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Corridas de toros
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EL LIBEO DE MIS KECUEBDUS.
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bable es que dicha plaza, reedificada, después de la independencia, haya sido la que representa el grabado. No fueron muchas, las co-
PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO.
rridas de toros á las que me llevaron siendo niño, y sólo me referiré en este artículo á la primera y á la última de aquellas á que asistí. No han podido borrarse de mi memoria los sangrientos episodios de que, por primera vez, fui testigo en la gran plaza de San Pablo, como (pie vi tendidos, muertos en la arena, diez y siete caballos y un picador, por lo que debes figurarte, lector amable, que la tal corrida no pudo causarme agradable impresión.
La otra plaza llamada del Paseo, estrenada el 25 de Noviembre de LS51, se levantaba en el ángulo formado por la Calle del Paseo, hoy de "Rosales y la Calzada, conocida con el nombre del Ejido, ó sea el ángulo NO. de la glorieta en que se admira la hermosa estatua ecuestre de Carlos JV.
Derrumbada la plaza peiinaneció en pie, por algunos años, el edificio que tenía al frente y había destinad >se para Café y Nevería, quedando convertida, en casa particular y últimamente reedificada es hoy un palacio de estilo moderno.
Solamente nos quedan los recuerdos de dicha, plaza que en el extremo Norte del Paseo de Bucareli se levantaba imponente con sus 272 lumbreras, extensas graderías y sus enrejados de hierro en las mencionadas calles de el Paseo y el Ejido.
De la función que en honor del General Santa-Anna se dio por el mes de Octubre de 1858 sólo te hablaré, caro lector, de lo que produjo en mí agradables impresiones. La plaza del Paseo era hermosa y de gran extensión; todo lo más granado de lo sociedad ocupaba las lumbreras y el tendido de la sombra, como henchidas por el pueblo estaban Lis lumbreras y e ' tendido del sol. Todo era allí alegría y animación, avivadas por la3 bulliciosas sonatas que ejecutaba una excelente música militar. Elaspectode aquella plaza era, como siempre en tales momentos, grandioso é imponente, y á la vez la imagen más neta y fiel de la seducción. La fiesta er* de gala, y como á ella concurría S. A. S. el General Santa-Anna y su esposa la Sra. Doña Dolores
PLAZA DE TOROS DEL PASEO Y CALLE HOY DE ROSALES.
Tosta hacía la partición ó despejo de la plaza el famoso Cuerpo de Granaderos de la Guerdifti con sus casacas encarnadas y altas gorras de
OUADEOS DE C08TUMBBE8. 271
P6*0 y chilillo rojo. La desaparición en niiesr a s costumbres, de ese acto ejecutado por los °uerpos militares, es un adelanto, por cuanto a que el ejército, por su alta y noble misión, debe apartarse de servir de diversión al público, por más que aquel ^cto fuese muy vistoso y agradable, i n s i s t ía dicha partición en ciertas Poluciones ejecutadas al son de la Música por los soldados, que iban y enían en columnas, apartándose unas e ces y juntándose otras, ó girando sore sus flancos en diversas direccion e 8 para representar diferentes fign'18, como en las cuadrillas lanceras, ° n s°lo la diferencia de ser el paso t a i^o y mesurado. i n c l u i d as dichas evoluciones y al ^S^do toque de una corneta, ordenado P°r la autoridad que, en tales momentos asciende de su alto solio para consti•urse en directora de un espectáculo arante el cual no se le guardan por el público 8 miramientos debidos, salió la numerosa ladrilla capitaneada por el famoso torero
lieron por otras puertas de la valla para ofrecer á Bernardo y á su segundo, hermosas capas de raso rojo, en cuyos bordados brillaban mo-
EDIFICIO QUE SUSTITUYÓ AL DE LA ANTIGUA PLAZA DE TOROS EN LA ESQUINA DE ROSALES Y DEL EJIDO.
