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Descripción del Convento de S. Francisco
do que persona alguna había denunciado al Gobierno violencia semejante.
El 11 de Enero de 187.5, para evitar, tal vez, la expatriación voluntaria de tantas jóvenes mexicanas, se dispuso cpie la primera autoridad política, de cada, lugar, residencia de las Hermanas, visitase, â éstas para, inquirir de cada una, separadamente, su libre voluntad, ya para permanecer en el país, ya para alejarse de él, á lo (pie la ley no las obligaba. El resultado de estas diligencias produjo el convencimiento pleno, de que en su totalidad las Hermanas vestían el hábito de las hijas de San Vicente; de Paul en virtud de su libre albedrío y que su voluntad era la de abandonar el país, como lo efectuaron á poco tiempo.
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En fines de Enero de 1875 se hicieron á la mar, en Veracruz, abordo del vapor "Louisiane," 144 mexicanas, 8 francesas y 7 españolas.
En Febrero se embarcaron en el vapor "Ville de Brest" 87 mexicanas y 24 extranjeras.
Otras muchas SÍ; hicieron á la mar en Mazatlán con dirección á San Francisco California.
Según datos publicados oportunamente por el señor Licenciado Don Diego Alvarez de la Cuadra, de las 410 Hermanas existentes en el país, en Diciembre de 1874, eran mexicanas trescientas cincuenta y cinco.
He dado una breve relación histórica de las Hermanas de la Caridad en México, sin comentar la ley que suprimió la Institución y que sólo por necesidad he mencionado. Si fué impolítica ó una exigencia por razón de Estado, no es á mí, ciertamente, ni á tal ó cual partido, á quienes toca hoy dar la debida solución, sino más tarde á la Historia, la que, libre de pasiones, coloca á los hombres y los hechos en el lugar que les corresponde. Declaro, sí, que conforme á los impulsos de nd conciencia, tiene que serme simpática la resolución de Don Benito Juárez y no la del señor Lerdo, y que deploro que la Caridad, por exigencias políticas, no haya, servido de salvaguardia á las que la ejercían, quienes en pago de su abnegación sin límites, viéronse condenadas á morir en el ostracismo.
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C A P I T U LO II
CONVENTOS DE RELIGIOSOS
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CONVENTO DE SAN FRANCISCO.
J¡ mi querido amigo Juan de I)¡os feza.
DESCRIPCIÓN DEL CONVENTO.
O me, sería posible describir el extenso Convento de, San Francisco, sino trayendo á la memoria las impresiones que recibí cuando, siendo niño, lo visité por primera vez. En mis ratos de esparcimiento, que eran aquellos en que rara vez piídulm rciuido, asustado por las largas y difíciles lecciones señaladas en la escuela, dábame por paseante á la ventura, y unas veces me dirigía al campo para admirar las obras de la Naturaleza, y otras, me introducía á los conventos y edificios públicos para satisfacer mi curiosidad y descubrir lo que ignoraba. Una de esas ocasiones, que, repito en desagravio de mis faltas, fueron pocas, dirigí mis pasos hacia el Convento de San Francisco. Entré por la puerta de Letrán en su anchuroso atrio, limitado por templos y capillas y fuíme en derechura á un extenso pórtico que á nú diestra se hallaba (véase el grabado). Ese pórtico, convertido hoy en almacén ó depósito de fierro, presentábase con su esbelta arquería despejada, y sustentando espaciosas galerías, cuyas ventanas se hallaban simétricamente repartidas y concordantes con los arcos del piso inferior. Las paredes interiores del claustro se hallaban adornadas con grandes lienzos pintados al óleo que representaban los actos principales de la vida de San Sebastián de Aparicio. Entretúveme, un tanto, repasando las leyendas que acompañaban á los cuadros, y penetré, al fin, en el convento cuyos umbrales traspasé en los momentos en (pue varios legos repartían á muchos pobres, hombres, mujeres y niños, sopa y puchero que extraían con cucharones, de dos altos peroles, remitidos oportunamente, según costumbre, por los cocineros del
convento. Además, enviábanse á familias pobres en portaviandas, alimentos. *
Hálleme en una pieza espaciosa, de techo elevado y de escasa luz, á pesar de la cual mi vista perspicaz piído distinguir un gran lienzo pintado que arriba de la puerta se hallaba. Representaba un San Cristóbal de proporciones colosales, en actitud de pasar un río, apoyándose en un troco de árbol á guisa de bastón y llevando sobre sus hombros al niño Jesús que sustentaba al mundo entre sus manos. A mi contraste que formaba con el aspecto lóbrego de la portería. Como mariposa volé en el acto hacia aquel resplandeciente foco y pude admirar la hermosa perspectiva que ofrecían los elegantes claustro y sobre claustro que limitaban el patio y estaban formados por arcadas sustentadas por columnas dóricas, las del primero, y corintias, corolíticas ó festoneadas las del segundo.
