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Tribulaciones de un Regidor de antaño
rido que el valor numérico ó pecuniario de los individuos, tenga el mismo significado que valer y estimación, el mérito correlativo de ellos se aprecia por el lugar á la izquierda ó á la derecha del consabido signo ortográfico. Por tal razón, los individuos á quienes su mala suerte ha colocado en la rama descendente, tanto disminuyen de importancia, á medida que más se retiran de la coma, que del tercer lugar en adelante sus valores, en los cálculos sociales como en los aritméticos, se desprecian, porque todos juntos no llegan á un centavo; por el contrario, los de la rama ascendente, van ganando en importancia, representación y talento, en proporción á su alejamiento de la coma, llegando á la cúspide de la felicidad, los que han pasado al séptimo lugar, pues han alcanzado el de los millones. Muchos de esta rama superior descienden con rapidez á la inferior, á ca\isa de las dilapidaciones á que los arrastran sus vicios. Triste situación la de aquellos que así reducen el capital á las últimas fracciones decimales !
Por el contrario no faltan algunos que de la inferior saltan á la superior, debido á su trabajo, á su economía ó á la suerte.
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En la mencionada rama de los grandes valores, distínguense las familias, unas por su honorabilidad y su amor al bien general, resultantes de su buena educación, de abolengo trasmitida, y de sus virtudes cristianas y, otras, por su soberbia, su desprecio al pobre y su falta de caridad. Los que así proceden han de tener presente que esas dos ramas del sistema social son las de un elipse, ambas sujetas por igual, á dos puntos fijos, conforme á la ley de su común destino. Esos dos puntos por la misma ley, se hallan equidistantes de los ápsides de la elipse, hallándose el primero en la Tierra y el segundo en el otro Mundo, donde no hay arriba id abajo, ni derecha ni izquierda, sino brillando en el cielo el signo de la igualdad y de la justicia.
A muchas consideraciones se presta la discusión de la elipse, por las que acuden á la mente nuevas ideas, pero que ya forman un laberinto del que difícilmente se sale.
Tanto por esta razón, como por las que en seguida te expreso, amable lector, conviene abandonar la discusión de la elipse en el punto en que la dejamos:
1.a Por que esas ideas, filosóficamente enmarañadas, ni yo, siendo su padre, las entendiera. 2.a Por que es muy fácil pasar de las ideas razonables á las de la locura, como les acontece á los que quieren ir más allá de lo que ven sus ojos. 3.a Por que estoy muy bien hallado en mi casa y no quiero hospedaje en San Hipólito.
En resumidas cuentas, lector amado, te doy un consejo que me sujiere la experincia: no te envanezcas con los aplausos del mundo, ni te des á la pena por su desden é indiferencia; sé bueno, cortés y honrado por tu propia satisfacción y tranquilidad de tu conciencia.
Si encontrares lo que leyeres ajustado á la verdad y de acuerdo con tus sanas intenciones, me holgaré de ello, y no te importe lo que de nosotros digan los intransigentes, aun cuando nos abrumen con sus dicterios, que al fin, el buen callar se pierde.
