Apuestas deportivas en Japón

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LAS APUESTAS DEPORTIVAS EN JAPÓN SE VIVEN CON LA INTENSIDAD CON LA QUE UN NOTARIO FIRMA UNA HERENCIA O E L T R A S PA S O D E U N NEGOCIO. AL CONTRARIO QUE EN LA MAYORÍA D E PA Í S E S O C C I D E N TA L E S , E S TÁ N REDUCIDAS A UNAS POCAS DISCIPLINAS QUE LOS LOCALES UTILIZAN COMO UNA VÁLVULA DE ESCAPE: LAS CARRERAS DE CABALLOS, DE BICIS, DE MOTOS

Y DE HIDROPLANEADORAS. VISITAMOS ALGUNOS DE ESTOS RECINTOS EN LOS QUE EL DINERO VUELA TAN RÁPIDO COMO LOS AT L E TA S PA R A D O C U M E N TA R U N A R E A L I DA D TAN POCO GLAMUROSA COMO DIFÍCIL DE E N T E N D E R PA R A L O S D E F U E R A .

POR G A L O M A R T Í N A PA R I C I O

FOTO FELIPE HERNÁNDEZ GQ SEASON OF SPORT

APUESTAS EN JAPÓN

APOSTAR EN JAPÓN no está claro que sea una afición o una profesión en la que la nómina es una moneda al aire. Aunque la ley prohíbe, en general, las apuestas y los juegos de azar, los japoneses encuentran una vía de escape y de entretenimiento en las excepciones: las carreras de hidroplaneadoras, motos, bicicletas y caballos; modalidades deportivas a las que hay que sumar la lotería, los casinos y el pachinko, la versión japonesa de nuestras máquinas tragaperras. La presencia física no es necesaria, la apuesta online permite al apostante jugarse esos yenes que nunca le parecen suficientes en todos los recintos deportivos que hay repartidos por el país sin estar en ninguno. Apostar es un verbo que se practica en soledad. El perder o ganar apenas lo exteriorizan los hombres y mujeres, sobre todo de mediana edad para adelante, que juegan concentrados, más atentos a las pantallas que a las carreras que se disputan a sus espaldas. Los centros acuáticos, los circuitos, los hipódromos, los velódromos y las salas de juego que hay en la región de Kansai y en el resto son lugares marcianos para los extranjeros. Sólo se habla japonés, no es fácil averiguar cómo se apuesta y/o juega y, en el caso del pachinko, son locales de una contaminación lumínica y acústica tan exagerada y molesta que sólo la costumbre hace que nadie entre a los mismos con gafas de sol y tapones en los oídos. Lugares todos ellos que llevan al límite la salud mental de quienes los frecuentan con asiduidad y a las personas con las que conviven. Suelen abrir temprano y casi todos los días de la semana y ubicarse muy cerca de las estaciones, tanto de metro como de tren.

Amagasaki Center Pool-mae, en la prefectura de Hyōgo, muy cerca de la ciudad de Osaka, es una estación de tren y una instalación acuática. Una y otra comparten nombre y las comunica una pasarela desde la que oigo esa característica música de trompetas con las que algunas películas anuncian un duelo medieval a caballo y el sonido de varios motores que se alejan y se acercan. No es el rugido de los monoplazas de la ­­F1, pero genera cierta expectativa. Después de andar durante unos tres minutos y cruzar un torno, previo pago de una entrada de 100 yenes (unos 75 céntimos de euro), descubro de qué se trata. Aunque mi amigo Hajime y mi guía y traductor Akihiro Kasagi –Hiro me dice que le llame– algo me habían desvelado, me sorprende ver una gran piscina, custodiada por una pantalla y un reloj, en la que seis pequeñas embarcaciones se deslizan a cierta velocidad haciendo que la maniobra de giro en torno a las dos boyas que hay en los extremos del recorrido me resulte tan atractiva como emocionante. Una vuelta de 600 metros en mi haber como espectador, las carreras suelen ser de tres o más vueltas, y ya pienso en comprarme la misma cazadora que veo que llevan puesta tres mujeres, más aficionadas a un piloto –que las hace emocionarse cuando pasa cerca de la barandilla en la que están apoyadas– que apostantes. Los pilotos pilotan sus hidroplaneadoras igual que los jinetes montan los caballos de carreras, además de proteger sus cabezas con cascos. Estas embarcaciones de proa puntiaguda alcanzan los 80 kilómetros por hora. Para saber cómo son los rostros de los pilotos me hago con una de esas revistas que reparten en la entrada en la que se detalla el programa de la jornada. Al abrirla veo sus retratos y compruebo que hay hombres y mujeres, todos japoneses y profesionales. De estas carreras en miniaAPUESTAS EN JAPÓN