Los muros interiores de ambos claustros estaban adornados con grandes cuadros, debi-
ATRIO DE S/ FRANC l'SCO.
derecha estaba la gran escalera, que conducía al piso superior del edificio, y á mi frente un gran arco que servía do entrada al patio del claustro principal, el cual se ofrecía á mi vista inundado todo de luz y más brillante por el
* Cuando publiqué por primera vez este artículo (lijóme un amigo que los religiosos, con esa práctica de repartir alimentos daban pávulo á la vagancia. La crítica no tenía razón de ser, pues cuantas veces fijé mi atención en tales prácticas advertí que á quienes se atendía con el nocorro, eran ancianos y personas enfermas verdaderamente necesitadas. dos al delicado pincel de Baltasar de Echave, y representaban las principales escenas de la vida de San Francisco de Asís, explicadas en escudos sostenidos por ángeles, también pintados. Todas las leí y quedé instruido de las grandes virtudes que adornaron á tan gran Santo. Hoy estos claustros, despojados de sus pinturas y adornos, han sido transformados en templo protestante. Como mi interés del momento no era el de visitar el templo, sólo eché un vistazo á la an-
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Esquina de Zuieta.
Capilla de S. Antonio.
Celdas en la parte alta
Puerta del jardín.
Cuartel.
Capilla del Señor de
Burgos.
Portada principal.
Casa del Capellán. i* calle de S. Francisco
Capilla del Tercer Orden.
Plazuela Guardiola.
Casa de los Azulejos. tesacristía, cuya entrada se hallaba en el ángulo Noreste del patio, y sólo atrajo mi atención tin sepulcro que existía en la pieza pequeña, medianera entre dicho departamento y el tenqjlo. Esa tumba era la del glorioso misionero y apóstol de la caridad, el Venerable Fray Antonio Margil de Jesús, cuya fama era entonces para mí enteramente desconocida.
Retrocedí por la parte septentrional del claustro á la portería, y enqjrendí por la escalera que al principio mencioné, el ascenso al piso superior del convento. La escalera era de tres ramas : una que subía por el centro á un descanso, frente del cual se abría la puerta de la calcilla del noviciado y las otras dos laterales que arrancaban de ese descanso y terminaban eii el piso superior. Las paredes estaban adornadas con grandes cuadros, que representaban diversos pasajes de la vida de San Buenaventura, y el techo era de artesón dorado con figuras de relieve que simbolizaban las virtudes, coronadas por el Espíritu Santo.
Frente al descanso había una buena pintura, que representaba al Patriarca San José, y estaba avaluada en $3,000.
