Boletín Salesiano 148

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PRESENTACION

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ace 50 años fue canonizado un jovencito de 15 años educado por el mismo Don Bosco. Se trata de Domingo Savio. Fue el primer fruto “oficial” del Sistema Preventivo, es decir, la propuesta educativa ensayada por Don Bosco. Un santo de tan corta edad causó extrañeza en su tiempo. Parecía alguien fuera de lugar. No era mártir ni religioso ni parecía tener la edad suficiente para una vida madura en santidad. Domingo Savio rompió un poco los estereotipos del santo. Porque se tenía – y todavía quedan resabios – la imagen de un santo como alguien ya mayor, de hábito, más bien serio y mortificado. Admirable, pero lejano a la realidad del común de los mortales.

Juan Pablo II está estimulando en todos los tonos la opción decidida por la santidad. Su propuesta tiene una dedicatoria particular: los jóvenes. En las multitudinarias jornadas mundiales de la juventud ha retado a los jóvenes a emprender con energía el camino de la santidad. El Rector Mayor, P. Pascual Chávez se hace eco del vigoroso llamado papal a la santidad juvenil. Los salesianos están llamados a proponer a los jóvenes “la alegría y el compromiso de la santidad”. Nos vemos obligados a repensar nuestra pastoral juvenil. No ya una pastoral de mínimos: que sean buenos, que no se descarrilen... Hay que optar por una pastoral de máximos,

retadora, exigente, que encamine a la santidad más legítima. Y santidad con sabor salesiano, al alcance de los jóvenes, diseñada para ellos. Que estimule y no mutile la vitalidad juvenil. Que potencie las riquezas de esa edad maravillosa en proyectos absorbentes de espiritualidad y entrega. Los jóvenes y las jóvenes nos llegan por miles. No los podemos defraudar con una propuesta raquítica y desvaída de vida cristiana. Nuestros centros educativos deben reflejar el entusiasmo por una vida plena que Don Bosco supo inspirar entre sus jóvenes. Heriberto Herrera

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EDUCAR COMO DON BOSCO

El respeto humilde virtud familiar BRUNO FERRERO

El niño tiene necesidad de respeto... y lo manifiesta, a veces muy claramente. Educar al respeto recíproco y al respeto de las cosas El papá, la mamá y el niño entraron en una heladería. Éste devoraba con sus ojos las montañas de helados y aplaudía feliz. La mamá y el papá eligieron dos hermosos cucuruchos, generosamente colmados de gustos y colores. El niño esperaba con ojos llenos de ansiedad. La mamá se dirige a él tiernamente: “Son demasiado grandes para ti, tesoro. Tú comerás un poco del de mamá y otro poco del de papá”. Cuando el papá se inclinó y ofreció al niño su helado, el pequeño hizo una mueca y lo rechazó sacudiendo enérgicamente la cabeza. Los papás consideraron esa actitud como un capricho y salieron de la heladería. Muy enojado, el niño no quiso caminar con sus padres, tomó un puñado de piedritas de la calle y lo arrojó contra las piernas de su mamá y de su papá. Y terminó a los empujones con ellos. El papá y la mamá pensaron que tenían un hijo caprichoso. En realidad, el niño sólo había querido un helado entero también para él, como el de su papá y el de su mamá. Desde su pequeñez, pretendía ser respetado como una persona, y no como un apéndice.

Demostrar respeto por el niño y sus derechos Esto es sólo uno de los muchos ejemplos cotidianos de vida familiar que ponen en juego el problema del respeto. No estamos obligados a amarnos, pero sí a respetarnos. El primer entretejido ético de la persona comienza precisamente con esta sencilla y humilde virtud.

Primer paso: Mostrarle respeto El modo de vivir democrático se basa en el respeto recíproco. No hay relación de igualdad cuando el respeto es unilateral: por tanto, tenemos que saber demostrar respeto por el

niño y por sus derechos. Esto supone sensibilidad para alcanzar el equilibrio entre aceptarse muy poco y aceptarse demasiado. Respetar a tu hijo significa considerarlo un ser humano con derecho a tomar decisiones. Pero ‘tener derecho’ no significa que tenga que hacer lo que hacen los adultos, porque en toda familia, cada uno tiene un rol particular que desempeñar y tiene el derecho a ser respetado en su rol.

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El niño necesita afecto, no leyes.

Los niños necesitan conocer, por su propia experiencia, que el orden es un componente de la libertad Segundo paso: Enseñarle a respetar el orden Ya lograste establecer una relación de recíproco respeto. Ahora, será mucho más fácil conseguir que aprenda el respeto por el orden y por la norma. Entre las letanías diarias del hogar, se escucha: “Deja las cosas en su lugar”. Podría decirse que su desorden es una forma de rebelarse contra los adultos. Para aprender a mantener el equilibrio en una bicicleta, el niño necesita practicar, adquirir experiencia. No basta que le hagan discursos y demostraciones. Para ayudarlo, a veces, se colocan en la bicicleta unas rueditas posteriores; lo cierto es que él adquiere el arte de mantenerse en equilibrio.

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Su forma de aprender a respetar el orden y el método es, también, a través de la experiencia, no de las palabras. Tú puedes agregar las rueditas de principiante y quitarlas gradualmente, a medida que vaya conquistando habilidad. Pero si él sabe que ‘alguien’ (mamá, la tía, el abuelo...) lo protegerá de las consecuencias de su desorden, nunca lo intentará. Los niños necesitan conocer, por su propia experiencia, que el orden es un componente de la libertad; y que en la confusión y en la irregularidad todos perdemos libertad. Una casa no es una vidriera ni un museo donde se guarda todo pero no se toca nada, bajo pena de multa o arresto. Cada persona tiene derecho a su estilo personal de entender el orden de sus cosas. Pero los otros tienen que ser respetados.

Las cosas tienen que ser cuidadas para que no se estropeen, y dispuestas de tal manera que sean encontradas en el momento justo. Todo lo que hay en la casa o en la escuela tiene que ser usado de manera apropiada. Un paraguas no es una palanca para abrir una caja, ni un sable para enfrentarse con los hermanos. La limpieza y la propiedad son elementos básicos para el respeto de sí mismo y de los demás. Son la vidriera del yo. Sin embargo, alguna mochila despide, a veces, olores desagradables; y ciertas uñas esconden cultivos de las mejores razas bacterianas. Baden Powell, fundador del movimiento scout, llevaba a menudo a los muchachos de campamento. Durante el día dejaba que actuaran con independencia: explorar los bosques, jugar en el barro o en los charcos, correr en los campos, etc. Pero a la hora de la cena todos tenían que presentarse limpios, cambiados y, en la medida de lo posible, elegantes. El hombre es hijo de Dios: esta dignidad tiene que ser reconocida. Los hijos tienen que aprender a distribuir bien el tiempo y a respetar los horarios. Hay un tiempo para hacer los deberes y un tiempo para mirar la televisión; hay un tiempo para jugar y un tiempo para dormir; hay un tiempo para salir y un tiempo para estar en casa.

Tercer paso: Educar en el respeto a los derechos de los otros. Pero todo esto sin que lo sientan como otra imposición de los adultos. Tu hijo necesita ayuda, no imposición. Necesita apoyos, no patrones ni domadores. Necesita afecto, no leyes. Nadie puede esperar alcanzar la felicidad si no la construye solo, con sus propios recursos. Los otros, y los padres en primer lugar, son acompañantes, proveedores, aliados, no pilotos ni comandantes. Son, sobre todo, aquellos que dicen, con su manera de ser: “mira, se hace así”.


SANTIDAD JUVENIL

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Santidad ROLANDO ECHEVERRÍA

En tiempos recientes, varios pensadores de distintas tendencias, pero cobijados todos bajo la bandera del humanismo, lanzaron serios ataques contra la religión, y en particular contra el cristianismo, por ser la religión dominante en Occidente. Aunque sus doctrinas obedecen a intenciones muy variadas y difieren en sus contenidos y argumentaciones, se puede decir que todos ellos están de acuerdo en considerar la religión como un mero producto cultural e histórico que debe ser desechado, pues fomenta la inmadurez, el infantilismo, la dependencia e impide al ser humano lograr su pleno desarrollo y alcanzar ese es-

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Humanismo ?

tado de madurez y autonomía propio de un adulto. Uno de los que ha descargado especialmente sus baterías contra la religión cristiana, y cuyo pensamiento ha tenido gran difusión, es el alemán Federico Nietzsche. Éste culpa al cristianismo de promover la negación de los auténticos valores humanos y de oponerse a la vida y a la felicidad de los hombres. Recurriendo a una sátira aguda y despiadada a la vez, señala que, con su ideal de “obediencia”, “docilidad a la voluntad de Dios”, “mortificación de la carne”, “lucha contra las pasiones”, “compasión por los más débiles”, “amor a la pobreza”, “odio al pecado”, etc., el cristianismo no hace más que impedir que los impulsos vitales del ser humano se desarrollen. El producto de tales enseñanzas no es otro que grandes

masas humanas sumidas en el infantilismo, incapaces de tomar decisiones por sí mismas por temor a ofender a Dios, que desconfían del desarrollo científico ya que éste puede menoscabar el poder divino, negadoras del placer y de todo lo bueno que ofrece la vida porque es considerado pecaminoso. Los fieles cristianos no serían más que un “rebaño” sin iniciativa ni autonomía, bajo el dominio de la casta clerical. En palabras del mismo Nietzsche, en su obra El Anticristo: “¿Cómo se puede hablar de los beneficios humanitarios del cristianismo? Para mí, los «beneficios» del cristianismo han sido convertir a la humanidad en algo contradictorio… despreciar todos los instintos buenos y honrados, y sentir repugnancia ante éstos. (…) Habría que añadir que el parasitismo ha sido lo único que ha practicado la Iglesia, que, con su ideal de

