A la fiesta del pueblo relato

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La primera luna de otoĂąo Pilar Bacas

A la fiesta del pueblo. Eugenio Hermoso, 1916. Museo Provincial de CĂĄceres


Quería y no quería ir. Aquella mañana me levanté mucho antes de lo

que les diera asco o de dormir en la era las noches de agosto sin

habitual. Me despertó mi madre, atendiendo a regañadientes a mis

miedo. Y, sobre todo, lo que envidiaba de ellas era la libertad.

deseos de ir a la fiesta. No le gustaba que me tratase mucho con aquellas muchachas porque decía que no eran de mi clase. A mí me parecían divertidas, sabían canciones y refranes y no paraban de hablar. En mi casa no había más que silencios, y por eso me gustaba tanto el bullicio. Era terrible para mí ser hija única. Mi madre se encargó de despertarme, a pesar de que nunca se levantaba temprano, porque quería comprobar si iba bien vestida. Me prestó, aparentemente a regañadientes, un mantón de Manila, y, al mismo tiempo, también aparentemente, me quiso obligar a llevarlo, sin duda

Inés

para que demostrara que mi mantón era diferente, pero yo misma decidí ponerme mi pañuelo pintado de cien colores, sobre todo por no

Llevábamos un buen rato andando. Ya había amanecido del todo. El

llamar la atención. “Tú vas a ser la más linda de la fiesta”, me decía

color ocre del final del verano se veía acentuado a esa hora. Fue un

mi madre aquella mañana, “Pero tienes que darte a valer, Inés. Mira

amanecer rojizo, más parecido a un atardecer. La tierra oscura de los

con quién bailas. Mira con quién hablas”. Ya me sabía la cantinela,

olivares y el color amarillo de los campos segados estarían en su

siempre mira y mira, y mira. Mira qué y mira cómo y mira con quién.

apogeo, pero yo entonces no miraba el campo como lo miro ahora. En

Nunca me dejaron un resquicio de libertad. Entonces no podía

el horizonte se divisarían casitas de campo y fuentes, pero yo no

entenderlo y odiaba mi continuo encierro en casa. Sin alicientes. Sin

miraba nada de esto, ni siquiera sabía si había hecho bien en ir a la

futuro. Ahora lo entiendo, por lo que pasó aquel día en la fiesta del

fiesta. Aquellas muchachas no eran mis amigas y a algunas de ellas

pueblo.

las conocía poco.

Me gustaba estar con aquellas muchachas y envidiaba muchas de las

De pronto, en medio del camino, apareció un señor con un lienzo, un

cosas que sabían hacer. Estaba deseando aprender a llevar un

caballete y un maletín de pintor.

cántaro en la cabeza, sin sujetarlo con las manos, como hacían ellas.

Era un pintor de unos treinta años que nació en el pueblo pero

Las admiraba también porque eran capaces de desollar conejos sin

siempre había vivido fuera, desde que se fue a estudiar a Sevilla


cuando era muy joven. Yo entonces no sabía casi nada de él, pero me

Bueno, la verdad es que soy diferente, y no es que me guste

sonaba su nombre. Nos contó Luisa que la mujer del pintor estaba

especialmente

muy enferma y que era muy raro que él estuviese en el pueblo.

desapercibida, pero aquel día no me importó que se fijara mucho en

Seguro que había ido porque era la época de la vendimia y tendría

mí, porque estaba posando para un artista.

ser

así.

