con artistas y un circo que tenía desde enanos a leones. Ese día hasta las clases en la escuela se suspendieron.
Según cuentan varias de las investigaciones del Departamento de Arqueología de la Facultad de Humanidades, los servicios de salud llegaron con Dr. José Kyle, un médico argentino de ascendencia irlandesa que fue contratado por la empresa Walker con el objetivo de atender a los empleados, a los que se les descontaba una módica suma de su sueldo para ello. Hasta ese entonces los médicos más cercanos se encontraban en Carmelo o Colonia. Al principio el Dr. Kyle atendía en una sala ubicada a unos 250 metros del cementerio. Su enfermera fue durante mucho tiempo Juana Buenaventura Tarter, más conocida como doña Lola. Pese a que no tenía estudios de enfermería, aprendió rápido y fue la responsable de ayudar a parir a muchas mujeres del lugar. Desde 2007 una de las calles del pueblo lleva su nombre. La carta que presentaron los integrantes de la Comisión de Amigos de Conchillas —que también se puede leer en la página web de la Intendencia— la recuerda así: Charles Hay Walker encomendó al constructor británico Henry Pepperall la construcción del hotel en la margen derecha del camino de acceso a Conchillas, siendo uno de los capataces principales el español Evaristo Touriño junto con Luigi Cremasco. En determinado momento Walker llamó a Touriño y lo instó a que
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Lápidas en alemán en el cementerio inglés.
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Cementerio inglĂŠs.
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Fiesta de la Armonía, que se hacía cada año en conmemoración del fin de la guerra.
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al finalizar el hotel construyese frente a este una nueva vivienda que sería su domicilio junto a su familia, facilitándole el terreno y el material para la obra, sugiriendo en esa oportunidad que su señora Lola Tarter de Touriño actuase en las tareas de enfermería en la sala médica que se construiría a unos 200 metros en una calle transversal. Al aceptar la joven señora esta nueva tarea, pasó a ser la primera enfermera en el pueblo, asistiendo en esa oportunidad al Dr. José M. Kyle (argentino de ascendencia irlandesa). «Doña Lola», como se la recuerda aún hoy en el pueblo, fue excepcional por su responsabilidad y dedicación, tanto que posteriormente abrió en su propia casa una sala de partos donde el médico podía atender mejor que en sus domicilios particulares, realizando esta tarea por más de sesenta años, facilitando el trabajo médico de obstetricia desde el Dr. Kyle y entre otros al Dr. Juan A. Muchada, José Salisburi y por último al Dr. E. Luis García Díaz, todos estos profesionales muy queridos y recordados hasta nuestros días.
Durante todas estas décadas de apogeo, Conchillas vivió con una independencia casi absoluta de Montevideo y con una cercanía muy evidente con Buenos Aires y también con Inglaterra. La firma C. H. Walker & Co. tenía, por ejemplo, un contacto muy fluido con el territorio anglosajón a través del telégrafo. El pueblo también llegó a tener un consulado argentino y sobre la década de 1920 funcionaban los vapores El Luna, Viena y Carmelo, que hacían la ruta Buenos Aires-Colonia-Conchillas-Carmelo. El artículo de la revista Arquitectura explica esta autosuficiencia de la siguiente manera: Si bien la empresa Walker contó con la anuencia del gobierno uruguayo, la existencia de Conchillas fue casi desconocida en este país debido al escaso desarrollo de las comunicaciones de la época y probablemente al hecho de que las autoridades creyeron que el poblado duraría el corto tiempo que el contrato de obras con Argentina exigía.
Uno de los momentos en que el gobierno nacional decidió acercarse a la zona es durante la I Guerra Mundial, cuando las actividades en las canteras se detuvieron. Los relatos que se fueron transmitiendo de boca en boca dicen que las obras en Buenos Aires se paralizaron debido al contexto internacional. Para calmar a la población, el presidente de la República llegó al Hotel Conchillas y desde el balcón dio un mensaje para los obreros que, abajo, aguardaban que alguien les diera una señal de cómo sería su futuro. Todo indica que, al llegar la guerra a su fin, las obras en Buenos Aires se reanudaron. Conchillas volvió a la normalidad y al poquito tiempo se ubicó a la vanguardia del interior de Uruguay. Durante los primeros años de la década de 1920 los ingleses llevaron la luz. Según el testimonio oral, la energía se generaba mediante un motor que primero fue a carbón y después a combustible.
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El libro de Julio César Neves Canteras y médanos, publicado en 1987, establece que Conchillas fue la primera localidad del interior que contó con luz eléctrica. Las páginas de turismo de Uruguay prefieren ser un poco más cautelosas y la incluyen en una categoría más global: «uno de los primeros pueblos que contó con luz eléctrica». La zona del Anglo, en Fray Bentos, también fue pionera en tener luz. Aunque tampoco hay consenso, algunas narraciones de la época señalan que en invierno la luz se mantenía prendida hasta las 22 horas y en verano hasta las 23. Neves afirma que las únicas dos excepciones eran los casamientos y los velorios. Además de lo tangible y lo fácilmente visible, la era de los ingleses dejó un puñado de costumbres. Algunas aún forman parte del estilo de vida de la comunidad; otras son patrimonio de los recuerdos, de las anécdotas que los abuelos les contaron a sus nietos y que hoy se mantienen guardadas hasta que alguien pregunta por esos años. Está, por ejemplo, el té de las cinco de la tarde, que se puede acompañar con una torta cuya receta llegó desde Inglaterra o con tostadas con mermelada de las naranjas amargas que crecen, desde hace décadas, en los árboles del pueblo. También está el fútbol. Los más orgullosos dicen que el cuadro de Conchillas fue uno de los primeros del interior y que su división llegó a tener más de una decena de equipos. Según archivos a los que accedió Adriana Alonso, integrante de la Comisión de Amigos de Conchillas, el Uruguayo F. C. tiene como fecha de fundación el 23 de junio de 1917. «Aunque es sabido que existía desde mucho tiempo antes», cuenta Alonso. En agosto de 1919, por ejemplo, llegó a las costas del lugar el buque inglés Southampton. Los tripulantes disputaron un partido de fútbol con el club de Conchillas y el acontecimiento quedó asentado en el cuaderno de bitácora. Dicen que durante la I Guerra Mundial, como el poblado quedó paralizado, la empresa incentivó una serie de actividades para el tiempo libre de la gente. Así, al fútbol se sumaron las bochas, el básquetbol y el vóleibol. También había un puñado de celebraciones destacadas. El carnaval se festejaba con corso y orquestas. Después estaba la Fiesta de la Armonía, que llevaba ese nombre porque se hacía al lado del puente homónimo. El acontecimiento tenía un tinte campestre: las mujeres llevaban capelinas, había música y baile. Cuando se terminaban las clases de la escuela también había festejo. Celestino Fernández
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recuerda el gran picnic con los litros y litros de limonada, el té y los bollos. En uno de estos acontecimientos también se servía la conocida olla podrida. Raquel Chocho todavía se acuerda de su sabor: «Era una sopa inmensa con de todo adentro. Era exquisita». De los festejos de la era de los ingleses solo uno era fecha patria: el 25 de agosto. El resto de los días esenciales en la historia del Uruguay no existían en ese pequeño paraje independiente que vivió durante décadas ajeno a lo que sucedía en el país. A principios de los años treinta los propietarios de la empresa C. H. Walker aún no sabían que les quedaba poco tiempo en el territorio oriental.
