Revista TRIBU #2

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Honestidad Confianza Estructura familiar

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© 2018 BMR Productora Cultural, Derechos Reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, transmisión o archivo en sistemas recuperables, para uso público o privado, por medios mecánicos, electrónicos fotocopiado, grabación o cualquier otro, ya sea total o parcial, del presente ejemplar, con o sin propósito de lucro, sin la expresa, previa y escrita autorización del editor. Impreso en Gráfica Mosca. D. L. N° 373.150.

ISSN 2393-7467


Editorial

Es una gran alegría compartir con ustedes el segundo número de Tribu, la revista semestral de Blue Cross & Blue Shield que apunta a nutrir en temas de salud y armonía de vida. Según la OMS1, la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de afecciones o enfermedades. Una persona motivada y bien plantada en sí misma tiende a ser más feliz y, por ende, más sana. En los últimos años se ha comprobado, desde las neurociencias, la relación tan patente entre mente y cuerpo. Esto hará que cada vez más en la medicina tradicional se tome en cuenta al individuo como un todo y no como un ser fragmentado. Nadie discute el increíble avance de la ciencia y las respuestas impensables que ofrece, por ejemplo, para problemáticas agudas. En la presente edición de Tribu posamos la mirada en el estado del arte –state of the art– de la odontología y las maravillas que se están llevando a cabo a través de la rehabilitación Buco Maxilo Facial. El especialista Javier De Lima Moreno nos ilustra sobre el fuerte protagonismo que está teniendo la tecnología 3D en áreas que van más allá de lo odontológico. La forma en que encaramos la vida también repercute en nuestra salud. En ese sentido, saber transitar una situación de duelo es todo un aprendizaje. Desde la tradición oriental del yoga es posible encontrar un camino de reconciliación con lo inevitable. El experto en yoga y duelo Antonio Sausys nos da algunas pautas. La conexión con la naturaleza es otra de las cosas que no deberíamos olvidar. ¿Por qué será que a veces vivimos olvidando lo importante? Justamente, al conectar con ese lugar

del que venimos, restablecemos las prioridades. A través del lente de Manuel Mendoza, los sorprendemos con un viaje fotográfico por los fiordos noruegos. Sabemos lo importante que es la práctica de deportes tanto para la salud física como mental. El informe sobre la Selección Uruguaya de Rugby, Los Teros, muestra que el trabajo en equipo aporta, además, formación en valores que, en última instancia, se vuelca a la construcción de una mejor sociedad. Cuidar nuestro entorno es cuidarnos a nosotros mismos. El trabajo de la diseñadora Ana Livni genera conciencia con su mirada de la llamada moda lenta y muestra un camino de creatividad y minuciosidad a seguir. Lo mismo el museo de Yves Saint Laurent en Marrakech, con su tan bienvenido aire cosmopolita. Saber manejar el tiempo y priorizar la pausa es otro de los desafíos de la vida loca que llevamos. Les mostramos dos flamantes lugares para compartir un café con amigos o disfrutar con los niños. Recibimos al arte y la experimentación como alas para el alma: visitamos el taller del escultor sonoro Lukas Kühne. Cerramos este número con un descacharrante relato de Gustaf y la vibración de Nacho González. Música y humor, indispensables para tener una existencia elevada. A disfrutar de la lectura entonces. Bon appétit! Malena Rodríguez Guglielmone Editora

*Organización Mundial de la Salud

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Coordinación General Arq. Nicolás Barriola Coordinación de contenidos Arq. William Rey Ashfield Concepción Fotográfica Lic. Marcos Mendizábal Departamento Comercial Cr. Martín Colombo Editora Lic. Malena Rodríguez Guglielmone Diseño i+D Corrección Laura Zavala Colaboradores Emanuel Bremermann, Gustaf, Laura Gandolfo, Carlos López, Agustín Paullier, Gabriela Sommer. Agradecimientos Andrés Airaldi, Ignacio Chans, Javier De Lima Moreno, Juan Gaminara, Marcos Harispe, Lukas Kühne, Ana Livni, Manuel Mendoza, Esteban Meneses, Sofía Muñoz, Rossana Roncaglia, Antonio Sausys, Pía Supervielle.

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Destinos remotos, viajar a casa Con el fotógrafo Manuel Mendoza

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Abrazar el cambio Con Antonio Sausys, experto en yoga y duelo

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La Selección Uruguaya de Rugby La nueva era de Teros

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“No se puede generar una identidad de país sin apoyo al diseño” Ana Livni

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Recuperar la identidad Javier de Lima Moreno, odontólogo especialista en rehabilitación Buco Maxilo Facial


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La permanencia de un grande Museo Yves Saint Laurent Marrakech

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Un mundo de posibilidades

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El espacio que canta Con el escultor sonoro Lukas Kühne

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El arte del encuentro y la buena mesa Con Sofía Muñoz, propietaria de la boutique gourmet Pecana

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El ocaso de un mito Columna de humor


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Destinos remotos, viajar a casa


Por Agustín Paullier Fotografía de Manuel Mendoza

Viajar es, a menudo, una excusa. Visitar familiares, registrar fenómenos y paisajes naturales, arquitecturas de otros tiempos. Todo con el impulso siempre latente de la curiosidad, del conocimiento y de lo desconocido, de volver y narrar lo visto. Del lugar visitado y de uno mismo. Viajar es, a menudo, moverse. Pero también es quedarse quieto. Estar en un lugar.

Con el fotógrafo Manuel Mendoza

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Destinos remotos, viajar a casa. Con el fotógrafo Manuel Mendoza

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Viajar es, a menudo, una excusa. Visitar familiares, registrar fenómenos y paisajes naturales, arquitecturas de otros tiempos. Todo con el impulso siempre latente de la curiosidad, del conocimiento y de lo desconocido, de volver y narrar lo visto. Del lugar visitado y de uno mismo. Viajar es, a menudo, moverse. Pero también es quedarse quieto. Estar en un lugar. Manuel Mendoza viajó a Reine, un pueblito de Lofoten, un archipiélago de islas en los fiordos noruegos, en el círculo polar ártico. Fue a visitar a su padre, el médico de la comunidad donde viven unas 300 personas: “Cada vez se fue yendo más al norte, hasta que llegó ahí. Mi viejo es un tipo al que le gusta mucho la naturaleza, y la oportunidad laboral era buena. Me habló del lugar, busqué algo y me pareció increíble”. Llegar hasta Lofoten no es tan fácil. Hay que volar hasta Bodø, unos 1200 km al norte de Oslo, para luego subirse a una avioneta hasta Lofoten. También se puede acceder por ferri, pero eso es si el clima lo permite. Después hay unos puentes, muy blancos, muy estilizados, que se pierden entre la niebla y unen las islas, cercadas por gigantes muros de piedra. Esta zona de Noruega es una de las mejores de la tierra para ver las auroras boreales. Manuel organizó su viaje en el mes de octubre para coincidir con la época en que puede ser vistas (de setiembre a marzo). De mediados de Junio a fines de agosto no existe la noche, el sol no baja, se queda ahí, moviéndose de este a oeste. El Sol de medianoche le llaman. Cuando Manuel fue había unas tres o cuatro horas de oscuridad. En ese lapso, si el clima lo permitía, debía captar lo que fue a buscar. La aurora boreal es un fenómeno que se produce cuando las partículas cargadas por el Sol chocan contra la atmósfera de la Tierra y el campo magnético las dirige hacia los polos. Su color depende de los átomos de los que estén compuestas esas partículas, las que se ven de color verde se debe a que predominan los átomos de oxígeno.

Manuel afirma que las auroras se ven tal como están en las fotos, igual: “Es como una brisa que brilla y va cambiando de colores. Se mueve, es como un río de luz. Viene como en ráfagas”. El viajero debe tener suerte y contar con cielos despejados, a Manuel le tocaron dos de 15 días que estuvo en este remoto lugar. “Lo que más me impactó, más allá de la aurora boreal y que yo había ido en búsqueda de eso, fue el paisaje, es abrumador, avasallante. Nunca había visto algo así, cada rincón, cada curva en la ruta era descubrir un lugar increíble”. La luz es la materia prima de la fotografía, cualquier fotógrafo aprecia y se maravilla con cualquier lugar o ambiente que tenga una luz particular, generadora de ambiente. Y desea poder tener su cámara para registrarlo. Lofoten cumplía con esas características: “La luz ahí es única. Al ser tan bajo el ángulo donde se encuentra el sol, que nunca llega a subir mucho, sumado a que siempre está un poco nublado, la luz se cuela entre las montañas y genera grandes contrastes que cambian todo el tiempo», dice Manuel. Manuel nació en Estocolmo, adonde sus padres emigraron durante la dictadura uruguaya, y vivió ahí hasta entrada su adolescencia. “Cada tanto me viene la locura por ir al norte, tengo necesidad de ir. A veces voy y no hago nada, me quedo ahí. Me siento como en casa”. También, en cierto sentido, fue un viaje a sus tierras. El archipiélago de Lofoten vive principalmente de la producción pesquera, un gran porcentaje del bacalao del mundo viene de esta zona. En la isla se pueden encontrar estructuras de madera de donde cuelgan, los dejan ahí a la intemperie, bajo el hostil clima, de diciembre a junio, para venderlo luego, en toneladas, disecado. En los últimos años el turismo ha aumentado por el interés en practicar el senderismo entre las montañas y la fotografía de naturaleza, organizada por empresas que conjugan el interés por la imagen y que facilitan el acceso y conocimiento de zonas no muy

—Manuel afirma que las auroras se ven tal como están en las fotos, igual: “Es como una brisa que brilla y va cambiando de colores. Se mueve, es como un río de luz. Viene como en ráfagas”. —


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Destinos remotos, viajar a casa. Con el fotรณgrafo Manuel Mendoza

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exploradas. Por más extraño que parezca, Lofoten se ha convertido en un punto de encuentro para surfistas de la zona y aquellos de más lejos que desean contar que corrieron olas por arriba de la línea imaginaria del círculo polar ártico. Manuel no solo se destaca registrando momentos con su cámara de fotos, dentro del ámbito fotográfico también es conocido por sus habilidades en la cocina. Incluso tiene un restaurante. Cuenta que la cocina noruega es bastante sencilla, al igual que su gente y que en Reine se come mucho pescado, claro, y cordero. El plato típico de esa zona es una suerte de ensopado de cordero y repollo hervido durante 5 horas, en capas, “exquisito” confiesa. El bacalao, llamado skrei en la zona, también se prepara en salsas, frito, al horno o al sartén. En las fotos que tomó durante el viaje casi no se ven personas, el pueblo aparece casi vacío, la naturaleza parece casi inalterada, los colores de las casas se mezclan y funden con los del otoño, los caminos con las imponentes paredes de piedra, y el agua refleja mucho cielo, despejado y celeste, o despejado y cubierto de estrellas y de vientos verdes, o nublado y cubierto de niebla. Siempre el mismo, siempre cambiante. Es un tipo de fotografía a la que Manuel no está del todo acostumbrado pero que parece sentarle muy

bien. Contrario a lo que siempre ha sacado, trabajando principalmente para revistas de alto contenido visual y agencias de comunicación, donde la presencia humana es una constante. La fotografía de paisajes suele ser engañosa, parece fácil, pero lograr una buena foto que se destaque no lo es tanto. En las fotos que tomó Manuel de Lofoten se percibe una meditada composición, una selección de los colores y tonos que se alinean para lograr imbuirse en el ambiente. “La soledad predomina, el paisaje abruma y lo importante no está en las personas, sino en la naturaleza”, dice Manuel. “Es un tipo de fotografía que no suelo hacer. Me lo tomé como un trabajo, estaba todo el día con la cámara. Me despertaba a las 4-5 de la mañana para salir a sacar fotos. Fui buscando fotos. Encontraba un buen lugar y me quedaba esperando a que hubiera una buena luz. La foto del pueblo que se ve reflejado en el agua es a las 4 de la mañana. Amanecía a las a.m.”. Viajar es, a menudo, conocer muchos lugares. Monumentos, arquitecturas, calles, bares, comidas y museos, ciudades donde sucedieron grandes eventos. Pero también es conocer un solo lugar, o quizás, en el mejor de los casos, conocerse a uno mismo un poco más. Descubrirse.

—Viajar es, a menudo, conocer muchos lugares. Pero también es conocer un solo lugar, o quizás, en el mejor de los casos, conocerse a uno mismo un poco más. Descubrirse. —


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Abrazar el cambio

Con Antonio Sausys, experto en yoga y duelo


Por Malena Rodríguez Guglielmone Fotografía de Carlos López

Vivir un proceso de duelo es una de las circunstancias más comunes e inevitables de la vida. Muchas culturas tienen rituales que ayudan a confortar a los dolientes y se dice que el tiempo “cura todo”. Sin embargo, muchas veces el proceso de duelo no se completa bien y la persona puede arrastrar desórdenes físicos, mentales o emocionales que le afectan seriamente su existencia. Suele ocurrir que se minimiza muchas veces este tipo de situaciones o que no están bien registradas en el sistema de salud. En general, la gente evita abordar el tema del duelo. El solo vocablo genera resistencia y pareciera que se refiriera solamente a la muerte de un ser querido. En realidad, el duelo debe hacerse cuando se pierde algo a lo cual uno estaba apegado: una persona, una relación, una casa que se incendia, un estado del ser como la inocencia y la confianza en el caso de que se violenten. El dolor crea muchas veces desarmonía física y mental. Dado que el cuerpo y la mente están unidos, que influyen el uno sobre la otra y viceversa, es posible beneficiarse de terapias que combinan un trabajo de apoyo psicológico con el manejo del cuerpo y el espíritu (o alma o aquello intangible que sabemos que existe, pero no sabemos definir).