En los siguientes artículos verás, carísimo lector, cuadros de costumbres nacionales que precedieron al actual orden social, y podrás observar mediante la justa comparación con los que al presente se desarrollan, lo que la sociedad ha perdido y lo que ha ganado: ha perdido, casi en su totalidad, su genuina y nacional fisonomía, trocada por la de caracteres extraños de servil imitación ; ha ganado el don inestimable de la paz, debido á la discreta y prudente administración del General Díaz, paz bendita de que recogerá opimos frutos la sociedad, si sabe aprovecharse de ella*. Como reminiscencia de lo asentado al principio de este artículo, debo decir: el gobernante, con su ímprobo trabajo, abrió el hermoso canal por el que dio libre curso á la corriente civilizadora de la nación ; á ésta toca no estancarla ni derramarla inútilmente en vez de fecundar los campos de la producción. Para lograr tan apetecido fin, hay que desterrar males inveterados. Esos males son: la inmoralidad, hija del indiferentismo, que cada vez adquiere mayores creces; el sentimiento disolvente, engendrado por los odios políticos entre los miembros de una misma familia, y el desequilibrio existente en las diversas clases sociales, no en lo que atañe
a los bienes de fortuna, sino en lo que concierne á dos factores contrapuestos, como son la ilustración y la ignorancia, á los que debe agregarse, como un mal, la inercia de la población mdígena. Ese desequilibrio de que trato, existe en todas las naciones, pero la proporción de tales elementos no es la misma : en unas la ilustración se alza muy alta y dominante sobre la ^ o r a n c i a, contraponiéndose á los efectos de esta, y, en otras, acontece lo contrario. Por tanto, debe procurarse que las clases inferiores, por medio de la educación moral y de la instrucción, asimilen sus costumbres á las de las clases superiores, objeto que no se logra, ciertamente, conduciendo al pueblo por caminos torcidos y escabrosos, en los que no puede rendirse la jornada, ni por laberintos en que tantos se han perdido. La prudencia aconseja que las sociedades, para constituir agrupaciones fuertes y vigorosas, deben entrar, de lleno, en el recto y amplio camino trazado por la moralidad, la instrucción, el civismo y el trabajo.
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TRIBULACIONES DE UN REGIDOR DE ANTAÑO.
1 que voy á contarte, querido lector, no se refiere á los tiempos que corren, razón Por la cual, buen cuidado he tenido de estampar en el título de este artículo un adverbio de tiempo y pasado en su más extensa acepción, pues has de saber que huyo siempre las alusiones, y si alguna similitud se encuentra entre los ediles de antaño y los de hogaño, la culpa no es mía sino del que trate de avenir á unos y á otros el mismo saco; y así Protesto, una y mil veces, que mi relación perenece á la historia antigua y no á la moderna.
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Alia por el año de 18 hallábame levantado muy de mañana, cierto día, cuya pren sa fecha no hace al caso, cuando sonó la campanilla en el patio de mi casa anunciando la llegada de algún importuno. Un ligero temor, ó si se quiere, sobresalto, embargó de pronto mi corazón, cobarde hasta el extremo ante la presencia de un recaudador de contribuciones que, en la época á que me refiero, causaba el mismo espanto que un alguacil del Santo Oficio en los famosos tiempos del gran Felipe I I. A poco el criado devolvió á mi ánimo la tranquilidad, presentándome un gran pliego cerrado, el cual pura y sencillamente anunciaba que mi humilde persona había caído en gracia á los electores y habíanme honrado con el nombramiento de Regidor del Ilustre Ayuntamiento que debía gobernar á esta buena ciudad de México en el ano del Señor, que no he querido precisar.
Yo. que aún conservaba en mi espíritu las ilusiones de la vida en toda su pureza, y que
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había adoptado el principio de que para lo- he referido asistí á la Sala de Cabildo con el grar un fin se requiere fuerza de voluntad que, fin de hacer la protesta de ordenanza. Había por cierto, no me faltaba, tuve en aquellos mo- llegado para mí el momento de dar el primer mentos verdaderos transportes de alegría. Aho- paso en la vida pública. Héteme ya en el Sara sí, me decía yo, puedo realizar el bello ideal lón de Cabildos, vestido de rigurosa etiqueta, de mis proyectos : propondré y llevaré á cabo en unión de todos mis compañeros en populatodas aquellas mejoras en que se interese la ridad y consejo, dispuesto como ellos á promesalubridad pública; contribuiré con mis ini- ter fidelidad á la Carta magna que con todas ciativas á destruir la mendicidad; precaveré sus añadiduras muy pocos habían leído, todos con enérgicas disposiciones, las funestas con- protestado y ninguno guardado, con las solas secuencias del juego, de la prostitución y de excepciones, si se quiere, de los constitucionala embriaguez; fomentaré con toda la fuerza listas á ojos cerrados y de los enemigos sistede mi voluntad la instrucción pública, base y máticos del clero. sólido asiento de toda sociedad ilustrada ; pro- El día 1.