VII Domingo de Pascua Asensión del Señor
Seminario de Nogales
Reflexión VII Domingo de Pascua Sem. Salvador Sanchez Mendoza
Queridos hermanos y hermanas: “entre voces de júbilo Dios asciende a su trono”. Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la solemnidad de la ascensión del señor.
Revivimos el momento en que Cristo, cumplida su misión terrena, vuelve al padre. En realidad, Jesús resucitado no deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de revelación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseño a los discípulos a reconocerlo: en la Palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia, en los más pobres y desposeídos.
Allí, amados hermanos y hermanas, es donde tenemos que reconocerlo, ese será el lugar del encuentro con Dios. Cada vez que yo escuche el Evangelio estaré atento para encontrarme con Jesús, cada vez que participe en un sacramento, sobre todo en la misa o en la confesión, estaré muy atento para tener un encuentro intimo con Él. La misa se convertirá entonces, en un lugar privilegiado para encontrarme con Dios, para escuchar sus enseñanzas, para alimentarme de Él y quedar fortalecido. Esta solemnidad de la Ascensión de Jesús al cielo, nos recuerda dos cosas importantes: primero, que el destino último de todo ser humano se encuentra en el cielo y no en la tierra. Por ello, mantengamos los pies bien justos en la tierra, pero la mirada y sobre todo el corazón en el cielo en donde Cristo ha sido glorificado y donde esperamos estar un día con El, todos nosotros, pues allá, donde esta aquel que es nuestro pastor, esperemos estar aquellos que formamos su rebaño; segundo, recuerda también que Jesús al ascender al cielo nos deja una misión: ser sus testigos y nos dice vayan pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñarles todo cuanto yo les he mandado. Estamos llamados a colaborar con el en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres.
Nosotros estamos llamados a ser testigos de Jesucristo, de su Evangelio, de sus enseñanzas, en medio de un mundo que tiende a relativizar la verdad, el bien y la bondad.
El santo José María Escrivá de Balaguer, mencionó en sus escritos que ser testigo de Cristo supone antes que nada, procurar comportarnos según su doctrina, luchar para que nuestra conducta le recuerde a los demás a Jesús. Los cristianos debemos de estar siempre dispuestos a santificar a la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo. No me cansare de repetir, decía el santo, que el mundo es santificable, y que a los cristianos nos toca especialmente esta tarea. Esta tarea puede sonar muy difícil en estos tiempos, pero recordar que no estamos solos pues dice Jesucristo en el evangelio de hoy yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28, 20).
Jesús promete su presencia por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros y que da vida y que es capaz de resucitar aquello que ha muerto en nosotros y en la sociedad. Por tanto, no tengamos miedo, no nos encerremos en nosotros mismos; Antes bien, con pronta disponibilidad colaboremos con el Espíritu Santo, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la humanidad entera al Padre que quiere nuestra salvación.
Por último, todos estamos llamados a ser testigos de Cristo en el corazón del mundo y de la sociedad y, principalmente en nuestra familia, porque ella debe ser el recinto privilegiado de desarrollo, crecimiento, proclamación y formación de valores por excelencia. Así sea.
chavasanchezmz@gmail.com
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