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Abrazar el cambio. Con Antonio Sausys, experto en yoga y duelo

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Antonio Sausys es psicólogo somático y terapeuta de yoga. Uruguayo, afincado en la bahía de California desde hace años, trabaja con pacientes en forma individual y en grupo, en muchos casos bajo la modalidad de retiro, con la finalidad de controlar los síntomas físicos del dolor para poder acceder a los sentimientos y la información inherentes a ese proceso. Sausys entiende que el dolor es uno de los recursos del autoconocimiento menos explotado. La idea es develar ese conocimiento en aras de la autotransformación y de poder trascender al dolor. “Solamente hacemos duelo por aquello a lo cual estábamos apegados y, como nos identificamos con nuestros apegos, la pérdida ofrece una posibilidad profunda de re-identificación, de conectar con quien realmente somos”, explica mientras toma una limonada en una cafetería de Pocitos durante su breve estadía en Montevideo. Luego de recibirse de psicólogo en Uruguay, Antonio estudió en el Instituto Kiron de Buenos Aires, donde aprendió la filosofía de Wilhelm Reich vinculada al cuerpo y las neurosis. Al mismo tiempo, se formaba como instructor de yoga, recibiendo las enseñanzas de distintos maestros, en especial de Lyn Prachant, una reconocida yogui y tanatóloga. En paralelo estudió reiki, reflexología y masaje sueco terapéutico. Paulatinamente fue descubriendo la relación clave que existe entre la psicoterapia moderna orientada al cuerpo y las antiguas enseñanzas del yoga. Así, fue integrando las mejores prácticas de ambos mundos y creó una rutina personal de práctica que integra la mente, el cuerpo y el espíritu para abrazar la experiencia de la vida. Hoy día, aparte de dar cursos, tiene un programa de radio en IamHealthyradio y conduce y produce el programa televisivo YogiViews. Su trabajo se presenta con periodicidad en distintos ashrams (centros de retiro espiritual), en Kripalu U.C. Berkeley, en el Instituto de California de Estudios Integrales y en institutos de yoga.

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—¿Cómo es que llega a combinar el yoga y la psicología? Estaba estudiando para ser psicólogo cuando llegué al yoga. Ahora que miro para atrás veo que no

hay tanta diferencia entre una y otra. Una ciencia que está dedicada al autoconocimiento es terapéutica. La psicología ha incorporado muy bien a la mente y al cuerpo. El yoga le agrega el aspecto espiritual, que es lo más importante. —¿Cómo se combinan? Usamos el cuerpo como instrumento de diagnóstico y como campo de operación para el cambio. Cuando nos queremos defender de estímulos que son desagradables, intolerables o inaceptables, creamos una coraza de tensión y rigidez en el cuerpo para no acceder a la vivencia. Los psicólogos somáticos usamos protocolos estandarizados para mover la coraza, para poder acceder. Yo creé un protocolo que además de usar el cuerpo incluye el yoga entero porque es muy importante que el espíritu esté incluido. Lo que más me interesa no son tanto los síntomas del duelo, el estado en sí del duelo, sino cómo nos identificamos a través de los apegos. Cuando aquello a lo que estamos apegados se va —como todo, todo se va, todo es impermanente—, se lleva parte de la identidad. Y entonces, ¿quién es la persona que sigue viviendo? Se da una oportunidad de reidentificación y eso es lo que a mí me apasiona. La reidentificación que sigue a un proceso de duelo. Ver quién es uno realmente. Y qué mejor que el yoga para informarte de quién eres. Ese es el trabajo que hago. —¿Cómo trabaja? Lo hago de diferentes maneras. En grupos, en retiros de tres o cinco días. Ofrezco sesiones donde la gente viene tres horas todas las semanas, por dos meses. También trabajo individualmente en mi oficina. El 70% de mi trabajo es por Internet, con gente de distintas partes del mundo. Trabajo con el cuerpo, la imagen me agrega una posibilidad que es muy importante. La serie que creé para trabajar con las personas que consultan se comporta como una curva de Gauss, como una campana. Al principio empieza suave, crea las condiciones a través de un ejercicio para aceptar la totalidad de la experiencia de la vida. Mueve la energía adentro para que el contenido interior se empiece a mover. A través de un ejercicio que creé con aportes de la bioenergética, de la psicología

—En el duelo, lo que se nos está mostrando, es que todo es impermanente. ¿Para qué apegarnos si todo se va a ir?—


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—En sus sesiones hace ejercicios de concentración, de respiración y de relajación, incluso también trabaja con autoafirmaciones y meditación. Se busca inducir el conocimiento intuitivo y generar las condiciones para poder dormir bien. Cuando el cuerpo está tranquilo, las afirmaciones ayudan a que el universo conspire para que se cumplan nuestros deseos. —¿Cómo surgió el interés por estos temas? ¿Cómo influye la historia personal? Cuando tenía 19 años mi madre murió por un derrame cerebral en una discusión con mi padre. Y yo que no me llevaba bien con mi papá... me desconecté. Tenía como una perillita que apagaba, como que no sufría, estuve dos años así. Y al final de esos dos años, me salió una calcificación donde se junta una costilla con el esternón. No supieron decirme bien qué era. Yo me di cuenta de que lo que yo no había podido integrar bien con mi mente y mi corazón, el cuerpo me había ayudado, había reclamado mi atención. Ahí fue cuando me metí en la psicología somática. Después que ya era psicólogo, me encontré con quien sería mi maestra, Lyn Prachant, que es del área de la bahía, donde vivo ahora, la bahía de San Francisco. La conocí en Buenos Aires, abrió un spa en Manantiales, y ella me invitó a dar clases ahí. Me pidió que creara una rutina de yoga para aliviar los síntomas del duelo. Y en ese momento mi huesito dijo: ella sabe quién soy, sabe de qué estoy hablando. Después de conocerla, la seguí, me formé con ella, me acercó al campo de los estudios de la muerte, el hecho de cómo influye en lo físico. No se hablaba de eso. Nunca había escuchado que el duelo era físico, tiene tantos síntomas que es increíble. —¿Qué puede hacer la persona en esa situación? Primero, entender que es normal. Que así de duro y horrible, es normal. Que es un proceso, y que si bien es cierto que es algo que cambia con el tiempo, no

es el tiempo el que lo cambia sino lo que uno hace, lo que uno hace en la vida. Como todo proceso tiene pasos y uno se puede abocar a encontrar los pasos. Yo sigo un modelo particular que da cuatro tareas. Estas son: 1. Aceptar la realidad emocional de la pérdida. Aceptar que es real. Por ejemplo: Aceptar que te separaste, que no vas a volver con tu pareja. Se casó con otra, se terminó. Aceptar el final. 2. Procesar el dolor. Hacer algo con él. Generalmente el dolor viene en sentimientos y los cuatro sentimientos más claros son la tristeza, la ira, la culpa y la ansiedad. Procesar los sentimientos. 3. Adaptarse a la realidad en la que aquello a lo que estabas apegado falta. Tiene tres niveles: interno, externo y espiritual. Para muchas personas el duelo es el comienzo de un camino espiritual. Para otras es el fin de un camino espiritual. ¿Cómo se trabaja el desapego? Se practica, como todo en la vida. La vida sucede en la vida. 4. La cuarta tarea del duelo es encontrar una conexión duradera con la persona que ya no está mientras uno se embarca en una nueva vida. Cuando la gente se muere quedan tejidos en el tapiz de tu corazón, hay un lazo, el vínculo continúa. Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. El amor permanece. El arte del duelo es ir de amar en presencia a amar en ausencia. En el duelo, lo que se nos está mostrando, es que todo es impermanente. ¿Para qué apegarnos si todo se va a ir? La intensidad del duelo denota la importancia de la lección para cada uno, para la humanidad. El dolor está porque estamos apegados. Queremos que la persona se quede para nuestro bienestar. “El duelo es el precio que pagamos por el amor”, decía la reina Isabel de Inglaterra. No, el duelo es el precio por el apego, dice el yoga. Lo que propongo es generar un apego desapegado. Es decir, apegate, es humano. Solo que mantené la conciencia feroz de que aquello a lo que estás apegado se va a ir. Esto me ha dado muy buenos resultados a mí y a la gente con la que trabajo. Eso te ayuda a estar presente y a contar con la incertidumbre. Saber que lo único cierto es este momento que tenemos. Te ayuda a valorar las relaciones también.

—Síntomas somáticos del dolor—

somática, de la medicina china y del kundalini yoga, traemos los sentimientos a la superficie del cuerpo. Y, luego de ese punto, viene la descarga para darle salida a los sentimientos negativos o los positivos que no pueden proyectarse.

Depresión, ansiedad, paranoia, apatía, dolor, confusión, cansancio, irritabilidad, insomnio, pérdida de apetito, comportamientos compulsivos pensamiento errático, cambios de humor, miedo, llanto permanente, malestar general, dolores de cabeza.


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La Selección Uruguaya de Rugby enfrenta el amanecer de una nueva etapa en su historia que incluye contratos para sus jugadores, otra participación en un mundial y la misma garra charrúa de siempre.


Por Emanuel Bremermann Fotografía de Marcos Harispe

La Selección Uruguaya de Rugby

La nueva era de Teros

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Los zapatos crujen en el pasto helado. La escarcha, el rocío congelado por el frío de esa mañana, se deshace bajo las pisadas de aquellas piernas moldeadas por los kilómetros y las pesas. No muy abrigadas y prontas para entrar en calor, varias siluetas se recortan a la luz de un día que apenas tiene minutos. Algunas manos se frotan entre ellas, buscando elevar la temperatura del cuerpo; otras se ahuecan sobre la cara, y por el orificio que queda entre ellas la respiración sale condensada en vapor blanco. Las figuras –algunas enormes, otras más bajas, todas en forma– saltan una, dos, tres veces, hacen piques cortos, se pasan la pelota ovalada o estiran los músculos. A medida que los minutos pasan y más figuras comienzan a moverse, se escuchan gritos de aliento, órdenes, el sonido de un silbato. Los ecos del entrenamiento diario de Los Teros rebotan y se pierden entre el cemento vacío del Estadio Charrúa. Mientras, en la cancha, las figuras chocan, tacklean y corren. Entrenar a esa hora es difícil, más aún cuando el invierno está tan cerca. Es junio de 2017, se está jugando la Nations Cup en Uruguay y ese día la práctica de la Selección Mayor de Rugby comenzó sobre las siete de la mañana. No es, sin embargo, el entrenamiento más tempranero: algunos días llegaron a empezar sobre las 6.30. Para quienes forman parte del plantel de estos Teros todavía amateurs, estar allí es un sacrificio. Lo más complicado, sin embargo, no es levantarse cuando todavía es de noche para ir hasta el Parque Rivera de Montevideo –lugar donde está ubicado el Charrúa–. Lo más difícil para estos jugadores es encarar el día que comienza después, porque tras la hora y media de entrenamiento –pensado para profesionales que solo se dedican a eso–, llegan ocho horas de trabajo que los acercan más al ciudadano de a pie que a los deportistas de elite que quieren ser. Juan Gaminara es uno de los que siente el rigor de la falta de profesionalismo de Los Teros. Por más importante que sea, el capitán celeste no puede darse el lujo de anteponer el rugby a lo que le da de comer. Por eso, cada mañana debe ir lo más rápido posible desde el Charrúa hasta el estudio contable donde trabaja. Gaminara no es un caso aislado en el plantel; en Los Teros hay otros trabajadores y estudiantes universitarios que compatibilizan la práctica del deporte con su vida personal. Solo una de esas actividades les genera un salario fijo mensual. Y no es el rugby. Todos, desde los directivos hasta los jugadores, saben que la situación es contraproducente para la evolución del equipo. Sin ir más lejos, les impide que los jugadores estén bien descansados. Sin embargo, ellos

pelean. Lo hacen en la cancha, contra potencias que los superan en varios rubros; también lo hacen fuera de césped, contra adversidades de la vida cotidiana. Los Teros pelean además por levantar la cabeza del rugby uruguayo, por cumplir el objetivo de clasificar otra vez al Mundial –esta vez de forma directa–, y pelean también para que aquellas mañanas de entrenamientos gélidos algún día queden en el pasado. Es difícil. Todos lo saben. Pero también saben que lo van a lograr. Un año después de aquella práctica previa a la Nations Cup, en el Charrúa son las siete de la mañana. De nuevo. La única diferencia es que esta vez, en la cancha, no hay nadie. Los jugadores entrarán cerca de las nueve, cuando el sol ya esté arriba; cuando la pelota ya no se moje por el rocío. Ahora los entrenamientos son diferentes. Cambió el ánimo y cambió la metodología. La mañana, para quince de los miembros de Los Teros, pasó a ser diferente. Gaminara está dentro de esos quince. En abril de 2018, el capitán celeste de 29 años firmó un contrato con la Unión de Rugby del Uruguay (URU), se transformó en uno de los primeros jugadores profesionales de Los Teros e inauguró, junto a los otros 14 jugadores contratados, una nueva era para el seleccionado uruguayo y para el rugby en el país. Para Gaminara, que debutó en el seleccionado mayor en 2011, es uno de los pasos más importantes que se han dado para la evolución del deporte en Uruguay. “Hoy tenemos otra calidad de entrenamiento, otro descanso. Íbamos casi dormidos, porque las prácticas eran casi de noche, en el piso había heladas impresionantes y la pelota siempre se mojaba”, recuerda. “Ahora, con el sol arriba, es diferente”. Si bien el amateurismo todavía domina a los clubes y a una parte de los jugadores de la Selección, estas quince primeras firmas se convirtieron en una piedra angular sobre la que se asienta el proyecto de profesionalización de la URU. La iniciativa, a grandes rasgos, pretende crear más contratos para los celestes, acompañar la creación de una liga sudamericana con franquicias locales y fomentar una evolución paulatina que, se espera, impulse a la Selección Mayor en la consideración mundial. Sin embargo, los resultados de aquellas prácticas madrugadoras, donde los zapatos rompían la escarcha del pasto y donde la piel se hería por los roces y el frío, ya han aparecido. La prueba está en el fixture del próximo Mundial, que se hará en Japón en setiembre de 2019. Allí, entre las grandes potencias del deporte y por segunda vez consecutiva, están Los Teros. Cumpliendo sus objetivos con o sin contratos.


