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Las Fiestas de Tlalpan

tes; las profundas barrancas, cubiertas en parte, de lavas basálticas, y en parte de una rica vegetación, perteneciente á las coniferas, y las cumbres del Ajusco que se alzan majestuosas hasta tocar, casi, el límite de las nieves perpetuas. Al pie ile la cordillera ext ¡ándense hermosas y verdes campiñas, interrumpidas por el terreno volcánico del pedregal, (pie con sus enormes rocas fundidas, está demostrando las tremendas convulsiones que en época, muy remota sufrió el suelo. Frondosas arboledas y corrientes de agua fresca y cristalina, hermosean varios lugares, como las Fuentes, el Nino, Peña Pobre, el Coscomate, Chimalpa, las Fábricas d*! San Fernando y la Faina, el Sillón de Mendoza, paraje donde da principio el famoso y extenso pedregal (*) y, por último, el Calvario que es una hermosa colina al O. de Tlalpan, sombreada por el espléndido follaje de corpulentos fresnos, sauces y algunos ahuehuetes.

La extensa calzada (pie liga á Tlalpan con la Capital de la República, veíase, en los tres

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SAN AGUSTÍN DE LAS CUEVAS • TLALPAN.

días de la Pascua de Espíritu Santo, recorrida incesantemente por toda clase de personas, que hacían el camino á pie, á caballo ó en bu-

( *) I-a tradición relien" <|iie siendo (recuentes las visitas i|tie el Virrey Mendoza haría ;í Tlalpan para activar con su presencia los trabajos de la calzada y del puente, hnprovisósele por los canteros un sillón, tallándolo en una de las rocas del pedregal. rros, en elegantes carretelas ó en coches de alquiler, unos en buen estado y otros medio desvencijados; en diligencias, en ómnibus'ó en carros de dos ó cuatro ruedas, pues era el tiempo en que se echaba mano de. todo vehículo por maltratado (pie estuviese, como que medía población de la Capital y de muchos pueblos á la. redonda, so transportaba al lugar de las tiestas, que en aquella época podía tenerse por el Baden Baden ó el Monte Cario de México. Los que á Tlalpan se dirigían iban, como dice el refrán, por lana, y los que regresaban, volvían trasquilados, pues pocos eran los que venían con su dinero en el bolsillo y raros, muy raros, los gananciosos.

La animación que reinaba en la famosa ciudad de San Agustín de las Cuevas en los mencionados días, era extraordinaria, por mañana, tarde y noche. Desde muy temprano las calles se veían recorridas por los vecinos de la Capital que sucesivamente iban Uegando, dirigiéndose unos á la plaza donde ya estaban instalados, al abrigo de sus sombrajos de lienzo ó de petate, los puestos de los cafeteros y neveros, y aquellos en que se jugaba á las cartas, á los dados, al reloj, al imperial y á la lo^ ^ ^ tería de cartones, sin faltar el ordina• rio carcamán ni el famoso juego de las tres cartitas. (-¡ente del pueblo se agrupaba en torno de las mesas, unos para jugar y otros para divertirse con los versos y chascarrillos de los carcaDiancros y demás truhanes que también sabían engañar y desplumar al prójimo. Los alburiloB constituían en los juegos de cartas el principal, y digo alburitos porque el monte no excedía de veinte á veinticinco pesos, ni las paradas de tlaco, cuartilla ó de las íntimas monedas de plata, siendo de notar que casi nunca aparecía el naipe «pie mayor parada tenia.

Los dados se jugaban por medio de un cono de hoja de lata con una abertura en su vértice, por la cual se echaban tres de aquéllos. De los seis números de los dados tres jugaban por cuenta del montero y tres por cuenta de los puntos, y lo extraño del caso era que cuando se levantaba el cono y aparecían los dados sobre la mesa, casi siempre presentaban en su

taz superior los números que al montero convenían, efecto piobable, no de la magia negra, sino de la del truhán que manejaba los dados, y la cual consistía, sin duda, en que en éstos estaba destruida la uniforme densidad de la uiateria por medio de azogue ó plomo introducido en determinado y conveniente lugar.