tura los hay que viven. Hiro me dice que el mejor de todos los pilotos puede llegar a ganar dos millones de dólares en un año. Unos y otras me recuerdan a surfistas. Será el neopreno, el pelo, la pose. Hiro me cuenta que la gente apuesta en función de la combinación del piloto y la embarcación. Funcionan como una pareja en la que lo más importante es la técnica con la que el piloto maneja la hidroplaneadora. Para comprobar la química que hay entre el hombre y la máquina los apostantes toman buena nota mientras el dúo da varias vueltas de calentamiento. Según lo que han visto y sus sensaciones apuestan, a partir de 100 yenes en adelante. Lo hacen en una papeleta en la que no entiendo el contenido, pero sí el fondo: se apuesta al ganador, a dos de los tres primeros o a una combinación de los tres primeros clasificados, por citar tres de los siete tipos de apuestas que hay. Lo que nadie me tiene que explicar es que en las carreras participan seis parejas de piloto-hidroplaneadora de un color y número fijo cada una de ellas: GQ SEASON OF SPORT


profesionales de las apuestas, hay más hombres que mujeres. Fuera, el ambiente es más relajado y festivo, aunque aquí también lo más importante es saber qué caballo va a ganar o cuál va a ser el segundo o el tercero; o el orden de llegada de los caballos por los que se ha puesto dinero. Las posibilidades de apostar son muchas, las opciones de ganar tienden a empequeñecerse, como una portería ante el delantero justo antes de lanzar un penalti.

blanco (1), negro (2), rojo (3), azul (4), amarillo (5) y verde (6); y que la bandera que llevan en la proa les indica la dirección en la que sopla el viento. Al haber doce carreras pruebo a verlas desde lugares distintos. El recinto cuenta con tribunas exteriores sin techar e interiores cubiertas. Dentro del complejo hay restaurantes y puestos de comida. Son muchos los espectadores que siguen las carreras en directo o a través de las pantallas mientras comen tallarines y beben té, agua o refrescos de las omnipresentes máquinas expendedoras. Un papel de periódico sobre un asiento significa que está ocupado y cuando se oye más el deslizamiento de las hidroplaneadoras sobre el agua que los motores es porque están virando lo más cerca posible de la boya. Esta maniobra es clave para el desenlace de la carrera. Quien sale primero de este viraje no tiene que hacer frente a las olas que genera. En el minuto y cincuenta y pocos segundos que dura una carrera de tres vueltas los pilotos se encorvan, se levantan y exprimen al máximo un motor que ellos mismos ponen a punto y reparan. Tienen que saber de mecánica y ser mucho más ligeros que altos. La altura no tiene la incidencia que sí tiene el peso en el pilotaje. Al ver los retratos de estos pilotos dije que me recordaban a surfistas; en realidad, se parecen más a los jinetes de caballos de carreras.

