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© 2019 BMR Productora Cultural, Derechos Reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, transmisión o archivo en sistemas recuperables, para uso público o privado, por medios mecánicos, electrónicos fotocopiado, grabación o cualquier otro, ya sea total o parcial, del presente ejemplar, con o sin propósito de lucro, sin la expresa, previa y escrita autorización del editor. Impreso en Gráfica Mosca. D. L. N° 373.150.
ISSN 2393-7467
Editorial
Es un gusto presentarles este tercer número de TRIBU, la revista semestral de Blue Cross & Blue Shield, que busca poner sobre la mesa temas actuales, que hacen a nuestra vida cotidiana y al deseo de vivirla en forma más plena y consciente. El eje viene dado, esta vez, por el día y la noche. En ese sentido, está muy bueno conocer el trabajo que están haciendo, sobre los ritmos circadianos, las biólogas Ana Silva y Bettina Tassino, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Su análisis se centra en cómo el reloj biológico influye en nuestra vida, en cómo rendimos y cómo nos sentimos. Los jóvenes uruguayos son, según sus investigaciones, los más nocturnos del mundo. Dato que se ve reforzado por el uso de pantallas de celulares y computadoras cuya luz provoca que se distorsione el mecanismo del buen dormir. El momento en que cerramos los ojos en el quirófano y nos disponemos a un sueño inducido y en cierta medida incierto es otro de los temas que les traemos: la anestesia y sus bemoles. Adentrarse en la noche del inconsciente para traer a la luz lo más profundo es lo que hay detrás de la nota sobre arte y salud mental. A través de la creación es posible armonizar consciente e inconsciente, suavizar conflictos internos, así como también habilitar un camino de sanación. A toda noche le sigue su día y qué mejor que empezarlo con un buen pan de masa madre, alimento que está marcando tendencia en Montevideo con varias panaderías con mucha personalidad abocadas a hacer el mejor y más crujiente pan. En este mundo de emprendedores están también las que apuestan al mundo del diseño y de la empresa, que crean objetos variados, algunos
de ellos que se vinculan al sueño, como son mantas y almohadones. Otra gran emprendedora es la experta Gladys Calabrese, que apostó muy tempranamente a la excelencia en el cuidado de piel como una forma de encarar con gracia el envejecimiento, sin someterse a tratamientos invasivos. Les traemos una entrevista al maestro japonés de Aikido, Manabu Masuda, quien nos acerca a este arte marcial creado a mediados del siglo XX. Surgido a partir de la oscuridad de la guerra, busca ser un arte de paz. Los alumnos van aprendiendo las técnicas paso a paso, como si fuera una caligrafía que se va puliendo letra a letra. Es después de un tiempo de práctica perseverante que se ve la caligrafía completa y realmente se empieza a asimilar esta filosofía. Otro arte en movimiento es el kitesurf, un deporte que está proponiendo momentos de adrenalina, de interacción humana con otros practicantes y, tal vez lo más importante, una gran comunión con la naturaleza. No en vano a sus adeptos le llaman la comunidad del viento. Y para terminar felicitamos a Federico Redin, uruguayo radicado en Londres, quien es uno de los ganadores del concurso internacional Portrait of Humanity organizado por el British Journal of Photography. Sus impactantes imágenes muestran los claroscuros de la vida diurna en Kampala, Ruanda, una ciudad hiper caótica que alberga, sin embargo, rincones de despreocupado y sosegado disfrute.
Malena Rodríguez Guglielmone Editora
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Coordinación General Arq. Nicolás Barriola Coordinación de contenidos Arq. William Rey Ashfield Concepción Fotográfica Lic. Marcos Mendizábal Departamento Comercial Cr. Martín Colombo Edición Lic. Malena Rodríguez Guglielmone Diseño i+D Corrección Laura Zavala Colaboradores Emanuel Bremermann, Gabriela Sommer, Carolina Villamonte Carlos López, Mercedes Estramil, Mateo Boffano, Lucía Boiani, Rubén Gómez. Agradecimientos Susette Kok, Valentina D’Alfonso, Gladys Calabrese, Helena Algorta, Federica Porto, Federico Redin, Bettina Tassino, Juan Riva, Valentina Folle, Ana Silva, Juan Dorado, Rafael Arzuaga, Gonzalo Zubirí, Daniel Benseñor, Marian Rustom, Gonzalo Albores, Lázaro Quintana, Laura Moñino, Fernando Espinosa, Alejandro Núñez, Demian Díaz, Álvaro Borrazás, Pablo Thiago Rocca Jimena Schroeder, Rosa Cahzur, Prof. Rubén Gomez.
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El camino de la energía y la armonía Con Manabu Masuda, sensei de aikido
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Ingredientes para una revolución: agua, harina y sal Pan de masa madre
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Salud mental y arte Arte y salud mental
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Pionera y experta en el cuidado de piel Gladys Calabrese
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Sutil mirada sobre la diversidad Federico Redin y su trabajo fotográfico sobre Uganda
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La comunidad del viento
El Kitesurf
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Peculiaridades de una especialidad despierta Los avances de la anestesia derriban los miedos de los pacientes
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Fanáticas del diseño Helena Algorta y Federica Porto
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Madelón y la crisis espiritual Columna de humor
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Entre búhos y alondras Cuando el reloj biológico marca nuestro rendimiento
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La frase del título es lo primero que aparece en Wikipedia cuando ponemos en el buscador la palabra “aikido”. Y amplía: “Es un arte marcial tradicional moderno del Japón. Fue desarrollado inicialmente por el maestro Morihei Ueshiba (1883-1969) aproximadamente entre los años 1930 y 1960, a partir de varios estilos de artes marciales clásicas y tradicionales del Japón, con armas, y de lucha cuerpo a cuerpo. La característica fundamental del aikido es la búsqueda de la neutralización del contrario en situaciones de conflicto dando lugar a la derrota del adversario preferiblemente sin dañarle, en lugar de destruirlo o humillarlo.
Con Manabu Masuda, sensei de aikido
Por Malena Rodríguez Guglielmone / Traductor Prof. Rubén Gómez Fotografía de Carlos López
El camino de la energía y la armonía
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El camino de la energía y la armonía. Con Manabu Masuda, sensei de aikido
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El aikido, al estar bajo la influencia del sintoísmo y, en menor medida, por el budismo zen, busca formar a sus practicantes como promotores de la paz”. Hace muchos años que visita Montevideo el sensei –como se les llama habitualmente a los maestros– Manabu Masuda. Invitado por sensei Alejandro Nuñez, este japonés de baja estatura, complexión liviana e increíble destreza, llega cada año a dictar seminarios de aikido. Ha dado también conferencias sobre el budo, término que refiere a las artes marciales en general, a lo cual tradicionalmente se le llama “el camino del samurái”. Es la segunda vez que entrevisto a Masuda sensei; la primera fue en 2011, en el cálido dojo de Núñez sensei, en Lagomar. El dojo es el lugar de práctica, el “lugar del camino”, como le dicen los japoneses. En ese entonces tomamos un té verde y tratamos de comunicarnos en inglés, pero muchos conceptos eran difíciles de expresar para él en ese idioma. Por otra parte, muchas de mis preguntas eran recibidas con un poco de sorpresa. Tuve la impresión de que los japoneses tienen un modo distinto de ver la vida, de reflexionar sobre las cosas que eligen y hacen habitualmente. Como si tuvieran una estructura mental bien diferente a la occidental, sin tanta necesidad de intelectualizar. En esta segunda oportunidad, el encuentro con Masuda Sensei fue en el Instituto Superior de Educación Física. Con la asistencia de un traductor mantuvimos una amena charla antes de comenzar la práctica sobre el gran tatami.
— Sensei Masuda, ¿por qué es importante el budo en el siglo XXI? El budo japonés no es un deporte. Hay gente que lo usa así, pero en realidad es una filosofía. No sabría cómo explicarlo, me gustaría que lo entendieran a través de la práctica. En la cultura japonesa esto viene desde hace mucho tiempo y se va transmitiendo a través del entrenamiento. Es algo tradicional de nuestro país. A pesar de que los métodos de combate han cambiado –ya no se usa más la katana (el sable) sino la pistola–, igualmente seguimos manteniendo la tradición, queremos preservar lo que dejaron nuestros ancestros. — ¿A qué edad empezó a practicar? Empecé a los siete años porque era amigo de mi vecino, el hijo del sensei. Recuerdo que se enojaba conmigo porque yo era un niño y hacía cosas malas [risas]. Era una clase rigurosa. Ha cambiado mucho la práctica con los niños. Cuando entrenábamos había cosas que hoy serían inaceptables. No podríamos tratar a un niño de la manera en que éramos tratados nosotros. Si hacíamos un golpe mal nos pegaban con un shinai (una espada de caña bambú, la que utilizan hoy día en Kendo). Es algo que arde mucho. Para nosotros era lo normal. — ¿Le gustaba el aikido de niño? No sé si me gustaba o no. Como pusieron un dojo al lado de mi casa, mi madre me hizo ir. Nunca preguntó mi opinión. Simplemente me inscribió.
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—Tuve la impresión de que los japoneses tienen un modo distinto de ver la vida, de reflexionar sobre las cosas que eligen y hacen habitualmente.—
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— ¿Hubo un momento en que lo empezó a disfrutar? Quizá cuando alcancé mi primer cinturón negro. — ¿Por qué le empezó a gustar, porque empezó a entender la técnica? No sé. Realmente no entendía mucho la técnica. Cuando obtuve el cinturón negro empecé a pensar: ¿por qué tengo este cinturón negro y por qué estoy entrenando? Empecé a pensar uno por uno cuáles eran los motivos por los cuales estaba haciendo esto continuamente y ahí fue cuando empezó a convertirse en algo interesante para mí. — ¿Qué le llegaba en ese momento de la figura del creador del aikido, Morehei Ueshiba? No recibimos enseñanza de O’Sensei porque ya se había muerto. Pero quedaron algunas instrucciones escritas y algunos videos. Los que se pueden ver son de él muy mayor, con barba. Lo que no podemos ver es el proceso que tuvo desde que era joven hasta llegar a ese momento en que solo levantaba la mano y la gente salía volando. Los videos y los escritos que quedan son de cuando él ya estaba maduro. Nos perdimos la parte en que él hizo esa evolución. — ¿Cómo es eso de que levantaba la mano y la gente salía volando? Podemos pensarlo como una caligrafía, un manuscrito trazo por trazo. En el keiko (entrenamiento)
vamos aprendiendo los trazos, las técnicas. Cuando miramos los videos de O’Sensei los oponentes salían volando al verse enfrentados a su técnica. Nosotros estaríamos en la parte más básica, cuando tenemos que entender cada pincelada. O’ Sensei llegó al estadio más fluido y suelto de una caligrafía. Cuando ves una caligrafía hecha por un maestro, es un solo trazo. Son muchos y muchos años de hacer trazo por trazo. Repetir la forma, la forma, la forma, el básico. En un momento dado, él, por su experiencia, por su talento, por hacerlo todo el tiempo, hace que se vea suelto, relajado y hasta bello. Nosotros tratamos de imitarlo, pero no podemos. Tenemos que hacer el proceso, pasar por la base, como en la pintura, hasta que la mano se suelte. Y quizá lo logremos. — ¿Hay en esa técnica un manejo de la energía? Algo así como energía, no te lo sabría decir. Lo que sí puedo decir es que era algo muy impresionante. No es lo mismo ir a un concierto que ver un video de un concierto. En los videos se ve la técnica pulida pero no es lo mismo que verla en vivo. — ¿Qué le transmitía su sensei, Kobaiashi, sobre el gran maestro y creador del aikido, O’Sensei? Mi maestro no hablaba mucho de O’Sensei. Tenía su estilo, su línea y simplemente nos hacía practicar aikido. Era una persona muy particular. No había muchas charlas acerca de O’Sensei.
—Podemos pensarlo como una caligrafía, un manuscrito trazo por trazo. En el keiko vamos aprendiendo los trazos, las técnicas.—
El camino de la energía y la armonía. Con Manabu Masuda, sensei de aikido
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— ¿Cómo es la línea de Kobaiashi O’Sensei? Kobaiashi era un viejo enseñando aikido y dentro de su línea aprendíamos mirando. Hablaba, pero lo que más le interesaba era hacer el entrenamiento correctamente, ir haciendo las básicas correctamente y poco a poco ir avanzando. La línea de Kobaiashi no tiene una característica específica, y eso es justamente la característica de su línea. Es un aikido más tradicional. — ¿Es una línea amable dentro de lo que son las distintas corrientes? La palabra iasashii quiere decir amable o también fácil. Yo nunca voy a hacer que un alumno se lastime y yo no quiero ser lastimado en una práctica. Por eso desarrollamos el kata (secuencia de movimientos). Si alguien en el kata sale lastimado es porque algo no se hizo bien. Podríamos decir que es un estilo elegante. Algunos quieren atacar, quieren que sea duro, rudo, pero esto no es bueno. — Es un arte marcial pero también un camino de armonía y amor. ¿Cómo se trabaja esto en la clase? Es muy difícil esa pregunta. El espíritu del aikido viene del sintoísmo que es la religión de Japón (el sintoísmo se basa en la veneración de los espíritus de la naturaleza).
