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Honestidad Confianza Estructura familiar
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© 2019 BMR Productora Cultural, Derechos Reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, transmisión o archivo en sistemas recuperables, para uso público o privado, por medios mecánicos, electrónicos fotocopiado, grabación o cualquier otro, ya sea total o parcial, del presente ejemplar, con o sin propósito de lucro, sin la expresa, previa y escrita autorización del editor. Impreso en Gráfica Mosca. D. L. N° 373.150.
ISSN 2393-7467
Editorial
El cultivo de la fe suena, en primera instancia, a práctica religiosa. Con la salvedad que la religión puede ser vista como algo muy amplio. Una gran pasión por una práctica deportiva puede ser una forma de venerar algo que consideramos importante; la búsqueda artística es también un camino incierto y de veneración; un viaje, si se hace con conciencia, es un modo de transitar en un plano distinto al habitual, en muchos momentos rindiendo culto a un lugar o a la naturaleza. Lo que hace la diferencia es la actitud: cómo encaramos lo más simple, lo más cotidiano, con qué disposición interna. En este, nuestro cuarto número de Tribu –la revista semestral de Blue Cross & Blue Shield–, compartimos flashes de vidas, de opciones audaces y conscientes en las que el cuidado y la confianza son fundamentales. Como recibir a un bebé en casa durante algunos meses, dándole amor y energía, sabiendo que no se va a quedar. Desde 2014 la Fundación Mir funciona como centro de acogimiento y fortalecimiento familiar en convenio con el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) brindando protección a bebés menores de un año que por distintas razones están separados de sus familias. Mientras se decide si el bebé vuelve a su entorno original o es dado en adopción, se da esta experiencia enriquecedora tanto para el bebé como para la familia que lo recibe. En otro orden, la decisión de una mujer de practicar un deporte tradicionalmente masculino es también un acto de coraje y de fe. Dos referentes en este ámbito, Valeria Colman y Sofía Olivera, nos hablan de los distintos desafíos, las ganas y la persistencia para hacerlo posible.
Con el artista Fidel Sclavo nos acercamos a una forma muy sutil de mirar. Una percepción de aquello pequeño que dice mucho. El susurro que asombra, la ventana impensada que se abre. La magia de la línea y la sugestión del color, frutos de horas de presencia plena frente al plano. No somos ajenos al avance de la tecnología en nuestras vidas y aquí lo padecemos a través de la columna de humor de Manu da Silveira. Por otra parte, recibimos un baño de creatividad a través de las joyas creadas por Adriana Güelfi inspiradas en la naturaleza. Es curioso descubrir el poder empático de los caballos para resolver un conflicto familiar: de la mano del Dr. Bernardo Ferrando conocemos la técnica de constelaciones con caballos. Hincamos el diente en el Ayurveda, un enfoque de la salud que contempla el biotipo, la limpieza del cuerpo y de la mente, la práctica espiritual, el poder de los alimentos y las hierbas para transformar la vida. El fotógrafo Pájaro Singer también se va a Oriente, nos trae el recuerdo de Vietnam, a través de las anécdotas y las imágenes que tomó de ese rico país. La historia de Nadia Mara, una de las promesas del Ballet Nacional, integrante del American Ballet de Atlanta, muestra lo lejos que nos puede llevar un sueño y confiar en el propio talento. “Los retos siempre me gustaron”, dice en la entrevista. “Me ponen nerviosa, pero no es algo que me pare, al contrario, me da mucho para adelante”. En muchas de estas experiencias hay una confianza especial. Se hace lo mejor, se cuidan los detalles, pero luego se intuye que hay algo más allá que hace que las cosas sucedan. Casi como si no fuera uno mismo quien las realiza. Malena Rodríguez Guglielmone Editora
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Coordinación General Nicolás Barriola Coordinación de contenidos William Rey Ashfield Concepción Fotográfica Marcos Mendizábal Departamento Comercial Martín Colombo Edición Malena Rodríguez Guglielmone Diseño i+D Corrección Laura Zavala Colaboradores Emanuel Bremermann, Gabriela Sommer, Carolina Villamonte, Natalia Costa Rugnitz, Manu da Silveira, Carlos López Agradecimientos Bernardo Ferrando, Valeria Colman, Sofía Olivera, Nadia Mara, Agustina Menchaca, Fidel Sclavo, Fernando Foglino, Fernández, Pájaro Singer, Adriana Güelfi, Rosa Lobos, Pilar de Prado, Prensa Auditorio Nacional del Sodre
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Con el Dr. Bernardo Ferrando: constelaciones familiares con caballos “Los caballos tienen una sensibilidad exquisita y una fuerza sanadora muy intensa”
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Ahora la pelota la tienen ellas Fútbol femenino
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“Siento que soy una mejor bailarina después de haber bailado Onegin con el BNS” La uruguaya Nadia Mara, primera bailarina del Atlanta Ballet
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Cuando ella pasó por nuestras vidas Acoger por un tiempo un bebé en situación vulnerable: un acto en el que se recibe mucho más de lo que se da
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“Es allí, en el silencio, donde se escuchan las voces” Con el artista Fidel Sclavo
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El arte de innovar en salud Con el Dr. Alberto Fernández y el artista Fernando Foglino
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Cuerpo, mente y espíritu: la salud según el ayurveda Con la Dra. Pilar de Prado
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Joyera por naturaleza Con Adriana Güelfi Herrera
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El exotismo de Vietnam La experiencia y la mirada de Pájaro Singer
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Nombre de usuario y contraseña Columna de humor
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Con el Dr. Bernardo Ferrando: constelaciones familiares con caballos La cita es temprano en la mañana, en Casa Verde, donde tiene su consultorio el Dr. Bernardo Ferrando. Allí trabaja en medicina natural con flores del Uruguay y desde hace un tiempo incursionó en la terapia de constelaciones con caballos. Somos tres las que consultamos, como suele ser en cada instancia que él facilita. Subimos a la camioneta y partimos rumbo a un campo cercano al primer peaje de la ruta Interbalnearia. En el camino, el Dr. Ferrando relata el origen de esta forma de trabajo terapéutico: “Las constelaciones familiares empezaron con un sacerdote alemán llamado Bert Hellinger. Una persona muy mayor, que falleció hace poco, era psicólogo también. Siendo misionero en África, Bert Hellinger trabajaba con grupos. Y en esos trabajos empezó a encontrar la metodología de las constelaciones familiares. Lo que hacía era elegir representantes para los integrantes de un sistema familiar determinado. Descubrió que estos representantes, aun sin saber nada de la persona original (la que planteaba el conflicto relativo a esa familia), empezaban a sentir o actuar igual que esta. Y eso es lo novedoso y extraño del tema. Esos representantes empiezan a recrear, sin tener conocimiento previo, los movimientos del sistema familiar. Hay una explicación para ello que tiene que ver con los campos morfogenéticos. Así, Bert Hellinger fue desarrollando toda la metodología y la estructura de las constelaciones familiares y lo que llamó los órdenes del amor”.
Por Malena Rodríguez Guglielmone Fotografía de Carlos López
“Los caballos tienen una sensibilidad exquisita y una fuerza sanadora muy intensa”
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— ¿Qué son los órdenes del amor? En los sistemas familiares hay órdenes del amor. Está el padre, la madre, los hijos, los nietos. Y ese orden hay que respetarlo. Cuando no se respeta ese orden vienen las disfunciones y las patologías. Muchas veces, atrás de una enfermedad o de alguna neurosis o conflicto familiar, hay un desorden de la estructura familiar. Por ejemplo, cuando un hijo ocupa el lugar del padre o de pronto hay un excluido en el sistema familiar, un hijo no reconocido. Entonces otro integrante del sistema familiar va a ocupar ese lugar y va a traer conciencia del excluido del sistema. O abortos que han sido negados y no les han dado su lugar, también trae consecuencias para la dinámica sistémica. O conflictos que sucedieron tres generaciones para atrás, que no se resolvieron adecuadamente. Un poco así es que se dan las dinámicas en las familias. La constelación, lo que trae, es luz sobre esas estructuras. Te va a mostrar dónde está el conflicto, donde está lo ocultado por el sistema. Por qué se ha invertido el orden del amor. Por ejemplo, una tía abuela que era loca y estaba en un manicomio. Y la familia la ignoraba y no le daba el lugar correspondiente. Pasa una generación, luego otra y aparece alguien del sistema que va a traer conciencia de esa tía abuela, a través de una enfermedad o a través de un conflicto. Hasta que no se trae metaconciencia en el campo de aquello que no fue integrado, eso repercute en las generaciones siguientes. Es hasta bíblico: “el pecado de tus padres lo pagarán las generaciones siguientes”. No es desde la culpa, sino desde la ener-
gía de lo sistémico. Alguien que se casa cuatro veces, alguien que no se puede casar nunca, o alguien que en vez de mirar su propio destino queda mirando hacia sus padres y queda soltera para cuidar a los padres. Al traer metaconciencia, que no es una conciencia psíquica sino energética, se produce un movimiento de sanación y el campo se entra a mover de otra manera. Cuando en un sistema aparece información nueva esa información modifica el campo. — ¿Quiénes son determinantes en el árbol genealógico? Están los padres, los tíos, los abuelos, los primos no tanto. Lo que hagan los padres o los abuelos trae repercusiones cuando es negado y no asumido. El caso de los abortos, por ejemplo, incluso abortos espontáneos cuando no se les da un lugar, son energías que forman parte del sistema de una manera o de otra. Jung hablaba del inconsciente personal y del inconsciente colectivo. También Hellinger habla del alma individual, del alma familiar y de la colectiva. Cómo esa energía presente, que no es individual, sino sistémica, es una energía que no es solo tuya, es en relación al sistema de pertenencia. Y como formamos parte y somos leales al sistema al cual pertenecemos, esa energía nos liga de alguna manera. A veces somos leales de una manera saludable y a veces de una manera patológica. Por ejemplo, hay gente que se enferma para salvar a otro, eso se llama amor ciego. Yo me agarro una enfermedad buscando evitar que vos te enfermes. También puede suceder que se muere
—“Te va a mostrar dónde está el conflicto, donde está lo ocultado por el sistema. Por qué se ha invertido el orden del amor”.—
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el padre a una edad y después se muere un hijo a los seis meses: “yo te sigo”.
Con el Dr. Bernardo Ferrando: constelaciones familiares con caballos
— ¿Eso es evitable? Sí, la conciencia trae que no copiemos los modelos. A veces muere un niño tempranamente y eso se repite. Cuando son muertes violentas, agresivas o no esperadas, no asumidas, puede traer consecuencias. — ¿Hay patologías más manejables dentro de las constelaciones? Creo que las constelaciones te ayudan a traer información, no curan nada. Traen metainformación, y eso es muy importante para los sistemas: traer luz, para que empiece un proceso de sanación y de conciencia. — ¿O sea que es un comienzo para seguir trabajando? Es para abrir el campo. A la gente la veo cada seis meses porque antes hay que dejar que su alma trabaje, que se vaya liberando y se mueva el campo al cual pertenece. Porque se mueve el orden del sistema. — Imagino que hay que tener una gran responsabilidad en este trabajo. Mucha responsabilidad, y es muy rico, muy sanador si se hace bien. — ¿Qué es importante cuidar como facilitador? Tenés que trabajar en ti mismo, haber hecho trabajos de conciencia para poder ayudar a otros. Si no sos consciente de ti mismo, de tus heridas, de tus complejos, de tus conflictos, difícilmente puedas ayudar a otros. Se da en todas las medicinas y artes terapéuticas.
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— Cuando enfrentás el nudo de cierto conflicto, ¿cómo sabés por dónde ir? Cuando estás trabajando en presencia, en estado de silencio interior y de conciencia, cuando estás libre de ideas y pensamientos, de preconceptos y prejuicios, ahí te llega la información del campo. Que es distinto a cuando la gente no está en presencia y empieza a proyectar lo propio. Acá trabajás con la fenomenología, es la información del campo. Es muy del aquí y del ahora. Para que un hecho sea fenomenológico tiene que haber una información que se observa. La ciencia es fenomenológica, son datos de la realidad. Luego están los campos morfogenéticos. Rupert Sheldrake descubrió que un árbol desarrolla espinas para sobrevivir a una sequía. Después de eso, todos
los árboles de la especie, van a desarrollar espinas… En las constelaciones estás entrando en el campo de información de un sistema y los movimientos que se dan son en relación al sistema del cual proviene la experiencia. — ¿Tiene que haber una cierta disposición en los que participan? En todas las cosas tiene que haber una cierta disposición. Una vez vino una chica y me di cuenta que venía negada a trabajar. Cuando se sentó los caballos ni se movieron, ellos siempre hacen algún movimiento. Y le dije: “contigo no puedo trabajar”. Y ella me dijo: “sí, la verdad que no puedo creer esto de los caballos. No me nace hacerlo”. Entonces le dije: “no te preocupes, quédate acá mirando que las otras personas tienen que constelar”. Después que terminaron las otras dos, ella dijo: “yo quiero constelar ahora, vi lo que es y me quedé emocionada”. Su constelación fue a través de la de los demás. El trabajo de los otros le sirvió a ella. Capaz que si hubiera constelado habría andado bien, pero ya nos teníamos que ir. — ¿Cómo se aprende a constelar? Me formé en Constelaciones Familiares. Empezamos en Casa Verde, con Carlos Bernués. Él era alumno en el tema de las flores y un día dijo que quería hacer una constelación e hizo una con el grupo de las flores. Luego quedó chico Casa Verde e hicimos grupos en otros lados, fuimos a lo de Graciela Figueroa y de ahí Carlos Bernués se fue al lugar en el que está ahora. Yo me formé en Constelaciones Familiares, hice la formación en constelaciones grupales, luego en constelación individual. Siempre hice la medicina natural que practico, más constelaciones. Y un día hablando con alguien me dijo que hacía coaching con caballos y equinoterapia. Me mostró el lugar y lo que hacían. Y ahí empecé a probar constelaciones con caballos, y ya luego fui a Argentina y a Chile a formarme. — ¿Por qué con caballos? Los caballos no piensan, no tienen conciencia, pero entran en el campo y sienten. Tienen una sensibilidad exquisita y poseen una fuerza sanadora muy intensa. Cuando hacés estos trabajos ves que la gente mejora mucho. Pasa el tiempo y les hace un proceso interno y familiar muy profundo. Desde que empecé no paré nunca. A veces llueve, a veces está frío, o hace calor, pero igual lo hacemos. Descubrí una veta maravillosa, un campo de trabajo espectacular que me emociona.