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TEMA DEL MES

Los grandes ideales no deben reservarse a unos pocos, al grupo seleccionado de los “elegidos”, sino a todos, porque para todos hay una vocación y una misión, un “sueño” que realizar, una causa que llevar adelante, una meta que alcanzar. P. Pascual Chávez

anemia y de santidad, se ha bebido hasta la última gota de sangre, de amor y de esperanza vital; que con su ideal del «más allá» ha querido negar toda realidad; que bajo el signo de la cruz ha llevado a cabo la más subterránea conspiración que jamás ha existido contra la salud, la belleza, la buena constitución, la valentía, la inteligencia y la bondad del alma: contra la vida misma, en suma”. Hay que reconocer que, en algunos momentos de la historia, la presentación del ideal cristiano ha sido merecedora de los reproches de Nietzsche. A veces, en efecto, se ha propuesto una espiritualidad consistente en la práctica de una devoción muy intimista, desligada del compromiso en favor del prójimo; o en la religiosidad del temor al infierno o al castigo, más que la del amor y la libertad; o en la mortificación y la “fuga” del mundo, más que el sano disfrute de los bienes terrenos; o en la oposición al progreso científico, por refugiarse en la comodidad de prejuicios y esquemas preconcebidos; o se ha caído en el infantilismo doctrinal y moral, en donde el fiel creyente no es capaz de discernir y tomar decisiones por

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«El cristiano no desprecia este mundo, ni nada de lo auténticamente humano, precisamente porque cree en un Cristo que asumió la naturaleza humana y compartió lo terreno para santificarlo y divinizarlo/» sí mismo. Resulta así un concepto de santidad que se hace consistir en apartarse de la vida ordinaria y normal de todo ser humano, como si el “santo” fuera un ser raro, extraño a las vicisitudes y ajetreos de este mundo; un ideal reservado sólo a ciertos privilegiados, o a los que están dispuestos a alejarse del mundo y a refugiarse en una “devoción” que huele a novenas, rezos e incienso, a sacristía y al humo de las veladoras. Se trata de un ideal del que huyen sobre todo los jóvenes. La apasionada crítica de Nietzsche, como la de muchos otros escritores contemporáneos, logró sacudir la conciencia de los creyentes y de los hombres de Iglesia. Es lo que lleva, por ejemplo, al sabio jesuita Teilhard de Chardin a afirmar con energía: “En nombre de nuestra fe, tenemos el derecho y el deber de apasionarnos por las cosas de la tierra”. Y hace hincapié en que el cristiano no

desprecia este mundo, ni nada de lo auténticamente humano, precisamente porque cree en un Cristo que asumió la naturaleza humana y compartió lo terreno para santificarlo y divinizarlo, pero de ninguna manera para despreciarlo ni rebajarlo. Por eso, todo esfuerzo del hombre por superarse y desarrollarse, todo intento de promoción de sí mismo y de los demás, debe verse como un impulso que está en continuidad con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: “Todo crecimiento que yo me confiera, o que yo confiera a las cosas, se cifra en un aumento de mi poder de amar y en un progreso de la feliz ocupación del Universo por Cristo. (…) Ejercitémonos hasta la saciedad sobre esta verdad fundamental, hasta que nos sea tan familiar como la percepción del relieve o la lectura de las palabras. Dios, en lo que tiene de más viviente y de más encarnado,


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Sólo en la vida de gracia, es decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más auténticos”. no se halla lejos de nosotros, fuera de la esfera tangible, sino que nos espera a cada instante en la acción, en la obra del momento. En cierto modo, se halla en la punta de mi pluma, de mi pico, de mi pincel, de mi aguja, de mi corazón y de mi pensamiento”. (Teilhard, El medio divino) Santidad no es de ninguna manera rebajamiento de lo humano o renuncia a los valores auténticos del vivir humano. Ni mucho menos es refugiarse en una campana de cristal para no “contaminarse” de las cosas de este mundo. La santidad se construye sobre la base de la propia humanidad y a partir de ella, promocionando y desarrollando las cualidades y los talentos de que nos ha dotado la naturaleza. Don Bosco, fiel heredero del humanismo de San Francisco de Sales, lo entendió perfectamente y supo proponer un ideal de santidad en total sintonía con los valores humanos. Por eso su pedagogía, que es también espiritualidad, encontró de inmediato un eco extraordinario entre los jóvenes de su oratorio. Algunos, como Domingo Savio, supieron asimilarla en grado extraordinario. En su aguinaldo de este año, el Rector Mayor afirma que “los jóvenes tienen energías de bien que desarrollar, energías que encuentran el mayor dinamismo en la opción por Jesús y por su Evangelio”. Y es que el evangelio genuino y bien presentado no apaga ni disminuye las energías juveniles, sino que las orienta y promueve para que encuentren su

pleno cumplimiento, en sintonía con el modelo auténtico de humanidad, Jesucristo, el “nuevo Adán”. Y citando un párrafo del Papa en la carta Iuvenum Patris, el P. Pascual reafirma que el secreto de Don Bosco “estuvo en no decepcionar las aspiraciones profundas de los jóvenes – necesidad de vida, de amor, de expansión, de alegría, de libertad, de futuro– y simultáneamente en llevarlos gradual y realísticamente a comprobar que sólo en la vida de gracia, es decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más auténticos”. De ninguna manera se sentían decepcionados los jóvenes ante el ideal propuesto por Don Bosco. Por el contrario, encontraron un eco a sus aspiraciones más profundas, cuando supieron captar que el teatro, la música, el deporte, los paseos, el trabajo, el estudio, el aprendizaje de un oficio, la convivencia alegre y familiar, todo ello armonizaba perfectamente con la práctica gozosa y en clave juvenil de la religión cristiana. Humanismo y cristianismo son un binomio inseparable y constitutivo de la espiritualidad y el sistema educativo salesianos. De ahí la fórmula sintética en que solía expresarlo Don Bosco: formar “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Ni el santo apaga al ser humano, ni éste desvirtúa al santo. Ambos se complementan y desembocan en ese desarrollo pleno, armónico, logrado de la persona, en que consiste la santidad genuina.

El alto grado de vida cristiana ordinaria pedido por Don Bosco se podía sintetizar en tres valores que él repetía de varias maneras: Alegría, Estudio, Piedad. Expresión que no era muy diversa de otras semejantes, como por ejemplo: alegría y perfecto cumplimiento de los deberes. Pero la cosa más importante es comprender, en base también a otras intervenciones educativas suyas, qué quería significar Don Bosco con estos lemas. Ante todo, la meta era la conformación con Cristo por medio de la obediencia y la humildad, que son la fuente de la verdadera ciencia, la que lleva a darnos totalmente a Dios y a servir a los demás y encontrar ahí la felicidad. No largas oraciones ni sacrificios que no se adaptaran a la edad de los adolescentes, sino alegría y cumplimiento de los deberes, religiosos, académicos y comunitarios. P. Pascual Chávez

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La idea de

Santidad en la Biblia

La sanitidad constituye el compromiso moral del cristiano MARIO FIANDRI

La idea de santidad está presente en todas las religiones, aunque con acentos y perspectivas diversos.

convirtiendo los términos santo, santidad, santificar en unos de los más característicos y significativos de toda la revelación bíblica.

El equivalente hebreo de nuestras palabras santo (qadosh) y santidad (qodesh) se hacen derivar de la raíz hebrea qadah, o sea separar, segregar, apartar. De este modo, el significado fundamental del término bíblico «santo» resulta ser, etimológica y semánticamente, el de separado, segregado, apartado.

La santidad en el Antiguo Testamento

Israel tomó la terminología relativa a la santidad de la cultura cananea. Pero llevó a cabo una profunda reinterpretación de esta concepción,

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En la literatura bíblica del Antiguo Testamento la santidad se caracteriza por su conexión con Yahveh; es atribuida a Dios: No hay santo como Yahveh. Santidad es la esencia de Dios. El Señor es santo, santo, santo, lo cual significa que la santidad constituye la dimensión típica y absoluta de su ser. El término santo indica a Dios en cuanto Dios,

Efectivamente, en todo el Antiguo Testamento, santo es un término que únicamente puede aplicarse de modo absoluto y total sólo al Señor (Yahveh); es como la definición de Dios. Calificando a Dios como El Santo, la Escritura afirma su diferenciación respecto a todo lo creado, su distinción frente a todo lo que implique no sólo pecado o impureza, sino también imperfección o límite, y por tanto su densidad y perfección ontológica, la plenitud de su ser, la absoluta riqueza e intensidad de su existir. Sin embargo, esta dimensión ontológica única de la santidad divina, no significa una realidad estática, ni


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El “santo de Israel” se manifiesta al hombre para hacerlo partícipe de su vida y de su ser. tampoco una cualidad que lo aleja de todo lo creado, convirtiéndolo en un ser ‘solitario’, al que repugna toda comunión o comunicación. Todo lo contrario: el Dios tres veces santo se ha hecho presente en la historia y ha entrado en relación con los seres humanos. Así la santidad divina, lejos de reducirse a la separación o a la trascendencia, incluye todo lo que Dios posee en cuanto a riqueza y vida, poder y bondad. Esta dimensión salvífica de la santidad de Dios la subraya la expresión Santo de Israel. Si santo indica a Dios en cuanto Dios (y por tanto en su radical distinción del ser humano y de toda realidad creada), la expresión Santo de Israel pone de manifiesto el misterio de Yahveh, que justamente en cuanto Dios se comunica y se manifiesta al hombre para hacerlo partícipe de su vida y de su mismo ser. El Señor, en cuanto Santo de Israel, es sobre todo misterio de amor y de gracia, que ama con amor fiel y ternura esponsal. En este contexto la santidad divina aparece como la fuente de la mise-

ricordia perenne que renueva y transforma la vida de Israel, que confiere al pueblo una santidad que no es meramente ritual, sino una dignidad infinita y divina, que lo distingue de los otros pueblos. La santidad de Israel es participación de la santidad divina, de su ser, de su vida y de su amor. Y la elección no es debida a méritos particulares antecedentes de Israel; al contrario, brota únicamente del amor de Yahveh. Y la afirmación de que Israel es Pueblo santo para el Señor comporta la solemne declaración de que todos los israelitas son Hijos del Señor, su Dios. En cuanto participación de la vida y de la familia de Dios, la santidad comunicada al pueblo asume necesariamente una connotación existencial y -por tanto- vinculante y exigente. A la libre elección de Dios que le participa su santidad debe responder Israel santificándose. Israel deberá expresar en todos sus caminos su identidad de Pueblo santo del Señor.