Sin salir de la prefectura de Kioto voy de un hipódromo reformado y grande a un velódromo viejo y pequeño situado en la picante ciudad de Mukō. En su pista peraltada de 400 metros los ciclistas corren carreras de bicicletas tipo keirin. Modalidad deportiva que se remonta a 1948 y que es olímpica desde los Juegos de Sídney 2000. Que no se compita el día que visito las instalaciones no significa que no haya actividad. Hay personas que apuestan y siguen las carreras que se disputan en otro velódromo, también hay corredores que aprovechan para entrenar. Hatadan Arashi tiene 29 años, seis de ellos como profesional, y un tren inferior que sólo se lo he visto a Roberto Carlos, a Luka Modrić y a muchos potros. Sin esa musculatura parece difícil ponerse a rodar y alcanzar unos 70 kilómetros por hora subido en una bicicleta que tiene mucho de traje a medida. El cuadro de la misma es de fibra de carbono y pesa siete kilos. Cada uno está hecho a mano y están personalizados. Es un artículo único, potente y veloz. La fricción de los neumáticos con la pista es mínima, apenas 22 milímetros. No tiene frenos, cualquier pieza que se sale de la aerodinámica se elimina. El corredor y su racer, que es como se denomina esta bicicleta, hacen una unidad. Hiro y el propio Arashi me animan a subirme a una de estas bicicletas y dar una vuelta a la pista de hormigón en la que el desnivel en los costados alcanza los 35 grados. Si no vas rápido te caes, pero si vas rápido te invade el pánico. El keirin es una lucha contra el viento que yo ni quiero ni sé librar. Viendo a Arashi entrenar con sus compañeros intuyo que la velocidad, por sí sola, no es clave para ganar. La estrategia es la llave de la victoria. Durante las primeras vueltas los nueve ciclistas toman posiciones, se analizan unos a otros. El paso lo marca una especie de liebre que no participa en la competición. Se le conoce como pacer y es quien rompe la resistencia del viento. En esos momentos de espionaje deportivo ruedan con el piloto automático a entre 30 y 40 kilómetros por hora. Sin perder la concentración y sin dejar de prestar atención al resto. Al sonar la campana que avisa que es la última vuelta, el pacer se echa a un lado y los ciclistas pedalean hasta hacer volar sus bicicletas. Da la sensación de que van pegadas a la pista siguiendo una finísima e invisible hendidura a 70 kilómetros por hora. Cruzan la línea de meta y por inercia pueden dar una vuelta extra.

La etiqueta de los hipódromos ingleses, franceses y españoles, no la veo en el hipódromo de Kioto. Éste no es un lugar refinado en el que exhibirse. La única pasarela por la que desfilan los asistentes es la que lo une con la estación de tren de Yodo-Eki, en la prefectura de Kioto, cerca de la turística ciudad del mismo nombre. Aquí se viene a apostar. En diciembre, en la ciudad de Tokio, se celebra una carrera con un premio de unos 2,2 millones de euros al cambio. A diferencia del público de las carreras de hidroplaneadoras, además de gente de mediana edad y mayor, por aquí veo a jóvenes e incluso a familias. Se nota que es sábado. Como el de La Zarzuela, este hipódromo tiene una pista corta de arena y una larga de hierba y un paddock en el que los caballos dan vueltas y pistas a los apostantes. Lo que le diferencia del hipódromo madrileño es su tamaño, su gradería exterior y cubierta, su envergadura. Siete plantas de altura en las que se suceden salas varias para ver las carreras, restaurantes y pasillos larguísimos repletos de máquinas expendedoras de bebidas de todo tipo, cajeros automáticos, pantallas y bancos para que los apostantes puedan seguir las carreras y apostar sin perder un segundo. Hay más papeles en los bancos que en las mesas de una biblioteca universitaria. Los hay que no salen a la tribuna a ver las carreras en vivo. Dentro, donde se instalan los GQ SEASON OF SPORT

APUESTAS EN JAPÓN

APUESTAS EN JAPÓN

"LA ETIQUETA DE LOS HIPÓDROMOS INGLESES, FRANCESES Y E S PA Ñ O L E S N O EXISTE EN EL HIPÓDROMO DE KIOTO. ÉSTE NO ES UN LUGAR REFINADO EN EL QUE EXHIBIRSE. LA Ú N I C A PA S A R E L A POR LA QUE DESFILAN LOS ASISTENTES ES LA QUE LO UNE CON LA ESTACIÓN DE TREN. AQUÍ SE VIENE A APOSTAR".

Como sucede en las carreras de hidroplaneadoras y de caballos, en el keirin el mejor llega a ganar una buena suma de dinero. En 2019 un ciclista ingresó 1,5 millones de dólares. Esa cantidad la determina el número de victorias y las carreras en las que se participa. Dejo a Arashi en la sala en la que guardan las bicicletas y entrenan en estático. Hiro me propone ir a una sala de pachinko en Osaka, pero primero quiere que pruebe el picante extremo del que hace gala Mukō en un restaurante en el que el olor del ambiente pica y te hace estornudar. Veo la carta y le digo, ya que de apuestas va la cosa, que no apueste a que vaya a pedir un plato que requiera para comerlo el uso de una máscara antigás. GQ SEASON OF SPORT


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