Llegado que hube al piso superior, presénteseme el camino que debía seguir para internarme en el convento, y era el indicado por la puerta que se hallaba hacia el Oriente y conducía al sobre claustro, precedido por dos espaciosas galerías, que constituían, la de la derecha, la Sala Capitular y la de la izquierda el antecoro. La puerta de éste estaba formada de cuatro pilastras dóricas, de las cuales las dos mayores y más apartadas sostenían el comizamento con el frontón partido para dar lugar á la colocación de una cruz de piedra, y á los lados de ésta, á dos bolas de coronamiento, y las dos menores empotradas en el grueso del muro, que sostenían machotes angulares, sobre los que descansaba el dintel, sustituyendo las curvas de un arco por líneas rectas. Las pilastras y moldura estaban pintadas de verde esmalte y los adornos, de estilo del renacimiento, dorados, decoración que producía un buen efecto. Como la puerta estaba cerrada y mi intención, además, era dejar para otra ocasión mi visita al templo y á todo lo que á él pertenecía, recorrí la Sala Capitular y penetré por su puerta del fondo en los claustros interiores, nombre que también se daba á esos largos y estrechos pasadizos, que recibían es-
casa luz por claraboyas abiertas en las paredes medianeras de algún patio ó por lumbreras practicadas en el techo, á grandes distancias, los cuales pasadizos ó galerías daban entrada, por uno y otro lado, á las celdas de los Padres y ponían en comunicación los diversos departamentos del convento. Las puertas de las celdas eran bajas, y estrechas, de jambaje desnudo y sobre las cuales se veía algún cuadro con la efigie de un santo ó de algún sacerdote ilustre.
El claustro en que me hallaba pertenecía al noviciado, cuyas celdas por la parte del Sur caían al jardín, y por la del Norte, á dos pa-
PUERTA DEL CORO DE SAN FRANCISCO.
tios simétricamente situados á uno y otro lado de otro pasillo que formaba ángulo recto con el anterior. Por éste continué mi exploración y pronto me encontré en una espaciosa galería abierta por la parte de los dos referidos patios que la inundaban de luz, y cerrada enteramente por el Norte por un extenso muro en el que no había otro hueco que el de una gran puerta de medio punto, con enrejado de madera, que hacia el centro de él se hallaba. Acerquéme á dicha puerta y dirigí por entre las barras de la reja, mis investigadoras miraradas, y con asombro descubrí una inmensa biblioteca, muy rica, según supe después, en obras históricas y en manuscritos. Dicha biblioteca se hallaba sobre aquel claustro exterior que guió mis pasos á la portería, y del cual hice mención.
Largo tiempo permanecí allí contemplando aquellas riquezas literarias acumuladas por los franciscanos durante largos años, y cuando hube satisfecho mi curiosidad, proseguí mi interrumpida visita por lo largo de esa galería, al término de la cual, hacia el Poniente, di con el claustro que en dirección de Norte á Sur, formaba el alero occidental del convento, dando las ventanas de sus celdas, unas al jardín y otras á la calle de San Juan de Letrán. Al empezar á recorrerla me encontré primero una gran escalera de tres tramos que descendía al piso inferior, y después muchas celdas; más como iba haciéndose tarde, no me detuve más y apresuré mis pasos hacia el lejano término de la galería ó sea la capilla de San Antonio, situada en la esquina de Zuleta y San J u an de Letrán. Hallábame en el departamento del Coristado, cuya era esa capilla que hoy perteneca al Hotel del Jardín, hallándose en los bajos de ella establecidos juegos de billar.
Esa Capilla me recordó una antigua conseja que poco antes me había referido un religioso. Cierto lego en los momentos de atizar una lámpara que estaba á su cuidado, y que en aquélla continuamente ardía, vio cerca de la luz un brazo con su correspondiente mano, la que tenía entre sus dedos una carta. El lego se apresuró, sin pérdida de momento, á dar cuenta al Provincial de un hecho tan extraor» dinario, y á poco se oyó sonar la campana que llamaba á reunión, y los religiosos acudieron á la Sala Capitular en la que instruidos de lo que acontecía, resolvieron, después de una corta deliberación, dirigirse á la Capilla. Ya en ésta y en presencia del brazo aquél, que no abandonaba su primitiva posición, todos fueron acercándose á él, de uno en uno, empezando por el Provincial y terminando por el último lego, para ver á quién de ellos era entregada la misteriosa carta; más como todos se volvieron sin ella, mandóse entonces buscar á otro religioso y á su lego, á la sazón ausentes, poniéndose entretanto la comunidad en oración. No tardaron aquéllos en llegar á la Capilla é instruidos del caso, á su vez repitieron la escena anterior; mas sin fruto por parte del religioso, aunque no por la del lego, en cuyas
manos fué depositada la carta. Asustado y trémulo éste recorrió con agitación febril las líneas trazadas en aquélla y al terminar su lectura dijo al Provincial y á los padres de la comunidad en tono angustiado estas palabras: "Voy á emprender un viaje muy dilatado, y en tanto que me dispongo á dar cumplimiento á un mandato ineludible, os ruego que os pongáis en oración." Todos los religiosos se postraron y entonaron el Miserere, concluido el cual se dirigieron al lugar en que el lego había permanecido inmóvil. Habláronle y no respondió, tocáronle el cuerpo y éste no se movió, quedando todos atónitos y asustados cuando vieron en las manos del Prelado las vestiduras abandonadas por el lego, cuyo cuerpo había desaparecido.
