Confesiones de un macho peruano (final)

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1 de setiembre de 2018

SUPLEMENTO CONTRATADO


Me llamo Pedro Mendoza, pero ustedes pueden decirme Pedrito, como hacen mis patas en el barrio. Mi esposa también me llamaba Pedrito, con cariño, pero ahora estamos separados. Ella dice que es por un tiempo. Hasta que yo recapacite y cambie. ¿Qué había de malo en mi manera de ser? Al principio, no me daba cuenta. Soy un pata chambeador. Los fines de semana me gusta darme mis gustitos con mi gente. Ir a comer, a una fiesta, tomar mis traguitos. También quiero tener hijos, pero cada vez que hablábamos de eso, Melissa terminaba poniéndose incómoda. Para ella, yo no estaba preparado y tenía que cambiar: esa bendita palabra. ¿A ustedes les dicen lo mismo? Para ser sincero, yo no entendía a qué se refería Melissa, hasta que me dejó. Una noche volvimos a casa, contentos, después de una fiesta. Le comenté que era el momento para encargar a un heredero. Ella no quería. Se puso incómoda. Me dijo: “Pedrito, todavía no”. Y se me subió la sangre a la cabeza. La jalé hacia el cuarto recordándole que ella era mi esposa y que al final el que iba a decidir si teníamos hijos era yo. Melissa se soltó y me dijo que, si avanzaba un paso más, ella iba a gritar hasta despertar a todos los vecinos. Sentí como si estuviera dentro de una de esas noticias que salen todo el tiempo en los periódicos. Que yo era ese hombre que le hace algo malo a su mujer. Y me quedé congelado, como una estatua, sin saber qué hacer. Melissa cogió sus cosas en una maleta y se marchó. Antes de salir, me dijo:

-Pedrito, te amo, pero estoy cansada de tu machismo. Tienes que buscar ayuda. Pasé la noche sin dormir y la única pregunta que tenía era: ¿por qué demonios yo me comportaba de esa manera? Y esta es la historia que quiero contarles.

El hombre machista cree que la mujer es un ser inferior Por ejemplo, yo creía que el trabajo de Melissa era cuidar la casa, darme de comer y acostarse conmigo cuando yo quisiera. Mi padre era así. Cuando yo era chico, él llegaba a casa borracho, despertaba a mi mamá para que ella le diera la comida y luego él la llevaba al cuarto. Al día siguiente, ella se la pasaba llorando. Mi padre me decía: “Hijo, los hombres tenemos que ser fuertes y valientes. Los hombres no lloran. Las que lloran por todo son las mujeres”. Por eso cuando veía a mi mamá toda triste, yo no pensaba que estaba sufriendo, sino que así eran las mujeres. Un día, mis amigos llegaron a mi casa y me vieron jugando a la cocinita con mi hermana. Me dijeron “maricón”, “mariquita”, “mujercita”. Para que dejaran de hacerlo, tuve que pelearme. Demostrar que yo era macho. Y nunca más volví a jugar con mi hermana. Poco a poco aprendí que los hombres pueden entrar a la cocina de vez en cuando para ayudar, pero que ese es territorio exclusivo de las mujeres. Melissa tenía un empleo como yo, pero además ella se hacía cargo de la limpieza y la cocina.

Qué piensa un macho de las mujeres Mi padre se sentaba en la cabeza de la mesa y yo a su costado. Mi madre o mi hermana mayor se encargaban de servirnos la comida. La presa más grande siempre era para él. Cuando terminábamos de comer, él se iba a ver la televisión. Mi madre o mi hermana lavaban los platos. Una vez yo les estaba ayudando y,cuando mi padre me vio, se rió: “Quizá quieres ser mujercita”, me dijo, como si mujer fuera un insulto. Mi padre se crió en un hogar machista. Cuando mi hermana y yo éramos chicos, le gustaba llevarnos al cine. Luego crecimos y dejamos de salir juntos. Él me pedía que vigilara a mi hermana


Cuando Melissa me dejó, pasé varios días solo. No sabía con quién hablar de lo que había pasado. No busqué a mis patas porque sabía que ellos me iban a dar la razón. Una vez mi pata Fredy nos contó, mientras tomábamos unas chelas, que cuando su esposa no le hacía caso él le tiraba un buen lapo. Me da vergüenza recordar que durante buen tiempo yo estuve de acuerdo. Cansada de que yo no le contestara el teléfono, mi hermana Juana vino a verme a casa. Me sinceré con ella. Le conté todo. Juana había tenido muchas malas experiencias con sus exparejas. A pesar de ser tan diferentes, ellos y yo nos comportábamos de manera tan parecida:

El barrio es para machos El barrio siempre ha sido como mi casa. Mis patas de toda la vida me enseñaron a jugar al fútbol, a bailar en las fiestas, a piropear a las chicas. Cuando hablábamos de mujeres, los patas mayores ponían la valla muy alta. Tito fue el primero en contar que había debutado. Lo hizo con una prima. Le invitó trago y luego pasó. Al principio era divertido escuchar las historias. Luego se volvió una competencia. Pocho había tirado con su enamorada. Lalo, con la amiga de su hermana. No faltaba el que se había metido al cuarto de la empleada. Yo no tenía el mismo jale, así que antes de que me comenzaran a molestar, inventé que había ido al hostal con una chica de la academia. Éramos el terror de las chicas. Les silbábamos, piropeábamos, y luego, chica que pasaba por el barrio, chica a la que metíamos la mano. Un día mi hermana se enteró de lo que hacíamos. Me encaró. ¿Qué haría yo si sus amigos le metieran la mano a ella?

