Antinomias y distinciones

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Antinomias y Distinciones: Diccionario



Antinomias y Distinciones: Diccionario

Patricio H. Randle

Universidad AutĂłnoma de Guadalajara Guadalajara, Jalisco, MĂŠxico


Coordinación de edición y diseño de portada Miguel Ángel Limón Ornelas Coordinación de producción Eduardo Miranda Ortega Corrección Ana Silvia Madrigal López María Luisa Rolón Velazquez María Felix Lozano Vidal Diseño de interiores Alejandra González Razo Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier forma, ya sea mecánica, eléctrica, electrónica u otro medio de almacenamiento de información, sin la autorización previa por escrito del editor. © Copyright Derechos Reservados Julio de 2008 folia universitaria Universidad Autónoma de Guadalajara Avenida Patria 1201 Colonia Lomas del Valle Código Postal 45129 Guadalajara, Jalisco, México Teléfono (0133) 3648 8824 ext. 32654 folia@uag.mx www.folia.uag.mx Impreso en México Printed in Mexico


Dedicatoria “A mi hija Verónica, Carmelita Descalza, que supera todas las antinomias sub specie aeternitatis”



Contenido A modo de comentario general ........................................... 9 Introducción

.................................................................. 11

Capítulo I

Filosóficas ................................................... 21

Capítulo II

Religiosas ................................................... 111

Capítulo III

Tecnocientíficas ....................................... 211

Capítulo IV

Políticas, económicas y sociales ............ 245

Capítulo V

Médicas y de biología humana .............. 345

Capítulo VI

Miscelánea, donde están reunidas las de uso coloquial ................. 393



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A modo de comentario general El lenguaje de nuestro tiempo está empobrecido, dialectizado, simplificado o complicado artificialmente. Se habla de nuestra sociedad como de una nueva Babel donde impera, cada vez más, la confusión de las lenguas. Las palabras humanas parecen más voces y no verdaderas palabras porque transmiten estados de ánimo pero no llevan a las cosas por la pérdida de su condición de símbolos. Son meras señales entre grupos. Este “Diccionario de antinomias y distinciones” contribuye a recuperar el lenguaje. Las antinomias pueden ser de distinto tipo. A veces se refieren a contrarios, otras a contradictorios, pero también las hay introducidas artificialmente por motivos puramente ideológicos. En todo caso otras situaciones confusas resultan de la falta de distinción entre cosas que no son ni contrarias, ni contradictorias, ni oposiciones artificiales y que quedan homologadas por un lenguaje impreciso al servicio de un pensamiento débil como, por ejemplo, usar indistintamente asceta por místico o encíclica por bula. El remedio contra la confusión es la distinción. A eso se aplica este Diccionario porque no sólo confunde el que adrede introduce oposiciones dialécticas para crear y agudizar conflictos sino también quien compatibiliza los contradictorios.


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Decía Castellani: “El que pone una vela a Dios le pone una vela a Dios. El que le pone una vela al diablo le enciende una vela al diablo. Pero quien le pone una a Dios y otra al diablo le pone dos al diablo”. Esta obra le pone dos exorcismos al diablo: el de la erudición que disipa la ignorancia y el de la distinción que disipa el error. Rafael Breide Obeid


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Introducción Qui bene distinguit, bene docet ¿Por qué ocuparse de las antinomias? Porque para las definiciones, las acepciones, ya existen los diccionarios comunes. Porque a través de las antinomias, de los conceptos opuestos, se perfecciona la comprensión de los términos. Porque las antinomias ayudan a distinguir y, como dice un viejo adagio latino: Qui bene distinguit, bene docet, o sea, quien distingue bien, enseña bien. El objetivo de este diccionario no es hacer juegos de palabras, buscar antinomias como entretenimiento, sino contribuir a alcanzar el máximo de precisión en materia semántica, aclarar significados que, a veces, se presentan borrosos, confusos y hasta contradictorios. Dice Roberto Brie en “Los hábitos del pensamiento riguroso”, que la distinción es una de las operaciones más naturales y espontáneas del entendimiento, por la cual separa una cosa de la otra que en el orden real no están separadas. Gracias a esta operación, el entendimiento avanza en el conocimiento del mundo, del yo, de la historia, de la naturaleza, de la materia o de Dios. Para un lector desprevenido todavía hace falta otra explicación. Antes que nada qué es una antinomia. El diccionario de la Real Academia dice: contradicción entre dos preceptos racionales, algo que se parece a antónimo: palabras


