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Escuelas francesas

ASUNTOS HISTÓRICOS Y DESCRIPTIVOS.

en las escuelas y colegios del país, á pesar de los textos adoptados de Almonte, de Letrone y Balbi, no prosperaban y progresaron muy P°co en las escuelas francesas con el Meissas y Michelot, no por deficiencias de esta obra, sino porque, no estando sujetos los estudios á determinados cursos anuales, jamás extendíamos nuestros conocimientos más allá de las generalidades de Europa, siéndonos de todo Punto desconocida la geografía nacional, para l a que no existía ni la más insignificante carta mural, y aquí conviene advertir que, para el tratado de límites de 1848, entre México y los Estados Unidos, hubo de echarse mano de la muy imperfecta y reducida Carta americana de Disturnell.

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Rápidos progresos hacíamos los alumnos e n la escritura y dibujo de paisajes, en la aritmética y, sobre todo, en el francés, aunque °°n detrimento de la hermosa habla castellana, á la que se asestaban los más rudos golpes, ^ mo los que resaltaban en la traducción del siguiente trozo del Telémaco : "Tout-á-coup elle aperçut les débris d'un navire que venait de fair naufrage." "De repente ella apercibió los restos de un ûavio que venía de hacer naufrayio." Debe advertirse que según las construcciones gramaticales que se nos enseñaba los pronombres Personales habían de repetirse hasta el fastidio, y que de allá nos viene el mal empleo de Palabras como desapercibido por inadvertido.

Así es que los muchachos hablábamos un mal francés, nuestros directores se expresaban en peor castellano, sembrando nuestro idioma de galicismos.

La gramática de Becherell y el Chantreau eran excelentes libros de texto, enseñados por inmejorables maestros; pero faltábanos allí un °nen profesor de español, tanto que, si merced á los diálogos aprendidos del Chantreau y á lo que prácticamente se nos enseñaba en la misma escuela, podíamos hablar con el sastre, con el zapatero y con cualquiera hijo de Ja culta Francia, en cambio nuestro propio idioma sufría las consecuencias de aquel abandono.

La perniciosa influencia, á este respecto, n ° iba tan mal siempre que teníamos que habérnoslas con alguno de los tres ilustrados directores; mas cuando intervenía en los estudios el ayudante, también francés, pero tan cerrado como un othomí, hacía retrogradar nuestros escasos conocimientos en el bello idioma de Cervantes. Era aquel francés de los que por ningún esfuerzo humano pueden pronunciar clara la »• y de los que no conocen otro tiempo de los verbos castellanos que el infinitivo, y, por tales motivos, en lugar de decir perro decía pedro, y nos dirigía frases como éstas: Usted hacer muy mala escritura; tested estar bien inaplicado : ¡oh! usted ser mucho malcriado, y otras por el estilo, y hay que advertir que cada frase de esas iba acompañada de un tironcillo de orejas que hacía decir, entre dientes, al castigado alumno: ¡Oh ! ser usted un animal;—por lo que, mollino el ayudante, le interpelaba:—¿Qué cosa tú decir?—Nada, respondíale el alumno, y llevándose la mano á la oreja, añadía: (¡ue mí doler mucho.

En las escuelas francesas referidas los pupilos comíamos bien, nos acostábamos temprano y nos levantábamos juntamente con la aurora: hacíamos buenos ejercicios, como lo son todos los que proporcionan los juegos infantiles sin necesidad de los toques de tambor, y en los ratos de recreo teníamos por amigos á los que en las horas de clase mostrábanse tan severos.

La palmeta, la disciplina y otras penas corporales como las ya mencionadas, eran desconocidas en escuelas como la de (pie se trata; pero en cambio teníamos los regíanos de plano, que nos hacían ver al medio día las estrellas; los encierros y los tirones de orejas, que nos obligaban á levantarnos del asiento á medida que acrecía la intensidad del estirón, que á veces era tal que nos hacía subir sobre el banco y enderezar paulatinamente el cuerpo para amortiguar, ya que no para nulificar del todo, la fuerza muscular de aquellos gigantones Mr. Rpbert y Mr. Tessier. La castigada oreja adquiría el aspecto y rubicundez de un gran tomate, y todo aquel día nos hacía experimentar la desagradable sensación de su calentura.