° de Enero pasamos todos sin becuraré que el trabajo rehabilite al criminal; deles, porque no eran de uso ya, á dar al Pretrataré de convertir al hospiciano y al huérfa- sidente de la República el primer gregorito de no desvalido en buenos ciudadanos, y en fin, los muchos que en el año recibía; tal era la fedirigiré mis esfuerzos para que el que sufre y licitación de año nuevo. Para creer muy feliz llora en un hospital, encuentre consuelo en sus dolencias y alivio en sus miserias. Todo esto me dictaban mis sentimientos y mi entusiasmo, como que era en aquellos momentos, todo un alcalde de principio de año. y satisfecho al Primer Magistrado de la República en tal día, todos se fijaban únicamente en la muchedumbre que entraba al palacio y de él salía y en las palabras que le eran dirigidas, pero nadie tenía en cuenta las molestias
Mis propósitos, según habrás podido adver- que le causaba estar en pie durante horas entir, carísimo lector, eran muy loables, mas co- teras, sufrir con paciencia las necedades de mumo vulgarmente se dice, para realizarlos, con- chos que iban rumiando los discursos que le taba sin la huéspeda. Conforme á la comedia decían, y de los incorrectos que aprovechaban
Receta contra las suegras, iba yo á entrar en la oportunidad para recomendarle el buen desliza abierta con una suegra y una contrasue- pacho de un negocio, pedirle un empleo ó degra, pues tales eran entonces Su Señoría el mandarle' limosna, porque has de saber, lector
Gobernador del Distrito y su Excelencia el Mi- amigo, que las gentes, en su mayoría prácticas nistro de la Gobernación, pues hay que tener en la táctica militante del buen vivir, acudían presente que en aquellos días nuestros cuer- solícitas al toque de llamada, cuando el persopos municipales gozaban de toda la indepen- I naje estaba en alza, y obedecían al de disperdencia apetecida, menos en todo aquello que sión cuando estaba de baja. Si tales eran las no fuese la expresión neta de la voluntad de tan molestias causadas al Presidente en el primer altos personajes. día del año, ¿qué no te diré caro lector, del Como era natural, vestíme pronto y salí á día onomástico? Entonces eran tantos los agala calle en solicitud de felicitaciones, y dis- sajos, tantas las demostraciones personales y puesto á promover con el inadvertido amigo en comandita, tantas las traídas y llevadas del quelasuerteme deparase, conversación que re- Presidente de aquí para allí, que no le dejaban cayese en el asunto que personalmente me in- un punto de reposo ni de satisfacción al lado teresaba, y proporcionarle, al darle noticia de de su familia. Momentos eran aquellos en que mi nombramiento, la grata satisfacción de fe- el personaje, si no renegaba de su alto puesto, licitarme dándome un apretón de manos, ¡Era por lo menos ganas le vendrían de decir: no me yo tan inocente! ¿pues no fué aquel día uno quieran tanto, ó quiéranme con talento. ¿Y las de los más felices de mi vida ? fiestas nacionales? ¿ y las funciones de premios? ¿y las dedicatorias para los toros, en * * que el obsequiado había de arrojar puñados de Citado por el Secretario del muy ilustre monedas al banderillero que no plantaba las
Ayuntamiento,después de los preliminares que banderillas en las ancas del toro? ¿y las de los
CUADROS DE COSTUMBRES. 147
espectáculos teatrales, en que tenía que hacer sus regalos al primer actor ó á la prima donna f En todos estos casos la regiduría andaba lista, por cuanto á que en la vida práctica era muy conveniente estar siempre á la vista del que gobernaba.
Volviendo á mi historia, te diré carísimo lector que el primer Cabildo se ocupó, como era natural, en lo relativo á la distribución de comisiones, hecha por.el Presidente Municipal, que lo era de la Comisión de Hacienda y e n lo concerniente á los presupuestos, previamente elaborados por el mismo Alcalde, de acuerdo con la suegra y la contrasuegra susodichas. Ya fuese por la repugnancia que me cauc ha tal proceder ó ya por el deseo de empezar a ejercer mis edilicias funciones, hice algunas •observaciones con respecto á una y otra lista, c°n tanta más razón, cuanto que por la primera se me designaba para desempeñar cargos ajenos á mi aptitud y á mi carácter; y por a 8egunda aparecían los ramos que se me encomendaban con tan escasos elementos para 8 u desarrollo, que daban al traste con mis buenos propósitos y, á pesar de mi heroicidad, la Vlctoria no coronó, sino á medias, mis esfuerzos.