Ángela Allio con la raqueta de su bisabuela Delia Mellerio en la cancha del Hotel Conchillas.
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© Celena García
Casas en Puerto Conchillas
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Juegos y recuerdos de juventud, Conchillas.
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CAPÍTULO 2
LOS AÑOS MÁS OSCUROS 129
Cine Libertad en Pueblo Gil.
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Los años más oscuros Fue inédito. Se vendió un pueblo entero con gente adentro. Adriana Alonso1 No existía la aduana, todo entraba y salía sin problemas. Teníamos hasta cónsul argentino. Cuando los ingleses se fueron, cambió todo. Rivera Joaquín Pepe Raffo2
Un día, sin mucho preámbulo, con la misma naturalidad con que las breves olas del Río de la Plata se hamacan sobre la arena de Conchillas, la empresa C. H. Walker & Co. cerró definitivamente. Eran los primeros años de la década de 1950 cuando el sonido de las locomotoras dejó de formar parte del mapa sonoro del pueblo, cuando el polvillo de las canteras dejó de acompañar el viento de la zona. De pronto el apogeo de Conchillas se apagó y dejó en penumbras a una población que, en buena medida, vivía por y para la compañía. Las noticias llegaron, nuevamente, desde el otro lado del río. Pero esta vez no eran demasiado auspiciosas. El vínculo entre los gobiernos uruguayo y argentino no estaba en su mejor etapa y uno de los coletazos de la mala relación repercutía en el comercio. En su libro El relato peronista (Planeta, 2015), Silvia Mercado resume aquellos años en estas líneas: La tensión entre los dos países tiene una larga historia, aunque tuvo un pico dramático durante la Segunda Guerra Mundial, que fue vivida en los países del Río de la Plata con sentimientos notoriamente contrapuestos, y todavía empeoró inmediatamente después, con la victoria de Juan Domingo Perón en las elecciones.
Perón y Luis Batlle Berres —presidente uruguayo entre 1947 y 1951— hicieron un intento de mejorar la situación el 27 de febrero de 1948. El encuentro pactado se realizó en un terreno neutral. En las aguas de la playa de la Agraciada, a algunos kilómetros del puerto de Conchillas, Perón y Batlle Berres se dieron la mano. Cada uno llegó por su lado. El argentino, en el barco Tecuara y el uruguayo,
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Integrante de la Comisión de Amigos de Conchillas.
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Nieto del histórico telegrafista de Conchillas.
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en el Capitán Miranda. El fin de la reunión lo retrata, también, Mercado en su libro: Los dos presidentes realizaron una declaración conjunta donde se destacaron los acuerdos más importantes: el establecimiento de un servicio de ferry, la libre circulación a través de la frontera argentinouruguaya, la creación de una comisión permanente para regular el comercio entre ambos países, y la intención de terminar con los litigios limítrofes a través de un arbitraje internacional. Eran, de todos modos, generalidades y ninguna propuesta de soluciones concretas. Los diarios uruguayos reflejaron cierta decepción con el encuentro que era vital para sus intereses. Efectivamente, los acuerdos no fueron sustanciales, el documento finalmente no fue firmado, y la distancia personal entre Perón y Batlle no fue saldada.
Setenta años después, el periodista Emiliano Cotelo abrió uno de los bloques de su programa de radio En perspectiva y dijo: Uruguay retomó en 2018 la exportación de piedra partida con destino a Argentina. Se trata de una novedad importante que permite soñar con la reactivación de lo que fue esta industria minera que llegó a dar trabajo a 14.000 personas solo en el departamento de Colonia. En la primera mitad del siglo XX, Uruguay abasteció a Argentina de este tipo de roca para la elaboración de hormigón, elemento clave para la construcción de edificios y la concreción de obras públicas. Pero desde el primer gobierno del general Juan Domingo Perón —alrededor de 1950—, aquella corriente comercial quedó trunca por decisión de las autoridades de Buenos Aires.
Uno de los tantos negocios que quedaron truncos entonces fue el de Walker. En su trabajo Historia del departamento de Colonia, Dupré narra los acontecimientos de la siguiente manera: Repentinamente todo habrá de cambiar, a causa de la retracción de los mercados argentinos y del deterioro que le produjo a Inglaterra el último conflicto bélico que soportó el mundo. Las consecuencias económicas muy negativas no pueden ser sobrellevadas por la empresa.
El 31 de marzo de 1953 la empresa inglesa le vendió su company town a la firma uruguaya Capandeguy-Urrutia. De las más de 4.000 hectáreas que había comprado C. H. Walker & Co. a fines del siglo XIX, los empresarios uruguayos adquirieron 3.800. Quedaron fuera de la transacción el cementerio, la Casa Evans —en ese entonces en manos de los sobrinos de David—, el hotel, el templo y la estancia donde residía Thomas Walker. El resto se vendió todo. El acontecimiento sigue siendo recordado en Conchillas como un hecho inédito. Capandeguy y Urrutia fueron los responsables de fraccionar las tierras, separar las casas por padrones y, como se cuenta todavía en la localidad, ofrecieron muchas comodidades para que los ocupantes se pudieran convertir en propietarios.
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Después de la venta de las tierras y de la liquidación de la empresa, empezó un largo periplo para que todos los empleados de C. H. Walker & Co. tuvieran acreditados sus años de trabajo con vistas a una posterior jubilación. El extenso intercambio de correspondencia se puede estudiar hoy en la Casa Evans gracias a un conchillense que compró una serie de carpetas llenas de documentos en un remate. El encargado de liquidar la compañía inglesa fue un señor de apellido Rivas que pertenecía a Price Waterhouse Peat & Co. La primera carta es del 2 de setiembre de 1952 y está dirigida a Agustín Conti, un poblador de Conchillas que, según se desprende del intercambio, colaboró en el proceso de liquidación. Empieza así: Hablé con el señor Capandeguy respecto a la posibilidad de que usted pudiera atender a ciertos servicios que yo, en mi carácter de liquidador de C. H. Walker & Co. pudiera solicitarle, desde luego, mediante una remuneración adecuada. El Sr. Capandeguy con la buena voluntad que lo caracteriza no hace objeción alguna de que usted nos preste esos servicios y ante la seguridad de que así lo hará, me permito incluirle un oficio y una circular que don Thomas recibió de la Caja de Jubilaciones y Pensiones de la Industria y Comercio referente al personal que ha prestado servicios a la compañía.
