PORTADA DANIEL
INDICE SANCHEZ
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COMITÉ EDITORIAL
Luisa Cardona Aristizábal Sergio Carvajal Gallego Santiago Fernández Mateo Londoño González Felipe Pinilla Torres Andrés Salazar Ávila Laura Sánchez Torres Gráficos:
Carlos Celis Ortega Daniel Marín Álvarez Santiago Sánchez Ramírez Nathalia Barragán Diego Peña (portada) Cada autor es responsable por el contenido de su artículo, la posición de La Parada ni compromete a los miembros de su comité editorial, ni a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.
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EDITORIAL
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ablar del conflicto y de la paz en Colombia
desde las ciencias sociales implica una mirada amplia que sea capaz de captar la complejidad y la diversidad que encierran estos escenarios, para así desarrollar respuestas y alternativas duraderas. Una mirada amplia implica tener en cuenta la multiplicidad de raíces (étnicas, sociales, económicas, políticas, religiosas, ambientales, sexuales), las diferentes formas en que se manifiestan estos conflictos (violencia material o simbólica), y las múltiples implicaciones y consecuencias que estos han tenido en los territorios. En este sentido, la sexta edición de La Parada se propuso pensar desde cada una de las disciplinas de las ciencias sociales la dualidad existente a la hora de hablar del conflicto: por un lado, la forma en que se piensa el conflicto en Colombia, y, por el otro, cómo se percibe y analiza la existencia de conflictos en una sociedad. En este camino por pensar la(s) conflictividad(es), nos vimos en la tarea de plantear la pluralidad que atraviesa al conflicto nacional en términos de causas, actores, problemáticas, descontentos, e implicaciones haciendo explícita la necesidad de un análisis crítico de estos escenarios a la hora de pensar la paz. Inicialmente, la decisión de realizar una edición alrededor de “los conflictos más allá de lo armado” tuvo como principal intención acercarse a los diferentes conflictos que, si bien en ocasiones se encuentran atravesados o son transversales al conflicto armado, no nacen ni terminan con este. Así, nos planteamos de forma ambiciosa la posibilidad de tocar la variedad de conflictos que se desarrollan en el país, y que requieren ser debatidos, discutidos y solucionados. Por eso, consideramos que en el reto de la paz (o las paces) es fundamental que las ciencias sociales vayan más allá de la visión de acuerdo a la cual el conflicto se reduce a la violencia armada, para así plantear un escenario en el cual la solución no se limite a la dejación de armas, sino que atraviese las problemáticas y conflictividades que se desarrollan en los diferentes territorios alrededor de otros ámbitos, como los antes mencionados. En el desarrollo de la edición el objetivo se amplió, lo que nos permitió acercarnos a la discusión partiendo de una visión en la cual paz y conflicto(s) no necesariamente son antagónicos y excluyentes el uno del otro. Los conflictos hacen parte de la dinámica social y su existencia o reconocimiento , no tiene que ser valorado como algo negativo, y por lo tanto indeseable. De modo que la vida social no está aislada del conflicto por el contrario, este hace parte de la pluralidad y complejidad de las condiciones en que se desarrollan las relaciones sociales. Los conflictos son, entonces, los que configuran y trans-
forman la vida de los seres humanos en sociedad. Dentro de este debate, proponemos repensar la connotación de violencia armada que se le ha otorgado a la conflictividad, para esbozar que los conflictos pueden ser estudiados con otro lente que permita construir soluciones desde diferentes ámbitos. Por último, un elemento central que queremos resaltar como transversal a los conflictos, y por lo tanto a la paz (o paces) es el modelo de desarrollo económico. Este modelo, como en nuestro país, no resulta neutral en tanto que se plantea unos objetivos de acuerdo con los intereses de un sector de la sociedad, llevando a que el flujo de la vida social se dé alrededor de estos. En este sentido, el modelo tiene que ver no sólo con el ámbito económico, sino con las diferentes dimensiones de la vida en sociedad a las cuales impacta, bien sea en la forma en que nos relacionamos, actuamos y pensamos, o en las visiones desde las cuales se promueven los cambios en los diferentes ámbitos del diario vivir. Esto genera una multiplicidad de conflictos que nacen de la diversidad, y de las respuestas contrarias y alternativas a este modelo, en nuestro caso neoliberal. Se trata, entonces, de un modelo económico que influye intrínsecamente en las relaciones sociales, generando antagonismos y contradicciones. En definitiva, en esta edición buscamos avanzar en el debate frente a los alcances de la paz y las dinámicas del conflicto y el posconflicto, y el papel que los científicos sociales deberían jugar en estos escenarios. De manera que se encontrarán con artículos que tocan los conflictos desarrollados alrededor de temas como ecología, género y pobreza. Además artículos que, más allá de plantear un conflicto, entraron en el debate frente a la existencia de conflictos en una sociedad, y la forma en que estos podrían ser canalizados de formas no armadas, para así evitar pensar la paz como “la no confrontación”. Sin embargo, quedaron elementos y conflictos por tocar, como aquellos relacionados con la geopolítica, la democracia y las instituciones estatales, las diferentes comunidades y culturas, y la forma en que interactúan en un mismo territorio, el narcotráfico, entre otros. Con esto, queremos dejar sentado que se trata de un debate que continúa abierto, y que debe ser nutrido por estudiantes, profesionales y profesores desde las diferentes disciplinas y campos de conocimiento, así como por la sociedad en general. Más aun entendiendo el momento que estamos viviendo los colombianos y la responsabilidad que este nos otorga. Permanecen, entonces, muchas preguntas abiertas alrededor de los problemas del país y de los cambios que son necesarios para lograr un escenario de paz con justicia social.
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FUENTES
El promedio de votantes (SegĂşn elecciones senado, presidenciales 1 y presidenciales 2 de 2014) es de 43.6% del total de personas habilitadas para votar.
estudiantes abandonaron sus estudios. (2014)
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1 de cada 5 adolescentes ha estado alguna vez embarazada.
de los menores de 15 aĂąos en BogotĂĄ que quedan en embarazo abortan.
homicidios contra la poblaciĂłn LGBTI, de los cuales solo se han condenado 5. (2014)
de las violaciones de DD.HH que ocurren en Colombia, se presentan en los municipios minero-petroleros 7
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esde el inicio de los diálogos de La Habana con las FARC en el 2012, el gobierno de Juan Manuel Santos ha enfatizado en la importancia de que el país se prepare para el pos-conflicto, para un país en paz después de una guerra de más de medio siglo. Estos conceptos son problemáticos, y aunque ahora se está hablando más de pos-acuerdo que de pos-conflicto, vale la pena reflexionar sobre lo que estos conceptos representan y lo que dicen de lo que esperamos en nuestra sociedad. Para empezar, pensar en las negociaciones de La Habana como un proceso de paz implica una visión negativa de la paz, en la que ésta es nada más que la ausencia de violencia. Hay varias formas de violencia, y muchas más además de la de las FARC, aparte de otros conflictos armados, que aunque no sean tan obvias o visibles, evitan la consecución de una paz positiva. En una paz positiva, a tono con las propuestas de Nussbaum y Sen, todas las personas pueden desarrollar sus capacidades y estas no son bloqueadas por violencias estructurales, como la desigualdad. El fin del conflicto armado con las FARC es un paso importante, pero insuficiente para lograr un verdadero cambio, por lo que hablar de proceso de paz, aunque esperanzador y sonoro, termina siendo inconveniente. Además, la noción de pos-conflicto presenta problemas en dos frentes. Primero, porque asocia la existencia del conflicto, en general, al conflicto armado con las FARC, con lo que el fin del segundo sería también el fin del primero, para llegar a una sociedad sin conflicto, ocultando que hay muchos más, e incluso armados. Segundo, y este problema es más profundo: porque la noción de pos-conflicto relaciona la existencia de conflictos con los armados y violencia de estos, con lo que el fin de la violencia y el inicio de la paz implican y necesitan también, el fin de los conflictos. Esta idea de pos-conflicto, de la paz como el fin de los conflictos, entiende una sociedad en paz y democrática como depurada de conflictos, en la que nadie discute, porque estamos todos de acuerdo. Esta forma de entender el pos-conflicto, la democracia y la paz, entonces, busca una sociedad aséptica, sin discusiones incómodas ni puntos de vista opuestos. Esta noción de sociedad, es, en realidad, profundamente antidemocrática, al plantear como deseable una sociedad sin conflictos, es decir, sin disenso, sin debate, sin espacio para la diferencia. Es una propuesta totalitaria y homogeneizadora, que
patologiza la variedad, reduciendo los espacios de opinión y planteando una verdad con la que se debe estar de acuerdo. Si ésta es nuestra visión de democracia y de paz, probablemente no estamos listos como sociedad para vivir en ella. La anterior es la salida fácil y cómoda, pues nos da la verdad masticada, sin necesidad de que cuestionemos nada, ni de proponer algo distinto, ya todo está descubierto y escrito. Pero esto no es democracia. La democracia es compleja, plantea retos para la convivencia, pues abre espacios para que cosmologías totalmente opuestas no solo se toleren, sino que se interpelen entre sí, obligando a las partes a reflexionar y a esbozar argumentos, a cuestionar la opinión con la que no está de acuerdo y también la opinión propia. Como personas complejas, tenemos distintos intereses, e inevitablemente van a surgir conflictos y retos a partir de estas diferencias. Así, la democracia debe abrazar los conflictos, aprovechar las oportunidades que estos generan para considerar otros puntos de vista, y buscar creativamente la forma de tratarlos, de manera no violenta, pues el problema de los conflictos no son los conflictos en sí, sino cuando se solucionan con violencia. En esta idea de democracia, los acuerdos no están preestablecidos, sino que se construyen a partir de la política, de la discusión y del respeto por la diferencia. Estanislao Zuleta afirma al respecto que la democracia “consiste en sentir alegría por las diferencias que puedan existir entre nosotros, en la certeza de que los conflictos son inevitables, y de que, a pesar de que no nos van a conducir a unanimidad alguna, nos van a enriquecer” (Zuleta, 2010, pág. 78). Hablar pues de pos-conflicto no solo no es factible sino que tampoco es una realidad deseable si se busca una sociedad democrática. Puede que el uso de estos términos solo sea una estrategia de comunicación del gobierno, y que tras ellos no estén intencionalmente todas estas ideas que aquí critico. Pero no hay que subestimar el poder del lenguaje y del discurso: es necesario ver qué supuestos esconden conceptos aparentemente neutrales y encontrar mejores formas de expresar y aprehender los horizontes a los que nos estamos acercando si se firma un acuerdo en La Habana.
