Descubre el mundo con
Cuentos del mundo Primavera/Verano 10
Nuevo descubrimiento #29:
Descubrir el mundo a través de sus cuentos Este catálogo Primavera/Verano 2010 que tienes en las manos es también una recopilación de ocho cuentos y leyendas populares de los cinco continentes. Ocho historias muy breves, pero llenas de diversión y enseñanzas. Un pequeño tesoro que podrás conservar para que tus hijos se inicien en la lectura a la vez que descubren el mundo.
Descubre el mundo con
Toda la verdad (Cuento tradicional de Alemania)
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scucha con atención, porque te voy a contar toda la verdad de lo que me pasó un frío día de agosto. Dormía yo una siesta, cuando me despertó el canto de dos pollos asados que volaban por el aire. Los seguí y llegamos hasta el océano, donde flotaba una bola de cañón.
Entonces apareció una liebre que cruzó el océano de un salto y empezó a correr. Un ciego vio a la liebre y se lo contó a su amigo sordomudo. Y el sordomudo se lo dijo a gritos a un cojo que pasaba por allí. El cojo empezó a correr y atrapó a la liebre. El ciego guió a sus dos amigos hacia su casa, donde pensaban comerse la liebre. Tenían tanta hambre que se subieron a un barco y navegaron por la tierra a toda vela. Pero al atravesar una montaña, se encontraron con una tormenta, el barco naufragó y ellos se ahogaron. La liebre aprovechó para escapar, pero un caracol fue más rápido y consiguió atraparla de nuevo. Eso sí, el pobre caracol tuvo que pelear contra unos mosquitos grandes como cebras, que le querían robar su liebre. Y ahora, corre. Abre puertas y ventanas. Que entre el aire y se lleve todas las mentiras.
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El saco de la sabidurĂa (Cuento tradicional de Togo)
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ubo un tiempo en que no existía en todo el mundo un animal tan inteligente como la araña Yaví. Era sabia, prudente y muy astuta. Pero no era suficiente para ella. Yaví estaba preocupada porque los demás animales se estaban volviendo cada vez más inteligentes. Sobre todo, tenía celos de los humanos, porque sabía que muy pronto serían tan sabios como ella.
Así que Yaví tuvo una idea: iba a utilizar su gran inteligencia para acaparar toda la sabiduría del mundo. La astuta araña fabricó un saco mágico sin fondo. Uno a uno, se fue acercando a todos los animales y las personas. Sin que se dieran cuenta, absorbía todos sus conocimientos y su ingenio y lo guardaba en el saco. Cuando terminó, el saco se había vuelto realmente muy pesado y difícil de transportar. Entonces Yaví tuvo otra brillante idea: escondería el saco con toda la sabiduría del mundo en el tronco del árbol más alto que conocía. La araña sujetó el saco con dos de sus patitas, y empezó a trepar por el árbol con sus otras seis patas. Pero el saco pesaba demasiado y Yaví apenas era capaz de avanzar. Una paloma, viendo su sufrimiento, le aconsejó: –Araña, ¿por qué no te pones el saco en la espalda? Así te será mucho más fácil subir por el árbol... Yaví se quedó parada: la paloma tenía razón. Y entonces se empezó a sentir muy avergonzada. Ella pensaba que poseía toda la sabiduría del mundo, pero una simple paloma había demostrado que era más inteligente. Muy triste, la araña dejó caer el saco. Al chocar contra el suelo, el saco de rompió y toda la inteligencia voló por los aires y se fue depositando en cada rincón y cada criatura de la Tierra. Y desde ese día, y hasta hoy, no hay nadie que no sepa nada y tampoco hay nadie que lo sepa todo...
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La conquista del fuego (Cuento tradicional del Amazonas)
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magínate cómo sería vivir sin fuego. No podríamos calentar la comida y, en invierno, pasaríamos mucho frío... Hubo un tiempo en que los hombres tenían que vivir así. El gigante Takea era el dueño del fuego, pero lo escondía en su cueva y no lo compartía con nadie. Cuando un indio shuar moría, se convertía en pájaro e intentaba robar el fuego de la cueva de Takea. Pero nadie lo había conseguido jamás. Las puertas de la cueva se cerraban tan rápido que ningún pájaro había logrado escapar. Hasta que un día apareció Jempe. Jempe era un colibrí muy hermoso, pero además era rápido y astuto. Cansado de ver sufrir a los hombres por no tener fuego, decidió recuperarlo. Un día de tormenta, Jempe se plantó ante la cueva de Takea. Los hijos del gigante, fascinados por sus bonitos colores y su larga cola, lo llevaron al interior de la cueva. Como el colibrí estaba empapado, lo acercaron al fuego para que entrara en calor. Una vez se hubo secado, Jempe puso en marcha su plan. El colibrí acercó su cola a las llamas y le prendió fuego. Antes de que Takea pudiera reaccionar, Jempe salió volando a toda velocidad y se alejó de la cueva.
