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La Cuaresma

&n el siglo XII, los latinos agregaron á la co- | Jálela algunas conservas, permitiéndoseles en la% noche tomar agua y poco vino, corto refrigerio á que se (lió el nombre de colación.

En 17()2 el Papa Clemente XIII, concedió a facultad de comer durante la Cuaresma hue^<J8, manteca, queso y otros lacticinios y también carne, con excepción de los primeros cuatr o dias. de los miércoles, viernes y sábados y ¡ a e toda la Semana Mayor, pero i ni] «nía á touos los que usasen de esa gracia, el deber de observar la ley del ayuno con una sola comida y á los ricos, además, el de distribuir limosnas â los pobres. Esa gracia siguió ampliándose P°r los Sumos Pontífices, reduciendo las ex^Pciones á sólo el Miércoles de Ceniza, los Vlerries y los cuatro últimos días de la Seman a Santa. En cambio de tales privilegios concedidos á España y á sus colonias, los agrac|¡idos debían de ejercer la caridad con relaC1°n á su clase y jerarquía. * fatuos de qué manera en México, por reg'a general, se ha i>ractieado la abstinencia y (íl ayuno.

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Muy satisfechos quedaban antes los hadantes (y lo mismo puede decirse de los acuales) de nuestro bello país, persuadidos co^10 estaban de haber cumplido fielmente con 08 mandatos de la Iglesia, con sólo la abs'''ición de comer carne en los días señalados t;'i el Calendario por medio de un signo, ó sean '°8 días do vigilia. l'aies días no eran, como la ni poco hoy lo 8°n, de penitencia, sino de recreo v de satis'acción al apetito de la gula. Asombrado lias >e quedar, lector amigo, al pasar tu vista por d interminable lista de conservas y potajes ° a que en los días de abstinencia se rogala"a n, tanto las familias ricas, como las de me'minos recursos y las pobres. De pescados y "'ariscos proveían los vendedores ambulantes, <lsí como de; conservas y licores las tiendas de "'tramariiios, y de todo cuanto produce nuesr° privilegiado suelo, los mercados públicos. ^111 los días de vigilia las cocineras se afana•*n por hacer gala de sus conocimientos cu'narios, dirigidas muchas veces por las señoíls de las casas ó por las amas de llaves, las llUe además, solían acercarse al brasero para bservar el conveniente punto de la miel de a s torrejas ó de los huevos reales, ó para agregar á los guisados y potajes, como complemento indispensable de la buena sazón, una puntita de ajo, una puntita de orégano, una puntita de pimienta ó una puntita de canela, todo lo (pie solía producir sus puntitas de indigestión al (pie bien librado salía de las comidas de vigilia.

En las casas ricas que como tales se consideraban, pues algunas hay que se tratan como pobres, las suculentas sopas de ostras ó de rabióles rellenos de espinacas y sardinas, los delicados pescados au gratin ó á la veracruzana, la sabrosa lamprea, la excelente mayonesa de langosta ó de salmón, las famosas empanadas de Emilio Lefort, aquel pastelero que con sus reclamaciones contribuyó á la invasión francesa en 1838, y algunos buenos potajes, ricos vinos, licores, exquisitas frutas y dulces constituían las comidas de penitencia, ó sean de viernes. En las casas de medianos recursos, cuyos dueños sabían tratarse como ricos, comían tan bien como éstos, substituyendo el bobo, la lamprea, y la langosta con el pescado bagre, el bacalao y los camarones; mas aquellas cuyos recursos las obligaban á limitar sus gustos, y pertenecían, en tal virtud, á la clase menos (pie mediana, so» conformaban con abastecer sus mesas de un buen caldo de habas con su indispensable puntita de aceito;, capirotada ó sea sopa de pan dulzona, con sus rajas de huevo cocido; lonjas de pescado robalo envueltas en huevo y fritas, con su correspondiente ensalada de lechuga, ó bien ens'dada de remolacha: tortas de camarón, de ranas ó de almejas; el famoso revoltijo do; romeritos, chile, papas y camarón, o;n cuyo buen condimento fundaban su orgullo algunas damas; frijoles refritos, vino ó cerveza; y, por último, fruta y dulce. Los fiebres que siempre; se tratan como pobres, agregaban como extra, á sus comidas ordinarias, muy frugales i>or cierto, algunos an imalojos y productos de las lagunas, así como uno que otro potaje de hierbas ole infinita variedad. Entre los primeros, y ahora es el momento de tu asombro, queridísimo lector, se contaban los ajolote* ó axolotl de piel negra y carne blanca de un gusto semejante al del pescado bagre; acociles, parecidos al langostín, de color pardo, cuyo sabor so; acerca al de los marisc:os; atepocates ó atepocatl, rana peque*