Por eso mismo, la afirmación de la santidad del pueblo de Dios esté relacionada con el compromiso que le incumbe a Israel de caminar por los caminos de su Dios, observando su ley. La vida moral es expresión de la santidad misma de Dios, según lo afirma categóricamente la Ley de la santidad: Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo.

La santidad en el nuevo Testamento El Nuevo Testamento acepta de la fe veterotestamentaria la noción de santidad y le confiere una particular intensidad de significado. Según la fe del Antiguo Testamento, Dios comunicaba a su pueblo su misma santidad. Este anuncio sublime llena con luz nueva y deslumbrante todo el Nuevo Testamento. Esa intensidad tiene su origen en la fe pascual de la Iglesia y en la experiencia del Dios único, que en Jesús se revela en su riqueza inefable de Padre, Hijo y Espíritu Santo. BS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES Esta comunicación de la santidad de Dios llega a su culmen en Jesús de Nazaret. La santidad de Dios en el Nuevo Testamento pertenece de modo total a Jesús.

“Sed santos, porque Yo, el Señor su Dios soy santo”

Él es santo por ser, a título único, Hijo de Dios, por lo cual participa de la vida del Padre. Siendo El santo de Dios, recibe los mismos atributos de Dios: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Quien penetra hasta lo hondo de Jesús se ve situado ante Dios mismo. La Iglesia, en cuanto comunidad de la nueva alianza, es el pueblo santo; es la familia de los que por vocación son santos; es la esposa santa e inmaculada. La Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera -aunque todavía imperfecta- santidad. La santidad de la Iglesia dice referencia, de una parte, a Cristo; y, de otra, al cristiano. No en vano el Nuevo Testamento designa a los cristianos como los santos. Se sigue de esto que el bautizado, aunque está en este mundo, ya no es de este mundo; pertenece a la nueva creación, que ha tenido comienzo en la resurrección de Cristo; y puede hacer suya la afirmación de san Pablo: Cristo vive en mí. La santidad constituye así el fundamento del compromiso moral del cristiano: la vida nueva de la resurrección se manifiesta en la existencia cotidiana con toda su energía vivificadora y transforma a los santificados a imagen de Dios. Por eso la moral del cristiano es moral de la nueva alianza, de la resurrección, del Espíritu. Por eso la existencia cristiana se caracteriza por la lucha, por la prueba, por la ascesis a lo largo de toda la vida, en un comportamiento digno de su estado, por alcanzar su plenitud moral a fin de llegar a actuar totalmente de acuerdo con Dios. El cristiano sabe que es objeto de una elección o llamada santa que le exige rom-

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per con el pecado y vivir de acuerdo con la santidad y la sinceridad que vienen de Dios. La santidad de los cristianos, que proviene de una elección divina, les exige la ruptura con el pecado: deben obrar «según la santidad que viene de Dios y no según la prudencia carnal». En esta condición de ya (santo) y todavía no (totalmente santificado), el creyente lleva a cabo su propia santificación, creciendo de fe en fe, tendiendo a la perfección, o sea, abriéndose cada vez más al amor y a la gracia del Santo que lo santifica.

La ciudad santa del futuro La fe pascual del Nuevo Testamento permite captar de manera aún más fuerte el nexo íntimo entre santidad y resurrección. En la resurrección de Cristo se revela la santidad de Dios; en la participación de los bautizados en la resu-

rrección del Señor se comunica la santidad divina por obra del Espíritu Santo. Por eso la Iglesia, que tiene las primicias del Espíritu de santificación, se siente impulsada por su fe a contemplar la Jerusalén celeste, la ciudad santa del nuevo cielo y de la nueva tierra, cuando se haya cumplido el don del éxodo y de la alianza y nosotros estemos siempre con el Señor, hechos semejantes a él. Esta contemplación no es una realidad incolora y abstracta; al contrario, se vuelve cada día, en la vida de la Iglesia y del cristiano, espera ardiente, vigilancia orante y amor activo. La espera del Señor no es alienación ni evasión de los compromisos de la existencia, sino que se manifiesta como fuente de caridad coherente y concreta hasta el día en que no haya ni luto, ni lamentos, ni pena, porque el primer mundo ha desaparecido.


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La Santidad SERGIO CHECCHI Cuando uno se acerca a ese fenómeno histórico que es la Familia Salesiana, queda asombrado al encontrar en ella, entre otras cosas, un abundante florecimiento de santidad. En sólo 150 años de historia son casi 150 los que han sido reconocidos como santos por la Iglesia o están en lista de espera para ese reconocimiento. Y lo más asombroso es que en esa galería de santidad salesiana encontramos rostros de varones y mujeres, de religiosas y laicos, de obispos, sacerdotes y madres de familia, de mártires, misioneros y fundadores, de príncipes y obreros, de adultos y jóvenes. Sí, de jóvenes: de al menos once jóvenes. Gente de carne y hueso, gente de hoy. Muchachos de Italia, Polonia, España, Chile, Argentina... Se trata de una santidad cercana, moderna, al alcance de todos.

Juvenil Salesiana

En el origen, por supuesto, está Don Bosco, que supo crear en torno a sí un estilo de santidad y un ambiente de santidad. Él irradiaba santidad, animaba a la santidad, la ponía al alcance de sus muchachos, se la proponía como meta y los acompañaba en ese camino. Y obtuvo muchos frutos. Sí, porque no se trata sólo de aquellos 150 que están en lista en el Vaticano, sino de los tantísimos que en forma quizás menos llamativa, en diversos países y de diversas edades, creciendo a la sombra de Don Bosco, en parroquias, misiones, colegios y oratorios, han vivido “la alegría y el compromiso de la santidad, como alto grado de vida cristiana ordinaria”.

Pero, ¿cuál era el secreto de Don Bosco, la receta que él daba para la santidad? Un día de 1855 Don Bosco hizo a sus muchachos una plática sobre la santidad: “Dios quiere que todos seamos santos, ser santos en fácil, un gran premio les aguarda en el cielo a los santos”. Para Domingo Savio, que escuchaba, eso fue una chispa. Cuando a los pocos días Don Bosco lo vio menos alegre que de costumbre, le preguntó si sufría algún malestar. Domingo le contestó: “Al contrario, lo que sufro es un gran bienestar: siento el deseo, la necesidad de ser santo”. Y Don Bosco le dio la receta: “En primer lugar, conserva una constante y moderada alegría; y además, cumple siempre bien tus deberes escolares y religiosos”.

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TEMA DEL MES La alegría de la que habla Don Bosco es la que brota de un corazón en paz con Dios, el efecto del deber bien cumplido, el fruto de la bondad hacia el prójimo. Esas cosas ya las cumplía Domingo Savio en alto grado; por eso desde entonces se le veía más alegre que antes. Algún día después Don Bosco añadió otro ingrediente a su receta: “Trabaja en ganar almas para Dios”. Domingo Savio contestó: “Sería feliz si pudiera ganar para Dios a todos mis compañeros”. Y eso es lo que procuraba hacer. Un día vio a un compañero que estaba solo y triste mirando el juego de los demás; era nuevo en la casa de Don Bosco. Se llamaba Camilo. Se le acercó Domingo, rápido se lo hizo amigo y, tras un breve coloquio, le compartió la receta de Don Bosco: “Aquí nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres. Procuramos huir del pecado, cumplir exactamente nuestros deberes y frecuentar las prácticas religiosas”. Pero no se trataba sólo de recetas. Todo el ambiente que Don Bosco supo crear en su Oratorio invitaba a la santidad. Su presencia, sus ejemplos, sus palabras, su sonrisa..., todo impulsaba a los muchachos a seguirlo por el camino de la santidad. Les daba la oportunidad de confesarse a menudo: confesión sincera, exigiendo cambio de vida. Los exhortaba a vivir siempre en gracia de Dios, para poder recibir frecuentemente la sagrada comunión. Los aconsejaba leer libros formativos y vidas ejemplares. Les inculcaba el amor a la Santísima Virgen y la imitación de sus virtudes. Para no apenarla los muchachos hacían cualquier esfuerzo. Las fiestas marianas se celebraban de una forma espléndida: había coro, banda y teatro. ¿Y qué más? Don Bosco cuidaba de que en su Oratorio no entraran personas peligrosas, panfletos sectarios, figuras obscenas, todo lo que pudiera poner en peligro la débil virtud de sus jóvenes. Les inspiraba amor a la Iglesia y al Papa; los ani-

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Alegría que brota de un corazón en paz. maba a ser pequeños apóstoles. Favorecía otro recurso maravilloso, verdadera pedagogía de santidad: las “Compañías”. Eran lo que hoy llamamos grupos juveniles. La más fervorosa era la de la “Inmaculada Concepción”, creada y animada por Domingo Savio. Estos muchachos iban a lo sólido: cumplimiento de sus deberes, vida sacramental, apostolado entre los compañeros estudiantes. De ella salieron muchos salesianos. Viendo esa generosa siembra, ¿quién puede extrañarse de que Don Bosco haya cosechado tantos santitos de trece, quince, diecisiete años? Clausurado el año del Gran Jubileo 2000, el Papa nos ha regalado una carta preciosa, titulada “El Nuevo Milenio”. En ella nos traza un programa pastoral y la primera entre las “prioridades pastorales” que nos propone es la santidad: “La santidad es más que nunca una urgencia pastoral ... Todos los cristianos y cristianas de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana... Es el momento de proponer de nuevo a to-

dos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria”. Es lo que hizo Don Bosco con sus muchachos: les facilitó la santidad, se la presentó posible, de rostro juvenil y festivo, aunque siempre exigente; supo crear una verdadera “pedagogía de la santidad”. Desde entonces, evidentemente, el tiempo ha pasado, las circunstancias son otras, la cultura es distinta; pero la esencia de la santidad es la misma. Dentro de nuestra Familia Salesiana la propuesta de la santidad a los jóvenes hoy se llama espiritualidad juvenil salesiana. Sus núcleos fueron trazados en 1990: - Espiritualidad de la vida diaria; - Espiritualidad de la alegría y el optimismo; - Espiritualidad de la amistad con Jesucristo; - Espiritualidad de la comunión eclesial; - Espiritualidad del servicio responsable. Hay perfecta correspondencia con la propuesta de Don Bosco.