nedas de oro. La cuadrilla, por el orden que guardaba y por los ricos y vistosos trajes que ostentaban los toreros, echadas al hombro sus capas de diferentes y vivísimos colores, causóme una sensación indescriptible. Por delante venían los dos locos, que por sus sandeces y simplezas, han sido con justicia suprimidos, y por detrás los picadores con Bus sombreros de ancha ala y copas semiesféricas y sus abigarrados trajes de charro, recargados de bordados y alamares de plata, y á lo último, el vistoso tiro de mulitas. Después del saludo acostumbrado á las autoridades y al público, dividiéronse en diversos grupos los toreros, tomando por distintos rumbos; las mulitas á todo correr, desCALLE DE ROSALES ANTES DEL PASEO. aparecieron detrás de la valla fio ^ a r do (xaviño, quien traía á su lado al ses^odo espada, Mariano González, conocido cocon el nombre de "Mariano la Mon> W mismo tiempo que varios caporales sapor las puertas que á su paso se cerraron, y dos picadores se lanzaron hacia el toril, al galope de sus caballos, para colocarse á uno y otro lado de la puerta. Entre tanto, los locos, vestidos como IOB
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payasos de los circos, empezaron á ejecutar sus gracejadas, ya tirando por lo alto u na naranja p a ra recibirla en su e n h a r i n a da frente, en la q ue aquella se estrellaba, ya poniéndose á bailar, gesticulando y haciendo grotescas contorsiones. Otras de sus gracias consistía en acostarse al lado del toro, mu e rto ya, ó en montarse en el vientre de éste para ser j u n t a m e n te con él arrastrado por las muías. Sonó la trom- ¡ peta y casi al mismo tiempo se abrieron las ¡ puertas del toril. l r n arrogante toro de Ateneo, ¡ de esos de frente china, salió disparado como ¡ Mecha, y no bien hubo visto á un picador, pre- ! parado ya con la pica en ristre, cuando se arro- | jó sobre él con ímpetu violento y tomó la primera vara, dando un airoso y oblicuo salto por i el flanco del caballo; mas á la segunda, destri- j pó á éste ó hizo dar al jinete un soberano i t u m b o. Ya ves, queridísimo lector, cómo también me permito el lujo de soltar algunas frases propias de la jerigonza taurina.
Al hablar de toros, según costumbre establecida, no me preocupo con la gramática, ni me intimida la impropiedad de las figuras, y tal vez á estas circunstancias se deba la falta de sindérisis en este; párrafo.
Muy natural es que la suerte de la pica sea casi siempre desgraciada, pues ¿ q ué otra cosa puede resultar, caro lector, de un tallarín montado en un fideo, como generalmente son. entre nosotros, el jinete y su cabalgadura, q ue i se ponen frente á frente de una fiera de t a n ta j pujanza como el toro? La muerte segura del i caballo y los frecuentes tumbos del picador, i cuando bien librado sale. Lo mismo te digo res- i pecto del mal éxito de las demás suertes, á can- | sa de la misma i n ep t i tud y desconocimiento j del arte, que constantemente oigo echar en la j cara á los toreros. . j
No daré cuenta, de todo lo (pie aconteció i en aquella corrida, porque mi ánimo apocado, | al decir de los amantes de ese espectáculo, obligóme á salir de la lumbrera después de la desgracia referida, y á permanecer retirado en el corredor exterior, recargado en la barandilla y entregado A la contemplación de los hermosos panoramas (pie me ofrecía el nunca bien ponderado Valle de México y á la observación de aquel ir y venir y rodar de los carruajes en el paseo de Bucareli, monótona costumbre en que consistía el desahogo de aquellos mis