Fermín Capandeguy, nieto de Héctor Francisco Capandeguy, vive en la zona rural de Conchillas. Dice que su abuelo era un visionario. No sé cómo nació el negocio, pero eran otras épocas. La mentalidad no era hacer un negocio enorme sino que sirviera a todas las partes. Hasta hoy me pasa de encontrarme con gente que me destaca las facilidades que les dieron, en aquella época, para comprar las casas de Conchillas. También a los que se dedicaban a la chacra se les dio facilidades para que las compraran.
Capandeguy también recuerda los cuentos de cómo, en aquellos años, Conchillas fue perdiendo los colores y se fue tornando gris. No quedó nada. Mi padre llegó a ver cómo desguazaban las locomotoras. La gente que se quedó fue porque trabajaba en el campo o tenía algún comercio. La mayoría se fue a Colonia, donde estaba Sudamtex.3 Tiene que haber venido una gran depresión en aquella época.
Román Fonte era adolescente cuando la empresa C. H. Walker & Co. se declaró en bancarrota. Su percepción hoy, más de un siglo después, es que Conchillas «quedó en una pobreza total». Se cerraron la cantera y la arenera; David Evans ya había muerto, quedaron los sobrinos, que no supieron manejar la Casa Evans
3
N. de r.: La planta textil que funcionó desde 1945 hasta principios del siglo XXI.
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y también se cerró. La muchachada se iba toda, muchos se fueron a Buenos Aires, otros para Colonia a trabajar en Sudamtex. Así que en Conchillas quedaron los jubilados. Me acuerdo de que una vez me dijeron: «Conchillas va a ser un pueblo fantasma». Y algo de razón había en esa afirmación.
La década de 1950 siguió su curso y, antes de llegar al final, Carlos Roselli —uno de los trabajadores de las canteras— compró los arenales de la zona. La empresa Roselli Exportaciones S. A. retomó la explotación para exportar la arena a Buenos Aires. Pese a que la prosperidad no llegó jamás a alcanzar los niveles de las décadas de la empresa británica, se generaron nuevos puestos de trabajo. De todos modos, el estudio de Brum y Lezama afirma que durante esos años «la localidad pasó a ser concebida como foco de emigración más que de inmigración». Según datos del Instituto Nacional de Estadística, Conchillas pasó de tener 3.149 habitantes en 1908 a tener 825 en 1968. Es cierto que muchos se fueron, pero algunos se quedaron. Entre los que decidieron permanecer en Conchillas estaba don Thomas Walker, que por entonces se había casado con María Elena Acosta, hija del comisario del pueblo y viuda de Edgar Evans, sobrino de don David. La pareja vivía en una estancia a pocos kilómetros de Conchillas, la misma donde se había instalado Walker padre tiempo después de llegar al territorio oriental. En 1959 Walker y Acosta dejaron su casa para que, como era su costumbre, se le hiciera el mantenimiento anual. Cuando regresaron se encontraron con que su hogar no se parecía en nada a lo que era cuando lo dejaron. Según las versiones de la época, el techo de la casa estaba lleno de hojas de pino; al querer retirarlas para poder pintarlo, uno de los obreros utilizó un soplete. Las hojas se prendieron fuego rápidamente e incendiaron el resto de la casa de madera. La historia oral de Conchillas cuenta que cuando Walker se enteró de la noticia, sin perder la compostura, preguntó si sus perros estaban bien. Cuando volvió y vio cómo había quedado todo, le dijo a su mujer: «Sobre estas cenizas construiremos nuestra nueva casa». Así fue como se tiraron abajo las paredes de piedra y se contrató al arquitecto Miguel Ángel Odriozola para que edificara una casa de ladrillos y tejas, mucho más parecida al estilo de construcción norteamericana.
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En la década de 1970, don Thomas y María Elena se fueron a vivir a Montevideo. Él falleció en 1975, con 83 años. Su hermano Charles hacía años que se había ido del pueblo; poco después de que la compañía diera quiebra y los terrenos se vendieran, se instaló en la capital. En julio de 1957, en una de sus visitas a Thomas en Conchillas, le dio un infarto. Su tumba se encuentra en el cementerio del pueblo. Así fue como la presencia anglosajona fue desapareciendo, pero su huella siguió —aún sigue— marcada a fuego en el territorio. Pedro Repetto, integrante de una familia que siempre se ha destacado por resaltar y preservar los valores de la zona, lo explica: Es un pueblo del interior que no se puede comparar con ningún pueblo del interior de ningún lado. Es único. El poder de Conchillas era muy grande porque tenía poder político, poder económico y además tenía el río. Era un lugar muy particular, era como una capital. Tenía puerto, moneda propia, había luz, agua corriente de arroyo, agua potable que te la daban, saneamiento —un sistema atípico, pero saneamiento al fin—, no dependía de nadie. Después, con los años, cambió todo y se empezó a depender del Estado. Pero durante décadas fue una minicolonia sin serlo. La zona rural, sin darse cuenta, movía la economía del lugar. Cuando cerró Casa Evans, se encargó de todo la Sociedad de Fomento y así siguió funcionando esa economía. El pueblo siempre vivió del medio rural. No era solo que había vacas; también había viñedos, quesos, colmenas, terneros, ovejas.
En una nota publicada por la revista Galería en 2008, Francisco Rossellino —hijo de un herrero italiano, 89 años en ese entonces— explicaba las ventajas y desventajas que implicaron las décadas de la company town: Había más seguridad laboral; la gente tenía trabajo seguro, por años. Entonces las personas vivían despreocupadas. Desde cierto punto de vista, eso fue un poco malo, porque no indujo a la gente a tener ambiciones por mejorar o emprender un negocio, porque no había dónde hacerlo. Yo no podía decir «voy a hacer ahí una piecita y vender caramelos o panchos». Todo era de los ingleses, entonces nos acostumbramos a la dependencia.
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Corderos asados durante los festejos de los 100 aĂąos de Conchillas.
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Rendir honor a las tradiciones: el siglo de la fundación
A Conchillas hay que respetarlo y amarlo. La arquitectura es el pasado y es el presente también. Cuando los turistas vienen, se maravillan con la arquitectura. Adriana Sosa4
En 1976 el Poder Ejecutivo de la época puso el foco en el interior del país y decidió empezar a declarar monumentos históricos a algunos bienes culturales. El departamento elegido en ese momento fue Colonia. La resolución promulgada el 24 de agosto —que se puede leer en la página web del Centro de Información Oficial— enumera 38 puntos con edificios, puentes, iglesias, plazas, parques, casas, ruinas y avenidas. La mayoría corresponde al casco histórico de Colonia del Sacramento, pero en el puesto 37 aparece lo siguiente: Casas de los primeros pobladores, antiguo Hotel «Evans» [sic], actual sede de la Misión Evangélica Bautista, Padrón Nº 575, solar 21 de la manzana 39, Pueblo Conchillas, Séptima Sección Judicial.
