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ÉTICA
La soledad del avaro Sabino Frigato sdb
Cuando “soy lo que poseo”... La avaricia es uno de los grandes pecados del hombre; es el objetivo y el tormento del avaro, pero no sólo eso. Con demasiada frecuencia, los Estados también son tacaños. Las consecuencias de este mal son inquietantes.
U
n joven pide entrar en un monasterio. El Maestro le pregunta: “Si tuvieras tres monedas de oro, ¿las darías a los pobres?”. El joven respondió sin dudar: “Sí, Padre, de todo corazón”. Y el Maestro de nuevo: “¿Y si tuviera tres monedas de plata?”. “¡Por supuesto! Con mucho gusto”. “¿Y si tuviera tres monedas de cobre?” De nuevo la respuesta llega sin dudar: “No, padre”. “¿Por qué?” “¡Porque las tengo!” Las personas tacañas tienen un rasgo de obsesión con lo que poseen,
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especialmente con el dinero. El suyo es un deseo que nunca se satisface. Son como el mar: aunque recibe un gran número de ríos nunca se llena. El avaro sólo tiene un deseo: acumular. Es el propósito y el tormento de su vida y la de los demás. No es casualidad que San Pablo escribiera a su amigo Timoteo que la avaricia es la “raíz de todos los males” (I Tim 6,10). De hecho, el avaro distorsiona la evidencia de las cosas: confunde los medios, lo que posee, con el fin.
Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
¿Por qué uno se vuelve avaricioso? El sarcástico Voltaire solía decir que la avaricia es el resultado de un intelecto estrecho típico de los ancianos. Ciertamente, el avance de la edad puede crear temores ansiosos y llevarnos a un ahorro excesivo, incluso obsesivo. San Bernardo observó con agudeza que la avaricia es una forma continua de vivir en la miseria por miedo a la miseria. Entonces, ¿es avaro el que ahorra hoy para mañana? No. Pensar en el futuro es de sabios. Lo insensato, en cambio, es vivir para ahorrar y acumular aun a costa de encontrarse inmerso en una triste soledad, aislado de la vida. A pesar de ello, el avaro puede disfrutar de su dinero y sus posesiones. Eso es muy cierto. Sin embargo, es