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—“yo quiero constelar ahora, vi lo que es y me quedé emocionada”.—
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— ¿No se intelectualiza lo que sucede? En general no se intelectualiza. Los caballos te quieren mostrar. Ellos se comunican contigo. Vas entonces dándole un sentido al movimiento del caballo. Pero no yo. Yo en relación a la persona que constela. — ¿Siempre son los mismos caballos? Acá sí. Pero he ido a otros lugares y hemos hecho con caballos salvajes, y no te cambia nada. Porque es el campo el que se trabaja. A veces aparecen águilas o chajás o teros. Una vez aparecieron chanchos. Nada es casualidad. Cuando estás en presencia la naturaleza está contigo. Estás en resonancia con ella y todos los fenómenos que suceden están en sincronía con tu vivencia interior. Pero para eso tenés que estar muy disponible, muy en presencia.
La camioneta entra por un camino, llegamos al campo donde están los caballos. Bajamos y nos dirigimos hacia el potrero. Iremos constelando de a una. Mientras, las otras miramos sentadas en un banco. Aunque no solo miramos, al estar ahí también estamos involucradas en ese proceso. La primera plantea su inquietud. Mira a los caballos y decide cuál la representará, cuáles asumirán a otros miembros de la familia. Luego de visualizar quién es quién, esperamos. Los caballos empiezan a moverse. Surgen preguntas, el Dr. Ferrando va guiando en la interpretación de los gestos. La involucrada va encontrando el sentido, da más información, surgen nuevos movimientos. Y algo se va desentrañando. Algo empieza a emerger. Irrumpe la emoción. Algo está cobrando forma. Los caballos son claros en sus gestos. A veces tienen acercamientos al que está consultando. Y ahí se da una situación muy reconfortante. Quien ha abrazado a un caballo lo puede entender. No se puede abundar en detalles, cada experiencia es única e intransferible. Todos están dentro del campo, con una cierta pregunta, una cierta intención. El movimiento se da en torno a ello. Y lo que sucede allí queda allí, no se habla al respecto. Incluso conviene que los días siguientes no se hable del tema. Que el movimiento hacia el equilibrio surja naturalmente. Casualmente las tres consultantes planteamos dificultades con el mismo tema. Parece, efectivamente, que las casualidades no existen. Carl Jung lo llamaba sincronicidad. Subimos a la camioneta y emprendemos el regreso. Vamos en silencio.
—“Los caballos no piensan, no tienen conciencia, pero entran en el campo y sienten. Tienen una sensibilidad exquisita y poseen una fuerza sanadora muy intensa”.—
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Ahora la pelota la tienen ellas
Por Emanuel Bremermann Fotografía de Carlos López y Leonardo Palla
Las mujeres están encontrando cada vez más espacios en el fútbol uruguayo, un entorno que históricamente las relegó; el fútbol femenino está en auge, los equipos están apostando a los proyectos, hay cada vez más árbitras y dirigentes mujeres y en la cancha se está demostrando todos los días que la capacidad no se atiene a géneros.
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En algún punto de la historia, a una persona se le ocurrió que patear una bola de cuero podía ser divertido. Dicen los registros que, quizás, ese alguien fuera un griego de la antigüedad, posiblemente un hombre, y que lo que acababa de inventar no era el fútbol, sino una versión más primitiva que después se denominó episkyros. Hoy es fácil imaginarlo en medio de las áridas planicies del imperio, impulsando con la punta de los dedos la improvisada pelota mientras la toga blanca se le enreda en las rodillas, pero es un poco más complicado hacerse una idea de qué podría estar pensando él respecto al deporte que seguramente no sabía que había ayudado a crear. ¿Supo, en aquel entonces, que el pasatiempo evolucionaría e involucraría a más de 270 millones de personas en todo el mundo? ¿Lograría este eventual muchacho griego entender los millones de dólares que se mueven detrás de un negocio plagado de intereses y corrupción? ¿Comprendería cabalmente lo que significa dar la vida por los colores del equipo? Y, sobre todas las cosas, ¿en su cabeza lograría entrar que gran parte de los actores que hoy mueven a este deporte a nivel global son las mujeres, las mismas que en su sociedad estaban relegadas a tener un papel secundario? Es probable que no. Pero sucede que las mujeres han demostrado que están hechas para romper moldes, y el fútbol, en ese sentido, tampoco se les ha escapado de las manos. Ya en el siglo XIX, cuando hasta el sufragio era una realidad utópica y patear una pelota era cosa de unos pocos, ellas ya correteaban en canchas de Inglaterra con vestidos diseñados para la ocasión. Y aunque durante muchas décadas la versión femenil del balompié estuvo signada por la prohibición –el mundo patriarcal adujo que se jugaba con demasiada violencia para sus “frágiles” complexiones físicas– a partir de 1860 se convirtió en una realidad. Y como ha sucedido a lo largo de la historia de las conquistas femeninas universales, la fundación del primer club de fútbol femenino –el British Ladies Football Club, creado en 1894– también fue una declaración de principios: su impulsora, la ac-
tivista Nettie Honeyball, proclamó a los cuatro vientos que el nacimiento de su club, además de darle un lugar establecido a las mujeres que pretendían meterse más y más en el mundo de la pelota, demostraba la capacidad de emancipación del género femenino y la necesidad de que por fin se alcanzara representación en el Parlamento. La historia sigue y es larga. Incluye más años de prohibición –la propia FIFA negó la existencia del fútbol femenino hasta 1971–, de sueños que se frustraron y de una popularización cada vez más global. Pero podemos tranquilamente saltarnos todo eso e ir estrictamente al presente, porque lo que allí espera es mucho más auspicioso. En 2019, el fútbol femenino está en auge. Por ejemplo, el Campeonato Mundial en Francia, que coronó a la Selección de Estados Unidos –una de las potencias globales– fue un éxito de público y de audiencia. Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, dijo que es el único evento mundial que puede llegar a compararse con el mundial masculino en convocatoria. Al mismo tiempo, la influencia de estrellas de la cancha como las estadounidenses Megan Rapinoe y Alex Morgan o la brasileña Marta es cada vez mayor y sus declaraciones o discursos llenan cada rincón de las redes sociales. De hecho, Rapinoe fue noticia cuando en su discurso de aceptación del premio The Best lanzó una encendida llamada a cambiar las cosas desde adentro: “Tenemos una oportunidad única para usar este bonito juego para cambiar el mundo y hacerlo mejor. Hagan algo. Hagan lo que sea”, dijo. Con la bandera del fútbol femenino cada vez más en alto, las mujeres han encontrado también su lugar dentro de la manifestación masculina del deporte. Ya no es raro ver que los árbitros en partidos de hombres sean mujeres, o que los equipos de primera línea en el mundo confíen en preparadoras físicas y médicas a la hora de completar sus equipos técnicos. Y Uruguay, que tiene el fútbol entre ceja y ceja y que en materia de igualdades parece querer ir siempre en el asiento de adelante, tampoco escapa del fenómeno.
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—Con la bandera del fútbol femenino cada vez más en alto, las mujeres han encontrado también su lugar dentro de la manifestación masculina del deporte.—
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La vista desde la cancha Las historias de las jugadoras uruguayas Valeria Colman y Sofía Olivera tienen puntos que coinciden y alguna que otra diferencia circunstancial. Para empezar, ambas son referentes en los equipos de primera división de los dos cuadros grandes del país: Colman tiene 29 años y juega en la defensa de Nacional, equipo que además capitanea; Olivera, en tanto, tiene 28 y es arquera del primer equipo de Peñarol, que en la última temporada ganó el torneo local por tercera vez consecutiva. Ambas conocieron las carencias a las que se enfrentó el fútbol femenino uruguayo en épocas anteriores, sufrieron el desinterés por parte de dirigentes que solo tenían ojos para el mundo masculino y las dos, ya en equipos profesionales que lograron establecerse a pesar de las dificultades, gozan ahora de ciertas comodidades que se han ganado a pulmón y en base a disputas que muchas veces exceden a lo que pasa adentro de una cancha. Sus orígenes en el fútbol son similares. Valeria Colman –que además es miembro del plantel mayor de la Selección uruguaya– supo desde chica que lo de ella era ir detrás de la pelota, pero tuvo algunos obstáculos para poner en práctica su pasión. Corrió y pateó en los campitos del barrio Villa García a la par de sus amigos varones, pero cuando quiso anotarse en un club de baby fútbol, tuvo que esperar; allí no había lugar para las chicas. Entre idas y vueltas, ya de adolescente logró probarse en Nacional y quedó seleccionada, pero dos años después tuvo que abandonar para completar el liceo debido a que los horarios se superponían. Con la secundaria en el bolsillo, Colman pudo retornar a su club y de allí, a la Selección uruguaya. Sofía Olivera también se dio cuenta de que lo suyo era el fútbol enseguida, y por eso dedicó gran parte de su infancia a recorrer las canchitas del Cerro de Montevideo junto a su hermano mayor y la pelota debajo del brazo. Pero la historia de Colman se repite en Olivera: cuando quiso anotarse en Cerromar, un equipo de baby en el que su hermano había comenzado a practicar, le dijeron que no. No había lugar para niñas. Y lo que siguió a partir de allí fue un camino de ensayo
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y error, porque pasó de un equipo al otro, siempre buscando el que le diera las mejores posibilidades para formarse en lo que ella consideraba que era su futuro. Comenzó en Rampla, pero tenía demasiadas carencias y por eso se pasó a Cerro. Pero allí la cosa no fue mejor, porque de un año al otro el club dejó de apostar al femenino y liquidó el equipo. Por el contacto de unas amigas, terminó por probarse en Peñarol. Y ahí sí: su suerte cambió. “Era todo mucho más profesional”, recuerda Olivera. “Se entrenaba de lunes a viernes, había entrenador de goleros. En Cerro teníamos que llegar media hora antes a la citación para colgar las redes de los arcos, para pintar las líneas con cal. Teníamos que hacer rifas, poner plata para poder jugar. Peñarol se parecía más a lo que yo soñaba o esperaba del fútbol”. Ese profesionalismo del que habla la guardameta del primer equipo de Peñarol es algo que se ha ido arraigando en el fútbol femenino uruguayo de a poco y siempre en base a un trabajo de hormiga de las propias jugadoras. Sin embargo, hubo un quiebre: desde que la FIFA estipula que los equipos que tengan intención de participar en copas internacionales deben tener planteles de los dos géneros en competencia, varios son los interesados en mantener a flote proyectos que hacía un tiempo, quizás, se morían incluso antes de nacer. Asimismo, las dos jugadoras aseguran que desde la Asociación Uruguaya de Fútbol también se ha buscado impulsar el lugar y la voz de la mujer, ya sea con la presencia de la presidenta del fútbol femenino, Valentina Prego, en la toma de decisiones, o con las acciones en las que las propias futbolistas se han visto involucradas. Sin ir más lejos, en marzo de este año
Colman, en representación de sus pares, pudo votar en la elección del nuevo presidente de la AUF. Fue un momento histórico que marcó que las mujeres en el fútbol uruguayo tienen el espacio para participar en las instancias definitorias. “Fue bastante raro estar en ese ambiente”, recuerda ahora la jugadora de Nacional. “Para nosotras era todo muy nuevo y diferente. Cuando pasó el tiempo, recién ahí le dimos la importancia que tuvo. Está bueno que se haya empezado así. Hay que sumar fuerzas para mejorar el fútbol femenino y el fútbol en general”. Y si la palabra mejorar aparece es porque aún queda mucho trabajo por delante, aun cuando la salud de esta rama del deporte más popular del mundo parece estar progresando. “Todo ha crecido mucho. Hoy en Sub-16 hay alrededor de dieciocho equipos, algo impensado hasta hace algunos años. Hay una base grande y se puede notar que vamos a tener un futuro bastante bueno, porque ya las chicas de las formativas empiezan a tener mayor continuidad. En la Selección también hay más apoyo. Se está empezando a trabajar en un proceso a largo plazo, algo que antes no existía porque se armaba todo un mes antes de las competencias. Hoy se sabe lo que se quiere y hay un cuerpo técnico sólido que se mantiene”, explica Colman, que enseguida aclara que tampoco hay que tirar manteca al techo, porque a excepción de Peñarol y Nacional, son pocos los clubes que pueden mantener a sus planteles libres de las necesidades económicas. Reconoce, de todas formas, que eso es un patrimonio que también alcanza al fútbol masculino. “Muchas veces los clubes al femenino le dan su nombre y le pagan el campeonato para tener la licencia de Conmebol y nada más”, asegura.
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Olivera, por su parte, también es optimista pero no olvida lo que ella misma vivió en los equipos en los que estuvo previo a su pase en Peñarol. “Todavía hay equipos en los que las jugadoras ponen plata de su bolsillo para jugar”, dice. “Hoy estamos muchísimo mejor. Muchos se sorprenderían de las cosas que pasaban en 2005 o en años anteriores. Hay un crecimiento muy notorio y hoy sabés que hay muchos cuadros que tienen futuro en el profesionalismo. Poder estar pensando en jugar y nada más ya es un montón. Tener un cronograma del año sabiendo cuándo vas a poder entrenar, que vas a tener ropa y pelotas, que va a haber profesionales involucrados. Hay varios cuadros que tienen eso, y el resto está tratando de hacerlo y de emparejar la calidad y la competitividad”.