Cinco años antes, mediante la ley 14040, se había creado la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación. El artículo 2, que también se puede leer online, establece que los cometidos de la Comisión son, entre otros, «asesorar al Poder Ejecutivo en el señalamiento de los bienes a declararse monumentos históricos» y «velar por la conservación de los mismos, y su adecuada promoción en el país y en el exterior». El artículo 8, por su parte, estipula que está prohibido «realizar cualquier modificación arquitectónica que altere las líneas, el carácter o la finalidad del edificio». Una de esas casas de primeros pobladores que se mantienen intactas, tal como se las construyó más de un siglo atrás, es la de Esther Giribone, que dice: Para mí lo especial de Conchillas es su edificación. Su arquitectura es única en Sudamérica. Desde las casas típicas, el cementerio y Casa Evans, todo eso es característico de acá y es lo que hay que resaltar más para que venga gente a visitar y sea una fuente de ingresos.
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Guía de turismo de Conchillas.
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Diez años después de que varios de los edificios del pueblo recibieran la categoría de monumento histórico, los habitantes de Conchillas decidieron empezar a reunirse para pensar qué se podía hacer por la zona. La década de los ochenta también fue un período particularmente difícil para la comunidad. Las exportaciones de la firma Roselli se detuvieron y pasaron varios años antes de que se reactivaran. En ese contexto, la comunidad conchillense decidió embarcarse en la celebración de su centenario, que para ese entonces nadie tenía demasiado claro cuándo debía festejarse. Giribone, que fue secretaria de actas de la comisión del centenario, narró en su libro Por las calles de Conchillas cómo se llegó a la fecha: Se buscó en el cementerio, en las tumbas más viejas, en papeles en la Intendencia, en la parroquia de Carmelo, porque las anotaciones de los nacimientos de esa época se realizaban en las iglesias, no existían los juzgados. Lo que se encontró fue una fuente de plata de una familia que su padre había sido administrador de la empresa Walker. Decía 24 de octubre y aludía al año 1887 como inicio de esta empresa.
El administrador era, claro, William Cottington. Según el acta de 2007 —en la que la Intendencia de Colonia designó más calles del pueblo—, el administrador de la empresa celebraba todos los años el aniversario de Conchillas con un «asado criollo». Cuando se jubiló, después de 30 años de trabajo en C. H. Walker & Co., la compañía, en señal de agradecimiento, le regaló la famosa fuente con la fecha. La heredó su nieta Dilma Cottington, que hoy vive en Carmelo. Así es que el 24 de octubre de 1987 Conchillas celebró con pompa el centenario elegido de su fundación. El diario Enfoques de Colonia publicó un suplemento especial de 20 páginas sobre el aniversario del pueblo. El título de la publicación fue «100 años de fe» y es hoy un claro retrato del sentir de aquellos años. Los habitantes de Conchillas todavía miraban con nostalgia la época en que la compañía Walker & Co. era dueña del lugar. De los festejos por los 100 años quedan todavía los recuerdos de una celebración exitosa, llena de momentos memorables, con grandes logros y la participación de toda la comunidad. Fueron días y días de fiesta. Hubo espectáculos (uno de ellos fue una función de teatro para niños en Pueblo Gil), bailes, campeonatos de pesca y fútbol, un rally de autos antiguos, desfiles de caballos y carruajes, carneada, asado y un almuerzo multitudinario.
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La herencia tangible de aquel acontecimiento se puede ver hoy en el Hogar de Ancianos y la Casa de la Cultura, dos espacios que se fundaron gracias al centenario de Conchillas, también en la génesis de lo que tiempo después se convirtió en el liceo rural. Pero hay una semilla invisible que empezó a germinar durante esos años de trabajo. El propósito era claro: que Conchillas se luciera. Sin embargo, detrás de esa intención los habitantes de la zona empezaron a hacerse más fuertes y a estar más unidos. Muchos entendieron el valor singular del pueblo, comenzaron a sentirse orgullosos de su historia. Capandeguy lo resume así: Si te ponés a pensar, de la nada se formó un pueblo. Acá había campo, con más o menos árboles, pero solo campo. Y se formó un pueblo con muchas características propias. Empezaron con unas chapas que después se convirtieron en estructuras; fue uno de los primeros lugares del país que tuvo luz propia; tenía una industria muy pujante que hacía que Conchillas fuera el segundo puerto en toneladas; llegó a tener moneda propia, construcción particular… Había un orgullo muy grande por lo que se estaba haciendo.
Todavía faltaban unos años para que amaneciera el esperado siglo XXI, pero la semilla del orgullo en Conchillas ya comenzaba a dar sus primeros brotes.
Festival del Lapacho Rosado, una de las nuevas tradiciones de la zona.
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Espectáculo de danzas típicas durante el festejo de los 130 años de Conchillas.
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CAPÍTULO 3
CUIDAR, PRESERVAR Y QUERER 149
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Cuidar, preservar y querer Después de que se logró comprar la casa del CAIF, siempre mirábamos el hotel y pensábamos si lo lográramos comprar. A locos no nos gana nadie. Es imprescindible que esté con nosotros. Es el ícono del pueblo junto con la Casa Evans. Pero la casa Evans ya la recuperamos. Leticia Repetto1
Era diciembre de 2006. Aníbal Cabrera —en ese entonces presidente de la Junta Local de Conchillas, que después, con el surgimiento de las Alcaldías, se eliminó— andaba a caballo por los campos de Colonia cuando su teléfono celular sonó. Sería la primera llamada de muchas. Del otro lado, periodistas de buena parte del país querían profundizar sobre una noticia que estaba corriendo tan rápido como el viento: la firma española ENCE había decidido instalar, finalmente, su planta de celulosa en Punta Pereira. Unos meses antes la información indicaba que la construcción iba a estar al norte de Fray Bentos. Pero no. Cabrera recuerda esos años así: «En Conchillas quedaban los tambos, las chacras y no quedaba nada más». No es el único al que se le vienen a la mente las imágenes de cómo estaba la zona durante los primeros años del siglo XXI. Martín Lacava —habitante de Pueblo Gil y nieto del dueño del almacén de ramos generales del lugar— dice: «Era un pueblo congelado». Milton Allio, vecino del puerto, lo reafirma: «A Conchillas lo conocíamos hace 20 años como un pueblo de jubilados. Acá la gente venía a pasar sus últimos años». La zona de Conchillas —desde la radial hasta el puerto— se revolucionó con la noticia. El nombre del pueblo ocupó varios titulares de los medios de comunicación del país («Conchillas: esperanzas y temores», Búsqueda, junio de 2008) e incluso de la región («En Colonia ya festejan por la relocalización de la papelera ENCE», La Nación, diciembre de 2006). Conchillas, de pronto, dejó de ser un sitio olvidado. Los habitantes se entusiasmaron, hicieron proyectos, idearon negocios; se crearon comisiones para seguir la instalación de la planta, se escribieron cartas a la empresa
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Docente de Literatura en el liceo de Conchillas y miembro de la comisión del CAIF Las Ardillitas del Maestro.