Los encierros y las detenciones en el colegio después de terminadas las clases estaban á la orden del día, más los detenidos no permanecían ociosos, pues el verdadero castigo consistía en no retirarse á su casa el alumno, en tanto que no compurgaba su falta, aprendiendo de memoria determinado número de

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EL LIBRO DE MIS RECUERDOS.

líneas del Chantreau. de la gramática de Becherell ó del Telémaco, y merced á esta circunstancia llegamos á conocer por completo las aventuras del hijo de Ulises y aun parte de las de Aristonous. Para librarnos de tal castigo, dábasenos todos los sábados, como premio á los aplicados, una hojilla de papel de color con la firma de uno de los directores, y la cual tenía esto impreso:

Immunité.... Viijnt. . .. (¿iiardiitc.. .cinquante. .. .cent linnet, según los diferentes casos, y luego, manuscrito, el nombre del agraciado.

Diariamente, á las cinco de la tarde ó poco antes, leíase en presencia de todos los alumnos la lista de los castigados, con expresión del número de líneas (pie de algún libro habían de aprender: más los (pie poseían tales inmunidades ó exenciones, puramente personales, acudían á sus papeleras, extraían el papelillo aquel, lo entregaban al maestro y con esto quedaban libres de la pena.

Tales eran las prácticas observadas, con pocas diferiencias. en las famosas escuelas francesas, en Jas (¡ne generalmente se observaba el modo individual, en algunos casos el mutuo, y nunca el simultáneo.

Otra escuela francesa (pie frecuenté fué la mixta dirigida por Mr. y Mme. J'en, en la calle de Zuleta, y como los niños y niñas (pue en ella nos educábamos éramos yacreciditos, ejercían los directores extremada vigilancia, á pesar de la cual no escaseaban algunas inocentes escenas como las de la Amiga ya descrita y, por consiguiente, tampoco escaseaban los reglazos de plano, ni los encierros en el calabozo, á pan y agua, cuyos efectos hacíanlos menos sensibles las miradas compasivas de las que los causaban.

Otra escuela cpie no debo pasar en silencio, fué la del Padre Falco, porque en ella se enseñaban bien algunos ramos, y particularmente la Gramática castellana y las Matemáticas por el inmejorable texto de la afamada escuela de Saint-Cyr.

PINTADAS DE VENADO.

Pintar venado era la frase gráfica con que los estudiantes designaban su deserción de la escuela á lugares retirados para matar el tiempo que debían emplear en sus estudios, ^ o no era muy dado á tal costumbre, más no dejaba de acordarme de que era muchacho, y de que más deleite se hallaba en ver correr tranquil» la agua sucia del Canal de la Viga, que en procurar fijar en la memoria diálogos en francés, para hablar con un sastre ó con el zapatero, que nos enseñaba nuestro querido •'Chantreau." Una de esas veces- ¡la recordaré siempre con horror!—en que pinté venado, mi buena madre, imbuida como toda la sociedad en la famosa doctrina de que "la letra con sangre entra,'' me encerró en un cuarto con un energúmeno encargado de propinarme, con un buen látigo, unos cuantos azotes, y se alejo para no escuchar ni mi llanto, ni mis gritos. Encolerizado yo por el dolor de los primeros latigazos que me propinó aquel fariseo, no lloré ni grité, pero le menté no sé á quién, q ue lo enfureció de tal manera, que redobló sus esfuerzos para hacerme sentir más los cuartazos y en mayor número de los recetados, poniéndome como nuevo. Mi pobre madre, por esa traslimitación de facultades, reprendió severamente á mi verdugo y le pagó de mala gana el precio estipulado, dándole una peseta, de lo que infiero que salieron los azotes á centavo. Yo maldije al verdugo y besé á mi madre, ' a única que entonces lloraba.

La sociedad vive en un continuo error > nunca admite, en su vida práctica, el justo medio que le conviene. En la educación de la niñez, ó es el rigor excesivo el que adopta, ó es una libertad absoluta, y así es que, en virtud de la que hoy se goza, diametralmente opuesta á la sujeción anterior, el (pie pinta venado no se conforma con mirar correr tranquilamente las aguas de un canal, con escudriñar un palacio, ni con visitar los museos para satisfacer su curiosidad; hoy, millares de establecimientos públicos, de todo género, desvían á los niños y jóvenes de aquellas inocentadas y 1°8 atraen al peligro de la misma manera que el abismo atrae al hombre para que en él, inconscientemente, se precipite. No tengo necesidad, querido lector, de especificar los bochornosos hechos que día á día acontecen en esta nuestra querida ciudad de los palacios, pues están á la vista, y lo que tú y yo debemos lamentar más es la punible indiferencia de los padres de familia.

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