El valiente pájaro voló y voló hasta encontrar unas ramas secas. Con su cola todavía encendida, hizo arder las ramas y así pudo devolverle el fuego a los indios shuar. Sólo entonces, Jempe buscó un río para sumergir su cola y apagar así las llamas. Desde ese día, los indios shuar mantuvieron el fuego siempre encendido, y ya no volvieron a pasar frío. Y Jempe se convirtió en el único colibrí del Amazonas que tiene su cola partida en dos, ya que las llamas quemaron la parte del medio. Es el recuerdo de cómo consiguió robarle el fuego al gigante Takea para dárselo a los hombres.
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LA TORTUGA Y EL COYOTE (Cuento tradicional de los indios de NorteamĂŠrica)
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a tortuga estaba metida en un buen lío. Esa mañana había salido del río para dar un paseo por tierra firme. Pero, sin darse cuenta, se alejó demasiado del agua. El día era cada vez más caluroso, y la pobre tortuga no sabía si sería capaz de volver a casa.
Y entonces, todo se complicó: un coyote muy hambriento descubrió a la tortuga y le dijo: –¡Qué suerte encontrarte, tortuguita! Ahora mismo voy a cocinarte en un fuego y luego te comeré. –Ya te gustaría –respondió la tortuga con una gran sonrisa–. Mi caparazón es tan resistente que el fuego no le haría nada... –¿Ah, sí? Pues entonces subiré al árbol más alto y te dejaré caer desde allí. Tu caparazón chocará contra las piedras y se romperá en pedazos. –¿Estás de broma –rió la tortuga–? Mi caparazón es más duro que las piedras. No me harías ni un rasguño... –Se acabó –dijo el coyote cada vez más enfadado–. Voy a tirarte al río para que te ahogues, y así te podré comer. La tortuga puso cara de susto y empezó a gritar. –¡No, por favor, no lo hagas! Por lo que más quieras, no me tires al río... El coyote, orgulloso de su inteligencia, no escuchó a la tortuga. La subió a su lomo, corrió hacia la orilla a toda velocidad y la dejó caer en el río. Ya en el agua, la tortuga se sintió segura. –Muchas gracias, coyote. Me has traído hasta mi casa. Me has salvado la vida. La tortuga, muy feliz, se alejó nadando mientras el coyote la miraba desde la orilla sin poder hacer nada.
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Los platos de madera (Cuento tradicional de Armenia)
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uando el abuelo ya era tan mayor y estaba tan débil que no podía vivir solo, se instaló en casa de su hija. Ella estaba casada y tenía dos hijos, un niño y una niña.
A la hora de comer, su pulso era tan débil y le temblaban tanto las manos que cada dos por tres se le caía el vaso al suelo o tiraba el plato sin querer y éste se hacía añicos. Su yerno estaba cansado y molesto con los pequeños estropicios que hacía el abuelo en las comidas, así que un día trajo a casa un juego de platos y un vaso de madera para el abuelo. Para que no rompiese más piezas de la vajilla. El abuelo aceptó resignado sus nuevos platos, triste por ver que tenía que comer todos los días con ellos y no con los mismos que su hija, su yerno y sus nietos. Pasaron unos días y una tarde, al salir al jardín, el matrimonio vio que sus hijos pequeños estaban silenciosos en un rincón, absortos en alguna tarea al parecer importantísima. –¿Qué hacéis, niños? Los dos se volvieron hacia sus padres sonrientes y orgullosos. –Estamos haciendo unos platos de madera... –... Para vosotros dos. Los padres se miraron asombrados. –¿Para nosotros? –Sí, para cuando seáis mayores como el abuelo y las manos os tiemblen... Desde aquel día el abuelo volvió a comer en plato de porcelana. Como toda la familia.
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El pescador en la tormenta (Cuento tradicional de Espa単a)
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odas las mañanas, muy temprano, Joaquín salía a pescar. Su barca era ya muy vieja, pero a él no le importaba. Remaba hasta alejarse de la costa, echaba sus redes al mar y esperaba a que los peces la llenaran.