Preguntando yo mucho tiempo después, cuál sería la moraleja del cuento, se me respondió por uno: Misterio y nada más misterio; y por otro: "El referido lego había imputado á la comunidad faltas graves, y el calumniador tarde ó temprano alcanza su castigo."
La capilla de San Antonio, que aún exÍ3Íe por la feliz circunstancia de que el gasto de demolición era cuantioso y excedía de los cálculos económicos del que pretendió echarla abajo para sustituirla con otro edificio, es de una arquitectura bella y graciosa; la forma de su planta es una cruz griega cuyos brazos forman cuatro pequeñas naves cerradas por hermosas bóvedas de cuatro aristas y sostenidas por pilastras dóricas. De las cuatro del centro arrancan los arcos torales, cuyas claves, en las naves oriental y occidental, tienen labradas, en alto relieve, las imágenes de San Francisco y San Antonio; sobre los arcos y pechinas descansa el entablamento octogonal, muy rico en adornos labrados en la piedra, tanto en el arquitrave como en el friso y la cornisa; y, por último, una bonita cúpula revestida en su parte exterior de azulejos, entre cuyos dibujos se advierten escudos flordelisadoB, da feliz remate al edificio de tan elegente construcción. La particularidad de esta pequeña capilla consiste en hallarse sobre otra de la misma forma, con la única diferencia de estar en ésta sustituida la cúpula con una hermosa bóveda de claustro. Llamábase esta segunda capilla de los Santos Lugares y tenía, como la primera, su altar en el extremo oriental de la nave paralela con la
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Calle de Zuleta y en el cual decían misa los sacerdotes peregrinos que solían llegar de la Tierra Santa.
Abandoné la capilla de San Antonio y proseguí mi excursión por el dilatado claustro confinante por el Norte y Sur con hileras, de celdas que daban, unas á la mencionada calle de Zuleta y otras á la huerta, convertidas hoy en viviendas del Hotel del Jardín. Por la parte media de esta galería desembocaba otro claustro por el que enderecé mis pasos, encontrándome, á poco, en un dédalo de crujías estrechas y solitarias, que constituían, en parte, los pasadi-
CLAUSTRO INTERIOR,—ZL P. MARGIL.