Había experimentado las primeras contrariedades, mas eran tortas y pan pintado comparadas con las que iban á seguir. No pude lograr que se me diese la Comisión de Instrucción Púuca, pero en cambio conseguí que se me de8l gnasen las de Policía y Paseos y empecé á ejercer mis oficios.
Mis primeras atenciones fijáronse en los barios que por su desaseo y aglomeración de gente constituyen los verdaderos focos de la ^salubridad de la Capital é hice mi primera visita al de la Palma, y durante ella hube de evarme el pañuelo á las narices y de apearme carruaje, aquí y allí, para que aligerado és'Pudiera salir de los baches, y resignábame llenarme de lodo, condolido de las desgraciaa s muías que tiraban de aquél, haciendo eserzos inauditos para librarse de los soberaos cuartazos que les daba el auriga, animal irracional que aquellas ; otras veces tomaj e l "mibo de Santiago Tlaltelolco y en este ugar sorprendíame una obra que por orden no ü e quién, ejecutaban unos 20 hombres, y sistía en la remoción de un antiguo cementerio de coléricos. Hice acerca del primer incidente mis apuntes á fin de mandar cubrir oportunamente aquellos baches, hacer limpiar los caños y acequias y formar un plan bien estudiado, para el conveniente saneamiento de las casas de vecindad, y por lo que respecta al centro de la población, no era muy grande mi cuidado, por cuanto á que observaba que la Corporación estaba dispuesta á gastar sólo en él, los dineros del Municipio, y con respecto al otro hecho, revistiéndome de toda la energía de que era capaz, hice suspender inmediatamente la obra y promoví en Cabildo el castigo del imprudente que la había ordenado. Tan escasos eran los recursos de la Comisión de Policía, que muy poco logré hacer de lo mucho que intentaba.
Paso á darte cuenta, lector amigo, de mi otra Comisión.
La partida asignada en el presupuesto y aprobada por el Ayuntamiento para la reposición de los paseos, ascendía á mil pesos. Yo que desconocía por completo todas las triquiñuelas de la organización político-civil de nuestro Ayuntamiento, con el mayor candor del mundo me propuse, por el buen desempeño de mi comisión, distribu ir convenientemente aquella suma. Al efecto supliqué á un honrado y buen amigo, Mr. Wangool, muy conocedor del ramo de jardinería y tenía en arrendamiento el jardín de San Francisco, que me acompañase á San Ángel á fin de ayudarme en la compra de 500 fresnos y de algunas carretadas de tierra de hoja. Con tan aficaz auxilio, obtuve aquellas plantas y la tierra de que necesitaba, en las mejores condiciones y mandé abrir las cepas necesarias en los lugares de la Alameda en que más se hacía notar la despoblación de árboles, particularmente por el costado que da á la Avenida de la Maríscala, así cono en la calle de San Juan de Letrán, Plazuela de Villamil, y en otros lugares. ¡Cuál seria mi asombro, al observar un día, en la expresada calle, en lugar de la tierra vegetal que la víspera había yo hecho depositar al lado de cada cepa, montones de cascajo, substitución qn; había sido ordenada por aquella suegra de que te he hablado, mi buen lector. Como era natural, indignado por una falta que revelaba, desvie luego, la ruin situación que guardaban los regidores, fui en derechura á ver al Gober-
nador para exponer mi justa queja y nú resentimiento.
Amostazado me recibió y di jome: No tiene usted libertad para hacer ningunos gastos. — Creo estar en mi derecho al hacer los que sean necesarios, dentro de los límites que me séllala la partida que, para nú Comisión, ha aprobado el Ayuntamiento. — Está listed engañado, tanto que yudispute de una parte de los mil pesos para la compra de 150 fresnos á $2 docena, mientras usted ha pagado ésta á í¡12. —Sí, señor, le respondí yo, yx^ro advierta usted que si hay gran diferencia en los precios, mayor la hay en la calidad de las plantas; las que usted ha comprado son varitas secas sin condición para su desarrollo y han sido, además, clavadas en la tierra sin preparación alguna, en el salitroso suelo de Santiago Tlaltelolco, en tanto que las plantas compradas por mí, con la intervención de persona inteligente, son otros tantos árboles que se lograrán y no se tirará el dinero, como que, además, han sido colocados convenientemente en la Alameda.