Santiago Cembrano Estudiante de Antropología y Ciencia Política
1 Zuleta, E. (2010). Educación y Democracia: un campo de combate. Omegalfa.es.
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l 24 de septiembre de 2015, Juan Manuel Santos anunciaba alegre, que en seis meses la paz llegaría a Colombia. Su imagen positiva no tardó en subir en las encuestas, así como también lo hizo el sentimiento de optimismo y la certeza de que el país iba – ahora sí - por buen camino. El anuncio calmó las náuseas de quienes contemplaron por un momento, bajarse del tren de la paz. Los medios de comunicación volvieron a hablar de desescalar el lenguaje; el Consejo Gremial Nacional, que reúne a los más importantes empresarios del país, manifestó final y abiertamente, su apoyo al proceso de paz; y el mismo Uribe, luego de patalear bochornosamente, no vio más remedio que sumarse “constructivamente” a la discusión sobre el mecanismo para refrendar los acuerdos.
Así pu, los anuncios de Santos han puesto en el horizonte mediático la posibilidad de un consenso nacional sobre la viabilidad y deseabilidad de la paz. La sensación inmediata de esta concepción de paz se asemeja a la que produce el prozac: alivia la ansiedad, el pesimismo, y la migraña que nos generan los conflictos que vive el país. A medida que se intensifica, las alucinaciones sobre un futuro en el que la realización de la perfecta utopía contemporánea se vuelve posible, nos obnubilan. Pero ¿quién soy yo para predicar en contra de las drogas? No creo que se trate de impartir la retahíla del “deje así, pa’ qué se puso a negociar con terroristas”. Busco poner en cuestión, más bien, es el material con el que se están construyendo nuestras alucinaciones, pues considero que el discurso de la
paz con el que Santos ha sabido conseguir apoyo de los empresarios, ganaderos, militares y caciques regionales, articula una concepción problemática de la historia de Colombia, sobre la que han sabido erigirse las esperanzas ‘progresistas’ que tan de moda están actualmente. A diferencia del metro de Bogotá, el tren de la paz y el progreso tiene una ruta clara: la consolidación de un territorio en el que al gran capital se le garantice la capacidad de acumular en paz . Así pues, las representaciones del progreso tienen que ver sobre todo, con que la infraestructura productiva dejará de explotar, con que la tierra estará debidamente protegida y registrada de manera oficial, con que los sindicatos no amenazarán la eficiencia de la producción, y la inversión privada tendrá garantías. Los colombianos de bien podrán volver a sus fincas, donde gozarán de los dividendos que deja vivir en un país en el que la guerra ya no interfiere con el pleno desarrollo de sus derechos y libertades: propiedad privada, libre mercado y libre movilidad. Nuestra historia de obstáculos y peleas habría terminado. Como todo tren, el del progreso avanza sobre firmes rieles de acero que no permiten desvío ni dubitación; se desplaza sobre un espacio armónico en el que la transacción es la única interacción social legítima, y cualquier polémica es comprendida como terrorismo, barbarie pre moderna, mamertismo trasnochado o guerrerismo infundado. El chambón boceto de una larga historia de dolor que será por fin superada, nos exige mirar hacia delante con el fin de evitar “que la legitimidad de nuestras instituciones se vea amenazada”. La consumación de la paz progresista de Santos implica entonces la cristalización hueca de un conflictivo pasado, cuya rememoración tendrá sentido solo en tanto destaque las virtudes del presente homogéneo. Las luchas que lo motivaron y las expresiones políticas que reivindican su memoria quedarán sepultadas bajo las nuevas carreteras 4G, y nuestra historia se recordará entonces, como la marcha lineal e imparable del progreso, cuyo maquinista destacado fue Santos. Walter Benjamin supo ver los adormecedores efectos que semejantes representaciones del pasado generan. Mientras la socialdemocracia liberal concebía el advenimiento del fascismo en Alemania como un estado de excepción en el camino lineal del tren del progreso que pronto acabaría, Benjamin
lo pensaba más bien como el abismo al que llevan inevitablemente sus rieles. Aunque pensar el fascismo como una amenaza real en Colombia sea quizás una exageración, el silencio de la política, o la imposibilidad de disentir que parecen venir con ‘la paz’, parecen ser tan peligrosos que equipararlos con el abismo, no parece envilecer la fidelidad de la metáfora. Activar el freno de emergencia que detiene el tren antes de que caiga al abismo solo sería posible, según Benjamin, si adoptamos una comprensión distinta de nuestra historia. En ella, las voces de quienes no estuvieron de acuerdo antes que nosotros, no podrían ser recordadas como simples anécdotas de los tiempos en que no habíamos ‘progresado’ tanto. Por el contrario, esta historia debe capturar y expresar sus denuncias, lamentos y reclamos, sin reproducir en su relato, el estigma y el odio que caracteriza el recuerdo de quien – triunfante - se proclama príncipe de un territorio conquistado. Naturalmente, esta historia tampoco puede ridiculizar, invalidar o ignorar la manera en que sobre estas voces, y contra ellas, se consolidaron los rieles que sostienen el tren del progreso. No obstante, es esta actitud mezquina hacia el pasado la que subyace a la lectura ‘progresista’ de la historia, y es la misma que informa la opinión de tantos reaccionarios que no pueden considerar las resistencias pasadas más que como intentos frustrados de emular fantasías irracionales. Actuando así, la lectura progresista naturaliza el presente, impidiendo prestar atención a lo que – desde el pasado - nos gritan los muertos con tanta insistencia: ¡ESTO NO VA POR BUEN CAMINO! La historia que transmita las palabras de quienes quedaron sepultados bajo los escombros del tren del ‘progreso’, podrá intensificar nuestro compromiso con lo que Benjamin llamaba una débil fuerza mesiánica que sopla desde el pasado. Al reconocer que hacemos parte de una sociedad que ha construido su identidad a partir de la eliminación del disenso y la diferencia, nos desmarcamos de la comprensión ‘progresista’ de la historia. De esta manera, el mundo se muestra en sus ruinas e injusticias, contribuyendo a hacer más fuerte la disposición a desafiarlo a través de una acción transformadora que redima a quienes se encuentran debajo de estas.
Sergio Carvajal Gallego Estudiante de Filosofía 11
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os pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio”, dijo el periodista polaco Ryzsard Kapuscinski durante una entrevista. Dedicó su vida a hablar de los temas incómodos y confusos de las sociedades del llamado Tercer Mundo y su motivación constante por desentramar las realidades en las que él se sumergía. Pero, ¿de qué habla cuando dice que la pobreza calla? ¿No será quizás que su voz se ignora? Claro, como es tan fácil ahora colocarse los audífonos y abstraerse de la realidad, decidimos que lo que sucede a nuestro alrededor ya no nos incumbe. Vemos labios que se mueven y articulan palabras, pero cuyos sonidos no llegan a nuestros oídos. Sin embargo, las voces de las personas agrupadas -y homogeneizadas- bajo el título de “pobres” están lejos de ser mudas. Pertenecen a personas que viven, caminan, sueñan, trabajan, y, en Colombia, hablan español, al igual que la mayoría de sus habitantes. Entonces no estamos frente a un caso en el que sea imposible comunicarnos. Luego, ¿por qué convivimos con un grupo de personas con las que no existe ninguna relación? Y lo irónico aquí es que “el pobre” y “la pobreza” son términos polisémicos, que no sólo se refieren a la carencia de recursos económicos para vivir, sino a los que se les asocia también un estereotipo de población que se relaciona con la suciedad, la insalubridad, lo indeseable, sin cultura ni educación; un hermano menor que hay que rescatar de la ignorancia y su estado deplorable. Detengamos un momento la mirada sobre el lugar en el que estamos. Este país se llama Colombia, un país que se evalúa como subdesarrollado y cuyo su nombre se incluye en las listas de planes, programas, proyectos de desarrollo y crecimiento económico de organizaciones internacionales. Por ende, usted, colombiano, es uno más de estos pobres. Puede que no comparta el señalamiento que le acabo de dar; tenga un trabajo o ingreso estable, y sus preocupaciones se enmarquen en las de alguien con perfil de clase media, media-alta o alta. El punto es que con la calificación de “país en vía de desarrollo” se crea una unidad abstracta que se refiere a lo que sería cada país, ignorando que coexistan realidades distintas. Retomando de nuevo la pregunta, ¿a quiénes
se refiere exactamente la palabra “pobres”? Dado que ya quedó descartado el imaginario de que es una gran masa homogénea, cabe por un momento detener la mirada sobre la población a nuestro alrededor. A modo de ejercicio de observación, se percibe -en la ciudad- que no sólo es pobre aquel que lleva ropa andrajosa, camina desgarbado y con porte desaliñado. Según los censos, estadísticas del ICBF y demás, algunas de las clasificaciones hablan de población flotante (indigentes, habitantes de la calle, familias de desplazados), personas de estratos 1 y 2, entre otros. Por otro lado, “pobre” se suele decir en el vocabulario cotidiano a aquél a quien la vida le ha hecho una mala jugada. Téngase en cuenta que esta vulnerabilidad implícita va acompañada de un verbo ser o estar que determina una temporalidad y a la vez condiciona al referente con un calificativo del cual se puede librar o no. Me explico: es diferente “ser pobre” a “estar pobre”. Y es importante marcar esta separación para analizar las políticas del estado y de la Bogotá Humana -como también de los otros planes de gobierno de las alcaldías por venir-, que se dirigen a los que son pobres. Anudando los cabos sueltos, recordemos pues que los pobres tienen voz. Ellos son ciudadanos y aquellas políticas elaboradas para trabajar el conflicto social a favor de esta parte de la población deberían escribirse idealmente a partir de un acuerdo mutuo. A esta democracia le hace falta una conversación vertical donde los de arriba escuchen las necesidades de los de abajo, más allá de construir estrategias para resolver “problemas” como la pobreza. Quizás, entonces, pueda ser esta una vía alternativa que desde la ejecución de las políticas se manifieste en un giro lingüístico, en el que se deja de hablar de la pobreza como un estado, una condición insuperable, para atribuirle en cambio una maleabilidad.