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La exposición y la mujer Durante mucho tiempo, el público y los medios le dieron la espalda al fútbol femenino en Uruguay. No se hacían crónicas en los diarios, no había minutos en televisión, a la cancha iban los familiares. Colman y Olivera lo saben: eso cambió. Y es una gran noticia, porque la exposición es cada vez mayor –esta misma nota es otra evidencia– y desde hace un tiempo les suceden cosas insólitas. Ahora sí puede pasar que alguien las cruce en la calle, las reconozca y las felicite. Así lo siente Olivera: “Hasta hace poco ni me esperaba que pasaran un resumen de un partido de femenino en la tele. O en los diarios. Ni que hablar de las redes sociales, que explotan hablando de nosotras. Aunque en las redes también tenés a las personas que todavía no abren la cabeza, creo que ya son la minoría. La mayoría apuesta a ver, a ir, a informarse o estar involucrada”. Pero la rama femenina del fútbol no es el único lugar en el que las mujeres inciden cada vez más. El referato también está encontrando su cuota femenina y Uruguay tiene en su plantel de árbitros internacionales a un puñado de mujeres que están haciendo historia. Una de ellas es Claudia Umpiérrez, que participó en cuatro mundiales en su carrera y que ya ha tenido a sus órdenes varios partidos del campeonato uruguayo masculino.
Umpiérrez analizó el estado del fútbol femenino y el rol de las mujeres en una entrevista con La diaria en junio de 2019. Entre otras cosas, la encargada de impartir justicia en el campo de juego aseguró que en Uruguay se ha “mejorado, pero aún estamos muy lejos”. “Falta un compromiso real de todos, apoyando, difundiendo y valorando el esfuerzo que hacen las jugadoras desde hace años para poder competir casi sin ningún apoyo en comparación con el futbol masculino. Confío que pronto la cosa comience a cambiar, porque hay buen nivel y gente que trabaja mucho en busca de ese objetivo”, cerró Umpiérrez. Para Olivera, el camino hasta este punto ha sido largo y costó mucho esfuerzo. Confía, sin embargo, en que las mujeres están logrando hacerle ver al mundo cada vez más que tienen la capacidad necesaria para enfrentar cualquier desafío, ya sea dirigencial o futbolístico. “Hoy se ven mujeres arbitrando o médicas en partidos de hombres. Y eso marca que una gran parte del fútbol abrió la cabeza y que entendió que esto no es por género, sino que es capacidad. Yo de verdad creo que en muchos rubros hay mucha gente capacitada que no pudo llegar a donde se merecía por un tema de género. Pero ellas fueron quienes comenzaron con esto y que hoy podemos disfrutar nosotras”, dice. Tanto ella como Colman tiene referentes en el fútbol internacional. Como buenas jugadoras, viven y respiran fútbol, por lo que conocen muy bien lo que sucede en el mundo. Pero hay una pregunta que las toma por sorpresa: ¿entienden que, de alguna manera, son referentes y le están abriendo el camino a niñas que hoy hacen sus primeras armas en el fútbol? “Siento que por la Selección y la exposición en los medios puede llegar a pasar, pero creo que todas las que estamos en esto o que ocupamos algún puesto tenemos algo de referentes. Porque nosotras tenemos que dar el ejemplo, tenemos que cambiar el fútbol femenino para todas estas chicas que llegan con ilusiones. Capaz que nosotras no llegamos a disfrutarlo, pero esperemos que ellas sí”, cierra Colman. Olivera, en tanto, es un poco más escueta, pero el sentimiento es el mismo: “Trato de mejorar todos los días para que, quizás sí, en un futuro alguien pueda decir que hay un camino que ayudé a marcar; me gustaría saber que pude dejarles algo”.
—“Hoy se ven mujeres arbitrando o médicas en partidos de hombres. Y eso marca que una gran parte del fútbol abrió la cabeza y que entendió que esto no es por género, sino que es capacidad”.—
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“Siento que soy una mejor bailarina después de haber bailado Onegin con el BNS”
Por Carolina Villamonte Fotografía de Carlos López
La felicidad total puede tener muchas formas. Para Nadia Mara, una fue cuando se levantó el telón del Auditorio Nacional del Sodre después de la última escena de Onegin y el público aplaudía de pie. Sintió algo que no había sentido nunca: la felicidad de volver a bailar en su país como profesional, después de 14 años de haberse ido a Estados Unidos buscando nuevos lugares donde desarrollar su carrera.
La uruguaya Nadia Mara, primera bailarina del Atlanta Ballet
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La uruguaya Nadia Mara, primera bailarina del Atlanta Ballet
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Nadia Mara es primera bailarina del Atlanta Ballet desde hace 11 años y en 2019 vino como invitada para interpretar el rol principal en la producción del Ballet Nacional del Sodre (BNS). Hacía varios años que su nombre sonaba en las oficinas del BNS, primero cuando estaba Julio Bocca al frente, después con Igor Yebra como director. Hasta que finalmente coincidieron astros y calendarios, y Nadia pisó el escenario del Auditorio. “Fue una emoción tremenda. Y mucho nervio, porque era volver al país, era volver a bailar para mis maestros. Sentí un poco de presión en ese sentido, pero decidí salir de esa presión que no me ayudaba en nada y disfrutarlo. Cuando pasó eso no lo podía creer, fue alucinante, algo que siempre quise hacer. Desde que me fui, siempre dije ‘me voy, pero vuelvo’. Esa era la historia para mí”. Y las chances de que eso suceda de forma definitiva están sobre la mesa. La vida de esta bailarina y coreógrafa de 33 años en Atlanta, donde además de tener sus responsabilidades en la compañía y dar clases particulares, compartía hasta hace poco su casa con su novio Kevin –un analista de sistemas que se mudó a Orlando y ahora tendrán una relación a distancia–, tal vez tome otro rumbo. El teatro es su casa, en cualquier parte del mundo. Y eso lo supo desde muy niña. Tenía solo tres años cuando el sonido de la música clásica que escuchaba su madre no la dejaba quedarse quieta, y los padres decidieron anotarla en las clases de danza de la escuela de la cooperativa de viviendas donde vivían, en Malvín Norte. “Los profesores veían que yo tenía interés, y les dijeron a mis padres, ‘mire que esta niña puede ser que llegue, tiene las condiciones y tiene la fortaleza de estar acá todos los días siendo tan chiquita’”.
A los ocho debía empezar a hacer puntas, pero el piso de baldosa de la escuelita no se lo permitía, entonces los profesores le recomendaron ir a la academia de Mariel Odera, que en ese momento era primera bailarina del Sodre. Empezó a entrenar todos los días con esta maestra que no solo le impartió el conocimiento técnico sino el espíritu que tiene que tener una bailarina: ir siempre hacia adelante. Nadia estaba por cumplir los 12 años, último plazo para ingresar como estudiante a la Escuela Nacional de Danza, pero las dudas y el miedo se apoderaban de ella. “¿Qué pasaba si iba y me decían que no? ¿Qué hacía? Se me venía el mundo abajo, se me derrumbaba todo”, recuerda. Era el 2 de diciembre, día de su cumpleaños. Su madre le pidió que la acompañara a comprarle el regalo, y cargando un bolsito se subieron al ómnibus y se fueron al Centro. Iban caminando por la calle Julio Herrera y Obes y Nadia empezó a escuchar música clásica. Miró hacia arriba y leyó Escuela Nacional de Danza. “Vas a hacer la audición”, le dijo su madre de sorpresa. “Entré y estaban todas las niñas vestidas iguales como había visto en videos de la Ópera de París o del Royal Ballet de Londres. Dije, ‘esto me gusta’”. Eran unas 80 aspirantes a ingresar. Le midieron el cuello, la espalda, la flexibilidad, los pies, evaluaron su musicalidad, sus movimientos, sus saltos. Tres pasaron la prueba, entre ellas Nadia. “Ahí empezó mi sueño realmente”. El empeño de tantos años sumado a su talento innato hicieron que la joven bailarina pasara de primero a tercero, y luego se volviera a saltear algún año más adelante. En clases más avanzadas estaba María Noel Riccetto. Nadia la veía bailar, y supo de su historia
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cuando un profesor húngaro la llevó a Estados Unidos. “Ahí tomó fuerza el sueño de irme, de querer lo mismo, porque yo sabía que a ella le estaba gustando la experiencia. Y dije, ¿será que en algún momento ese profesor vuelve?”. Cuando Nadia ya tenía 18 años y había egresado, Gyula Pandi, el profesor cazatalentos de la Escuela de Artes de la Universidad de Carolina del Norte, volvió, la vio y la invitó a irse. “Él viajaba por el mundo buscando gente talentosa. Nos quedábamos en su casa. Yo me quedé en la misma cama donde durmió María Noel”, recuerda. — ¿Hace 14 años querías irte porque sabías que acá no había mucho futuro o porque te interesaba saber qué es lo que sucedía en el mundo con la danza? En ese momento no había mucho para hacer acá y me interesaba saber lo que pasaba en el mundo. Soy una persona muy curiosa y me gusta mucho buscar cosas, comparar, ver. Me iba del país a ver qué pasaba del otro lado del mundo, qué podía conseguir; las metas, los retos siempre me gustaron. Me ponen nerviosa, pero no es algo que me pare, al contrario, me da mucho para adelante. Y me fui por eso, por una búsqueda de un sueño. Y para perfeccionarme también, quería absorber otras técnicas, hacer cosas contemporáneas y neoclásicas, que tampoco se hacían mucho acá. — No debe ser fácil tomar la decisión de irse. ¿Cuáles eran tus principales miedos? El miedo era a llegar allá y que no le gustase a nadie, o que no sirviera porque era de otro país o porque no era suficientemente buena. Las ganas siempre las tuve de ser bailarina profesional, pero una cosa es querer y otra cosa es poder. Y yo sentía “vengo de un país tan chiquito y tan lejos, capaz que no me aprecian por eso”. Pero me fui ya con una beca, con un profesor que me vio y que le gusté, entonces también estaba más tranquila. — ¿Y con qué te encontraste? Me encontré con un mundo totalmente diferente, con estructuras mucho más claras, con mucho más horario de trabajo, con mucha más competencia, mucha gente que quiere lo mismo que vos, no son 10, son 100, 200, 300 personas, audiciones de 400 personas para entrar a una compañía. Dura, fue una realidad dura. Pero, al mismo tiempo, como era un reto me gustaba. Y el profesor que me entrenaba en ese momento me dijo, “vos tenés que ir y probar, no te queda otra”. Probé en una compañía de Carolina del Norte que quedaba cerca de donde estudiaba, y entré, pero
no me sentí cómoda. Se hacía mucho la técnica estadounidense Balanchine, en la que se baila mucho más rápido, con una musicalidad entre compases. Era muy difícil de contar, yo no estaba acostumbrada, y los dos directores de esta compañía hacían el 95% del repertorio con esa técnica. En ese momento dudé mucho, dije, “me parece que capaz que tengo que volver, esto no es lo mío”, y estaba extrañando también. Los directores me dijeron que era muy talentosa, pero que capaz que eso no era lo mío, y ellos mismos se contactaron con la compañía de Atlanta que hace un repertorio más variado, y me interesó. — ¿Cómo fue tu audición en el Atlanta Ballet? Fue una situación rara. El director pensó que yo iba al día siguiente, entonces cuando fui a tomar la clase (en la que hacía la audición) no había nadie mirando, y justo el que daba la clase era el director, pero yo no sabía qué era él. Tomé la clase y pensé, “Alguien me vendrá a ver”. Al terminar la clase me dice, “¿Y tú quién eres?, ¿qué estás haciendo aquí?”. “Estoy audicionando”. “¿Cómo que estás audicionando? Ah, bueno. ¿Te querés quedar?”. “Sí”. Así nomás. Esa fue la audición. Estuve como aprendiz de la compañía por un año, porque me tenían que hacer los papeles de inmigración, y después recibí un contrato. — ¿Cuál fue el primer ballet que bailaste? Giselle, que era uno de los sueños de mi vida. Uno, son muchos los sueños que tengo. Fue increíble. Estaban haciendo los repartos para Giselle y la persona que vino a reponer era Violette Verdy, una bailarina francesa espectacular que bailó de principal en el New York City Ballet. Ella miró la clase y me eligió para el rol principal. Y yo no lo podía creer. Nunca me imaginé, en mi cabeza obviamente, que lo quería, pero dije “Recién llego, soy nueva, hay tantas bailarinas de principal que no creo”. Fue lo primero que hice, y por suerte mis padres me fueron a ver. Un sueño que también se me cumplió, muy parecido a lo que me pasó cuando se abrió el telón acá, al final de Onegin. Decir “Guau, lo logré”. Era mi primer trabajo como bailarina profesional en Estados Unidos. — ¿Cómo fue entrar en el ambiente de la danza de Estados Unidos? ¿Es muy diferente al de acá? El ambiente es más competitivo. Los contratos son anuales, por lo tanto, si no rendís bien, te echan de las compañías, y hay mucho bailarín. En Estados Unidos hay mucho inmigrante, mucha gente que viene del exterior a buscar una mejor vida de cualquier cosa, pero de ballet también. Yo no viví lo que era
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acá el profesionalismo del ballet porque me fui antes de ingresar a la compañía, pero creo se trabaja mucho más relajado, la gente es más amigable, incluso con los profesores hay una relación más humana. Allá es mucho más frío, el director es el director y no se le habla. No hay un “cómo estás hoy, cómo te sentís”. No, allá no hay error, no hay falla, tenés que estar bien todos los días. La carrera es muy exigente. Tenemos muchos coreógrafos que van a vernos y vos tenés que audicionar todas las veces. No es que como ella es primera bailarina o se mueve de tal manera tiene el papel. Puede pasar de vez en cuando, pero generalmente van, miran la clase y dicen aquella, aquella y aquella, entonces tenés que estar siempre al 100%. — Desde tu mirada externa y en compañías de mucho nivel, ¿cómo ves el ballet que se hace en Uruguay? Acá, en este momento, la técnica es muy buena. Me di cuenta de que creció mucho. Creo que el aporte de Julio Bocca fue fundamental. Y ahora con Igor y todo el plantel también. Están teniendo ballet del primer mundo. Onegin no se hace en todas las compañías: se hace en el Royal Ballet, el American Ballet, la Scala de Milán y el Bolshoi. Porque necesitás mucha gente, y solo se hace en compañías grandes; las compañías en Estados Unidos tienen 40 y acá son como 60. Entonces, traer cosas tan grandes, de tanta calidad, con repositores y maestros que vienen de
afuera que elevan el nivel, porque te ayudan con la técnica, con la interpretación... Yo siento que soy una mejor bailarina después de haber bailado Onegin acá. Sí, porque tuve la ayuda de todo el plantel, de Reid Anderson que fue director del Stuttgart Ballet muchos años (que de acá se iba a la Scala de Milán y de ahí para el Royal Ballet), y él nos aprobó. Lo que se está haciendo acá es del primer mundo, y está bueno que la gente lo sepa. — Siempre tuviste el apoyo incondicional de tu familia. Incondicional, no flaquearon ni un segundo de mi carrera, ni uno. Hubo momentos complicados, de enfermedad de mi madre, por ejemplo, y en ningún momento escuché un te extraño, porque me parece que ellos sentían que capaz que si hacían eso inconscientemente iban a traerme para acá y sabían que mi sueño no era ese. — ¿Estás pensando en volver a vivir a Uruguay? Es la pregunta del millón. Hace mucho que estoy allá, soy ciudadana de Estados Unidos, me acostumbré a vivir allá y todo, pero sí, me encantaría volver a Uruguay. Es otro sueño. Tengo la incertidumbre de no saber si me voy a sentir bien, si voy a extrañar, pero el que no arriesga no gana tampoco, más que probar no nos queda. Y estoy viendo cómo organizar eso. Por lo pronto, volver a bailar de invitada seguro, que esa era una puerta que estaba cerrada y se abrió.