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—Es junio de 2017, se está jugando la Nations Cup en Uruguay y ese día la práctica de la Selección Mayor de Rugby comenzó sobre las siete de la mañana.—


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Clasificados “Bueno, lo hicimos. ¿Ahora qué?”. Por la mente de Esteban Meneses, seleccionador de Los Teros, pasaron un montón de cosas el día de la clasificación al Mundial de Japón 2019. Mientras sus jugadores festejaban en la cancha de un Charrúa repleto de uruguayos que acompañaron a Los Teros, el head coach argentino pensó en su familia, en los casi dos años al frente del equipo, en todas las dificultades que tuvieron y en aquellas mañanas frías dirigiendo a sus seleccionados. Y en el sacrificio de todos, que terminó dando frutos. Ahora, mientras se mete las manos en los bolsillos del pantalón y mira por uno de los ventanales del Estadio Charrúa, el DT argentino recuerda aquel momento: “Siempre les dije a los jugadores que esto no era una oportunidad más. La clasificación era la oportunidad de demostrar que estábamos preparados. Que habíamos trabajado para eso. Pero cuando terminó, cuando se cumplieron los objetivos, necesariamente tenían que venir cambios. Y justo enseguida vino lo del profesionalismo, que fue una novedad, y ahora estamos todos detrás de esa misión, y trabajando en pos del nuevo objetivo, que es dejar una huella en Japón 2019”. Sin apartar la vista del campo de juego, el encargado de Los Teros no deja de alabar el suelo que está pisando. Para Meneses, que llegó en 2016 con un estilo bien argentino a sus espaldas, encontrarse con un centro como aquel fue una grata sorpresa. Porque si la firma de los contratos fue un punto importante para avanzar hacia el profesionalismo, la determinación de que a partir de 2013 el Estadio Charrúa fuera utilizado en exclusividad por el proceso de selecciones uruguayas fue fundamental. En resumen, le dio al rugby uruguayo la casa que no tenía. Y, también, un centro de alto rendimiento solo superado por las instalaciones de la Selección Uruguaya de Fútbol. “Si se quiere que el equipo sea constante en el tiempo, que se mantenga y siga evolucionando, el jugador necesita una preparación distinta, una preparación profesional. Los frutos ya los estamos viendo en sus físicos, están más descansados. Antes acomodábamos el rugby a sus vidas; ahora ellos acomodan sus vidas al rugby”, dice Meneses. “Los que estamos hace más tiempo sin dudas vimos toda la evolución de la URU y el rugby uruguayo. Antes, por ejemplo, nos mandaban un mensaje diciéndonos dónde y a qué hora entrenábamos, lo sabíamos casi en el momento. Hoy en día tenemos una estructura armada para que eso no suceda, tenemos el Charrúa equipado con todo. Sabemos que tenemos

una casa, que tenemos un lugar”, explica, por su parte, Gaminara. Fue en esa casa donde, ante tribunas repletas que coreaban por Uruguay, Los Teros vencieron por segunda vez a Canadá y sellaron su pasaje directo al Mundial de Japón. El marcador de ese partido mostró 32 a 31 a favor de Uruguay. El global fue de 70 a 60, también para Uruguay. Como suele suceder con el deporte uruguayo, la clasificación tuvo sus momentos adversos, sus rayos de esperanza y un resultado final que demostró que la evolución del equipo era verdadera. Y para un equipo sin grandes estrellas mundiales –a excepción de Rodrigo Capó, figura y campeón de la Liga Francesa de Rugby–, esta segunda clasificación marca un precedente importante. Para Ignacio Chans, periodista especializado en rugby y encargado de la cobertura de Los Teros en varios medios, entre ellos El Observador y DirecTV, la Selección Uruguaya tiene a su favor varios años de experiencia en entornos que no acompañaban demasiado y que hacían aflorar el talento innato de sus jugadores y la “garra charrúa” transversal a todos los deportes uruguayos. A su vez, el fortalecimiento del equipo propulsó la marca de la Selección, que fue ganando terreno e importancia dentro y fuera de fronteras uruguayas. Hoy, enfrentar a estos Teros no es lo mismo que enfrentar a los de hace cinco años. “La marca Teros se impuso en un ambiente más amplio. Hoy, cuando se anuncia que juegan Los Teros, a la gente le suena mucho más, al menos mucho más que el rugby de clubes. Tal vez no lleve tanta gente todos los partidos, pero cuando hay un partido de eliminatorias con posibilidad de clasificar a cosas importantes, sabés que se va a llenar el Charrúa y que va a quedar gente afuera. La Selección está convocando. Todo el ímpetu que se está generando ahora, con la clasificación al Mundial, el rugby de clubes, el rugby en las escuelas, lo generan Los Teros. Es un círculo”. Gaminara entiende que, a su vez, el Mundial es un momento para afianzar la relación que se ha ido construyendo con los aficionados locales. Asegura, por ejemplo, que el rugby ha dejado de ser un deporte elitista y exclusivo de determinados círculos socioeconómicos y que ha elevado su consideración dentro del imaginario colectivo de los uruguayos. “Se enseña en las escuelas públicas, está muy fuerte en el interior y hasta en las cárceles se está aprendiendo, por lo que es un modelo que sirve a nivel país y es muy integral para la sociedad. Si bien hay que seguir y siempre hay que crecer, estamos evolucionando mucho, no solo dentro del equipo”.


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Como en el fútbol Cuando en 2010 la palabra proceso remitía exclusivamente a los éxitos del maestro Óscar Washington Tabárez al frente de la Selección Uruguaya de Fútbol, el rugby uruguayo pasaba por un momento bajo y tenía varios problemas deportivos y políticos. Según explica Chans, los clubes locales no tenían la mejor relación entre ellos y la cooperación por el bien de la Selección era difícil. Pero en la URU las cosas cambiaron. “Hubo un cambio grande en la estructura de la federación. Desde hace unos cinco o seis años, se tomó la decisión política de que los clubes se juntaran para sacar adelante a Los Teros. Esa unión, la estrategia de poner a Los Teros por delante, la reconstrucción del Charrúa y la creación de un centro de alto rendimiento en el mismo lugar fue fundamental. Se creó una estructura que permite avanzar, mostrar el talento que tienen los jugadores, bien apoyados por las condiciones que tienen alrededor”, dice Chans. El espejo, además, de un proceso de selecciones de fútbol que generaba resultados, propició un esquema que nuclea a todos los combinados que derivan en Los Teros y que funcionan paralelamente: las formativas, Los Teritos (sub-20), el Seven y Uruguay XV (el segundo equipo mayor). En todos estos equipos se apuesta a seguir una línea de juego única, y, como si fueran etapas, los jugadores van escalando en los combinados hasta alcanzar la Mayor. Para que esto funcione, Meneses y Luis Pedro Achard –head coach de Teritos, el Seven y Uruguay XV– trabajan casi a la par. Pero, además de seguir una estructura de proceso, el rugby pretende emular al fútbol en otro aspecto deportivo: la importancia de acostumbrarse a logros importantes. Meneses, que proviene de un país donde la cultura de la victoria es aún más poderosa que en Uruguay, lo ve como una filosofía a adoptar. “Hay que acostumbrarse a ganar. Para ello hay que exigirse permanentemente, mejorar día a día para que sea un hábito, porque ahora la vara está más alta y los rivales son cada vez más duros. Este paso que queremos dar

es realmente sustancial, porque nos vamos a enfrentar con equipos que son profesionales desde hace muchos años y nosotros recién estamos intentando convertirnos en eso. Ese es el desafío y los jugadores están convencidos”. Los charrúas de siempre En el resto del mundo Los Teros son un ejemplo. Lo son por su reciente evolución, su desarrollo casi amateur y los esfuerzos por acoplarse a una nueva era que se avecina acarreando el esquivo estatus de profesionales. También porque es de los pocos equipos en el mundo que no utiliza jugadores extranjeros en su plantilla, una costumbre que en el exterior se busca erradicar. Pero sobre todo por el sacrificio, esa palabra que sale de la boca de cada uno de los que mencionan al primer equipo del rugby uruguayo. Gaminara, que es parte del plantel desde hace mucho tiempo, lo tiene bien claro. “Nuestra fortaleza es el sacrificio. Todos los que se ponen la camiseta de Uruguay, y creo que esto pasa en todos los deportes, dan el 110%. El que se pone la Celeste sabe que va a dejar todo y más adentro de la cancha. Eso es muy importante”. “Realmente, en estos dos años al frente del plantel vi cosas que me llamaron la atención, esfuerzos increíbles dentro y fuera de la cancha. Venir a las 6.30 de la mañana a entrenar en mayo, con el piso todo escarchado, por ejemplo. Ahí es donde sale la verdadera garra charrúa, donde se ve el verdadero espíritu de este equipo”, explica Meneses. Ese espíritu y esa garra que tanto sorprendieron a Meneses volverán a ser puestos a prueba en Japón. Pero más allá de lo que suceda en el torneo mundial, Los Teros les han demostrado a los uruguayos y a ellos mismos que el trabajo da frutos, pero que es necesario que se acompañe con más profesionalismo. Y, también, demostraron que aquellas madrugadas de frío, de escarcha en el pasto y de sacrificio por el orgullo de vestir la camiseta de Uruguay valieron la pena.

—En el resto del mundo Los Teros son un ejemplo. Lo son por su reciente evolución, su desarrollo casi amateur y los esfuerzos por acoplarse a una nueva era que se avecina acarreando el esquivo estatus de profesionales.—


—Rodrigo Capó, el internacional

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En Los Teros, un equipo en el que sobresale el esfuerzo colectivo, las estrellas quedan de lado. A diferencia de lo que sucede con la Selección de fútbol, donde los chispazos de genialidad de Luis Suárez o Edinson Cavani a veces salvan partidos y hasta campeonatos, el rugby de Uruguay no está centrado en un solo jugador. Sin embargo, el equipo sí tiene un referente internacional, alguien reconocido por su historial deportivo en el exterior y un emblema en ligas tan fuertes como la francesa. Su nombre es Rodrigo Capó. Para quienes el nombre les resulte desconocido, Capó (38 años) se formó en el club Carrasco Polo, juega de segunda línea y emigró al rugby francés en 2002. Desde 2014 es el capitán de

Castres, un equipo de la Liga Francesa con el que en junio de 2018 levantó el trofeo del torneo Top 14. En Los Teros, Capó estuvo presente en los dos partidos contra Canadá que le dieron al equipo el pasaje al Mundial de Japón, y a pesar del desgaste físico, colaboró en ambas victorias. Para la Selección, un hombre de su experiencia es fundamental y su figura es una referencia dentro y fuera de la cancha. A pesar de su importancia, no está completamente confirmado que Capó vaya ser parte del próximo campeonato del mundo, aunque el cuerpo técnico espera que así sea. Por su parte, el jugador trabajará para intentar llegar de la mejor manera y seguir influenciando a Los Teros como lo hizo en la clasificación.


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Por Emanuel Bremermann Fotografía de Carlos López

“No se puede generar una identidad de país sin apoyo al diseño” En 2002, Ana Livni le dio su nombre a una grifa revolucionaria; a través de ella creó el concepto de slow fashion, se volvió una referencia nacional y regional y convirtió las presentaciones de sus prendas en espectáculos culturales.

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Comprar, usar, tirar, olvidar. Primavera/verano; otoño/ invierno. Las temporadas pasan, el placar cambia. La prenda que hace tres meses colgaba orgullosa en un lugar de preferencia dentro del ropero, hoy no tiene espacio ni en el último cajón de la cómoda. En un mundo pautado por lo efímero y tendencias que se renuevan permanentemente, la vida útil de la ropa es cada vez menor. Pero en medio de la locura textil de un mundo conectado a 220, Ana Livni hace una pausa y se toma un té. Desde el atelier de la marca que lleva su nombre –y que desde hace casi 16 años lidera junto a su marido Fernando Escuder– la diseñadora textil sostiene su taza y reniega con firmeza del statu quo que rige hoy el acelerado mundo de la moda. En ese rincón iluminado de la calle 25 de Mayo, el frenesí no tiene lugar. Desde su creación, Livni apostó a un concepto que se fue formando de a poco: el slow fashion, la moda lenta. Junto a Escuder —ambos egresados de las primeras generaciones de la hoy Escuela Universitaria Centro de Diseño—, la diseñadora propuso un manifiesto innovador que rige sus creaciones y también su vida. Las prendas que tienen la etiqueta de su marca están hechas con tiempo, dedicación e investigación; se pueden usar durante años y luego combinar con otros diseños. Las temporadas no existen en su universo y todo puede ser reutilizado. Las materias primas son, en su mayoría, autóctonas, y la producción se desarrolla exclusivamente en Uruguay. El consumismo, cuando se ingresa a su atelier de Ciudad Vieja, queda afuera. La firma es una bandera de lucha contra el consumo desenfrenado, una pelea que Livni no tiene intenciones de abandonar. “No somos el supermercadito de la moda, no somos una marca que a va a proponerte cada dos semanas algo nuevo. Lo viejo, en muchos aspectos del arte, siempre tiene más valor. Trabajamos desde el convencimiento de que el producto es para perdurar, no para descartar. Yo estoy convencida de ello”, dice, mientras hace una pausa más y toma otro trago de té.