Diana Zerda Estudiante de Antropología
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scribo este artículo sin ningún rigor académico especial y guiado plenamente por mis convicciones. En principio se me dificultó enormemente pensar en un conflicto más allá de lo armado; creo que pocas cosas pueden simbolizar mejor un conflicto que un arma. No precisamente porque todos vayamos armados por la vida; más bien, el arma es el objeto tangible que aparentemente puede acabar el conflicto desde su raíz y de manera vitalicia. Esta evidentemente es una concepción equivocada, la cual hemos visto en las novelas o escuchado en la radio. Las armas han sido fundamentales en un país en el que la violencia resulta un estado permanente y de la mano de la violencia aparece la muerte tantas veces armada. La muerte de manera violenta en nuestro país resulta un elemento banalizado hasta en nuestro léxico, sin ir muy lejos la siguiente es una realidad: los celulares se valorizan y multiplican sus funciones; al igual que nosotros como especie. No obstante, como colombianos nos desvalorizamos en cuanto al precio de nuestras vidas, porque ahora tenemos precio y dueño. Si bien cada vez el humano es más inútil como especie, haciendo que en términos prácticos nuestra vida pierda un poco de valor, acá en nuestro país, se ha desvalorizado la vida a tal punto que puede ser equiparada con bienes de bajo monto, estamos en un momento crítico, el desvalor de la vida en su máxima expresión. Mi punto de inicio como uribista que soy, es que el conflicto armado sí es un determinante de lo que sucede en las pequeñas dinámicas sociales. Las armas tienen secuelas en todas escalas como el conflicto en sí mismo. En ese sentido hay quienes creen que solo son víctimas del conflicto quienes han estado en medio del fuego cruzado entre fuerzas estatales e insurgentes. Que equivocados están; se les olvida que nacimos en un país del que todos querían huir, en el que al menos un miembro de nuestra familia cercana o lejana había sido asesinado, secuestrado, extorsionado o amedrentado por los justicieros del plomo y la cocaína. Nacimos en un país en el que estar acomodado económicamente y de manera legal se configuraba como un delito imperdonable, en el país en donde era un requisito pasar de “agache” y en el que, curiosamente, el primer presunto enemigo era el vecino. El primer valor que infundió la guerra, el cual proponían los narcoterroristas de las AUC, el ELN y las FARC, fue el miedo profundo, la necesidad de
hacernos desconocidos como algo obligatorio; que no se nos relacionara con nuestras familias, con un apellido y muchísimo menos, con ningún bien material. Esto generó un cambio enorme en las dinámicas sociales: los parques de barrio se llenaron de delincuencia y drogadicción, crecieron los edificios y los muros se encargaron de separar la realidad de la ciudad y del país. Nadie sabe quién es su vecino; en el fondo se desconfía enormemente de él, no hay cooperación porque las relaciones sociales desde los años ochenta se han basado en el miedo y la desconfianza. Por eso es que hoy, después de dos años de vivir en el mismo edificio, no sé quien vive en los tres apartamentos de mi lado, excepto el de afrente, al que veo diariamente en la televisión. El miedo y la desconfianza han impedido que podamos ponernos en los zapatos del otro; en otras palabras, se nos ha hecho un ejercicio complejo, casi imposible, reconocer al otro desde su humanidad. Los noticieros hablan de muertos, desempleo y hambre, mientras que nosotros comemos y comentamos la noticia desligados completamente de cualquier rasgo de humanidad. Ignoramos que las tasas de desempleo representan a un buen número de compatriotas, que no tendrán como llevar el pan a sus mesas esta noche; y que los muertos fueron personas que emprendieron un camino con la esperanza de regresar a su casa y nunca lo hicieron. Nada nos importa, nada nos inquieta. Parto desde mi sesgo político natural para concluir una idea que espero quede clara para usted como lector: yo como colombiano naturalmente le apuesto a una Colombia en paz; habría que ser muy imbécil para creer en el discurso de Juan Manuel Santos, según el cual existen los “enemigos de la paz”; solo por no creer en las negociaciones de La Habana. La guerra es un incentivo a la desconfianza y al miedo. En ese sentido, debemos ser los colombianos quienes retomemos la hermandad, para adquirir la capacidad de sentir por el otro, abriendo las puertas a ser una sociedad más equitativa, más prospera y con conflictos menos escalados. Pero, para llegar a eso, hay que acabar con quienes interrumpen a balazos con la tranquilidad de quienes hacen las cosas bien, con quienes impiden la realización efectiva de un trabajo y la recepción de un salario producto de ello.
Pablo Londoño Salazar Estudiande de Ciencia Política 15
Veo fortuna en tu futuro. Puede ser que tu vida laboral se estabilice o compres una casa. ¡Es posible que ambas cosas ocurran durante los próximos días!. No podrás ver estudios latinoamericanos este semestre. Recuerda sonreirle a la vida.
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La Parada rechaza la clausura de los cursos sobre AmĂŠrica Latina en el Ciclo BĂĄsico de los programas de Ciencias Sociales. Exhortamos a todos los integrantes de la Facultad a promover el estudio de los problemas y pensamientos latinoamericanos en la Universidad de los Andes.
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Violencia Sexual En Tiempos De Paz
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n una audiencia reciente ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos un grupo de organizaciones que vela por los derechos de la mujer en Colombia denunció el alarmante panorama de violencia sexual que se vive en el país. La primera afirmación de las organizaciones fue clara: “La violencia sexual en contra de las mujeres y las niñas es una práctica constante, habitual y extendida tanto en tiempos de paz como de guerra”. El cuerpo de las mujeres es en Colombia y el mundo un campo de batalla. Así se ha demostrado en los reportes que han hecho un esfuerzo por reconstruir la guerra en nuestro país, así como por la Corte Constitucional en la sentencia T-025 de 2004 y posteriormente en el auto 009 de 2015. Sin embargo, poco nos hemos preguntado por la violencia sexual por fuera del conflicto armado. Una de cuatro mujeres en el mundo será víctima de violencia sexual a lo largo de su vida según un estudio realizado en universidades de Estados Unidos de América en 1989. El 26 de mayo de 2015 la Defensoría del Pueblo de Colombia publicó un reporte denunciando que, hasta esa fecha, se habían presentado 5.243 casos de violencia sexual contra mujeres en Colombia, lo que significa al menos 38 violaciones cada día. Las cifras anteriores son alarmantes desde varios puntos de vista. En primer lugar, porque no es posible aceptar que al menos un cuarto de las mujeres sean sometidas a este tipo de actos degradantes e inhumanos. Y en segundo lugar, porque el efecto de esta amenaza constante de ser víctimas de violencia sexual tiene efectos perversos en la vida de las mujeres; las cuales deben preocuparse por la vestimenta que usan, la hora en la que pueden estar en la calle, los sitios a los que pueden ir e inclusive los hombres que pueden frecuentar. Es claro que no todos los hombres son victimarios, pero todas las mujeres son potenciales víctimas. Una parte fundamental del problema es la legitimación social que hay al uso de la fuerza en las relaciones sexuales. Un estudio publicado en el 2003 por profesores de psicología de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) muestra que 54% de los hombres encuestados consideraban justificada la violación en casos en los que ya había iniciado el encuentro sexual y la pareja cambiaba de opinión súbitamente, al igual que un 31% de las mujeres. 54% de los hombres y 26% de las mujeres también legitimaron la violación en los casos en los que la mujer
ha coqueteado o seducido al hombre. Así mismo, el 51% de los hombres entrevistados y el 42% de las mujeres estuvieron de acuerdo con que los hombres podían usar la fuerza cuando una mujer lo hubiera excitado sexualmente. En el 2015, la Universidad de North Dakota publicó un estudio en el que revela que 1 de cada 3 estudiantes universitarios estarían dispuestos a violar a una mujer si supieran que no pagarían ninguna consecuencias. Así mismo, hay también muchas dificultades para entender en qué consiste el consentimiento y cuándo un acto es o no violación. Muchas personas entienden que siempre que no se niegue abiertamente, tienen vía libre para cualquier acto sexual. Otras no toman en consideración los factores que llevan a una persona a decir sí a pesar de no quererlo verdaderamente. Y son muy pocos los que están dispuestos a discutir el tema. El mismo estudio de la Universidad de North Dakota, por ejemplo, revela que cuando la pregunta contenía la palabra violación las respuestas cambiaban, con respecto a cuando se usaba la expresión uso de la fuerza, mostrando la falta de claridad que hay frente a qué es o no violencia sexual. Todo esto lleva a que la violencia sexual sea invisibilizada, ridiculizada y tratada como un problema menor. Es el caso de un evento reciente en las redes sociales de la Universidad de los Andes, donde un estudiante denunció que otro carro manejado por una mujer se había saltado la fila para entrar al parqueadero, y otro estudiante sugirió que la violaran. Fue una sugerencia que muchos apreciaron como graciosa, la mayoría ignoró con indiferencia cómplice, y otros entendieron como un comentario inocente, de poca importancia. Que una incitación a la violación sea considerada menos grave que el acto de colarse en una fila nos ayuda a entender por qué las cifras de violencia sexual son tan alarmantes aún en tiempos de paz. La idea del cuerpo de la mujer como un objeto de disfrute en vez de como un sujeto de derechos lleva a que hasta los sectores más educados legitimen la cultura de la violación. El cuerpo de las mujeres es, entonces, el campo de batalla no solo de los guerrilleros, paramilitares y militares de este país. Es el campo de batalla del patriarcado.
María Toro Estudiante de Ciencia Política 19
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ace algún tiempo, con certeza más de un año pero menos de dos, me encontraba en el Coliseo de los Deportes de la ciudad de Bogotá observando la disputa del título de la LFC (Latinamerican Fighting Championship) la versión colombiana de la UFC. En la primera pelea de la noche se enfrentaba un peleador caleño que le apodaban el “pitbull” y un barranquillero, cuyo nombre no recuerdo, pero solía ser boxeador. En el primer asalto, el pugilista costeño asestó un gancho cruzado que dejó el tabique de su oponente muy cerca de su pómulo. La sangre fluyó a borbotones, tanto así que la pantaloneta amarilla terminó siendo vino tinto. De inmediato el árbitro terminó la pelea y dio como ganador el barranquillero. El equipo médico entró al ring, corrigió la fractura y llenó de gaza la nariz del “pitbull”. Cuando los galenos terminaron su labor, el réferi anunció al ganador y el vallecaucano, con su nariz del tamaño de un mango, felicitó a su oponente con un fuerte apretón de manos y un abrazo. Creo que él mejor que nadie era consciente de la calidad del puño que le había sido asestado. Esta pequeña anécdota reúne la esencia de un concepto que muchas veces se pasa por alto: la imposibilidad de huir del conflicto y la necesidad de crear un consenso de una buena forma para entrar en él. El conflicto es inherente a la sociedad, en cualquier comunidad es necesario competir, ya sea para conseguir un trabajo, para hacer valer las ideas en la arena política, para conseguir pareja o para divertirse. Lo dañino para la sociedad no es el conflicto per se, es como este se desarrolla. El conflicto es un fenómeno que no podemos erradicar, pero que sí podemos y debemos corregir. Aquella noche de espectáculo me brindó una serie de reglas que son aplicables a cualquier conflicto en cualquier ámbito de la vida. En primer lugar, cuando entremos en conflicto debemos querer hacerlo, al desearlo sabremos las posibles consecuencias y manejar estos riesgos para salir victoriosos, o saber afrontar la derrota en caso de salir vencidos. Se podría decir que en muchas ocasiones no tenemos otra opción que entrar en conflicto y que por lo tanto esta regla es inaplicable, sin embargo, siempre hay opción de rehusar el conflicto, siempre se puede huir y si se desea participar en el, sin importar su talante, se debe asumir que la vida puede estar en juego.