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Escuela 104.
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con la preocupación de cómo iba a impactar todo ese movimiento en los poblados. El entusiasmo inicial se fue apagando con la misma rapidez con que nació; ENCE nunca llegó a construir la planta. Pero en el camino algunas chispas se encendieron. Una de ellas fue la que marca la génesis de la Comisión de Amigos de Conchillas. Gianela Fonte —49 años, hija de Román, habitante de la zona rural— todavía se acuerda de ese día. A través de la Junta Local que en aquella época funcionaba en el pueblo, se hizo un llamado a una asamblea pública para tratar las inquietudes que habían surgido por la posible instalación de ENCE. Era 16 de enero de 2007 y en uno de los locales de la cooperativa agraria Copagran había cerca de 200 personas que tenían una única certeza: querían una comisión que trabajara por el pueblo. Todavía no tenía nombre, todavía no tenía integrantes. Al final del día, la novel Comisión de Amigos de Conchillas tenía 14 miembros, siete titulares y siete suplentes. De aquel entonces las tres que se mantienen son Fonte, Adriana Alonso y Adriana Sosa. Dos años después de la creación de la Comisión de Amigos de Conchillas, la zona volvió a ocupar los titulares. La página de Presidencia de la República publicó un comunicado en mayo de 2009. El título decía: «Stora Enso compró campos forestados a ENCE y estudia construcción de planta de celulosa». Cuatro meses más tarde, en setiembre, se fundó en Uruguay la empresa Montes del Plata, que es, según lo señala su página web, la unión de dos compañías que trabajan en el sector forestal a nivel mundial: Arauco de Chile y Stora Enso de Suecia y Finlandia. Ambas tenían, para ese entonces, predios forestados en el norte y el centro del país, respectivamente. Recuerda Fonte: Nosotros queríamos que la llegada de Montes del Plata fuera lo más ordenada posible. Como Botnia ya estaba en funcionamiento en Fray Bentos, lo que hicimos fue ver cómo funcionaba ahí. En la intendencia de Río Negro nos ayudaron mucho. Nos recomendaron que cuidáramos todo lo vinculado al tránsito, también el asunto de la seguridad. Nos vinimos con un panorama mucho más claro de cómo arrancar. Nos contactamos con Dinama y todo eso nos ayudó mucho como pueblo. Vinieron unos técnicos de Montevideo e hicimos con ellos un escrito bien detallado de lo que queríamos para Conchillas que se entregó a Montes del Plata en la audiencia pública de fines de 2009.
Conchillas, de pronto, fue atravesado por un aire nuevo. Muchos de los habitantes empezaron a reunirse, a unirse, a hablar, a gestionar, a soñar que el desembarco de una empresa de esas características podía ayudar a reactivar la zona. El pueblo comenzó a tener otra
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fuerza. Tal vez el símbolo más grande de todo lo que sucedió en los primeros años del siglo XXI fue la recuperación de Casa Evans. El mítico edificio del almacén de ramos generales, propiedad de don David a principios del siglo XX, lo había comprado Copagran. Como la cooperativa no tenía actividad desde hacía décadas, la Casa Evans había acumulado una deuda millonaria y debía rematarse el 27 de mayo de 2009. Cuando la información llegó a los oídos de los habitantes, a muchos se les congeló la sangre. Los primeros días de mayo, Adriana Alonso, Mario Colman, Celestino Fernández, Pedro Repetto y Adriana Sosa fueron a la Junta Departamental de Colonia a exponer sus argumentos de por qué la Casa Evans no se podía rematar. El que habló fue Repetto. Frente a los ediles leyó un texto largo y emotivo. Dijo: Es así que ese edificio como baluarte histórico conserva aún hoy la impronta de su fundador, con principios tales como que el trabajo y el esfuerzo nos hacen mejores personas, que la honestidad y la solidaridad son el motor principal para el desarrollo de un pueblo. Por eso nos duele tanto perder este símbolo, es como perder un pedazo, no solo de nuestra historia, sino también de nuestra cultura. Ya que, de un tiempo a esta parte, allí se da la oportunidad para encontrarnos, para pasar buenos momentos, compartir la alegría de nuestros chicos cada año en la estudiantina liceal, los trabajos de todo el año de la Escuela del Hogar, los festejos del aniversario de nuestro pueblo, y apoyarnos realizando beneficios para distintas instituciones. Estas son nuestras razones. Apelamos a la sensibilidad del señor Presidente de la República para que los intereses de la comunidad, que hoy se manifestó con un abrazo simbólico a la Casa Evans, no se hagan a un lado.
Unas horas antes de esta exposición, decenas de hombres y mujeres que vivían en la zona de Conchillas se unieron en un abrazo simbólico para demostrar el valor que tenía el edificio para la comunidad. El gesto sigue siendo hasta hoy una de las mayores pruebas de la fuerza y unión de los vecinos del pueblo. Días después, el tema llegó al Parlamento. Fue en la sesión de la Cámara de Diputados del 12 de mayo de 2009. Y el responsable de poner el tema sobre la mesa fue el legislador de Colonia Miguel Asqueta. En este pueblo existe un bastión histórico y cultural, conocido como Antigua Casa Evans, que ocupa un gran padrón, el número 527, comúnmente conocido como «El galpón de la cooperativa», en el que actualmente funcionan algunos centros de la localidad. La historia marca el origen de este lugar a instancias de su fundador, David Evans. […] Dolería mucho perder este símbolo, porque no solo significaría perder un pedazo de historia sino también un trozo de nuestro patrimonio y de la cultura. La población de Conchillas
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y de todo nuestro departamento, tan rico culturalmente, quiere preservar este bien a efectos de transformarlo en un gran centro cultural, que en el futuro podría denominarse «Centro Cultural Evans».
Lo que siguió fue un periplo extenso con un muy celebrado final. Fonte lo recuerda así: En 2010, finalmente, el Banco República compró la Casa Evans y después se la vendió a la Intendencia. La negociación que hicimos fue que se la vendieran a la Intendencia. En la Junta Departamental se votó que la Intendencia se hacía cargo; el pueblo había resuelto que quería que quedara para todo el mundo. Entonces, cuando fuimos con la comisión al directorio del BROU, ya llegamos con esa propuesta. La Intendencia al final lo cedió en comodato a la Comisión de Amigos.
La energía y el empuje de la Comisión de Amigos, sin embargo, no se detuvieron después de conseguir que la Casa Evans volviera a ser del pueblo. En 2011 se convirtieron en una asociación civil con personería jurídica. Su misión fue definida por sus integrantes en estas líneas:
Visita de miembros de la comunidad de Conchillas a la planta industrial de Montes del Plata.