—El hecho de que no hubiese dinero, evidentemente, hacía que se apostara mucho más a la creatividad. Nuestro proyecto partió de tratar de generar algo nuevo, de algo que nos motivara a crear; nunca surgió como un negocio de modas, sino como una necesidad de creación. Pero sucedió que empezamos a vender en Argentina muy rápido, casi al mismo tiempo que arrancamos acá. El diseño era algo muy emergente allí, con mucha potencia. Y pensamos que Ciudad Vieja se iba a transformar en un Palermo uruguayo, pero lamentablemente nunca lo llegó a ser.

—¿Cómo decidió comenzar con la marca Ana Livni? En el país no se vivían momentos fáciles. No, estábamos en plena crisis de 2002. Siempre digo que las crisis pueden ser vistas, también, como oportunidades. En ese momento vimos esa oportunidad. La gente no estaba viajando, tenían que consumir productos de acá. Estábamos trabajando en otra empresa textil donde, como la situación no era la mejor, nos abrieron las puertas para comenzar con pequeñas colecciones; allí estaban acostumbrados a hacer producciones masivas, a mandar series de miles de pantalones a Estados Unidos. Comenzamos trabajando con las mejores industrias textiles de Uruguay que había en la época, con sus materias primas. Y en 2002 abrimos nuestro primer local en Ciudad Vieja, que estaba por la calle Maciel a pocas cuadras de acá. Ahí estuvimos hasta 2005 y en ese año nos mudamos a donde estamos ahora.

—En esa línea de ofrecer algo más, sus desfiles se han caracterizado por tener mucho de espectáculo. ¿Eso de dónde viene? La palabra “moda” un poco me molesta, porque todo parece efímero, pasajero. Me gusta hablar más de diseño. Y me gusta la palabra espectáculo para hablar de los desfiles, porque así los concebimos. Cuando uno genera un concepto, invita a artistas a participar, busca un lugar específico y hay una temática por detrás, se convierte en un show o un espectáculo. Es mucho más que en un simple pasaje de ropa. Desde ese lugar de buscar y comunicar es que surgió la idea de hacer estos espectáculos. El primero fue en la calle Maciel, después en el Museo del Vino, en el Palacio Santos, en el Museo Nacional de Artes Visuales, dos veces en el Solís. Es eso, llevar la moda a otros lugares, sacarla de sus convenciones, quitar todo lo que no nos interesa, toda la frivolidad de la que queremos alejarnos.

—Sin embargo, de alguna manera la zona se transformó mucho. Sí, lentamente. Fuimos de los primeros en apostar a ella. Sobre todo a esta parte, que es más under. Cuando la gente pregunta por qué Ciudad Vieja, si uno mira un poquito hacia Argentina o las ciudades europeas, las grandes marcas de diseño se ubican en los cascos históricos. Esos sectores son considerados siempre como lugares de comida, de diseño, de espectáculos. Son lugares que ofrecen creatividad, que ofrecen al público un paseo diverso. —¿Cómo cambió el rubro del diseño textil en estos casi 16 años de vida de la marca? Cuando abrimos no había nadie alrededor. Éramos de los pocos en el rubro. Existía sí el diseño de alta costura, otras propuestas. Pero en ese momento, en 2002, recién estaban empezando a surgir nuevas marcas. Una de nuestras grandes misiones en ese entonces fue generar cultura, educar. Que la gente viniera y se llevara algo, pero que fuera algo más que un producto, que fuera un mensaje. Queríamos que supieran cómo estaba hecha la prenda, por qué había sido hecha de esa manera. Una fusión entre arte y diseño, que surgiera desde nuestro trabajo. Hoy, las personas están mucho más educadas, hay más propuestas, semanas de la moda. Surgió un terreno en el que la gente se familiarizó mucho más con el diseño.


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—Me encantaría llegar a Japón como mercado, me han dicho que podría ser un buen destino para nuestro producto.—


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—¿Qué elementos no pueden faltar en estos espectáculos? Cada presentación es parte de la anterior. Es como un solo libro que vamos escribiendo por capítulos. Ya tenemos 15, y vamos a tener 16, porque generalmente hacemos una presentación anual, no siempre de la misma magnitud. Estos capítulos están unidos al anterior, y nunca están aislados de la temática del slow fashion, del diseño y el arte. Nos volvemos a repetir porque miramos mucho hacia adentro, para también poder tener un producto con identidad, algo que no es nada fácil. A veces es el lugar donde se van a realizar el que nos va guiando, otras veces el tema o lo que queremos mostrar. Armamos un puzle de diferentes expresiones artísticas; es un proceso a partir de un concepto. —¿Cómo es trabajar con su pareja después de 16 años? Tiene sus ventajas y desventajas. Pero hemos aprendido a respetarnos cada uno desde su lugar, porque tenemos áreas bien diferenciadas. Él se dedica al estampado, a la gráfica y la comunicación, y yo me dedico más a las texturas, los tejidos, la forma del producto y la producción en sí misma. Dentro del métier de cada uno, tenemos conceptos en común, los separamos, los trabajamos y los volvemos a unir. Siempre estamos dialogando, pero dejando que cada uno trabaje su lugar como le parezca porque tenemos confianza. Después de todo este tiempo ya hay códigos establecidos. —¿Cómo surge el concepto de slow fashion? Cuando estuvimos en Italia, durante nuestra beca, nos interesamos mucho en el movimiento slow food que fue creado allí. Y al llegar acá nos dimos cuenta de que cuando la gente nos preguntaba qué traíamos de nuevo, nosotros contestábamos “nada”, porque no nos había surgido nada nuevo y creímos que era válido seguir por los caminos ya establecidos. Entonces empezamos a ver cómo era nuestra forma de trabajar y que estábamos insertos en una ciudad lenta como Montevideo. Empezamos a decir que queríamos hacer vestimenta lenta, que no hacíamos cosas por el impulso que te exige la moda de usar y tirar, no hacíamos liquidaciones ni cosas parecidas. Empezamos a llamarnos “moda lenta” de forma intuitiva, porque en esa época no había nada así. A medida que escribíamos cosas y seguíamos, nos invitaban de otros países. En la región comenzaron a armar pasarelas a raíz de nuestro concepto, empezamos a trabajar con diseñadores extranjeros y fue tomando forma el concepto. Fuimos pioneros en la región. —Abrazar la idea de que esto que uso ahora lo puedo usar dentro de cinco años. Claro. Nuestras clientas vienen con una prenda de hace diez años y las combinan con otras, o las regalan porque se aburrieron de usarlas pero tienen un valor, no se descarta. El cartón de cada prenda dice “no al consumismo, si al consumo ético y responsable”. Cui-

damos cómo se produce y hacemos todo en Uruguay, con materias primas locales siempre que podamos. Y no nos interesa solo el producto, sino el detrás del producto. Nos preocupan todos los procesos; el diseño tiene que preocuparse de todos los ciclos de vida del producto. —¿Cómo se construye la identidad de una marca como Ana Livni? Tiene dos instancias. Desde el vamos, uno comienza a mostrarse de determinada manera, con productos simples, pero con mucho trabajo detrás, que no quieren ser recargados y que tienen mucha investigación de color, de textura, de materiales. Pero obviamente uno va construyendo la identidad a medida que se va creciendo. En el camino se aprende y se elige lo que más le sirve, siempre en pos de tener mejores resultados. Siempre digo que acá, en Uruguay, lo único constante es el cambio, porque nos hemos topado con tantos cierres de empresas uruguayas que estamos un poco apaleados. Pero siempre levantamos la frente y buscamos nuevas opciones para crear desde el diseño. Son las condiciones de este pequeño mercado, donde ahora hay apoyos, pero que no los hubo en su momento. Muchas empresas textiles no se pudieron reconvertir, aunque ese es un problema mucho más macro que no me compete. —¿Tendría que haber más apoyos estatales al diseño? Creo que sí. Si estamos hablando de país natural, de identidad, todo eso lo generás con diseño. No hay manera de generar identidad de país sin apoyo al diseño. En Argentina, por ejemplo, ya los hay. Acá aparecen tímidamente, pero dos por tres se caen. Nosotros ahora somos parte de la marca país, por ejemplo. —¿Por qué eligieron la lana merino como su principal herramienta de trabajo? Es una muy buena lana y tiene gran calidad. Y es propia del país. Acá había, en su momento, siete millones de ovejas para tres millones de habitantes. Cada oveja puede producir cuatro buzos por persona. Y el problema es que se exporta la mayor parte de la lana sucia y después la compramos de vuelta pagando el valor agregado a otro país. Entonces, justamente queríamos revertir eso, generar el valor agregado y que quede acá; poder brindar el diseño terminado. —¿Qué ve en el futuro de la marca? Me encantaría llegar a Japón como mercado, me han dicho que podría ser un buen destino para nuestro producto. A Europa también, porque hemos llegado pero poco. Hay un mundo entero al que llegar. Pero siempre con el objetivo de no perder el eje de la pequeña escala, que es lo que te permite estar en contacto con el producto como lo hemos hecho desde el principio.


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Recuperar la identidad

Javier de Lima Moreno, odontรณlogo especialista en rehabilitaciรณn Buco Maxilo Facial


Por Laura Gandolfo Fotografía de Carlos López

“Pero, puestos a pensar, tampoco sería un disparate concluir que lo único real es el alma, la conciencia, y el cuerpo una ilusión de ella. ¿Por qué no? Desde algún punto de vista tan legítimo, y desde luego tan indemostrable como el anterior, el cuerpo podría ser una convención parecida a la del lenguaje, o sea, una prótesis arbitraria que nos sirve para comunicarnos cosas, lo mismo que el calendario o las palabras. En tal caso, el cuerpo sería una representación: algo, en fin, que está en lugar de una ausencia que no sabemos manejar, lo mismo que el pronombre va en lugar del nombre. Lo malo es que, si aceptamos la idea del cuerpo como prótesis, tendremos que admitir que ha venido a sustituir alguna clase de amputación y esto es lo que hoy por hoy no hemos conseguido averiguar: de qué estamos amputados para necesitar una morfología corporal”. Juan José Millás Escritor español

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Recuperar la identidad. Javier de Lima Moreno

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La vida suspendida. La vida pendiendo de un hilo. El accidente de tránsito dejó a la joven de 24 años con el cráneo destrozado. Fue en Tacuarembó en el año 2009 y no solo implicó una amenaza para su salud, sino también para su imagen e identidad: ¿quién soy cuando pierdo partes de mi anatomía habitual? ¿Quién soy cuando pierdo la funcionalidad de una parte de mi cuerpo? ¿Sigo siendo la misma persona cuando ya no parezco el de antes? Gracias al buen trabajo de los médicos y especialmente a la tecnología empleada, la joven se salvó a tiempo. Uno de los integrantes del equipo que logró esta hazaña fue el odontólogo Javier de Lima Moreno, especializado en prótesis Buco Maxilo Facial (BMF) y biomodelos. Las prótesis diseñadas por este especialista a través del ordenador apuntaban en sus inicios a rehabilitar el área cráneo-facial, ya sea estructuras óseas o tejidos blandos, los huesos de alrededor de la boca y la cabeza, ojos, nariz y orejas. Con el tiempo comenzó a trabajar en diseño de manos, dedos y pies. La necesidad de rehabilitar a estos pacientes se da por diferentes motivos, como pueden ser tumores, accidentes o defectos hereditarios. Su trabajo en la Rehabilitación BMF comenzó en el año 2002, primero formándose en el Servicio de Prótesis de la Facultad de Odontología de la Universidad de la República y después participando en múltiples cursos en distintas partes del mundo: en centros médicos y universidades de Cuba, Brasil, Estados Unidos y Reino Unido. Se trata de un campo en crecimiento tanto en el ámbito internacional como local con cada vez más énfasis en el aspecto tecnológico. Entre el 19 y el 23 de noviembre Punta del Este será escenario del XIV Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Rehabilitación Buco Maxilo Facial, institución de la que de Lima fue presidente de 2010 a 2014 y fue relecto en 2016 hasta 2018. Por primera vez, el evento se centrará en la tecnología: “Nos cambió totalmente, lo que antes hacíamos de forma artesanal y dependía de la habilidad de cada técnico para esculpir y crear algo, ahora lo hacemos con impresiones en 3D de piezas corporales casi exactamente iguales a la que falta”.