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— ¿El uso de armas está bien integrado a la clase? ¿O hay una tendencia a practicarlo por separado, mano vacía o armas? Hay muchos senseis que sí lo están separando y muchos están dejando las armas de lado. En Kobaiashi hacemos los dos juntos. Mayormente hacemos más práctica de mano vacía.
— ¿Por qué es importante la práctica de armas? El aikido nació a partir de la espada, es la esencia del aikido. Si lo dejamos de lado perdemos lo más importante. — ¿Qué le parece importante trabajar en general en sus clases? En mis entrenamientos lo que trato de evitar es lo inútil. Es importante ver cómo tu ser actual se va a transformando a través del aikido. Me enfoco mucho en el movimiento del cuerpo, en la forma de caminar, que no subas y bajes tu centro cuando caminás. Por ejemplo, la forma en que cargamos algo. Los movimientos cambian según este enfoque. Es difícil de explicar, una persona que ya sabe lo puede ver. — ¿Cómo es su entrenamiento personal? Entreno todos los días, voy a estudiar con Kobayashi Sensei los viernes de mañana y los demás días entreno una hora yo solo antes de enseñar. Mi entrenamiento es muy silencioso, practico enfrente a un espejo. — Si tuviera enfrente a O’Sensei, ¿qué le preguntaría? Tampoco lo pensé nunca. Nunca me dijeron en mi escuela: ¿tienen alguna pregunta? Hoy día, yo les digo a mis alumnos, si hay algo que no entienden lo volvemos a hacer. En mi época no se nos ocurría preguntar. No había lugar a eso. — ¿Qué significa ser un guerrero hoy día? Lo he pensado. Los que hacemos artes marciales, ¿qué cosas podemos hacer? Tenemos que hacer algo que sea útil para la sociedad. Realmente no sé qué, pero es algo en lo que pienso a menudo. No tengo respuesta.
—El aikido nació a partir de la espada, es la esencia del aikido. Si lo dejamos de lado perdemos lo más importante.—
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Ingredientes para una revoluciรณn: agua, harina y sal
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Pan de masa madre
Por Emanuel Bremermann Fotografía de Carlos López
En los últimos años, la masa madre –un fermento natural que se alimenta durante mucho tiempo– ha transformado la forma en la que los uruguayos consumen pan; hoy, en Montevideo, numerosos emprendimientos gastronómicos buscan explorar esta “vuelta a las raíces” para convertir la panadería uruguaya en algo más artesanal, orgánico y sabroso.
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Contrario a lo que sucede en países como Francia o Alemania, en Uruguay ha sido siempre una especie de personaje secundario de la mesa. Con indiferencia automática, los uruguayos lo hemos dado por sentado desde el inicio, asociando su sabor, su olor y su forma a una gastronomía anexa, que únicamente acompaña o no a los platos que de verdad importan. Por ejemplo, a un guiso de lentejas, un chorizo recién salido de la parrilla. Sin embargo, sabemos, y por eso no nos preocupamos, que pase lo que pase el pan estará: tenemos claro que acompañará el desayuno en forma de bizcochos o de molde, que será un espectador de lujo en determinados almuerzos, que escoltará al café con leche de la merienda y hasta que cuidará que las cenas –de lujo o más económicas–, estén bien servidas. Tenemos bien claro, y aunque nadie lo pida y su presencia sea relegada al rincón menos llamativo de la mesa, que el pan encontrará la manera de meterse en nuestra gastronomía. Aunque sea de forma solapada, así ha pasado siempre y así seguirá sucediendo. En las sombras o bajo los reflectores, marcará el pulso de la alimentación a fuerza de agua, harina y sal. Sin embargo, hoy el pan vive una revolución gestada a partir de su propia historia, y es una situación que Uruguay abrazó con el mismo ímpetu con el que lo hicieron otros países en épocas muy anteriores. Con una corriente artesanal cada vez más afianzada en los paladares de sus habitantes, Montevideo se ha convertido en un reducto o marco especial para la gastronomía lenta o slow. Tras el desembarco de la cerveza artesanal y casi al mismo tiempo que la explosión del café de especialidad, nuevas miradas y propuestas gastronómicas han hecho que el pan retorne a sus etapas más primarias, habilitando así el resurgimiento de un ingrediente antiguo y simple que, sin embargo, hasta hace muy poco podía ser totalmente desconocido para la gran mayoría de los uruguayos: la masa madre.
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Volver a la raíz La diferencia es notoria. En primer lugar, está la cáscara; es un poco más dura, más rugosa, pero concentra un sabor que para nada impulsa a desecharla. La revaloriza como parte de la experiencia. Después, está el interior. La masa más blanda, más sabrosa, se deshace en la boca como si fuera un dulce; untarla con manteca la convierte en un manjar instantáneo y ninguna tostada de otro tipo de panificado podrá jamás igualar a una de este tipo. Comprobar todo esto es sencillo. Solo tiene que ir hasta la cadena de supermercados más próxima, tomar una baguette del canasto y probarla. Es posible que ya conozca el sabor, pero pruébela para comparar con lo que vendrá después. Ahora diríjase a algunos de estos puntos en Montevideo: La Resistance Boulangerie, Atelier Cataleya, La Linda, Escaramuza, La Madriguera o El Club del Pan. Cualquiera sirve. Compre una baguette, un pan de campo o el que prefiera,
y llévese un trozo a la boca. ¿Nota la diferencia? ¿Siente lo que se describió en el párrafo anterior? Eso es pan de masa madre, y es casi seguro que esa textura artesanal, que no tiene una pizca de químicos, se convertirá de ahora en más en la mejor amiga de sus comidas. La masa madre es, y todos los que lo han probado lo saben, un camino de ida. La clave para entender a este nuevo mundo panadero que ha tomado por asalto a Uruguay es saber que con los panes de masa madre no hay gran misterio ni una fórmula secreta especial. Simplemente, es una masa que se realiza sin levadura industrial; se utiliza en su lugar un fermento natural elaborado a partir de harina y agua, que se mantiene y se alimenta durante mucho tiempo. Esto, y nada más que esto, es el ingrediente que ha revolucionado al pan local. Uno de los primeros en traer este tipo de panadería a Uruguay fue Gonzalo Zubirí, que es cocinero hace unos quince años, pero que hace siete se fue a Nueva York a colaborar con su amigo de la infancia y chef uruguayo, Ignacio Mattos, en la apertura de un nuevo restaurante. En ese acontecimiento había varios cocineros reconocidos trabajando, entre ellos Chad Robertson, referente de la panadería en la costa oeste de Estados Unidos. Fue Robertson el que le mostró la sencilla y casi mágica técnica de la masa madre. Y fue un pan de masa madre suyo el primero que Zubirí probó. “Cuando lo mordí me di cuenta de que nunca había comido pan en mi vida. Era algo totalmente distinto; el sabor, el aroma, la corteza, todo era diferente”, recuerda. La historia de Zubirí es también la historia de sus manos, manos que además también ejercieron la carpintería y que siempre moldearon los oficios que funcionaron como los ejes de su vida. Por eso, por el amor a lo artesanal, es que este hombre nacido en Santa Lucía se enamoró de este tipo de panadería. Moldeado con los conocimientos de Francis Mallmann, el propio Mattos, Lucía Soria y Santiago Garat, y después de experimentar con los fermentos naturales en su casa durante algunos años, Zubirí creó en 2014 una de las primeras panaderías de masa madre en Montevideo: El Club del Pan. Proveedora de varios negocios gastronómicos de la ciudad –Futuro Refuerzos en sus comienzos, por ejemplo–, hoy el local es referencia ineludible para esta corriente. La esquina de Pablo de María y Lauro Müller, en donde está ubicado, ya se ha acostumbrado al aroma del pan recién horneado y café que emana cada vez que Zubirí prende sus hornos. “Este desarrollo es una marca de la evolución de la gastronomía uruguaya y es muy positivo. Que haya más pan de fermentación lenta es mucho mejor, porque es un mejor pan. Además revalorizó el oficio de la panadería artesanal y respeta los tiempos que llevan las cosas naturales sin agregados químicos”, explica. Resistance Boulangerie es otras de las caras de esta nueva ola de panes artesanales que, como queda claro en el resto del mundo, no es tan nueva. Su propietario es Daniel Benseñor, y la historia, como un patrón que marca tendencia y se repite en cada uno de los negocios del ramo, casi que es la misma que
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—La masa más blanda, más sabrosa, se deshace en la boca como si fuera un dulce; untarla con manteca la convierte en un manjar instantáneo y ninguna tostada de otro tipo de panificado podrá jamás igualar a una de este tipo.—
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la de Zubirí: Benseñor probó pan de masa madre por primera vez mientras hacía un curso de panadería en medio de la ebullición cultural de Brooklyn, Nueva York. Allí perfeccionó sus habilidades y alternó trabajo entre panaderías de ese barrio y la Gran Manzana. Hace unos cuatro años decidió volver a Uruguay a implementar sus conocimientos y su primer paso fue ponerse a trabajar de manera solitaria, elaborando panes de masa madre para diferentes hamburgueserías de Montevideo, un negocio que estaba en pleno auge. El tiempo marca que, algunos meses después, Benseñor abrió un local sin nombre en Buceo, donde comenzó la génesis de lo que terminaría siendo La Resistance. “El pan de masa madre es una moda mundial, pero no es nueva. Hay panaderías en Francia que hace doscientos años hacen pan con este fermento. Uruguay está viviendo una vuelta a lo natural y lo artesanal y el pan entra dentro de esas nuevas tendencias que, en realidad, no son tan nuevas”, cuenta Benseñor. Y así como Zubirí y Benseñor, los viajes siguen siendo el principal punto de inflexión en esta corriente artesanal de panadería que se vive hoy. Las tres propietarias de la panadería Atelier Cataleya se encontraron en Alemania con una textura y un sabor increíble que jamás habían probado, y quisieron reproducirlo en una panadería local. Hace dos años abrieron su propio local en Mercado Ferrando y se presentan con una frase que ilustra bien su filosofía: “Para todo mal coma pan, para todo bien, también”. “El pan de masa madre tiene un sabor particular y una acidez que el pan de levadura no tiene. Además, es un poco más fácil de digerir porque no tiene ni químicos ni conservante, por lo que el cuerpo lo tolera más. De hecho, la masa madre tiene probióticos que ayudan a la digestión.”, explica Marian Rustom, al frente de Atelier junto a Virginia Giménez y Victoria Medina. “Es una revolución. Todo lo que sea conservar y preservar forma parte. Las industrias se apropiaron de lo artesanal y lo hicieron masivo; se sacrificaron los nutrientes. La ola de industrialización hizo que todos esos pequeños emprendimientos y artesanos dejaran de crecer, por eso creo que vale la pena que nos juntemos muchos cocineros, obreros, carpinteros, para rescatar lo hecho con las manos”, dice. De todos los atractivos de este producto que ya instaló a su aroma como parte de los ambientes montevideanos, uno de los que entusiasma más a sus consumidores es el precio. Ningún pan de masa madre saldrá extremadamente caro –el medio kilo no
pasa los $150 en cualquier panadería– y en general se conserva más tiempo y mejor que los panes con levadura industrial. El precio, además, no cambiará; como dicen los encargados de elaborarlo, a fin de cuentas, es solo agua, harina y sal.
Un plato más El caso de Juan Dorado y el pan de masa madre del bar y restaurante Tepache es similar a los anteriores, pero también bastante diferente. Dorado, al igual que sucede con los demás, también conoció la masa madre en el exterior, pero no se embelesó enseguida; dice que su paciencia de aquel entonces no estaba lo suficientemente desarrollada como para comprometerse y seguir la corriente. Se quedó, de todas formas, en España, a donde viajó por placer y terminó viviendo por ocho años. Cuando regresó a Uruguay decidió, ahora sí, continuar con el legado artesanal y resolvió hacer un curso sobre panes con fines nutricionales y harinas integrales. Y así entró la masa madre a su vida. Tepache, local que abrió junto con su socio Rafael Arzuaga hace poco más de un año, es el resultado de la búsqueda continua por volver a las raíces naturales y al “hágalo usted mismo”. “Todo gira en torno a hacer las cosas a la vieja usanza, antes de que llegara la industrialización”, dice Dorado, que comenzó a hacer pan incluso antes de abrir Tepache. Durante sus primeros meses, el restaurante ponía a la venta casi todos los días los panes que se horneaban allí, pero la carga del trabajo y la expansión de la carta hicieron que todos los motores apuntaran a lo que se comía dentro del establecimiento. “Vendíamos más de 30 panes por día y nos estábamos convirtiendo en una panadería. Nos dimos cuenta de que éramos otra cosa”, explica Arzuaga. En Tepache el pan de masa madre no desapareció, sino que se reconvirtió; hoy sus propietarios lo consideran un plato más de la carta y aseguran que la panera –que se pide aparte y trae una suculenta cantidad de pan con manteca casera– está casi de manera omnipresente en todas las mesas. “Toda esta locura de querer hacer todo nosotros mismos empezó con el pan. La primera vez que escuché sobre fermentación, lo hice por el pan”, dice Dorado, y agrega que la masa madre que utilizan en Tepache tiene alrededor de ocho años de vida.