En segundo lugar, las reglas del conflicto deben estar siempre claras para las partes. En el caso de las artes marciales mixtas hay reglas de oro que los peleadores acatan como mandamientos: no se golpea en los genitales o en la parte posterior de la cabeza, ya que son partes del cuerpo que pueden poner en riesgo la integridad del luchador. Esta analogía se debería extrapolar a los conflictos cotidianos, en especial en los que las palabras se usan como armas, nunca se debería atacar las zonas que ponen en riesgo la integridad de los individuos. El tercer elemento para el desarrollo de las Artes Marciales Mixtas es la presencia de un árbitro, no para que sancione las conductas de los peleadores – ellos tienen más que claras las reglas- sino para que haya alguien que determine cuando se debe terminar el conflicto, cuando un peleador no está en la capacidad de seguir luchando. Esta labor en la sociedad ha sido cumplida tradicionalmente por el Estado, sin embargo, el Estado es ineficiente para cumplir esta labor en los conflictos que no se desenvuelven a gran escala. Es claro que no siempre puede haber un tercero mediando en nuestras disputas, por lo tanto el réferi debe ser la razón, entendida dentro de un imperativo categórico de conducta. Debemos parar de luchar cuando consideremos que ha sido suficiente, que nos hemos topado con nuestro límite. La siguiente regla está relacionada con el perdón. En lo que visto del desarrollo de este deporte, una vez terminada la pelea, no hay rencillas. En la historia de la UFC solo ha existido un caso de un peleador que decidió continuar la confrontación después del sonido de la campana, fue expulsado del deporte por su conducta. Para los luchadores la vida comienza y termina en el octágono, el conflicto nunca se lleva más allá de la arena y siempre se finaliza con un cordial abrazo entre los participantes. Gracias a la actitud del “pitbull”, gestor inconsciente de este texto, podemos resumir las reglas del buen conflicto alrededor de cuatro postulados básicos: la participación consciente en el conflicto y, por lo tanto, el conocimiento de sus consecuencias, el respeto hacía las reglas establecidas por las partes, la existencia de un árbitro que nos indique cuando una de las partes no debe continuar, y el perdón una vez finalizada la contienda.
David Leonardo Filomena Estudiante de Derecho y Antropología 21
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esde hace algunos años, la relación entre la naturaleza y la sociedad ha entrado a ser importante en el debate público. Debido a la catástrofe ambiental desatada por el sistema capitalista se han buscado soluciones a dicho problema, las cuales, sin embargo, no reconocen los conflictos ecológicos existentes. En este artículo quiero analizar críticamente estos discursos, y exponer las alternativas que se plantean en la teoría política crítica para reconocer esos conflictos.
El eco-capitalismo
La gran mayoría de soluciones a la crisis ecológica han sido formuladas dentro de las lógicas de la hegemonía. Se ha buscado generar un “capitalismo sostenible”, en el cual se siga manteniendo ese sistema pero con responsabilidad ambiental. En ese sentido, se armoniza la producción a gran escala, la búsqueda de mayor productividad y el consumo, con el cuidado del medio ambiente. Este tipo de respuestas a la crisis ecológica se desprenden de la despolitización histórica de la naturaleza en el capitalismo. En este discurso se considera que la naturaleza no es política, ni debe serlo, sino que se debe ajustar a las lógicas de la ciencia positivista. Es decir, se debe conocer mediante la razón, la neutralidad y la objetividad, logradas a partir de la cuantificación y la predicción en el conocimiento científico. Esa forma de relacionar a la naturaleza con la sociedad es parte de un proyecto ideológico de dominación, en el cual se impone una hegemonía y un pensamiento único. Así pues, no se considera que la naturaleza sea un escenario donde diferentes concepciones de mundo chocan y, por lo tanto, hay conflicto político [1]. Contrario a eso, la teoría política crítica da elementos interesantes para pensar y analizar los conflictos ecológicos al buscar una democracia radical y una repolitización de la naturaleza.
Democracia radical y repolitización de la naturaleza
La política no es, ni debe ser, un escenario basado en la racionalidad, la gestión, la administración y el cálculo costo-beneficio. Esa concepción de la política no es democrática porque no considera al disenso como parte fundamental de la esfera pública. Antes bien, la vuelve un escenario homogéneo y acrítico, al cual sólo se puede acceder si se acepta la razón instrumental y se relegan las
pasiones. En contraposición a esto, desde la teoría de la democracia radical se plantea que la política democrática se caracteriza por ser un conflicto entre movimientos políticos, que tienen diferentes pensamientos e ideas y que buscan construir la realidad de formas distintas. Aparte de eso, se sostiene que la esfera pública se debe basar en el agonismo, que es el reconocimiento de las pasiones en la política, y en la construcción de una democracia a través de este. La política es, por ende, los conflictos entre diversas concepciones de mundo [2]. Teniendo en cuenta esa concepción de la política como democracia radical, es posible re-politizar la naturaleza y reconocer los conflictos ecológicos. En ese sentido, se busca que lo natural deje de estar subsumido bajo la ciencia positivista y que, más bien, sea un escenario de conflicto político y democracia radical. Se reconoce que la naturaleza es política, y que en esta chocan diversas concepciones de mundo, que entran en conflicto una con la otra por construir una relación específica entre esta y la sociedad. Así, se entiende que las relaciones entre la naturaleza y la sociedad no son apolíticas. Entonces, la naturaleza no sería sólo un recurso, sino que sería una parte fundamental de la construcción de las relaciones de poder y de la realidad social. Naturalmente, esta concepción de la naturaleza como un espacio político permitiría entender los conflictos ecológicos. Esto, porque reconocería a lo natural como un espacio donde hay luchas de poder y de concepciones de mundo. En últimas, la teoría política crítica tiene herramientas interesantes para entender los conflictos ecológicos. Pero, para lograr que esa concepción de la naturaleza como un espacio político y conflictivo sea determinante en el mundo de la vida, es necesario plantear una emancipación. Así pues, tanto estas perspectivas teóricas críticas de la hegemonía, como los movimientos sociales ecológicos y anti-capitalistas, pueden dar horizontes emancipatorios que reconozcan a la naturaleza como un espacio político.
Ricardo Esteban Vega Estudiante de Ciencia Política [1] Marcuse, Herbert. (1991). One-dimensional Man: Studies in the Ideology of Advanced Industrial Society (2da ed.). Boston: Beacon Press. [2] Mouffe, C. (2006). Religion, Liberal Democracy, and Citizenship. En H. de Vries y L. Sullivan (Ed.), Political Theologies: Public Religions in a Post-secular World (pp. 318-326). Nueva York: Fordham University Press.
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Construir a partir de las rupturas del conflicto: un reto para las ciencias sociales
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ran parte de la historia de Colombia está escrita bajo lógicas violentas que involucran el entorno social inmediato de las personas. Dentro de estos hechos victimizantes, la figura del Estado está implicada en la medida en que causa una ruptura del tejido social del contexto de las personas. Gómez Mango (2006) menciona que esta figura estatal pretende modificar profundamente las actividades de cultura, lenguaje y pensamiento de una población específica, deformando y censurando cualquier tipo de información mediante la imposición del silencio y del miedo. De esto quedan fragmentos y vacíos en las vidas tanto psíquicas como físicas de la historia de los pueblos y de las familias. Por lo tanto el papel –o mejor, el reto– de las ciencias sociales desde la academia es empezar a (re)construir a partir de estos vacíos causados por cualquier tipo de conflicto, desde cualquier lugar del que se hable. Es decir, tanto desde el papel del victimario como desde el papel de la víctima. Una vez asumido este rol, es posible cruzar la línea de la re-victimización y es ahí donde se debe entrar con cuidado. En primer lugar, es fundamental tener claro que el dolor de las personas no puede generalizarse ni universalizarse. Por esto, desde la academia no es posible pretender la comprensión de este dolor a partir de la instauración de las propias creencias en un contexto en el cual no tienen cabida. Por ende, no se puede pretender tratar por igual a todos los tipos de dolores. El reto está entonces en construir con la gente, a partir de sus necesidades particulares y sus propios recursos, para no caer en fomentar una re-victimización. Es por eso que desde la psicología se debe fomentar una ciencia social contextualizada, que reconozca la importancia de crear con el otro y no a partir de las múltiples teorías que nos meten siempre en la cabeza y que parecen ser siempre las indicadas. El ser humano tiene recursos y herramientas que permiten afrontar tanto situaciones de la vida cotidiana como situaciones que transgreden nuestra cotidianidad y nuestro ser interior. De la misma manera, se debe tener claro que las huellas que dejan todo tipo de conflictos, son marcas imborrables en la identidad, en las creencias y en los pensamientos de las personas. Por eso, la construcción conjunta debe partir desde el reconocimiento de la dificultad de construir a partir de lo que está roto. Según Gatti, “las identidades pierden su equi-
librio y las formas de hablar acerca de ellas se ven obligadas a navegar en aguas desconocidas” (Gatti, 2014, p.3). Las consecuencias que vienen después de atravesar este tipo de situaciones empiezan por intentar darle nombre a algo que no lo tiene, a una situación que es desconocida y que rompe con cualquier pensamiento racional que se atraviese. Por eso no se debe pretender poner en palabras algo que simplemente no puede ser nombrado. Aquí es cuando se falla muchas veces desde la psicología; cuando se pretende estandarizar y registrar exactamente todo como sucedió, entrando en los temores, en las rabias y resentimientos de las personas sin importar de qué manera se hace. Existe un afán de la academia por solamente tratar de identificar y nominar todo, lo que muchas veces termina siendo totalmente inútil frente a las necesidades reales de las personas. Más que tener algo por decir, las ciencias sociales (y la psicología específicamente) tienen mucho por hacer. No podemos quedarnos desde el sillón pensando únicamente en la producción de conocimiento y en aportar a la ciencia si no somos conscientes de lo útiles que podríamos llegar a ser en las rupturas que genera el conflicto armado y no armado en nuestro país. Tenemos que ser capaces de reconocer y afrontar el contexto del país y a partir de esto poder construir con las personas. No es posible que nos sigamos formando en el exterior y que pretendamos volver y encajar conceptos que simplemente no tienen cabida en este contexto. Así es que la invitación es esa: dejar de pensar que somos ajenos al conflicto (que a propósito, es conflicto, no pos-conflicto) y actuar sin desconocer nuestro lugar ni el del otro.