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Recrear aquello que ya no está En su carrera de Lima derivó de la odontología al diseño de prótesis corporales con impresión 3D. En esta área de trabajo escanea imágenes del cuerpo y hace impresiones tridimensionales, lo que es un insumo clave para los equipos quirúrgicos del cirujano, neurocirujano y cirujano plástico, entre otros profesionales que utilizan los biomodelos. “Cuando el cirujano quita un tumor siempre se genera una mutilación más o menos mayor. Yo intervengo en la parte de la rehabilitación del paciente tanto estética como funcional porque se trata de rehabilitar la fonación, articulación, masticación y digestión que se alteran, por ejemplo, al perder el paladar. De esta forma se repara a la fisonomía del cuerpo perdida”, explica. En las prótesis oculares, aunque no hay rehabilitación de la función pues la prótesis “no puede ver”, sí se mantienen los párpados en posición, la secreción lagrimal y la función muscular de los tejidos que rodean el globo ocular, lo cual es importante para la apariencia de la persona. En Uruguay, las consultas más frecuentes son por dos motivos: tumores y accidentes. Según el tipo de prótesis, las de mayor frecuencia son: las prótesis oculares, prótesis bucales con obturador de paladar, prótesis de huesos de cráneo para neurocirugía, luego siguen las prótesis faciales ya sea auriculares, nasales o faciales. Las craneopatías son prótesis que se utilizan en neurocirugía, con frecuencia se deben a un accidente de tránsito. La ayuda de la tecnología 3D es clave cuando el caso es de alta complejidad, como cuando falta más del 40% de la bóveda craneana. Al ingresar a CTI un paciente en un cuadro agudo, lo primero que hace el neurocirujano es bajar la presión intracraneana retirando los fragmentos óseos, para evitar la muerte. Inmediatamente necesitará devolverle al continente lo que falta: se hace una tomografía y con las imágenes procesadas, se obtiene la impresión tridimensional de la parte faltante. Luego se la confecciona en material biocompatible para colocar en bloc quirúrgico. De Lima trabaja sobre un proyecto que lo entusiasma debido a la posibilidad de universalizar el acceso

a las prótesis de mama. Consiste en crear la prótesis a partir de un volumen en 3D logrado a través de la fotogrametría –emplea una secuencia de fotos– con un software específico. La aplicación básica sería en mujeres que han pasado por un cáncer y la mutilación de mama. “La paciente no necesitará trasladarse si está en una zona alejada. Si una mujer está en Bella Unión y precisa una prótesis externa (va sobre la piel), puede sacarse 15 fotos de una manera que se le indica y se realiza una prótesis individualizada”. Luego de tomar las fotografías del tórax, se cargan a un software y se diseña en espejo, copiando la mama existente. La prótesis de mama externa es necesaria cuando los médicos no pudieron hacer una reconstrucción quirúrgica por la gravedad del cuadro, porque ya fracasó el intento de reconstrucción, o porque la mujer decidió no hacerla. La ventaja es que no será una prótesis estándar sino personalizada, reproduciendo detalles que tenía el seno, como un lunar. “Queremos que cuando la persona se la coloque, se sienta reconstruida”. Cuando se trata del pezón, en los casos de reconstrucción plástica de la mama, existen tres soluciones: tatuarlo, hacer un trasplante de piel de la vulva o usar una prótesis de pezón, en este caso la desarrollan a través de las tecnologías 3D, luego esa prótesis se adhiere sobre la piel. Además de buscar la similitud en forma y color, tendrá relieve, algo que el tatuaje no logra, señaló el profesional. Llegó para quedarse Comenzó estudiando odontología con el fin de desarrollar prótesis –dientes–, siguió con el estudio de la rehabilitación BMF y ahora está inmerso en la imagenología y tecnologías 3D. Sin duda que la pasión de Javier de Lima es el arte de rehabilitar. Sobre su mesa de trabajo reposan piezas extrañas que casi parecen vivas: un pie, un dedo, una mano… La tecnología permite confeccionar estas faltantes del cuerpo humano con bastante realismo. “Para hacer un pie a mano antes había que esculpir durante mucho tiempo para que quedara parecido al pie contrario. Hoy se toma el molde del pie, se hace una tomografía, se pasa en es-

—En Uruguay, las consultas más frecuentes son por dos motivos: tumores y accidentes.—


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pejo al lado opuesto, se imprime y en un día tenemos uno exactamente igual al otro”. En tumores maxilares esta herramienta permite imprimir la mandíbula, por un lado, el tumor por el otro y hacer una guía quirúrgica de peroné, porque el cirujano pasa el peroné de la pierna a través de un colgajo microvascularizado para colocarlo en el mismo lugar. Hace un par de años esto era impensable en Uruguay y hoy se realiza con un equipo del Hospital Pasteur, dirigido por los médicos Roberto Ortiz y Daniel Wolff. Luego de la resección del tumor, el paciente sale con la mandíbula reconstituida con tejido biológico de la pierna. La técnica ayuda también a reconstruir y rehabilitar la mandíbula en personas operadas hace años. En el ámbito de la odontología los avances han sido grandes en cuanto a guías quirúrgicas que permiten colocar implantes exactamente donde deben ir. “El paciente evita una cirugía con colgajo y puntos, la inflamación, el edema y el hematoma. El cirujano está muy seguro, el paciente tiene mucho menos miedo y la experiencia de colocación del implante pasa a ser de casi 10 puntos”. El diseño digital y la impresión tridimensional también se aplica en los consultorios odontológicos. La ventaja es que permite retirar los materiales de molde del consultorio, que resultan desagradables para el paciente. “A través de un escaneo bucal hacemos el modelo, lo imprimimos en 3D y no habrá nada que le genere incomodidad”. En niños se hacen los modelos de registro previos a un tratamiento de ortodoncia, también es aplicable en los casos de ortodoncia invisible porque no emplea aparatología, como son los brackets. La tecnología llegó para quedarse, asegura el profesional. “En un tiempo todos nos vamos a dedicar a eso. El escáner y la impresión en tres dimensiones para odontología es algo que llegó pidiendo mucho permiso y hoy por hoy no se va más. Porque estandariza la técnica, nivela la calidad de los tratamientos, deja de depender del estado de ánimo del técnico para diseñar una corona: la que diseña es la máquina, que no piensa ni siente”.


—La primera prótesis de cráneo uruguaya

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Justo en la época en que Javier de Lima Moreno pensaba en trabajar sobre biomodelos, por el año 2009, apareció la oportunidad que sirvió de puerta de entrada. Fue el caso de la paciente de Tacuarembó que perdió parte de la bóveda craneana en un accidente. La trasladaron al Hospital de Durazno, donde trabajaba el odontólogo que creó la prótesis en 3D. Fue un éxito y marcó el inicio de la técnica en Uruguay: de esa fecha hasta ahora se aplicó a 86 pacientes. De Lima trabajó junto a un colega rehabilitador y amigo, Carlos Cabre-

ra, junto a José Crestanello, cirujano maxilo-facial del Hospital de Tacuarembó, y Álvaro Villar, encargado del equipo de Neurocirugía y hoy director del Hospital Maciel. “Fue increíble, porque cuando esa paciente llegó a mí por primera vez lo único que mostraba era una expresión de llanto. Cuando la operaron y pasaron 25 días empezó a emitir palabras y a sonreír de una manera brutal: los neurocirujanos no esperaban que evolucionara así de rápido. Yo creo que ella estaba muy afectada por cómo se veía: era como

si un hacha le hubiera cortado medio cráneo: la angustia debería ser terrible. Cuando vio que tenía de vuelta una frente con el cráneo reconstituido, además de regularse la presión intracraneana, la paciente logró un nuevo bienestar”. A excepción de este caso en el que a los años hubo que retirar la plastia por un riesgo a infección ya que la paciente recibió una lesión en el cuero cabelludo, en ninguno de los 85 casos restantes hubo que retirarla y funcionaron correctamente, valoró de Lima con orgullo.


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La permanencia de un grande


Por Gabriela Sommer

Museo Yves Saint Laurent Marrakech

La profusión de colores, su intensidad y riqueza; ese ritmo de tonalidades enérgicas que en aquel país dialogaban de un modo civilizado lo cautivaron. Solo hizo falta un viaje, una mirada a ese universo cromático e Yves Saint Laurent quedó prendado a Marrakech por el resto de sus días. Ese vínculo tan único que el diseñador construyó con la ciudad marroquí puede no solo descubrirse, sino perdurar en el tiempo, con la apertura de un nuevo espacio dedicado a su obra: el Museo Yves Saint Laurent Marrakech.

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Se conocieron durante un viaje, en 1966, cuando Yves Saint Laurent sostenía una destacada carrera y Marruecos brillaba con sus característicos vestuarios, mosaicos y mercados de colores vivos. Fue amor a primera vista, el comienzo de una relación sólida y duradera entre uno de los íconos más significativos del mundo de la moda y la ciudad que influenciaría una extensa porción de su trabajo. Su fascinación en ese acercamiento inicial fue tal que el diseñador decidió comprar una casa; un segundo hogar en el país que, de ahora en más, lo recibiría con frecuencia. A partir de este momento fueron la pareja perfecta: la musa y el artista. Y así continuaron por cuatro décadas. Hoy la ciudad marroquí recibe al edificio que dará al genio la posibilidad de permanecer a través de su obra. El Museo Yves Saint Laurent Marrakech abrió sus puertas al público en octubre de 2017, al igual que el Museo Yves Saint Laurent París. Ambos proyectos son fruto del trabajo de la Fundación Pierre Bergé Yves Saint Laurent, una organización sin fines de lucro dedicada a la conservación de todas las piezas vinculadas a la extensa colección de YSL, a la preparación de exhibiciones, al apoyo de actividades culturales y educativas ligadas a la moda y el arte.

YSL, vida y obra Su biografía se entrelaza con la de Pierre Bergé y se hace difícil, casi imposible, separarlas. Bergé, a quien conoce en 1958, era un apasionado del arte y la literatura. Juntos sustentaron una alianza que llega íntegra hasta los últimos días del diseñador. Un fuerte vínculo que, a lo largo de los años, muta entre lo personal, la amistad y los negocios, pero no se resquebraja jamás. Yves Saint Laurent nace en Orán, Argelia, en agosto de 1936. Un tímido niño con sueños de París y una ambición y determinación sorprendentes para su corta edad. Tras un breve período de estudios en la Chambre Syndicale de la Haute Couture, el joven Yves Saint Laurent arriba a La Maison Dior. Dos años más tarde, cuando su fundador fallece, queda a cargo de la dirección artística de una de las firmas más célebres de la industria; tenía tan solo 21 años. En 1960, sin embargo, luego de un buen comienzo, la famosa compañía lo descarta y, sin saberlo, da al diseñador la motivación necesaria para forjar su propia marca. En diciembre de 1961, de la mano de Pierre Bergé, Yves Saint Laurent crea la casa de alta costura que llevaría su nombre y, a partir de este momento, los logros empiezan a acumularse hasta construir un imperio, y deja en claro las capacidades de un visionario y la fuerza de quien lo sostiene, de quien lo empuja hacia adelante. Yves Saint Laurent, el creador; Pierre Bergé, el empresario detrás de la firma. El éxito es consecuencia natural del complemento de ambas personalidades. Pero lo que lleva a Yves Saint Laurent al puesto más prestigioso de la industria no es la acertada dirección de su socio, ni la voluntad de aquel niño que soñaba con alcanzar la fama en París, sino su ingenio, su habilidad para adelantarse a las necesidades de un entorno y para romper con los patrones de una época. Así es como reinventa el vestuario femenino e introduce piezas tan destacadas como le smoking, la gabardina, la chaqueta safari, la chaqueta marinera, el traje-pantalón y el mono. Es, además, el precursor de las transparencias. El audaz modisto innova al crear prendas que fusionan la delicadeza y sensualidad femenina con ciertos códigos de indumentaria masculina. Pero su talento no queda allí, su pasión por el arte deriva en una serie de vestidos icónicos con los que, a lo largo de su trayectoria, homenajea a sus favoritos: Mondrian, Picasso, Matisse, Cocteau, Braque, Van Gogh y Apollinaire. También rinde tributo al Pop Art y al arte Bambara de África. En 1966, con la intención de ampliar el público objetivo, inaugura su boutique en París y se convierte en el único diseñador de alta costura en tener una tienda


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—Yves Saint Laurent nace en Orán, Argelia, en agosto de 1936. Un tímido niño con sueños de París y una ambición y determinación sorprendentes para su corta edad.—


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—La edificación marroquí quedó en manos de Studio KO, una dupla de arquitectos franceses con experiencia previa en el país africano. El resultado, un proyecto que encierra la esencia del diseñador.—