La ruleta ó imperial era un aparato circular en cuya circunferencia había un casillero formado por numerosas divisiones, negras unas y coloradas otras, alternadas y todas numeradas. Al girar el aparato sobre su eje se hacía rodar por la circunferencia una esferita e n dirección contraria al movimiento de aquel, la cual al perder su fuerza inicial saltaba por las diversas casillas hasta detenerse en una. y entonces el de la ruleta gritaba: Veinticinco Colorado, por ejemplo, y pagaba ¡ib' por 1 al que había apostado al número de la casilla, recogía las apuestas de los otros puntos, y pagaba además, á la par, al que sólo había apostado al color. Con el alma en un hilo, como se dice vulgarmente, estaban pendientes todos los J ugadores del vertiginoso rodar de la bolita, para adquirir, la mayor parte de ellos, al fijarse esta en una de las divisiDnes, el desengaño de 8 « triste suerte. A uno y otro lado del aparato y sobre el tapete de la mesa, hallábanse unos benzos de hule ó paño, divididos en tantos cuadros numerados, cuantos eran los números (1e la ruleta. De manera que el que ponía un Peso de parada hacia el centro de mi cuadro recibía, si el número era favorecido por la Suerte, :{(í por 1 ; si la parada se colocaba sobre a Hnea de dos casilleros, indicaba que apostaba á los dos números de estos, y recibía de Premio 18 por 1; y si la colocaba en el cruce r° de cuatro casillas, tenía acción á los cuatro "Ûnieros de éstos, mas sólo se le premiaba con ;* Por uno. ¡Cómo han afilado los hombres el lT|genio para desplumar á sus semejantes!

La ruleta, que con una instalación más aparatosa se presentaba en la entrada de algunas "e las grandes casas de juego, era el refugio j l e los desplumados en las partidas, pues si la, °rtuna les sonreía y volvían á armarse, regresaban á aquéllas é, fin de emprender nueva Cil mpana. l'ara la lotería ó rifa de cartones usábanse stog divididos en diversos cuadros, que se dis"Uguían por los diferentes naipes de la baraja, por diversas figuras ó por números; mas siendo tan generalmente conocido el jiiego de esta clase de lotería, sólo me detendré en dar á conocer la nomenclatura de que se valían los truhanes para anunciar los mímeros ó las figuras, que, según el caso, iban sucesivamente saliendo de sus manos.

Cuando los cartones eran de números no gritaban los nombres con que son conocidos, sino los que habían asignádoles en el juego, y así decían : la* palomitas, el 22, las alcayatas, el 77; Ion anteojos tic /'Hatos, el 8.

En la lotería por figuras tampoco mencionaban los nombres de éstas, sino frases aellas alusivas. Así i»r ejemplo, gritaban: el <pic le cantó ú San Pedro, el gallo: el ahrij/o de los polires, el Sol ; la perdición de los hombres, una d a m a: l>on Ferruco en la Alameda, un petimetre; Marii/nila ¡¡ .1 ua-i Soldado, nna mexicana del brazo de un militar; la arma de nií caliente, un machete: ¡A re María Purísima! el diablo: las iusii/uias del militar, unas charreteras: la Pelona, la Muerte;; el a ni ajo de los hombres, el perro: Ya parriba San Loreir/A). la parrilla: no ha" m ¡res de eso, el almirez.

El carcamán era entre todos los juegos el más grosero y el (pie atraía más gente del pueblo. El carcamavero, el truhán )»r excelencia-, no tenía asiento fijo, como que las ferias y las tiestas de todas las poblaciones del país constituían inagotable mina (pie nadie como él sabía explotar: así es que tan pronto se le veía en Ameca y (luadalujx!, como en San Juan de los Lagos, en el Pueblito y en Zampan, y recorría la República desdo Acapulco á l'a so del Norte, y desde Medellín hasta San Blas, razón por la cual se daba el nombre de misioneros A los que abrazaban tal-ejercicio. Todavía hoy existed tipo, aunque el verdadero es raro y está llamado á desaparecer.

Desde muy tempra.no el earcauíanero en Tlalpan, instalaba su puestcTque'consistía en una mesa colocada bajo el abrigo de un sombrajo sostenido por dosjpies derechos de madera. Sobre el raído tapete; de la mesa, y en la parte delantera de ésta, tendía un armazón de madera ó de hojadelata, dividido en doce parres, las cuales contenían, bajo de vidrios, diez cartas con las diversas figuras de la baraja y además una colorada y otra negra.

De pie, detrás de la mesa invadida ya por ¡ algunas gentes del pueblo, el carcamanero agi- j taba entre sus dos manos un gran cubilete de cuero ó de otra materia, con cascabeles, y guardaba en ese cubilete tres dados, de los cuales, dos tenían marcados sus puntos del uno al seis, y el tercero, con los correspondientes al siete, á la sota, al caballo y al rey. así como al color rojo y a-1 negro. El cnrcamanero dejaba caer los dados, y pagaba las paradas de las tres cartas favorecidas y recogía las de las siete restantes, y si salía un color, pagaba como en un albur la parada correspondiente á éste y alzaba la otra.