Paloma Ruiz García Estudiante de Psicología y Antropología
Gatti, G. (2014). Surviving forced: disappearance in Argentina and Uruguay. Identity and meaning. New York: Palgrave Gómez Mango, E. (2006). La desolación. Montevideo: Banda Oriental
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n el año de 1925, don Luis Ospina Vásquez, hijo del entonces presidente Pedro Nel Ospina, desenfundó su revólver y le disparó a Pedro Sáenz de San Pelayo. La razón: no estaba de acuerdo con lo que había dicho. Todo esto sucedió en un escenario académico, y no en cualquiera, en la Universidad Nacional. Pedro Sáenz sabía quién era su oponente dialéctico, de hecho el problema nació porque Luis Ospina interpretó que estaban agrediendo el honor de su padre. Era otra época, donde la población de Bogotá era la misma que entró al Maracaná el día del Maracanazo. Ahora es necesario recordarle a la gente en cualquier riña con quién se enfrenta: “usted no sabe quién soy yo”. La demostración de poder, de ponerse por encima de otro, es parte de una sociedad clasista. Con el Don (de origen noble) ya era suficiente para dar a entender con quién se estaban metiendo, pero
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cuando desaparece el peso jurídico de ese apelativo con la independencia, otros elementos se hicieron necesarios. Podía ser el vestido, el dinero, los apellidos o cualquier otro elemento que mostrara que uno se podría imponer sobre otro. Y con esto, llega la violencia, desde verbal hasta física, como en el caso de Luis Ospina. Con la sociedad democrática no desaparecen por completo los vestigios del clasismo. Por un lado, se sigue imponiendo el apellido. Pero, por otro, a Colombia llegó una clase emergente que necesitaba pisar duro para demostrar quién era, para decir usted no sabe quién soy yo: el narco. Este nuevo personaje, que a finales de los setenta y principios de los ochenta comenzó a poblar el paisaje colombiano, no podía usar su apellido. Así que utilizó cosas como la ropa o los carros, haciendo famosa la que se conoció como la narcoToyota. Pero dado que no fueron recibidos abierta-
mente, la violencia se tornó física, desde pequeñas demostraciones como un tiro, hasta otras grandes como las bombas. Nadie sabía con quién se estaba metiendo, ya no era tan evidente. Eso le pasó a un jugador de fútbol de la selección que tuvo doble mala suerte. Andrés Escobar primero anotó un gol en su propia cancha en el mundial de 1994 y luego se topó con quién no sabía. Según el relato de Jesús Yepes, el fiscal del caso de la muerte del futbolista, Escobar fue increpado por los hermanos Gallón, personas con nexos con el paramilitarismo y el narcotráfico. Al intentar solucionar el conflicto pacíficamente solo logró una cosa, uno de los hermanos se acercó a él y le dijo “usted no sabe con quién se está metiendo”. Luego el chofer de los Gallón le descargó 6 balas en su cabeza. El poder, o el querer demostrarlo, puede conllevar a la violencia. En ocasiones, la misma sociedad ha generado formas de resolver algunos conflictos donde hay poder, beneficiando a aquel que lo tiene. Si en un juicio se enfrentaban un noble y un plebeyo, la palabra del noble tenía más peso. El status quo se mantenía y no había necesidad de la violencia que demostró Luis Ospina o los hermanos Gallón. Se podría entonces suponer que, con la sociedad democrática de la muchas veces llamada “democracia más antigua de América Latina”, ya no habría necesidad de resolver disputas por medios violentos. En este tipo de sistema todos somos iguales y el tener cualquier tipo de poder no debería ser el punto de quiebre para resolver un conflicto. La legalización de lo anterior creó entonces el acto ilegítimo de imponer el poder de alguna manera y así, de forma violenta, resolver un conflicto. La democracia colombiana logró esconder, al hacerla ilegal, esa demostración inmediata del poder, pero no la eliminó de la cultura. Entonces toca recurrir a recordarle a la gente con quién se está metiendo. Puede que no todos sean como los hermanos Gallón y entreguen el mensaje de quiénes son por medio de matones. Lamentablemente se ha vuelto común el hecho de que esta imposición se haga sobre los representantes de la ley, de esta manera haciendo evidente la creencia que reza que la ley es para los de ruana. El acto violento no siempre termina en agresión física, pero la violencia es clara y en estos casos es más fuerte dado que recae sobre
la misma ley. La legalidad se vuelve ilegítima para el agresor cuando este, como el exsenador Eduardo Merlano, les recuerda a los agentes de la ley de su posición: “¿Ustedes no saben quién soy yo?”. Merlano se estaba negando a hacerse una prueba de alcoholemia, y si bien podría haber tenido un argumento jurídico válido, en últimas, el que escogió fue el de la imposición del poder que revestía como congresista. Algunos lo hacen de manera más abierta. “Yo soy quien manda en este pueblo” fue el argumento de Mateo López Rodríguez, concejal electo del pueblo de Cachipay. Y este conflicto adquiere un tono más violento del de Merlano cuando dice “usted es un pobre malparido, bobo hijueputa”. El poder da esa sensación de saltarse la ley y apelar a la violencia. Si bien según el código penal y la constitución, la individualidad está resaltada y uno solo puede ser juzgado y visto por sus propios actos y no por los lazos de sangre, la cultura sigue dándole importancia a estos lazos. Para bien o para mal. Entonces el poder se transmite. Y la gente sabe eso. De ahí que se pueda apelar a una conexión familiar para insultar. Incluso cuando ésta es inexistente, como el caso de Nicolás Gaviria, que alegó estar relacionado con el ex Presidente César Gaviria. En esta ocasión incluso se llegó a la violencia física. La imposición de cualquier tipo de poder, por encima incluso de la misma ley, ha llegado a sorprender al punto que esa frase que muchas veces fue asociada con el narcotraficante, ahora permea a toda la sociedad. Ya no es con bombas y asesinatos que se demuestra quién soy yo. La noción de paz positiva, esa que supone la ausencia del conflicto, no es la deseada. Colombia, en el momento que se encuentra, de buscar el fin del conflicto armado, tiene como objetivo alcanzar la paz negativa, esa donde el conflicto existe pero no se resuelve de manera violenta. Sin embargo, en el día a día, el país sigue viendo ejemplos de esta resolución de los conflictos por medios violentos, donde se impone el poder que se ostenta y donde el fin de un debate puede terminar con la amenaza de “darnos en la cara, marica”.
José Luis Sánchez Historiador y periodista 29
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a contribución de las mujeres a los procesos de resolución de conflicto y de construcción de paz se impuso hoy en día como una verdadera doctrina internacional. Sin embargo, si observamos las diferentes resoluciones y declaraciones de dicha institución desde su creación en 1945, podemos darnos cuenta de que las mujeres no siempre han sido objetos de atención, siendo más bien asimiladas a las poblaciones civiles y consideradas como actoras segundarias en los escenarios políticos de los conflictos. La Declaración sobre la Protección de la Mujer y el Niño en Estado de Emergencia o de Conflicto Armado proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1974, por ejemplo, identifica claramente a las mujeres a partir de su rol biológico, considerándolas exclusivamente como víctimas[1], y hubo en realidad que esperar hasta la cuarta conferencia mundial de las mujeres de Beijing en 1995 para que la participación efectiva de las mujeres a los procesos de resolución de los conflictos armados y construcción de paz aparezca de manera clara como parte de la Plataforma de Acción adoptada como resultante de la conferencia. La adopción por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en octubre del año 2000 de la resolución 1325 oficializó por
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su parte la asimilación de políticas de Gender Mainstreaming en las operaciones de mantenimiento de paz. Por lo tanto, la 1325 invita al conjunto de los actores involucrados en esos procesos a integrar de manera más sistemática la perspectiva de género en sus programas. Cabe resaltar que la resolución 1325 se presenta además como el primer texto producido desde la comunidad internacional donde se menciona a las mujeres como posibles agentes armados. De hecho, mientras que los puntos 4 y 5 subrayan la necesidad de incrementar la participación de las mujeres en las operaciones de paz también como miembros de los efectivos militares o de la policía civil, el punto 13 incita por su parte a las diferentes instituciones a cargo de los procesos de Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR) a adaptarlos de manera que respondan a las necesidades específicas de las mujeres ex combatientes. Cabe resaltar que si la gran mayoría de los programas de DDR se apoyan sobre los estándares definidos por las Naciones Unidas, varios de ellos son llevados a cabo por los Estados y no cuentan con la participación directa de la comunidad internacional. Este es el caso de Colombia, donde los programas de DDR quedan a cargo de la Agencia Colombiana para la Reintegración
(ACR), que se presenta como una unidad administrativa especial autónoma y que actúa como principal operador de esos programas. La ACR sin embargo no representa la única institución involucrada en los procesos de desmovilización y reinserción de los ex combatientes en el país, donde participan una gran diversidad de actores, tanto del sector público como de la sociedad civil (y hasta de las empresas). En Colombia son más de 6.700 mujeres las que han entrado en el programa de reintegración de la ACR, lo que representa un 23% del conjunto total de las personazs atendidas por dicha institución. Por otra parte, son varias las instituciones públicas u organizaciones de la sociedad civil que trabajan alrededor del tema de reintegración de mujeres combatientes, así como lo demuestra la investigación realizada por el Ozbservatorio de Paz y Conflicto de la Universidad Nacional, cuyos resultados han sido presentados hace poco. Visto desde esta perspectiva, los programas de DDR en el país parecen haber integrado con bastante éxito la variable de género y hasta se podría decir que Colombia se presenta como el país que más ha trabajado el tema, siendo un caso de estudio privilegiado en la medida en la que se está haciendo un verdadero esfuerzo de construcción de conocimientos
específicos sobre mujeres ex combatientes, no solamente reuniendo cifras sino también gracias a investigaciones llevadas a cabo dentro de las ciencias sociales con enfoque cualitativo. Esas iniciativas han permitido la construcción de un conocimiento cuyo objetivo es luchar contra las desigualdades de género en los procesos de construcción de paz. Pero también tiene otra función, menos mencionada, que es la de proponer una perspectiva crítica de los programas de DDR. En Colombia, como en otras partes del mundo, las experiencias de combatientes femeninas siguen siendo mayormente invisibilizadas. De hecho, una lectura atenta de los diferentes documentos emitidos por las Naciones Unidas nos permite ver que las mujeres combatientes, la mayoría de las veces, son identificadas como “personas dependientes” o “asociadas a los grupos armados”, mientras que se refiere a su proceso de implicación en la guerra como el resultado del reclutamiento forzado y/o de explotación sexual. Si bien en Colombia hay que reconocer que la reflexión colectiva sobre las cuestiones de género y DDR ha sido más desarrollada que en otras partes del mundo, confunde no obstante ver a qué punto se ha podido despolitizar la identidad creada alrededor de
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esta imagen de “mujer ex combatiente”, como si al momento de volverse “desmovilizadas” se borraran las razones ideológicas y racionales que tuvieron las mujeres para entrar a la lucha armada o a la autodefensa, dos procesos además muy distintos. Pues lo que en efecto se resalta más son las dinámicas de victimización que las afectan específicamente como mujeres, lo que finalmente contribuye a abordar la experiencia de combatiente como algo negativo y una especie de “error de apreciación”. Entonces, si ese puede ser el caso para varias mujeres, ¿acaso no sería lo mismo para los hombres? Mientras que se busca responder a las “necesidades específicas” de las mujeres ex combatientes, se crea indirectamente una diferenciación entre los sexos que no necesariamente es válida si es abordada desde esta perspectiva, lo que probablemente tendrá repercusiones a mediano y largo plazo en los procesos individuales de reinserción. Si para los hombres la experiencia de la guerra no se presenta automáticamente como una ruptura biográfica, en la medida en que aparece como constituyente de la identidad masculina, este no es el caso para las mujeres, quienes, volviéndose combatientes, rompen ya una primera vez con los esquemas de género tradicionales. Por lo tanto, la desmo-
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vilización aparece como una segunda ruptura, como lo que les puede empujar a romper con los lazos de sociabilidad concebidos durante el conflicto, como parte del proceso de reconstrucción de una identidad social más conforme, finalmente, con las normas de género tradicionales. En consecuencia, la integración de la perspectiva de género en los programas de reintegración de ex combatientes no debe tanto (o solamente) considerar las dinámicas de victimización afectando específicamente a las mujeres, sino más bien proponer políticas de acciones afirmativas para asegurar su participación y representación política. Los diferentes aspectos de las prácticas de reintegración son finalmente bastante representativos de los diversos conflictos que genera la figura de la mujer combatiente. Pues, para algunas feministas, poner el énfasis sobre el rol activo que pudieron tener las mujeres dentro de los diferentes grupos armados ilegales aparece como un freno en su lucha para un reconocimiento de las violaciones de los derechos humanos de las mujeres y su acceso a la justicia. Presentar a las mujeres como las “principales víctimas de los conflictos” o como “pacificadoras” tiene de hecho un aspecto estratégico, en eso de que permite a las organizaciones y acti-
vistas de todo tipo apoyarse en las normativas y resoluciones internacionales que se multiplicaron desde la resolución 1325 y que, en efecto, ponen el énfasis sobre las violencias (especialmente sexuales) sufridas por las mujeres durante los conflictos o sobre su capacidad “natural” (¿cómo madres?) de construir la paz. Así, pueden ser entendible las numerosas luchas y movilizaciones de las organizaciones sociales para que se consideren los derechos de las mujeres, ¡pues prácticas como la violencia sexual sólo son consideradas como crimen de guerra y de lesa humanidad desde los años 2000! Otros grupos de mujeres, sin embargo, rechazan este esquema de victimización, y reclaman una mayor participación en los órganos de decisión y de gestión pública. La consideración de las verdaderas necesidades – y sobre todo aspiraciones – de las mujeres ex combatientes puede por esto entrar en conflicto con las formas “clásicas” en las que la perspectiva de género ha sido integrada a las políticas públicas de construcción de paz. Existe, por lo tanto, un verdadero conflicto de intereses en torno al enfoque de género que debería ser utilizado por los diferentes actores involucrados en el proceso de paz, esto mismo siendo revelador de los diversos conflictos que caracterizan el proceso de construcción de paz.