Nunca hubiera yo dicho tales cosas á nú señora suegra que más le hubieran enfurecido, produciéndole mayor desazón el calificativo de varitas secas, que di á las plantas que compró, i por lo que estuve á punto de que me sacase los ojos, á lo que son muy inclinadas todas las congéneres de aquella parien ta postiza. •Bien, señor, díjele para terminar ¿ he de pagar yo los árboles (pie he plantado en la Alamoda? - Por esta vez, me contestó, se pagará el j gasto cuando se presente la cuenta. • Y se presentará con sus respectivos com- ¡ probantes; mas también advierto á usted (pie j si sólo de nombre he de ser el regidor de Policía y de Paseos, admítame usted desdo luego mi renuncia. — Cálmese usted y vaya á ponerse de acuerdo con el Sr. X., que era. el Presidente del
Ayuntamiento. Los resultados de aquellas compras (pie originaron mi primera decepción en el Ayuntamiento, fueron 400 árboles logrados en i a Alameda, pues, en su mayor parte, los que hoy cubren la avenida Norte, datan de esa época, en tanto cpie ni un raquítico arbolillo en la plazuela de Santiago Tlaltelolco, demostraban la buena previsión de mi señora suegra. interminable y fastidiosa, haría mi relación si hubiera de contarte, nú buen lector, todas las peripecias de mi regiduría y confórmate con saber, además de lo que he referido, que intencionalmente me destruyeron en la Alameda unos preciosos laureles de la India, que con mucho cuidado había cultivado, sin más motivo, según sospeché, que el de no haber incluido entre los trabajadores cpie trasplantaron la palma que me regaló Don Simón Lara, á quienes no merecían la gratificación que á aquellos asigné. Uijéronme que unos cabadlos desbocados destrozaron aquellas plantas y yo hube de hacer el tonto por la imposibilidad en que me hallaba para aplicar, por falta de pruebas, un castigo.
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Desde mis mocedades había observado los barbarimos (pie ostentaban las muestras de no pocas casas de comercio, y me propuse, ¡inocente de mí! corregir males inveterados. Algunos rótulos hice desaparecer, como el de un fonducho en la calle de las Rejas de Balvanera y otro perteneciente á un taller de afilador, en la calle de las Damas. Uno y otro, no tanto \K)v disparatados cuanto por prestarse sus conceptos á interpretaciones nada pulcras y que no quiero mencionar, fueron la causa más justificada para mi saña. Mi regiduría no fué de larga duración, motivo por el cual, solamente á los casos expresados reduje mi acción. Desde tiempo atrás habíanse observado muestras disparatadas como las siguientes: E S P E N D IO DE P A JA Y CEBADA PONDA AL E S T I LO D EL P A I S. LA I N D E P E N D E N C IA MEXICANA POR MAYOR Y MENOR. E X P E N D IO DE CARNES DE P E D R O G O N Z A L E Z . FONDA D EL P R O G R E SO SE GUISA DE COMER. MADAMME COUSSIN R A M E R A D E P A R I S .
Muchas casas de comercio situadas en esquina, tenían sus muestras divididas, mitad hacia una calle y mitad hacia la otra, de manera que si unos leían el principio de las fraS(ís, otros leian el complemento y viceversa. •Los disparatea y equívocos á que daba lugar e* poco ingenioso medio de anunciar eran del tenor siguiente:
Por una calle. : I'm-la otra. CHOCO LATE SUPE RIOR
BUEN REMEDIO ES MEJOR NO TOMARLO AY PARA EL PECHO QUE TODOS SI NO ES EN UNAS
ESTE PAN Y BUEN BIZCO CHO SE HACE
EN VENE RO, NO TIENE
NA DA DE ADULTERA CIONES
TERROBA Y COMPAÑÍA
En las dos últimas muestras indicadas, refutaba la ingenuidad, aunque inconsciente. •e los comerciantes. En la primera se aconsejaba que uo se tomase el remedio ¡uy ! y en la : (-gunda se declaraba que el bizojo Terroba en- j venenaba y adulteraba. Hoy generalmente es-
i se hace, pero no se dice, á pesar del Consejo Superior de Salubridad.