Los jugadores eran siempre atraídos á la mesa del carcamán por los colorados y picantes versos que el pillastre lanzaba continuamente produciendo en su auditorio hilaridad general, y sólo cuando se acercaba la policía pronunciaba aquél otros, dé los que pueden ser transmutados al papel. Siempre agitando su cubilete, así decía: Entren y rayan entrando Vayan todos aportando. Con cinco se sacan set's Y con. seis se sacan diez.

Entren niñas bonitas, ramos entrando. En los cerros se dan tunas Y en las barrancas pitayas, Y en las tecas de las viejas Anidan las guacamayas. \ origan y vayan poniendo ; Que estoy, preciosas, perdiendo. | Marcela de los infiernos: El que vive con Inés Xo es naranjo y tiene cuernos. Dime, Man •ela. uiién .1 / as, al ¡los, al 1res, Pongan al as. sin cautela. Mientras me dice Marcela, S¡ no es naranjo, lo que es. Pa coronar á las madres (thie tienen bijas bonitas. En el mar está una palma

Verde, verde hasta la punta:

Si usted se llama no quiero.

Yo me llamo, mas que nunca. Vamos niñas bonitas, vamos entrando Al as. al dos. al 1res.

Adiós, me despido ingratas Ya no quiero vuestro trato. ¡Ah qué indinas son las ratas (Jue quieren comerse al gato!

Entre todos los juegos el que mas llamaba la atención por constituir una estala descarada, era el de las tres enditas. El fullero extendía en el sucio su sarape y se sentaba sobre él con las piernas abiertas, ponía á su fronte un montón de monedas de plata y c0 ~ bre y empezaba el susodicho juego atrayendo á la gente por medio de sus chascarrillos, muy semejantes á los del carcamán. Reunidos y<1 los jugadores, enseñábales tres cartas: el as, la sota y el rey, por ejemplo, y barajándolas con destreza colocábalas repetidamente y en lugares alternados sobre el sarape, enseñando y nombrando las figuras al levantar aquélla8 y ocultándolas al dejarlas caer, de suerte que. conociendo los circunstantes el lugar de determinada carta, ponían á ésta sus apuestas con la seguridad de ganar. El fullero, al cabo de un rato de viva manipulación, y ya en reposo las cartas sobro el sarape, preguntaba: ,'dónde está el rey/ y todos los ¡ninfos ponían sus paradas sobre la carta de en medio por ser "1 lugar en que ésta había sido colocada, segu» observaron. Cuando vanadio apostaba, el rullero alzaba la carta, mostraba que era el i,b y recogiendo el dinero se conformaba, con decir muy tranquilamente: perdieron.

Este juego de manos es, con razón, iiu>> perseguido por la policía. í)or ser el (pie m» 5 se presta para desplumará los pobres.

El juego por excelencia y de mayor atractivo, el (pie reunía en torno del tapete vord° al pobre y al potentado, al dependiente y al principal, al joven y al anciano, y aun al ado-

Si¡/an y rayan entrando. Se ra, se tira y no /aty reclamo; Al ir aanando, se ra. pagando ) ' al ir ¡wrdiendo, se ra recoijiendo.

Del cielo cayó una palma Hocicada de campanitas.

Jeseente y á la dama, era el de las Partidas, á •as que los empleados no podían concurrir por Prohibición del Presidente Santa-Anna.

No todas las partidas eran de la misma categoría, pues las había de primer orden como 'as establecidas en las casas del portal de la Plaza y on \iX esquina de la misma, y otras de Sognndo y tercer orden, las cuales se hallaban '«atribuidas en diversas calles de la poblar o n. En las primeras sólo se jugaba oro, siendo la menor parada de una onza, ó bien oro y P°c a plata, y en las segundas mucha plata y P°co oro.