Sin embargo, el no reconocimiento de la agentividad política de las mujeres ex combatientes que tuvieron una verdadera experiencia de liderazgo puede, en el largo plazo, tener efectos negativos sobre su ciudadanía, dejándolas al margen de los espacios de participación y representación política, y finalmente repercutiendo en otros grupos de mujeres que no necesariamente han sido combatientes. Por último, cabe resaltar el hecho de que los conflictos que caracterizan los diferentes enfoques con los cuales se aborda el tema de la reintegración de mujeres ex combatientes son representativos de los que se desarrollan alrededor del tema más general de la posibilidad de reconversión política de los grupos armados. Desde tal perspectiva, las mujeres ex combatientes no solamente representan un grupo de actoras sino también un espacio dentro del cual se enfrentan diferentes concepciones de la construcción de paz, un campo de batalla simbólico, un conflicto después del conflicto.
Camille Boutron Profesora Asistente CIDER [1] http://www.ohchr.org/SP/ProfessionalInterest/Pages/ ProtectionOfWomenAndChildren.aspx
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La Liga de Apoyo Estudiantil es una iniciativa que nace a mediados del 2014 como fruto de diferentes discusiones que varios estudiantes de universidades privadas realizaron a partir del tema del endeudamiento para financiar sus matrículas. Al comienzo éramos solo tres estudiantes, de los Andes, la Javeriana y el Rosario. Al reunirnos, identificamos que muchos estudiantes tenían problemas relacionados con el Icetex. Los problemas más comunes eran la falta de claridad sobre las deudas adquiridas con esta entidad, pero también llegaron casos como el de cobros injustificados de intereses moratorios, entre otros. Es así como conformamos un grupo que se dedica a estudiar el tema del endeudamiento. Adicionalmente, pretende hacer acciones
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concretas, como campañas para concientizar a los y las estudiantes de la realidad de los créditos académicos y brindar apoyo jurídico cuando el caso lo amerite. Nuestra primera actividad tuvo lugar en el primer semestre de 2015 en la Universidad de los Andes. Aunque ha sido difícil, este año ya hemos realizados tres puestas en escena. Al comienzo pensamos que la actividad no tendría acogida, pero hubo un gran interés por parte de la gente. En el 2016 tenemos planeado realizar varios foros sobre problemáticas concretas de la universidad. Solo nos queda invitar a los uniandinos a que se unan a esta iniciativa y nos busquen en nuestras redes sociales. Facebook: Liga de Apoyo Estudiantil Twitter: @LigadeApoyo
El grupo de Estudio en Género Kairós surgió como una iniciativa de varios estudiantes de la Universidad, con el interés de fomentar discusiones interdisciplinarias en torno a temas de género. Este semestre, el grupo funcionó principalmente como un grupo de lectura. Todos los viernes, nos reunimos a discutir textos de diferentes temas y a compartir nuestras reflexiones. El programa de lecturas lo construimos de manera colectiva y a través de nuestra página de Facebook invitábamos a todas las personas interesadas a asistir. Discutimos sobre feminismo poscolonial, feminismo colombiano y latinoamericano, sobre teoría queer y sobre temas de sexualidad, entre otros. Asimismo, a principios del próximo semestre lanzaremos nuestro primer Fanzine donde el tema será “Genero, placer y Sexualidad“. Desde la creación del grupo pensamos que esta iniciativa puede servir como plataforma para hablar de temas de género a través de otro tipo de espacios como cineforos, eventos, publicaciones independientes u otros. Esperamos que el grupo crezca mucho más e invitamos a todos los estudiantes y profesores de diferentes carreras a participar. Nuestra página de Facebook se llama Grupo de Estudio en Género Kairós
Cerbatana Colectivo convoca a la Comunidad Uniandina a participar en los diferentes proyectos que realizamos en Bogotá y Huila. En Bogotá trabajamos junto a procesos juveniles y organizaciones que a partir del hip hop construyen tejido social en los barrios periféricos , a partir de acciones como tomas culturales, eventos e intervenciones urbanas. Además, junto a organizaciones aliadas como Laboratorios de paz en Rafael Uribe Uribe, la Redada en la Candelaria, y Intitekoa, en Ciudad Bolívar trabajamos alrededor de diversas problemáticas que rodean la vida cotidiana de los jóvenes. En el Huila estamos desarrollado un proyecto de empoderamiento Territorial con comunidades afectadas por el proyecto hidroeléctrico el Quimbo. Trabajamos con el interés de fortalecer los procesos comunitarios en su autonomía y autogobierno, potenciar la participación ciudadana y su organización económica desde un enfoque multidisciplinar, en un marco de orientación provisto desde el alterdesarrollo, el giro decolonizador, la pedagogía social y la Investigación Acción Participativa. ¿Cómo participar? Ofrecemos varias opciones: 1) Asistir a una reunión informativa que se va a realizar en el primer semestre de 2016 en la Universidad de los Andes. 2) Realizar sus prácticas laborales con nosotros. 3) Participar de los talleres y actividades en campo, que se realizan en periodos vacacionales. 4) Seguirnos en Facebook y estar atentos de las convocatorias, rifas y eventos que estaremos realizando para recaudar fondos.
Contacto: cerbatana.colectivo@gmail.com https://www.facebook.com/cerbatana.colectivo/
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El etnógrafo es la revista estudiantil del Departamento de Antropología; creada en el año 2005 y nombrada en honor al cuento homónimo de Jorge Luis Borges, que cuenta la revelación del secreto de la vida que tuvo un etnógrafo. Así, a través de sus ediciones, la revista ha tratado temas como el patrimonio, lo visual, reinados de belleza, problemáticas indígenas, proyectos arqueológicos, entre otros. Actualmente estamos trabajando en la edición 23, que trae como tema central “El Cuerpo”, donde se realizan debates sobre la concepción, el manejo e importancia de este, además de las periódicas publicaciones sobre actualidad, ventana antropológica y universidad. La publicación de esta edición se hará gracias al éxito de la Antropofarra, fiesta que organiza la revista para recaudar fondos, así que agradecemos a todos los que nos apoyaron en este proyecto. También, estamos contemplando la realización de un conversatorio para el lanzamiento de esta edición, el cual abrirá un espacio de discusión interdisciplinar sobre el tema del cuerpo, en donde tendremos varios invitados. Finalmente, los invitamos a seguirnos en nuestras redes sociales, estamos en Facebook como “El Etnógrafo” y en Twitter como @eletnografo, para que estén enterados de todo lo que se viene.
Este semestre Sin Corbata quiso hacer una renovación. Con un nuevo equipo de trabajo, conformado por estudiantes de diferentes semestres de ciencia política, se fijó la meta de transformar el periódico y convertirlo en un símbolo de la facultad y de la universidad. Queremos que el periódico llegue a mucha más gente y por esto queremos utilizar herramientas tecnológicas con el fin de que la gente que no esté constantemente en la universidad tenga la oportunidad de leer y participar en el periódico. La idea es sacar una versión web que funcione como complemento de la versión impresa. Por otro lado, llevamos a cabo un bake sale con el fin de recaudar fondos para financiar el periódico. Como tema principal de esta edición escogimos dos temas que responden al contexto actual. Por un lado, quisimos tocar el tema de las crisis migratorias que se han dado alrededor del mundo y, por otro lado, tratar el tema del palacio de justicia, puesto que este año se están cumpliendo 30 años de la toma. Se llevó a cabo una convocatoria en donde cualquier persona podía participar y enviarnos su articulo haciendo referencia a cualquiera de los dos temas.
Menocchio es una revista estudiantil del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Impulsada desde El Cabildo, Consejo Estudiantil de Historia, nace con la intención de abrir espacios de participación y difusión en que se reconozcan los trabajos de los estudiantes en un ambiente que mezcle lo académico y lo divulgativo, de manera tal que esté abierta tanto a historiadores, como a un público amplio. Pero, ¿por qué Menocchio? Domenico Scandella, más conocido como Menocchio, era un molinero letrado del siglo XVI que aparece en el libro “El queso y los gusanos” de Carlo Ginzburg. Scandella pensaba que el mundo era como un gran queso en que todos somos como los gusanos que viven en él. Así, afirmaba que Dios era como un gusano más, pero no como el creador del queso. Por esto fue condenado por los tribunales eclesiásticos y, finalmente, quemado. Menocchio nace entonces de esta visión crítica del mundo, casi herética. De esta conciencia histórica que pretendemos crear tanto en nosotros, como en quienes nos rodean. Estamos ultimando detalles para lanzar nuestra primera edición a finales de 2016-1. Pronto abriremos convocatoria. ¡Anímense a participar!