— Hubo momentos complicados, de enfermedad de mi madre, por ejemplo, y en ningún momento escuché un te extraño, porque me parece que ellos sentían que capaz que si hacían eso inconscientemente iban a traerme para acá y sabían que mi sueño no era ese.—
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Es la hora del baño, y Lucio, el hijo menor, de 8 años, de Agustina Menchaca, prepara el bañito de la beba que desde hace siete meses vive con ellos. Mientras, Giuseppina, la hija de 11, ordena y elige la ropa que le va a poner a la integrante más pequeña de la casa. La beba no es su hermana, ni vivirá con ellos mucho tiempo más. Simplemente la cuidan por el período que sea necesario, hasta que un juez disponga cuál será su hogar definitivo. Son una familia de acogida, una familia amiga.
Acoger por un tiempo un bebé en situación vulnerable: un acto en el que se recibe mucho más de lo que se da
Por Carolina Villamonte Fotografía de Carlos López
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Cuando Agustina vio un anuncio de la Fundación Mir sintió un impulso grande que la empujaba a postularse como familia amiga. No está muy segura de las razones, tal vez fueron muchas. “Quizás un instinto maternal grande y unas ganas de servir a la vida”, reflexiona. Hace seis años que está separada del padre de sus hijos, y también piensa que eso pudo influir. “Hubo como una necesidad de ponerme en contacto con el ser familia, porque a pesar de ser tres, era como que faltaba una parte, y con esto podíamos brindar lo que somos como familia a ese bebé”. Fundación Mir es un centro de acogimiento y fortalecimiento familiar, creado en 2014, que trabaja en convenio con el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU), gestionando el proyecto creado por el instituto para la protección de bebés de 0 a 12 meses que por diferentes motivos y por disposición judicial están separados del cuidado parental. Mientras se busca reforzar las capacidades de cuidado de los adultos de la familia de origen que tengan vínculos significativos con estos bebes, las familias de acogimiento (o familias amigas) reciben solidariamente a esos pequeños, que cuidarán transitoriamente hasta que se resuelva si volverán con su familia biológica o serán dados en adopción. Desde que Beba (resguardaremos su identidad para esta nota) llegó a casa de los Menchaca con un mes y medio, no ha hecho otra cosa que comer, dormir y enseñar. “El primer mes me tenía que despertar cada tres horas a darle la mema, pero ya después agarró el ritmo perfecto y duerme toda la noche. Es una beba agradecida, solo enseña”, dice Agustina. Beba llegó con su nombre y su cédula, y trae atrás el permanente sostén de la fundación que cubre los pañales, las toallitas y la leche o el complemento que toma, además de dar un apoyo económico (unos 12.500 pesos). Los bebes son derivados de cualquier centro asistencial de ASSE o centro mutual, aunque el 80% llega del Pereira Rossell. Cuando el equipo social de estas instituciones detecta una alarma en la capacidad de cuidado de la familia, eleva un informe al juez pidiendo el amparo de INAU. Las razones pueden ser problemas de consumo de sustancias de los progenitores, patologías psiquiátricas, situación de calle, y en un mínimo porcentaje delegación de la materni-
dad (la madre no quiere vincularse con su hijo). En el 90% de los casos hay una familia atrás con un deseo de hacerse cargo. Mientras el bebé vive temporalmente con una familia amiga, la fundación realiza un trabajo multidisciplinario con el núcleo de origen (que pueden ser abuela, tía, un hermano). “El objetivo es fortalecer a esa madre, empoderarla, o a esa abuela para que el bebé pueda reinsertarse en la familia. Y esto fue medular para mí en la decisión. Lo más importante para la fundación es que ese bebé pueda volver a insertarse en su familia de origen, porque promueve ese binomio madre-hijo en la medida de lo posible”, cuenta Agustina, a quien le llevó varios meses recibir el aval para esta tarea. Una vez enviado el formulario para la postulación a través de la web (fundacionmir.org.uy) o por teléfono (2400 4324), la primera entrevista es con la fundación, y luego se deriva a INAU, que se encarga de evaluar y seleccionar a las familias que van a sumarse al proyecto. La familia amiga luego es asesorada, capacitada y acompañada por un equipo técnico durante todo el proceso, incluso después de que se haya ido el bebé.
Apoyo, sostén y un espíritu de tribu Separada, con dos chicos y trabajando (es terapeuta gestáltica y tiene formación en constelaciones familiares), al principio la idea parecía descabellada, pero a medida que lo fue conversando con su actual pareja (con quien no convive), sus amigas y su familia, sentía que tenía que hacerlo. Y apareció un apoyo que se convirtió en parte fundamental del equipo: su gran amiga Roberta. “Me daba cuenta de que iba a ser complejo para mí, pero eran tantas las ganas que tenía de hacerlo que le dije a Roberta. Ella también estaba con ganas y no terminaba de definirse, y me dijo ‘vos dale para adelante y yo estoy acá, te sostengo en lo que necesites’. Y eso para mí fue tener esa sensación de sostén, como de tribu”. Ahora la familia de Roberta también está avalada para esta misión que terminó siendo compartida. “En un principio no sabíamos ni ella ni yo qué dimensión iba a tomar esto. Ella
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me iba a estar haciendo de backup, pero cada vez fue involucrándose más y me encuentro con estar compartiendo la maternidad con una amiga”. En general, la permanencia de los bebés con las familias amigas es de tres o cuatro meses, pero puede llevar más tiempo porque depende de la resolución de un juez. En el caso de Beba es muy probable que vuelva con su mamá. Llegó a casa de los Menchaca con un trámite de preadopción casi iniciado, pero la fundación encontró a una mamá con una discapacidad que no abandona a su hija, que quiere hacerse cargo y tiene a su mamá, la abuela de la beba, que también la quiere y la reclama. “Y también ellas son una tribu de mujeres, porque hay un montón de hermanas”. Agustina no tiene contacto con la familia de Beba. La lleva a la fundación tres veces por semana, a una hora determinada, y la fundación cita a la familia en otro horario para que no se crucen, pero la mantienen al tanto de la historia. “Son un montón de mujeres que quieren a su bebé, a pesar de esa discapacidad o de que los recursos son otros, que el contexto social no es el mejor del mundo, pero ella pertenece ahí, esa es su mamá”. Una de las tareas de la fundación es recaudar la mayor información posible para aportarle al juez y que pueda decidir con más herramientas si el bebé va a adopción o vuelve con su familia. De los 48 bebés que han pasado por este programa en casi dos años, la mitad ha regresado con su familia y la otra mitad ha quedado en condición de adoptabilidad. En el caso de Beba, su familia ha ido siempre, puntual, a verla. “El destino del bebé no siempre es el que uno más desea. Pero eso también es lindo, soltar lo que uno quiere y entregarse a lo que la vida decida, al destino de ese bebito, sin querer controlarlo, porque no es uno el que va a decidir si es lo mejor o lo peor”, asegura Agustina. El apego hacia Beba no es un tema que la preocupe, sino por el contrario, “Cuanto antes esté con su familia definitiva mejor va a ser para ella. Lo mío es un puente, es un sostener mientras tanto. Por supuesto que te encariñás, yo me la morfo, además esta beba es exquisita”. Es importante que la familia amiga tenga bien claro que es algo transitorio para que cuando llegue el momento de la separación con el bebé, sea positivo para ambos lados y no genere angustia. Ese es el gran
miedo, pero la experiencia indica que se da de una manera muy natural, con una mezcla de dolor por el apego normal que se dio, alegría y paz por la misión cumplida. Además, siempre llegarán noticias y fotos de ese bebé a la familia que lo cuidó. La amplia mayoría de las familias inscriptas en el programa ha recibido a más de un bebé en sus casas.
Humildad frente a la vida Ante la interrogante de si el hogar que va a recibir al bebé tiene que estar transitando alguna condición especial, incluso desde el punto de vista emocional, la postura de Agustina es que esta experiencia se debe tomar como una práctica de humildad. “Desde ahí me parece que puede resultar mejor para todos, de hacerlo sin ponerse por encima de lo que debe de ser o de cómo tiene que ser, y también desde la humildad de que no soy yo la buena que estoy dando, es la beba que nos ha traído a mí y a mi familia y a Roberta, mucho más. Nos trajo abundancia afectiva, y de servicio, amor, mucho, mucho amor”. Agustina se refiere a la generosidad y la solidaridad que recibe de su entorno, de que cuando amigas y maridos de sus amigas y hermanos y cuñados viajan le dejan el auto para que pueda llevar a la beba, porque ella no tiene auto. “Están todos mucho más cerca. No físicamente, sino que generó como una conexión, un apoyo diferente”, reflexiona. Pero como en la vida no todo es color de rosa, un día Beba se enfermó. Y hubo que internarla en el Pereira Rossell. Inmediatamente se desplegó desde la fundación un sistema de voluntariado integrado por mujeres que solo quieren colaborar a la causa; mujeres desconocidas que se turnaban para cuidar a Beba, y en un cuaderno iban anotando a qué hora había tomado la mema, si le habían cambiado los pañales o cuán larga había sido la última siestita. “Son mujeres que te ayudan y no las conocés, y que están ahí en el peor momento. Porque cuando interné a la bebé creí que me venía algo”. Afortunadamente no fue nada grave, una gripe fuerte. También aparecieron viejas amigas, con las que hacía más de 30 años que no se daba, a traerle bolsas de ropa.
—Nos trajo abundancia afectiva, y de servicio, amor, mucho, mucho amor.—
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“La beba no llega a solucionarte nada, pero sí te pone en contacto con una fuerza instintiva de ayudar por algo más grande. No es que me vienen a ayudar a mí, ni a la beba, sino ayudar a la acción. Es devolverle algo a vida. Lo que sí es que la beba da más de lo que uno le puede dar a ella”. En la fundación existe otro voluntariado de traslado de bebés. Si a Agustina se le complica llevar a Beba a la fundación, habrá personas que le tocarán el timbre para llevarla, y otras la traerán de vuelta. “Esos son los recursos que nosotros podemos darle a la vida, y, sin embargo, estamos esperando que la vida nos dé más a nosotros”. Aún no se sabe hasta cuándo Beba se quedará en la casa de Agustina, Giuseppina y Lucio. Ella está convencida de que va a ir con la mamá, pero tal vez el juez decida otra cosa. “Mi práctica es soltar y dejar que sea lo que tenga que ser”. Y esa filosofía la ha ayudado a encontrarse con una nueva forma de maternidad, desconocida para ella, madre de dos hijos. Una maternidad desinteresada. “Es una maternidad sin tanta exigencia, por lo menos como la viví yo, que quería ser la mejor mamá y tener al bebé que responde perfecto y que cumple con todo lo esperado. No tengo ninguna proyección con esta beba, quiero que esté en paz, que reciba amor, que duerma, entonces es una maternidad súper linda, mucho más disfrutable. A veces la miro y me conmueve solo de mirarla, del intercambio que hay, de que esté en casa, de que haya sido ella quien vino y que recibe con un agradecimiento todo lo que uno le da. Entonces, no llora, duerme toda la noche. No encuentro una palabra que describa la grandeza de lo que es. Me emociona verlo a mi hijo chiquito cuando viene con ella a upa a contarme algo que hizo”. Lucio quiere que después venga un varoncito y que tenga rulitos, hasta lo quiere elegir. Giuseppina dice que es la beba más linda del mundo. Para el Día de la Madre, en las tarjetas con dibujos se leían los tres nombres. “Ellos la incluyeron como parte de nuestra familia, pero saben que se va a ir. Es una oportunidad de servir a la vida”.
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—Es una maternidad sin tanta exigencia, por lo menos como la viví yo, que quería ser la mejor mamá y tener al bebé que responde perfecto y que cumple con todo lo esperado. No tengo ninguna proyección con esta beba, quiero que esté en paz, que reciba amor, que duerma, entonces es una maternidad súper linda.—
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Conocemos a Fidel Sclavo por la línea sutil con que retrata pequeñas grandes cosas de la vida. Es parte de nuestra biblioteca a través de las portadas de libros que ha venido haciendo desde hace tres décadas. Muchos discos llevan su impronta, así como algunas galerías de arte donde pueden verse pinturas de él. Yo soy el que no está es el libro que editó este año, con Banda Oriental, donde aborda su vida presente, recuerdos de su Tacuarembó natal, y circunstancias de lo más variadas que le disparan reflexiones fieles a su estilo. Desde Buenos Aires, donde reside, mantuvo la siguiente conversación durante tres días, por correo electrónico.