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que expresan ideas opuestas o contrarias. Aunque en las antinomias puede tratarse también de palabras contradictorias. Lo principal, en este caso, es que las antinomias han sido elegidas casi como un pretexto para hacer las correspondientes distinciones, para contribuir a una mejor comprensión del concepto. Éste y ningún otro sentido ulterior tiene el haber escogido el término antinomia. No se nos escapa que tal vez debamos anticipar la distinción entre contrario y contradictorio. En el primer caso se trata simplemente de opuestos dentro del mismo género, mientras que en el segundo se trata de conceptos excluyentes uno del otro sin que haya término medio posible. Filosóficamente, la antinomia se entiende como una contradicción entre dos aserciones relativas a un mismo caso, o entre dos principios racionales. Según Ferrater Mora se dice que hay antinomia cuando una proposición resulta, a la vez, verdadera y falsa, la versión kantiana de la cuestión expresada como antinomias de la razón. Ciertamente éste no es nuestro caso ya que aquél se acerca más a lo propio de la paradoja, sin negar a ésta su valor didáctico. Como veremos, hay antinomias de toda laya: en algunos casos se trata de simples antónimos (tesis-antítesis), en otros de diferencias sustanciales, frecuentemente inadvertidas (sociedad-comunidad), a veces consisten en conceptos complementarios (ortodoxia-ortopraxis), no poco frecuentemente de ideas confusas (verdad-exactitud) y usualmente de matices que exigen una distinción sutil (legítimo-legal). Si la dialéctica fue tradicionalmente, desde la Grecia antigua hasta los escolásticos, el arte de la discusión por vía del diálogo, a partir de Hegel se reducirá al razonamiento que parte de los contrarios.


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Los contrarios se subordinarán así a los elementos de una dialéctica puramente crítica; se referirán más al método que a la realidad. Y por este camino se llegará a la mal llamada dialéctica marxista (que fue más bien obra de Engels) que en síntesis consiste en un método de pensamiento divergente del metafísico. Los marxistas tomaron de la dialéctica clásica nada más que el aspecto operacional: en todo error hay necesariamente una contradicción; si se logra detectarla el argumento se desploma. El Libro Rojo de Mao Tse-tung se dedica a ilustrar a los camaradas acerca de cómo encarar las contradicciones y las cuestiones controvertidas y dice que el único camino para resolverlas es mediante el método democrático (sic), el método de la discusión, de la crítica, de la persuasión y de la educación, pero no el método de la coerción o la represión. Sabido es que el pensamiento marxista lleva a extremos la dialéctica que, con moderación, es simplemente el diálogo. Ahora bien, páginas antes, Mao aclara que nuestro Estado es una dictadura democrática del pueblo, dirigido por la clase trabajadora y basada en la alianza de obreros y paisanos (no de obreros y patronos) y su primera función es suprimir las clases reaccionarias. He aquí cómo trata las antinomias el marxismo y cómo las resuelve democráticamente, suprimiendo uno de los términos. Esta exposición de antinomias no tiene por objeto demostrar que de la contradicción de opuestos surge una superación de su síntesis –aun en el caso de que sea factible–; no se alcanza la integridad ni la coherencia de la verdad, ni la unidad ontológica. Por lo demás, no es lógico pensar que todas las antinomias son semejantes. Las hay contrapuestas, contradicto-