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Entre la moda y las preguntas Pasó con la cerveza artesanal. Solo hizo falta que una abriera el mercado, para que Uruguay se llenara de marcas diferentes. Hoy, la gama de cervezas artesanales es muy amplia, y todos los meses surgen nuevas propuestas en distintos puntos del país. Si bien la explosión del pan de masa madre no es comparable a la de la cerveza, Benseñor prefiere guardar cautela y espera que la moda no termine matando al producto. “Siempre digo que la masa madre es solo una de las patas del producto. Si no hacés un buen amasado, un buen horneado, un buen descanso de la masa, el pan va a quedar feo aunque le pongas masa madre. Lo más es probable es que si nunca hiciste pan en tu vida, hacer uno con masa madre no va a impedir que te quede espantoso”. Aun así, todos coinciden en que el interés de la gente es genuino; casi todos los clientes preguntan, investigan y buscan maneras de poder reproducir la textura y el sabor de estos panes en la cocina de su casa. Quieren plegarse a la revolución de manera personal. Por todo esto, hoy en Montevideo hay escenas que se repiten. Está, por ejemplo, la fila mañanera de los sábados en La Resistance o en El Club del Pan, que queda envuelta en el aroma de los panes recién horneado que esperan por los que esperan. Está, también, los que se sorprenden con Atelier Cataleya y se llevan varias bolsas de productos de Mercado Ferrando, prometiendo volver. Y se repite, también, la ya casi tradición de pedir la suntuosa panera de Tepache con la comida. Pero estos son solo cuatro ejemplos de una tendencia que se expande cada vez más, de una corriente gastronómica que apuesta a lo artesanal y que se metió en las casas sin pedir permiso, sacando al pan de su lugar como personaje secundario. Son cuatro exponentes del punto más alto de una revolución que está pronta para dejar de serlo y así, empezar a convertirse en algo establecido, un status quo bien local, artesanal y continuo.
—Si no hacés un buen amasado, un buen horneado, un buen descanso de la masa, el pan va a quedar feo aunque le pongas masa madre.—
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Rosa Cahzur Acuarela y tinta sobre papel 34,5 x 25 cm 2009
Por Malena RodrĂguez Guglielmone
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Rosa Cahzur Acuarela y tinta sobre papel 35 x 21.5 cm 2010
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Raúl Javiel Cabrera Acuarela sobre papel 33,5 x 24,5 cm
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I Mañana de sol en la Colonia Etchepare. El taller de pintura y cerámica está ubicado en un edificio bastante nuevo, el verde del parque se cuela por la ventana, hay buena luz. La artista plástica Rosa Cahzur me muestra algunas cerámicas. Ama trabajar con arcilla, con pinceles, con lápices y también con palabras. Tiene más de setenta años y hace quince que reside en esta institución. Su pasión por el arte empezó de chica, dibujando. Por entonces vivía en Durazno. A los trece años pintó a su hermana con óleos. A esa edad conoció a quien sería su marido y padre de su hija, el también artista Joaquín Aroztegui. Junto a él se dedicó a la creación, estudió psicología, dio clases de filosofía en los liceos de La Teja y La Paz. Un día caminaba por la calle Vázquez con un compañero de taller cuando vio en una vidriera unas enormes piezas a todo color. Entraron y conocieron a la ceramista Margarita Courtoisie. Ella los guio en el aprendizaje y así nació el amor por la cerámica. “Con la cerámica sentí algo muy ancestral”, dice Rosa mientras se agarra el abdomen. Y luego agrega: “Fui madre a los 20. No quise tener más hijos. ¡Te lleva la vida un hijo! Si querés dedicarte al arte… se pelean las dos cosas”. La maternidad es un tema recurrente en su obra. También la figura femenina en general, los paisajes. Toda su vida se la pasó pintando, pero como fue regalando la obra no le queda casi nada, dice. A mí también me regala: un pequeño libro de poemas de su autoría. Leo uno, de 1975:
Es tan vieja esta angustia compañera Que nació antes que yo Desde siglos atrás ocupa Mi lugar en el espacio Sabe tanto de la vida Que cuando llega Liviana la alegría No la trato bien Y se va con la mentira “Pinté la locura”, me cuenta. “En muchos cuadros se puede ver claramente la locura. No me afecta para nada, me mantengo sana completamente. Yo entré acá no por estar enferma. Soy muy sensible, hipersensible. La vida se me hace difícil a veces porque sufro el doble. Y gozo el doble, pero hay más dolor que goce”. ¿Qué hace para protegerse?, le pregunto. “Trabajo”. Y luego me mira con sus ojos claros, bien abiertos: “¿Qué idea tenías de mí? ¿Es como te imaginabas?” Rosa tiene un poco de dificultad para hablar, pero su lucidez aflora en sus palabras. Es inteligente, sensata, perceptiva. En sus dibujos hay economía de líneas, una intensa expresividad; hay crudeza y poesía. “Soy demasiado intelectual para ser naif”, comenta. “Soy expresionista”. Antes de irme me pregunta: “¿Fui muy incoherente?”. No, la incoherente soy yo que no armé un buen cuestionario, contesto. “Espontáneo es mejor”, me dice.
—La artista plástica Rosa Cahzur me muestra algunas cerámicas. Ama trabajar con arcilla, con pinceles, con lápices y también con palabras. Tiene más de setenta años y hace quince que reside en esta institución. —
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RaĂşl Javiel Cabrera Acuarela sobre papel 25,5 x 21 cm c.1940
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II Álvaro Borrazás es un vocacional de la cerámica y la docencia. Da clases en la Escuela de Artes y Artesanías Dr. Pedro Figari y dirige un taller con los usuarios de la Colonia Etchepare (institución que ahora junto a la Colonia Santín Carlos Rossi lleva el nombre de CEREMOS –Centro de Rehabilitación Médico Ocupacional y Sicosocial–). Entre sus alumnos está Rosa, a quién conoce de mucho antes, de un encuentro de ceramistas en Argentina por los años 90. Desde que empezó a trabajar allí cambió su percepción en muchos sentidos, se amplió su sensibilidad y adoptó una nueva forma de transmisión de conocimiento. “Cuando entré a la colonia iba con una programación de la Escuela Pedro Figari en cuanto a pedagogía y metodología”, recuerda. “Años de evolución determinaron que me fuera desprogramando. Allí todo va surgiendo con la persona. Es un enfoque muy personalizado, donde voy entendiendo las particularidades y enfocando las técnicas para que las personas se manifiesten. Con los años fui aplicando esta metodología en la Figari”. Para Álvaro no son pacientes, son alumnos. Les da arcilla y les dice que hagan lo que quieran. El objetivo: construir calidad de vida. “Son personas con cierta conducta y pueden relacionarse. Se va generando un clima de trabajo, de armonía, de concentración. La idea es que la persona se sienta bien. No importa qué es lo que hacen. Hablan, conversan, hay escucha, hay expresión. Y en muchos momentos hay horizontalidad más allá de que está claro que hay un profesor y alumnos”. Casi siempre las personas que están internadas tienen historiales personales muy complicados, familias disfuncionales. En el flamante libro Historias impacientes – Relatos de vida de Lira Moure (Editorial Yaugurú), la autora, que es psiquiatra, arma relatos en primera persona de muchos de sus pacientes. Así nos enteramos de las circunstancias de vida dramáticas que viven muchas de las personas que trata. Algo que se replica también en este hospicio. Borrazás entiende que el momento del taller es muy importante para los alumnos pues se habilita la vía para que afloren sentimientos y emociones: “A través del arte evolucionan, minimizan la sintomatología asociada a su enfermedad. No siempre se da el clima de paz y armonía. Pueden surgir desbordes o momentos difíciles, y muchas veces se nota la carencia de un enfoque multidisciplinario, con profesionales que contengan en estos marcos. Un diálogo más fluido entre psiquiatras y profesores de arte estaría muy bien”.
Emanuel, por ejemplo, es un alumno con gran potencial que juega ajedrez y construyó un tablero con sus piezas en cerámica. A otro paciente le gusta colar moldes. Simplemente eso, una actividad que le da mucho bienestar. Muchos pintan o hacen piezas de arcilla. Hay 850 pacientes entre las dos colonias, hay planes a medio camino también, pacientes viviendo en casas particulares a quienes se les paga por el cuidado y el hospedaje. En lo que era la Colonia Etchepare hay cerca de 100 cuadros de alumnos, que vienen pintando desde hace muchos años. Es todo un desafío el resguardo y registro de esa obra. Álvaro Borrazás la custodia, pero está planteado el desafío de encontrar un sistema que trascienda a las personas. Muchos de esos cuadros son de estilo naif. “Lo naif no tiene intención, fluye… –dice Álvaro–. Son personas libres de ego, es la verdadera expresión de un ser que no especula. Libres de su ego, pero presos de una institución y de una situación”.
III Hace más de diez años que el investigador y crítico de arte Pablo Thiago Rocca, viene trabajando en el proyecto Arte Otro que plantea un relevamiento a escala nacional de obras de arte consideradas fuera de la cultura erudita. Lo medular de ese trabajo está plasmado en su libro Arte Otro en Uruguay, editado por Linardi y Risso. Allí reflexiona sobre pinturas, esculturas, murales e intervenciones arquitectónicas producidas por fuera de los circuitos clásicos, hechas por artistas excéntricos, naif y en muchos casos marginales. Obras que no se sabe bien cómo catalogar, que se encuentran por fuera de los parámetros con los que se mide el arte institucionalizado. Dentro de esa producción, hay obras de artistas con trastornos anímicos y emocionales cuya expresión tiene mucho de naif en el sentido de que hay colores vibrantes, fuertes, un cierto aire infantil y una cierta tendencia a contar historias y cuidar los detalles. En su libro, Rocca repasa la historia y la obra de muchos artistas que vivieron en el manicomio durante muchos años. Tal es el caso de Francisco Matosas, Italia Ritorni, Oscar Musetti, Emilio Mas, Ergasto Monchón, entre otros. Cita también una novela escrita por Isidro Mas de Ayala, El loco que yo maté, fruto de su convivencia con los internados.
Salud mental y arte
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Parte de la obra de Rosa Cahzur ha sido expuesta en el marco del proyecto Arte Otro, así como también está presente el aporte de Raúl Javiel Cabrera, más conocido como Cabrerita sobre quien Rocca se explaya en forma muy rica en su libro. Artista muy bohemio, con una vulnerabilidad muy grande, que vivió entre 1919 y 1992, y que estuvo más de tres décadas internado en la Colonia Etchepare. “Con gran dominio técnico (Manuel Espínola Gómez dirá de él que es el mejor acuarelista del país) y una imaginación sin freno, Cabrera concibe paisajes, atmósferas y situaciones que parecen escapados de otro mundo: figuras femeninas, templos, árboles y animales, han sido tocados por una luz sublime y al mismo tiempo extrañada”, escribe Rocca. Hay un halo de misterio en torno a Cabrerita, a su internación tan prolongada. En su ardua investigación el crítico no ha encontrado indicios que la expliquen. “En ningún momento me encontré con un comportamiento violento que justificara tratamientos de electrochoque como los que tuvo”, señala quien hoy día también dirige el Museo Figari. “Mientras estuvo internado vendieron mucha obra suya, llevaron también cuadros a la Bienal de San Pablo”. En 2017, el Museo Nacional de Artes Visuales recibió una donación de más de cien obras de este artista por parte de quien fuera la mujer de su mejor amigo, el poeta José Parrilla. Ese conjunto de obra fue expuesto y ahora forma parte del acervo del museo. Este año se inaugurará en octubre una gran retrospectiva para celebrar el centenario de su nacimiento.