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La instalación de un emprendimiento de la magnitud del de Montes del Plata en las cercanías de nuestro pueblo implicó para nuestra comunidad un elemento removedor, que combinó incertidumbres y dudas con la expectativa de un desarrollo socioeconómico sostenido. En cualquier caso, el fuerte impacto sociocultural que era dable esperar en caso de concretarse el emprendimiento, a nuestro juicio, debía ser visto como una gran oportunidad que no debía ser desaprovechada, para lograr un desarrollo integral de la localidad, que no se limitara a la mera ampliación de las fuentes de trabajo, sino también a preservar nuestra personalidad como pueblo, nuestro estilo de vida, nuestro urbanismo con las construcciones tan características que hacen de Conchillas un lugar tan especial que nos llena de orgullo —en definitiva, nuestra identidad—, las que tenían la posibilidad de potenciarse o degradarse, según cómo se instrumentaran los proyectos futuros.
Con esas ideas como faro, siguieron trabajando. Unos meses antes, en enero de 2011, Montes del Plata confirmó la inversión en Conchillas y en junio empezaron las obras de la planta en Punta Pereira. Desde los inicios, Stora Enso y Arauco sabían que la comunicación de cada paso que diera Montes del Plata sería esencial. También sabían que la sustentabilidad —por el recorrido que ambas tenían en ese sentido— era fundamental para que la empresa se desarrollara en armonía con su ambiente natural y social. En este recorrido, Montes del Plata hizo una serie de estudios para ver cómo impactaba la planta en la comunidad. Así fue que la dirección y las gerencias entendieron cómo era el territorio y cómo era Conchillas, cuáles eran sus expectativas, sus miedos y cómo cada uno de los pasos de la empresa iba a dejar su huella —positiva o negativa— en la zona. El foco siempre fue evitar, minimizar o compensar cada uno de los impactos negativos y potenciar los positivos. Carolina Moreira, gerente de Sustentabilidad y Comunicaciones, cuenta que la columna vertebral de los programas sociales en el territorio tiene que ver con eso. Lo dice así: Queríamos hacernos cargo del impacto de las diferentes etapas. Y en esas etapas le dimos la misma relevancia a lo que eran impactos reales y a lo que eran temores y expectativas. Un ejemplo claro fue cuando la gente manifestaba que temía que se diera un aumento de la delincuencia. Finalmente no se dio y de hecho en ese período bajó, pero el flujo de unas cuatro mil personas que vinieron de otros lados podía llegar a generar incertidumbre y por eso elaboramos planes para gestionar ese aspecto.
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Algunas de las mesas de la ediciĂłn 2019 del Concurso Nacional de Mesas de TĂŠ.
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En todos estos estudios y en la observación y la charla con la comunidad, los distintos actores de Montes del Plata percibieron tempranamente que C. H. Walker & Co. había dejado un vacío en Conchillas y que había un riesgo de que se colocara a la nueva empresa en ese mismo lugar. Explica Moreira: Nosotros queríamos evitar caer en la misma posición que la compañía Walker; queríamos, desde un inicio, marcar que nuestro enfoque era diferente. Sabíamos que el impacto de índole positiva —movimiento económico, turístico, de empleo— iba a generar desarrollo en la zona. El desarrollo local bien entendido tiene como protagonista de la iniciativa a la propia comunidad; no es alguien de afuera el que lo genera. Y ese era el enfoque más profundo y más filosófico que queríamos impulsar en la zona.
Uno de los primeros pasos fue establecer el Foro de Desarrollo Local, un espacio de reunión y un lugar para canalizar preocupaciones, expectativas y planes sobre el futuro de Conchillas. La idea era que entre muchos desarrollaran una visión común, se empezaran a agrupar para trabajar en proyectos de mejoras concretas de diferentes aspectos de la comunidad. El paso siguiente fue la creación de los Fondos Montes del Plata para que esas iniciativas tuvieran apoyo económico y se pudieran concretar y ejecutar. «Siempre nuestro rol fue facilitar y que la ejecución fuera de la comunidad, y nuestro foco, que los proyectos tuvieran sustentabilidad a largo plazo», dice Moreira. Con todas estas nuevas acciones, el empuje de los habitantes tomó todavía más impulso. Se terminó de acentuar con el programa de empleo y de empleabilidad que tiene Montes del Plata. Estas acciones hacen especial énfasis en el seguimiento de las generaciones más jóvenes para que tengan oportunidad de estudiar una carrera o también de quedarse trabajando en la zona. El fomento y el apoyo al emprendedurismo de la comunidad fue, además, de una gran relevancia en estos años. En ese contexto de un pueblo revitalizado y con muchas ganas, los conchillenses tuvieron un enorme logro en términos turísticos y de proyección del pueblo en el resto del país. En 2013, por primera vez, el Ministerio de Turismo creó el premio Pueblo Turístico del Año. La Comisión de Amigos presentó el proyecto Encuentro mágico con el pasado y el presente industrial de Conchillas. En octubre la propuesta del pueblo de Colonia fue elegida ganadora frente a otras 14 de 10 departamentos de Uruguay. Conchillas se convirtió así en el pueblo turístico de 2013, el primero de Uruguay. Además de recibir 30.000 dólares, también contó con mucha difusión en los canales
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de Uruguay Natural y en los acontecimientos del Ministerio de Turismo. En el video que promociona al pueblo como destino turístico, y que se puede ver en la página web de Uruguay Natural, varios pobladores de Conchillas narran su historia y destacan algunos de sus atributos y actividades más relevantes: el Concurso Nacional de Mesas de Té que se realiza desde 2013, los partidos de fútbol, la pesca y todas las actividades vinculadas al río y la belleza de los atardeceres. Los 30.000 dólares fueron directo a la restauración de Casa Evans. La obra se llevó adelante gracias a un grupo muy valioso de vecinos que se sumaron a los Amigos de Conchillas y crearon la Comisión Pro Casa Evans, y al apoyo económico de los Fondos Montes del Plata. Los primeros días de setiembre de 2016, el icónico edificio del almacén de ramos generales volvió a abrir sus puertas. En declaraciones al portal Colonia Ya, Alonso dijo lo siguiente: La Casa Evans será escenario de grandes actividades culturales y sociales, volviendo a desarrollar la importancia que tenía en sus comienzos. Hace ya siete años de aquel 8 de mayo de 2009, cuando nuestro pueblo y todos quienes nos apoyan le dieron a la Casa Evans un abrazo simbólico oponiéndose al remate.
