Camerata Sforzando Etica 2. La Asociatividad. En el primer documento propusimos que el bien objetivo es el acto humano que conviene a todos y al todo. Utilizamos el ejemplo de la orquesta, que confundió porque se percibió como un texto en favor de la afinación, y por tanto una crítica a la desafinación. Evitaremos ejemplos que confundan, pero utilizaremos la confusión como ejemplo de lo que sigue, en este descubrimiento del BIEN como principio supremo rector de nuestros actos. El ejemplo aterriza la noción abstracta de bien. Nos interesa el universal, BIEN, pero no nos interesa perder de vista su aplicación práctica en toda nuestra vida diaria; afinación es ejemplo de aplicación práctica. En este segundo documento “afinaremos” la noción de bien, utilizando vuestra reciente experiencia fundacional. Ustedes eligieron asociarse en amistad. En el primer documento explicamos que, tanto la conciencia personal como la marcha de la historia humana y del cosmos, no pueden oponerse y contradecirse entre sí; están vinculadas indisolublemente por lo que llamaremos “solidaridad de destinos”1. Tanto nuestra dimensión temporal (histórica y proyección futura) como nuestra dimensión espacial son definidas por vínculos con otras personas y con los reinos mineral, vegetal y animal. Negar esos vínculos es negar la sustentabilidad de la vida de alguien. Esos vínculos son el bien natural, y su negación es un mal objetivo. Pero esos vínculos, a la razón, pueden parecer mecánicos y funcionales. Podríamos legislar, es decir mandar, prohibir o permitir; entonces podríamos castigar su violación, y para ello requeriremos cárceles, policías, tribunales, jueces y abogados que acusen o defiendan. Una capa superior, en el orden objetivo, es la percepción del bien universal; una capa inferior o subalterna es la aplicación práctica de ese bien universal: la norma, y la institucionalidad que la asegure y defienda. “Asociatividad” es la expresión de moda que define unidad de objetivos; no define la naturaleza vincular de todo lo existente, sino mecánicamente sólo razón subalterna: unidad estrictamente subordinada al objetivo que se busca conseguir; por ejemplo, la unidad de los estudiantes para conseguir gratuidad de su educación. Si se consigue el objetivo, la unidad funcional deja de tener utilidad práctica, y sólo puede sobrevivir si se inventa una nueva causa de lucha que justifica el vínculo. Definamos, entonces, “bien universal”. Ya estarán acostumbrados a escuchar expresiones como “canasta de bienes” (IPC), bienes transables, etc.. La ciencia económica ha utilizado profusamente la palabra “bien”, y pareciera que su aplicación es correcta. También los abogados y jueces utilizan “bien”: por el bien de la sociedad… es un peligro para la sociedad… La misma institucionalidad (poderes ejecutivo, legislativo y judicial) se considera un “bien”. Un rico es quien posee muchos bienes financieros y palpables; un poderoso es quien reúne en sus manos muchas cuotas de poder sobre otros. Un erudito puede recordar muchos datos y fechas… Todos estos “bienes” no rozan 1 Expresión acuñada por Josef Kentenich, 1885-1968.
siquiera la noción de bien universal; es más, su calidad de “bien” depende de qué tanto se ajusta al “bien universal”. Es así como el motor de combustión aporta el bien de la movilidad, y el mal de la contaminación, en sí mismo; su uso, por otro lado, podría considerarse bueno o malo, según se utilice para transportar personas a un trabajo honesto, o para que delincuentes se transporten a sí mismos y a la mercancía robada. Un arma sirve para defenderse de la violencia, o para ejercer violencia y muerte sobre otros. La misma institucionalidad puede usarse para el bien de todos, o para provocar males horribles a los gobernados. El bien universal no se compra ni vende; no es creado ni inventado por hombre alguno. Está por sobre nuestras conciencias y nuestros criterios, sobre nuestras leyes y nuestras percepciones de la realidad. O lo aceptamos y lo asumimos, o dañamos a otros y al medio ambiente. O nuestra conciencia, órgano del juicio acerca del bien y el mal, se ajusta a este bien universal o enferma al entorno. El bien existe, objetivamente, y el mal no, pues es ausencia de bien. Hacer el mal es crear un vacío donde hubo o podría haber algo. La asociatividad, como principio, no es suficiente para definir estos vínculos entre todo lo que existe. El ejemplo más a la mano, de quienes impulsan una protesta política en pro de alguna causa, nos servirá. Ellos utilizan el modelo de asociatividad utilitaria, pero no superan la mediocridad de criterios sobre el bien universal, porque no resuelven la escasez de vínculos; si ejercen violencia para exigir bienes, aumentan la escasez de vínculos y, por tanto, dañan aún más nuestra ajada convivencia, y dañan la fe en la bondad humana con el ejercicio de la violencia, que por sí misma constituye extorsión y chantaje para lograr el propio objetivo. Había una solución más “barata”, que concilia el respeto por los vínculos con la gratuidad en la educación, y ustedes mismos la descubrieron: Sforzando. ¿Qué hicieron ustedes? Donde no hay educación, ustedes la consiguieron para sí mismos con creatividad y gratuidad. ¿Con qué reemplazaron el dinero para comprar horas de profesor e instrumentos? Con cariño, amistad, ingenio y aumentando su red de vínculos. Ustedes no exigieron dinero para un conservatorio, ni exigieron un conservatorio (de hecho no exigieron nada); ustedes se fueron directamente a lo que compra el dinero o provee el conservatorio: la educación musical del mejor nivel que puedan alcanzar. ¡El bien universal, en este caso, es la música!, el conservatorio sólo un proveedor, y el dinero sólo una forma de conseguir el objetivo, ¡pero no la única ni la mejor! Necesitan dinero, pero menos cantidad, y ustedes no dependerán de nadie más que de su trabajo, sus vínculos y redes, para conseguirlo. Independientes de la fuente del dinero, son libres de tomar sus decisiones sin que nadie les intente pasar la cuenta de lo que les da. He aquí un buen ejemplo del amor y la amistad, como la fuente más efectiva de bien universal. José Antonio Amunátegui Ortíz.