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pret-a-porter. Un hecho que revoluciona y pone en marcha la inevitable transformación de la industria, que seguiría sus pasos. Es en ese mismo año que viaja a Marrakech y se maravilla ante el escenario que inspiraría futuras colecciones. Regresa cada año a crear, a empaparse de colores, de sensaciones y de magia. Yves Saint Laurent es el primer modisto en apreciar en vida una exhibición retrospectiva dedicada a su trabajo en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Casi 20 años más tarde, en 2002, anuncia su retiro y se despide con otra retrospectiva, un show que cubre cuatro décadas de carrera creativa, esta vez, en el Centro Georges Pompidou. Sus últimos años son destinados a las actividades de la Fundación Pierre Bergé - Yves Saint Laurent. Fallece en 2008 en su casa de París. Más que una exhibición de moda Son dos los museos dedicados al modisto que rompió los paradigmas de la industria para trazar un camino propio y hacer historia. Uno en París, otro en Marrakech; las dos ciudades que moldearon su carrera. La edificación marroquí quedó en manos de Studio KO, una dupla de arquitectos franceses con experiencia previa en el país africano. El resultado, un proyecto que encierra la esencia del diseñador. Para lograrlo juega con la geometría de formas contemporáneas, trabaja los materiales y sus texturas como si fueran tejidos, fusiona la identidad de la ciudad con la moda. Un exterior de piedra granítica y ladrillo superpone volúmenes de colores térreos, se muestra sólido, cerrado. Una vez dentro la visual es otra, los ambientes se llenan con la personalidad del artista. Vestidos, imágenes y accesorios saturan de colores las habitaciones negras, sobrias. La luz se maneja con extremo cuidado, los espacios fluyen y la atmósfera se vuelve elegante, íntima y serena; el museo acompaña la intención del recorrido. La construcción ocupa 4.000 m2 de superficie. Su gran protagonista es la sala de exhibición permanente: el Hall de Exhibición Yves Saint Laurent. Dentro de él pueden encontrarse cincuenta trajes –la mayoría nunca vistos– que ilustran los intereses, pasiones y

estímulos creativos del diseñador. La selección rotará cada año para mantener fresca a la propuesta y por razones de conservación. Al vestuario se suman bosquejos, fotografías, videos, grabaciones de audio y música que enriquecen lo expuesto y terminan de sumergir al visitante en el extraordinario universo YSL. “Esto no es una retrospectiva, sino un viaje al corazón de su trabajo”, explica Christophe Martin, escenógrafo del museo. El museo, no obstante, ofrece un completo programa que va más allá de la sala central. Concebido como un centro cultural, el edificio cuenta con un espacio de exhibición temporaria para muestras relacionadas con la moda, el arte, el diseño, la antropología o la botánica. Otras exhibiciones pueden disfrutarse en la galería –que homenajea la obra de aquellos fotógrafos que trabajaron con Yves Saint Laurent– y en el lobby del teatro –que enseña en imágenes las distintas colaboraciones del artista para el teatro, el ballet, el cabaret y el cine–. También se suman al proyecto el auditorio Pierre Bergé con capacidad para 150 personas: un ambiente de 700 m2 dispuesto a la preservación y el almacenamiento de 1.000 trajes de alta costura, accesorios y otros objetos de colección; una biblioteca con más de 6.000 volúmenes y una extensa compilación sobre Marruecos, su historia, literatura y arte; una librería-tienda inspirada en su primera boutique pret-a-porter y un moderno café con terraza. Adyacente al edificio de Studio KO se encuentra el Jardín Majorelle, un espectacular parque con una inmensa variedad de especies exóticas; antiguo refugio y hogar del pintor francés Jaques Majorelle. En 1980, luego de años de abandono tras la muerte de su dueño, la propiedad es adquirida por el diseñador y su socio, más tarde es donada a la Fundación. En la actualidad, el viejo estudio del pintor se transforma en el Museo Bereber y expone más de 600 piezas de la colección privada de Yves Saint Laurent y Pierre Bergé. Otra prueba de su extrema fascinación por esta región tan peculiar. Y es que el Museo Yves Saint Laurent Marrakech, además de celebrar al gran couturier del siglo XX, es una clara manifestación del amor que sentía por esta ciudad.

“Cuando vi Marrakech por primera vez quedé asombrado. Sobre todo, por sus colores. Esta ciudad abrió mis ojos al color”, YSL


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Galartija

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Galartija es un tierno equívoco infantil, un juego de letras. Es el nombre que lleva el pequeño reptil, en boca de un niño. Galartija es, también, un nuevo espacio multifuncional dedicado a esos niños, a los jóvenes, y a todos aquellos que los acompañan.


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Un mundo de posibilidades

Por Gabriela Sommer FotografĂ­a de Carlos LĂłpez


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Galartija

Desde afuera pueden verse los indicios. Algo es diferente en la tradicional casona de Carrasco; hay algo alegre, pícaro, creativo. Las figuras turquesas pintadas sobre las rejas, el trazo elegido para las letras que escriben el nombre, los destellos de un llamativo interior que se dejan ver a través de la ventana. Una vez dentro, el universo de colores y formas termina de completarse, es fácil comprender que los niños son los protagonistas de este espacio. Y así es como Galartija, además de ser un típico equívoco infantil, se transforma aquí en una palabra asociada a la diversión, el aprendizaje lúdico y la familia. Galartija se en ubica en un típico chalet sobre la calle Cooper, cerca de varios colegios de la zona; un sector tranquilo de la capital. Ideal para desconectarse de lo material, de la tecnología, del ritmo acelerado de la vida actual. La propuesta pone foco en niños y jóvenes, aunque busca, al mismo tiempo, interesar a toda la familia. Por esta razón su oferta es amplia y variada, para que todos, desde un bebé hasta su abuelo, puedan encontrar alguna actividad con la que entretenerse y pasar un buen rato. Una propuesta diferente Nada parece librado al azar en esta casa luminosa y amplia. Y nada lo está. Cada rincón está pensado para aportar al niño –y al público local– una opción de esparcimiento con contenido, con valores que tienden a lo tradicional. Y es que este proyecto vino a ocupar una carencia, nace de una necesidad. Así lo explica la venezolana Rossana Roncaglia, que llegó a Uruguay con su marido, Manuel Macero, y se vio combinando su búsqueda profesional con su rol de mamá. “Vinimos con un background que no tiene nada que ver con esto. Vinimos con la idea de hacer una inversión en un negocio relacionado con la construcción. Haciendo un análisis financiero, declinamos. Nos encontramos en un país nuevo, teniendo que garantizar un modus vivendi”. Al problema del empleo se sumó su condición de padres: “somos papás mayores, de tres chiquilines. Llegamos a Uruguay en invierno y los llevamos al shopping, y al cine del shopping, y no teníamos mucho más que hacer. Descubrimos que acá el teatro para niños es en vacaciones de invierno y el circo es en verano”. Extranjeros, adultos, sin referencia o contacto alguno en esta ciudad, para Rossana y Manuel la opción viable era emprender. Cuando la idea original falla, comienzan a pensar en qué. “Necesitábamos un espacio a donde llevar a los enanos entre vacaciones de invierno y vacaciones de verano”, explica Rossana. Y, de esta manera, surge el concepto que luego se convertiría en Galartija. Una propuesta completa y pensada, que invita a probar algo diferente y promueve regresar a ciertas costumbres, juegos o prácticas un tanto alejadas del presente. La construcción alberga un parque cerrado, una librería especializada, un café, salones para talleres y consultorios privados. La intención es abarcar intereses varios y así generar espacios para toda la familia. La gran estrella en Galartija es “el parque sensorial que, además, pretende ser inclusivo. Un lugar donde todos los niños puedan jugar amablemente y compartir”, dice Rossana. También aquí se podrán festejar cumpleaños. El parque es lo que da vida al proyecto, la idea fuerza. Sin embargo, la librería-cafetería era una asignatura pendiente para su propietaria que en Galartija encontraba el modo de realizarla: “tenía el proyecto en Venezuela de abrir un café-libro, para mí el libro y el café

—Nada parece librado al azar. Cada rincón está pensado para aportar al niño una opción de esparcimiento con contenido, con valores que tienden a lo tradicional.—


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Galartija

—Mi experiencia como extranjera en Montevideo es que pasan pila de cosas, pero es difícil enterarse en el momento adecuado.—


The Rubens at The Palace Hotel, Londres Green Infrastructure Consultancy

siempre fueron de la mano. Y ahora que fui mamá mayor, me parecía que el libro, el juego y el café seguían teniendo una relación”. La librería de Galartija —a cargo de la psicóloga, escritora y especialista en literatura infantil y juvenil Virginia Mórtola— fue concebida para niños y jóvenes y apunta a la calidad, a aquellos libros en los que la ilustración y la palabra tienen un peso importante. El ambiente logrado invita a mirar, a permanecer allí descubriendo la cuidada selección. Los libros se pueden hojear, se pueden leer, se pueden disfrutar mientras se saborea alguna de las delicias que ofrece Contento Café. Adyacente a la librería se encuentra esta cafetería y pastelería artesanal, que cierra ese mix tan particular que componen el libro y el café; al que ahora también se adiciona el juego. En el piso superior atienden, de modo particular, una psicóloga, una psicopedagoga y tres psicomotricistas. “Una de las cosas que sentía era que mi labor de madre era casi que un taxi pediátrico. Llevo a uno a la psicopedagoga, a otro al fonoaudiólogo; me parecía bueno crear un lugar en donde el niño puede estar en terapia y la mamá se puede tomar un café o chusmear un libro, mientras el hermanito que no va a terapia juega en el parque”, explica Rossana. También en el segundo nivel, la sala de talleres preparada para niños y adultos. Los talleres y las actividades son uno de los grandes atractivos de Galartija que irán adaptando su propuesta de acuerdo al público y su aceptación. “Va a haber talleres de creatividad literaria, talleres de plástica y estamos pensando en talleres de fotografía. Son para niños y también para adultos. No estamos cerrados a un grupo etario. Queremos desarrollar un club de lectura. Talleres de cuentacuentos para abuelos, para que aquellos que son abuelos por primera vez aprendan a contarle cuentos a los chiquititos. Talleres para padres, que sirvan de conversatorios, con temas como cómo abordar la tecnología con los chicos. Hay un taller de alimentación saludable en puertas. Una amiga de la India, que vive aquí, quiere dar un taller de arte hindú; otra amiga colombiana que vivió aquí, experta en Shakespeare, quedó en volver para dar un taller sobre Shakespeare. La idea es que pasen cosas”, cuenta su propietaria. Las posibilidades son ilimitadas y el plan es formar parte de la oferta cultural de la zona. Las actividades, por su lado, buscan “romper un poco con la idea de que el teatro infantil es para invierno y el circo para el verano”, comenta Rossana. Opciones como una merienda con títeres o con cuentacuentos son algunos de los ejemplos manejados. “Queremos sumar. Mi experiencia como extranjera en Montevideo es que pasan pila de cosas, pero es difícil enterarse en el momento adecuado. Entonces, se trata de sumar a mucha de esa gente que, desde su óptica, está haciendo cosas distintas y acá estamos deseosos de integrar”, agrega. Afuera, en la parte posterior del predio, hay un espacio con aros de básquet y arcos de fútbol, para que, cuando el clima acompañe, terminen de completar el programa.

Diseño de autor Galartija es el resultado del trabajo colaborativo de un gran equipo. La pareja de emprendedores encontró el apoyo inicial al proyecto en la arquitecta Mariana Ures. Juntos empezaron a buscar un local que debía cumplir ciertas condiciones. Entre ellas, un extenso metraje, ya que alojaría un parque en doble altura. Una casa en Carrasco cuadró con las características de la inversión. “Estaba muy deteriorada y cuando fuimos a hacer el proceso de reciclaje descubrimos que la casa era un chalet típico de época y que tenía un grado de protección patrimonial”, explica Rossana. Por eso la vivienda conserva la fachada clásica, tan característica del barrio. Una vez asegurado el inmueble, el siguiente desafío era la construcción del parque. “Conocimos a los chicos de Menini-Nicola y ellos nos plantearon la opción de Lucía Guidali. Y con esa combinación echamos para adelante”. El diseño interior de Galartija es el producto del estudio de diseño industrial Menini-Nicola, que trabajó el mobiliario y los espacios para que niños y adultos pudieran sentirse a gusto. El predominio de la madera, los colores fuertes, las texturas suaves y la variedad de formas empleadas lograron interiores atractivos, cálidos y amenos. El diseño del parque cerrado quedó en manos de Lucía Guidali, que contaba con experiencia previa en este tipo de programas. “El mérito es de ellos… Una de las cosas que pedíamos en el parque, que nos parecía muy importante, era una pared de escalada y una piscina de pelotas. Porque hay un tema, que en Uruguay no es muy conocido, que es el de integración sensorial… Nosotros entendíamos que hay niños que necesitan distintos tipos de estimulación y lo que pedíamos era que el parque fuera sensorial. Es decir, que un bebé pudiera tener texturas, movimiento y luces, pero que, a lo mejor, un niño más grande necesitaba tener la sensación de caída, entonces que pudiera tener un palo de bomberos o una pared de escalada. O sea, que hubiera un tema físico. Esas eran más las pautas por nuestro lado”, así lo describe su propietaria. El parque tiene sectores que atienden las preferencias de las diferentes edades, hasta llegar a los 12 años. Y, al igual que en el resto de los espacios que conforman al proyecto, se nota la dedicación, la inteligencia y el cariño que hay puesto detrás de cada detalle. Detalles que convierten a Galartija en una propuesta especial.

Galartija, Cooper 2127 Horario: martes a domingo, de 10 a 18 horas.

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Con el escultor sonoro Lukas Kühne


Por Malena Rodríguez Guglielmone Fotografía de Carlos López

Cuando comenzó a fluir en el arte de la escultura, el artista alemán Lukas Kühne entendió que debía agregar una nueva dimensión a sus creaciones. Se embarcó en el desarrollo de objetos que disparan sensaciones, que se disfrutan con el sentido de la vista, el oído y el tacto. Algunas de sus obras están ubicadas en sitios públicos de lugares tan remotos como Estonia, Islandia, Berlín y Montevideo. Con un pie en Uruguay y otro en Alemania, dirige el Taller Experimental Arte y Sonido - Arte Sonoro, en la Escuela Universitaria de Música.