zos de la enfermería. Las puertas abiertas de una celda franqueáronme la entrada en ella, la cual era una pieza pequeña, cuya única ventana caía, por el Norte, á un gran patio, hallándose en la pared occidental, en el ánguloNO., pintada al temple, la imagen de un sacerdote, y al pie de ella la siguiente inscripción hecha con azulejos: Verdadero retrato del Venerable—P. Fray Margil de Jesús—misionero apostólico el qual fa—lleció en este sitio y Convento—de X. P. San Francisco de México dia 6 de Agosto de 1726—á los 70 años de e
edad. La celda cou esta inscripción, pero sin puerta de Letrán, y me hallaba perdido en un la efigie, existe aún en la casa, de vecindad en lugar diametralmente opuesto, colindante con que se convirtió la enfermería, casa marcada el Colegio de Niñas y la Casa de Diligencias, con el número 9 de la calle de la Independen- no perdí una sola, palabra de la enredada fracia., desde la cual se advierte- aquella ventana. seología del lego. Descendí por la indicada essobre la escalera del patio, dando precisamen- calera á la gran Sala de Profundis y, por una te su frente á la ¡usera, occidental de la calle de puerta practicada en la pared, opuesta á la del Gante. jardín, recorrí caminando al Oriente bajas ga-
Proseguí ¡ululante por aquel dédalo de lólerías y patios, al Norte de los cuales que dabregas galerías, cuyo silencio sólo era inteba el panteón del Convento, en parte de la rrumpido por el leve ruido de mis pasos, so- que es hoy calle de Gante, y por el del Sur, brecogiéndome, como era natural, ese inconsuna extensa pieza en que se guardaban obciente temor que infundí» la soledad, temor que jetos del templo, y hoy está convertida en el se convirtió en pavor, cuando ni voltear la. es- depósito de vinos llamado "Las Bodegas de quina de lina, galería, de improviso se ofreció Jerez." Pasé á otro patio más occidental, y ená mi vista, en el fondo de una estrecha capicontré á mi izquierda el salón del refectorio, lla, la escultura de aquel venerable fraile, de convertido hoy en Pensión de Caballos de la pie sobre un altar, con su sayal de franciscacalle de la Independencia. En ese extenso sano, y cuyo lívido semblante reflejaba los ])álilón, cuyas ventanas por la parte occidental dos destellos de una lámpara, pronta á extindaban al jardín, veíanse largas y angostas meguirse, que pendía del techo de la misma capisas de pino con sus bancas de lo mismo, silla. Yo (pie no conocía, según he manifestado, guiendo todas el contorno rectangular de la los gloriosos antecedentes del ameritado mi- pieza. De las paredes colgaban algunos cuasionero, tomé ¡upadla escultura por el cuerpo dros, y en la opuesta á la del jardín había dos de una persona que acababa, de abandonar la puertas, una grande, que comunicaba primevida, por un muerto de aquellos á quienes la ro con una galería larga y estrecha y luego acobardada imaginación de un niño, concede con el patio, y otra pequeña que era la cocina, lit, facilitad, de moverse, de perseguir y de agade la cual sólo queda como vestigio, una venrrar. El miedo prestóme ¡das y eché á volar tana baja con reja de hierro, situada al Orienpor aquellos intrincados é interminables clauste de la puerta de la Pensión. tros, hasta <pie, fatigado, moderé mis pasos, La gran galería indicada por el lego, que deparándome la suerte, á un lego que acerta- se hallaba enfrente y hacia, el norte del refecba á pasar cerca de mí. torio y en el mismo eje, no era otra que la gran ¿Qué andáis haciendo.hermano? me pre- Hala de Pro/u ndis, de tristísimo aspecto, en guntó. virtud de la muy escasa luz que de sus ventaBuscando pronta salida. Padre, le con- nas recibía. Encontrábase en ella un retablo testó con presteza. dedicado al Santo Cristo de Burgos, y en el Cuanto más avancéis por aquí, os ¡dejáis centro un túmulo de marmol que, según rezamás de ella : regresad por donde habéis venido. ban sus inscripciones, guardaba los restos morEso no, repliqué, indieadme otro camino, tales de un Obispo. Parte de la casa que peraun cuando para hallar la, salida me sea pre- tenece á la familia, del Doctor Lavista se halla ciso dar un gran rodeo, pues tengo la intención construida en un pequeño solar de la antigua de conocer todo el convento. Sala de Profundi's del convento franciscano. Dificilillo os, observó el lego, mas si así El reloj de la torre dio en esos momentos lo queréis, seguid esta, galería, (señalándome! las cinco horas de la tarde, advirtiéndome que el poniente), tomad en seguida, á la derecha, ya era tiempo de que abandonase el convento. la extensa galería que se os presente, descen- Dirigíme por el claustro principal á la porteded la. escalera (pie en su término se encuen- ría, (pie encontré ya desierta, recorrí prontatra,, la que os conducirá á la Sala de Profun- mente la parte del atrio que me separaba de la dis, comunicada con el Claustro principal. puerta de Letrán, y mi salida por ella coinciYo, que había entrado en el convento por la dió con la de los muchachos de la escuela qu e