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Laura Vicuña Centenario de su muerte Laura del Carmen Vicuña Pino nació en Santiago (Chile) el 5 de abril de 1891. Muerto el padre de improviso, la madre se refugió con las dos hijas en Argentina. En el 1900 Laura fue acogida en el colegio de las Hijas de Mª Auxiliadora en Junín de los Andes. Al año siguiente hizo su primera comunión y, como Santo Domingo Savio, hizo los siguientes propósitos: amar a Dios con todo su ser, mortificarse y morir antes que pecar; hacer conocer a Jesús y reparar las ofensas. Después de haber intuido que la madre vivía en una situación de pecado, se ofreció al Señor por su conversión. Su primer biógrafo, Don Crestanello, señala: «Laura sufría en el secreto de su corazón... Un día decidió ofrecer su vida y aceptar con gusto la muerte, a cambio de la salvación de su madre. Me rogó que bendijera su ardiente deseo. Yo estuve perplejo largo tiempo». Acentuó la ascesis y, con el consentimiento del confesor, abrazó con votos los consejos evangélicos. Debilitada por los sacrificios y la enfermedad, murió en Junín de los Andes (Argentina) el 22 de enero de 1904, a la edad de 13 años. En la última noche dijo: «¡Mamá, yo muero!. Le he pedido a Jesús desde hace tiempo ofreciéndole mi vida por ti, para obtener tu retorno

Un día decidió ofrecer su vida y aceptar con gusto la muerte, a cambio de la salvación de su madre. a Dios... Mamá, antes de mi muerte ¿no tendré la alegría de verte arrepentida?». En el día del funeral de Laura la madre vuelve a los sacramentos e inicia una nueva vida. Sus restos están en la Capilla de las Hijas de Mª Auxiliadora en Bahía Blanca (Argentina).

El 3 de septiembre de 1988, en la Colina de las Bienaventuranzas Juveniles, con la presencia de miles de jóvenes participantes en el Confronto ’88, el Papa Juan Pablo II la beatificó y la propuso a los jóvenes como modelo de coherencia evangélica llevada hasta la entrega del don de la vida, por una misión de salvación. BS Don Bosco en Centroamérica

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Santidad a la medida jóvenes de no muy buena fama, pues en su mayoría eran muchachos que vivían en las calles. Era fácil preguntarse: ¿qué se puede sacar de esos muchachos? Sufre las peripecias de ser expulsado de un lugar y de otro… Cualquiera se hubiera desalentado. pero Don Bosco no. Más bien, hace un acto de fe en los jóvenes. Por eso en adelante dedicará toda su vida a ellos. Cuando buscaba un lugar para establecerse y atender mejor a sus muchachos, se presenta un señor que le dice: Don Bosco ¿es cierto que usted necesita un lugar para construir un laboratorio?

Domingo Savio

HÉCTOR HERNÁNDEZ ESPINOZA

¿Quieres ser santo? ¿Quieres que te ayude a hacerte santo? Preguntas como éstas eran con frecuencia formuladas por Don Bosco a sus jóvenes. Se puede afirmar que presentaba la santidad a la medida de cada uno de ellos. No tenía un estereotipo ya hecho, sino que iba trabajando con cada muchacho, respetando su capacidad y ritmo de respuesta.

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A Juan Bosco, desde pequeño, se le fue indicando su misión; y cada vez fue entendiendo, con mayor claridad, que su campo de trabajo eran los jóvenes. Una vez ordenado sacerdote, descubre que su sacerdocio es para los jóvenes; comienza a reunirlos y a caminar con ellos, busca a los jóvenes allí donde ellos se encuentran. Pero esto no es pacífico; sus colegas sacerdotes lo consideran loco, ya que no se ve bien que un sacerdote ande por las calles rodeado de

Aquel señor había entendido mal, pues no se trataba de un laboratorio, sino del Oratorio. Pero en sus palabras se puede descifrar una profecía, ya que Don Bosco convirtió el Oratorio en un verdadero laboratorio en donde transformó a jóvenes, que ni la sociedad ni la Iglesia les ponían atención, en honrados ciudadanos y buenos cristianos. Con toda propiedad, se puede hablar de un laboratorio de santidad. ¿Cuál fue el secreto del éxito de Don Bosco en la educación de los jóvenes? Sin duda, fue su intensa espiritualidad. Es decir, aquella fuerza interior que unía en él el amor a Dios y el amor al prójimo. Esta espiritualidad hacía que Don Bosco se encontrara con los jóvenes, especialmente los más pobres, y en diálogo con cada uno les iba ayudando a descubrir la acción del Espíritu en su corazón. Por eso, su propuesta espiritual es a la medida de los jóvenes.


SANTIDAD JUVENIL Esto lo había aprendido del humanismo cristiano de San Francisco de Sales, quien afirmaba que en el corazón de toda persona hay muchas posibilidades de bien. Lo que se necesita es saber acompañar a la persona.

tiva de esperanza en los recursos naturales y sobrenaturales de las personas y presenta la vida cristiana como un camino de felicidad. Una espiritualidad que se alimenta de amistad y relación profunda con la persona de Jesús Resucitado, frecuentado en la oración, en la Eucaristía y en la Palabra.

Las biografías de Domingo Savio, de Miguel Magone y de Francisco Bessuco, escritas por el mismo Don Bosco, son una clara muestra de ésto. En el caso de Domingo Savio, se trata de un joven con predisposiciones excelentes. Procede de una familia cristiana que le ha inculcado buenos principios y sanas costumbres, lo único que necesita es un “empujón” para ser santo. Con las biografías de Miguel Magone y de Francisco Bessuco quiere demostrar que la santidad puede ser propuesta igualmente a cualquier tipo de joven. Hay jóvenes que pueden ser calificados de “normales”. Son aquellos que llevan una vida como la de todos, que viven una bondad natural, pero sin ser explotada. Talvez pueden ser indiferentes, pero les pasa como a aquella buena tierra que nadie ha cultivado. Son jóvenes cuya espiritualidad no ha sido cuidada ni acompañada. Otros podrían ser considerados “difíciles”. Son aquellos que, por experiencias negativas sufridas, se vuelven agresivos y casi imposibles de convivir en la sociedad; aquellos que por falta de cariño desconfían de la ayuda de los demás. Don Bosco aceptó el reto de encontrarse con estos jóvenes, de acompañarlos y educarlos porque estaba convencido de que la educación era cosa del corazón y no de apariencias.

Una espiritualidad de comunión vivida en las compañías, en los grupos, en la comunidad educativa del Oratorio, en la amistad y en el cumplimiento del deber.

Miguel Magone

Había entendido que la pedagogía de Dios, la paciencia de Dios, era la mejor forma para acompañar a los jóvenes. Por eso, a jóvenes “excelentes, normales y difíciles” les propone el ideal más alto de la vida cristiana, acomodándose a cada uno, a su ritmo de vida.

Una espiritualidad de compromiso apostólico que llevaba a la transformación cristiana del propio ambiente y los hacía misioneros de sus compañeros. Una espiritualidad mariana llena de confianza en la ayuda materna de la Virgen. No concebía la vida del Oratorio sin el tema de la santidad. Contrariamente a la formación que él había recibido y al pensamiento de su tiempo en que la santidad era considerada como algo para privilegiados y como un camino muy difícil, él tiene una mentalidad muy abierta y la entiende como posibilidad para todos y sin muchas complicaciones.

Esta santidad al alcance de cada uno de sus jóvenes y que Don Bosco hizo vida en el Oratorio de Valdocco, la podríamos resumir en las siguientes características: Una espiritualidad de lo cotidiano, es decir, la vida ordinaria, la de todos los días, como lugar de encuentro con Dios. No hace falta salir de lo que se hace todos días para encontrarse con Dios.

Francisco Besucco

Una espiritualidad de la alegría en la actividad, que desarrolla una actitud posiBS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES

DOMINGO SAVIO Desde pequeño tuvo una salud delicada, como tantos chicos de su época, dado que no existían buenas medicinas contra la fragilidad de los niños. En cuanto a su manera de ser, Don Francisco Cerruti dice que tenía “un carácter avispado y el ingenio vivo”. Alegre, vivaracho, abierto, siempre dispuesto para seguir los buenos ejemplos que veía. Otros autores lo describen como un muchacho con buena personalidad, con actitudes para trabajos precisos y minuciosos, con capacidad para el esfuerzo, constante y rico en fantasía. Después de la temprana muerte de Domingo Savio, Don Bosco comenzó a reunir diversos testimonios, con ellos escribió la pequeña biografía que ha llegado hasta nosotros y que fue publicada a los veintiún meses de la muerte de Domingo.

El encuentro con Don Bosco Era costumbre de la época que la primera Comunión se recibiese a los doce años, y en casos excepcionales a los once.