Siempre

me

hubiera

gustado

pasar

tierras, pensé yo. El caso es que nos pidió que posáramos, que iba a ser solo un rato. Luisa lo conocía porque había hecho de modelo para él en un cuadro. Estuvo yendo a su casa unos cuantos días y le pagaba casi una peseta diaria. Nos contó que don Eugenio la había visto un día con su madre en el mercado y les había pedido que ella posara para él. Se paró a hablar con nosotras porque ya la conocía. Era muy amable, dijo que éramos sus duquesas y se veía que disfrutaba contemplándonos. Aunque intentaba sonreír, parecía que estaba muy triste. Candela, la hermana de Luisa, se molestó un poco porque íbamos a llegar tarde y nos íbamos a perder los mejores puestos en la subasta, pero enseguida se le pasó y empezó a hacer bromas con todo. Nos decía en voz baja que el pintor no era muy hermoso, menos mal que estaba un poco lejos y no la oyó, que el novio de su hermana sí que era hermoso y que ella iba a encontrar otro igual en la fiesta. Llevaba una sandía en la cabeza y no se le caía a pesar de sus movimientos. Él daba pinceladas, y ellas, mientras tanto, no paraban de reír y de moverse. Nos había pedido que nos quedáramos quietas. Yo me quedé todo lo quieta que pude y tapé la sandía que llevaba. En realidad yo no iba a llevar nada, solo lo hacía para ayudarlas, así que era normal que la tapara. Tuve la sensación de que él se fijaba en mí especialmente. Como modelo, quiero decir.

Candela

Luisa

Luisa estaba pletórica, se puso en medio de todas nosotras, se acomodó muy bien el pañuelo y se colocó delante de ella el enorme gallo que llevaba, para que se viera bien. ¡Cómo se le puso la saya! Cuando llegamos a la fiesta, la llevaba llena de manchas. Pero a ella no le importó nada. Sobre todo porque su novio ni se fijaría en esos detalles. Su hermana era distinta, menos decidida que ella pero la más divertida de todas. Cuando estábamos posando, solo de mirarla me daba la risa. Ella era la que tenía la culpa de que el pintor no consiguiera que nos mantuviéramos quietas, porque no paraba de hacer bromas y de provocarnos. La que sí tenía interés en salir bien, y se empeñaba en ello era Martina. La más guapa y la más alta de todas, y presumía de ello, y por eso quiso posar en primera fila.


y no nos dejaban movernos con libertad. La romería de la Virgen de la Viña se celebraba el primer domingo después de la primera luna llena de otoño. Lo instituyeron así para que la gente no se perdiera por el campo al volver de noche. Eso me contaban entonces. Otros decían que la elección de hacerlo con la luna fue idea de algún párroco, para controlar a los jóvenes. Luego he sabido que esta fiesta está relacionada con la vendimia y que procede de una tradición judía Martina

Andrea

Otra que no paraba quieta era Andrea, la hermana pequeña de

instaurada en el siglo II. Yo tenía dieciséis años aquel otoño y no me importaba cuál sería el origen de la fiesta.

Martina, que se había empeñado en ir con nosotras. ¡Qué poco se parecían las dos hermanas! Andrea no tenía más que once años y, la verdad, no me extraña que Martina se quejara de tener que llevarla con ella a todas partes. Luisa y Candela eran muy distintas entre sí aunque fueran hermanas, pero tenían algo en común, que las dos eran muy buenas y muy trabajadoras y muy honradas. Al menos, de ello tenían fama. Aquel día íbamos a la fiesta del pueblo, la romería de la Virgen de la

Remedios

Tomasa

Viña o romería de la luna. Más bien diría yo que a una de las fiestas,

Entonces aún no sabía que poco después abandonaría para siempre

porque hay varias. Una es la de la Virgen de los Remedios, la patrona

ese mundo en el que, en el fondo, me sentía cobijada, pero extraña.

del pueblo, de la que muchos decían que era la más importante. Pero

Llegamos muy tarde a la explanada, una zona muy amplia que rodea

la de otoño era la más bonita y la más concurrida, porque acudía

a la ermita de la Virgen de la Viña y es donde se celebraba la romería.

gente de los campos y de los pueblos cercanos. Yo había ido una vez

La ermita fue levantada en el sitio exacto en que un pastor encontró

con mis padres, en el coche de caballos, pero a ellos no les gustaba

hace muchos años la imagen de una Virgen enterrada junto a una

mezclarse con tanta gente. Volví en dos ocasiones, con mi amiga

cepa. Remedios estaba muy enfadada. Ella era la que llevaba más

Mariquina y sus padres, también en coche, pero regresábamos pronto


peso y la que más prisa tenía por llegar. Iba a encontrarse con su

Llevaba un rato rondándome un muchacho que yo no conocía. Se

novio, que venía de otro pueblo que está muy cerca. Remedios es

acercaba a mí con un porrón en una mano y la otra en el hombro de

mayor que las otras y mucho más seria que ellas. Menos mal que en

un amigo. Insistía en que bailara con él y yo miraba para otro lado,

el cuadro se está riendo. Pero ni se molestó en arreglarse un poco. De

ignorándolo.