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rias y meramente disímiles y, su síntesis, a menudo las descalifica una a una. Se necesita estar imbuido de racionalismo para creer que los términos antinómicos se pueden manipular como piezas de un mecanismo. Del blanco y del negro surge sólo el gris que, en mayor o en menor medida, es una distorsión de ambos términos, no una síntesis hegeliana. Hay opuestos, por demás equívocos, ninguno de los cuales es verdadero o falso, sino meramente distintos. El propósito de este glosario no es llegar a la síntesis –entre la tesis y la antítesis– sino simplemente contribuir a definir mejor cada término; se trata de una gimnasia intelectual, un ejercicio dialéctico pero no un simple método para alcanzar la verdad, ni siquiera por aproximación. Pero el lector desprevenido insistirá: ¿antinomias, para qué? Y le responderemos: 1. para precisar mejor el significado de las palabras, de los conceptos que encierran, pues confrontadas con sus opuestos se terminan de definir mejor, 2. porque el uso común nos habitúa a no preguntarnos por el sentido exacto de las palabras, pero al aparecer, confrontadas con las opuestas, nos obliga a repensarlas, 3. porque siempre hay matices que no se ponen en evidencia sino en determinados contextos. Ciertamente hay dos clases de lectores: los que, en el mejor de los casos, con espíritu práctico, se conforman con descubrir a grandes rasgos las antinomias y los que se regodean buscando la perfección semántica. Para apreciar in toto este diccionario ayudará aproximarse a él con espíritu inquisidor, incluso ingenuo y en cierto modo perplejo y, mejor aún, con predisposición filosófica.


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Sólo quien tenga alguna inquietud por el sentido preciso de los conceptos que encierran las palabras aprovechará su lectura. Una actitud sobradora (blasé en francés) conspirará con el fruto que pueda desprenderse de aquella. La semántica no es para el lector apurado, suficiente, pragmático, satisfecho con lo que ya sabe. Ni para los cínicos –políticos o “formadores” de opinión– a quienes no les importa la verdad del logos sino lo que el vulgo cree que significan las palabras, devaluadas, manipuladas, prostituidas que como moneda falsa pasa de mano en mano. Pero para quien conserva el gusto por la reflexión, por volver a pensar lo ya sabido y saborearlo, resultará una lectura atractiva. Tal vez no sea tan útil como bueno y, en cualquier caso, conviene acercarse con ese espíritu: no tanto en pos de una herramienta utilitaria sino de un pretexto especulativo. Es verdad que en la vida se puede avanzar sin conocer con exactitud el significado de las palabras y sin hacerse problema por ello. E, incluso, una vez averiguado, no sentirse inclinado a formular más preguntas, ni albergar curiosidad por descubrir matices. A gente así, el planteo de las antinomias debe parecer ingenuo y hasta tonto. Este libro no está escrito para ellos sino para mentes agudas, inquietas, con preocupaciones teóricas y no meros intereses prácticos. Por supuesto que ellos pueden prescindir de estas antinomias pero también perderán el placer de regodearse con las sutilezas, las contradicciones, los misterios del lenguaje sin los cuales comunicarse con el prójimo no será demasiado diferente a la relación que se establece con los animales domésticos. Por tanto, este diccionario no es para personas que se creen muy listas. Invita a la reflexión aun sobre términos triviales y con mayor razón sobre los que involucran un


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contenido filosófico, los cuales no podrían agotarse en unas pocas frases aunque sí despertar el interés por sus profundidades. ¿Hará falta decir que la palabra, el lenguaje, es el vehículo insustituible para la comprensión del universo y el entendimiento entre los hombres? Claro está que, por eso mismo, presenta un doble filo cuando se extravían los significados. No en vano cuenta el Génesis que Dios para disuadir a los constructores de la torre de Babel –proyecto materialista de edificar una ciudad utópica que alcance el cielo– no encontró mejor medio que confundir el lenguaje de los hombres. Pero si la diferencia de idiomas contribuye a la confusión –mitigada por las buenas traducciones– más grave es aún la confusión que se genera dentro de una misma lengua cuando no hay acuerdo sobre el mismo significado de las palabras: Babel de una sola lengua, hoy bastante corriente. El uso y el abuso del lenguaje, sea por desaprensión o por frivolidad o por ignorancia, se agrava por el efecto multiplicador de los medios de difusión. Sin duda alguna es mejor hablar poco, con precisión, que servirse del efecto multiplicador de los instrumentos de comunicación sin afinar el sentido de las palabras. Así como se ha dicho que los niños hoy aprenden más fuera de la escuela que dentro de ella, la publicidad con sus eslóganes, sus acertijos verbales, van insensiblemente contribuyendo a forjar un lenguaje impreciso, caprichoso, estúpido, empobrecido, que alimenta la confusión, para no hablar de la proliferación de palabras soeces. Este fenómeno nuevo, iniciado por los adolescentes pero seguido por los adultos, es la expresión de la ley del menor esfuerzo en