Infancia Domingo Savio nació el 2 de abril de 1842 en un pueblecito de Italia, San Juan de Riva, relativamente cerca del lugar donde nació Don Bosco. Sus padres se llamaban Carlos y Brígida. Le bautizaron el mismo día a las cinco de la tarde, en la iglesia de la Asunción.

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No existen fotografías de Domingo Savio. Las imágenes que se conocen fueron hechas, con mayor o menor acierto, por diversos pintores asesorados por los familiares, conocidos y amigos. Los rasgos de Domingo se conocen, sobre todo, por los testimonios escritos de compañeros y profesores que lo habían tratado.

El párroco de Murialdo veía el interés de Domingo por las cosas religiosas: asistía casi a diario a la eucaristía, sabía el catecismo, cantaba en la iglesia, rezaba sus oraciones y el rosario en familia... Todo evidenciaba que si había alguien preparado para recibir la primera Comunión ése era el hijo del herrero.


SANTIDAD JUVENIL La preparación de Domingo para recibir a Jesús fue especialmente intensa aquella mañana del 8 de abril de 1849, aunque ya venía haciéndolo días antes.

–¿Y para qué podrá servir esta tela? –Para hacer un buen traje y regalárselo al Señor. –Pues, si yo soy el paño, usted será el sastre. Lléveme con usted y hará un buen traje para el Señor.

Con esta ocasión se sugerían los propósitos que se debían hacer. Domingo, como otros compañeros, escribió los suyos y los guardó para leerlos frecuentemente y recordarlos.

Además procuraba ayudar a los que llegaban por primera vez al Oratorio. Un día llegó al Oratorio un joven de 15 años llamado Camilo Gavio. Los primeros días no conocía a nadie y comenzó a estar solo y sentirse triste. Dándose cuenta de ello, Domingo Savio se le acercó y le invitó a pertenecer a su grupo y a seguir su estilo de vida, que era procurar la santidad.

Fueron cuatro y aún hoy en día se pueden leer: 1. Me confesaré frecuentemente y comulgaré cuantas veces pueda. 2. Santificaré las fiestas. 3. Mis amigos serán Jesús y María. 4. Antes morir que pecar. Estos recuerdos impresionaron vivamente a Don Bosco cuando los conoció. Les dio gran relieve en la biografía de Domingo Savio porque para él era una buena síntesis de la vida del cristiano, y porque permitían ver que hacer bien la primera comunión es poner un sólido cimiento para la vida cristiana. Domingo Savio había manifestado a su maestro y párroco don José Cugliero el deseo de seguir estudiando y hacerse sacerdote. Éste se lo comentó a su amigo Don Bosco, que narra su encuentro con Domingo de esta manera: Era el primer lunes de octubre por la mañana. Un niño, acompañado de su padre, se acerca para hablarme. –¿Quién eres? ¿De dónde vienes? –Soy Domingo Savio. Entonces comencé a hablar con él de los estudios y de la vida que hacía en familia; sintonizamos enseguida: él conmigo y yo con él. Después de un buen rato de conversación, Domingo me dijo: –Entonces, ¿qué piensa de mí? ¿Me llevará usted a Turín para estudiar? –Me parece que hay en ti una buena tela

Continuamos el diálogo y, después de manifestarle que podía venirse a Turín, me dijo: –Espero portarme de tal modo que jamás tenga queja de mí.

La formula de la santidad Desde los primeros días de su estancia en el Oratorio, Domingo Savio se propuso cumplir todas las normas de la casa y adaptarse a lo que se le iba indicando. Hasta tal punto que llegó a formar un grupo de amigos que se ayudaban en todos los aspectos de la vida de estudiantes y en las prácticas de vida cristiana.

Camilo agradeció la invitación pero quedó desconcertado, por eso le dijo: –Domingo, lo que me propones me agrada, pero no sé cómo actuar. –No te preocupes, es muy fácil, te lo diré en dos palabras: aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres. Nosotros procuramos evitar todos los comportamientos negativos que roban la paz del corazón. Desde aquel día Domingo Savio y Camilo fueron grandes amigos, y éste no volvió a estar solo.

Los muchachos de Don Bosco y el Colera Los calores del verano habían reavivado la plaga del cólera del año anterior, si bien no con la virulencia de entonces. De nuevo Don Bosco colaboró con las autoridades locales y dividió a los voluntarios de sus muchachos en tres grupos para atender directamente a los enfermos. Domingo Savio estaba ahora entre los voluntarios. Él protagonizó

un hecho el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen, que llenó de alegría a Don Bosco y que no dudó en calificarlo de prodigioso. Domingo iba en el grupo de los que recorrían las calles buscando enfermos. Al llegar a una casa situada en la calle Cotto-

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TEMA DEL MES lengo, llamó a la puerta y preguntó al dueño, que salió a abrir: –¿Hay aquí alguna persona enferma de cólera? –No, gracias a Dios, no hay ninguna. –Sin embargo, creo que aquí hay algún enfermo. –Perdona, muchacho, habrás confundido esta casa con otra, porque aquí estamos todos sanos. Ante esta negativa tan contundente el chico salió un momento, miró alrededor, y después volvió a entrar: -Por favor, busque con gran atención, porque en esta casa debe haber una enferma. Ante la insistencia del muchacho, aquel hombre accedió a mirar. Acompañado de Domingo recorrieron la casa hasta el último rincón. Y para su sorpresa, en un cuchitril encontró a la señora de la limpieza gravemente enferma. Desgraciadamente nada se pudo hacer por su salud, se avisó a un sacerdote, recibió los auxilios espirituales y murió.

Una llamada a la santidad En uno de los domingos de cuaresma, Don Bosco dio una charla a sus muchachos sobre la importancia de hacerse santos, y de lo fácil que era conseguirlo. Se centró en tres aspectos: es voluntad de Dios que todos seamos santos, es fácil lograrlo; un gran premio espera en el cielo a quien lo consiga. Aquella charla impactó profundamente a Domingo. Durante unos días no era el

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mismo, no estaba tan alegre como de costumbre, y algunos compañeros se le acercaron para preguntarle qué le pasaba. Continúa narrando Don Bosco: Yo mismo, pensando que estuviera enfermo, le pregunté si padecía algún mal. –Al contrario, padezco un bien. –¿Qué quieres decir? –Quiero decir que siento un gran deseo y la necesidad de hacerme santo; yo no pensaba que fuese tan fácil, pero ahora que he comprendido que se puede conseguir incluso estando alegre, lo deseo con todas mis fuerzas, y tengo necesidad absoluta de conseguirlo. Dígame cómo tengo que comportarme para comenzar tal empresa. Alabé su propósito, pero lo exhorté a no inquietarse, porque con el espíritu alterado no se escucha la voz del Señor; y le dije que yo quería en él en primer lugar una constante y moderada alegría. Después le aconsejé que fuese perseverante en el cumplimiento de sus deberes de piedad y de estudio, y le recomendé que no se olvidase de jugar en los recreos con sus compañeros. Otro día le dije que deseaba hacerle un regalo, pero que quería que lo eligiese él. Sin pensarlo, me respondió: El regalo que le pido es que me haga santo. Yo quiero darme totalmente al Señor y siento la necesidad de hacerme santo, y si no lo consigo, no hago nada. Dios me quiere santo, y debo lograrlo.

La verdadera santidad Con su deseo de hacerse santo, Domingo Savio comenzó a inclinarse hacia un estilo de vida cristiana seria, triste y rara; y Don Bosco le hacía ver que la amistad con Jesús es fiesta, alegría, optimismo, confianza y esperanza. Era suficiente la frecuencia de los sacramentos, el deber bien cumplido y la ayuda a los compañeros. No le fue fácil a Don Bosco hacer comprender la auténtica vivencia de la fe a Domingo. Pese a los consejos y prohibiciones claras, en una ocasión descubrió que Domingo dormía en pleno invierno sólo con la colcha. Le preguntó: –¿Por qué haces esto? ¿Quieres morirte de frío? –No. No moriré de frío. Jesús, en la cueva de Belén y en la cruz, estaba menos cubierto que yo. Desde entonces le prohibió formalmente hacer ninguna penitencia sin


SANTIDAD JUVENIL su permiso. Domingo quedó triste. Don Bosco le insistió:

La enfermedad de Domingo Savio

–La penitencia que el Señor quiere de ti es la obediencia. Obedece y te basta. –¿De verdad que no me permite ninguna penitencia? –Sí. Te permito la penitencia de soportar con paciencia los insultos con que te ofendan, aceptar con resignación el calor, el frío, el viento, la lluvia, el cansancio y todas las incomodidades de la salud que Dios te mande. –Pero esto se sufre por necesidad. –Lo que tengas que sufrir por necesidad, ofrécelo a Dios y se convertirá en virtud y mérito.

La salud de Domingo iba de mal en peor. En el mes de febrero de 1857 empeoró tan notablemente que se vio obligado a guardar cama muchos días. La tos se hacía más fuerte y las fuerzas le abandonaban.

Después de algunas conversaciones como ésta, Domingo comenzó a practicar lo que Don Bosco le decía y a no hacer cosas raras. Aprendió a vivir alegre con los sabañones en el invierno y con los calores del verano; a no quejarse por la comida o las incomodidades de la pobreza; a aguantar con paciencia y sin buscar la venganza los incordios de los compañeros; a estar siempre disponible para quien le pidiese ayuda, y a prestarse voluntario el primero para hacer cualquier trabajo extra.

Un grupo de amigos para ayudarse y hacer el bien En los años que Domingo Savio estuvo en el Oratorio estaba reciente la proclamación del dogma de la Inmaculada. Este hecho y la devoción que se tenía a María, motivaron a Domingo a dar el nombre de Compañía de la Inmaculada a un grupo de amigos que se reunían para ayudarse y hacer el bien.