hecho se quedó detrás y yo creo que lo hizo adrede, para no salir. A su lado se ve a Tomasa, que es a la que menos conocía yo. Era muy tímida y hacía todo lo que le mandaba Remedios. Por eso se puso detrás, yo creo, porque se lo diría ella. Iba muy guapa y es a la única a la que se le ve el moño de picaporte. Parecía muy buena chica. Yo la descubrí aquel día. Después de la misa empezaron las subastas y se hicieron las ofrendas. La dulzaina y el tamboril, el rabel del señor Pedro, las guitarras y las bandurrias, las flautas… no pararon de sonar en todo el día. Los hombres empinaban botas y porrones mientras las mujeres bailaban jotas y fandangos al son de la música, entre ellas o con los pocos hombres que se animaban a hacerlo. Estaba próxima la caída de la tarde cuando empezó el baile de la verbena, con el acordeón como protagonista. Pasodobles, coplas, romanzas de zarzuela que arrastraban a hombres y mujeres a bailar en el centro de la explanada. Alrededor de la pista había poyos para sentarse y ahí me quedé yo mientras mis compañeras no paraban de bailar y solo de vez en cuando se acercaba alguna de ellas para estar conmigo.

- Oye niña, qué te piensas, pues tu madre no hizo ascos al señorito. Bueno… al señorito o a quien se le pusiera por delante… ¡Vaya con las institutrices inglesas! Luisa estaba cerca y lo oyó todo. Me agarró del brazo con firmeza y me sacó de allí. “Está borracho y no sabe lo que dice”. Luisa era una mujer hecha y derecha, se notaba que ya tenía dieciocho años. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando. Aquel día supe que en el pueblo me llamaban la inglesa. Me lo contaron al volver. Me acompañaban Luisa, Martina y Tomasa. A Remedios no la habíamos visto desde que llegamos a la romería y las dos pequeñas habían vuelto al pueblo en el carro de unos parientes. Me lo contaron poco a poco. Todas lo sabían. Todas, menos yo. Ellas no me vieron las lágrimas porque ya estaba anocheciendo. Era la primera luna llena de aquel

otoño y el campo se veía como si

estuviera bañado de plata. Aquel color tan brillante me hacía daño. Desde la lejanía se iba apagando poco a poco el sonido de un acordeón que entonaba “Suspiros de España”. Lloré en silencio y sin descanso. “Yo ya sabía todo esto”, mentí. Yo no sabía que mi madre fue seducida por el señor de la casa grande, ni por qué la casa grande estaba deshabitada. Yo no sabía el gran favor que mis padres habían


hecho al señor de la casa grande adoptándome como hija. Y el favor

hay más que ver el color de mis ojos, no hay más que mirarnos a los

que el señor de la casa grande les hacía pagándoles un buen sueldo

tres para entender que solo un milagro podría haber hecho posible

por el favor prestado. Aquellos días supe que mi verdadera madre se

que yo fuera su hija. Lo había sabido siempre pero había fingido no

había ido porque no pudo soportar la vergüenza y que se fue sin mí

saberlo porque a nadie le gusta sentirse diferente. Ellos lo intuían

porque no se sintió capaz de enfrentarse a su propia familia. A esa

también, probablemente, y habíamos sabido vivir con esa verdad a

familia inglesa de la que yo nunca había oído hablar.

medias. Pero aquella noche descubrieron la certeza en mis ojos,

La casa grande adonde nunca tuve la suerte o la desgracia de entrar,

patente en la mirada de reproche que les dirigí.