Pero, un día, aunque esperó y esperó, los peces no aparecían. Al caer el sol, Joaquín recogió su red y, para su sorpresa, no estaba vacía: un pececito muy pequeño se había quedado enganchado y lo miraba con pena: –Por favor, pescador, déjame volver a mi casa. Soy aún demasiado pequeño y mi familia me echará de menos. Joaquín no se lo pensó: liberó al pececito de la red y lo devolvió al agua. Pasaron las semanas, los meses y los años y Joaquín seguía saliendo cada día a pescar. Una mañana de diciembre, una feroz tormenta le sorprendió en medio del mar: rayos, truenos, viento, enormes olas... Joaquín se agarraba a su barca con todas sus fuerzas, pero ya era un hombre anciano. Desesperado, el pescador se dio cuenta de que su vieja barca no aguantaría demasiado en esas condiciones. Así que empezó a gritar. –¡Oh, Rey de los mares! ¡Si puedes oírme, ayúdame a volver a casa sano y salvo! En ese momento, Joaquín perdió el conocimiento. Cuando abrió los ojos de nuevo, respiró aliviado: estaba tumbado en la playa bajo un cielo despejado y un sol radiante. Y entonces oyó una voz que le llamaba. Era un pez grande y fuerte que le hablaba desde la orilla. –Amigo, un día salvaste mi vida y hoy te he devuelto el favor. Estamos en paz. Joaquín lo comprendió todo: ese pez pequeñito al que había ayudado años atrás se había convertido en todo un rey.
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TAKUMI Y LA MOSCA (Cuento tradicional de Jap贸n)
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akumi tenía una mosca en el estómago. Y mira que su madre le había avisado muchas veces: –Hijo, mío, cierra la boca, que un día te vas a tragar una mosca.
Pero Takumi no hizo caso, y, al final, la amenaza se cumplió. Una mosca se coló por su bocaza abierta de par en par, y ahora revoloteaba por su estómago, haciéndole mucho daño. –No te preocupes –le tranquilizó el doctor–. Sólo tienes que tragarte una rana. Ella se comerá a la mosca que tanto te molesta. Takumi obedeció al médico. Con paciencia, consiguió tragarse una rana, que no tardó en comerse a la mosca. Pero claro, ahora Takumi tenía una rana en la barriga que no paraba de dar saltos. El problema había empeorado. –Las serpientes comen ranas –razonó el medico–. Trágate una, y ella se ocupará de la rana. Y así fue. Takumi se tragó una serpiente, que se comió a la rana. Pero nadie puede vivir con una serpiente ahí dentro. Por eso, el médico recomendó a Takumi que se tragara un león. No fue nada fácil, pero cuando el león entró por fin en el cuerpo de Takumi, se comió a la serpiente de un bocado. Agotado por el peso del león, nuestro héroe volvió a hablar con el médico. –¡Ya lo tengo! Trágate a un cazador –propuso el médico. Tras horas de esfuerzo, Takumi fue capaz de tragarse a un valiente cazador, arco y flechas incluidas. La lucha fue larga y peligrosa. Por fin, el cazador consiguió cazar al león. Pero el estómago de Takumi estaba tan oscuro que el cazador no supo encontrar la salida. Aunque el médico tenía nuevas ideas, Takumi no quiso escucharlo más. Escarmentado, volvió a su casa. Y ahí vive todavía muy feliz, con un cazador en su interior.
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¿POR QUÉ LLORAS? (Cuento tradicional de Papúa-Nueva Guinea)
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abía una vez, hace mucho, mucho tiempo, un hombre que se llamaba Nada. Tenía mal carácter y nunca ayudaba a nadie. Es más, si alguien le pedía algo, se enfadaba.
Pero llegó un día en que Nada murió, y su mujer se sintió muy afligida. Y es que Nada había sido muy bueno con ella. Ella estaba muy afectada y le apenaba ver que nadie, ningún hombre, ninguna mujer, lamentaban la muerte de su marido. Nadie lloraba. Así que un día tomó una decisión: recogió todos los boniatos que tenía en su casa y los cocinó. Cuando estuvieron preparados, los puso en una cesta, salió de casa, y fue repartiéndolos entre los niños que se encontró jugando por la calle. A cambio de los boniatos, les iba pidiendo a los niños que llorasen por su marido, Nada. Así que, cuando veas a un niño llorando y le preguntes, "¿por qué lloras?", no te sorprendas si te contesta: "lloro por Nada".
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