Este semestre La Cicuta lanzó su cuarta edición (www.revistalacicuta.com). Además de contar con colaboradores de los Andes, publicamos textos de estudiantes de otras universidades latinoamericanas, como la UNAM. Como evento de lanzamiento organizamos un conversatorio sobre responsabilidad y conocimiento en el que participaron profesores de los Departamentos de Filosofía y Psicología. Aparte de esto, seguimos publicando en nuestro blog (bloglacicuta.wordpress.com) contribuciones de estudiantes de pregrado y maestría sobre diversos temas. Por ejemplo, publicamos un texto sobre el viagra femenino que se discutió luego en el Grupo de Estudio en Género, Kairós. Hacia el final del semestre iniciamos un proyecto sobre la muerte de las humanidades. Con esta iniciativa buscamos motivar a los estudiantes y a los profesores para que opinen y discutan activamente sobre el tema de una manera que nos permita reflexionar sobre la situación actual de las Ciencias Sociales, su función y su futuro. Los invitamos a participar en la convocatoria de nuestra siguiente edición, en la continuación del proyecto sobre la muerte de las humanidades y en los demás eventos que estaremos organizando a lo largo del semestre.
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Complacientes, obstinados, sabios, protectores de la naturaleza, y humanistas, eso es un satanista de verdad, esto según uno de los miembros de la Iglesia Mayor de lucifer en Bogotá. La mala fama de los satanistas en Colombia, proviene desde la conquista, el señalamiento y la persecución de todo aquel que no fuera católico o cristiano, viene de la misma época de la inquisición y conquista de América. El historiador Jaime Borja en su trabajo rostros y rastros del demonio en la Nueva Granada, pone en evidencia la necesidad de los españoles por cristianizar América Latina y evitar las mezclas de grupos étnicos y culturales, a través de juzgar como idolatría, herejía, pactos con el demonio y brujería, todas las tradiciones indígenas y africanas radicas en la Nueva Granada. Esta herencia colonial se ha mantenido a lo largo de dos siglos en nuestra historia, y hoy constituye los principios de dualidad, exclusión y estigmatización de la sociedad colombiana, afirma Borja. Los mitos en torno a quienes se autodenominan parte del satanismo son variados pero todos coinciden en ser negativos y acudir a las imágenes del mal, de lo oscuro y lo “profano”. Héctor Escobar Gutiérrez (escritor y poeta colombiano), se consideró satanista en vida y en su caso llegó a autodenominarse “el papa negro colombiano”, en múltiples entrevistas habló de satanás como parte de su religión y no ocultó su
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posición de líder satanista, incluso sus exequias se consumaron bajo ritos satanistas. Colombia ocupa el tercer lugar en proliferación del satanismo en el mundo, antecedido por EE.UU en primer lugar (donde se creó la primera Iglesia Satanista del mundo) y seguido por Italia (país donde se encuentra la sede principal de la Iglesia Católica); en Bogotá no existe formalmente un templo dedicado al satanismo, sin embargo, hay grupos conformados de personas que se autodenomina satanistas y cada semana se reúnen para hablar de lo que ellos denominan reflexiones de vida. No es posible organizar a todas las creencias en una sola categoría, tampoco los satanistas y satánicos, se pueden poner en una misma categoría, no todos creen en Satán, así lo asegura Adriana Aristizabal Orozco en su tesis sobre satanismo. La primera corriente del satanismo, que describe en su tesis, corresponde a los satanistas racionalistas, su mayor exponente fue Anton Lavey (el mismo que escribió la biblia satánica) fundador de la iglesia de Satán en 1966. Los satanistas racionalistas aseguran que no existe ni Dios ni el Diablo. Satán se convierte para ellos, en una metáfora de rebelión contra la
moral cristiana y la abstinencia. La segunda corriente, corresponde a los Satanistas Teístas, los cuales se separaron de la Iglesia de Satán en 1957 y conformaron el Templo de Set, además afirman que sí existe una deidad para adorar y es un ser metafísico llamado Set, el cual también corresponde al dios egipcio del desierto y las tinieblas. Entre las dos corrientes satanistas se encuentran los Luciferianos, los cuales han mantenido una tensión entre el seno mismo del satanismo, ya que muchos no se consideran satanistas. Aunque no poseen deidades, se oponen a algunas visiones del satanismo racional y no están de acuerdo con el satanismo teísta. Los luciferinos consideran que los seres humanos tienen una parte espiritual la cual deben cultivar, y por eso según Zagan, miembro de la Iglesia Mayor Luciferiana, buscan entre “la luz y la oscuridad” mantenerse en equilibro. Sin recurrir a la luz de una deidad y tampoco a la autocomplacencia sin límites y responsabilidades. Para este reportaje, dos personas que pertenecen a la Iglesia Mayor luciferiana en Bogotá hablaron sobre su vida como satanistas, los estigmas y los principales mitos sobre sus prácticas cotidianas. Gadrel y Zagan (de esta manera se refirieron entre ellos durante la entrevista) son hermanos y pertenecen a la Iglesia Mayor de Lucifer, sus pseudónimos hacen alusión a dos demonios hebreos de alta jerarquía. La secta fue fundada en Houston a mediados del 2014 y se ha expandido en Latinoamérica y Europa; en Colombia afirman tener presencia en: Bogotá, Cali, Medellín, Pereira, Ipiales, Popayán y Cartagena. A simple vista son hombres comunes y corrientes, sin prendas de color negro, ni cabello largo, o algún tipo de modificaciones corporales visibles. Lo único que comparten es el parecido de su rostro y una espesa barba. Gadrel tiene 35 años y dice ser subgerente de una sucursal bancaria en Bogotá, por su parte Zagan, al menos 10 años menor que su hermano, afirma ser psicólogo social. ¿Qué o quién es Satanás?
G- Satán es luz, es sabiduría y es una herramienta, no una deidad. A través de él conseguimos la capacidad de evolucionar, sin la repulsiva veneración cristiana. Satanás es una parte del satanismo, no un todo como ocurre con la religión, él no está en el centro de nuestra vida, ni nos impone nada más que seguir nuestros deseos. Sin embargo, quien para nosotros es importante es Lucifer no Satán. Ya que, la figura de Lucifer es considerada un ángel caído por hacer morder la manzana del conocimiento a la humanidad. ¿Definan el satanismo? Z- El satanismo para mí, es una filosofía y un estilo de vida. Es una aproximación al placer, a la verdad y a la libertad. Además es una disposición más que religión, ya que se ocupa de todas las facetas de la existencia humana, y no únicamente de los denominados aspectos espirituales. -De esta misma manera lo denomina, Anton Szandor LaVey escritor de la biblia satánicanosotros defendemos la libertad en el sentido de la palabra, sin que ésta afecte a otros. G- Yo le confiero al satanismo un plano de no-moralidad de búsqueda de evolución del ser humano. Aquí nadie impone reglas, se dejan a conciencia de cada quien. Y los satanistas no somos más que complacientes con nosotros mismos, obstinados, sabios, protectores de la naturaleza, y humanistas, eso es un satanista de verdad. ¿Cómo es su vida personal ? Z- Yo soy psicólogo social, trabajo con el manejo de pacientes drogodependientes. Tengo una novia y ella sabe que soy satanista, al principio fue muy difícil hacerle entender que no bebo sangre de bebé o de caballos [risas], pero poco a poco lo entendió y a veces nos acompaña en rituales, nuestros padres no saben, ellos son bastante religiosos y una noticia de este tipo no sería lo mejor. G- Yo tengo una familia, y dos hijos. Trabajo en un banco y nunca ha sido un problema, eso sí, a veces me topo con personas que no lo reciben muy bien a uno, pero en general soy discreto con lo que hago.
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¿Cómo es una reunión en la Iglesia de Lucifer ? No invocamos demonios o sacrificamos animales o bebes. En realidad compartimos apartes de literatura apócrifa -o literatura considerada prohibida en otro tiempo- hablamos de todos los temas, a diferencia de una iglesia lo prohibido para nosotros no existe. Incluso a veces recibimos y damos consejos de sexo tántrico o manejo de relaciones en pareja. G- Nuestras reuniones son siempre en la noche, generalmente los viernes, sábados o martes, ya que es el único momento en que todos tenemos libre en la semana. En cada reunión el archerius minor -o el líder - lee algunas palabras o mantras - sonidos que generan concentraciónluego de eso, pasamos a analizar algún aparte de un libro de Robert Anton Wilson, Aleister Crowley o el mismo Anton LaVey, las opciones son variadas y nuestras reuniones son cortas en alguna casa o en lugar público. ¿No realizan ningún tipo de ritual, sacrificio u ofrenda? Z - Tenemos rituales, de cambio de estación en los cuales celebramos el equinoccio de invierno o el solsticio de primavera, también celebramos fiestas paganas, celtas y druidas, con rituales de consagración. En ninguna de nuestras celebraciones hacemos algún tipo de sacrificio con animales o humanos, no al menos los satanistas luciferianos. Siempre ha sido un error generalizar a todos los satanistas con los satánicos y pretender que signifiquen lo mismo. G- así como no todos los católicos y los cristianos son igual de hipócritas, los satanistas nos diferenciamos por nuestras creencias desde la manera en que abordamos a satán o realizamos nuestra creencia por nosotros mismos. Hay de los satanistas que sólo creen en ellos mismos, los cuales no realizan ningún tipo de rituales, existen también los que practican el nihilismo. Cada comunidad es autónoma, aquí no nos imponemos fechas, la única en la que todos coincidimos es el 31 de octubre, es nuestra semana de “peregrinación”. Nosotros los luciferianos sólo conmemoramos algunas fechas en el calen-
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dario, alineaciones planetarias, equinoccios, solsticios, y eventos importantes para algunos de nuestros miembros como son las bodas o los funerales. ¿Cuál es la diferencia entre un satanico y un satanista? Z- Principalmente la adoración que se le brinda a Lucifer, nosotros no lo adoramos, sólo lo respetamos y sus principios son parte importante de nuestras vidas. Como ya dije no todos los satanistas somos iguales y tampoco se puede comparar un satánico o un “matagatos” [risas] con la disposición del satanismo. Los satánicos brinda adoración a Lucifer, su vestimenta es exagerada y no tienen ningún de tipo de base filosófica, son sólo sectas dirigidas por fanáticos que le han hecho mucho daño al satanismo. Yo creo que el satánico no es más que un antisocial, no un verdadero satanista. G- La diferencia entre el satánico y el satanismo es una delgada línea entre lo moral y lo pragmático, es decir nosotros vivimos como satanistas, la filosofía de la autocomplacencia, de la amabilidad para quien la merece y la venganza como principio de justicia. Por su parte, el satánico es un católico adorador de Lucifer, le reza 6 veces al día, escucha música metal, practican misas negras, algunos son necrofílicos, además están condicionados a las órdenes de un líder que les pide desde dinero hasta orgías, y eso no es más que un actuar ridículo, eso no es satanismo. Los satánicos no son más que fanáticos “ácidos” de aquellos que matan gatos, saquean tumbas, se bañan en sangre y profanan iglesias, yo nunca estaré de acuerdo con ese tipo de comportamientos. Y la Iglesia Católica ¿cómo la perciben? Z- La Iglesia Católica necesita de los satanistas y de satán para mantener su negocio de fe. A sus feligreses se les vende miedo, para mantenerlos cohesionados a una institución sin principios, y cada vez más degenerada. Yo describiría la Iglesia Católica como lo hizo Fernando Vallejo “la puta de Babilonia”. G- La Iglesia Católica encarna todos los prin-