Con el artista Fidel Sclavo
Por Malena Rodríguez Guglielmone
“Es allí, en el silencio, donde se escuchan las voces”
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5 de octubre, 2019 11:01 (sin asunto) Para: Fidel Sclavo Hola Fidel, aquí Malena Rodríguez, periodista. Edito una revista que se llama Tribu, muy cuidada, y me gustaría entrevistarte. Aquí va para que puedas vicharla. (pdf) ¿Te interesa? Si es así, ¿cuándo estarás en Uruguay para que podamos hacer la nota? Saludos y gracias. Malena
MR
16:27 ¡Hola Malena! Muchas gracias por enviarme la revista. Me gustó mucho. De entrada, el diseño es muy lindo, cosa que ya me gana de entrada y no es común. En realidad, estoy en Montevideo, pues vine a presentar un libro en la feria, pero ya me voy de regreso mañana. De todas formas, podemos hacerla por mail, si te parece. Que siempre es una buena opción. Un beso y gracias.
Con el artista Fidel Sclavo
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2 de noviembre 13:39 MR Ok, ¡empecemos entonces! Me gustaría hacerme un poco la composición de lugar. Hoy sábado, ¿cómo amanecés en Buenos Aires, en medio de qué búsqueda o líneas de trabajo? 14:19 Vivo en Buenos Aires desde hace 15 años. Antes de eso, lo hice en Barcelona y un poco en Nueva York, donde estudié con Milton Glaser en la School of Visual Arts. El sábado por la mañana siempre tiene una energía especial y es bonito. Da esa sensación que todo está por hacer, te llena de ilusión y posibilidades. Es de mis momentos preferidos de la semana. (Una vez hice una exposición en la galería de NY, Josee Bienvenu, que se llamaba precisamente Saturday morning. Y en la galería de acá, Jorge Mara, durante muchos años las inauguraciones eran los sábados al mediodía). A tal punto me gustan que hace un tiempo, en mi obsesión, saqué una cuenta aproximativa de cuántos sábados me quedaban por vivir, en un cálculo más bien optimista. Y, aun así, me parecieron pocos.
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—El sábado por la mañana siempre tiene una energía especial y es bonito. Da esa sensación que todo está por hacer, te llena de ilusión y posibilidades.—
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Más allá de eso, no tienen mayor diferencia en mi día a día con otros días. Acaso debido a eso que los artistas no tenemos un horario. Siempre estoy trabajando, o pensando en un proyecto próximo, retomando algo que dejé inconcluso, comenzando una serie nueva, anotando ideas para un libro, y así siguen los días. De ahí que la concentración puede aparecer acá en mi casa, que es mi lugar de trabajo, a partir de la música que escucho, una línea de un libro, el cielo en la ventana o lo que fuera, y otras veces cuando salgo a caminar, cosa que trato de hacer por las mañanas, todos los días que puedo. A veces me obligo a hacerlo, pues caminar suele ser una especie de meditación, donde pensás de otra manera, las ideas se te ordenan de una forma diferente y suceden varias sinapsis que no ocurrirían en tu lugar habitual. 14:25 Hoy sábado no salí a caminar, pero son las dos de la tarde y ya hice un dibujo que me gustó, saqué varias fotos para un proyecto nuevo, terminé otro trabajo que venía haciendo desde hace unos días y comencé una pintura grande sobre un cuadro que ya no me gustaba más. 14:31 Estoy leyendo tu libro. En uno de esos pantallazos del pasado, tu hermana, molesta porque no querés comprar un disco de su gusto, te dice algo así como que nadie te va a querer por tu linda cara sino por los discos y libros que te rodean. Con el tiempo terminaste siendo el responsable de la imagen de muchos discos y libros, ¿cómo se relaciona este detalle con esos primeros años?
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16:31 Además de la maldad circunstancial y las huellas que puede haber dejado en mi psique, aquel comentario de mi hermana tuvo el costado bueno de mostrarme la puerta hacia un buen destino: me dejó un apetito voraz hacia discos y libros, que han sido y continúan siendo fuente de enormes alegrías. Pero más allá de su comentario, también es cierto que yo siempre me pasaba horas mirando las portadas de los discos, que solían tener infinidad de detalles en esa época de la psicodelia y afines, con tipografías que se derretían cromáticamente o se iban transformando en dibujos, conformando un festival visual generoso e interminable. Allí nació mi amor por todo eso donde se vinculaban de manera perfecta y naturalmente lo visual con lo musical y literario, que han sido la base de mi recorrido y religión desde esos días hasta hoy,
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mañana y pasado y después. Esos han sido y son los dioses en los que creo. De ahí que no me importen los límites entre una disciplina y otra, que me sienta cómodo pasando esas fronteras, vinculándolas, caminando entre ellas. De la pintura pura y dura al diseño de portadas de discos y libros, o bien escribiéndolos, ilustrando, leyendo, escuchando. No es difícil seguir la línea que une aquel niño que miraba horas un libro de canciones ilustradas de los Beatles con este hombre que desde hace tiempo realiza las portadas para el sello discográfico ECM, por ejemplo, y considera esa tarea mucho mejor que estar expuesto en el MoMA.
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17:42 ¿Y qué dibujaste hoy? ¿Lo puedo ver?
17:56 (Florero con lápices. Casita en un espacio vacío y arbolitos y gente. Dos cuadros abstractos plenos de amarillo)
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18:32 ¡El florero lo vi! En Instagram. Muy bueno. El otro también es muy bueno, pero es menos evidente. ¿En qué pensabas mientras lo hacías? Estás subiendo muchísimo material a Instagram, ¿son todos trabajos recientes?
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18:51 Siempre estoy dando vueltas a lo mismo: ese lugar que parece vacío, que se acerca a la nada, a los mínimos elementos que conviertan al aparente vacío en algo que comience a hablar. Aunque sea en voz baja. O mejor aún: sobre todo en voz baja y que nunca levante la voz, porque no es necesario. Prefiero pasar inadvertido a sobreactuar. Es allí, en el silencio, donde se escuchan las voces. Nunca en el bullicio. Cuando lo hacía pensaba en las relaciones que existen entre mis trabajos más cercanos a la ilustración o lo gráfico –por decir algo– y la pintura sobre tela, en apariencia más hermética o abstracta. Te adjunto un par de ejemplos más o menos recientes, para ejemplificar que más allá de la primera distancia, no hay tanta lejanía entre una cosa y otra. En estos ejemplos puede verse que existe un hilo que une a esos fragmentos aparentemente dispersos, que pertenecen a un mismo mundo, más allá de la ropa que se pongan en cada caso. A las redes sociales les tengo cierto respeto, por no decir miedo. Mantengo esa costumbre de no tener celular, por razones que se emparentan. Este año abrí
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finalmente un Instagram y me divierte esa disciplina que me autoimpongo de subir cada día una imagen, a manera de juego. Y a veces sirve para obligarme a empezar algo, que luego sigue por otra vía. Lo uso solamente de esa manera, subiendo dibujos, fotografías o trabajos de diseño, todos ellos recientes, en su mayoría. 18:59 Mirando estas pinturas y la obra que conozco en Instagram, aprecio una especie de amplitud de espacio interior. No sé si tiene que ver, me pregunto también, con una cierta transparencia en el lente que mira. ¿Eso se trabaja? Está muy presente también en la escritura ese detenerte en lo pequeño, en lo que aparentemente es ínfimo, pero en verdad pesa o significa mucho.
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19:09 Siempre me asustaron más los pequeños ruidos en el patio, casi imperceptibles, que los grandes truenos. En donde aparentemente no hay nada, siempre descubrí cosas, un universo callado que estaba allí esperando a ser descubierto. Cuando encontrás algo allí donde aparentemente no había nada, la felicidad es mucho mayor. Siempre me ha interesado el leve matiz, el volver a mirar y descubrir lo que antes no habías visto. Esas pequeñas cosas me llenan de felicidad. Como si asistiera a un diminuto circo íntimo.
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3 de noviembre 11:33 Releo tu pregunta sobre qué pensaba al hacer el dibujo de ayer, y en realidad, la respuesta que te envié refería a lo que pensé luego de hacerlo. Pero en rigor, la respuesta correcta sobre qué pienso al hacerlo sería: en nada. Una vez puesto a hacerlo, no hay otra manera. No en un sentido como si me importara poco, sino todo lo contrario. Concentrado en lo que estoy haciendo, abocado a esa tarea y no a otra cosa, evitando un pensamiento secundario, que a veces puede sobrevolar por ahí, aparece –cualquiera sea– y sigue de largo. Pero en ese momento la mente se aproxima lo más posible a estar en blanco, limpio, como en cualquier tipo de meditación, y solamente estás en esa tarea, centrado allí, como si visitaras de pronto un jardín del cual no sabés en qué momento cruzaste la puerta.
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A veces es un estado que no lográs en el primer dibujo, pero sí en el segundo o tercero. Como un deportista que calienta sus músculos antes de jugar, y luego ya se dedica a eso. Si estás pensando mucho en otra cosa mientras trabajás –o previamente, calculando un resultado posible de antemano– por lo general suele fallar y termina saliendo algo sin alma, insulso, sin demasiado sentido que exista. No es muy diferente a cuando me pongo a cocinar una sopa. Si estás pensando en otra cosa, te olvidás del fuego, ponés sal de más y luego sale cualquier cosa. 11:36 Mencionás la meditación. ¿Es un estado al que llegás creando o también te has sentado a experimentar el estar quieto observando la mente?
al azar, a lo incorrecto, a lo que en principio sería una equivocación, para ver qué sucede y de qué manera salís del paso, solucionando una situación inesperada. Todos son caminos de creación, que te ayudan como excusas para recorrerlos. Y en eso, cada día es diferente y seguís sumando. De niño y primera juventud, mi primer maestro de pintura fue Gustavo Alamón, en Tacuarembó, que me enseñó todo el vocabulario. Luego, en la School of Visual Arts, Milton Glaser, quien había creado en los años 70 el icónico estudio de diseño Push Pin, era uno de mis referentes de siempre, junto a tantos otros como Saul Steinberg, Jean MIchel Folon, Heinz Edelmann, Tomi Ungerer, Cy Twombly o Agnes Martin.
Con el artista Fidel Sclavo
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11:42 Las dos cosas. Paso una enorme cantidad de tiempo también sentado, observando lo que sucede afuera y adentro. Donde no siempre hay un límite tan preciso entre uno y otro. No solamente por aquello que la realidad depende de la mirada y el cristal con que se mire, sino también porque uno puede “inventar” la realidad. Crearla, irla modificando, a partir de un deseo.
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11:46 MR ¿Cuán clave es la técnica? ¿Qué maestros te marcaron?
21:46 Hace años tuve la oportunidad de entrevistar a algunos del dream team de tus pagos: Circe Maia, Susana Cabrera, Tomás de Mattos, Washington Benavides, para una misma nota. ¡Faltabas tú! Pero, claro, sos de otra generación, y no estabas allí. ¿Crees que hay algo que los une por ser de Tacuarembó? ¿Qué se mantiene vivo de Tacuarembó en ti? Y tal vez esta es una pregunta un poco íntima, pero aflora mucho en el libro la figura de tu padre. ¿A través del arte has logrado encontrarte con él?
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4 de noviembre 00:29 Sí, acaso exista algo en Tacuarembó que lo convierta en especial... no lo sé. Yo siempre tuve la teoría que es el aburrimiento y esa sensación de estar lejos del mundo, que no lo tienen otras ciudades. Tacuarembó tenía eso que te obligaba –a quienes teníamos otra sed y no nos conformábamos con dar vuelta a la manzana en auto– a buscar lo que ocurría más allá, a mejorar, a desarrollarte de otra manera, muchas veces a través de la introspección, ya que no había demasiado alrededor. Pero también estabas más cerca del mundo de lo que pensabas. En parte por la cercanía de Brasil, de las radios argentinas, y también porque todo terminaba llegando de alguna manera. Y lo que llegaba, lo absorbías. Muchas veces, es importante tener sed y la sensación de carencia. Eso te obliga a beber de todas las fuentes que se presenten. En su momento me parecía que era un desierto, pero pasado el tiempo he revalorizado lo que allí sucedía, aunque pasaba de manera menos notoria. Una enorme parte del cine que yo he visto y me ha formado ha sido en el cine Rex de Tacuarembó. No me he perdido
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12:13 En cualquier disciplina la técnica es indispensable, y los años de formación son tan necesarios e invaluables como la práctica y su repetición. Ese catálogo de herramientas no se termina nunca. No queda solamente reducido a los años de formación, sino que la práctica, el error, el azar, la frustración y la equivocación son aliados recurrentes que van ampliando tu registro todo el tiempo. Es allí donde seguís aprendiendo. Pues una gran parte de saber hacer algo es también saber lo que no tenés que hacer. Evitar los caminos, suprimir cien gestos que hiciste antes y no funcionaron, para hacer solamente el correcto o necesario allí donde lo está pidiendo. En acuarela, por ejemplo, que es una técnica que se basa en la humedad y el secado, todos los resultados son diferentes si el día está muy húmedo, si hay viento, si entra sol, si el papel es más o menos absorbente y muchas variables más. Todas ellas son parte de la técnica, que podés usarla a favor o en contra. Es decir: ayudando
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nada: toda la nouvelle vague con Truffaut a la cabeza, el new american cinema, las películas de carretera, Hitchcock, Polanski, Visconti, Losey y una larga lista de nombres, todos ellos los he visto en esos años donde aparentemente no pasaba nada. Esa es la paradoja de las ciudades supuestamente pequeñas o alejadas. Me ha tocado vivir en otras ciudades por donde pasa el mundo, como Nueva York o Barcelona, y termina sucediendo algo extraño: te acostumbrás a la oferta generosa de revistas, libros, espectáculos y entonces vas dejando para después. Está Bob Dylan mañana en la ciudad y terminás quedándote en casa porque llueve o queda un poco lejos el teatro. Mi generación es más cercana a la de Darnauchans, que era novio de mi hermana, y Eduardo Milán, que vivía al lado de casa. Benavides, Circe, Tomás y Alamón eran los maestros, de la edad de nuestros padres.
Me he encontrado con mi padre a través del arte y también por medios más sutiles, de esos que trascienden las palabras. Uno de ellos fue al conseguir hace poco la misma edición de uno de los primeros libros que me regaló cuando yo era niño, llamado Un huésped del cosmos, una serie de relatos de ciencia ficción rusa que durante mucho tiempo me pareció el peor regalo de todos y nunca pude leer en su totalidad. Cuando me reencontré con el libro hace poco, vi que el primer relato de todos se llamaba “Un artista extraordinario”. Eso me reconcilió con el libro y el regalo. No importa si mi padre sabía que ese relato se llamaba así, pero en algún nivel de conciencia sí lo sabía y me estaba diciendo algo, indicando un camino y presagiando lo mejor. Siendo cariñoso a su manera, silenciosa. La cual iba a descubrir años más tarde, una mañana en Buenos Aires. Esa es mi lectura a través de los años y una manera de encuentro.