Hoy Fonte, muy involucrada en todos estos logros, se acuerda de aquellos años así: «Cuando nos ponemos a ver lo que se hizo desde 2007 hasta 2017 no podemos creer. Hacíamos de todo». Desde su recuperación, la Casa Evans es el espacio de la Oficina de Turismo del pueblo. Allí está Adriana Sosa —guía turística, enamorada del lugar— siempre lista para contar la historia de Conchillas. En una de las habitaciones, dispuesta en distintos muebles, está buena parte de la memoria material de los años de los ingleses: hay una Biblia anglicana antiquísima, un juego de té, una muñeca de porcelana, las famosas libretas del almacén, entre otros tantos tesoros. También, en sus amplios espacios, se realizan diferentes tipos de actividades. En la habitación más grande, por ejemplo, se llevan adelante acontecimientos como el Concurso Nacional de Mesas de Té o la reunión de la Asociación Empresarial y Comercial y se celebran las fiestas de 15 de las adolescentes de Conchillas. Entre semana, los espacios del antiguo almacén de ramos generales se llenan de sonidos, música y de voces que hablan en otros idiomas. Se dan clases de ballet y de inglés, entre otras. Hay, en resumidas cuentas, un edificio de más de un siglo lleno de vida.
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Orquesta Juvenil e Infantil de Dolores en la séptima edición del Concurso Nacional de Mesas de Té, 2019.
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Muestra de latas de galletitas inglesas en Casa Evans. Colecciรณn Mirta Gaye.
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Festival del Lapacho Rosado, 2019.
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Venta a beneficio de la Escuela del Hogar y el Hogar de Ancianos de Conchillas.
Muestra de latas de galletitas inglesas en Casa Evans. Colección Mirta Gaye. De izquierda a derecha: Karina Cabrera, María Repetto, Mercedes Brochini, Cristina Fernández y Raquel Chocho (grupo Un Sueño Nos Impulsa); Diego Taborda (jurado), Nicolás Barriola (BMR), María Barriola (jurado), Mónica Devoto (jurado), Luciana Andión (jurado) y Mónica Bacchi (Ministerio de Turismo).
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Séptima edición del Concurso Nacional de Mesas de Té en Casa Evans.
Orquesta Juvenil e infantil de Dolores.
Actuación de niños de la Escuela 65 interpretando el minué federal, a cargo de su maestra, María Inés Alza.
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CacerĂa de dibujos con la ilustradora Josefina Jolly.
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La playa municipal o de los Pinos en Puerto Conchillas.
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La playa municipal o de los Pinos en Puerto Conchillas.
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El latir de una comunidad Acá nos conocemos todos y al conocernos todos se genera un vínculo de confianza. No debemos perder ese respeto entre las personas. Nos hizo muy bien trabajar en grupo ayudados por alguien. Montes del Plata nos hizo muy bien. Milton Allio2 Ahora hay de todo para los niños: clases de patín, ballet, inglés, fútbol. Antes no teníamos eso. Conchillas dejó de ser el pueblo olvidado. Susana Banchero3
No importa si es verano, no importa si es invierno. La comunidad de Conchillas sabe que uno de sus puntos de encuentro favoritos es el puerto. Allí donde las aguas del Río de la Plata se cruzan y se mezclan con las del arroyo San Francisco, allí donde nació hace más de 130 años el pueblo, los vecinos se dirán, según lo marcan las buenas costumbres: «Hola, ¿cómo anda?» o «Buenas tardes» o «¿Qué dice?». Susana Banchero lo explica: «A Conchillas lo que lo hace particular es la gente. Nosotros seguimos saludando a todo el mundo, aunque no lo conozcamos. El hola y el chau son fundamentales. Lo mismo cuando vamos por la ruta: saludamos con las luces o con un gesto. Tenemos esa costumbre. Somos pueblo». También Celestino Fernández: «Ese saludo es inevitable en toda la zona. Si no nos saludamos es como que pasó algo. Incluso los jóvenes lo mantienen». Y Pedro Repetto asegura que hoy los vecinos son todos uno: «No hay diferencia entre el que tiene 1.500 hectáreas de campo y el que no tiene ninguna». Esa unidad se ve en los espacios de encuentro, que se han vuelto todavía más representativos en las últimas décadas. En el puerto se pueden usar los parrilleros, ir a la playa, mirar cómo cae el sol en el horizonte, practicar algún deporte náutico —pescar, pasear en lancha—, tomar mate y charlar dentro del auto, y todo sin que se altere la paz del entorno. Dicen los habitantes de la zona
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Integrante de comisiones de vecinos en Conchillas y Puerto Conchillas.
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Integrante del grupo que organiza el Festival del Lapacho rosado.
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Programa de seguridad vial Dale Paso, de Montes del Plata, 2016.
Responsables de la instalación del primer CAIF en Conchillas. De izquierda a derecha: Milagros Domínguez, Romina Espinosa, Ángeles Aguilar, Leticia Repetto, Marcela Beltrame y Virginia Pages.
Talleres de producción editorial con Pía Supervielle.
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Daniela Hernández y Pedro Repetto.
Raúl Machado.
Grupo de trabajo del nomenclátor de Puerto Conchillas.
Jorge Domínguez.
Celestino Fernández y Margarita Chileff.
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Referentes locales en talleres de producciรณn editorial.
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que el lugar, como buena parte de todo este territorio, mejoró mucho en los últimos años. La llegada de Montes del Plata y el entusiasmo de la comunidad fueron una combinación muy saludable para Conchillas. Susana Banchero llegó a vivir al lugar en 1981. Al principio, cuando vivía en el centro, reconoce que no le gustaba, pero todo cambió cuando se mudó a la zona del puerto. Dice que hay imágenes, como la de la luna reflejada en el agua, que no se las olvida más. El progreso nos trajo muchas cosas lindas. El puerto está totalmente diferente: está más arreglado, hay muchas más casas, nos iluminaron las calles. Montes del Plata cedió el uso del predio4 donde está el Parque del Lapacho Rosado y así lo podemos usar todos. La empresa también plantó lapachos y nosotros quedamos como el Grupo Lapachero. Somos un grupo de vecinos que colaboramos en todo lo que podemos y hace cuatro años que hacemos el Festival del Lapacho Rosado, con espectáculos, competencias, juegos para niños.
En estos años se formaron otras comisiones que también tienen su personería jurídica. Entre ellas estan la Comisión pro CAIF Las Ardillitas, la Asociación Empresarial y Comercial, el Club Satélite del Rotary Colonia y la Sociedad de Fomento Rural, que volvió a funcionar. En Conchillas además hay otras agrupaciones que vienen trabajando desde hace tiempo en áreas muy diversas. Pedro Repetto —expresidente de la Sociedad de Fomento— dice que el orgullo de Conchillas es que, después de que se fueron los ingleses, el pueblo dependió de sí mismo y de su gente. «Cuando fue el centenario se formó la Casa de la Cultura, el hogar de ancianos. Más acá en el tiempo, el CAIF, la playa, la recuperación de la costa, la recuperación de la Casa Evans, el proyecto de un futuro museo. Y todo sin un alcalde que se haya puesto el pueblo al hombro. Fuimos los vecinos los que hicimos todo eso», dice. Todo eso responde a las grandes proezas y también a las más cotidianas o más puntuales, como tener una feria los sábados en la plaza donde se vende de todo; mantener el pueblo impecable —«Nosotros somos muy cuidadosos con este lugar. A nadie se le ocurre tirar un papel en la calle», dice Allio—; que la Sociedad de Fomento haya creado el Festival de la Islita, que es uno de los grandes acontecimientos del verano desde hace tres años, entre otras tantas.