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IV Demian Díaz es psiquiatra junguiano y tiene un pedigrí artístico por demás privilegiado: es descendiente de Olimpia Torres, Eduardo Díaz Yepes y Joaquín Torres García. “Te voy contar una experiencia que ya lleva tres años”, me dice Demian cuando accede a ser entrevistado por su vasta experiencia en el campo de la psique humana. “A partir de la visita al país de la terapeuta junguiana Ruth Atman, un grupo de psicoterapeutas junguianos nos estamos reuniendo para hacer un taller de dibujo. No en el sentido de arte, sino de expresión plástica de nuestro inconsciente. Que no es lo mismo ni pretende ser lo mismo que arte, ni de lejos. Muchas veces esas expresiones son muy bellas y quedan muy lindas en una pared, pero no es la idea. Con el grupo acordamos hacer una experiencia que consiste en una reunión quincenal, alrededor de una
mesa, donde se hace una expresión plástica con colores o lo que quieran. Hacemos una relajación y cuando cada uno está pronto se pone a dibujar”. En los primeros encuentros no se veía mucho nada. Pero en los tres años que ya lleva esta experiencia han visto cambios en los dibujos. Algunos integrantes del grupo cuyos dibujos al principio denotaban desarmonía, inquietud, o muy poca imaginación y mucho concretismo, empezaron a mostrar una cierta evolución. “El que tenía una temática muy dispersa, muy desorganizada empezó a dibujar cosas coherentes, como que la persona estaba más integrada con sus emociones. Salían cosas expresivas que transmiten vida, buenos colores” –explica Demian–. Uno de los integrantes estaba pasando por una enfermedad, se notó en sus dibujos que había una cosa muy fuerte, vivencial, pero luego eso hacía una evolución de florecimiento. De alguna manera todos vimos los cambios en todos”. En estas instancias se produjeron también fenómenos de concordancia de temas sin que nadie mirara el dibujo de nadie. Se dio una especie de sincronización de inconsciente a consciente. “Al principio había dibujos míos que yo no sabía lo que eran y los colgaba en un lugar y los miraba e iba cambiando de idea sobre qué significaba cada cosa, un poco como un sueño que uno no acaba de entender”, recuerda. “Pero de sesión en sesión iba apareciendo otro dibujo que iba dando un paso más adelante que el anterior. Entonces empezaron a aparecer ciclos donde algo aparecía, hacía un desarrollo y culminaba. Cada sesión iba entendiendo un poco más hasta cerrarlo. Me parece una herramienta psicoterapéutica muy interesante. Por supuesto, antes de hacer nada con otros lo estamos haciendo con nosotros mismos y vemos que funciona”. ¿Por qué las personas con problemas mentales o emocionales hacen un arte más naif?, le pregunto. “Porque no tienen cultura artística. No saben nada de teoría de arte, tienen que ser necesariamente naif y espontáneos. Dibujan desde el inconsciente colectivo como los niños. Les sale lo que les sale”, explica Demian. “Jung encontró en los enfermos mentales ideas arquetípicas que después encontró en los mitos, en el arte, en los cuentos. En las personas normales, comunes, no se ven. Un tema típico que encontró Jung es que el espíritu se presenta como viento solar. En el manicomio se encontró con un paciente que estaba mirando el sol y que le dijo: ‘¿ve el tubo que cuelga del sol, ve cómo de ahí sale viento?’. Jung tomó nota y un buen día se encontró con un cuadro bastante antiguo en un museo donde estaba representada la
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Virgen María. Había un sol, y una especie de manguera que se introducía debajo de la pollera de la virgen. Esa era la anunciación y la fecundación espiritual de la vida. El soplo espiritual. Estas cosas forman parte del delirio de las personas con problemas mentales. Para ellos es de una realidad total”. Resumiendo, le planteo, todas las personas parecería que se benefician con el arte, especialmente con su práctica, ¿cierto? “El hombre moderno –o sea, nosotros– está bastante desconectado de su propio inconsciente” –contesta–. Técnicamente estamos todos neuróticos. Estamos viviendo en la consciencia igual Logos (esto es: cabeza, pensamiento) y estamos lejos de Eros (amor, corazón, instintos, afectos). Vivimos más en la cabeza que en el corazón. Para la persona común y corriente dibujar puede ayudarle a integrar la mente con el corazón y a vincularse con la naturaleza. Eros es la fuerza que hace que todo se junte”.
— “Al principio había dibujos míos que yo no sabía lo que eran y los colgaba en un lugar y los miraba e iba cambiando de idea sobre qué significaba cada cosa, un poco como un sueño que uno no acaba de entender”—
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Hace dos décadas la doctora Gladys Calabrese tomaba la arriesgada decisión de incursionar en la dermatología cosmética, un campo inexplorado en Uruguay. Formada en España, Italia, Francia y Estados Unidos, empezó con un pequeño consultorio de dermatología cosmética. Poco a poco fue incursionando en nuevas técnicas, invirtiendo en tecnología de última generación y apostando a lo mejor. Y así fue creciendo. De aquel primer modesto consultorio hoy solo queda el recuerdo: desde hace muchos años y en tiempos en que esta rama de la medicina se ha popularizado, el Centro Médico Dra. Gladys Calabrese se ha convertido en una referencia para el sector, con tratamientos tan exóticos y efectivos como el uso de las plaquetas de los propios pacientes para mejorar la calidad de la piel.
Por Gabriela Sommer FotografĂa de Carlos LĂłpez
Pionera y experta en el cuidado de piel
Gladys Calabrese
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Gladys Calabrese
— ¿Cómo fueron los comienzos? ¿Cómo empezó a abrirse camino? Tuve que hacer un gran esfuerzo porque, en aquel momento, la única opción era formarme en el exterior. Empecé con un consultorio chico mientras seguía con el resto de mis actividades laborales. La época ayudó, porque fue un período de cambios: los tratamientos se multiplicaron y aparecieron las primeras terapias lumínicas. Mi familia me apoyó y fui incursionando en diferentes técnicas y tratamientos. Valentina, mi hija –licenciada en Psicología y técnica en gestión empresarial–, me acompañó desde sus inicios. Ella se encarga de la dirección organizacional y lidera la Unidad de Coaching Antiaging que en 2016 incorporamos al centro. Creo que ella es, en gran medida, responsable del crecimiento que hemos tenido. Hoy contamos con la plataforma tecnológica más amplia del país y somos un centro de referencia en dermatología; pero fue con mucho trabajo que llegamos hasta acá. — ¿Qué tipo de afecciones tratan en su centro? Nos especializamos en dermatología integral, un concepto que se está empleando mucho a nivel internacional. En dermatología clínica realizamos la evaluación, el diagnóstico y el tratamiento de las patologías clásicas. En dermatología cosmética apostamos al cuidado, el mantenimiento, la reparación y el rejuvenecimiento de las diferentes lesiones que van apareciendo debido al proceso degenerativo que ocurre en el organismo, que se evidencia más rápido en la piel. La piel es el órgano más voluminoso del cuerpo y el único que aparece en su totalidad a simple vista. En él todo se refleja: lo cronológico, lo biológico y lo psicosomático.
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— Mencionó los factores internos, ¿qué otras variables pueden verse reflejadas en la piel? La piel también está agredida por una serie de factores exógenos. La polución ambiental, una cosmética inapropiada, una alimentación inadecuada, los cambios climáticos como el viento y el frío. Y, por último, el sol. El fotoenvejecimiento es un capítulo enorme que comprende no solo las alteraciones que aparecen en la piel con una connotación estética –manchas y arrugas–, sino, también, las lesiones premalignas y malignas.
— El concepto de dermatología integral es amplio, ¿qué técnicas o tratamientos se destacan dentro de la clínica? Las técnicas que aplicamos buscan devolverle a la piel su aspecto más saludable posible: textura, color, brillo, lozanía. Para eso hay un amplio abanico de tecnologías y procedimientos. Las terapias lumínicas presentan un antes y un después. Color, textura, manchas, angiomas, rosácea, cicatrices, queloides, secuelas de acné, flacidez y más; es muy vasto todo lo que puede tratarse con láser. Estas terapias son una muy buena opción dentro de los tratamientos de revitalización; sin embargo, hoy nos dirigimos con mucho éxito hacia la aplicación de técnicas bioreparativas o de bioestimulación. — ¿En qué consisten estas técnicas bioregenerativas? Son un conjunto de procedimientos que buscan activar el metabolismo celular del paciente, activar las funciones de la piel. Como buscar la inmunomodulación –para que la piel se defienda mejor–, la desintoxicación –para barrer el exceso de radicales libres–, la oxigenación. Luego, lo fundamental, estimular la formación de colágeno, elastina y ácido hialurónico. Se trabaja todo esto con el plasma rico en plaquetas o factores de crecimiento –mediadores proteicos que se encuentran en las células del cuerpo, pero que, con los años, van disminuyendo en cantidad y calidad–. Se obtienen de las plaquetas, mediante una pequeña muestra de sangre; y son tratamientos autólogos, es decir, con sustancias obtenidas del propio paciente. Al ser autólogos, no hay riesgo de rechazo o alergia. Y son totalmente personalizados. Con factores de crecimiento trabajamos hace diez años; y hace dos o tres años que estoy haciendo rellenos autólogos denominados plasma gel. Es un relleno obtenido a partir del plasma del propio paciente. Estas técnicas autólogas reparan de forma natural y sin riesgos; cada vez se apuesta más por ellas. — Dentro de la cosmética, ¿qué otros tratamientos son populares? Realizamos una bioestimulación a base de ácidos hialurónicos, que son sintéticos, pero son lo más similares a lo fisiológico. Ofrecemos radiofrecuencia
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médica y HIFU –un ultrasonido microfocalizado de alta intensidad–. Ambos buscan reposicionar el tejido. Son técnicas no quirúrgicas que devuelven el tensado y la contracción. También ofrecemos los rellenos clásicos como el bótox y trabajo mucho con oxígeno y ozono, un tratamiento divino porque desintoxicas la piel y le das oxigenación a las células, la piel enseguida lo refleja. — El público se ha ampliado en estos últimos años, ¿quiénes llegan hoy al centro y qué es lo que buscan? El público está buscando las técnicas no quirúrgicas, porque no son agresivas y no llevan tiempo de recuperación. Los resultados son progresivos y el tratamiento no interrumpe la rutina diaria. El concepto de mejorar la flacidez, mejorar la calidad de la piel en su conjunto, se ha ido incorporando muchísimo. Y ya no es exclusivo del público femenino. El público masculino de todas las edades también está buscando verse mejor. Cada vez más gente joven apuesta por alguno de los tratamientos para enlentecer el proceso que a los 30-35 años se empieza a gestar. Las técnicas bioregenerativas son terapéuticas: mejoran y corrigen, pero también son preventivas. Con realizarse un tratamiento de factores de crecimiento al año, ya se logra una prevención importante. — ¿Cómo puede uno ayudar a prevenir/enlentecer el envejecimiento de la piel? Esa nueva noción de antienvejecimiento que se está manejando a nivel mundial habla, justamente, de la prevención. Prevenir para tener calidad de vida y bienestar a largo plazo. En dermatología estamos volviendo a eso, a que uno tenga una actitud y una piel saludable. Ya no se busca una piel estirada, inflada. La gente quiere verse bien, pero no quiere perder su identidad. Eso se lleva también con hábitos como una buena alimentación y ejercicio. Y es fundamental realizar tratamientos para mantener la calidad de la piel e incorporar los conceptos de fotoeducación y fotoprotección. La fotoeducación refiere a cómo se debe tomar sol: ropa, protección y horas adecuadas. La fotoprotección habla de la protección específica, que debe aplicarse durante todo el año y puede ser tópica o sistémica.
— ¿Y el frío? ¿Cómo se pueden minimizar los efectos del invierno? Hay muchos factores para tener en cuenta: el daño solar que viene del verano, los cambios de temperatura, la exposición al frío extremo, la calefacción, el viento o la nieve. El invierno favorece la deshidratación y la aparición lesiones vasculares por los cambios bruscos de temperatura. Y eso lo podemos prevenir. Debemos apostar a una gama de técnicas para mantener la hidratación y la elasticidad de la piel. La evaluación personalizada del dermatólogo es esencial para determinar el tratamiento adecuado, porque cada paciente es diferente. — Son más de dos décadas dedicadas a la dermatología cosmética, siempre a la vanguardia, ¿cómo se mantiene actualizada? Me encanta lo que hago y siempre estoy buscando nuevos desafíos. Me actualizo permanentemente, tres veces al año viajo a congresos. Antes iba a muchísimos, ahora ya sé cuáles son los importantes y a quiénes tengo que escuchar para aprender. También tenemos sociedades internacionales, por ejemplo, de laserterapia; que organizan congresos específicos en donde profesionales con mucha experiencia comparten sus protocolos y conocimientos. La educación es constante. Porque empezar es fácil, la cuestión es mantenerte en el tiempo; y te mantenés solo con profesionalismo, calidad y formación continua.
—Las técnicas que aplicamos buscan devolverle a la piel su aspecto más saludable posible: textura, color, brillo, lozanía.—
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Una mujer atiende alegremente su peluquería ambientada en un pintoresco balcón mientras sus clientas se distienden. Más abajo en la calle, el bullicio y aglomeración de camionetas y personas contrasta con la lánguida actitud de las mujeres en las alturas. La fotografía del uruguayo Federico Redin en el centro de Kampala fue una de las ganadoras del concurso internacional Portrait of Humanity, organizado por la mítica agencia Magnum y el British Journal of Photography. Retrato de la humanidad o retrato de humanidad, es el título del concurso, siendo ambos conceptos tan sugerentes como complementarios. Nos acercamos al exótico país africano, pleno de contrastes, a través de las palabras de Federico Redin y sus imágenes.