Como en tales días, en la época a que me reíWo, ó sea la década de 1H:>() á 18(!0, era c°stumbre establecida, y no mal vista, la de abandonar la Capital y dirigirse á Tlalpan ^ °n el intento de jugar, poco ó mucho, según a condición social de las personas, nadie se avergonzaba de concurrir k las partidas, como nadie se escandalizaba de ver entrar en ellas a los demás, porque el juego era el objeto princiPal de la feria de San Agustín de las Cucas. Los que no podían concurrir á este lugar Wmaban su vaquita y la confiaban á un amig 0 Para que la jugase, y á íin de que puedas Müeciar bien informado, querido lector, de to0 »0 concerniente al juego y á los jugadores ^n afluellos famosos tiempos, permíteme (pie e refiera mis impresiones, mas antes has de Prometerme el no juzgar de los hechos con un cp»terio diferente del quo dominaba en aquella °ciedad para la cual la expresada diversión <!ra lu cosa mas natural del mundo. i ° era casi un niño y merced á esta cireunstancia varias personas, jóvenes unas y ancanas otras, persuadidas de que la inocencia «árlales la fortuna, me confiaron la vaquita ^nviándome á Tlalpan para que la jugase, i ndigna y vituperable acción que así iniciaa á un adolescente en la fatal carrera del vicio!

Muy

satisfecho con seis onzas de oro que 10 °r an mías y con una docena de pesos fueres - partí muy de mañana cierto día de Pascua en una diligencia, y al cabo de dos horas e gué á la nunca bien ponderada ciudad de an Agustín de las Cuevas. Las constantes aciones de mi madre, la que ignoraba en ta_ 8 momentos el incidente que te cuento, amae lector, fueron, sin duda, en aquel día mi poderosa égida, y las que me inspiraron ideas, merced á las cuales fui precabido á pesar de mi inexperiencia, y hube de conservar en mi espíritu, tal vez por un instinto benéfico, la más completa indiferencia hacia los montones de oro que veían mis ojos y que á otros causaba inmenso desasociego. Por tanto, lo primero que hice, después de mi paseo por la plaza, cuyas escenas te he descrito, fué sacar mi boleto de la diligencia para asegurar mi regreso á México y pagar mi almuerzo en la buena fonda de M. Coquelet. En ciertas partidas la cantina y fonda corrían por su cuenta para el servicio gratuito de los concurrentes.

Libre de todo cuidado penetré, como uno de tantos, en la casa del portal en que se hallaba instalada una de las partidas de más rumbo, como (pie pertenecía á personajes de mucho copete. En una gran sala del piso bajo, sin más muebles que la mesa del juego y unas cuantas sillas que la rodeaban, vi reunidas gentes de diversas condiciones y de diferentes sexos y edades. Cubría la extensa mesa un tapete verde de paño con dos grandes cuadrados negros, también de paño, distribuidos simétricamente á uno y otro lado del centro, cada uno con dos divisiones para la debida separación de las paradas, y un cajón para retirar de la circulación del juego la moneda menuda de oro ó plata y obligar al punto á no parar sino grandes monedas. A los conocidos daban caja. Formando cuadros como en campaña los combatientes, estaban apiladas dos mil onzas de oro en columnas de á veinte, dispuestas á entrar en acción, así como agrupados en torno de la mesa, unos sentados y otros de pie, en segunda y tercera fila, se hallaban los que conspiraban para desbaratar aquellos famosos cuadros que, en las partidas, son más difíciles de destruir, que en el campo de batalla los formados por soldados aguerridos, como que más caprichoso y voluble es el azar de la fortuna que el azar de la guerra. Para que la comparación sea más exacta, no faltaban en los puntos ó jugadores buenos planes de ataque, más á pesar de todo casi siempre salían completamente derrotados, püdiendo en tales casos decirse con verdad: plaza sitiada casi nunca es tomada, lo contrario de lo que asegura la táctica militar.

De todos los que rodeaban la mesa pocos '

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EL LIBKO DE MIS RECUERDOS.

eran los que por curiosidad, tan sólo, so ha- ; liaban frente do ella, pues los más conspiraban para desbaratar aquellos montones de oro '¡ por cuantos medíosles sugiriese su ingenio. ¿ Unos, osean los verdaderos puntos, se aprestaban al combato con su dinero, poco ó mucho, , y otros, couio los cazadores de conejos y los , levanta muertos, sólo ponían de su parto el ! atrevimiento, atisbando los primeros la bara- i ja para jugar sólo en el caso en que sus ojos ¡ de lince pudiesen descubrir la puerta, es decir I la primera figura de los naipes ya barajados, y | estando atentos los segundos al menor descui- i do de un jugador para alzarse con su parada. ¡

