Camerata Sforzando Ética 7. Autoridad. En el ensayo post concierto en la Iglesia Matríz, ustedes pudieron hacer un poco de balance, y salió el tema de la autoridad. ¡Nada me alegra más! Es un tema pendiente, y es muy grande, mucho más que lo rozado por vuestras nobles impaciencias. Los antiguos teóricos políticos del siglo XIX recogían de la experiencia histórica una verdad monumental: si hay moralidad pública, a la autoridad le basta administrar; si cae la moralidad pública (ignorancia, salvajismo, vicios), se requiere transferir fuerza al gobernante para mantener el orden; “por la razón o la fuerza”. Pero toda transferencia de fuerza al gobernante es, en sí misma, fuente de grandes vicios (el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente). La paz, don de los dioses (Hölderlin), estaba en juego 1. En algún funesto instante algún deschavetado fusionó “gobernante” con “autoridad” hasta convertir ambas palabras en sinónimos; hoy gente de muy poca monta intelectual y moral figuran, por el solo hecho de ser funcionarios públicos, o haber sido electos para cargos políticos, como “autoridad”; también los títulos académicos y las sotanas exigen el besamanos que creen merecer en su falsa calidad de “autoridad”; hasta las policías andan tras esa palabra. Esta confusión, aparentemente insignificante, es fuente de los más horribles males que amenazan la paz. Se ha llegado incluso a la estupidez de definir el estilo totalitario de gobierno como “autoritario”. En los anteriores documentos éticos revisamos diversos ángulos de nuestra realidad vincular, como fuente de subsistencia, reproducción y sustentabilidad. Desconocer e ignorar esos vínculos es quitar subsistencia, reproducción y sustentabilidad, a la vida humana y a todas las especies animales y vegetales; negar los vínculos es provocar el más radical de los desequilibrios. Vimos también que el vínculo se establece y acrecienta con el corazón y la mente, en un círculo virtuoso: amar, conocer, amar más lo que se conoce más, conocer aún más. La vida misma pende de un delicado hilo llamado vínculo; si éste no se respeta, se fragmenta el ciclo vital. La vida es lo más importante, y la muerte la mayor tragedia. La pérdida de vínculos es muerte, cortar vínculos es suicida. Entonces el mayor bien ético, el parámetro máximo que define el bien y el mal, refiere a estos vínculos. Y la máxima virtud está indisolublemente asociada al ciclo virtuoso de amar y conocer. ¿Qué es autoridad? Desde el latín la entendemos muy sencillamente: “auctor vitæ”, ¡autor de vida! La palabra jamás ha definido puestos públicos o de elección popular; la palabra define la altura extraordinaria de alguien en esa doble capacidad de amar y conocer, fuente de todo respeto. Autoridad es quien transmite vida, quien inflama corazones y mentes, quien se vincula, quien enseña a amar la vida y el entorno. Amar y conocer es trabajoso, cansa. 1 “Reconciliadora, en la que nadie creía ahora estás aquí; figura amigable la que adoptas para mí, inmortal, pero yo reconozco lo elevado que hace doblegarse a mis rodillas, y casi como un ciego debo preguntarte, celestial, hacia dónde me llevas, de dónde eres, ¡bienaventurada paz! Yo solo sé esto, mortal no eres, pues mucho puede aclararle a uno un sabio o los amigos que se muestren fieles, pero cuando aparece un dios sobre el cielo, la tierra y el mar viene una claridad que lo renueva todo” (F. Hölderlin, Friedensfeier, Erster Versentwurf).
El autor de vida es, en primer lugar, un agradecido de ella, y luego un profundo conocedor de ella. Por eso ese autor de vida, o autoridad, no es autoritario. El ciclo vital tiene inviernos con receso, frío y obscuridad; primaveras y alboradas con luz, brotes y flores; veranos con frutos, y otoños con trabajos de guarda para el hambre del invierno. El ciclo vital no se puede cambiar; quien crea que el poder, la fuerza y la violencia, bastan para cambiar ese ciclo a su antojo, es un sicópata y un tonto. La verdadera autoridad ama, comprende, conduce, espera, inflama, invita. Ustedes han vivido estos meses una gran primavera. A la manera de los jóvenes, han apurado los frutos. ¿Están entrando al otoño, o sólo están cansados y necesitan un par de noches de reposo? Una autoridad, que conoce en profundidad los ciclos vitales, podrá decirles cómo conducirse ante los signos que se observan. ¿Qué signos? Se relajan, leen menos, tienen dificultades para levantarse, la carga académica y musical se les hizo pesada… Esto no es nuevo. ¿Cómo renovar las fuerzas? ¡Acudir al primer amor! Amar-conocer, conocer-amar. ¿Podrían, acaso, sentirse cómodos si, a partir de ahora, un superior jerárquico les exige con dureza? ¿No es más lógico extraer, de los meses pasados, la gran lección que ustedes nos dieron, donde vuestro amor a la música y entre sí pudo más que mil exigencias? Cuando vuestras fuerzas flaqueen, ¿golpearán las puertas de alguien fuerte que les exija? Ustedes aman, y porque aman caminan. Habiendo mucho que caminar, ustedes tienen necesidad de descansar y renovar ese primer amor. ¿Es amor a la música, entre ustedes, a la fama, a los aplausos, a la libertad? ¿Acaso pretenden detenerse, y avanzar sólo cuando aparece un sargento que los hace marchar? Si renuncian a avanzar por sí mismos, a la espera de ese sargento, renuncian a lo más grande y noble de vuestra fundación: vuestra capacidad de dar vida, vuestra autoridad. La tentación más grande de una autoridad es que le digan “autoridad” y lo aplaudan. En ese instante, en el corazón de la autoridad, podría dominar el ego y el narcisismo: “suficiente de sacrificios, ya encontré mi encanto, ahora a seducir y a recoger frutos para mí”. Ese es sólo un espejismo, un sueño egotista que castra los vínculos de amor, que cierra el corazón a otros y al entorno, y que elige satisfacerse a sí mismo. En ese instante la autoridad deja de ser tal, deja de ser estrella que alumbra el camino y estimula los brotes, para volverse agujero negro, antimateria, anti vida. Toda grandeza tiene, a sus mismas puertas, su más grande miseria, y la línea que separa una de otra es ínfima. Al volverse hacia sí, se arrastra todo lo cercano a la nada. Ante el cansancio, basta descansar y renovar fuerzas. No es más complicado. Si hay críticas, es normal, nadie es perfecto: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor, 13). Por favor, no cedan a la tentación de la mediocridad, al mal hábito de sentarse a la vera del camino esperando un látigo que los haga avanzar. Ustedes han demostrado no ser así. Amar y conocer los ha transformado en autoridad, en autores de vida. Si renuncian a ese amor y a esa sed de conocer, pierden lo más valioso que poseen, y se vuelven estériles. Los conozco, sé que no son estériles. José Antonio Amunátegui Ortíz.