No es de extrañar que A mediados del Si« ° de las Luces existiesen letreros semejan.'*' on&udo al principio del siglo de la Klectri< ad y d,, [as combustiones cerebrales, se leen guales ó mayores despropósitos, como los (pie ! Sjgiien: ! L A F L ( ) R XACIDA EN LA CALAVERA, i
TJA REFORMA DE LA PR( )YJ.DEN(TA. I HE L I M P IA EL CALZADO CON PRONTITÚ. I
R E C UERD OS D EL P O R V E N I R.
H. , " "mestra es prima'hermana do; algunos t u , o s Periodísticos como éste: PREDICCIÓN D EL T I E M P O.
Cuyo párrafo consigna solamente hechos y1 efectuados por la naturaleza y nadadiec, en 0 absoluto, de lo que la buena Señora hará ma-
•Ingenuidad sin igual es la que revela la muestra de una Sastrería de la calle de Rebeldes, que dice con grandes letras: EL DISLOQ U E: y el de un fonducho en la. calle de la Alegría qui; solo advierte; lo (pie está á la. orden del día: LOS SABIOS SIN E ST UD I O.
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Entre las ínfulas de los señores Regidores contábase la de presidir los espectáculos con el carácter di; jueces do; teatro, y al efecto, turnábanse para sus asistencias á los Coliseos. En tanto que á mis compañeros tocábales asistir al Teatro Nacional para recrearse con las armonías de la gran Opera, mandábanme á mí á presidir las humildes representaciones domingueras di; la tarde; en el Teatro del Pabellón de la calléele Arsinas, no por desprecio ciertamente á mi persona, dicho sea en verdad, sino porque yo nunca manifesté interés por las tales presidencias. Verdad es que yo no tenía que lucir mi traje de etiquete arrellanado en el sillón presidencial en el palco central del Ayuntamiento, en el Oran Teatro, ni me veía rodeado de algunos colegas igualmente elegantes, que por consecuentes, iban á hacerme compañía : sino que solo, decentemente vestido por respeto á mí mismo y por consideración á la humilde sociedad que iba á presidir, abandonaba el palco que se me señalaba y tomaba una butaca, cerca de la cual estaba mi (ujuilitri ó sea uno de los celadores del Ayuntamiento, pronto á escuchar y á poner en práctica mis órdenes.
Dos voces tocóme en suerte la. presidencia de diversiones públicas en el Oran Teatro Nacional, y lo (pie no me aconteció en el del Pabellón, me sucedió en éste. Era una tarde y debía cantarse Rohcrlo el Dt'ahlo; y digo debía, porque estaba escrito que aquel día mis oídos no habían do recrearse con las bellas armonías de la gran partitura-deMeyerbeer. Hallábame instalado en el palco de honor y á \K>CO llegaron uno por uno, muy ufanos y de (jorra, algunos amigos que iban á hacerme compañía, causándome mortificación, como era natural, tal circustancia. pero hice, como vulgarmente se dice, de tripas corazón y procuaré olvidar el incidente.