Desde luego llegaron á mis oídos algunas frases que nunca habían percibido, tales eran estas : ¿ ya están todos ? - corre fuera de puer- | ta—á la segunda moza á la segunda vieja— ! se hace la chica se hace la grande, y otras | por el estilo. '

Ejecutadas las sucesivas operaciones, como barajar, alzar, tender las cartas de cada albur en el tapete y poner las corres]>ondiente8 paradas ó apuestas, el tallador dirigía á los circunstantes la expresada pregunta ¿están*torios? á la que contestaba el director de la partida, después de cerciorarse de que ya no había otros puntos: corre. Entonces el mismo tallador, con toda parsimonia, ejercía su oficio, en medio de un silencio profundo, que dejaba oír el débil ruido riel alateo rio una mosca, y era rie ver la diversa expresión que, en tales momentos, adquirían los rostros rio los concurrentes revelando los sentimientos que interiormente los agitaba. Unos poníanse rio encendido color y demostraban en el semblante cierta zozobra; lívidos otros, expresaban en el gesto mortales ansias, y muy pocos, solamente, sin inmutarse, revelaban indiferente calma y una sangre fría admirable. Algunos, al deslizarse cada carta de la baraja acariciada por la experta mano del tallador, creían ver en las extremidades, apenas visibles, de un dos de bastos, por ejemplo, las patas de un caballo ó de una sota, figuras en las (pie habían cifrado su esperanza, sucediendo á la ilusión más completa la inmediata decepción. A veces, por condescendencia del tallador, corría la baraja alguno de los puntos, el cual, según el temple y estado de su ánimo, ejecutaba tal acto con firme ó con trémula mano.

Imitando lo que otros hacían, sin que guiara mi mano, ni el valor, ni la timidez, puse o» primer parada de una oncita á un rey de oro» contra una soto de espadas y al venir ésta * la segunda y vieja, según oí decir, y era de diferente color que la carta contraria, vi barrer mi moneda en compartía de otnis muchas compañeras, á la vez que se pagaban y se retiraban riel tapete por los puntos, las paradas gananciosas. Ya más atrevido en mi segundo intento puse doble parada á otra sota, por pare cerme, entonces, fácil su inmediata aparición, y la cual figura jugaba contra un cinco de copas; mas un viejo (pie con atención me observaba, me dijo: pero ¿qué hace usted, muchacho, pues no ve que se está haciendo la chica? pase usted su parada á la otra carta. i ° obedecí y á la quinta ó sexta manipulación del tallador apareció la sota, y vino moza pues era del mismo color que la carta contrariaEntonces dirigí á mi viejo consejero una mirada con la que quise decirle ¡qué bruto ha sido usted! El comprendió mi reproche y se conformó con decirme: ¡Qué quiere usted, falló la regla! Parece que estos señores todo lo hacen con reglas, lo que no impide que más tarde ó más temprano se queden, como dice un adagio nuestro, en un petate, y son como los billeteros que quieren hacer creer que los billetes cuyos números suma 13 ó 19 ó determinada fecha obtienen indefectiblemente el gran premio de la lotería. ¡CábaJas que aún subsisten de la antigua nigromancia!

Ya me estaba fastidiando el jueguito y quise terminar cuanto antes con él, y á éste fin puse las tres onzas que me quedaban de 1° ¡ vaquita, á un rey. tan sólo por contradecir » mi inoportuí ^ consejero y vino un famoso y. regordote rey < le espadas, pero en el momento ¡ en que mi parada tenía tres onzas más encim»> i vi alargarse el brazo de un levanta muertos, asir con sus garras las seis relucientes monedas y embolsárselas muy tranquilamente sin valerme mis justísimas protestas, ni la defensa que en mi favor se servio hacer mi viejo consejero: todo terminó en que éste le dijo ** otro sinvergüenza y yo me alejé indignado» tanto por la escandalosa fullería de que fui víctima, como por el triste papel que se me había hecho representar en aquella ocasiónAl retirarme, los famosos cuadros de oro,

CUADBOS DE C08TUMBBES.

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sólo habían resistido los continuados emP jes de los puntos, Bino que se hallaban más P°tentes que antes, reforzados por diez ó quinouevas columnas de á veinte oncitas cada nna.