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Con el Dr. Alberto Fernรกndez y el artista Fernando Foglino
Por Daniela Hirschfeld Fotografía de Carlos López y Camila Montenegro
El arte de innovar en salud
Un hueso quebrado. Curiosamente eso es lo que une al médico Alberto Fernández Dell’Oca y al artista visual Fernando Foglino, que desde hace 15 años trabajan juntos en una tarea que tiene tanto de artesanal como de científico y que confluye en el campo de la traumatología.
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Con el Dr. Alberto Fernández y el artista Fernando Foglino
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La dupla, a priori, parece bien diferente. Fernández –de pelo bien blanco-– es médico traumatólogo y cirujano, pero se define como inventor. “Un inventor es alguien que no acepta, que cuestiona, que busca resolver lo que no está resuelto”, describe quien en 30 años ha patentado decenas de inventos destinados a mejorar la recuperación luego de una fractura. De ellos, al menos siete se comercializan en el mundo. Foglino –barba y pelo negro azabache– es poeta, artista visual y experto en diseño por computadora. “Fui vendedor de ropa, repartidor, estudié arquitectura y soy informático autodidacta”, se presenta el artista quien este año ganó el Premio Montevideo de Artes Visuales por su obra Evidencias, inspirado en estatuas vandalizadas. De la fusión de esos mundos surge un trabajo que colabora con la medicina y que va desde Uruguay al mundo.
El inventor “Soy un inventor que opera”, dice Fernández, que estudió unos años de ingeniería, se recibió de médico y se especializó en traumatología. Se formó en la Universidad de la República y fue profesor de la Facultad de Medicina, pero desde hace 20 años es jefe del Servicio de Traumatología del Hospital Británico. Desde 2011, además, es director de la Especialidad en Traumatología y Ortopedia del Centro de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Montevideo (UM). Pese a todo este bagaje médico, Fernández repite que es inventor. En su oficina, que es Cátedra de la UM y centro de innovación, Fernández lleva adelante un trabajo integral que involucra docencia, invención y diseminación de las creaciones que de-
sarrolla junto a su equipo de médicos, estudiantes y otros colaboradores. En 1985 hizo su primer invento en traumatología: un fijador óseo externo, “una especie de fierro que ayuda a que las fracturas suelden mejor”, describe. Desde entonces ha creado y patentado implantes, herramientas y técnicas quirúrgicas que están aprobados por la FDA (agencia de EE.UU. responsable de la regulación de medicamentos y aparatos médicos, entre otras cosas), que se usan en quirófanos del mundo, que conviven en cuerpos de pacientes de diferentes nacionalidades, y que le hicieron merecedor de varios premios. En su currículum destacan dos galardones de la Fundación AO, que reúne a cirujanos de todo el mundo y que distinguió uno de sus inventos; y el Premio Ambroise-Paré, que entrega la International Medical Corps, una organización humanitaria de médicos y enfermeras que son voluntarios en guerras y desastres. Por eso, su oficina no se parece nada a un ambiente médico tradicional. Además de una decena de computadoras dispuestas en escritorios comunes, las paredes están tapizadas de dibujos técnicos de diseños patentados. También se pueden ver prototipos de madera o acrílico. Uno es un clavo y rosca –llamado “clavo hélice de fémur”– que se puede colocar con cualquier inclinación, una ventaja que se aprecia en la fijación de huesos cuya anatomía es compleja y requiere de esa cualidad. Pero su principal trabajo desde hace unos años es el ICUC, que se debe leer en inglés para entender de qué se trata. “I see you see”, suena en ese idioma, y hace referencia a que todos pueden ver lo que uno ve. La verdadera traducción es que permite compartir datos visuales de casos médicos con todos a quienes les interese.
—Fernández, estudió unos años de ingeniería, se recibió de médico y se especializó en traumatología.—
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Con el Dr. Alberto Fernández y el artista Fernando Foglino
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ICUC –un proyecto conjunto con los expertos internacionales Pietro Ragazzoni y Stephan Perren– es una plataforma destinada a traumatólogos y cirujanos que de un modo intuitivo y sumamente visual reúne información de miles de casos de fracturas y sus operaciones. Son intervenciones realizadas en centros de cinco ciudades –Hospital Británico de Montevideo, y otros de Friburgo, Milán, Lucerna y Zúrich– cuya información –totalmente anónima– fue recolectada por los médicos y estudiantes del equipo de Fernández. La tarea de ese equipo es recolectar toda la información médica de cada operación (radiografías, tomografías, diagnósticos, comentarios, todo antes y después de la cirugía) y crear con ella un “caso” identificado con el tipo de traumatismo. El usuario, entonces, puede entrar en la plataforma y buscar como si fuera Google para encontrar toda la información del caso y la operación realizada, más allá del resultado. “ICUC cuestiona la forma de compartir la información médica. No solo comparte los casos exitosos, sino todos los casos, para aprender también de los errores”, afirma Fernández. “Usa fotos tomadas por traumatólogos especializados en documentar en imágenes lo que pasa en el quirófano. Son estudiantes del posgrado de Traumatología de la UM”, detalla. Con ICUC, Fernández busca compartir y generar conocimientos médicos con el objetivo final de mejorar la ejecución de los procedimientos quirúrgicos y ayudar a la formación médica. Pero, en todo este escenario tan hospitalario, ¿dónde entra Foglino?
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El artista Fernández empezó a trabajar con Foglino en 2003. Entonces, era estudiante de Arquitectura y se había dedicado al diseño por computadora. Su vínculo con esa tecnología surgió desde niño, a fines de los 80, cuando recién empezaban a aparecer estos equipos. Su padre vendía computadoras, y él aprendió los primeros lenguajes informáticos ya en 6.° de escuela. Desde entonces acompañó el desarrollo de la informática y se especializó en programas de diseño y animación digital. Después decidió estudiar Arquitectura, pero en el interín se acercó a la literatura y quedó cautivado por la poesía, hasta que se vinculó tanto al arte que el título de arquitecto no llegó a su CV. En los años siguientes, Foglino comenzó su producción artística que desde 2008 ha recorrido diversas temáticas. La variedad, sin embargo, no es lo más notorio, sino la importancia del mensaje de su trabajo, principalmente a través de instalaciones de gran porte.
Desde el impacto que tiene la civilización en el arte y la inequidad en el acceso a la vivienda hasta cuestiones como el amor, el silencio y el bullicio, tienen lugar en las reflexiones artísticas de Foglino. Su instalación Cerdos inmobiliarios, por ejemplo, se basa en la creación de esculturas de tamaño real de los tradicionales animales de alcancía fabricados con los carteles de venta y alquiler de propiedades. La instalación artística consistió en la colocación de estas obras en construcciones abandonadas y viviendas sin terminar, para mostrar que, pese a que existen más de 250.000 viviendas desocupadas o abandonadas en el país, miles de personas aún no pueden acceder a la vivienda. Luego, para hablar del amor, Foglino creó una instalación que incluye, entre otros elementos, una máquina de escribir Remington de 1948 y una hoja de aluminio continua de 30 metros largo. En esa hoja, que sale de la máquina y recorre el piso en línea recta, se pueden leer –mecanografiada por repuje– decenas de definiciones de la palabra amor que el autor extrajo de diccionarios y enciclopedias encontrados en ferias y bibliotecas. “Es una reflexión sobre la diaria búsqueda del amor […]. En geometría euclidiana, la recta es la sucesión continua e indefinida de puntos en una sola dirección, es decir, tiene una sola dirección y dos sentidos. No se puede medir, no posee principio ni fin”, detalla en su web www.foglino.me que vale la pena visitar para conocer sus trabajos. El más sonado quizás es el Archivo Nacional del Patrimonio 3D, que es un proyecto que desde 2016 desarrolla junto a dos amigos arquitectos –Rodrigo Melazzi y Andrés Nogueira– que aspira a que Uruguay sea el primer país en digitalizar en 3D todas las estatuas y monumentos que hay en espacios públicos. Desde La Carreta, de José Belloni, La Meditación, de Emilio Fiaschi, ubicada en la rambla de Carrasco; hasta Los últimos charrúas, de Edmundo Prati, en El Prado, Foglino y sus socios han recorrido el país para escanear milímetro a milímetros este acervo que está disponible libremente en www.patrimonio3d.uy y en las computadoras del Plan Ceibal. Y su trabajo más reciente –el que le valió este año el Premio Montevideo de Artes Visuales– se llama Evidencias y deriva justamente del relevamiento de las estatuas de ornato público, cuando notó que a muchas les faltan partes que fueron robadas. Los pies y las manos de La Meditación; la lanza de Ansina, en 8 de Octubre y avenida Italia, o la estatua entera de La niña de la Paloma (Armando González) que fue robada de su lugar en el Parque Rodó, son algunas de las piezas ausentes que Foglino reconstruyó por computadora y que fabricó con impresión 3D para encajar en las estatuas originales.
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La obra, dice Foglino, es una “evidencia” de falta de cultura, pero también de resistencia, y “da pie para hablar de colonialismo, de racismo”. Y ahora, en todo este escenario artístico, ¿dónde entra Fernández?
El artista y el inventor Para Foglino, la computadora siempre fue su herramienta de diseño y de trabajo, porque cuando era estudiante daba clases de computación a clientes de su padre. Así conoció a un dentista ortodoncista para quien hizo sus primeros diseños en 3D. Para este especialista, escaneaba radiografías y las transformaba en imágenes en tres dimensiones. Y eso fue lo que finalmente lo acercó a Fernández, que al inicio era escéptico sobre lo que Foglino podía hacer para ayudarlo, pero le bastó un solo trabajo para entender que el diseño por computadora era clave. Eso fue en 2003 y desde entonces ambos trabajan juntos: mientras Fernández inventa, Foglino transforma sus ideas en diseños 3D que luego son piezas reales. En los últimos años, Foglino coordina el contenido de ICUC, y participa desde que la idea es solo un boceto que hace Fernández en una hoja cuadriculada hasta la presentación de la información de los casos médicos en la plataforma. Incluso ha entrado en quirófanos para entender mejor el trabajo y aportar ideas. Así, arte y ciencia se conjugan, y los saberes de Foglino y Fernández se fusionan en una mezcla que al final llega a mucha gente.
—Fernández empezó a trabajar con Foglino en 2003. Entonces, era estudiante de Arquitectura y se había dedicado al diseño por computadora.—
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Cuerpo, mente y espíritu: la salud según el ayurveda
Para empezar, algunas definiciones y un poco de historia. En sánscrito, veda significa vida; ayur, conocimiento. Etimológicamente Ayurveda significa, entonces, conocimiento de la vida. Poesía aparte, nos encontramos frente al sistema de sanación tradicional de la India, y si no hablamos de inmediato de “medicina” es por precaución, pues en la base de este sistema se amalgaman elucubraciones que nada tienen que ver con procesos fisiológicos o aún psicológicos, sino con densas premisas filosóficas e, incluso, cosmológicas. Por ejemplo: para el ayurveda existe una verdad fundamental, que aplica tanto al sujeto como al universo, según la cual “todo es Uno”. Esta unidad originaria es esencialmente “conciencia pura” (Purusha): algo que escapa a las categorías del pensamiento, el tiempo y el espacio y que puede ser experimentado “desde dentro”, siendo esta experiencia de “iluminación” (Moksha) uno de los grandes objetivos de la existencia humana.