contemporáneos, en el escuálido lugar t an escaso de árboles como de paseantes pedestres, y tan a b u n d a n te de agua sucia en sus acequias limítrofes, como falto de la limpia en sus dos mezquinas fuentes. ¡ C u an diferente es el aspecto q ue hoy ofrece el hermoso Paseo de la Reforma tan extenso, tan provisto de árboles, de hermosas quintas y de elegantes monumentos, que da principio en la grandiosa plaza de Carlos IV y term i na en el sitio mágico de Chapnltepec. (*) Tiempo de sobra tengo para dar rienda suelta á las reflexiones (pie me sugieren las corridas de toros, é interrumpido ya el relato, poco importa, (pie la digresión sea más ó menos larga. No era poca la diversión (pie me proporcionaba el lento movimiento de los carruajes por aquella calzada llena de hoyancos que hacían saltar sobre sus muelles las cajas de los carruajes, t a n to q ue u na vez vi desprenderse de uno de ellos el asiento posterior de su lujoso lacayo quien, todo empolvado y maltrecho, h u bo de seguir al coche, abarcando trabajosam e n te con sus brazos el estorboso mueble. ¡ U na de t a n t as diversiones (píenos proporcionan gratis, en todos tiempos, nuestros Ayuntamientos! Volvamos al relato di! los toros. Sólo presencié de aquella función q ue se daba á beneficio del primer espada Bernardo (¿avino, el principio de q ue ya hablé, el medio y el fin. Como á las cinco de la tarde, entró en la, arena u na elegante carretela abierta, tirada por frisones, y en cuyos asientos posteriores iban dos preciosas n i ñ as vestidas de azul y blanco. La carretela, á todo correr de los caballos, dio una vuelta por el circo y se detuvo cerca del lugar en q ue se hallaba el primer espada. L as niñas descendieron del carruaje y (*) Gobernando la Nueva Kspaíla el excelente virrey I). Antonio María de Bucareli y Ursua, se estreno el Paseo <le Bucareli el «lía 4 «le Noviembre de 17cSe hallaba comprendido entre la plaza en que se levanta la Kstatua de Carlos IV y la garita de Helen. Poseí» dos glorietas, la del centro llamada de Guerrero ó de te independencia, la cual fué estrenada el lti de Septiembre de 1829, y otra al terminar el paseo, cerca de 1» garita mencionada. La primera fué destruida para Ie" vantar en su lugar el monumento mandado erigir en honor de I). Benito Juárez. La estatua de Carlos I ' ocupa el lugar de la antigua fuente de la Victoria.
se acercaron á éste para ofrecerle una hermo8a corona cuajada de monedas de oro, en los "•omentos en que los atronadores aplausos y los vivas de la multitud espectadora se mezclaban con los alegres acordes de la música, bernardo subió al carruaje con las niñas é hizo 8u paseo triunfal en aquella plaza, durante el cual no cesó el palmoteo y el entusiasmo del Público. Día de un triunfo espléndido para aquel que millares de veces expuso su vida luchando con el toro, y la cual, ya anciano, perdió al fin á causa de una tremenda cogida en ,a plaza di! Texcoco, hace pocos años.
Al terminar la función, el Presidente Sana Anna, acompañado de su esposa, montó en otra elegantísima carretela, que lo condujo al paseo de Bucareli. Como de costumbre!, iba por delante del carruaje un piquete de lujosos granaderos de la guardia, montados en soberbios a'azanes; por detrás, un regimiento del mismo cuerpo sirviéndole de escolta, y á los lados, á caballo, los edecanes llenos de relumbrones. A°da aquella aparatosa comitiva dio veli o velozmente una vuelta en el paseo, fuera de la linea de jos coches particulares y se alejó después con gual velocidad y en dirección al Palacio.