Casos se dieron de que alguna ó algunas e las famosas partidas de la feria de Tlalpan e 8 e n desmontadas, y bien merece, por tanto " e-te refiera, carísimo lector, uno de esosca808 · Había en México por aquellos tiempos, °élebre jugador á quien ni alentaba la buefluerte ni agobiaba la desdicha. Impertur"le siempre, jamás reveló en su semblante sentimientos que agitaban su ánimo, así tos sucesos prósperos como en los adversos su existencia, viéndosele vivir tan contenen medio de la riqueza como resignado en indigencia, montando unas veces con esP endidez su casa, y otras haciendo entrega á

U8 acreedores de cuanto en ella poseía. ^8te ser original, tipo del gran jugador, cue*istencia se deslizaba alternando entre la Opulencia y la inopia, hallábase en TÍalpan en días de fiesta á que me refiero, y ya fuese Porque se encontrase entonces corriendo uno los períodos de escasez, ó por que la adversuerte lo hubiese despojado por la mañana

P0 0 0 ó mucho oro con que se había apresT*10 á la pelea, el hecho fué que en la noche tal día sólo un tostón guardaba su bolsillo, j con él se dispuso á entrar de nuevo en acción atacando primero la ruleta. Sobre la car**** a m e r a da de ésta echó la susodicha uioe aa, y como en tales momentos la voluble for0 , 10 se declaró en su favor, la inuuieta bolita aiO en su número por el que recibió 18 pe8 08 en oro y plata. Armado ya, como dicen los Jugadores, se dirigió auna de las principales ! Partidas, en la que tuvo la atingencia de ganar

Primer albur y tras de éste, con pocas alterativas, otros muchos á la dobla: de manera ^ne 4 la inedia hora había adquirido unas mil H^inientas onzas y con ellas la posibilidad de ^ ° I r enalta y arrogante voz: tupo el monte. °üos los circunstantes mirábanse azorados nos á otros, pues apenas podían imaginarse Hne hubiese un ser que arriesgase en un albur j'S pingües ganancias. Aceptado el envite por director de la partida, todos se dispusieron

Presenciar con el mayor silencio el lance, adrándoles el contraste que formaban la perturbación de ánimo que embargaba al tallador al barajar con trémula mano los naipes y la serenidad del jugador, manifestada en los momentos en que cortaba las cartas y corría el albur con mano firme. A cada deslizada de carta para descubrir una nueva, todos se ponían lívidos y apenas podían contener la respiración, menos el interesado que imperturbable seguía echando naipes al tapete verde, hasta que al fin apareció una figura que causó una inexplicable sensación en los circunstantes y una aclamación general. El punto había ganado el albur. Sin inmutarse éste para nada, llevóse á poco sus tres mil onzas, y ya empezaban á abandonar la sala de la partida los demás jugadores, cuando fueron detenidos por el director que les dirigió las siguientes frases: "Señores, la sociedad cuenta con los fondos suficientes para reponer el monte: así es que, dentro de unos instantes, continuaremos la partida."

Tales son los accidentes del juego, y de éstos ha sido el más vivo ejemplo el caso á que me he referido. El expresado jugador, después de muchas peripecias como las manifestadas, murió triste y miserable en sitio, nada decente, como que era el retrete de uno de los principales hoteles de la ciudad de Puebla.

Voy á tratar, lector amigo, de otra clase de juego en el que la muerte de un animal resuelve el punto. Cuando veo á la humanidad gozar con los espectáculos cruentos y la saña con que se miran los mismos individuos que la forman, juzgo muy acertada la idea de Plauto: Homo hominist lupus. Cierto es que el hombre ocupa el lugar prominente en la Creación por encerrar en su ser un principio espiritual activo, pero también es verdad que posee instintos feroces, que solo se modifican y desaparecen en virtud de la educación moral y quien dice educación dice verdadera civilización.

Disponíame á regresar á México en las primeras horas de la tarde, cuando me encontré con un amigo, á cuya generosa invitación debí el poder concurrir á la plaza de gallos, la que me sorprendió, tanto por el aspecto poco agradable del edificio, como por la concurrencia, muy numerosa y en gran parte escogida.

Vi desde, luego en el redondel á un hombre que se movía sin cesar y que vociferaba coi;

toda la fuerza de sus pulmones, üíjoseme que era el gritón, que procurase no perder una palabra de las que dijera, y que atendiese cuidadosamente á todas las peripecias del espec- | táculo. Así lo hice en efecto, mas no sin vol- ¡ ver á preguntar quiénes eran aquellos indivi- ! duos que veía sentados detrás de una mesa en el palenque, y se me contestó que uno era el sentenciador ó juez, nombrado por los mis- ! mos jugadores para hacer cumplir en todas ¡ sus partes el reglamento, siendo sus fallos ina- i pelables, y el otro el depositario de las apues- i tas, el cual pasaba al redondel por orden del j juez para cerciorarse de si un gallo estaba bien I muerto, y para atender á otros incidentes.