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Con la Dra. Pilar de Prado
Por Natalia Costa Rugnitz FotografĂa de Carlos LĂłpez
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El ejercicio “espiritual” (Sahadana) es lo que conduce a la iluminación. Y la salud entra en este esquema. Dicho esto, utilicemos la palabra medicina, pero con la correspondiente cautela, teniendo siempre en cuenta que no se trata de eliminar patologías y lograr un estado físico o psicológico libre de interferencias y valioso en este sentido, sino de un instrumento que apunta a algo más allá de si mísmo, un medio para acceder a un estado de consciencia. Se ha especulado mucho sobre el origen de la medicina ayurvédica. Algunos estiman que sus orígenes tienen más de 5000 años de antigüedad. Lo cierto es que en algún momento de la historia (aproximadamente hacia el año 800 a.C.), los preceptos y técnicas fundamentales del ayurveda, transmitidos hasta entonces seguramente en forma oral, fueron compendiados en los Vedas. Los Vedas son los textos sagrados del hinduismo. Según una línea interpretativa, se trata de los escritos religiosos más antiguos del mundo. Se dividen en cuatro libros, el último de los cuales –Atharva Veda– contiene el sistema de sanación. Si bien hay evidencia suficiente de la influencia del Ayurveda en la medicina Occidental (se presume que el contacto con la medicina griega, por ejemplo, sucedió tempranamente), en el siglo XIX centros y escuelas ayurvédicas empezaron a proliferar en Gran Bretaña a raíz del proceso de colonización. Pero no fue un comienzo feliz. En poco tiempo la disciplina fue desestimada como mera superstición, las instituciones fueron cerradas y la enseñanza, prohibida. A principios del siglo XX médicos hindúes y algunos ingleses avanzados comenzaron a comunicarse nuevamente y a reevaluar la situación. La simbiosis era inevitable. Cuando India se independizó en 1947, el interés en la materia había renacido con tal fuerza que la censura se tornó obsoleta. Comenzó entonces un intenso proceso de asimilación, que dura hasta la actualidad; muestra de ello es la declaración de los Vedas como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008. A comienzos del siglo XXI, por lo tanto, el interés se ha consolidado y expandido de un modo acelerado en la totalidad del globo. Nuestro país no es ajeno a este proceso, y el trabajo de Pilar de Prado desde su consultorio en Montevideo es un claro ejemplo. Pilar recuerda los años de facultad como un período en el que la pasión por la cura crecía, pero con ella crecía también una cierta incomodidad de fondo. Algo faltaba. Faltaba, antes que nada, energía. Las exigencias de la carrera habían socavado su salud y, a pesar del entusiasmo, el agotamiento se había instalado en su rutina. Su encuentro
con oriente fue casual (si es que tal cosa existe) y sucedió por medio del yoga. Al principio, la práctica llegó como un paliativo para dolencias puntuales; pero con el tiempo Pilar notó que desaparecían también los síntomas psicológicos del estrés y que nunca antes se había sentido tan bien, de un modo tan cabal. El instinto científico se aplicó entonces a un nuevo objeto: quiso comprender lo que estaba sucediendo. Se recibió, completó incluso la especialización en psico-neuro-inmuno-endocrinología, en medicina familiar y comunitaria, en homeopatía… pero aún sentía la carencia. Su inquietud la llevó finalmente a una escuela en la India, donde permaneció un año en completa inmersión para luego regresar intermitentemente. Al principio se abocó a investigar los efectos del yoga en la salud; luego descubrió el Ayurveda propiamente dicho y todo tomó un nuevo rumbo. Hoy, el objetivo de su praxis es integrar el amplio espectro de saberes adquiridos de tan diversas fuentes y adaptarlos a las circunstancias y condiciones del lugar y el tiempo que le han tocado vivir. Todo un experimento. Y todo un desafío. ¿Cómo es una consulta ayurvédica? La primera consulta tarda aproximadamente dos horas y comienza con un interrogatorio curioso, que incluye, además de cuestiones básicas relativas al histórico de desórdenes y al ascendente genético, preguntas como: ¿En qué posición duerme? ¿Tiene sueños recurrentes? ¿Cómo se enfada? ¿Cómo llora? ¿Cuáles son sus miedos? ¿Su cuerpo tiende a estar caliente o frío? ¿Prefiere el sabor amargo o el dulce? ¿Cuán intensa es su sed? Enseguida se procede a observar la lengua y tomar el pulso, siendo que esto último se lleva a cabo mediante un toque diferente al de la medicina convencional. Se considera luego la mente. Entran en juego aquí las gunas, que son “como estados mentales” y se cuentan en tres: Sattva corresponde a la claridad, Rajas a la acción y Tamas a la inercia. ¿Está la mente tranquila, hiperactiva o aletargada? Tanto las preguntas como los pasos posteriores tienen como objetivo determinar el estado del organismo en relación a ama (toxinas), el agni (“fuego digestivo”), el prana (“energía vital”) y, fundamentalmente, detectar el dosha del paciente. Los doshas son algo así como el “biotipo” de la persona y también se cuentan en tres: Kapha, Pitta y Vata. Se trata de tres grandes formas de funcionar, de enfermar y de sanar. Con estos datos se procede a identificar la fuente del desequilibrio, que en general implica una carencia o un exceso de alguno de los doshas, un desajuste del agni y una acumulación de ama.
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puntuales, tonificándolos y potenciando su funcionamiento. La mayor fuente de rejuvenecimiento, sin embargo, es mental, y consiste en adquirir y perpetuar un estado interior positivo. “Estar en el dharma”, dice Pilar. Estar en el dharma es “actuar de modo acorde a la naturaleza”, “remar a favor de la corriente”. Para aclarar lo que significa “no estar en el dharma” un maestro invocaba la imagen de un elefante queriendo volar o un pájaro queriendo nadar, explica Pilar. Estar en el dharma es la clave que posibilita el acceso a experiencias inéditas y estados de consciencia superiores. Esto es, también, lo más difícil. Pero como decía Platón: “todo lo bello es difícil”. Y como decía Sivananda: “siembra un pensamiento y cosecha una acción. Siembra una acción y cosecha un hábito. Siembra un hábito y cosecha un destino”.
—Botiquín ayurvédico
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Con la Dra. Pilar de Prado
Elaborado el diagnóstico se planifica el tratamiento, que incluye una pléyade de procedimientos como modificaciones en la alimentación según el biotipo, prescripción de especias y plantas medicinales, rutinas de limpieza, prácticas corporales como el pranayama (ejercicios respiratorios) y mentales como la repetición de mantras, etc. Si el paciente se compromete con el tratamiento, la mejora sobreviene en pocas semanas. Pero este no es el final del camino. Si el equilibrio ha sido restablecido una nueva esfera se abre. De hecho, empieza aquí la mejor parte. Más allá de la desintoxicación y la armonización de cuerpo, mente y espíritu, está el Rasayana: la disciplina ayurvédica del rejuvenecimiento. En esta instancia se utilizan sustancias que actúan sobre tejidos, órganos y sistemas
Solemos cargar botiquines con medicamentos que puedan asistirnos en situaciones adversas: analgésicos, relajantes musculares, antiácidos, laxantes, diuréticos. ¿Cómo sería un “botiquín ayurvédico”? Pilar de Prado explica que, desde el punto de vista ayurvédico, la alacena debería ser considerada una farmacia. Allí habría todo lo necesario para nuestro botiquín: jengibre fresco para las náuseas y los dolores
de cabeza; aloe vera para la acidez y la gastritis; clavo de olor como analgésico; árnica para dolores musculares, traumatismos o heridas; semillas de hinojo para la digestión, la hinchazón y los gases. Además, el botiquín ayurvédico incluiría “cápsulas inmateriales”, como por ejemplo una técnica de respiración y otra de relajación para los picos ansiedad.
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—Estar en el dharma es “actuar de modo acorde a la naturaleza”, “remar a favor de la corriente”. Para aclarar lo que significa “no estar en el dharma” un maestro invocaba la imagen de un elefante queriendo volar o un pájaro queriendo nadar, explica Pilar. —
La desintoxicación es fundamental en el ayurveda. La siguiente receta forma parte del repertorio de Pilar de Prado y es válida para los tres doshas: basta una semana consumiendo exclusivamente el siguiente Kichadi y jugos verdes para limpiar el organismo.
Kichadi tridoshico Ingredientes: ½ taza de arroz basmati ½ taza de lentejas peladas ½ zanahoria 1 ½ taza de calabaza cortada en cubitos 1 zucchini pequeños 2 cucharadas de ghee ½ cucharadita de semillas de hinojo 1 cucharadita de semillas de comino 1 cucharadita de jengibre fresco rallado ½ cucharadita de sal de roca 1 cucharadita de coriandro en polvo 1 cucharadita de cúrcuma 1 trozo de alga kombu o wakame 6 tazas de agua
Lavar el arroz y las legumbres y remojar al menos 3 horas. Lavar la zanahoria y el zucchini y cortarlos a gusto. En una olla calentar el ghee. Añadir las semillas de hinojo, el comino, el jengibre y saltarlos uno o dos minutos. Agregar el arroz y las legumbres y saltarlo unos minutos más. Añadir los vegetales y dejarlos un minuto. Agregar las 6 tazas de agua y llevar a punto de hervor. Agregar la sal, el coriandro, la cúrcuma y el alga y bajar el fuego. Tapas y cocinar hasta que esté todo blando (aproximadamente 30 minutos). Antes de servir, agregar cilantro fresco y aceite.
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Joyera por naturaleza
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La famosa bahía de Ha Long, la profusión de mercados, las vías dominadas por un tránsito que roza lo caótico y los puestos de comida callejera son algunos de los atractivos que identifican al país oriental. Las fotografías de Marcelo Pájaro Singer muestran esto y mucho más. Capturan momentos, cuentan historias.
Con Adriana Güelfi Herrera
Por Gabriela Sommer FotografĂa de Carlos LĂłpez y Rosa Lobos
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Con Adriana Güelfi Herrera
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En el taller de Adriana Güelfi la luz es protagonista, se cuela por los ventanales. Está rodeado de vegetación, una diversidad de especies. Pero la naturaleza también está en el interior: ordenada, clasificada en diferentes recipientes de vidrio. En ellos guarda caracoles, estrellas de mar, restos de almejas; también ramas, follajes, hojas y flores secas, raíces, semillas y otros remanentes del mundo vegetal. Pequeños disparadores; testimonios únicos, diferentes, perfectos a su manera, al igual que sus joyas. Algunos de estos objetos vinieron con ella desde Estados Unidos o Europa, otros son más cercanos, los recolectó en la playa o en el jardín de un pariente o amigo. Tiene unas pocas joyas sobre la mesa de trabajo, un par de instrumentos, varios bosquejos y más elementos naturales. Aunque aquí ya aparecen seleccionados, dispuestos de un modo particular. Detrás, pegadas a la pared, un montón de imágenes componen algo similar a un collage: un moodboard o tablero de inspiración. Todo lo necesario para dar comienzo a su próxima colección de joyas. En realidad, las joyas no son su única forma de expresión. Más tarde me enseña la colección de platos que visten la pared de su comedor, que pintó con delicadas hojas, aves, flores. Los motivos florales continúan en la original araña de alambre que ilumina ese ambiente y que ella misma armó. Hay más, los vestigios de la artista aparecen repartidos por toda la casa. Ese vínculo con lo artesanal, con la naturaleza, siempre estuvo presente. Su aproximación a la orfebrería, sin embargo, fue hace apenas una década. Primero hizo bijou, hasta que sintió la necesidad de dar un paso más. “Empecé a tener la inquietud de hacer algo que involucrara el proceso completo, de principio a fin. Y quería hacer algo más duradero, algo que no estuviera sujeto a una moda. Una joya es más trascendental, su compra, casi siempre, esconde un motivo. Es para regalar o regalarse a uno mismo. Se elige con cuidado y cariño”, comenta. Fue entonces que, en 2008, comenzó a estudiar en el taller de Gastón Zina. Allí aprendió a fondo la parte técnica y se encontró disfrutando tanto que cuatro años después viajó a Buenos Aires para profundizar en la parte de diseño. En 2016 se animó a pegar el salto y lanzó su propia marca: Adriana Güelfi Herrera: Joyera por Naturaleza. “Estaba en una de esas etapas en que las responsabilidades de mi vida cambiaron. Al mismo tiempo, había un empuje –en Uruguay y en el mundo– que te llevaba a querer emprender. Fue en ese momento que dije: quiero vivir de algo que me guste mucho, cumplir el sueño de hacer algo con mi habilidad manual e intentar vivir de eso”.
Ya como orfebre siguió perfeccionándose e incorporando estudios a su carrera. Tomó cursos en París –con Agathe St. Girons, una de sus referentes– y en Los Ángeles.
De la creatividad a la práctica Arranca sin saber hacia dónde va. Busca, hasta que encuentra, el rumbo para su nueva colección. “Tengo unas cajas con recortes de revistas, postales, cosas que me traigo cuando viajo”, comenta. “Guardo todo por categorías. Una está dedicada a la naturaleza, pero la más grande es la compilación de varios, que adentro tiene todo lo que uno pueda imaginarse. Cosas que a mí me gustan, que me puedan servir como disparadores. Desde el papel de un chocolate hasta un pedazo de tela”, explica. Esas cajas son el principio del moodboard, que se luce en el ambiente como un gran cuadro. Pues ese moodboard está pensado, armado, con el sentido, la creatividad y la maña que luego vuelca a su oficio. “Primero lo armo en el piso, de acuerdo con los colores, las líneas; me gusta que tenga una continuidad, que las imágenes tengan algún tipo de relación. Disfruto mucho de esta parte”. Del piso a la pared y una vez allí, Adriana comienza a sacar ideas. Dibuja, arma prototipos. Luego llega el proceso formal de producir las joyas. El método elegido es la fundición a la cera perdida, que implica tallar la pieza en cera como si fuera una pequeña escultura. Con la talla pronta se procede a la fundición, la única tarea que manda a realizar fuera porque requiere de máquinas especiales. A partir de las piezas fundidas, Adriana las va trabajando: arma caravanas, brazaletes, anillos y collares. En el pasado ha probado incluir piedras nativas y turquesas en algunas de sus colecciones, aunque las piedras no son lo de ella, concluye. Sus diseños juegan más con las texturas, los reflejos, la originalidad de sus líneas. La plata es su material predilecto; también usa bronce, que puede dejar expuesto u optar por bañar en oro, un metal que le atrae y le encantaría incorporar. Pero el costo del oro es alto y el riesgo, por tanto, demasiado grande. Quizás en el futuro. Una vez que la pieza encuentra un destinatario, Adriana la coloca en una cajita que ella misma diseña y un carpintero fabrica. Es de madera y lleva su marca finamente serigrafiada en la tapa. Adentro acomoda lana, semillas o algún otro elemento; luego la joya. Ata la caja con un cordoncito y la guarda en una bolsa de lienzo. Su dedicación continúa: por correo electrónico se envía a quien recibe
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Con Adriana Güelfi Herrera
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el regalo los cuidados de su nueva creación y el poema que escribió para esa colección. Un gesto inesperado y personalizado. “Todo está hecho a mano, todo está unido por la naturaleza: la inspiración, la pieza, el envoltorio”. Para Adriana esta fuente es, además de un estímulo constante, una gran preocupación; y se esfuerza por que los conceptos de sustentabilidad se reflejen en todas las etapas de su trabajo. “Son piezas para toda la vida, no se rompen, no pasan de moda. Vienen dentro de una cajita de madera y una bolsita de tela que puede después usarse para guardar otras cosas. La sustentabilidad para mí está en reciclar, en reutilizar; es una vuelta a las raíces”.
De su taller al mundo En 2018 Adriana Güelfi obtuvo una mención en el Premio Nacional de Artesanía. Y fue también por concurso que ese mismo año se ganó la participación en el Designers Pop Up de Punta Carretas Shopping y en el Montevideo Fashion Week. Este tipo de eventos son para ella puntos de venta, de promoción. El verano pasado, a su vez, estuvo presente junto con varios diseñadores en un local de José Ignacio. Propuestas de este tipo le llegan a menudo. Su principal mecanismo de ventas, no obstante, es el showroom; los interesados la contactan a través de la web o Instagram y coordinan un horario para ver los productos.