Federico Redin y su trabajo fotográfico sobre Uganda
FotografĂa de Federico Redin
Sutil mirada sobre la diversidad
Zona rural entre Kampala y Arua
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Federico Redin y su trabajo fotográfico sobre Uganda
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Lo primero que llama la atención al sobrevolar Kampala es la oscuridad de la ciudad. La percepción es reafirmada al recorrer los treinta kilómetros del trayecto desde el aeropuerto en Entebbe, al sur-oeste, hasta el hotel en el centro de Kampala. La segunda característica que sorprende, como lo experimenté en el camino al hotel esa medianoche, es la intensa actividad social y económica que se desarrolla en los espacios públicos: la calle es el escenario donde se desarrolla la vida en las ciudades africanas. La gente reunida, los puestos de comida, los vendedores ambulantes, los mercados y una enorme variedad de modos de transporte dan un increíble movimiento y color a la ciudad. Mi trabajo de consultor en desarrollo urbano me llevó a Uganda en 2018, luego de estar en Etiopía el año anterior en dos ocasiones. Mi plan a futuro es poder integrar la fotografía dentro de mi trabajo ya que tiene un potencial de comunicación increíble, pero por el momento es poco el tiempo que tengo y aprovecho lo que puedo durante los viajes. Un lugar que había identificado en Kampala previo a la partida era el Old Taxi Park en el centro de Kampala. El área es una enorme explanada de tierra rodeada de edificios comerciales donde miles de matatu entran y salen cada día. Matatu es como localmente se conoce a las mini-vans, el más popular modo de transporte público de la ciudad. El sistema de transporte es informal, aunque las vans tienen un destino específico, pero carecen de tiempos de salida y cada conductor espera lo que crea necesario hasta que la van esté llena para salir. Las matatus se mezclan con boda bodas (motocicletas que hacen de taxis), bicicletas y miles de personas que hacen del espacio público uno de los lugares más increíbles que he visitado. La enorme cantidad de gente, sumado al hecho de ser el único (o casi único) occidental caminando por las calles, es un poco intimidante y a la vez es un desafío mezclarse a sacar fotos en un contexto totalmente desconocido. El tener solo un par de horas para fotografiar no me permitía sentir plena confianza para descubrir cada rincón del centro de la ciudad, para poder relacionarme con la gente y conocer más sus historias. Por lo que era mejor caminar, disparar la cámara y continuar. A medida que pasaba el tiempo me fui animando a ir un poco mas allá. Así fue como entré a un edificio comercial y empecé a subir las escaleras y toparme con puestos de ventas en los descansos. En un momento salí a un balcón y me encontré con una peluquería armada en la terraza sobre el Old Taxi Park. Eran dos mundos paralelos: las clientas relajadas, conversando, mientras que el intenso movimiento y ruido de la calle hacía de telón de fondo de la escena.
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Parque Nacional Murchison Falls
—Lo primero que llama la atención al sobrevolar Kampala es la oscuridad de la ciudad. La segunda característica que sorprende, es la intensa actividad social y económica que se desarrolla en los espacios públicos.—
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Por razones de trabajo tuve que viajar a Arua, una pequeña ciudad ubicada unas ocho horas al norte de la capital cerca de la frontera con el Congo. En el trayecto tuve la oportunidad de conocer el campo. El contraste de Kampala con sus áreas rurales es muy grande. A mitad de camino se encuentra el Parque Nacional Murchison Falls. Un lugar imperdible al visitar Uganda donde, además de ver las cataratas que le dan el nombre al parque nacional, se puede apreciar una enorme variedad de vida silvestre en su hábitat natural como manadas de elefantes, jirafas, hipopótamos o cocodrilos, entre otros. Los campos adyacentes a la ruta que lleva al parque están salpicados por pequeñas aldeas rurales que lo trasladan a uno en el tiempo. Los campesinos habitan chozas de barro circulares con techo de quincho. Toda la familia vive en el mismo caserío que consiste en unas pocas chozas –entre 5 y 20–. Se da siempre que algún miembro de la familia se va a vivir a la ciudad y manda dinero regularmente para ayudarlos a subsistir. Las mujeres y los niños caminan durante horas cada día en busca de agua. Marchan con los bidones amarillos, conocidos en África con el nombre de jerrycan, sobre sus cabezas. El tiempo que gastan en ir a buscar agua genera un enorme impacto negativo, especialmente los niños que pierden la posibilidad de una mejor educación por el tiempo que les insume. Poder conocer de primera mano la realidad en que una enorme mayoría de la población en el continente vive es tan interesante como impactante y es un recordatorio de lo mucho que queda por hacer para lograr mejorar la calidad de vida en la región. A su vez, el viajar permite conocer otras culturas, otras realidades que se puedan reflejar a través de las fotografías.
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Kampala Federico Redin vive en Londres desde 2009. Es arquitecto, consultor en desarrollo urbano sostenible (con especial énfasis en países en subdesarrollo) y fotógrafo. Su foto de Kampala fue seleccionada como una de las ganadoras del primer concurso internacional Portrait of Humanity organizado por el British Journal of Photography y la prestigiosa agencia de fotografía Magnum. El concurso llevó a la edición de un libro y a una exhibición que recorrerá cuatro países en cuatro continentes. El objetivo del certamen fue documentar la diversidad del mundo actual.
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La comunidad del viento
Por Emanuel Bremermann Fotografía de Carlos López
El Kitesurf
En los últimos años, el kitesurf pasó de ser un deporte acuático casi desconocido a convertirse en el medio por el cual cientos de personas se vinculan y se reúnen en las costas uruguayas; la proliferación de las escuelas y academias, la universalidad de su práctica y las cualidades “antiestrés” lo transformaron en el centro de una comunidad que va a donde la lleve el viento.
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Sentados en la arena, los improvisados espectadores no pueden terminar de entender el porqué de tanta perseverancia. El hombre, que está allí en el agua haciendo lo mismo hace más o menos una hora, repite los procesos de manera automática e insistente: toma la enorme cometa y la ubica de cara al poco viento que hay ese día en la playa; chequea el arnés y las cuerdas, sube con ímpetu a su tabla de espuma plast y se prepara. Las olas lo mecen mientras espera a que la pantalla de nylon se eleve lo suficiente como para empezar, pero esto no termina de pasar y la cometa se frena en amagues tímidos que la hacen bajar y subir sin demasiada convicción. De lejos, el público de la arena intenta definir si el hombre está ofuscado con la situación. Él está lejos, y su cara se desdibuja por el resplandor del cielo, por lo que se hace difícil saberlo. Si la gente pudiera verlo más de cerca notaría, sin embargo, que el gesto es otro: en la cara del hombre hay algo parecido a la paz. Poco más de media hora más tarde, la espera tiene su recompensa cuando la suerte llega en forma de ventolina. La cometa se hincha, las cuerdas se tensan, el arnés lo levanta y el hombre se para en la tabla. La gente en la arena contiene la respiración y ve al fin lo que fue a ver. El hombre se eleva envuelto por el viento costero varios metros sobre el nivel del mar y en pocos minutos se pierde cerca de la línea donde el mar y el cielo se tocan. De vez en cuando su silueta se recorta a lo lejos, y la gente en la arena, en silencio, lo ve volar entre las olas. Esta escena sucede en una playa de Punta Rubia, en medio de un febrero extraño con poco viento y mucho sol. Aunque en esa playa de Rocha el hombre de la cometa es solo uno, la posibilidad de encontrarse con algo así en temporada en casi cualquier sector de la costa uruguaya es altamente probable. En Uruguay, este deporte acuático originario de Indonesia y denominado globalmente como kitesurf –kite es cometa
en inglés– se ha convertido en una de las actividades más frecuentes entre los amantes de la adrenalina y las olas, sobre todo por ser accesible para todo tipo de personas. Ya sea alguien que jamás ha tenido contacto con algo así, o alguien que ha dedicado su vida a perseguir olas sobre una tabla de surf, la popularidad del kitesurf radica en esta universalidad y en la filosofía de que cualquiera puede practicarlo conociendo las técnicas y los cuidados necesarios. Y sabiendo nadar, claro. Sin embargo, el kite también está en boga por lo que se siente cuando, una vez capturado el viento, la tabla se desliza a toda velocidad por el agua, elevándose de tanto en tanto. Los que lo practican lo tienen muy claro: es mágico, y es lo más parecido a volar. Eso cree, por ejemplo, Gonzalo Albores, un ingeniero de software de 41 años que vive en Atlántida y que se levanta cada mañana pensando en el viento. Albores se cruzó con el kite hace tres años, después de que la curiosidad se le despertara durante varios veranos en Brasil, donde este y otros deportes extremos de agua dominan las playas. Cuando se enteró de que en el arroyo de Parque del Plata –a pocos kilómetros de su casa– el deporte se practicaba con frecuencia, decidió involucrarse de una vez por todas. Primero buscó en Internet. Se cruzó con la posibilidad de comprar una cometa por su cuenta y empezar a practicar en solitario en la playa de la ciudad en la que vive, pero al final decidió acatar las indicaciones de las webs en las que se metió y decidió inscribirse en una escuela llamada Rey Sapo, en Parque del Plata. Terminado el curso, Albores quedó ante la encrucijada de qué hacer, con quién salir a navegar, para dónde seguir el viento. Y así creó kitesurfuruguay. club, una web para nuclear a todos los aficionados del deporte y, de este modo, gestar una comunidad en torno al viento.
—El hombre se eleva envuelto por el viento costero varios metros sobre el nivel del mar y en pocos minutos se pierde cerca de la línea donde el mar y el cielo se tocan.—
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Diariamente, Albores actualiza los diferentes spots en los que navegar, ofrece conexiones con servicios de reparación de equipos y contacta a los interesados con algunas de las mejores escuelas del país. Además, creó un grupo de Telegram donde todos se contactan para que la experiencia con el deporte sea más colaborativa. “Lo que tiene el kitesurf es que es un deporte de compañerismo. Vos, para salir a navegar, necesitás a alguien que te asista, porque hacerlo solo es peligroso”, asegura. Albores recuerda la primera vez que tuvo contacto con el kite, y también recuerda cómo su vida se transformó a partir de aquel momento. De repente, alguien que había probado todos los deportes posibles y que nunca se sintió demasiado cómodo en ninguno de ellos, se encontró con una disciplina que le daba mucho más de lo que le pedía. Y que metió al viento como personaje principal en su vida. “Arranqué probando, y me terminó cambiando la vida. Cuando me levanto, lo primero que hago es ver el pronóstico y dependiendo de eso es cómo organizo el día. Si bien trabajo ocho horas, cuando hay viento trato de escaparme temprano y utilizarlo. Es lo mejor de todo lo que he hecho, y mi vida va casi a la par del viento. Por suerte tengo una familia que aguanta los días en los que estoy varias horas en el mar”, cuenta.
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Escuelas y saberes Para empezar con el kite no hay que dar muchas vueltas: hay que buscar alguna de las más de 40 escuelas que hay desperdigadas por la costa y anotarse a uno de los cursos. En general, el curso dura unas ocho horas y sale en torno a los 400 dólares. Se aprende, claro, con equipo de la propia escuela, o eso al menos sucede en las más serias. Apostar a comprarse un equipo completo usado y en buen estado puede requerir una inversión de entre 1.500 y 3.000 dólares, por lo que hay que estar bien seguros de las ganas que se tiene de practicarlo antes de adquirirlo. Y hay que tener los ojos bien abiertos, porque muchas veces los que se venden en Mercado Libre son robados. Albores asegura que cuando eso pasa, todos los miembros de la comunidad se avisan entre sí para identificar quién fue la víctima del hurto. Una de las escuelas con más años de experiencia es Lázaro Kiteschool. Dependiendo de la temporada se ubica o en la laguna de José Ignacio, en Maldonado, o en la playa Malvín, en Montevideo. La escuela fue creada paulatinamente por Lázaro Quintana, un cubano que reside desde hace años en el país y que en su isla natal tenía vasta experiencia con estos deportes acuáticos. En 2011, luego de conocer a una uruguaya y decidir continuar con su vida en el sur, Quintana se instruyó en una escuela de kite en la Laguna Garzón y después formó la academia que hasta el día de hoy lidera. En aquel momento apenas se contaban unas diez academias de kite en todo el país. “Yo me había traído mi equipo desde Cuba, pero no tenía inflador para la cometa. Supuse que acá iba a encontrar, pero claro, en aquel momento no se vendía nada acá. Me lo tuve que encargar de Buenos Aires. Ir a la playa en aquellas épocas y encontrar gente haciendo kite era casi un milagro. Hoy en día, si hay viento, hay gente practicándolo”, asegura. Según Quintana, en aquellos años se calculaba que había unos treinta kitesurfistas en el país, y de esos solo diez lo seguían haciendo en invierno. Hoy dice que, según algunos sondeos que se han hecho, hay alrededor de 300 que mantienen sus rutinas de navegación durante todo el año. Asimismo, Quintana asegura que el flujo de alumnos en verano puede crecer hasta los 200, y que, en el este, durante los meses de temporada, la zafra está marcada por los argentinos que llegan hasta nuestras costas para practicar el deporte. Si uno le pregunta a cualquier amante del kite cuál es el mejor lugar para practicarlo, ninguno dudará; dirá, casi sin dejar que la pregunta muera en el aire, que es la Laguna Garzón. Como es un área protegida,
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se realizan licitaciones anuales para que solo unas pocas escuelas tengan acceso a ella. Allí, en ese preciado rincón de la costa, la reina es Laura Moñino. Nacida en la ciudad de Avellaneda en la provincia de Buenos Aires, residente del balneario La Juanita, subcampeona sudamericana de windsurf y maestra de varios de los instructores de kite que hay hoy en el país –incluido Quintana–, Moñino dirige la escuela Laura Kite y Windsurf desde hace casi veinte años. Allí se ofrecen distintas modalidades de cursos –dos clases, cuatro clases, cursos individuales o grupales, precios que van desde los 90 dólares a los 450, alquileres de equipos y hasta una posada para estudiantes extranjeros– y además tiene la particularidad de ser el único centro uruguayo reconocido por la IKO, la Organización Internacional del Kitesurf. “Tratamos de concientizar a la gente que el lugar en el que estamos es una zona protegida, y que tenemos que cuidarla para poder seguir teniendo continuidad en este ecosistema maravilloso”, cuenta Moñino, que además es una activa colaboradora de la comuna de la zona de Garzón y participa con frecuencia en las limpiezas de las playas y en la Fundación de Amigos de las Lagunas Costeras. Sobre el auge que está viviendo el deporte, Moñino se sabe la respuesta de memoria: “El kitesurf sigue en alza. Cada vez hay más personas ingresando en nuestra comunidad. Tenemos muchas playas para practicarlo, muchas lagunas con muy buen viento”. Que esté en alza es por un interés creciente, pero también porque la reproducción de las escuelas es cada vez más acelerada. Si bien hay muchas que están afianzadas en un solo lugar –o en dos– como sucede con las de Moñino y Quintana, hay otras que siguen la itinerancia que caracteriza a esta comunidad y van a donde está el viento. Una de esas escuelas móviles es la de Fernando Espinosa, que desde 2014 dirige la escuela Urukite.