Al reanudar mi relación, empiezo por ade r" r t e, caro lector, que yo pertenezco á esa minoría que, con ofensa de la gramática y del buen sentido, han dado en llamar "sensibilea> y por tanto, me permito decirte, en uso de ,a facultaltad que me concede nuestra gran arta, que el espectáculo de la corrida de to08 es para mí horripilante, y lo considero co010 indigno de la cultura de un pueblo, tanto c°mo la bárbara costumbre de los boxeadores CJe la ilustrada Inglaterra, y de Ja no menos u*ta nación norteamericana. Tal es mi opiión y si con ella te conformas, querido lector, "ïucho me holgaré de ello, mas si fuera mi parecer contrario al tuyo, que los dioses inmortales de la Roma de Nerón te concedan el gaardón merecido por tu ánimo esforzado, y déjame, triste de mí! sumido en la condición del Ciego que no puede apreciar las excelencias de 'os fuegos fatuos.
Nunca, por agradar, he de decir lo que no 'ento, pues amo la verdad y odio el fingimien*°' aunque persuadido estoy de que mi consueta ha de acarrearme el desagrado de mulos y mil dicterios, mas he anticipádome en la aplicación de todos cuantos pudieran darme los taurómacos, como el de pusilánime, apocado, etc., etc.
Justas son las lamentaciones del toro y del caballo, y, además, hay que decir de éste que, olvidando el hombre sus nobles servicios, no se contente con sujetarlo al cruento sacrificio, sino (pie aún después de herido, lo martirice, introduciéndole de nuevo en el vientre los intestinos, cosiéndole; la herida y levantándolo á puntapiés para (pie, débilmente movido por los últimos alientos vitales, vuelva á la arena. ¡Cuánta sensibilidad la tuya, me dirán, y cuánta crueldad la vuestra, contestaré! ¿Y el torero ? Ese me causa doble pena, porque á la vez tiene que atender á la fiera toro y á la fiera público. Este nunca si! halla contento, por más que aquel demuestre valentía y arrojo y se esfuerce! en complacerle procurando ejecutar las suertes con mayor limpieza. Una cogida, que le dé el toro puede acabar con su vida; pero una cogida del público lo lastima, y lo ultraja con sobrada injusticia.
Dícese en descargo de esa, para mí fiera costumbre!, que (illa aparta al público del vicio de la embriaguez, impidiéndole que gaste todo su jornal en la bebida, y para probar tal aserción, se echa, mano de la estadística criminal, y, por otra parte, se nos quiere demostrar que los espectáculos sangrientos infunden un valor esforzado y una poderosa energía en el hombre, cualidades indispensables de todo ciudadano que ha de aprestarse á la defensa de la patria. ¡Qué bellas teorías si fuesen ciertas! Dígaseme simplemente que el espectáculo es del gusto de muchos, y punto en boca, pues hay gustos para todo, ¡ y vaya si los hay !
Para mí lo mismo da que el famoso licor de la reina Xóchitl, si! tome en la calle de las Damas, que en las barracas situadas en las inmediaciones de las plazas de toros, y que se lleve en jarros, para beberlo en el tendido durante la corrida, y que si! apuren copas de Cognac en las cantinas de la. misma plaza ; mas no queriendo ofender á la estadística desconfiando de sus cifras, ni á la policía negándole la exactitud de sus cómputos, acepto los benéficos resultados obtenidos en pro del pueblo durante las dos ó tres horas que dura una corrida. ¿Para reprimir, qué digo, para dar tregua
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EL LIBKO DE MIS RECUERDOS.