Todo apunta a que Domingo estaba persuadido de su próximo fin y ponía suma atención en hacer en todo momento el bien. Don Bosco mismo afirma que así se lo confió en alguna conversación. Durante todo el curso le estuvo dando vueltas a la idea y preparando los estatutos. Todo estuvo listo para el 8 de junio de 1856, fecha en que quedó oficialmente constituida. Entre los compromisos que adquirían los miembros de esta Compañía estaban la frecuencia de los sacramentos, procurar imitar a Jesús, y el acercarse a los compañeros menos ejemplares para tratar de ayudarles a mejorar. La idea de esta Compañía fue iniciativa de los muchachos, no de Don Bosco. Domingo inició la de la Inmaculada con José Bongiovanni, Miguel Rua, Celestino Durando y otros. Más adelante se formaron otras agrupaciones. En todas ellas el protagonismo era de los jóvenes, tanto para los estatutos, la elección de dirigentes, el funcionamiento de las asambleas y los compromisos marcados. Don Bosco intervenía solamente en caso de producirse grandes problemas, se marcaran metas desproporcionadas a sus fuerzas o que fueran contra el reglamento de la casa. Domingo Savio supo escoger a los mejores compañeros para la Compañía de la Inmaculada, justamente los mismos en quienes Don Bosco se fijó después para invitarles a ser los primeros salesianos.

Los médicos aconsejaron que Domingo se fuera con sus padres para descansar y tratar de recuperar las fuerzas. La fecha acordada por Don Bosco y el padre de Domingo para dejar el Oratorio y regresar a Mondonio fue el domingo 1 de marzo. Los amigos trataban de animarle diciendo que una vez restablecido volvería con ellos, pero él replicaba que estaba seguro de que ya no volvería nunca. Don Bosco, por su parte, cuenta que Domingo la víspera del viaje le preguntaba mil cosas sobre cómo debía comportase en la enfermedad para agradar a Dios, y si después de muerto podría seguir viendo el Oratorio, a sus compañeros y si podría visitarlos en alguna ocasión. Don Bosco trataba de animarle, consolarle con buenos consejos y recordarle que lo importante era hacer la voluntad de Dios. La mañana del día 1 asistió por última vez a la Eucaristía de Don Bosco y durante el resto de la mañana se fue despidiendo de todos sus educadores y compañeros. A las dos de la tarde subió Domingo con su padre al carruaje, se alejaron del Oratorio en dirección a Castelnuovo. Atrás dejaba Domingo su segundo y más querido hogar, en donde había estado feliz durante dos años y medio. BS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES

Experiencias Carlos David Marroquín Mena

Los ultimos dias En los últimos días que Domingo pasó en su casa, recibió la visita del párroco y estuvo charlando con él durante un buen rato. Después de despedirse, Domingo durmió durante una media hora. Luego despertó y dijo: –Papá –Aquí estoy, Domingo, ¿qué te ocurre? –Querido papá es la hora, toma mi libro de oraciones y lee. El padre hizo lo que Domingo le indicaba y con voz temblorosa fue leyendo las oraciones. Domingo repetía atenta y serenamente las invocaciones. Al cabo de un tiempo, como si despertara, dijo con voz clara y alegre dirigiéndose a sus padres, que estaban acompañados de otros vecinos: -No lloren: yo veo ya al Señor y a la Virgen que me esperan con los brazos abiertos. Y con estas palabras expiró tranquilamente. Eran las diez de la noche del lunes 9 de marzo de 1857. Domingo tenía 14 años y once meses. Al día siguiente, su padre escribió a Don Bosco comunicándole la muerte del hijo y los últimos momentos de su vida. Cuando llegó la noticia al Oratorio, todos la recibieron con sentido dolor. Don Bosco se lo comunicó a los chicos y les recomendó vivamente que lo tomaran como modelo.

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Conocido como El Brother. 35 años, salvadoreño. Trabaja como catequista del Colegio Santa Cecilia, de Santa Tecla, El Salvador. Animador de retiros espirituales de alumnos, educadores, personal administrativo y de servicios generales. Catequista para los sacramentos de iniciación. Coordinador de las reuniones del Consejo Educativo Pastoral del Colegio. Apoya los grupos juveniles en sus encuentros pastorales. Educador en la fe de alumnos de bachillerato.

La espiritualidad salesiana me ha proporcionado una vida rica en experiencias pastorales, las cuales han ido dando sentido de autenticidad a mi propia existencia. El Dios de Jesús se me revela a través del trabajo con los jóvenes. Mis experiencias pastorales me proporcionan, sobre todo, paz, alegría y fortaleza. En los años setenta fui oratoriano en el Instituto Ricaldone. Estudié en el Colegio Don Bosco. En 1985 ingresé al gru-

Rina Lucrecia García Aquino 32 años, guatemalteca, secretaria; encargada de la oficina de pastoral juvenil de la Parroquia La Divina Providencia; miembro del consejo nacional de Cooperadores Salesianos y Salesianas de Guatemala y miembro del consejo juvenil salesiano.

Conocí a Don Bosco un 18 y 19 de octubre de 1991, al vivir el Programa 21 de ESCOGE Ese fue el inicio de mi aventura salesiana. Empecé a asistir a

po Iglesia Joven y comencé como catequista del oratorio, en el Ricaldone. Ese mismo año comencé a colaborar en la animación de retiros espirituales en el Colegio Don Bosco. Fundé el grupo mariano. En 1993 me gradué como licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Don Bosco. Al año siguiente comencé a trabajar en el Colegio Santa Cecilia y me incorporé al equipo nacional de pastoral salesiana. Me siento llamado a compartir lo mejor que tengo. Me enriquezco al poder ofrecer el mensaje liberador de Jesucristo a los jóvenes. Existe en mí la capacidad y el deseo de vivir mi vida al servicio del Reino de Dios. Me siento lleno cuando guardo silencio y escucho a las personas que me abren su corazón. Contemplo con alegría el fruto de mi trabajo reflejado en actitudes cotidianas de los destinatarios. Sencillamente, me siento llamado a trabajar pastoralmente con las personas. las reuniones de grupo los sábados por la tarde y realmente aprendía algo nuevo cada vez. Fue importante para mí sentirme parte de un grupo y acercarme a Dios de una manera alegre y en un ambiente de familia, fortalecer los valores humanos y cristianos, descubrir que soy creación de Dios y descubrir el valor que cada uno tenemos en cuanto hijos e hijas del mismo Padre, llamados a ser hermanos. El primer salesiano que conocí fue el P. Enrique Morales, quien era enton-


SANTIDAD JUVENIL ces nuestro asesor espiritual; estaba siempre presente en nuestras reuniones amenizando con canciones y participando de las dinámicas con los jóvenes. Para mí era una novedad ver a un sacerdote activo y sobre todo que estuviera con los jóvenes participando de las actividades. Con el tiempo, a través de la formación que nos daban en el grupo, fui conociendo más a Don Bosco y sabiendo que para él lo más importante eran los jóvenes. Entonces comprendí por qué los Salesianos tienen ese carisma con los muchachos. Realmente me gustó.

Mariano Enrique Zepeda Figueroa 24 años, psicólogo. Trabaja en el Instituto Salesiano San Miguel, en Tegucigalpa, Honduras como asistente del encargado de pastoral. Asesor del Movimiento Juventud. Colaborador del Movimiento Juvenil Salesiano. Integrante del Encuentro de Jóvenes en el Espíritu.

Tengo 17 años de vida salesiana. Mis primeros recuerdos de la vida en la casa de Don Bosco se remontan a los funerales del querido padre Karl Nielsen, aun-

José Fabián Garro Aragón 27 años, exalumno salesiano del Técnico Don Bosco (Costa Rica), ingeniero en electrónica; profesor de electrónica en el Colegio Técnico Don Bosco y en la Universidad Central Costarricense; cofundador de Iglesia Joven en Costa Rica; encargado del ministerio de evangelización y catequesis del mismo grupo, integrante de la escuela nacional de formación de líderes salesianos.

Fue así cómo empecé a trabajar en el grupo y a servir en los retiros. En el grupo se realizaban momentos de formación y de espiritualidad. Compartíamos actividades con los demás grupos que formamos la comunidad juvenil. Con el tiempo empecé a comprometerme más y a ser parte de la directiva del mismo, a participar de las actividades del Movimiento Juvenil Salesiano, y ser parte del consejo nacional del MJS. Estas experiencias me han hecho vivir la espiritualidad juvenil salesiana y comprender lo que Dios quiere de mí.

En el año 2000 hice mi Promesa de Cooperadora Salesiana, gracias a la invitación que me hiciera el P. Sergio Checchi. Este salesiano ha sido una persona muy importante para mí en este camino y lo sigue siendo, ya que trabajamos juntos para los jóvenes en la comunidad juvenil. Creo que todo me ha ayudado a crecer y a madurar como persona, a conocer a Don Bosco, a la Familia Salesiana y a los jóvenes, que me hacen sentir la alegría de vivir en santidad.

que muy pobres, dado que entonces tenía apenas seis años.

Creo que a partir de esta año ha de comenzar una etapa nueva de mi labor en la obra de Don Bosco, ahora desde el ámbito profesional. Desde que inicié mi formación universitaria la enfoqué hacia el trabajo en mi querido colegio. Sea cual sea la función que uno realice dentro de una casa de Don Bosco, lo importante es hacerla con amor, pensado en los destinatarios de nuestra labor, hacerla como aquellos salesianos y laicos que nos ha precedido y los cuales han sido la fuente de inspiración para que nosotros tengamos el deseo de seguir con la obra.