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N. de r.: La empresa dejó a disposición para uso público el espacio.
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Otro ejemplo de la saludable relación entre la comunidad y Montes del Plata es la donación del predio conocido como Los Tres Clavitos. A unos minutos de Casa Evans, sobre la calle Maestro Banchero, al lado del puente de la Armonía y pegado a una de las canteras de piedra, hay un punto en el que el arroyo San Francisco se entrelaza con las rocas, genera una serie de pequeños saltos de agua y se convierte en un escenario hermoso. El lugar siempre fue propiedad privada; los últimos años, por ejemplo, estuvo en manos de Montes del Plata, que lo utilizó para sacar piedra de allí. De todos modos, Los Tres Clavitos —su nombre responde a que en varios puntos hay restos de metal que parecen clavos— es otro de los espacios de encuentro y esparcimiento de los vecinos de la zona y uno de los grandes símbolos de Conchillas. Por allí han disfrutado de las tardes de verano o de los domingos de invierno varias generaciones de vecinos del pueblo. Montes del Plata había comunicado a la comunidad que, una vez que terminara la explotación de la cantera, se iba a donar el predio a la localidad. En 2017, el grupo del club de ciencias del liceo rural Los Exploradores decidió ponerse a investigar cuál es el valor que Los Tres Clavitos tiene para Conchillas y concluyó que, efectivamente, es una parte esencial de la memoria colectiva de la zona; luego presentaron el proyecto en la feria de los clubes de ciencias que se realiza en el departamento y finalmente llevaron las conclusiones a Montes del Plata. Un año más tarde, en octubre de 2018, la empresa —frente al intendente Carlos Moreira— donó formalmente a la comunidad el predio de Los Tres Clavitos. Se hizo una ceremonia en el lugar, los vecinos sonrieron y aplaudieron con entusiasmo después de las palabras de las autoridades. Al final hubo corte de cinta. Desde ese entonces Los Tres Clavitos pertenece al pueblo. Durante décadas los vecinos de Conchillas y sus alrededores se dedicaron a preservar con cierta melancolía los años en que allí funcionaba la empresa C. H. Walker & Co. En esa historia tan particular, tan irrepetible, estaba buena parte del alma del pueblo y de sus habitantes. Pero, a medida que el tiempo fue transcurriendo y las generaciones fueron cambiando, las imágenes de David Evans y de las locomotoras dejaron de ser tan poderosas y fueron apareciendo otras. Son imágenes nuevas, de un Conchillas enmarcado en el presente y mirando al futuro. Muchos de los que se fueron por la falta de trabajo y de oportunidades hicieron una apuesta por el pueblo y decidieron volver. Llegaron nuevos habitantes
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de localidades cercanas o un poco más distantes, y cada uno de ellos le dio a Conchillas una bocanada de aire fresco. Por otra parte, los nietos de los hombres y las mujeres que vivieron la época de oro de Conchillas se convirtieron en adultos y quisieron dejar su propia huella; por ejemplo, al recuperar un símbolo como la Casa Evans y luchar por que el pueblo entre en el circuito turístico del país. Hoy la comunidad de Conchillas late con vigor, orgullo y entusiasmo, manteniendo el valor de sus tradiciones y su patrimonio, y tiene la certeza de que su pueblo es lo suficientemente especial como para considerarse único en el país y la región.
Los Tres Clavitos.
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Camino a Conchillas.
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La palabra se repite una y otra vez. Está en las voces de los vecinos, está en uno de los carteles que dan la bienvenida al pueblo. Patrimonio. En Conchillas se habla mucho de patrimonio cultural. La Organización de las Naciones Unidad para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por su sigla en inglés) define patrimonio de una manera tan sobria como acertada: «El patrimonio es el legado que recibimos del pasado, que vivimos en el presente y que transmitiremos a las generaciones futuras», se lee en la página web del organismo internacional. Después la definición se vuelve más amplia, más explicativa: «El patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos. Comprende también expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional. Pese a su fragilidad, el patrimonio cultural inmaterial o patrimonio vivo es un importante factor del mantenimiento de la diversidad cultural».
Los vecinos de Conchillas entienden a la perfección lo que significan estas palabras. Algunos de los edificios más valiosos del pueblo fueron declarados —con mucho acierto— monumento histórico nacional por la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación. Por eso, Conchillas exhibe con orgullo el cartel de fondo verde y letras de molde blancas que cuenta que lo que se verá a continuación es patrimonio histórico nacional. Desde hace varios años a la comunidad no le alcanza con la distinción, con la palabra, con figurar en las actas de la década de 1970. No le alcanza con saberse un pueblo que narra una historia con ingredientes excepcionales. Tampoco le alcanza con quedarse con una mirada nostálgica de lo que fue. Por eso sus vecinos trabajan con empeño y emoción para que ese patrimonio esté vivo y saludable, para que el latir de Conchillas sea cada vez más vigoroso. La verdad: así se ve, así se siente. El patrimonio cultural de Conchillas vive y se vive a diario.
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Viñedo en la zona de El Bañado.
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Agradecimientos
A toda la comunidad de Conchillas y especialmente a quienes prestaron su tiempo, su voz y su memoria para contar esta historia. Gracias a Ángela Allio, Milton Allio, Adriana Alonso, Susana Banchero, Mercedes Brochini, Fermín Capandeguy, Aníbal Cabrera, Celedonio Cabrera, Karina Cabrera, Diana Chaves, Raquel Chocho, Jorge Domínguez, Amparo Fernández, Celestino Fernández, Cristina Fernández, Gianela Fonte, Román Fonte, Esther Giribone, Carmen Guerrero, Luis Gutiérrez, Daniela Hernández, María Graciela Lacava, Martín Lacava, Raúl Machado, Franco Martínez, Diego Montes de Oca, María Pía Pintos, Pepe Raffo, Leticia Repetto, Edgardo J. Repetto, María Repetto, Pedro Repetto, Raúl Titi Repetto, Irma Rossi, Adriana Sosa, Alberto Zabkar. Al Colonia West Hotel por recibirnos y permitir el necesario descanso luego de largas jornadas de producción. A los medios locales por seguir de cerca nuestro proceso de trabajo, en especial a los periodistas Miguel Guaraglia y Pedro Chajía. A Montes del Plata y su equipo: a Mariela Baráibar y Florencia Guerrero por su apoyo a la preproducción, a Iliana Boné y Mariela Costabel por recibirnos en la oficina de Conchillas varios sábados del otoño, y especialmente a Carolina Moreira por la atenta lectura.
Bibliografía y fuentes consultadas
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