Cuando entramos en la plaza había jugá- | dose el mochiller con $50 y 50. es decir, la ; primer pelea por la que se había concertado j dicha apuesta, ó sea la mayor, siendo los otros j 50 los reales que el perdidoso tenia la obliga- | ción de entregar para la empresa. i

El gritón, alzando la voz, dirigió á los circunstantes el siguiente anuncio: Primer careado. — 4 libras 11 onzas.— Navaja libre. Vengan los gallos. j

Llámanse careados á los lances concerta- j dos entre los dueños de dos gallos de igual pe- j so, pues los que se ajustan sin descubrir aque- ¡ líos, reciben el nombre de tapados, y pueden ser libres ó á la balanza, es decir, de igual peso.

El gritón repetía su pregón y agregaba: ya está aquí un gallo.--Venga el otro. Hagan las apuestas.

En ese momento, los corredores, que eran seis ó más individuos á quienes se daba á reconocer previamente, y de cuya fidelidad era responsable la Empresa, recibían el dinero de los asistentes que querían apostar á determinado gallo de los que iban á pelear, y se echaban á andar apresuradamente por el palenque, como locos, unos en tal dirección y otros en la opuesta gritando todos á la vez y dirigiéndose á los concurrentes:---25 pesos á Fulano (el dueño del gallo), ó bien, 25 pesos al gallo prieto.—¿Quién quiere parejo á Fulano? Muchos contestaban aceptando y entregando sus apuestas á los corredores, y hablando todos á iin tiempo producían inmensa algarabía. Entre tanto, amarrábanse las navajas á los espolones de los gallos y se pesaban éstos, y cuando ya todo estaba listo, continuaba el gritón: —¿Todos están casados?—¿Están hechas las apuestas?—Cierren la puerta, y confundiendo su voz con los acordes de una música bulliciosa, proseguía diciendo: —Vamos, señores, que se hace tarde. Preben los gallos.

Entonces los soltadores ponían de frente á sus gallos, sin soltarlos, arrancándoles plumas de la gola para encolerizarlos y refrescándoles la cabeza con bocanadas de agua. A poco los soltaban desde las rayas marcadas en el suelo. Libres los valientes animales, lanzábanse uno contra el otro, brincando á tal altura y con tal Ímpetu, que del choque resultaba el desprendimiento de muchas plumas q « e volaban por el aire, imprimiendo á la pelea un aspecto más siniestro. Al segundo encuentro, un gallo cayó mortalmente herido, clavando en la tierra el pico, en tanto que el otro, irguiéndose y sacudiendo las alas, lanzó su canto di; triunfo. Pagáronse á los gananciosos las apuestas, y el gritón, en desempeño de su oficio, dio grandes voces diciendo: ¿Todos están pagados? ¿No hay quién reclame?—Abran la puerta.

En la pelea siguiente sólo hubo una Ve' quena diferencia con la anterior, y la cual consistió en (pie los concurrentes no aceptaron * la par las apuestas que los corredores ofrecían, viéndose éstos en la necesidad de ofrecer sus pesos á 7 reales y á (i, y como el gallo que ganó no fué aquel por el que se apostó, sino e 1 contrario, causa de la depreciación de los p*'" sos, el gritón anunció:—Han corrido las apuestas á siete y á seis.— Se hizo la chica.

Como tal espectáculo no era de mi agrado, y lo encontré en todo y por todo repugnante,

CUADROS DE COSTUMBRES. 357

solicité de mi bondadoso amigo su venia para ^tirarme, y no sólo la concedió sino que me ofreció conducirme á un pintoresco lugar, en el cual gozarían nuestros espíritus de gratísima expansión durante las pocas horas que aún restaban de la tarde.

El lugar á que me llevó mi amigo fué el Pintoresco del Calvario, entre cuyas frondoen las verdes praderas surcadas por las bulliciosas y cristalinas aguas de un arroyuelo, y divertirme con las parejas de jóvenes enamorados, por quienes se recreaban comunicándose la intimidad de sus afectos, ora paseando ceremoniosamente sobre la fresca hierba, ora entregándose á los expansivos goces del baile. Entretanto, la gente del pueblo se divertía á su modo, particularmente con las meriendas de tamales en aquellas cabanas que se veían diseminadas en los bosquecillos.