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el habla, de la desaprensión en el lenguaje que retroalimenta la mente con una total carencia de rigor. ¿No se ha dicho que así como hables terminarás pensando? Curiosamente, el primer diccionario, contra lo que se podría suponer, no estaba ordenado alfabéticamente sino por grupos de palabras afines a un tema. Fue obra de un erudito inglés a principios del siglo XIII –John Garland– y consistía en palabras en latín para ser aprendidas de memoria. De donde llamar diccionario a esta colección de antinomias no es inapropiado. Su ordenamiento alfabético responde a un motivo eminentemente práctico habiendo optado por cualquiera de los dos términos de la antinomia. Jacques Maritain subtituló uno de los capítulos de Los grados del saber así: distinguir para unir, agregando luego: nadie conoce verdaderamente la unidad si no conoce la distinción. Y, en efecto, este diccionario no tiene por fin ningún propósito disociativo. No busca resaltar las oposiciones como Hegel (y luego Marx) para alentar la discusión agonal –la discusión como conflicto– sino un propósito netamente constructivo, positivo, como es el perfeccionamiento de la identidad de cada término, la búsqueda de las esencias. Lejos de nosotros el creer que las ideas puras permanecen perfectamente claras y separadas en el cielo platónico. Por el contrario, en la realidad concreta las ideas puras están mezcladas y, a la vez, muy unidas. El análisis no puede quedarse en la separación de las ideas sino que exige una síntesis. El pensamiento disocia, pero sólo por método, y después une. Y esa es la meta final de este glosario: distinguir para comprender mejor.


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Escribe Emilio Komar que en filosofía las comparaciones son odiosas y no se recomiendan. Sin embargo, a veces, hay que hacerlas a nivel de muy baja didáctica. No nos ofenderemos si algún lector nos acusa de estar haciendo filosofía de muy bajo nivel por una cuestión didáctica. Si realmente logramos hacernos entender y despertar un interés genuino por cuestiones esenciales de alto nivel nos daremos por satisfechos. Más allá de las antinomias tipificadas en capítulos definidos por antinomias y distinciones adjetivadas: filosóficas-religiosas-científicas y técnicas-políticas, económicas y sociales-médicas y de biología humana, hemos creído agregar un sexto que bajo el título de “miscelánea” reúne palabras de uso corriente que necesitan ser repensadas. En esta sección aparecen conceptos de variada índole que no entran en las categorías anteriores. No obstante, se han obviado antónimos corrientes para preferir conceptos antinómicos o pares polares que exigen distinciones ya que hay antónimos que no las merecen. El resultado es necesariamente desparejo pues en algunos casos se trata de conceptos triviales y en otros en cambio son difíciles de clarificar. Muchas veces no es que se ignore lo esencial del concepto, sino que, tal vez, no se lo tenga presente habitualmente y al ser confrontado con su antinomia revele algunos aspectos o matices que permiten perfeccionar su comprensión.


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Cómo usar este diccionario No intentar leerlo de corrido. Seleccionar términos que interesan ser definidos más allá de las acepciones dadas en los diccionarios corrientes. Buscar refinar conceptos mediante su distinción del antónimo o de otro afín, equívoco o similar. No dar por supuesto sino desconfiar el sentido que se suele dar a las palabras vulgarmente. Saborear los matices que aparecen cuando un término se lo confronta con otros opuestos o afines. No deducir que cada antinomia por ser explicitada agota el tema. Por el contrario, aceptar la invitación a profundizar el sentido de las palabras. Recordar que no se trata de un libro de recetas a ser aplicadas, sino un estímulo para repensar o pensar libremente. Quien no experimente el goce intelectual de indagar sobre lo desconocido tanto como reflexionar sobre “lo sabido”, perderá el sentido fundamental de la obra. Recordar que nunca se intenta dar la palabra final, sino servir de estímulo para la reflexión posterior.



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