“Las joyas no son algo fácil de comprar en línea porque te las querés probar”, aclara. Pese a que la mayor parte de sus alhajas se venden en Uruguay, Adriana no se ha quedado quieta y ha formado parte de un par de eventos en el exterior. En 2019 participó en un Pop Up de diseñadores de joyas durante la Semana del Diseño de Milán y en una feria de moda en Nueva York. Ya está planificando regresar a Milán en octubre del año que viene para participar en una feria de joyas y seguirá explorando opciones en Nueva York. Si bien la parte comercial es la que a la artista más le cuesta, vender sus piezas le trae alegría. “No me cuesta nada desprenderme de ellas. Me encanta que las usen, que las regalen con un propósito, que sean un regalo original y distinto”, afirma. Sus joyas se destacan por su elegancia, diseño y singularidad. “Tienen como un fluir, tienen vida propia”, dice. Son, además, cómodas y muy livianas. Más importante aún, están hechas a mano. Eso las vuelve únicas. “Pueden ser parecidas, pero nunca son iguales. Son diferentes entre sí, no son perfectas, no están fabricadas a máquina, todas tienen algo que las hace especial”, agrega. Si le preguntan es capaz de recordar cuáles eran los objetos que la llevaron a crear cada anillo, collar o pulsera. Dónde los encontró; si eran de un árbol, si se los trajo algún conocido o si los levantó en la playa. Y es que sus joyas son un delicado reflejo de aquello que tanto la inspira; en ellas la naturaleza se transforma en arte y es capaz de resistir el paso del tiempo.
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El exotismo de Vietnam
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La famosa bahía de Ha Long, la profusión de mercados, las vías dominadas por un tránsito que roza lo caótico y los puestos de comida callejera son algunos de los atractivos que identifican al país oriental. Las fotografías de Marcelo Pájaro Singer muestran esto y mucho más. Capturan momentos, cuentan historias.
La experiencia y la mirada de Pájaro Singer
Por Gabriela Sommer Fotografía de Pájaro Singer
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Comenzó siendo un hobby, pero la fotografía pronto se transformó en un nuevo modo de ganarse la vida, de experimentarla. Marcelo Singer, más conocido como Pájaro Singer, descubrió a temprana edad el gusto por viajar, por sumergirse en culturas lejanas. No demoró en darse cuenta de que su verdadera vocación no estaba en la informática, sino detrás de la cámara. Con esta ha recorrido varios continentes; documentado paisajes que deslumbran, realidades ajenas y circunstancias capaces de contrastar abruptamente con todo lo conocido. “Viajar te abre el corazón y te engrandece el universo”, dice. Veinte años atrás el Pájaro no era consciente aún del inmenso cambio que sacudiría su vida. Se recibió de analista de sistemas, se especializó en telecomunicaciones y montó una empresa que brindaba servicios informáticos. Conoció Machu Picchu y sus planes se alteraron por completo. Definió que quería continuar explorando. Fue entonces que, en 1999, cuando todavía estaba lejos de ser un destino popular, viajó seis meses al sudeste asiático y visitó países como India, Camboya, China y Vietnam. Parecía una locura, se ausentaba por varios meses de una empresa que funcionaba bien, volaba a Asia. “En aquella época nadie iba. Era exótico. Hoy lo sigue siendo, aunque es más conocido, tenemos más información”, aclara. Andando, descubriendo otras tierras, fue que la fotografía empezó a conquistarlo. Se encontró esforzándose más, intentando mejorar. De repente, la fotografía se coló en su rutina. Buscaba el amanecer, el atardecer y la noche. Prestaba atención, esperaba con paciencia que las circunstancias colaboraran con la imagen. Y así, con su lente, iba registrando las costumbres de un lugar, sus espacios, los pequeños detalles de la cotidianeidad. Se dio cuenta de que su pasión era documentar; había perdido las ganas de trabajar en informática. Vendió su parte de la empresa a sus socios y se dedicó de lleno a la fotografía. Nueva carrera, nuevos desafíos.
Con los años, el Pájaro continúo explorando destinos y en esta última década se ha hecho conocido por sus fotografías del fútbol. Esto le ha permitido publicar dos libros, uno sobre el Mundial de Sudáfrica, otro sobre el de Rusia. Ambos combinan la pasión del hincha con la del aventurero, ya que a las imágenes de fútbol se suman las del país anfitrión con su geografía, cultura y gastronomía. “Cuando voy a cubrir una copa del mundo me hago un tiempo, entre partido y partido, para recorrer y recordar mis épocas de mochilero”. Ahora está trabajando en su tercer libro, que será sobre los 20 años que lleva viajando.
Una colección de experiencias “Soy una persona que viaja de modo económico. Eso me permite hacerlo más seguido y optimizar los recursos. Además, me permite conectar con realidades más cercanas”, comenta. De esa conexión que genera con el lugar, con la gente, nacen decenas de anécdotas, y, en consecuencia, una fotografía más honesta, humana. Con su profesión, el Pájaro, captura rincones remotos del mundo y sus formas de vida. Ya no sigue un itinerario estricto, perdería esa espontaneidad que lo ha guiado a escenarios inesperados. “Me cansé de planear para que la realidad después me lleve por otro lado. A lo mejor hay lugares que están buenísimos, pero no en el momento en que uno está. En el norte de Vietnam, por ejemplo, están las montañas de Sapa, que vale la pena ir un domingo, porque es cuando está el mercado y bajan las comunidades a intercambiar. Entonces, llevo un plan primario, pero lo voy ajustando a medida que voy obteniendo información local y del momento”. Para el Pájaro Singer Vietnam lo tiene todo. “Es exótico cultural y geográficamente. Tiene playas alucinantes, buena gastronomía. La gente es súper amable; el lugar, 100% seguro. Y es muy barato.
—Andando, descubriendo otras tierras, fue que la fotografía empezó a conquistarlo. Se encontró esforzándose más, intentando mejorar. De repente, la fotografía se coló en su rutina.—
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Y creo que, cuando el entorno es favorable a nivel económico, uno tiene más libertad”. Libertad para probar nuevos platos, prolongar la estadía o disfrutar de experiencias locales como recorrer la ciudad en bicicleta o tomar una clase de cocina vietnamita tradicional. Una actividad que aconseja: “vas al mercado de la ciudad, hacés las compras y te explican qué es cada ingrediente. Después volvés al restaurante, cocinás y comés. Está increíble”. La comida vietnamita ha ganado fama a nivel mundial y es, para él, uno de los grandes atractivos del país. Como el costo lo permite, puede ser disfrutada en un buen restaurante o en los clásicos puestos callejeros que aparecen repartidos por la ciudad. “Un chiringuito que vende platos locales y varios banquitos de plástico sobre la vereda son una típica imagen de Hanói. Si uno está en un plan económico puede comer muy bien por muy poca plata”. La gastronomía siempre se cuela en sus fotos y, en Vietnam, los mercados venden, entre otros productos, una gran variedad de alimentos. Siempre recomienda ir a los mercados. Conocer nuevas frutas como el Dragon Fruit o el Lychee también es parte de su viaje. Pisó Vietnam por primera vez en 1999, en una época en la que visitar Oriente no era tan sencillo. No existían
los smartphones que simplificaban la reserva del alojamiento, resolvían el transporte o incluso acortaban la barrera del idioma. Nada de esto pareció afectarle, fascinado con el lugar y la amabilidad de su gente, el Pájaro se quedó más de un mes. En 2017 tuvo la oportunidad de regresar cuando le ofrecieron el rol de coordinador de un grupo de viaje de la Facultad de Medicina. No dudó en aceptar y marchó, de vuelta, al sudeste asiático. La excursión por Vietnam comenzó en Hanói e incluyó una visita a la popular bahía de Ha Long. Días más tarde arribó a Hoi An, una pequeña ciudad costera, su favorita. “Un pueblo de ensueño”, recuerda, conocido por la calidad de los textiles y sus llamativas lámparas, unos globos de bambú y tela que decoran los restaurantes, calles y tiendas. Por la noche brillan y Hoi An se viste de colores fuertes, el ambiente se carga de magia. Su regreso a la ciudad a la que volverá todas las veces que pueda coincidió con el festival de luna llena. El pueblo se llenó de gente, y con la gente llegaron los vendedores ambulantes y los paseos en barco. Las parejas salían a dar una vuelta por el río y las aguas se iluminaban con cientos de velitas flotantes. No puede definir por qué esta ciudad lo enamora de tal manera. Cuando la conoció planeaba quedarse
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unos días y prolongó su estadía dos semanas. Si bien su escala permite recorrerla a pie, en bicicleta o moto, en aquella época era aún más pequeña, apenas llegaba hasta el río. “También supongo que a cada uno le deben atraer cosas diferentes, que esas cosas que más nos fascinan dependen de dónde venimos”. A esa belleza no del todo cuantificable, el Pájaro añade la cultura vietnamita. Y Marble Mountain, en las afueras de la Hoi An, uno de los puntos más visitados de la región que sorprende por sus vistas, templos y esculturas de mármol. Del pueblo de Hoy An pasó a la gran ciudad de Ho Chi Minh, del romance al impactante peso del pasado. En Ho Chi Minh la historia es protagonista. Luego de pasar por edificios como el Palacio de Gobierno de Vietnam del Sur y el Museo de los Remanentes de Guerra el Pájaro se preparó para cruzar la frontera. Ya de camino a Camboya realizó una última parada en los Túneles de Cu Chi. Una extensa red de pasajes subterráneos que el Viet Cong empleó durante la Guerra de Vietnam. Y así se despidió, nuevamente, del país que recomienda con certeza a todo aquel que le pregunte a dónde viajar. El destino al que este Pájaro migraría infinitas veces.
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Columna de humor Por Manu da Silveira
Mi vida está marcada por un pulso digital. Latidos en clic. Ingrese su usuario. Digite su contraseña. Coloque su huella dactilar. Ponga su pin. Repita su pin. Cambie su pin. ¿Otra vez? Ya no tengo combinaciones posibles. Ahora: “Confirme que no es un robot”. Las letras sugeridas son indescifrables. Es muy probable que sea un robot… Mi nivel de azúcar en sangre está en un pdf en mi usuario en línea de la web de la mutualista. Mi sangre es un pdf. Para encontrarlo tengo que recorrer otras páginas de otros exámenes. Aparece el control de creatinina y no sé si es normal. Googleo valores de creatinina. No estaba en mi agenda, pero vale la pena la digresión. Abro el navegador y aparece una oferta de objetos decorativos bastante seductora. La interfaz de las tiendas e commerce embellece hasta la foto de un tornillo. Abro Pinterest y busco ideas para reformular mi cocina. Pago la patente online. Juego a la ruleta rusa entrando a Sucive un sábado de tarde para ver si me pusieron alguna multa. No es el mejor momento, pero entro igual porque tengo la libreta a mano y necesitaba el número de padrón. Mi padrón es digital. Soy freelance y trabajo desde casa. Tengo que alejarme del piyama. De todas formas, el horario de oficina ya no existe. WhatsApp es una agenda paralela que te encuentra inspirada fuera del horario laboral. ¿Podés hablar? Mi jefa me quiere hacer una consulta. Todavía no respondí y ya me llega su mensaje de voz. Voy al baño en la reunión de amigas para escuchar el mensaje. Me deja pensando. Miro el celular; videollamada perdida. De inmediato se disculpa. Se le disparó. El 80% de las videollamadas perdidas fue sin querer. El otro 20% es de abuelos para ver a sus nietos. Me deja pensando. Vuelvo a casa a las 23 h y decido trabajar un rato más. Es domingo. Día de desconexión. Entro a chequear algo en la web. Error. 518. Desea reportar el error. Desea conocer la solución al error. Y, la verdad que no. Son las 21:55 y entré a la computadora con los dedos llenos de Maizena para imprimir una receta de flan. No estoy en condiciones de arreglar errores del software ni de aprender de ellos. Pago mis cuentas a través de la web. Hago transferencias y juego al barco hundido con la tarjeta de coordenadas. En plena transacción, con la adrenalina de manejar un numerito que representa mis ahorros, tiemblo por no errarle a la combinación de una letra con un número.
Sigo en la computadora. Voy a ver la foto de mi primo que se acaba de recibir. Me encuentro con una oferta de alfombras traídas de la India. Me decido por un caminero para la mesa de comedor, es más barato. Like a mi primo. Mando mensaje en el grupo de WhatsApp para generar una merienda con toda esa rama de la familia. Facebook te recuerda que hace un año visitaste las cataratas en esta fecha. Me voy por las ramas. Tengo ganas de viajar… Busco hoteles en Isla Margarita. Googleo Isla Margarita. Me fijo en el clima en Isla Margarita durante el próximo mes. Googleo ¿Huracanes en Isla Margarita? Otro viajero recomienda una playa cerca de São Paulo. Recuerdo que recibí un mail con ofertas de pasajes por menos de 300 dólares. Menos de 300 dólares es clic obligado. Me late el corazón. Le mando mensaje a mi pareja para decirle que nos vamos de viaje. Entro a ver la oferta. En la letra pequeña aparece la duración del viaje; 31 horas. En dos jornadas laborales llegaría a un destino que está más cerca que ir en bondi a Artigas. Googleo distancia a São Paulo en Google Maps. Le aviso a mi pareja que nos quedamos acá. Él me responde; “precio tentador es igual a triangular por 3 continentes para viajar a un país limítrofe”. Entro al mail; otros usuarios que compraron caminero han adquirido macetas en decoupage para suculentas. Siento ganas de hacer un curso de tunas y suculentas en el jardín botánico. Una amiga me mandó un flyer. Quiero saber si la belleza que avanza en mi maceta es nativa o endémica. Le digo a mi amiga que voy con ella. Voy a anotarlo en la agenda del celular. Me doy cuenta de que ese día a esa hora tengo ginecóloga. Cancelo curso. Googleo meditaciones para sanación de útero. Me bajo una App para seguir el período menstrual. Ahora mi ciclo también es digital. Soy un cuerpo analógico con 10 ventanas abiertas al mismo tiempo y me la paso minimizando. Cada aplicación me pide un nombre de usuario. Tengo múltiples personalidades online. Para simplificar intento asociar mi nombre de usuario a la cuenta de Facebook. Quiero abrir Facebook en la computadora, pero no me acuerdo de mi contraseña. El correo electrónico asociado a la cuenta es de un hotmail al que ya no tengo acceso. Tengo más de 8 contraseñas y navego por varias páginas, atendiendo varios puertos a la vez. ¿Por qué hay tantas contraseñas si ya nada es confidencial?
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