Espinosa cuenta que se enamoró del deporte en el momento en que lo descubrió, y que la relación se ha fortalecido por la oportunidad que le da de, por ejemplo, practicarlo junto a su hijo. “En el kite trabajás todo: la destreza física, la agilidad mental; en algunos momentos tenés que tomar muchas decisiones en poco tiempo. Para practicarlo lo primero que tenés que saber es que tiene que haber un respeto total por la naturaleza. Hay que respetar las normas de seguridad, la habilitación del lugar, y la fuerza y dirección del viento. Y nunca hacer un aprendizaje autodidacta, porque no hay que olvidarse de que es un deporte extremo”, explica. Según dice Espinosa –y esto es algo en lo que también coinciden los demás instructores–, el deporte se ha vuelto tan popular que hoy la franja de edad de los aprendices va desde los 10 o 12 años hasta los 70 u 80. Es fácil, entonces, entender por qué tanto entusiasmo entre los que hacen kite; es fácil entender la perseverancia de aquel hombre que abrió esta nota en medio de una playa sin viento. Es un hobby, es una pasión que se entrena, pero también es algo que cambia la vida, como le pasó a Gonzalo Albores. “Yo lo uso para desenchufarme y termina funcionándome como un spa. Acá se disfruta la navegación, el entorno que se genera entre la gente que lo practica y hasta el armado del equipo”, dice. Albores –como el resto– está contento por la recepción cada vez mayor que tiene el kite. Ve con entusiasmo cómo el grupo de Telegram de la web sigue aumentando sus miembros y cómo la pasión se expande año a año. Le gusta saber que, a pesar de la expansión, siguen siendo una comunidad que persigue el viento. Que moldea su vida en torno a la posibilidad de volar. “Si bien ahora se expandió mucho, los que hacemos kitesurf tratamos de cuidarnos entre todos. Queremos hacer las cosas bien para poder seguir practicándolo sin problemas”, concluye.
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Es el último rostro que vemos antes de entrar en el sueño inducido cuando nuestro cuerpo aquejado requiere de asistencia externa. Y en ese momento de extrema debilidad y entrega, la sonrisa empática y la palabra amable son como agua en el desierto aséptico del quirófano. El anestesista (o anestesiólogo) es la última conexión con la realidad, aunque nada sepamos de él o ella. El miedo a despertarnos en medio de la cirugía o de no despertarnos nunca más es la razón de esa mirada desconfiada hacia este especialista. Sin embargo, los avances tanto de la medicina como de la tecnología han hecho de la anestesiología una de las ramas más seguras, con cifras que hablan ya no de porcentajes si no de casos en diez miles o cien miles.
Los avances de la anestesia derriban los miedos de los pacientes
Por Carolina Villamonte FotografĂa de Carlos LĂłpez 67
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De los viejos tiempos en que la anestesia la aplicaban idóneos o monjas, a los profesionales ultraespecializados de hoy, las cosas han cambiado mucho en el quirófano. El cirujano ya no es el patrón, ni el anestesista su subordinado, relación que solía generar rencores que se han vuelto mitos y bromas en el ambiente. No obstante, en situaciones de estrés, es donde más discrepancias entre médicos aparecen, y muchas veces requieren de la intervención de un departamento de resolución de conflictos. Como pilotos. A los anestesistas los comparan con los pilotos; las horas de anestesia o “de vuelo” son fundamentales para saber cómo deben actuar frente a ciertos eventos críticos, y para eso no solo cuenta la formación. Valentina Folle, anestesista desde hace muchos años, especializada en anestesia regional, que trabaja en el Hospital Británico, explica que “el anestesiólogo tiene un despegue relativamente fácil –o puede llegar a ser muy complicado, y como los pilotos, hay que estar muy atento–, en el vuelo se puede poner piloto automático, aunque tenemos que controlar todo el tiempo que el paciente esté estable y dormido; y luego, cuando termina el cirujano, viene el despertar, que es otro punto importante. Por supuesto que durante la fase de vuelo pueden pasar cosas, pero más que nada relativas a la cirugía. Adquirir todo eso se logra con la práctica y haciendo cursos, yendo a revaluaciones. Hay cursos en línea o en simulador, y todo eso se tiene que practicar con una relativa frecuencia. En eso, los pilotos nos llevan mucha ventaja porque ellos tienen la simulación cada seis meses”. La seguridad es unos de los principales temas en esta especialidad, pero el avance de la medicina y la tecnología ha hecho que la tarea sea cada vez menos peligrosa. Desde el monitoreo continuo hasta una historia electrónica que registra cada paso de la cirugía, hay una serie de herramientas que garantizan al especialista y al paciente que los pasos que se dan sean los correctos. “Lo que más ha progresado en los últimos años, mucho más que la cirugía en sí, es la anestesia”, asegura Juan Riva, grado 5 de la Cátedra de Anestesiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. “Actualmente se predice el riesgo con mucha seguridad, entonces se hacen intervenciones para reducirlo, por ejemplo, con tratamientos o medicación, como preparación del paciente. Los procedimientos se hacen con estándares de seguridad muy estrictos en cuanto a monitorización de la presión arterial, el oxígeno en sangre, etc. Además, los cuidados posoperatorios en las salas de despertar mejoraron mucho y han hecho reducir a esas cifras
casi insignificantes de la mortalidad o la morbilidad relacionada con la anestesia”, dice Riva. De monjas a expertos. El desarrollo de esta especialidad es bastante nuevo en el tiempo. Hasta no hace tantos años, la anestesia la realizaban personas idóneas o, en algunos hospitales, monjas. Ahora son médicos con alto grado de especialización (la especialidad en Uruguay es mínimo de cuatro años), pues la anestesia ha tenido un desarrollo exponencial en los últimos 40 años. Entre los avances tecnológicos, está el monitor de profundidad anestésica con electroencefalograma que permite al médico saber usar las dosis adecuadas de drogas. En otras épocas, esto dependía del olfato del médico, entonces, en general, la tendencia era a usar más de lo que se necesitaba. Pero las cosas han cambiado mucho. “Se piensa que con una anestesia le vas a hacer lo mismo a todo el mundo, pero no es así. La anestesia es personalizada, no solo para el tipo de cirugía sino también para el tipo de paciente, entonces uno tiene que tener un plan. Hay que pensar bien en el tipo de analgesia para que el paciente tenga un buen despertar, y una agradable salida a la sala, porque eso determina que tenga menos días de estadía, menos costos, un montón de cosas. Además, ahora, la especialidad abarca otras cosas. Yo también me dedico a terapia del dolor. Te abre muchos campos”, asegura Folle. Otra novedad importante en este campo fue la incorporación de la ecografía. El anestesista, utilizando el ecógrafo, controla aspectos cardiopulmonares a la vez que aplica técnicas anestésicas específicas como la anestesia regional. Viendo dónde está el nervio se puede inyectar el anestésico alrededor de ese nervio, y no como se hacía antes que había que buscarlo tocando el nervio, lo cual era una manera de dañarlo. Valentina Folle eligió especializarse en anestesia regional. “Por un lado me gustó la parte de intervencionismo que al inicio era la raquídea y la peridural, pero después lo fui ampliando. Cada vez se hacen más bloqueos que son con una ecografía para ver la zona. No es nuevo, pero no está tan difundido, y la ecografía para hacer esto surge hace relativamente poco. Yo lo vi por primera vez con una médica española en un congreso en Salta en el año 2006. Ahora la analgesia es multimodal, un concepto nuevo. No es como antes que decían que con una droga calmábamos todo. Vos tenés que usar cada droga por el beneficio que sea o que vos quieras darle al paciente, combinadas, y no sumar drogas iguales. Porque la analgesia es fundamental para la recuperación”,
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aclara la especialista. De hecho, la tendencia a usar drogas de vida muy corta –que el efecto aparezca rápido, sea controlable y desaparezca rápidamente– ha sido un avance fundamental para los procedimientos ambulatorios o, lo que llaman, cirugía de día. “El arsenal de drogas anestésicas más que incrementarse, que se incrementó, mejoró fundamentalmente en la calidad del fármaco, en cuanto al margen que tiene de efecto anestésico con el de riesgo de tener un efecto colateral”, agrega Riva. Empatía con el paciente. Una buena manera de erradicar miedos y dudas es la instancia de charla entre paciente y anestesista, que puede ser en la consulta preoperatoria, o si es de emergencia, unos minutos antes de entrar a bloc. “Allí uno debe lograr una empatía con el paciente para que te dé los datos necesarios y para vos poder plantearle qué tipo de anestesia podría ser la mejor para la cirugía que se va a hacer, y también hablar un poquito de los riesgos. Si en ese momento dice que no quiere hacerse algo, inclusive dormirse, nosotros no le hacemos la anestesia. Eso tiene que quedar claro”, explica Folle. En el caso de los niños, estos cuidados y tratos especiales se potencian y deben ser considerados aún con mucha más importancia. Las estrategias son múltiples. Uno de los primeros trabajos que Juan Riva publicó estaba vinculado a este tema. “En el niño, hacerle conocer previamente el proceso que va a pasar es fundamental”, afirma el grado 5. “Por ejemplo, y yo mismo lo apliqué en una mutualista, es muy importante que en una consulta preoperatoria el niño vaya a bloc, haga una visita y nos vea vestidos con la ropa de bloc quirúrgico; incluso darle gorros, tapabocas, que él se vista como nosotros, vea el carro de anestesia, la máscara, se la ponga en la cara. Ese tipo de cosas cambian sustancialmente la situación. Un niño que conoce a dónde va a ir, pierde mucho el miedo. La segunda cosa es la forma en que va. Ahora se estila, por ejemplo, que vaya él manejando un autito en vez de ir en una camilla. Otro aspecto fundamental es la separación de los padres, es uno de los momentos cruciales, y hay distintas opciones; se puede trabajar previamente, simulando que el niño entra con nosotros y se viste, o que entre con los padres y se duerma en brazos de ellos, eso reduce muchísimo la ansiedad. Y como último recurso –que nosotros tratamos de evitar, pero puede usarse en algún perfil extremo–, se puede hacer una sedación leve farmacológica para reducirle la ansiedad, sobre todo para el momento de la separación de los padres”. Según este especia-
lista, más de 70% de los niños deben y pueden ser manejados con estos aspectos más conductuales, o eventualmente con un apoyo psicológico, para que no los sorprenda el ambiente hostil, frío, con gente vestida de distinta forma. Para los niños que deben operarse más de una vez, es fundamental que, si la primera experiencia fue buena, la segunda va a ir a bloc mucho más tranquilo. Anestesistas frente a cirujanos. En el ambiente médico y en artículos publicados en la prensa internacional se habla de que hay muchas bromas acerca de la rivalidad que existe entre el anestesista y el cirujano. Mientras algunos creen que eso es cosa del pasado, otros sienten que todavía en algunos pocos casos existe un aire de superioridad del cirujano hacia el resto de los especialistas en el bloc. “Nosotros siempre decimos que un cirujano nunca va a ser tu amigo porque son muy ególatras, son los dioses del bloc, y nos toman como si fuéramos subordinados, y en realidad somos tan médicos y tan especialistas como ellos. Esto parte de hace muchos años, cuando no había tanto anestesiólogo con la especialidad hecha. Además, antes, el pago nuestro era el 30% de lo que ganaba el cirujano. Hoy no es así, tenemos nuestros aranceles.”, sostiene Folle. Por su lado, Riva confirma que eso sucedía en otras épocas, y que los cirujanos pasaron de ser el patrón del bloc quirúrgico (“porque era la modalidad que se enseñaba”) a desempeñar un trabajo en equipo. No obstante, sí existen, y con frecuencia, discrepancias entre ambos en situaciones de estrés en las que hay que actuar rápido; y, según Riva, probablemente, entre las especialidades que hay más conflictos, es entre cirujano y anestesista. “Nosotros trabajamos de forma complementaria, el cirujano tiene que resolver un problema quirúrgico y nosotros tenemos que darle todo el soporte necesario desde el punto de vista médico para que él pueda desarrollar ese procedimiento. Entonces hay momentos que nosotros tenemos tendencia a priorizar algunas cosas y los cirujanos otras, y se genera un conflicto. Un conflicto que en general es beneficioso para el paciente porque se llega a un acuerdo de cuál es la mejor situación y se trabaja juntos”, asegura el anestesista. Tantos choques se generan que existen departamentos de resolución de conflictos, con gente que se dedica a zanjar las diferencias que aparecen en el bloc quirúrgico entre los distintos componentes, con técnicas que pueden llegar a la relajación grupal. Otras áreas de la medicina donde suelen recurrir a este departamento son las que tratan pacientes crónicos, como en los centros de diálisis.