Habíase anunciado el principio de la función para las cuatro en punto é iban á sonar las cinco, y aquélla no comenzaba; el público
se impacientaba y cou sus ruidosas manifesta- veces tirano en demasía con los artistas, y á eioiH'S ponía a prueba la. fuerza de mi carác- veces sobrado bonachón, fué lo último entóir ier de Juez. Llamé a mi celador y le, ordené ces, y saludó a mi hombre cotí nutridos aplauqne fuese á inquirir la causa de la detención, j sos, y ¿cómo no, si éste hacía, el sacrificio de y volviendo pronto me informó (pie el tenor ! cantar sólo i>or complacerle? H. se hallaba indispuesto. Inmediatamente ¡ La ópera se cantó mal y el público, sin saine transladé al escenario en compañía de un • berlo. me desairó, mas yo hice pagar al tenor médico que la suerte me deparó, é hice comparecer ante mi al enfermo, entablándose desde luego el siguiente dialogo: ¿De (pié adolece usted? Tengo lalaringe tan ¡nnamadaquenopue do se esforzaba, por lanzar un graznido (pie muchos tenores suelen dar en plena representación, gozando de completa salud. A ver la garganta, hombre, dijo el médico, y después de examinarla.añadió: si la tiene usted enteramente sana. Pues el caso es, señor, (pie yo no puedo cantar: y pretendiendo probar lo que decía, soltaba, otro graznido. J ese desaire con cincuenta pesos que Its impuse ¡ de multa. Si ésta, como solía suceder, se la le! vantó la Comisión de Hacienda, no llegué á ! saberlo. En iguales circunstancias me encontré eieretnitir la voz para cantar. Y al decir esto i ta noche; en que por segunda, y última vez presidí en el G ran Teatro, mas en esta, vez fué burlado el mismo empresario. Tratábase de la ejecución de una zarzuela y el público, cosa rara, tratándose de un espectáculo de ese género, tuvo ábien no concurrir, sino en desesperante minoría. El empresario esperábanlas concurrentes: I Juan Diego, como llamaba al público Ignacio I Altamirano. se impacientaba, y yo no cesaba
Pm tanto queel médico observaba y el can- j de comunicar órdenes íior medio de mis éclatante fingía, acercóse á mi una persona y me i dores. Un monótono sonecito. llevado por los dijo: Nada tiene H., sino que ha reñido con la
Km presa y no quiere cantar. ¡Cómo se entiende! exclamé revistiendo ! concurrentes con los cabos de los bastones soj bre el pavimento del patio, y con los pies soi bre el de la galería: cantos de gallo, maullidos ; de gato y ladridos de perro, que tan bien same de entereza digna del caso aunque contra | bían imitar los asistentes á la cazuela, y por mi modo de ser: Doctor, dé usted su informa- j último, los estridentes chillidos que rompían "• i i los tímpanos de los oídos, todo ello era preLstá tan bueno como yo. I cursor de una gran tormenta, que en el lenguaSalga usted ala escena, dije al tenor H., ¡ je de bastidores se traduce rior un escándalo y luego agregué, dirigiéndome al representan- i en el teatro. tante de la Kmpresa : (pie comience la función. ! Dijéronme que la señorita Fulana se hullaObedeceré, contestó el primero, y me pre- ! ba indispuesta, y al punto me dirigí al palco sentaré en la escena, pero á cantar bien, eso i escénico con mi amigo el Doctor Peón, A quien ya lo veremos.
1 . había suplicado que me acompañase. Descu\m función dio principio, instalándome yo i brieron mis ojos en un esconce un cuadro esentre bastidores, A fin de vigilar más de cerca I tético bien simulado por la sutil comiquería, y el cumplimiento de. mis disposición.*. dèbilment») iluminado por un quinqué de bas-
Se acalló el público, descorrióse el telón, i tidor. dieron fin la introducción y el primer coro y ! Hallábase sentada la niña en un sillón con se levantó de su asiento Koberf.o separándose I los ojos cerrados y la cabeza recargada en el de su amigo Bertramo. Roberto, que no era ! respaldo, como la de aquel á quien van á rasilotro ipie el incorregible tenor H., antes de entonar la frase "l llustri Cavalieri" hizo ademán de dirigirse al público llevando sus dos manos A la garganta y fingiendo una tosecilla de tísico para, indicar (pie. en tales momentos, le aquejaba una bronquitis aguda. El público á rar; la madre á sus pies arrodillada, y una criada de pió, presentando una taza de vaporosa tizana. ¡Qué tiene la señorita? preguntó yo. - - No sé qué le hadado, contestó la madre, dirigiéndome sus penetrantes miradas.
—Señor Doctor dije entonces á mi amigo, sírvase usted atender á la señorita.