Estudié en el Instituto San Miguel, en el que me sentí como en casa desde el principio. Como estudiante tomé parte en actividades que me influenciaron en el ámbito académico y en mi formación humana y cristiana. Al año de haber terminado mi estudio en el San Miguel, comencé a comencé a realizar algunos trabajos con el padre Rodolfo Guzmán, quien me introdujo al mundo del trabajo salesiano. Desde entonces fue creciendo mi interés por este tipo de actividad. Tuve mi primer encuentro con la espiritualidad salesiana en 1983. Mi abuelita me llevaba con frecuencia a la casa de las obras sociales de Sor María Romero, a dos cuadras del Colegio Técnico Don Bosco. De regreso a casa, pasábamos frente a una bella escultura de Don Bosco y Domingo Savio, que me inspiraba el deseo de convertirme en ese joven, que con tanto cariño miraba al sacerdote que le sonreía.

Es lo que me tiene aquí; y si Dios quiere seguiré al pie del cañón, bajo la guía de Don Bosco. Soy feliz por eso.

En una ocasión mi abuelita decidió entrar a la iglesia, en cuyo frente estaba la mencionada imagen. Nos recibió un sacerdote vestido como el de la escultura. Me tendió los brazos y me dijo que no tuviera miedo a la oscuridad de la noche, que Dios enviaba ángeles custodios para cuidarme. Hasta hoy no he podido averiguar el nombre de ese sacerdote; y tampoco he logrado explicar cómo conocía mi más grande miedo de la infancia La espiritualidad juvenil salesiana es para mí un desafío constante que me invita siempre con una sonrisa a transformar las condiciones que generan desigualdad y marginación; a ver con espeBS Don Bosco en Centroamérica

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TEMA DEL MES ranza y optimismo el sufrimiento humano desde la óptica de la cruz, que proclama una resurrección venidera a dicho sufrimiento. En 1993 recibí una hermosa lección. El P. José Coró era entonces nuestro consejero en el Colegio Técnico Don Bosco, yo cursaba mi quinto año y la sección a la que pertenecía se caracterizaba por sus constantes travesuras. Un día el grupo esperaba la vista del padre Coró para un castigo severo por una travesura mayúscula. Cuando el padre abrió la puerta del aula, todos hicimos un silencio sepulcral, esperando el gran regaño merecido. Para sorpresa de todos, de los labios del sacerdote salieron las siguien-

Ileana Núñez Tercera de cuatro hermanos. Padres católicos que están en movimientos católicos de adultos.

Ingresé al Movimiento Juvenil Salesiano en el Centro Juvenil Don Bosco de Managua, Nicaragua, cuando tenía 14 años, en EJE. Luego realicé la experiencia ESCOGE, que me ayudó a descubrir y desarrollar roles de animación y liderazgo. Mi interés por entregar parte de mi vida a una experiencia de entrega misionera inició en 1996. El año siguiente comencé mi trabajo pastoral en la misión salesiana en Darién, Panamá. Fue inolvidable e influyó grandemente en mi per-

tes palabras: “Queridos muchachos, hoy mi corazón está muy triste, pues mis preferidos no han correspondido al cariño que les tengo; lo que han hecho ha estado muy mal y me duele mucho”. Dio media vuelta y se marchó.

sado en las circunstancias más comunes de la vida, como por ejemplo un saludo. Muchos recordarán la forma tan especial con que algunos salesianos nos saludan cada vez que nos ven. Eso es una muestra sencilla de repartir a Dios en lo cotidiano.

Para nosotros esto fue peor que el peor de los castigos y significó nuestro cambio hacia la obediencia y el buen comportamiento, a sentir el amor que de nuestro consejero. A partir de ese momento nuestro grupo sería una de las mejores secciones del Instituto. “... No con golpes, sino con amor, Juanito...”

No olvido la dimensión mariana de nuestra espiritualidad juvenil salesiana: confianza plena en la ayuda materna de nuestra amada Madre en momentos de dificultad. “Basta un Avemaría con fe y devoción para que todo salga bien”.

Mi elemento preferido de la espiritualidad juvenil salesiana es el amor, expre-

Amar con pasión a Jesús Sacramentado es el más hermoso sello que la espiritualidad juvenil salesiana ha dejado en mi vida.

sona. Debí asumir una cultura nueva. Me impresionaron los valores de la gente: la hospitalidad sencilla, el ingenio creativo, la alegría de sus habitantes y la gran capacidad del sentir estético. El paisaje, la luz, el calor, la textura de las paredes de sus casas y los tonos de la piel de su gente: todo eso impactó mi alma. Al regresar, fui invitada a trabajar en la pastoral del Centro Juvenil Don Bosco, junto al personal educador de los Talleres de Capacitación. Las exigencias de este servicio me obligaron a profundizar mi formación personal. Me interesé en la promoción de valores humanos y cristianos en los grupos juveniles mediante encuentros formativos.

Promoví también la educación en la fe, con dimensión sacramental, con insistencia en la eucaristía. La formación que recibía me ayudó a descubrir el valor de la oración. Jesús fue y será mi camino, mi verdad. Aumentaba cada día mi capacidad de entrega. Algunos salesianos influyeron en mi maduración espiritual: P. Gerardo Hernández, Hermano Francisco Barrios, P. Miguel Giorgio. De ellos aprendí a apreciar el don de la vida y a servir. Subrayo tres elementos que considero básicos en el camino cristiano: oración, servicio y optimismo.

Don Bosco es un ‘educador santo’, se inspira en un modelo santo –Francisco de Sales-, es discípulo de un ‘maestro de vida espiritual santo’ –José Cafassoy entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo –Domingo Savio.. Juan Pablo II

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SANTIDAD JUVENIL SANTIDAD SALESIANA

Nuevos Beatos Salesianos El próximo 25 de abril serán beatificados en Roma tres miembros de la Familia Salesiana, sor Eusebia Palomino, española, Hija de María Auxiliadora, el P. Augusto Czartoryski, polaco, Salesiano de Don Bosco, y la Cooperadora Salesiana Alejandrina Ma. da Costa, portuguesa. También, debemos añadir la del Antiguo Alumno Alberto Marvelli, que está prevista para el mes de octubre Para la Familia Salesiana este acontecimiento es un estimulo a vivir la espiritualidad vivida por Don Bosco y que nuevamente esta demostrando que es un camino de santidad.

Sor Eusebia Palomino Yenes, fma (1899 – 1935) Nacida en Cantalpino (Salamanca), el 15 de diciembre de 1899, pasó una infancia pobre, pero radiante de luz y de fe, en la pobrísima casa en donde el padre, la madre y las hermanas alternaban el trabajo y la oración, en un clima de amor recíproco y de solícita caridad para todos. Desde muy joven, su vida se vio marcada por intensas jornadas de trabajo en favor de familias de su pueblo y, más tarde, también de la ciudad. Habiendo aprendido de su padre, con vivo interés, las primeras nociones del catecismo, le consintieron recibir el “Pan del Cielo”, a los nueve años. En esos momentos Eusebia vive en su interior algo grande e inefable: se ha encendido la llama de un intenso amor a Jesús Sacramentado, que le produce una felicidad inmensa en cada encuentro eucarístico. Este amor la lleva a vencer las dificultades y a superar el tierno afecto que siente por su familia, para consagrarse enteramente al Señor como Hija de María Auxiliadora (1924). Destinada a la casa de Valverde del Camino (diócesis de Huelva) se le confía la cocina y otras responsabilidades comunitarias, para las cua-

les se ofrece con su servicio amable y su alegre disponibilidad. En el Oratorio Festivo se encarga, con eficacia, de las niñas más pequeñas, aunque con frecuencia se ve rodeada de jóvenes e, incluso, de adultos, todos atraídos por su espíritu de oración y de fe convencida y que convence. Su deseo más profundo era “hacer resonar en cada casa la oración” y que en cada alma fuera honrada la Pasión del Señor.

Eusebia Palomino

Ella misma se hace propagandista incansable de la devoción a las Llagas del Señor a fin de obtener el perdón y la misericordia para todos los pecadores. En 1931, poco antes de la revolución, sor Eusebia se ofrece al Señor, víctima por la salvación de sus hermanos de España y del mundo. Durante tres años vivirá en medio de terribles sufrimientos en una creciente y alegre espera del paraíso, que culminará el 10 de febrero de 1933. Su cuerpo reposa en Valverde.

P. Augusto Czartorisky, sdb (1858-1893) Príncipe polaco, de sangre real, sintió el deseo de hacerse salesiano pobre. Y lo consiguió, a pesar de la oposición de su padre. Augusto nace en París el 2 de agosto de 1858, en el exilio, del príncipe La-

Augusto Czartorisky

dislao y de la princesa María Amparo, hija de la reina de España. A los 6 años, pierde a su madre. De los 10 a los 17 años, estudia en París y en Cracovia. Su preceptor, José Kalinowski, ejerció sobre él una notable influencia. Éste llevaba sobre sus espaldas diez años de trabajos forzados en Siberia; Llegó a ser religioso carmelitaBS Don Bosco en Centroamérica

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SANTIDAD SALESIANA no y ha sido canonizado por el Papa actual. Fue preceptor de Czartoryski sólo tres años, pero le dejó su huella. Entre tanto, la salud del príncipe se debilitó muchísimo: le acecha la tuberculosis. Su vida se convierte en un ir y venir continúo de una estación climática a otra. Aún siendo orientado por su padre a la carrera diplomática, siente en sí, fuertemente, la llamada a darse a Dios totalmente. Pero, ¿cómo lograrlo? Aparece entonces Don Bosco, acogido triunfalmente en París (1883). Al momento, Augusto ve las cosas claras: se irá con él a servir a los pobres. Con todo, Don Bosco se muestra prudente. El príncipe va a aconsejarse con León XIII: “Vete con Don Bosco”, le dice. Hechas las renuncias del caso, llega a Turín y, a los 29 años, se convierte en el más humilde de los novicios. Don Bosco, casi moribundo, le bendice el hábito talar. Inicia los estudios de filosofía. Pero muy pronto recae en la enfermedad. Se ocupa de él, solícitamente, el venerable Andrés Beltrami. Entre tanto Don Rua le permite estudiar teología y lo admite a diversas Órdenes eclesiásticas. Consagrado sacerdote en San Remo, el 2 de abril de 1892, su familia se encuentra, voluntariamente, ausente: habían hecho lo imposible para hacerle salir de la Congregación. Muere en Alassio el 19 de abril de 1893, Sábado de Pascua: “Qué Pascua más hermosa”, exclama. Tenía 35 años. Su cuerpo reposa actualmente en Przemysi (Polonia).