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Más allá de discrepancias de un lado o miedos de otro, la anestesiología ha sabido acompañar los requerimientos del paciente avanzando en técnicas que en todo momento velan por su bienestar, en una especialidad donde la responsabilidad de tener la vida de una persona en las manos activa las cualidades y los conocimientos adecuados para resolver, sanar, despertar.
—Más de 70% de los niños deben y pueden ser manejados con estos aspectos más conductuales, o eventualmente con un apoyo psicológico, para que no los sorprenda el ambiente hostil, frío, con gente vestida de distinta forma. Para los niños que deben operarse más de una vez, es fundamental que, si la primera experiencia fue buena, la segunda va a ir a bloc mucho más tranquilo.—
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Helena Algorta y Federica Porto
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Por Gabriela Sommer Fotografía de Carlos López y Mateo Boffano
Fanáticas del diseño Son amigas, socias y diseñadoras pero, sobre todo, emprendedoras. Helena Algorta y Federica Porto tienen ambas apenas 27 años y llevan los últimos cuatro dedicados a la construcción de su propia marca: Aldonza House & Studio. Una firma que, además de realizar proyectos de interiorismo, ofrece piezas de mobiliario y decoración únicas, artesanales y a medida. No hubo dudas, indecisiones u otro destino posible. Sí, un plan a futuro y un impulso irrefrenable por comenzar algo nuevo, por emprender un camino propio. Se habían conocido en la universidad y ya desde el comienzo fantaseaban con tener su empresa. Estudiaron Diseño de Interiores y, una vez concluida la carrera, se animaron a emprender.
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Helena Algorta y Federica Porto
Cuando emprender se lleva en la sangre Nacieron en familias emprendedoras. Sin embargo, no estaba dentro de sus planes continuar con el negocio familiar aunque este estuviera estrechamente vinculado con la carrera. “Nunca se nos ocurrió no ser emprendedoras”, afirma Helena. Para ellas, crear su propia marca era la única opción viable. Antes, sin embargo, acumularon experiencia en el departamento de diseño de las empresas que sus familias fundaron. Helena proyectaba stands, fiestas, casamientos y eventos para The Best; Federica, muebles y ambientes para Porto & Cía. Una vez recibidas, decidieron transformar aquel empuje en realidad y crear Aldonza House & Studio. “El emprendedor es dueño de su marca, es libre de crear su identidad. Cuando entrás a trabajar en una empresa familiar, si bien tenés un espacio, la marca ya lleva una línea, un estilo, y vos podrás actualizarla o hacer tu aporte, pero vas a seguir por el camino que ya está pautado”, explica Federica. Y Helena agrega: “Eran empresas que ya tenían muchos años en el mercado, funcionaban de cierta manera, no estaban empezando. Nosotras estábamos trabajando en lo queríamos, pero no estábamos creando el diseño que sentíamos que realmente nos representaba”. La libertad que hoy tienen a la hora de crear sus productos es lo que las motiva a diario. “La imaginación puede volar al máximo. Y tenés la oportunidad de hacer realidad tus ideas”, señala Helena. Los beneficios de emprender también los perciben en la manera en que llevan adelante su empresa. “Podemos hacer
las cosas a nuestro modo, en nuestros tiempos. Pero eso no quiere decir que tengamos más horas libres, al contrario, estamos siempre pensando en nuestro negocio. Justamente, porque es nuestro y nos da placer hacerlo”, agrega Federica. Y, como es su imagen la que está en juego, aprendieron a manejar esa independencia con responsabilidad. “Cumplir”, así lo define Helena, “tener seguridad en uno mismo y, sobre todo, un buen equipo de trabajo. Todas las personas que trabajan con nosotras –en una reforma o en el diseño de un producto– tienen que ser de nuestra confianza y saber que van a poder cumplir con la fecha de entrega”. Y es que dejar al cliente contento es el principal objetivo. Para ello, no solo respetan los tiempos, tratan cada objeto o ambiente, cada material elegido o cada detalle de terminación, como si fuera para ellas mismas. A las exigencias de diseño se suman las obligaciones que conllevan mantener un negocio en funcionamiento; y esa incertidumbre natural que aparece al empezar un nuevo proyecto. “Siendo tan chicas no sabíamos cómo manejar la parte financiera y eso nos daba miedo. Porque la empresa tiene gastos fijos y tenés que poder cubrirlos. Por un momento pensamos en encargarnos de las finanzas, pero en seguida descartamos la idea. Nos dimos cuenta de que no teníamos los conocimientos y, desde el principio, delegamos esas tareas en una contadora; decidimos dedicarnos exclusivamente al diseño”, explica Helena.
—Una vez recibidas, decidieron transformar aquel empuje en realidad y crear Aldonza House & Studio.—
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Helena Algorta y Federica Porto
Detrás de toda carencia, una oportunidad Empezaron a ver que el mercado se estaba poblando de artículos hechos en China, y que muchas de las casas de decoración tenían productos muy similares. Notar esa falta fue el punto de inicio. Se propusieron, entonces, crear piezas hechas a mano, de modo único e irrepetible. Definido el concepto, el primer desafío fue darse a conocer, ampliar el círculo de clientes. Comenzaron de a poco, con una valija llena de productos que las acompañaba de casa en casa. Sin embargo, el sistema no duró demasiado, a los pocos meses decidieron presentarse a una feria de navidad y en seguida crecieron. “A partir de ahí, despegamos –comenta Federica–, recuperamos lo poco que habíamos invertido hasta el momento y ganamos plata, con ese extra pudimos hacer una inversión más fuerte en la empresa”. Así, empezaron a agregar cada vez más productos. “Creo que esa fue la clave para crecer, sumar productos y estar siempre al tanto de las necesidades particulares de cada cliente”, dice Helena. Haber emprendido en esta época también colaboró con el desarrollo de la empresa. Las redes sociales, por ejemplo, facilitaron mucho. Antes, vender un producto sin una tienda física era mucho más complicado. Las redes sociales no solo simplifican la comunicación, permiten segmentar el mercado, dirigir la publicidad de ese producto a un público específico. Por eso, “nunca dejamos de prestarle atención a las
redes. Y cuidamos mucho las imágenes que compartimos. Buscamos que las fotos sean profesionales y lo más reales posible”, comenta Helena. Los locales con los que trabajan son, a su vez, un eslabón importante en el proceso de venta. Porque, si bien diseñan a pedido, algunas líneas de sus productos pueden encontrarse en Paul French Gallery (La Barra y Buenos Aires), Casa Banem (Carrasco y La Tahona) y Perla and Co. (La Plata). Estas casas de decoración venden ediciones limitadas, ya que jamás repiten sus diseños. Por eso es importante que estos comercios compartan los principios y el estilo de Aldonza House & Studio y que sepan transmitir a los clientes la filosofía de la marca. Que cuenten a esa persona cómo es ese producto, qué es lo que lo hace especial. Además de ofrecer piezas de mobiliario y decoración con un fuerte énfasis en el diseño y la calidad, Aldonza House & Studio realiza proyectos de interiorismo: reformas, fiestas, eventos empresariales, casamientos. Ese servicio completo y personalizado que las caracteriza ha logrado que en tan solo cuatro años se conviertan en una marca establecida, con una identidad clara. Y continúan creciendo. Están armando la página web con venta en línea: nacional e internacional. En un futuro cercano quieren expandirse a otros países de la región. Ya están presentes en Argentina, pero sueñan con llegar a Brasil. Tal vez, algún día, también a Europa y Estados Unidos.
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Una firma diferente Si bien sus piezas surgen de su imaginación y las tendencias del momento, buscan crear productos atemporales. Piezas que, por la calidad de sus materiales o diseño, no pasen de moda. Están constantemente mirando qué sucede en el mundo del interiorismo; las ferias, los viajes y las redes sociales las mantienen actualizadas. Pero nunca pierden de vista la filosofía que se esconde detrás de Aldonza House & Studio, que se apoya en el trabajo en conjunto que realizan con cada una de las personas que dan vida a sus diseños. Para Helena, eso significa: “unir nuestro conocimiento, un buen diseño, con la experiencia y el trabajo del artesano, eso hace la diferencia”. Cada producto está hecho a medida, es único y artesanal. “A veces nuestra cabeza vuela y no es viable hacer esa pieza a mano, o esa terminación. Entonces, al mismo tiempo, los artesanos te enseñan. Estamos siempre funcionando en equipo, hay muchas personas trabajando atrás de la marca”, continúa Federica. Sus principales productos son cerámicas y textiles para el hogar –todos en fibras naturales, como linos, algodones y lanas–. Ofrecen también mantas, fundas para sillones, delantales, individuales, manteles, servilletas, cortinas, bolsas de tela, tazas, cubierteras, servilleteros. A su vez, venden camisones de seda y están agregando la producción de espejos y objetos de mobiliario como sillones. Porque, para estas jóvenes emprendedoras y apasionadas del diseño, el
desafío constante es sorprender al cliente y sumar cada vez más productos a la marca. “La idea es seguir creciendo. Queremos hacer el proyecto de interiorismo y ser capaces de proveer todos los muebles que se necesitan para completarlo. Nuestro objetivo final es que no haya piezas que nosotras no podamos hacer a medida”, remata Helena.
—Queremos hacer el proyecto de interiorismo y ser capaces de proveer todos los muebles que se necesitan para completarlo. Nuestro objetivo final es que no haya piezas que nosotras no podamos hacer a medida.—
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Madelรณn
Columna de humor Por Mercedes Estramil
y la crisis
Bajó de un taxi y tocó timbre en una casa de la periferia. Madelón no leía ciencia ficción, así que es imposible que su vida estuviese calcada de la de un triste personaje envuelto en una catástrofe mundial. Pero lo cierto es que vivía en Uruguay, no era joven y ya no era rica. Esperaba heredar de algún pariente lejano, pero temía que la Ley Antiherencias se le adelantara o que la medicina extendiera innecesariamente la vida de los otros. Estaba harta de remar con apenas la pensión de su esposo y su recortada jubilación como exdueña de una boutique, como llamaba a su negocio de second hand. Había tenido que vender dos autos (incluida la SUV con la que Pachu –el marido– la llevaba a la estancia) y la mismísima estancia estaba siendo arrendaba por poco dinero a unos argentinos, solo para que no se viniera abajo. En suma, Madelón sufría en varios frentes. En el último año una serie de dolencias físicas y deseos irreconciliables con la realidad la habían llevado al quirófano, con resultados pésimos. Antes del último viaje, una amiga le había pasado el teléfono de un especialista en medicina alternativa. Ahí estaba ahora, frente a la casa de GP, iniciales del nombre que sus amigas convirtieron en Gurú Power. Esperó en una salita donde flasheaban, iluminados por dicroicas, títulos en diversas materias: Hipnosis Trascendental, Acupuntura Pélvica, Relax contra Inclusión Financiera, Superación del Miedo al Trabajo, Fisioterapia de la Memoria Histórica, y algún otro, enmarcados con passepartout de dos centímetros. Gurú Power la convidó con un café y galletitas de jengibre y la dejó esperando mientras atendía a un paciente en la Sala Privada. Madelón suspiró: en esa sala GP trataba los casos irrecuperables, proporcionándoles masajes y paliativos canábicos. Hoy no sabía bien por qué iba, tenía un desasosiego cósmico. Se acomodó
como pudo en el asiento mullido. Desde la operación de glúteos, el derecho había quedado algo desviado y debía sentarse de costado. Cada vez que el cuerpo le recordaba ese momento, venían como en cascada otros: la rinoplastia de un año atrás quizá no tenía mucho que ver con su apnea, pero ciertamente ella creía que sí; así como pensaba que debido al bótox debía maniobrar la sonrisa con la misma meticulosidad que el embrague de la SUV que ya no tenía. La liposucción en el vientre no la veía nadie; eso no era un problema, y a la vez lo era. A la media hora, mareada por los efluvios de un Tronco Sabio que no terminaba de quemarse, vio pasar al paciente anterior, envuelta su cara en una bufanda negra. –Made, querida, ¿qué te trae por aquí? –La voz de GP, cóctel de atencionalidad e indiferencia, era sin duda su mejor carta. La dejaba muda. GP le tomó la mano derecha y presionó en varios puntos, hasta que uno dolió. Dictaminó sin dudar: “problemas financieros”. Vaya novedad, pensó Made, sintiéndose por un segundo estafada. Nuevos problemas financieros, acotó GP. Madelón tembló y él le dio ideas para salir del problema. Hacer el Camino Lila, lo primero. Luego sacó de una vitrina dos frasquitos. Crema Restauradora del Inconsciente Positivo (debía aplicarse cada noche en la punta de la nariz), y un preparado de aceite canábico para ayudar a la mente a administrar el poco o mucho dinero que uno tuviera. Madelón salió de ahí fortalecida. Se olvidó incluso de pedir un taxi por teléfono, así que caminó diez cuadras hasta la parada del D1. Nadie le cedió el asiento. El chófer escuchaba “A mí me gustan mayores” de Becky G.
