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Cristalero y Mercero

CUADEOS DE COSTUMBRES.

EL BARBERO.

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brero de alta copa, chaqueta y pantalón de casimir, con la bolsa de cuero de las navajas pendiente de una correa t e r c i a d a al hombro, y toalla d o b l a d a. I n t r o d u c í a se en los domicilios como Pedro por su casa, pues cualq u i e r.a que friese el fin que á ellos le llevara, era esperado °°n impaciencia.

Imposible érale al barbero permanecer callado cuando se hallaba ejerciendo sus funciones, durante las cuales refería al cliente algunos chismes de vecindad, ó le daba noticia de sensación. He aquí el diálogo que se entablaos y que da una cabal idea del carácter del individuo que describo:

El cítenle ( sentado ya y entretanto se le echaba al cuerpo un peinador).—¿ Qué noticias corren por ahí, maestro?

El barbero (dando con la mano á la barba e 8tl cliente una soberana jabonada, que apenf8 le dejaba libres ojos y narices). Pues la disolución del Ayuntamiento.

El cliente—-¿ Cómo así hombre ? Yo tan soto sabía que á causa del desfalco del Inspector de Carnes, que excede de 11,000 pesos, y del desprestigio de la Corporación por los cotinuados ataques de la Prensa, el Gobierno, por conducto del Ministro de Relaciones Don José Fernando Ramírez, pasó al Gobernador del -LHstrito una tremenda nota, restringiendo las tacultades de las comisiones y haciendo á la misma Corporación varios cargos; y que ésta, ofendida, dio al Ministro una contestación en orminos que fueron calificados de irrespetuo8 08 y resistentes á las órdenes consignadas en l a expresada nota de 28 de Julio, lo que dio motivo á la orden de suspensión inmediata de aquel Cuerpo, dándose al Gobernador el encargo de atender á la dirección de los ramos 'Municipales é inspeccionar sus fondos. Esto es todo lo que ha llegado á mi conocimiento.

El barbero (después de asentar la navaja en una cinta de cuero, pendiente de la manija de un picaporte, y de dar principio á la operación de afeitar).—Pues entonces, señor, no sabe usted lo mejor: la picudez de Cuellotes.

El cliente (hablando pausadamente por temor de una cortada).—No llame usted así al Gobernador Don Miguel María Azcárate, hombre por mil títulos respetable.

El barbero (sacudiendo la mano llena de copos de jabón).—Pues así le dicen todos por la exageración de sus cuellos, tan blancos siempre que á media legua se le miran.- Pues como iba diciendo, luego que el Gobernador recibió aquella orden, cuya ejecución ofrecía diflcul. tades por haberse declarado los ediles en sesión permanente, se fué á ver al Sr. Ramírez, quien le previno .que inmediatamente procediese á disolver el Ayuntamiento, apelando para ello á la fuerza armada, si necesario fuese.

El cliente (levantando instintivamente la cabeza á riesgo de recibir una cortada).— ¡Qué cosas me cuenta usted, maestro!

El barbero (acabando de descañonar la barba). Como usted lo oye, señor. El Gobernador salió de Palacio meditando en el camino un plan que le permitiese dar, sin violencia alguna, exacto cumplimiento á las disposiciones del Gobierno. Aquí va lo bueno, continuó diciendo el fígaro. El señor Gobernador llegó á la Diputación, entró en la sala en que se hallaban reunidos los munícipes resistiendo el mandato del Ministro Ramírez, y les dijo: —Con sentimiento, señores, manifiesto á ustedes que traigo órdenes terminantes y expresas para no dejar salir de esta sala á ninguno de ustedes. —¡Cómo es eso! dijo un edil en el colmo de la indignación. Tomen, señores sus sombreros, y veamos quién es el guapo que pueda impedirnos la salida. Y diciendo y haciendo, todos tomaron el portante, camino de sus casas. Los munícipes salieron y el Gobernador tranquilamente echó la llave al Salón de Cabildos.

El cliente, no pudiendo contener la risa á causa de la cual la navaja del barbero le infirió un rasguño en la cara, que no fué advertido sino hasta que dejó asomar algunas gotitas de sangre, dijo:

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EL LIBKO DE MIS RECUERDOS.

— ¡ Cosas son estas muy propias del carácter, ingenio y mundo del señor Gobernador !

El desenlace de esta historia, que se desarrolló en los meses de Julio y Agosto de 1852, fué, primero, la presentación al Ministro Ramírez de la llave que se había echado, y después el nombramiento de la Corporación Municipal que funcionó el año anterior, para que substituyera á la que había sido disuelta y recibido el golpe de gracia del íntegro Gobernador Don José Miguel Azcárate.

Con esto doy fin al artículo relativo á los barberos.

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EL CRISTALERO Y EL MERCERO.

-S-O-l-

' f é| L CRISTALERO. Este era un tipo original trario en obedecimiento del centro de grave"^p¡ que sacaba provecho de su industria dad, para lo que le daban eficaz ayuda dos cambiando por ropa usada los objetos de ó tres vasijas, cuyo verdadero nombre por desu comercio, consistentes en una docena de coro no digo, que sustentaba con la mano que platos, una ó dos fuentes, ^ el cesto le dejaba libre. Llemedia docena de pozuelos vaba, además, al hombro alde, filete dorado, algunos ter- gunas piezas de ropa y» nitos, nombre impropio da- cambiadas y sobre su somdo al conjunto de dos'obje- brero de fieltro ó palma un tos, como eran un plato y su sombrero alto de pelo, adqui taza, la (pie tenia estampa- rido también por cambio. do con letras doradas uno Parábase en las puertas de estos nombres: ¡'epiia, de las casas ó entraba en Lupe, Chole, Concluí, etc., los patios de ellas y anunó bien frases por este esti- ciaba su presencia gritando: lo: no we oír ¡des, cariño Cristal y loza fina que eterno, «mor mío ó dueño cambiar. amado, y revueltos con to- En unas casas nadie se dos estos objetos de porce- fijaba en él, continuaba su lana otros de cristal como camino, mas en otras habotellones, vasos de anteo- cíanle subir la escalera pajo, por tener su fondo en ra llevar á efecto el uso informa de lente que hacía teresante de la permuta. disminuir la imagen do los Entonces era digno de escuobjetos que al través de ella char el típico diálogo entase miraban, algunos saleros y vinagreras. Todo esEL CRISTALERO blado entre la ama d sa y el cristalero. e la cato se hallaba contenido en una canasta, en Ella.—Vamos á ver, maestro (has de sacuya asa metía el brazo el cristalero para sos- ber, lector querido, que todos eran maestros, tenerla y caminar con ella por las calles de cualquiera que fuese el ejercicio) qué cosas buela ciudad, con el cuerpo inclinado al lado con- nas me trae.

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