por corto tiempo, á uno de los vicios popula- iniciarse en todo ser humano, y para acallar res más degradantes, se cree alcanzar mucho los justos clamores de la conciencia. ¡Voces (in la mejora, social de ese pueblo con las co- I desentonadas y estrepitosas (pie contestan » rridas de toros? La observación demuestra lo los salvajes y terribles bramidos del toro qu° contrario. ¿Acaso otras diversiones más nobles piden venganza! y honestas, como el teatro, por ejemplo, no al- Los esgotadores en las ¡plazas de toros me canzarían resultados más provechosos? Hon- producen el mismo efecto (pie los padrinos en da pena causaría en mi ánimo una respuesta i los duelos. negativa, pues ella vendría A demostrarme la ! La patria tiene necesidad del valor de sus falta absoluta de cultura del pueblo. ] hijos, pero no de ese valor brutal, sino el qup
Dénsele, con ofensa de la civilización, infunde la dignidad, bellísimo don (pie sólo para (pie vocifere y se enloquezca, las co- se adquiere por medio de las virtudes cívirridas de toros, pero no como escuela de so- cas. briedad y patriotismo. Estas cualidades sólo Los romanos eran en extremo valientes y se adquieren en planteles especiales y con el estaban habituados á la, guerra; mas al perde1" buen ejemplo. Edúquesele convenientemente las virtudes que en un tiempo fueron el sello é instruyaselo en todo aquello (pie deba saber, de su carácter, esterilizaron aquellas grandes pero tanto en la parte educativa como en la facultades. Por cientos de miles acudían á los instructiva,, han de estar infiltrados los gran- grandes circos para presenciar los tremendos des principios de la moral, freno de oro de las combates de las fieras y las inhumanas luchas pasiones humanas, sin los cuales sólo se con- de los gladiadores, sangrientas escenas todas seguiría que el hombre, en el caso de que se á que el pueblo romano habíase connaturalitrata, en lugar de tomar el blanco "nontii" en ! zado desde (pie dio principio su nacionalidadescudilla de barro, lo apure en copa de cristal Habituado estaba su oído á los espantosos ruy cpie veamos en las calles, en vez de un bo- gidos de las fieras, su vista á las repugnantes rracho de frazada, á un ebrio de levita. Loque luchas en que se despedazaban los hombres comunmente se observa. con aquellas, y sus corazones insensibles, » ¿Ni cómo puede ser escuela de buenas cosno dar cabida á la compasión. Tal era de estumbres, una diversión en la que hasta la genforzado aquel pueblo; mas á pesar de sus trate decente pierde el decoro que exige su edudiciones guerreras y de su enérgico talante, cación, y se croe autorizada para vociferar probastó que Odoacro, Jefe de los hérulos, sonafiriendo palabras inconvenientes y nivelándose se desde Rávena las manos, para que viniese con la hez del pueblo? Ya que tal espectácuá tierra el poderoso Imperio de Occidente. ¿ * lo está á la orden del día, procure aquélla ser sabéis por (pié? Porque el valor digno y el patan correcta como en sus otras reuniones, ó triotismo estaban refrenados por la corruppor lo menos, no rebajo su dignidad al dar riención, el perjurio, el latrocinio y tantos vicios da suelta á su expansión. j como tenían enervada á la sociedad.
Si el argumento referente; á la tregua que Cuidemos de que la nuestra no llegue, p °r se da, al vicio de la embriaguez es falso, igual- el desprecio de los principios morales, á esa mente trivial y engañoso es el relativo al es- extrema degeneración. forzado valor que se dice adquiere el especta- Hase dicho en favor de; las corridas de todor en presenciado las sangrientas escenas de ros, parodiando la primera proposición de Ia la, lidia. El luchador, sí posee un valor teme- famosa ley de la gravitación, que "la virilidad rario al ponerse frente á frente de la fiera em- de un pueblo está en razón directa de sus esbravecida, á pesar de las ventajas que sobre pectáculos," falsa proposición, porque en el ella tiene; pero el espectador no aumenta, su presente caso, la segunda, (pie se ha omitido, ardimiento, lo (pie adquiero, os la, fiereza de destruye por completo á la primera enunciaánimo. Por eso grita desaforadamente el pue- da. Esa segunda proposición es: "y en razón blo y se enloquece á cada tremendo episodio ! inversa del cuadro de la inmoralidad," la qu e de la lucha, para ahogar, en su nacimiento, los tiene su comprobación en los mismos hechos nobles impulsos del corazón que tienen que | declarados, que fueron la causa de la destruc-
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°ión del poderoso imperio, minado en sus cimientos por la moral cristiana y herido de f u e r te por los pueblos germanos, viriles y vigorosos, sin estar habituados á los sangrientos esPectáculos de los Calígulas, Nerones y Domicianos.