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Fotografía de Goddur Magnússon

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Es una casa muy antigua, de techos altos, en la esquina de Andes y Paysandú. Hace frío y no hay nada que hacer, es difícil calentar semejante caserón. El recinto es amplio y está lleno de materiales de todo tipo que guardan un cierto orden en el espacio. Estructuras de madera, ruedas de bicicleta, rollos de papel, instrumentos de percusión, bachas, un piano de cola, un piano desarmado. Objetos que aparentan no tener nada en común a simple vista. Pero una mirada más atenta despejará las dudas sobre su lugar en este taller. Hay mesas largas y en torno a una de ellas nos disponemos a conversar con el artista y profesor Lukas Kühne. Cerca se ve un montón de un material chiquito y algo brilloso: se trata de pedacitos de mejillones. El martillo a un lado da cuenta de la tarea que se realizó. Al tomar entre los dedos esos restos orgánicos y dejarlos caer se produce un sonido peculiar. Invita a experimentar y agudizar la escucha. Remite a algo sutil como la lluvia o el crepitar del fuego. Es un sonido relajante, hace sentir bien. Ese montón de elementos rotos es parte de los materiales inspiradores que este escultor tiene en este lugar donde funciona el Taller Experimental Forma y Sonido - Arte sonoro. A Lukas le inspira tener allí ese despliegue. Le dispara ideas, le estimula los sentidos. “Hay que provocar, estimular y tomar en serio los sentidos”, afirma. “Entrenarlos. Que estén despiertos y escuchar. Estos caracoles que están acá, si los dejo un tiempo, van entrando en mi subconsciente. Es como una oferta visual, una oferta de posibilidades. Un día te puedes sorprender porque la creatividad sube desde el subconsciente”. Sus procesos suelen tener esa dinámica. Algo le llama la atención y lo deja allí porque tal vez no es el momento de trabajarlo. “No es casualidad que esté ahí; es parte de mí porque le di atención. Se grabó una cierta impresión en mí. En el momento justo lo voy a utilizar. Esta forma de trabajar la adquirí con la experiencia. Cuando era joven no trabajaba de esta manera. Era ansioso y me faltaba el sentido de dejar pasar el tiempo. Es un sentimiento muy lindo cuando eso encuentra su lugar en mi universo chiquito”. Lukas entiende que también hay que sacar lo que ya no tiene un propósito, despejar, para que no se tapen esos canales que deben estar abiertos para recibir nuevas impresiones. “Debes tomar todo en serio, pero no demasiado en serio. Dejar la ansiedad afuera. No tiene lugar en el trabajo artístico. Está bien si sientes siempre un fuego. Pero las cosas precisan su tiempo para bien. No ser lento porque sí, tiene que crecer en tu subconsciencia. Si trabajas mucho tiempo en eso vas a conocer tu forma de trabajo, tu estructura artística. Tu práctica artística es como un árbol. Necesitas un fundamento, raíces fuertes que puedan soportar turbulencias. Es lindo de sentir, pero lleva años. Conscientemente me pasó eso, siento calma desde hará unos diez años. Calma en el sentido de que no tengo

el vacío o el apuro. Todo lo que sale tiene relación con los trabajos anteriores, con la trayectoria. Con esta experiencia llegas a nuevos deseos y posibilidades que tienen que ver con deseos de la juventud y utopías que no creías posibles”. Como él mismo dice, cuando era joven no trabajaba de esa manera. Cuando era joven vivió un período de privilegiada efervescencia en Berlín, en ese momento histórico increíble con la caída del muro. Lukas nació en Stuttgart, pero sus padres provienen de la vertiginosa capital alemana. A fines de los ochenta se fue a estudiar allí. Estudió escultura en dos academias, en el Este y en el Oeste. Trabajó con materiales clásicos como madera y piedra, tuvo buenos maestros. En esa Berlín en pleno cambio había gran disponibilidad de amplios espacios baratos para vivir y trabajar. Fue muy interesante conocer la forma de trabajo en ambas academias, tan distintas pese a la raíz común. “Hablábamos el mismo idioma, pero era imposible entendernos. Fueron 40 años de separación. Hacía un chiste y no me entendían. Brutal. Muy interesante. A mí me impactó. Para mí fue fantástico ver cómo mi país se reorganizaba de nuevo, se redefinía. Antes el Oeste era gordo y rico y por momentos demasiado aburrido. En el quiebre se dio la explosión artística, nos dejó vivir momentos increíbles. En el Este no había ni luz en las calles, hacíamos instalaciones artísticas lumínicas. Todo eso que viví me dio mucha fuerza para pensar y gestionar libremente. En esa época fue posible trabajar sin apoyo financiero y fue muy anárquico por muchos años, todo fue permitido. Aprendí de verdad que se necesita fantasía, ese espacio de libertad. Por cinco años parecía como que el tiempo había quedado quieto. No había normas desde el gobierno. Los jóvenes occidentales que iban al Este entraron a explorar esta situación. También llegaron artistas internacionales que querían vivir esta utopía. No había estructura, no se podía trabajar. Era barato, hacíamos bares ilegales para ganar algo de plata, mucha vida colectiva. Ay, Malena, fue fantástico. Éramos existencialistas, trabajábamos nuestras propuestas, cada día explorábamos una nueva fábrica, encontrábamos cosas, buscábamos nuevas situaciones espaciales. Nos movíamos, era un territorio muy grande, éramos todos exploradores. Todo era underground, un terreno artístico muy en ebullición. Usábamos la ciudad como campo de trabajo. Interveníamos las paredes, las fábricas. Éramos capitanes de nuestros sueños, de nuestras posibilidades, y de hacerlo por el momento, no para toda la vida. Después eso cambió. Los gobiernos departamentales trabajaron con los artistas y el espacio se fue achicando. Llegó el neoliberalismo, el capitalismo. El gobierno se mudó de Bonn a Berlín. Y eso fue otro tema. Ahora los alquileres son muy altos. Se fue haciendo cada vez más difícil encontrar espacios. Yo no quería vivir el cambio a este sistema más formal”.

—No es casualidad que esté ahí; es parte de mí porque le di atención.—


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El escultor sonoro Antes de dedicarse a esculpir, Lukas se había formado como músico. En su familia era una obligación tocar un instrumento. Con 5 años de vida eligió el violín. Le gustó. Pero el violín, entiende, es un instrumento que demanda mucho, requiere mucha atención. Cuando tenía 12-13 años sintió que le faltaban los graves. Le dio mucha lástima, pero abandonó el instrumento. “Cuando vas avanzando el instrumento te da a entender que tendrás que invertir mucho más tiempo porque es un instrumento súper virtuoso. Requiere que toques en forma excelente y más”, afirma. Con ese antecedente en su currículo, al enfrentarse a la materia inevitablemente la música reapareció en su vida. Se enfrentó a la piedra, a la madera, al hierro, con esa conciencia del ritmo, de la cadencia, de la sonoridad. Se enfrentó al desafío de ver, medir, trabajar con proporciones y encontrar el balance que la obra y el entorno requieren. Y lo fue alcanzando y disfrutando. El juego con los materiales y el sonido al producir la obra. “Como escultores siempre hacemos sonidos, modulamos el material, hay un ritmo, cada uno tiene su modo de expresarse, de hacer sonar, nadie tiene el mismo sonido”, explica. Pero entonces algo le faltó. Cuando tenía la obra pronta, esta dejaba de sonar. Le pareció raro. Dejar las obras allí, mudas. “Me faltó que sirviera para algo más. Cada nano segundo en la vida nos enfrentamos a situaciones en las que tenemos que usar el sentido visual, auditivo y el olfato. Me pareció interesante trabajar con tres dimensiones y agregarle una más. En este caso es el sonido y hubo otra que también entró en mi concepto de trabajo: la participación del que lo ve, la performance. Entramos en un campo real, lo que nosotros somos. Puedes medir la cosa, jugar, me parece justo para las obras que hago, que dejo en un lugar. Tengo una responsabilidad hacia mí de sentirme bien y para los demás. Me gusta hacer obras para todos”. Su trabajo ha florecido fuera de Alemania, en países remotos y exóticos como Estonia. En un bellísimo parque de Tallinn construyó una escultura geométrica que denominó Cromatico. Es una pieza compuesta por 12 prismas de distintos tamaños, alineados armónicamente, uno al lado del otro, con una cierta curva a pesar de las líneas rectas. En su página web (www.

lukaskuehne.com) se lee a propósito de esta impactante obra: “Un tema común en las artes visuales y en la música es la naturaleza y la dimensión del espacio. Cromatico es la visualización de la escala musical cromática, que casi todas las composiciones clásicas y populares de Occidente han seguido en los últimos 300 años. Esta sensual y didáctica escultura invita al visitante a hacer una especie de viaje corto a través de los doce medios tonos de la octava desde el fa al mi, pudiendo atravesar estos espacios, tocarlos y jugar con la pieza artística de modo de poder entender el espacio en relación a las frecuencias contenidas en sus volúmenes”. Al entrar en uno de los cubos y tocar la nota que corresponde a ese espacio, la nota reverbera fuerte. Los espacios están interconectados, el sonido viaja por dentro, algunos cubos simpatizan musicalmente entre sí. Con esa escultura permanente Lukas ganó el premio arquitectónico más importante de la ciudad. Estonia tiene una fuerte tradición coral, con festivales de canto donde se reúnen 200.000 personas a cantar. Otra gran escultura de su autoría se puede visitar en una isla del este de Islandia: TVI Söngur. Se trata de cinco cúpulas de distintos tamaños interconectadas. Cada cúpula tiene su resonancia que corresponde a un tono de la tradición musical de Islandia y funciona como un amplificador natural de ese tono. La pieza, que ocupa unos 30 metros cuadrados, está inserta en la ladera de una montaña, por encima del pueblo, en una zona muy tranquila con una vista despampanante del fiordo. Es una visualización de la tradición de la armonía de los cinco tonos. Se trata de una combinación única que afecta los sentidos visuales y auditivos. Es un espacio disponible para quien quiera acercarse, que está abierto los 365 días del año. En YouTube se puede apreciar un dúo musical de mujeres que ejecuta un canto a dos voces en ese sitio de rara belleza. Cuando hay más de dos voces el sonido viaja de modo hermoso, casi escultórico, vuelve en distintas alturas. En un lugar así cantar se transforma en una experiencia mística y de autoconocimiento. “Si estás en el lugar escuchás directamente tu voz con todos los colores pues amplifica muy fuerte. Y de ahí salís más fuerte. Te escuchaste, te amplificaste, te fuiste con tu propia resonancia”, afirma Lukas.


Fotografía de Jonathan Lonche

—Como escultores siempre hacemos sonidos.—

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Fotografía de Jonathan Lonche

El taller experimental Hace 22 años que hace esculturas sonoras. Poco tiempo después de embarcarse en esta aventura llegó a Montevideo, en el año 2000. Un profesor de percusión de la Escuela Universitaria de Música lo invitó a presentarse a una beca en Uruguay. Quería tener otro desafío y otro campo donde enseñar su experiencia. Aplicó y ganó. Acá encontró un espacio amplio, un espacio que hoy en Berlín sería impensable. En ese momento era plena crisis de 2002. “Para mí no fue ningún problema la crisis porque estaba entrenado. Sabía qué hacer con eso. Muchos estudiantes entendieron que se podía trabajar o que la crisis puede ofrecer una chance”. Luego de un año volvió a Berlín. Y luego lo volvieron a invitar, le propusieron varios proyectos y él, que ya estaba extrañando el Río de la Plata, decidió volver. “Este es un buen lugar de inspiración y contemplación. Aquí estoy en paz. Tengo tranquilidad y me puedo concentrar”. En su Taller Experimental Forma y Sonido - Arte Sonoro el grupo es heterogéneo, proveniente de distintas disciplinas. Hay músicos, muchos alumnos de la Escuela Universitaria de Música, pero también artistas visuales, filósofos. Los alumnos usan todo el material que hay ahí. “Siempre intento salir de esa excusa de que no hay recursos. Está bueno tener material disponible. Los compositores aquí investigan el timbre, el color del sonido. La idea es salir de la dictadura cromática, encontrar sonidos vía materiales que pueden ser interesantes para componer de una manera distinta o dejarse inspirar. Es fundamental tener distintos materiales y probar”. Con los objetos sonoros prueban, conversan. Salen muchos conceptos relacionados a cómo analizar, cómo intervenir, cómo trabajar con la ciudad, con lugares. Al ser interdisciplinario el grupo, los conceptos que surgen se repiten, pero no siempre tienen el mismo significado. Varían según las distintas disciplinas. Palabras que suelen escucharse en la esquina de Andes y Paysandú: estructura, material, ritmo, color, composición, vibración, lenguaje, gesto, contenido, forma, contexto, silencio, vacío, pausa, aire. Este último elemento, el aire, es el material preferido de Lukas. El silencio y el vacío no existen, dice. “Con el aire modulamos, nos comunicamos, lo hacemos vibrar. El silencio… Si tenés silencio escuchás tu sangre o tu estómago…”. El taller es un laboratorio. Los diversos participantes aprenden a trabajar consciente y libremente. Se interesan en un sonido, componen, arman un proyecto teórico. Es un trabajo colectivo donde hay mucha efervescencia grupal, interés, respeto. Lo importante es vivir el proceso y ver la obra final que se presenta en el mes de octubre en el Festival Internacional de Arte Sonoro Monteaudio que este año va por su sexta edición y que contará, una vez más, con invitados internacionales destacados. El mundo del espacio y el sonido, el de la escultura y su vibración con el aire, el del espacio que canta, es un campo que no está muy trabajado, es un terreno muy prometedor. Podemos escuchar algo que suena a papel, a campanitas, a vidrio, a rallar la madera, a piedras que caen, a algo que se desgarra, como si se rompiera una hoja de metal, ruidos de lo más diversos, un sonido como a bisagra, sonidos que nos hacen acordar a una película de terror. El arte sonoro busca generar nuevas sensaciones, acceder a ventanas que no sabemos que están ahí, abrir la cabeza, entender frecuencias, sacar todo el potencial que nos puede dar el sonido, ampliar la mira desde la percepción y la creación. Vibrar desde la escucha, desde el juego y la unión con otros seres inquietos, embarcados en la misma búsqueda.

