Boletín Salesiano Julio y Agosto 2021

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Suicidio

Dios no hace basura Por Khal

“Ya no quiero estar vivo, me quiero morir, ¡me quiero morir!” Estas palabras empezaron hacer eco en mi mente desde pequeño. Soy el ultimo hijo de seis hermanos. Mi mamá nos inculcó los valores cristianos.

D

esde kínder hasta bachillerato estudié en un colegio salesiano para varones. Mis días transcurrían así: por las mañanas asistía a clases y por la tarde la pasaba en casa dedicado a las tareas y juegos; la noche era para compartir en familia o salir a la calle a jugar con los vecinos. Mis padres trabajaban y casi no estaban en casa. Algunos días estaba con mis hermanos; otros la pasaba solo. Considero mi adolescencia como una época mala. Empecé a encerrarme en mí mismo; me aislé de mi familia; pasaba deprimido; me sentía una basura y decidí que lo mejor era quitarme la vida. Sentía tanto dolor y desesperación que una vez tomé un cuchillo, decidido a cortarme las venas. Según yo, era la solución a todo, no me importaba nada, todo había perdido valor. Al final, me acobardé y solo me hice una herida en la mano. También pensé en tirarme de lo alto de la casa. Cruzaba la calle sin mirar a los lados, esperando que me atropellara un carro. Sentía que no había solución. Toqué fondo.

Empecé a encerrarme en mí mismo; me aislé de mi familia; pasaba deprimido

A los nueve años, fui abusado por un vecino al que todos en mi familia consideraban un amigo. Sus palabras “no se lo digas a nadie”, “es nuestro secreto”, “te voy a lastimar” causaron el suficiente miedo para no buscar ayuda. Esa situación duró casi un año. Intenté llamar la atención, pero nunca pude hablar con mis padres o con alguien más. Empecé a tenerle miedo a las personas. Con el tiempo, nos mudamos de casa. Las cosas empeoaron en mi adolescencia. En mi mente había caos, no sabía quién era yo, confundí mi identidad como persona. Recuerdo que, en las clases, mis compañeros comentaban las sensaciones y experiencias que sentían al ver una mujer, cómo les excitaba. Yo me sentía diferente, empecé a sentir admiración por mis compañeros, lo que hacía sentirme una basura, alguien que no merecía vivir. Intenté llenar mi vacío interior con fumar, comer en exceso, andar buscando pleitos. Así, me convertí en una persona agresiva, sin amigos.

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica

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