se me hizo aún mayor y más mamotrética, proyectó su sombra

Siempre agradeceré a aquellas muchachas que me contaran la

gigante, a la luz de la luna, sobre mi cuerpo cuando cruzaba la plaza,

verdad y que lo hicieran con el cariño que lo supieron hacer. Nunca

ya de noche, camino de mi casa, como si me aplastara, al volver de la

volví a la romería de la luna con ellas. Ni con ellas ni con nadie. Ese

fiesta del pueblo. No me dejaron ir sola, me acompañaron hasta la

mismo otoño, de 1916, por deseo mío, mis padres me llevaron a un

puerta de mi casa, la casa del administrador de los bienes de la familia

internado en Madrid, el Colegio de Nuestra Señora de Loreto, de

Urbegón, la casa del fiel empleado que siempre hizo por sus señores

monjas francesas.

lo que ellos le mandaron, incluso quedarse con una hija no querida. La casa está abandonada desde hace años y yo nunca había sabido por qué.

Hermoso ganó un premio muy importante con el cuadro: la Primera Medalla Nacional de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esto lo supe más tarde. Es sorprendente que con unos pocos trazos

Cuando llegué a casa, mis padres me esperaban sentados junto a la

que dibujó pudiera luego componer un cuadro tan parecido a la

chimenea. Aquella tarde habían mandado encenderla por primera vez

realidad. Hay que decir que cambió muchas cosas, como los colores

en aquel otoño menos templado de lo habitual, para que al volver

de la ropa, seguro que para que hiciera más bonito en la composición

encontrara la casa caliente. Para que me sintiera acogida después de

final. Pero lo que sí supo captar, y es lo sorprendente, es lo que había

la jornada. Pero ellos supieron que algo había cambiado. Ya nunca

detrás de nuestras miradas, la arrogancia de Martina, el desenfado de

más me sentiría arropada por ellos. Yo ya sabía, en el fondo, que mis

Candela, la inteligencia de Luisa, la timidez de Tomasa, el carácter

padres no eran mis padres en realidad. Siempre lo sospeché, aunque

fuerte de Remedios, la ingenuidad de Andrea. Y los tonos del campo,

nadie me hubiera hablado de ello. Como nadie lo había mencionado,

que más parecen de atardecer. Ese cielo de malvas que añoro y ese

me consolaba a mí misma haciéndome creer que eran fantasías. No

color ocre de la tierra que busco en tantos atardeceres. Envidio los


colores que tienen ellas en las mejillas… la expresión de nuestras

He vuelto a Extremadura quince años después, con mi marido, Pierre,

caras. De sus caras. Me impresiona la mía… Prefiero no mirarme.

de quien tomé mi nuevo apellido al casarnos, y con nuestros dos hijos,

Mientras estuve en el colegio, cuando tenía ocasión me acercaba al Museo de Bellas Artes de San Fernando, a contemplar el cuadro. Para conservar los recuerdos bonitos de aquel día. Para recuperar la luz de aquel momento y la sonrisa de mis compañeras. Para mecer la mirada y acompasarla con el movimiento de esos pies que están danzando,

que han heredado el color azul de mis ojos. Al pasear por el centro de una ciudad anclada en el tiempo, he visto la imagen de unas mujeres acarreando cántaros junto a una fuente. No van de fiesta y por eso su semblante no habla del mundo idílico que Hermoso pintó y que yo siempre he querido conservar en mi memoria.

comunicando un balanceo a las sayas, que parece que bailan

La visión de hoy me ha transportado a la dura realidad de las

siguiendo un compás que solo el viento sabe componer.

muchachas con las que acudí a la romería a mis dieciséis años, que probablemente no habrá cambiado mucho. Al encontrarme hoy con esas mujeres con sus cántaros, he tomado verdadera conciencia por primera vez de cómo era aquel mundo que he idealizado en mi memoria. A pesar de ello, seguiré contemplando el cuadro que se esbozó cuando mi vida tomó un nuevo rumbo, porque me trae el más bello de los recuerdos de aquel día: la luz y el color y el cariño de las muchachas que me acompañaron “A la fiesta del pueblo”. Ese día comprendí que mi mundo no estaba allí, pero nunca he dejado de añorarlo.

Inés Dijou. Cáceres, 1931 Mujeres acarreando agua de Fuente Concejo. Cáceres, 1931 (Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Fondo fotográfico)


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