ña en estado de transformación ; amarillitos, ó cli.avalcH, peoesillosde color amarillo: y nictlapiqiH's, peces más pequeños, aunque semejantes á los anteriores, y el ahitan lie, pasta de huevecillos de moscos que venden los indios páralos pájaros. Entro los segundos se enumeran los quelites, verdolagas, espinacas, quintouiles, romerifos y otras plantas, así como el cuithiroclic ú hongo del maíz, cou cl que se hacen quesadillas, y por último, claclaoi/os ó sean quesadillas de mai/, azul rellenas de frijol. Te compalez o, lector querido, por el estropeo que ha de haber sufrido tu lengua, al pronunciar tales nombres.

Los pescados salados y los mariscos producían una sed insojxu'tablo, la que era preciso mitigar tomando por la barde aguas frescas, nieve ó helados, por más que fuese perjudicial tal aditamento á los estómagos.

En las casas se preparaban las aguas de chía con zumo do limón, y las de juña, tamarindo, limón solo y por último horchata de pepitas de melón con su polvo de canela.

En las calles, los neveros que llevaban equilibrando en la cabeza el cubo de la nieve y en la mano una canasta con canutos envueltos en zacate, no cesaban de gritar: . 1/ buen canuto llenado! ;A tomar timón a tccl/c.al ncrcro! ó bien, ; A. lomar Unión ij roxa, al ncrc-

Y on tin, los grandes establecimientos llamados en México Sociedades, como eran: la Bolla l'nion, (iran Sociedad, El Progreso y El Bazar, se hallaban henchidos de gente que acudía para, apagar su sed tomando buenos sorbetes. Lo mismo puedo decir de las neverías, particularmente de las de mayor crédito como eran la de Santa Clara y la de San Bernardo, la cual estaba situada freinte á la, portería del convento que daba nombre á la calle y correspondía al extremo mirto de la nueva calk; de Ocampo.

Si de la, relación de las vigilias (jasamos â la del ayuno, observarás, amigo lector, «pie la gente era, antes como hoy, consecuente con \ sus principios.

Proscribíase, en verdad, el desiyuno, pero ! á las doce del día era el desquite. Pna opípa- j ra comida, capaz de alimentar por ocho días á I una legión de bohemios que son los que. suelen tener hambre y sed de justicia, ampliamente compensaba el sacrificio llevado á cabo, y como si tal comida fuese tan solo un aperitivo, hacíase en la noche la colación apurando una taza del aromático Tabasco ó Soconusco, con una media docena de suculentos bizcochos de á cinco, do aquellos que se fabricaban en 1» bizcochería do Ambriz. de la calle de Tacuba, ó en la no intuios afamada de Puerto de la calle de San -luán.

Esas ipio te he pintado eran las comidas do vigilia con las que se creía cumplir el mandato de la Iglesia, y convendrás conmigo, amable lector, que el tal ayuno, de la manera qu^ se practicaba, equivalía simplemente á hacer ostentación de un ropaje de Carnaval.

DIVERSIONES EN CUARESMA.

Siempre la sociedad aprovecha las oportunidades para poner de manifiesto sus inconsecuencias. En el tiempo santo, salvas honrosas excepciones, la vanidad disputa á la austeridad su imperio, el lujo no cede el campo á la compostura circunspecta que requiere el duelo de la Iglesia, y la diversión llama con tambora á las puertas de los teatros para los bailes de Carnaval, mientras las campanas de loS templos convocan á los fieles para la oraciónCosa extraña, ó más bien dicho inconsecuencia magna, os aquella de clausurar los teatros para las representaciones líricas y dramáticas. y tenerlos abiertos para las escenas carnavalescas, «pie se suceden durante los domingos con los nombres de Piñata, la Vieja, la Moza y la Sardina; al mismo tiempo «pit; las corridas de toros prosiguen librando sus sangrientos lances. Detesto la hipocresía, como altamente perjudicial á la Religión, y sólo quisiera que la sociedad fuese algo consecuente con los principios (pie profesa. Cuando se observaba algún rigor en las prácticas cuaresmales, la privación de las diversiones, durante los cuarenta días, avivaba más el deseo de gozar de ellas después d«> la Pascua.

Durante el tiempo «pie duraban clausurados los teatros, los autores ó formadores de Compañías dramáticas se ocupaban en la nueva organización de éstas y en reforzarlas con algunos actores y actrices desconocidos del público de la Capital, y los comediantes pro-

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