UN DIALOGO INTERESANTE.
Como ligera introducción á esta segunda Parte del escrito concerniente á las Corridas a e toros, conviene referir la siguiente verídica historia. Dos sabios muy dados á investigar vidas ajenas, sacáronle; á Júpiter, como Vulgarmente se dice, sus trapillos al sol. Pusieron en claro dichos sabios las trazas que se (|aba aquel dios para el logro de sus perversos nnes, como eran los de transformarse en cuclillo, en lluvia de oro, en sátiro, en hormiga, e n ruego y en toro á ñn de seducir á diosas y linfas de lo mejorcillo que había en el OliinP° y fuera de él. ¡Vaya si el tal Jove ha sido Utl pillastre de cuenta! Averiguaron los sabios que Proserpina era inedia hermana del Cabalo< y, desenmarañando las madejas de los empíricos enredos, que el caballo y el toro eran Parientes, circunstancia por la cual el primer° (*e estes animales destripa, con frecuencia, al segundo. Calificado el hecho de los dos saltos, como un crimen de lesa majestad, el poderoso Jove los castigó, con virtiendo á uno en "^o y á otro en caballo, con la condición de |pie conservarían en el campo la razón y el habla, aunque algo perturbadas, pero enteramente privados de ambas facultades en las Plazas de toros, en lo que obró el dios con buen Seso, pues de lo contrario, era evidente que nmgún diestro pudiera quedar para contar su historia.
Hallábanse en el cercado de una hacienda aquellos dos pobres animales, el toro con no Pocas heridas ya cicatrizadas, y el caballo con a piel del vientre remendada. Animado é ineresante era el diálogo por ellos sostenido, en Y (1"« campeaban algunas ideas filosóficas, deliberadamente concebid a s. ie daré á conocer, caro lector, esa conversación que te parecerá incoherente porque á tí llega por medio de un tercer individuo que han dado en llamar reparler, cuando el título que en castellano le conviene es el de chismoso.
Oye, pues, las quejas y consideraciones del toro y del caballo, dignas de tenerse en cuenta.
Dice el toro: al luchar contra mí el hombre pone en juego cuantos ardides le sugiere su grande inteligencia, en tanto que yo lucho, guiado solamente por el instinto que estimula mis arremetidas para atender á mi conservación y propia defensa; él tiene escuela como la de Ronda que pone en acción la inteligencia para vencer, y la sevillana que se vale de la astucia para burlar, escuelas en que aprende los artificios para encolerizarme, herirme y matarme, conforme á reglas establecidas por los célebres diestros Pepe Hillo y el Chiclanero Montes, y yo no tengo más escuela que la de los campos en los que soy tan útil á ese mismo hombre que me ofende; él para la lid adapta cada suerte á los impulsos de mi instinto que le son muy conocidos, y yo me presento ignorando sus ardides, los que no me deja conocer, pues cuando bien librado salgo y perdonado por mis hazañas, se me retira del coso al cual no vuelvo por cpie experimentado ya, me convierto en pegajoso, sigo el bulto y no iicudo á los engaños, á los que mi bravura y ceguedad me precipitaron la primera vez, bravura y ceguedad que constituyen la base del toreo.
El cerca la arena con vallas y contravallas y burladeros, para ponerse á salvo en los momentos en (pie le doy alcance, y yo no tengo donde guarecerme; él me ataca de montón y con diversas armas me hiere, y yo estoy sólo y sin más armas (pie las dadas por la naturaleza ; á él acuden todos sus cómplices, dándome; golpes, echando á mis ojos sus capas y pegándose á mi cola para impedir mis movimientos y que acabe con el que tantos daños me ha causado, y á mí nadie me favorece ni