Solo es un juego, le dije. ¿Por qué siempre estás renegando contra los hombres?

cuando ella salía a fiestas. Cuando yo salía con una chica, nadie me vigilaba. Cuando mi hermana y su novio se mudaron juntos, mi padre le gritó que era una prostituta. A mí nunca me hizo el mismo escándalo. Me decía: Pedrito, tu hermana nos ha deshonrado. Ahora mi hermana y mi padre casi no se hablan. Él nunca le pidió perdón. Cuando toma y se pone sentimental, llora. Dice que su hija no lo quiere. Pero cuando está sano, nunca toca el tema. Yo creo que todas esas cosas las he aprendido sin darme cuenta. Un día Melissa se compró un vestido escandaloso. Le pedí que lo devolviera. Ella no quiso. Dejó de hablarme durante una semana porque la llamé prostituta.

Cuando la mujer y el hombre tienen una discusión, el hombre quiere tener la última palabra. El hombre grita para que la mujer le haga caso. El hombre a veces no quiere que la mujer trabaje fuera de casa ni salga con amigas. El hombre revisa el teléfono de su pareja El hombre usa la violencia (gritos, amenazas, empujones) para que la mujer le obedezca. El hombre presiona para tener sexo incluso cuando la mujer no quiere. Mi hermana Juana fue la primera persona que me ayudó a abrir los ojos. Compartimos recuerdos de la casa, de mamá, de papá y del barrio. ¿Te acuerdas de esas chicas a las que ustedes metían la mano?, me preguntó. Luego me contó que a ella le pasaba lo mismo en su primer trabajo. Ella era mesera. El chef la manoseaba. Me dio mucha pena y rabia. La vida da vueltas. Bajé la cabeza y me puse a llorar.

“El machismo termina haciéndoles daño a los hombres”, me dijo Juana.

“Mira a papá. Un día de estos, mamá va a reunir valor y lo va a dejar. Pero tú puedes cambiar, Pedrito. Por lo menos, has empezado a darte cuenta”. Quizá Juana tenía razón. Y aunque es difícil saber si algún día Melissa querrá volver conmigo, sí sé que quiero cambiar. ¿Cómo puede uno enfrentar su propio machismo para que las mujeres dejen de sufrir las consecuencias? Pienso en mi madre, en mi hermana, en Melissa.


Textos: Marco Avilés I Diseño: Camila Bustamante

El machismo no es una enfermedad. Y no existe una cura mágica ni mucho menos una vacuna. Uno aprende a ser machista en la casa, escuchando y mirando a los adultos. Lo que podemos hacer es darnos cuenta y cambiar. Yo estoy en ese camino y desde allí quiero compartir estos consejos:

El primer gran paso para cambiar es reconocer que tienes un problema. El machismo se aprende en la casa, en la escuela, en el barrio. Se pasa de padres a hijos. Haz un listado de cuáles son esas conductas machistas y proponte un plan para dejar de hacerlas. Por ejemplo, si tus amigos usan como insulto las palabras “niñita” o “saco largo”, no lo celebres. Si tu política en casa es que nadie te contradiga, empieza a escuchar las opiniones de los demás. No tengas miedo de cambiar tus comportamientos. Busca amigos con los que puedas conversar de estos temas. Un dicho común y lamentablemente cierto es “los hombres no hablan de sus sentimientos”. A mí me ha pasado y no ayuda. Si tienes niños y niñas, comparte tiempo con ellos haciendo las tareas de la casa. Deja que los hombres y mujeres jueguen libremente a la cocina, a los carros, sin encasillarlos. Un niño que limpia su cuarto no es una “mujercita”. Es un niño limpio. “Mujercita” no es un insulto. No esperes que la mujer se comporte como un ser obediente que está para servirte y complacerte. Mírala y trátala con respeto. El trabajo no es fácil pero estos consejos pueden ayudarte a comenzar. No faltará el pata en el barrio que te moleste cuando ya no celebres sus bromas. Cuando haya oportunidad, habla con él igual que yo estoy hablando contigo. Invítalos a reflexionar. ¿Saben con quién he comenzado a hablar de estos temas? Con mi padre. El viejo es un hueso duro, pero ha comenzado a abrirse.

Mis amigos del barrio me preguntan si Melissa y yo vamos a volver a juntarnos. Me gustaría decirles que sí. Pero yo no tengo esa respuesta. Lo que sí sé es que no volveré a ser el mismo.

Soy un hombre machista que quiere dejar de serlo.

SUPLEMENTO CONTRATADO | Editado por Manuela Ramos | Impresión: Empresa Editora El Comercio S.A. | Producción editorial: ContentLab | Dirección: Jr. Santa Rosa N.° 300, Lima | Teléfono: 311-6500 anexo 7036 | Publicidad: Jr. Jorge Salazar Araoz 171 – Urb. Sta. Catalina – La Victoria | Teléfono: 311-6500 anexos 1714/ 3646 | Jefe de producto Eco Content: Alan Saldaña | Correo electrónico: alan.saldana@comercio.com.pe | Distribución: Trome y Depor | Cobertura: Nacional | Hecho el Depósito Legal N°2001-1992. Ley 26905


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