Alessandrina María Da Costa, ccss (1904-1955) Alessandrina nace el 3 de marzo de 1904 en Balasar (Portugal). Una pequeña labradora, llena de vida, divertida, afectuosa. A los 14 años salta de una ventana al jardín para preservar su pureza, de la pasión de un hombre que había penetrado en la casa. Cinco años más tarde, la herida le provocó una parálisis total: estuvo clavada en la cama durante más de 30 años, cuidada por su hermana mayor. Se ofrece como víctima a Cristo por la conversión de los pecadores y por la paz del mundo: “No pretendo otra cosa que dar gloria a Dios y salvarle muchas almas”. Durante cuatro años revive todos los viernes, durante tres horas, la pasión de Cristo. Pide y obtiene de Pío XII la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María (31 de octubre de 1942). Del 27 de marzo de 1942 hasta su muerte (13 años y 7 meses), no ingirió ninguna otra bebida ni alimento, fuera de la comunión diaria. El Señor quiso que su segundo director espiritual fuera un salesiano,

Don Humberto Pasquale- “mi cirineo en las horas más trágicas de mi vida” (1944-48) – quien recogió su precioso diario. Aceptó entonces hacerse Cooperadora Salesiana: “Me siento muy unida a los Salesianos y a los Cooperadores de todo el mundo. ¡Cuántas veces reafirmo mi testimonio de pertenencia y ofrezco mis sufrimientos, unida a todos ellos, por la salvación de la juventud! Amo a la Congregación. La quiero tanto y no la olvidaré jamás, ni en el tierra ni en el cielo”. Murió en Balasar el 13 de octubre de 1955, donde se encuentra su sepulcro y a donde acuden multitud de peregrinos.

Disponemos de un patrimonio muy rico y variado: partiendo de las figuras más conocidas, como las de Domingo Savio, Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá, pasando por la categoría de los mártires, como los cinco jóvenes polacos beatos, y llegando a las figuras con aureola como la Beata Teresa Braco, el Beato Piergiorgio Frassati y, dentro de poco, Alberto Marvelli; o sin aureola pero igualmente ejemplares, como D’Acquisto, Maffei, Devereux, Ocasion, Calò, Di Leo, Ribas, Adamo, Flores, Zamberletti, Blanco Pérkumas, De Koster, Cruz, Scalandri. P. Pascual Chávez

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El Espíritu Santo provoca la oración de alabanza Hugo Estrada Cuando el salmista David comienza uno de sus salmos diciendo: “Abre, Señor, mis labios y mi boca proclamará tu alabanza” (Sal 51, 7), está señalando algo básico con respecto a la oración de alabanza. Nosotros no tenemos una varita mágica para iniciar cuando queramos la oración de alabanza. Necesitamos que Dios “abra nuestros labios” por medio del Espíritu Santo para poder alabarlo. No basta la voluntad humana. Sólo Dios tiene la “llave” que nos permite alabarlo. Esa llave es el Espíritu Santo. Bien lo afirma san Pablo cuando nos revela que nosotros, por nuestra debilidad, no somos

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Cuando David dice, en el salmo 40: “Puso en mi boca un canto nuevo”, está reafirmando lo mismo: es Dios el que pone en nuestros labios la alabanza por medio del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo el encargado de provocar en nosotros la oración de alabanza, que le agrada sobremanera a Dios.

“Ruah” es el viento fuerte en movimiento, que indica la presencia del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo, el “dador de vida”, el que hace que las palabras congeladas en nuestro corazón sean calentadas y se conviertan en jubilosa alabanza. De esta manera, se realiza la promesa del Señor: “Yo haré entrar mi Espíritu en ustedes y vivirán” (Ez 37, 5). Por eso lo primero que debemos hacer, al intentar alabar a Dios, es invocar al Espíritu Santo para que caliente nuestro corazón y brote la oración de alabanza.

El profeta Jeremías cuenta su experiencia. El Señor le ordenó que les hablara a unos “huesos secos”. El profeta obedeció: los huesos comenzaron a moverse y a revestirse de carne. El Señor le indicó al profeta que le faltaba algo: tenía que invocar al “Ruah”, al Espíritu, para que “soplara” sobre los huesos secos. Cuando el profeta invocó al Espíritu, los huesos secos se convirtieron en el ejército del pueblo de Dios. (Ez 37, 1-11). En la Biblia, el

La fuerza del “Ruah” Pentecostés fue la manifestación arrolladora del Espíritu Santo, que llevó a los apóstoles y discípulos a una expresiva alabanza, tan efusiva y desbordante, que algunos llegaron a creer que los discípulos estaban pasados de copas de vino. La oración de alabanza, que provoca el Espíritu Santo, se ha comparado a una mística embriaguez. En Pentecostés, Pedro se vio en la obligación de explicar lo qué estaba suce-

capaces de decir ni siquiera: “Jesús es el Señor”, si no es por la acción del Espíritu Santo en nosotros (1 Cor 12,3).


MEDITACIÓN diendo. Se cumplía lo que había dicho el profeta Joel, que en los últimos tiempos el Espíritu Santo se derramaría abundantemente por medio de signos carismáticos. (Hch 2). Según San Agustín, los últimos tiempos se inician con la venida de Jesús; nadie sabe la fecha de su término. Una mujer samaritana le preguntó a Jesús que cuál era el lugar indicado para poder adorar a Dios. Jesús le dio una respuesta indiscutible; le dijo: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad” (Jn 4, 23). Los comentaristas de la Biblia escriben con mayúscula Espíritu, ya que, como señala Raymond Brown, aquí “no se refiere al espíritu del hombre, sino al Espíritu de Dios”. Jesús dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba... del interior del que crea en mi brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 39). San Juan explica que esos ríos de agua viva significan al Espíritu Santo. Esos ríos de agua viva denotan la vida abundante, que Jesús prometió a los que creyeran en él. Esa vida abundante se manifiesta por medio de la oración de alabanza, que exteriorizan los ríos de agua viva, que el Espíritu Santo hace brotar en los corazones. Escribe Raymond Brown: “El Espíritu eleva a los hombres por encima del suelo y de la carne y los capacita para adorar adecuadamente. En la casa de Isabel La Virgen María, que acababa de ser llenada del Espíritu santo, fue a visitar a su anciana prima Isabel. La sola presencia de Jesús en el seno de la Virgen María hizo que Isabel quedará también llena del Espíritu Santo. María, al ver las maravillas que Dios obraba, explotó en un bello himno de alabanza, que conocemos

con el nombre de Magnificat, que significa: “Mi alma alaba al Señor”. Al punto, Isabel también se unió al canto de María. Las dos mujeres formaron un dúo armónico en alabanza al Señor. Seguramente se pusieron a danzar, al estilo judío, como se acostumbraba en momentos jubilosos como el que estaban viviendo. Isabel, llena del Espíritu, le dijo a la Virgen María: “Bienaventurada tú, que has creído todo lo que se te ha dicho” (Lc 2, 45). Sin una fe fuerte

Un mudo que canta La mudez de Zacarías fue un largo desierto a través del cual el sacerdote se dio cuenta de que su fe era puramente intelectual. No del corazón. Su religión se había convertido en “ritualismo”. Le faltaba el gozo del Espíritu Santo. Cuando nació el hijo anunciado, Juan Bautista, Zacarías experimentó el amor de Dios por medio del Espíritu Santo. En ese momento se le soltó la lengua y comenzó a entonar uno de los preciosos himnos de alabanza de la Biblia, que, en latín se llama “Benedictus”, “Bendito”. Ahora, Zacarías ya no adoraba a Dios sólo con la mente; ahora tomaba parte también su corazón. El Espíritu Santo lo había llevado a cantar una bella alabanza con el corazón henchido de júbilo.

Es peligroso, que como Zacarías, seamos escrupulosos en cumplir con todas las normas litúrgicas, pero que lo hagamos sin la unción del Espíritu santo. San Pablo escribió. “Sí confiesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó, te salvarás. Porque cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios” (Rom 10, 9). Una fe puramente “intelectual” nos lleva, como a Zacarías, a una fría religión ritualista. Debemos invocar Creer con el corazón la presencia fuerte del Espíritu Santo para que nuestra oración no puede haber oración de alaban- no sea ritualista, sino se exprese en za. Mientras María e Isabel desbor- jubilosa oración de alabanza. daban en alabanzas a Dios, el esposo de Isabel, Zacarías, permanecía La Virgen María, llena del Espíritu mudo. No podía unirse al dúo de Santo, dijo: “Mi alma alaba al Sealabanza de las dos mujeres. Zaca- ñor y mi espíritu se alegra en Dios rías estaba pasando por una crisis mi Salvador” (Lc 1.47). María alaba espiritual. Por medio de un ángel, a su salvador, a quien lleva en su el Señor le había anunciado que su seno. Glorifica a Jesús. Isabel, llena estéril esposa iba a tener un hijo. del Espíritu Santo, le dice a María: Zacarías no logró creer en la buena “Bendita tú entre todas las mujeres noticia que, de parte de Dios, le traía y bendito el fruto de tu vientre” (Lc el ángel. Alegó que su esposa era 1,42). El Espíritu Santo mueve a Isaya muy anciana. Que ya no era po- bel a alabar el “bendito fruto del sible. Debido a su falta de fe, el án- vientre de María”. Isabel es llevada gel le indicó que iba a quedar mudo por el Espíritu santo a glorificar a (Lc 2,20) Jesús. BS Don Bosco en Centroamérica

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