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Por Laura Gandolfo Fotografía de Carlos López

“En este lugar… comé sin culpa”, “No dejes para mañana… lo que podés comerte hoy”. Las tentadoras frases dan la bienvenida en el sitio web de la boutique gourmet Pecana de la chef y pastelera Sofía Muñoz, de 28 años, quien combina el gusto por la comida con el placer que siente por estar siempre rodeada de gente. Amante del pan casero y de la gastronomía como escenario para el encuentro relajado, la joven empresaria ofrece una propuesta a la vez fresca y sofisticada, con un refinado y hogareño gusto estético.

Con Sofía Muñoz, propietaria de la boutique gourmet Pecana

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Pecana nació hace cinco años, en un local pequeño de 20 metros cuadrados ubicado en Pocitos, en Presidente Gestido y Ramón Masini. Muñoz y su socia se encargaban de todo, desde cocinar y limpiar hasta servir y mantener redes sociales. “Era un take away que nos sirvió para conocer los sabores que le gustan a la gente. Yo sabía que quería llegar a algo más grande pero antes debía tener esa experiencia. Porque puede pasar que a mí me guste el chocolate con dulce de leche, pero el público prefiera más lo frutal. Entonces, la cercanía me permitía interactuar para saber cómo cambiarían un plato, por ejemplo”. Como también se le da bien enseñar y comunicar lo que piensa sobre la cocina, Muñoz publica una columna en El Observador y lleva el blog personal El mundo sobre mi mesa (elmundosobremimesa.com). “Mi espíritu es joven y acá se respira, pero también quiero que venga la gente mayor, como a todo salón de té”. Por eso el menú ofrece tanto la típica torta de abuela con 3 kilos de manzanas, que rinde 12 porciones, como la Torta Óreo, 100% teenager. De esta forma, Pecana es el lugar ideal para que vaya la nieta con su abuela, y cada una pida lo que le agrade más. “Las señoras mayores que vienen dicen que les encanta porque aquí respiran aire joven. Por eso combinamos la loza típica inglesa y la torta Óreo encima. Como acá todo es grande y “pocho”, insistimos mucho para que se lleven lo que queda”. Muñoz ha comprobado que en Montevideo gusta mucho el dulce de leche y que los comensales prefieren los platos exagerados, a los cuales no están muy acostumbrados. Pecana se instaló en el local actual, sobre la calle Carlos María Maeso, hace tres años. Ofrece almuerzo y té, que es un boom, y el local se llena a esa hora. El equipo de trabajo es de 17 personas, todas mujeres jóvenes. “El restorán tiene muchos picos de estrés, sobre todo a la hora del servicio. De ocho horas, cuatro son de estrés. Estás corriendo porque tenés que sacar los platos en tiempo. Vemos cómo manejar esta tensión que es un desafío que sobrellevar, y más entre mujeres. Por suerte, tenemos un grupo muy lindo. Podemos tratarnos mal a la hora del servicio y terminar riéndonos de lo que pasó tomándonos un café o una cerveza”. El comienzo fue a pulmón y sin inversión financiera, con una gran cuota artesanal. Sus tías cuidaban de detalles como los forros de las sillas. “La comida nos traslada a nuestra casa. ‘Este sabor me hace acordar a cuando…’ Eso es lo que yo quiero transmitir. Y ese amor se tiene que ver porque lo pusimos en todo. Por suerte, tengo seis tías grandes jubiladas que están pendientes de lo que hay que hacer [risas]”. En su momento cada una de ellas tejió amorosamente una manta patchwork a crochet para “vestir” al árbol de paltas del patio interior. Calor de hogar Sofía Muñoz estudió cocina en el Gato Dumas, en la época en la que trabajaba en Philomène, un salón de té de Punta Carretas donde aprendió mucho. Luego cruzó el río para vivir en Buenos Aires. Estudió pastelería con Osvaldo Gross y trabajó como encargada en ese rubro en un restorán de la hija de Marcelo Tinelli, un boom del momento. “Estaba hiper de moda, entonces para mí era un desafío porque yo tenía que hacer que funcionara y que las cosas fueran ricas. Fue una buena experiencia”. Muñoz es la única en su familia que se ha dedicado profesionalmente a la cocina. “Mi madre hace cosas muy puntuales, le gusta hacer el asado, pero no tiene

un plato específico. Creo que me viene más bien del lado de que me gusta mucho invitar. En mi casa somos muchos hermanos y siempre hubo gente en casa. En verano nos íbamos al campo de mi padre y por suerte siempre nos dejaron invitar a mucha gente. Somos cuatro, así que terminábamos siendo 13. ¿Y en el campo qué hacés? Cocinás”. Reconoce, además, que le nace ser anfitriona, agasajar y hacer que las personas se sientan cómodas. Por eso se sienten “como en su casa” en Pecana: la comida es casera y abundante y las chicas son simpáticas y cercanas. “Eso es lo que me gusta transmitir acá y en mi casa”, cuenta Muñoz. Otra característica de la empresaria es la dedicación al trabajo. “Veo que a veces la gente se frustra. Cuando montás una empresa lo que vas a hacer es trabajar. Yo lo hago con placer”. En el restorán son muchas horas de producción constante y el equipo es quizás más importante que en cualquier otro trabajo. En esta maquinaria todos los roles son igualmente importantes: “Se cae uno y se caen todos”. “El éxito de un restorán tiene que ver con la presencia. La gente delega y no está, cuando aprendés muchísimo al estar: los sabores que le gustan a la gente, cómo prefiere que se lo sirvan y que la traten”. Muñoz concibe Pecana como una experiencia integral que incluye desde la decoración del lugar, hasta cómo están vestidas las mozas y cada detalle. El hecho de que el plato esté rico es un ingrediente más, no el más importante, resume. Entre el estrés y la novedad La empresaria entiende que el liderazgo se debe trabajar todos los días y que siempre habrá algo por aprender. “Ser líder no es fácil, todo el tiempo tenés que estar poniendo nuevas metas y desafíos y autodesafiarte como líder. ¿Qué pasa si me voy? A las chicas yo las jorobo acá con la ‘sofidependencia’. Porque se crea la dependencia, pero en algún momento no querés estar o te vas, ¿y qué pasa?”. Para aceitar las dinámicas de trabajo a veces hacen desayunos cortos para tratar problemas o para saber cómo está cada una. Trabajan con una coach que les propone actividades para abordar distintos aspectos, como las características personales y cómo influyen en la tarea diaria. El estrés con frecuencia torna el ambiente tenso: el proveedor que no llegó, los tiempos ajustados de la cocina, la torta que se quemó y cómo hacés para resolverlo. “Por eso está bueno estar y darte cuenta de cómo son las cosas y no que otro te cuente lo que pasó. Si estás adentro lo conocés de primera mano”. Algo que influye es que el restorán tiene mucha rotación y hay que hacer seguimiento de la gente que ingresa, sobre todo en la cocina, que es la base para que todo salga diez puntos. Cada tres meses, Pecana cambia su menú, que es estacional, manteniendo las tortas típicas. “Lo hacemos para no aburrir, porque tenemos un público muy fiel. Está bueno que cuando venís siempre tengas una sorpresa, una novedad. En enero cambiamos todo en el local para que vengas y estés sorprendiendo. Es algo que buscamos en el almuerzo también. Tenemos sopas, tartas y platos principales, como ñoquis de vino tinto y tacos de cerdo”. Apuntando a la originalidad, la propuesta “El chef eligió” consiste en que el comensal diga qué dos cosas no quiere comer en el plato que le servirán, por ejemplo, morrón y cebolla. En la cocina tendrán que inventar un plato sorpresa que se descubre recién en la mesa. “Esto crea un desafío en la cocina, de no


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—Ping-pong gourmet

tener que sacar siempre lo mismo, y una conversación de cómo lo harán”. El menú incluye sándwiches muy ricos, que pueden llevar berenjenas a la parmesana o salmón, y ensaladas. El té es bien variado: lo que más sale es “De a dos es mejor”, una merienda para compartir, y también los sándwiches, como uno que es un wafle relleno de lomito, panceta, queso y huevo. Hay scones de semillas o de queso. Muñoz aprecia que el mercado gastronómico uruguayo esté creciendo, en restoranes y propuestas en las ferias. “Máster Chef ayudo también a que la gente desee cocinar. Hablar de comida se puso súper de moda. Acá las conversaciones que escuchás en general son de comida, y me parece genial. Las redes sociales también ayudan mucho a tentarte a cocinar con los videos técnicos, que hacen que alguien pueda pensar que no es tan difícil y se anime a probar”.

El complemento perfecto de su actividad son los cursos de cocina, en grupos donde predomina la camaradería. Ella los define como divertidos “encuentros gastronómicos”, donde charlan y toman algo. Las clases se dictan en Pecana, una vez a la semana, sobre un tema específico, por ejemplo, platos de olla: guiso criollo, risotto, guiso vegetariano y pastel de choclo. Todo se degusta en el momento, tomando algo y charlando. “Se arma algo bueno y siempre voy cambiando la temática”. El curso básico incluye cuatro clases: entradas y picadas, platos principales, panes, tartas y pizzas y, finalmente, postres. Para Muñoz lo bueno es que el alumno aprenda las bases reales de la cocina: preparar cualquier tarta desde cero, sabiendo las bases. En su tiempo de existencia, Pecana ha crecido a gran velocidad. Ahora la empresaria sueña con abrir otro local y tener un lugar donde dictar sus clases.

Platos preferidos. El guiso de lentejas y las comidas con atún. Me encanta el pescado. Cocinaría miles de cosas con pescado. Referentes en la gastronomía. Narda Lepes. Lo que me gusta de ella es que hace todo grende, en exceso y que, cada vez que te dice algo, te enseña. Mejor lugar en el mundo por su cocina. Estados Unidos por su innovación, porque lo que se empieza a hacer ahí, lo terminan haciendo to-

dos. En pastelería marcan. Me gusta ir a ver qué está pasando. A su vez, me encantan los sabores españoles e italianos. La base italiana, la pasta. Me gustaría aprender más sobre Italia. Una buena picada tiene que tener… Un buen pan casero. Es mejor que comprar ese que tiene todas las porquerías que no tenés que comer. Pecana, Carlos Ma. Maeso 2778 pecana.com.uy


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El ocaso


Columna de humor Por Gustaf

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Con una voz aguda parecida a la suya, su novia le daba el último portazo a una casi eterna relación mediática. “¿Qué pensarán los niños cuando se enteren lo que hay detrás de tu falsa alegría? Tu tono tierno es una fachada. Una farsa. Toda tu historia una mentira”, sentenció como quien baja el martillo de un remate. Acto seguido se fue, para siempre. Él quedó desdibujado en las penumbras. Su sombra, conocida en todo el planeta, se estampaba en el piso de forma melancólica y siniestra. Intentó pararse, pero su pequeño cuerpo inundado de alcohol le impidió coordinar la maniobra. Solo quedó rodeado de posters, revistas, camisetas y trofeos, todos con su imagen. Una estrella rutilante. Su nombre se coreaba en todos los idiomas. Sus movimientos mágicos, el contornear de su cuerpo haciendo gambetas, sus saltos acrobáticos haciendo chilenas y su andar lúdico con pases milimétricos eran reproducidos en todos los televisores de los habitantes de la Tierra. Siempre idolatrado por las masas. El preferido por relatores y comentaristas. Tribunas llenas. No podía salir a la calle. Lugares VIP. Lentes negros. Limosinas. Yates. Aviones propios. Islas privadas. Dobles que hasta tenían su misma voz y fisonomía. La vida es sueño. Universo de fantasía permanente. Mágico mundo de cascadas de colores. Desbordes y excesos. Descontrol. Su vida se iba al mazo justo cuando la Selección de su tierra tenía la chance más clara de clasificar a un Mundial por primera vez en la historia. Él era el

motor del equipo. El diferencial. El distinto. No se podía llegar a la cita máxima si el crack no estaba en óptimas condiciones. Un día antes del partido definitorio por Eliminatorias, sus compañeros (también estrellas mundiales) se reunieron con él en un lugar lujoso de ensueño. Hubo entendimiento y reconciliación. Cuando terminó la charla todos se fueron a concentrar, pero él se quedó para bajar a las catacumbas del castillo. Incorregible, ya tenía armada una fiesta con su grupo de inútiles compinches. Fue así que, en el mismísimo pico de la noche, sobre un mármol negro garabateó las líneas de una cancha de fútbol… y se las tomó de un violento suspiro nasal inverso. Quedó titilando. Sus orejas parecían almidonadas. Siguió de largo sin dormir hasta el otro día para aparecer en la concentración con los ojos rojos. Su técnico quedó congelado al verlo. Nadie podía animarlo. Igual decidió que fuese titular. Tanto talento no podía quedar afuera. Entonces llegó la hora del match decisivo. El estadio rugía. Solo el triunfo servía. El trámite del partido venía parejo. El “Ratón” aún no había tocado la pelota. Ni la vio. Pero siempre tenía crédito. Ese porfiado empate los estaba dejando afuera. En el último minuto se generó –como una bendición– un penal a favor de su selección. Con los mocos colgando tomó la pelota. Puso la bocha en el blanco punto penal y con una dureza magistral, mientras le bajaba por la garganta el último hilo de polvo maldito, lo pateó… afuera. Y fue así que Disneylandia quedó afuera del Mundial.

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Baby Steps

Nacho Gonzรกlez


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Escribí Baby Steps durante el verano de 2017, en Boston. La idea detrás de la pieza es: a veces tratamos de ir más rápido de lo que podemos; a veces estamos trancados en un lugar, pero deberíamos irnos. Traté de tener en mente esta metáfora mientras escribía.


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