No bien el Doctor Peón hizo las pregunguntas conducentes, cuando la madre se apresuró, á su vez, á hacer á la hija indicaciones oportunas. _ ¿Verdad, niña, que te duele aquí y aquí? '"jóle á la hija, tocándole sucesivamente el estómago y k cabeza. -• Sí, señor, me duele aquí y aquí, contestó a nina, llevándome también su mano á esas Partes de su cuerpo.
No obstante el manifiesto fingimiento, el Uoctor Peón procedió á reconocer á la enferma, en cuyo rostro aparecían las tintas de la rosa, y M] terminar aquél su examen, díjome: — Ningún síntoma de enfermedad he advertido en la señorita, mas respecto de los dolor e s (iue sufre, según dice, nada puedo asegurar.
La calma de aquella gente en el foro, y la mlla del público en el salón me desesperaban, a s í e s (pie hube de decir á la madre con un tono imperativo: " ~ ¡Basta ya de ficción, señora!que la señorúa proceda inmediatameate á cumplir con su deber.
No bien habían salido de mis labios estas Palabras, cuando apareció en escena un indivi-
Uo> quien casi encarándose conmigo, dijo: . Yo no puedo permitir que mi hija trabaJe estando enferma. ía ^ La decepción por la falta de público es única enfermedad que á todos ustedes aqueJ'i; l>or consiguiente, para dar término al es°ándalo, mande usted anunciar al público la "«sponsion de la zarzuela y la devolución inediata de las entradas, y además, le prevenK° que mañana entere usted en la Tesorería
«nicipal, cincuenta pesos de multa que le impongo. . La imposición de multas, obligado por las •^instancias, dando tortura á mi carácter, -laine aparecer en aquellos momentos tan mediante como los que, por su oficio, repres a n en el escenario historietas fingidas, poco, oyóse un pitazo prolongado, el tee alzó, y iln individuo, más muerto que v°> apareció en el escenario, ante Juan Die^° enfurecido. Sosegóse éste, habló aquél, y elón volvió á bajar, á la vez que una tempestad de bastonazos, gritos y chiflidos atronaba el teatro.
Poco á poco fué despejándose! éste, hallándome yo instalado en la Contaduría para vigilar el exacto cumplimiento de la orden. Agotóse el dinero de la entrada y todavía, existía público que se agolpaba ante las rejas de aquella oficina. Sañudo y mohíno el empresario, mandó á un dependiente quo fuese á traerle de su casa cincuenta pesos. Agotáronse éstos y hubo necesidad, para despachar á todos los concurrentes, de enviar por otros cincuenta pesos. Pedíle explicación al, entonces, malaventurado empresario, de aquel caso, para mí, tan extraordinario, y díjome: - Las devoluciones han excedido á las entradas porque han presentádose á cobrar los concurrentes con mayor número de vueltas de las que corresponden á los boletos vendidos, contándose entre ellas muchas que los interesados han tenido buen cuidado de recoger y son las relativas á las entradas gratis, señalándome en ese momento á un individuo que tan vilmente procedía. Mandó aprehender á éste y remitirlo á la Diputación. Confitándome las pérdidas sufridas por el empresario, en virtud de este incidente, levanté la multa conforme á mis atribuciones, pues aun no había dado cuenta de ella á la Comisión de Hacienda.
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Un día, como hoy, mandóseme instalar una mesa electoral en el edificio del Hospicio de Pobres, creyéndome sin duda muy diestro en el teje manejo que, con habilidad suma y á la alta escuela, ejercíase para hacer tonta á la ley orgánica electoral, habilidad aquella á la que muchos debian su encumbramiento.
Ignorando yo i»r completo tales prácticas, con la mayor buena fe del mundo intenté ejercer mis funciones, arreglándome á la ley, para, lo cual hube de aprenderme ésta de memoria; y sin embargo mi torpeza debió de ser grande y manifiesta, puesto que di motivo para que prontamente me apartase del puesto el primer alcalde municipal, substituyéndome con uno de mis compañeros que tenía fama de ser algo travieso en achaques electorales.
Yo me retiré después de haber tocado el violón por vía de introducción y otro continuó la comedia.