espiritual
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Los búhos son aves rapaces nocturnas con plumas alzadas que parecen orejas y pueden girar la cabeza 270 grados. Las alondras son aves terrestres, de plumaje llamativo que emiten cantos complejos e inician su actividad diaria con la primera claridad del día. En temas de sueño, algunos humanos son “búhos” y otros son “alondras”.
Por Carolina Villamonte
Cuando el reloj biológico marca nuestro rendimiento
Ilustración de Lucía Boiani
Entre búhos y alondras
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Entre búhos y alondras
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Los momentos de sueño y el pico de actividad de una persona no siempre dependen de la voluntad propia o de qué tan agitado estuvo el día. Hay un reloj biológico, establecido en parte por nuestros genes, que domina nuestra actividad cerebral y establece si nos sentimos mejor empezando tempranito en el día o si precisaríamos que la mañana comenzara más tarde. Ese mismo mecanismo intrínseco del cuerpo es el que manda cuando después de la cena se nos cierran los ojos y sentimos cómo la cama nos llama, o cuando nos encanta disfrutar de la tranquilidad de la noche y nos quedamos ocupándonos en distintas tareas hasta conciliar el sueño recién entrada la madrugada. Las biólogas Ana Silva y Bettina Tassino, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, vienen estudiando este complejo mecanismo en el que influyen varios factores, y cuyas conclusiones podrían ser la solución para muchos trastornos de la vida diaria que pueden afectar nuestro rendimiento, ya sea estudiantil o laboral. Y echan luz a la eterna discusión entre adolescentes y padres sobre la hora de apagar la luz para ir a dormir. Pues, según su estudio, los jóvenes uruguayos son los más nocturnos del mundo.
—Las variables más notables que regulan ese reloj son díanoche, luz-oscuridad que marcan el ciclo sueño-vigilia. Otras, algo más ocultas, son la actividad cardiovascular, la frecuencia cardíaca, las enzimas digestivas y la temperatura corporal.—
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Conectados a la Tierra
Vivir en un jet lag social
Dado el reloj de nuestro organismo que funciona en clave de 24 horas, haciendo que muchas de nuestras actividades tengan ciclos de ese lapso, Silva y Tassino se pusieron a investigar cómo el ambiente físico y social lo tironean y modifican. Primero lo estudiaron en peces autóctonos y luego en humanos. “Todos, desde las bacterias, las moscas de la fruta, los peces y los seres humanos, tenemos incorporada una especie de maquinaria genética que nos ha permitido sobrevivir en este planeta en el que el día y la noche son cosas inexorables. Esa maquinaria lo que permite es justamente anticipar lo que sabemos que va a pasar”, explica Tassino. Las variables más notables que regulan ese reloj son día-noche, luz-oscuridad que marcan el ciclo sueño-vigilia. Otras, algo más ocultas, son la actividad cardiovascular, la frecuencia cardíaca, las enzimas digestivas y la temperatura corporal. Aunque levemente, la temperatura del cuerpo varía dentro de las 24 horas. Tenemos un mínimo alrededor de las 4 a.m., por eso nos da frío en la madrugada y nos tapamos, y un máximo a eso de las 7 p.m., la hora en que a los niños les sube la fiebre. La mensajera que armoniza todo esto es la melatonina, la hormona de la noche. La luz inhibe su aparición, y por eso la luz (y su opuesto, la oscuridad) es la señal por excelencia que regula los ritmos circadianos que marcan el pulso de la vida. Esto demuestra que, aunque por momentos nos creamos muy evolucionados, seguimos siendo un integrante más del reino animal completamente unido al planeta. Entonces, ¿por qué estamos tan despegados de los mandatos de la Tierra y desconocemos estos ritmos de nuestro organismo? Las biólogas no tienen una respuesta para esto, pero encuentran una relación con varios trastornos que vivimos en estos tiempos. “Este reloj es ancestral y está asociado a que somos de la Tierra. Por otro lado, hace relativamente poco tiempo nuestras señales lumínicas han cambiado radicalmente porque vivimos en una sociedad urbanizada en la que la luz del día y la oscuridad de la noche se desdibujan por la luz eléctrica, con todas las ventajas que eso tiene. Pero, además, durante el día no estamos expuestos a la intensidad de luz exterior; hemos creado un ambiente lumínico aplanado, en el que es lo mismo el día que la noche. Entonces, perdimos esa conexión tan originaria con las claves tan poderosas del planeta que son la luz y la oscuridad. Inclusive, nos desconectamos también de la temperatura, porque tenemos aire acondicionado. Modificamos el ambiente directamente y eso nos ha hecho pensar que esas cosas no nos influyen”, dice Tassino.
El primer desajuste de estos ciclos que llamó la atención y fue considerado como una evidencia de una desincronización del reloj, fueron los viajes aéreos y el famoso jet lag. Tal es así que esa palabra, sin traducción al español, se utiliza como un término cronobiológico para describir situaciones que pueden ocurrir sin que uno viaje, por ejemplo, en los jóvenes, que sus preferencias circadianas son más vespertinas y, sin embargo, deben cumplir con sus actividades curriculares en la mañana. A ese conflicto se le llama jet lag social. Según Tassino, “no todos tenemos la misma preferencia por estar activos en el mismo momento del día. La combinación genética de cada persona hace que algunas estén predispuestas a que su actividad sea más tardía y, por lo tanto, se van a dormir más tarde (a esos los llamamos vespertinos o ‘búhos’), y otras personas sean más matutinas, empiezan a estar activas muy temprano en el día (a esas las llamamos ‘alondras’). La mayoría estamos en el medio de esos dos extremos”. Las científicas explican que, a los adolescentes, el desajuste hormonal (que es parte de su desarrollo puberal) los hace tender a la vespertinidad. “Creo que somos un poco más tolerantes con los adolescentes cuando sabemos esto de que no es que no quieran dormirse temprano, es que realmente no están pudiendo dormirse temprano y, aun así, les estamos imponiendo actividades muy temprano en la mañana, y eso genera un jet lag social, porque es un desfasaje crónico. No es el desfasaje de un día que viajamos, es el desfasaje de todos los días”, explica Silva. En este desajuste las pantallas de celulares, tabletas, computadoras y televisores tienen algo que ver. Como la melatonina es la hormona que induce el sueño y se inhibe por la luz, las pantallas, que en general tienen luz led (muy similar a la del día), distorsionan el mecanismo. El reloj piensa que estamos de día, la melatonina se inhibe, y por lo tanto no viene el sueño.
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Medida de sueño
La lucha de los “búhos”
Las preferencias circadianas o cronotipos se pueden medir de acuerdo a en qué momento se ubica el sueño, independientemente de la cantidad de horas. A través de un cuestionario (cuyas respuestas son valores intuitivos no exactos) se pregunta: en un día libre, con total libertad y sin ninguna exigencia ni condicionante, usted, ¿a qué hora se acostaría y a qué hora se levantaría? Si la respuesta fuera a las 12 y a las 7, el punto medio del sueño de esa persona daría a las 3.30 o sea 3,5. Otra persona a la que le gusta irse a dormir a las 2 y levantarse a las 10, su punto medio del sueño son las 6 a.m. Tanto 6 como 3,5 son el valor que indica cuán vespertina o matutina es esa persona. En Uruguay se llegó a promedios de 7 entre adolescentes. “Esto quiere decir que si una persona duerme ocho horas con un punto medio de 7 es que está durmiendo de 3 de la mañana a 11. Y eso es sumamente tardío con respecto a lo que se ha reportado en el mundo”, explica Silva. Al momento de inestabilidad hormonal que se vive en la adolescencia, se suman costumbres de entretenimiento y hábitos culturales (como cenar o salir a bailar) muy tardíos respecto a otros países. “Con este estudio demostramos que tenemos los reportes en vespertinidad en jóvenes más altos publicados en el mundo. Pudimos cuantificar y nos dieron promedios que la primera vez no nos creyeron cuando los publicamos”, asegura Silva. Más allá de los inconvenientes de levantarse tarde o de luchar contra el despertador, esa desincronización tiene otras consecuencias. En el estudio con liceales que llevaron adelante Tassino y Silva, se aprovechó el sistema de turnos que tiene la enseñanza secundaria pública en Uruguay para ver el rendimiento académico de los estudiantes según sus preferencias circadianas y el horario en que asisten a clase, pues hay un preconcepto de que a las “alondras” les va mejor. Después de analizar dos poblaciones iguales en nivel socioeconómico, edad, género y desempeño, unos que entraban a las 7.30 a.m. y los otros a las 11.30 a.m., los resultados mostraron que a los “búhos” solo les va peor en el primer turno, pero si asisten más tarde no. Esto quiere decir que ambos rinden igual; lo que sucede es que en la tarde el cronotipo no está influyendo en el desempeño de los “búhos” como sí lo hace en la mañana. “Lo deseable sería que la biología no determinara el desempeño de los muchachos, sino que les fuera peor o mejor según cuánto estudian”, dice Tassino. La confirmación de que ese jet lag social influye en el rendimiento fue un aporte novedoso para nuestro país y para los principales estudios internacionales que solo habían analizado la educación sin turnos.
Algunos reportes consideran a la vespertinidad como un factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares, consumo de sustancias, enfermedades metabólicas, adicciones, obesidad. Además de la disminución en el rendimiento, los “búhos” pueden desarrollar problemas en su funcionamiento, se pueden enfermar más y tener más accidentes. Esta relación no es directa, sino que se apoya en la desincronización, porque al estar tironeados por actividades temprano en la mañana, adquieren conductas poco saludables como tomar mucho café para despertarse o cenar demasiado tarde, entre otras. “Creo que si la persona pudiera vivir alineada con sus preferencias no sería un inconveniente. Pero eso nos lleva a situaciones probablemente poco realistas, porque es difícil pensar en alguien muy vespertino que pueda desatender una consulta con el médico a las 8, elegir entrar a trabajar más tarde o no llevar a los hijos a la escuela. De todos modos, esto tampoco tiene que ser una alarma. El reloj es suficientemente capaz de ser plástico y entrenado para ubicarse en un lugar que no es exactamente el de sus preferencias innatas. Pero abusar de ese tironamiento lleva a ciertos problemas que se visualizan cuando se hace crónico. Entonces, hay evidencias suficientes para alertar de cuál sería el buen funcionamiento del reloj, pero también hay evidencias, capaz que más fuertes, para visualizar cómo este reloj puede adaptarse a otras situaciones. Y en el medio, hay una cantidad de medidas o de políticas que se podrían tomar ahora que tenemos toda esta información”, dice Tassino. Entre ellas, estaría considerar el cronotipo de una persona antes de contratarla para un trabajo nocturno o demasiado temprano en la mañana, o tomar en cuenta esta condición a la hora de asignar turnos a los alumnos del liceo. En conclusión, más allá de la plasticidad del reloj y de las obligaciones, es altamente recomendable que tanto uno individualmente como las instituciones y las empresas empiecen a contemplar estas preferencias de las personas para que puedan sentirse bien en lo social, en lo físico y puedan rendir al máximo de sus posibilidades, sin estar condicionados por su biología.
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—En conclusión, más allá de la plasticidad del reloj y de las obligaciones, es altamente recomendable que tanto uno individualmente como las instituciones y las empresas empiecen a contemplar estas preferencias de las personas para que puedan sentirse bien en lo social, en lo físico y puedan rendir al máximo de sus posibilidades, sin estar condicionados por su biología.—