Ofrecióme el amigo, por último, llevarme

EU CALVARIO.- TLALPAN.

8a « arboledas se agitaba un gran gentío que | 8e divertía al son de alegre y estrepitosa mú- j sica, cuyos ecos, conducidos por el viento, j x oan á mezclarse en la población con el con- ¡ "nuo repiqueteo de las monedas «leí oro y Plata de las partidas.

En aquel sitio permanecí cerca de una hora> tiempo durante el cual, pude respirar el ^ as delicioso y perfumado ambienti;, gozar e Ia frondosidad y hermosura de aquel edén, contemplar los inocentes juegos de los niños al suntuoso baile que se daba aquella noche en la casa perteneciente á uno de los principales banqueros de la Capital, mas hallándome obligado á rehusar su amable invitación, díle un apretón de mano en señal de despedida y fui á meterme en la diligencia que había de conducirme A México. Durante el camino sólo meditaba en el disgusto que iba á causar con mi presencia á las de la vaqui ta, á causa del amargo desengaño del que, en tal ocasión, era yo el triste mensajero.

V I

LA FESTIVIDAD DEL CORPUS.

—s-O-f—

JÏ mi querido amigo Snriquc de Olavarria y ferrari.

•'Para describir c:>ta fiesta sería pr c 'ciso todo lo risueño de la estación en 'q-.e la Iglesia lia querido celebrarlo. 'Seria me neb 1er el radiante so), cl cíe'lo azul y las Huí es de Junio. ÏSecesi* 'taria de la inspiración que prodi ce_n 'estas cosa.-» exteriores y de los vivilj* "cantes {pensamientos que bajan al ni" '"ma con el rocío que en los bellos día» •'tac sobre las llores."

/•:/ l'iscwnic Walsh.

HPI!1 UNCI PÍO ~.~"r' la Priora d S del siglo X I I I, dominada I e un convento di; Lieja por ¡ el pro!'nudo amor y suma devoción que ; profesaba ¡í la Sagrada Eucaristía, figurábase I ver, con demasiada frecuencia, un disco (lores- ¡ plandeciente luz, con un hueco en el centro, re- | presentándolo su ardiente fantasía, en aquel, Ja Iglesia Católica, y en éste, la ausencia de, la festividad con que deberla solemnizarse la augusta institución de Jesucristo. Secundada ! la superiora en sus ideas por el Arcediano de aquella Catedral, fia cobo Pantaloon, llevóse á ; efecto la deseada solemnidad, la que se hizo ¡ extensiva á todo el orbe católico en 121)2. por i bula de l'rbano IV. nombre que había recibido el mismo arcediano al ser elevado al solio pontificio. Más larde, en. liJIO, Juan X X II decretó la procesión del Corpus y su Octava, solemnidad anual (pie con el tiempo adquirió mayor importancia por el carácter oficial-que le dieron los soberanos y el pueblo. El oíicio divino del día lo redactó Santo Tomás de Aquino.

Como se sabe, el Sacramento de la Eucaristía fué instituido por Jesucristo la víspera de su pasión, razón por la cual, no pudiendo la Iglesia manifestar sus regocijo en sus días de duelo, se conforma con inundar de llores, de aromas y de luz sus monumentos el Jueves Santo, aplazando para el jueves que sigue á la dominica de la Trinidad, la libre demostración de su gozo y alegría.

Entre las costumbres europeas introducidas (in México por los conquistadores, cuéntase la festividad del Corpus, la que fué adquiriendo, año por año, mayor esplendor. Los gigantones, la tarasca, el diablo cojuelo y otras figuras grotescas precedían á la procesión, mas siendo su concurso un desdoro para aquel acto tan solemne y augusto, fué cayendo en desuso hasta su completa abolición en tiempo del segundo Conde do Kevillagigedo. Todas esas figuras eran emblemáticas, representando la tarasca, por ejemplo, el dragón infernal humillado por el Dios Sacramentado, ó sea el pecado vencido por la gracia. Figuraba aquélla una serpiente colosal, á veces de siete cabezas que, por medios mecánicos, abrían sus fauces para tragar cuanto á ellas se arrojaba, y de que se aprovechaban los que iban en el interior del animal. Este es el origen del juguete de cartón que en el día festivo que se describe, se vende á los niños. Las danzas de pluma pantomímicas y las mascaradas, fueron igualmente suprimidas por indecorosas, y de las representaciones de asuntos sagrados, efectuadas en los tablados que se levantaban

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