cipios de humillación, sumisión y doblegación para un ser humano. El arrepentimiento es su pilar y la abstinencia es su mayor filosofía de vida. La Iglesia es una culpable histórica de muchos acontecimientos, y siempre está buscando por fuera lo que está bien adentro. ¿Por qué su vestimenta y su apariencia física no corresponde al imaginario de un satanista o satánico? Z- Nosotros vivimos en función del satanismo, de eso hablan nuestros actos, la manera en que tomamos decisiones en la vida y cómo nos comportamos frente al arrepentimiento; y consideramos que eso es suficiente, por mi parte solo tengo mi barba que representa sabiduría como muchos maestros satanistas. Y es curioso porque muchas veces las personas nos encasillan en un sólo tipo de vestimenta, con un sólo tipo de prácticas satánicas y no se dan cuenta que muchos personajes en la historia han sido satanistas y han aportado de manera considerable al desarrollo de la humanidad, aunque respeto al satanista que asume la vestimenta estereotipo, yo considero que los verdaderos actos de satanismo se viven, y en realidad uno puede tener un vida perfectamente normal, sin poseer una camiseta que diga “Ava satanás” o un pentagrama colgado en el cuello. G- Por mi parte, yo sólo me pongo algunas prendas cuando estoy con personas de la secta, o prefiero de esa manera porque es el lugar donde me siento cómodo usándolas y no quiero convertirme en un religioso, de esos que reparten papelitos por ahí con mi vestimenta. Creo que dejar de usar las típicas prendas negras, con chaquetas de cuero y tatuajes alusivos a Belcebú es característica de los luciferianos. Finalmente, ¿qué piensan de la muerte? ¿A dónde irán cuando eso pase? G- Pues al infierno (Risas). Yo creo que uno de los mayores miedos como seres humanos es a dónde ir después de la muerte, pero sin duda me iré al infierno y estoy seguro que la pasaré bien. ¿O usted se imagina un cielo con personajes como el procurador, los curas pederastas y toda la godarria de este país? de ser así yo prefiero que me manden al infierno junto a grandes personajes en la
historia que se rebelaron contra “el reino de Dios” y entendieron que la libertad en todo el sentido de la palabra es parte de una vida que merece ser vivida. Z- Parto de una lógica simple, pero tan difícil de entender para los que hacen parte del catolicismo o de la tradición judeo-cristiana. Si Dios los premiará por hacer lo que él quiere, ¿por qué razón Satanás nos castigará por hacer lo que él quiere? Yo creo que el infierno es a donde llegaré y lo digo con orgullo, un lugar libre de hipocresías, de moralidades estúpidas, de inclinar la cabeza y poner la otra mejilla. °°° La Iglesia Mayor del Satanismo hace parte del satanismo contemporáneo, así lo explican sus miembros. Así como el catolicismo y el cristianismo tienen variantes y disidencias, el satanismo también las posee. Es por eso que Michael Ford, Jacob No y Jeremy Crow, fundadores de la Iglesia Mayor de Lucifer, escogieron a Lucifer como el centro de su iglesia. Ellos atribuyen a un error de traducción de la Biblia el pensar a Satanás y a Lucifer como lo mismo. Según, los miembros de la Iglesia, esta diferencia recae que Lucifer es considerado un ángel caído que da luz a través del conocimiento, mientras que Satanás es considerado por muchos una deidad. Frente a otros aspectos característicos, los luciferianos aseguran que sí tienen una parte espiritual por la cual se debe trabajar y el hecho de pensar que la complacencia sin una responsabilidad, es lo que los sitúa lejos de otras ramas del satanismo. Para Andrea Porcarelli, profesor de filosofía, antropología y ciencia de las religiones en la Universidad de Roma. El satanismo se entiende como la exaltación del ser humano, la libertad de los modelos religiosos y se convierten en una promesa de liberación, que puede retornar al punto de la teología de la liberación y el cristianismo mismo.
Julián David Ramírez Castro
De caníbales y descensos: “aquí todos comen de nosotros”
Esas fueron sus palabras más contundentes: “Tratan de acabar algo que no pueden acabar, porque sabe qué, reporterita, aquí todos comen de nosotros”… Yo también lo había visto antes, cantando canciones de Charles King frente a la Quinta de Bolívar por monedas, gritando apologías al consumo de drogas y saludando con el puño cerrado a los universitarios semiconscientes que deciden liberar la presión de la semana en aquel emblemático lugar cercano, muy cercano, a la Universidad de los Andes. Me acerqué a él porque, por más descabellado que suene, era el candidato que más confianza me inspiraba. Por cuestiones académicas que sin darme cuenta pasaron al terreno de lo personal me hallaba ad portas de un descenso a los límites de lo permitido y que, según muchos, transgrede las fronteras de lo humano. Fumaba un cigarrillo frente a la estación Tercer Milenio e intentaba despojarme de unos miedos casi coloniales infundados por la cantidad de artículos y noticias leídas previamente, y que me llevaban a pensar que iba al encuentro de caníbales o monstruosidades. Le pregunté a un bachiller de policía qué debía hacer para ingresar a esa zona y me dijo que debía tener la autorización de los líderes o “sayayines”, real figura de autoridad
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del lugar, pues allí sólo ingresan sin restricción caras conocidas, de lo contrario cualquiera, si no es cliente, es intruso. La verdad no llevaba ni cien pesos, y no quería que mi labor etnográfica levantara sospechas indeseables, por lo que decidí volver otro día, mi ignorancia había sido una gran pérdida de tiempo. Días después lo encontré por azar comiendo un roscón de arequipe al lado de la panadería Doña Blanca. Su nombre es Álvaro Andrés Ortiz Rojas, una figura pública del día a día en Las Aguas y en el hermético perímetro uniandino, tal vez para algunos es un lugar común, o una especia de figura de costumbre y poca relevancia. Mi mayor reto era acercarme a él sin que mis preguntas nos pusieran en un lugar de diferencia, quería hablarle como se habla con cualquier persona, evitar preguntas obvias y morbosas que finalmente no eran de mi incumbencia tales como “¿qué hizo para llegar allí? o ¿qué piensa su familia de su situación?”. Le pregunté, en cambio, qué era para él la felicidad y si en ese sentido se consideraba una persona feliz; si tenía una rutina diaria y en caso de tenerla cuál era, cómo veía el estilo de vida de “la gente normal” y por supuesto, si conocía el Bronx. Me dijo que de allí venía y que para allá
iba, que el Bronx era algo así como su hogar, y que su imagen del sitio era como el de una gran fiesta, un lugar para el “relax”. Argumentó que era feliz porque era un drogadicto con elegancia, porque vivía tranquilo y porque su educación lo hacía feliz y que eso, la tranquilidad, era para él la felicidad. Su rutina era despertarse y darle las gracias a Dios por un día más de vida, luego hacía cualquier cosa como cantar en los buses, hacer reír a la gente, pedir monedas, y que la pregunta era boba porque “pa’ qué rutina si hay tantas cosas”. Que veía a los de afuera –a mí, por ejemplo– como gente más brutal, más grosera, más arrogante y más indisciplinada. Me habló también de la vida en el Bronx, de que hay mucha seguridad adentro y que esa seguridad no la brinda la policía, que hay mucha disciplina, muchas reglas; que si usted roba a alguien “paila”, que la ley de oro es el respeto y, más aún, la de la supervivencia, que lo más importante allá es aprender a sobrevivir. Su descripción del Bronx era la de una tienda normal, como ir a hacer mercado, pero se encontraban más cosas, y desde que uno pagara no había problema por nada. Estábamos sentados en una banca de madera que da inicio al eje ambiental y ya llevábamos media hora charlando. A decir verdad, estaba muy concentrada en sus palabras hasta que pasó un compañero suyo cuya mirada me inspiró mucha desconfianza y a él también. Después me di cuenta que éramos el foco de atención de los transeúntes, y que estábamos llevando a cabo un performance o show urbano que realmente llamaba la atención a las personas. Me explicó que para ellos era raro hablar así con la gente, dar explicaciones, que eso no gustaba, ni por un lado ni por el otro. Yo, por mi parte, ya había terminado mi entrevista, pero quería saber más. Ni modos. Finalmente, le dije que si quería le podía comprar un almuerzo, me dijo que ya había almorzado y que no tenía hambre, que le diera “cualquier peso que tuviera”. Insistí, debía querer algo más que no fuera dinero, pero en un tono medio molesto que a ambos nos devolvió
a nuestro lugar de origen, dijo: –no, a mí me sirve más la plata–. Muy desanimada le di unos billetes que seguramente ya han de estar circulando entre nosotros, los que estamos al otro lado de la línea. Porque al decirme “aquí todos comen de nosotros”, pensé que en mucho tiempo no había escuchado palabras tan ciertas. A diario el Bronx mueve cantidades inimagibles de dinero gracias al expendio de estupefacientes, y es utópico pensar que alguna parte de esas enormes sumas no se filtra inusitadamente entre nosotros –¿Acaso los “sayayines” no compran ropa, comida, una casa, etc.? – Me fui pensando que Álvaro es un lugar donde la felicidad encontró espacio entre la basura y los desechos de nuestra propia sociedad y su desdicha. Más aún, que la aparente solidez de nuestro modo de vida no es más que una excusa para elaborar discursos de la diferencia. También que nuestra realidad es un tejido lleno de fisuras por donde se ha asentado la miseria, y la mejor solución que tuvimos fue dejar de mirarlas: la indiferencia. El Bronx, creo yo, es el mayor lugar de los lugares y juzgarlo resulta siempre más fácil que entenderlo, porque lo que pasa allí seguramente va más allá de todas las ficciones que pesan sobre su nombre. Por eso, acabarlo va más allá del desalojo y la construcción de un bonito parque que sólo dispersa la concentración en el espacio de un problema. Llevar a cabo procesos de reinserción implica entender que son personas quienes han desnaturalizado prácticas que para nosotros resultan básicas, necesarias y comunes, pero en cambio han asumido como suyo y natural lo que nos resulta terriblemente extraño, y en consecuencia, temible. Por fortuna di con un buen tipo que en media hora cambió en mí veinte años de prejuicios.
Andrea Sánchez Valencia Estudiante de Literatura
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Klub Hostal Kultural -KHK-
n especial lugar que combina la innovación en materia de hospedaje con valiosos escenarios culturales y artísticos disponibles para jóvenes. Klub Hostal Kultural KHK es pionero en el concepto de hospedaje en cápsulas en Bogotá, ofreciendo así una cómoda solución a quienes llegan a la capital buscando estar en el centro de la acción. A menos de 10 minutos de la Plaza de Bolivar y de la Candelaria, participa de la rica oferta cultural que la zona alberga. Conciertos de hip hop, torneos de videojuegos y cineforos son tan solo algunas de las actividades que regularmente tienen lugar en KHK. A esto se suma la exposición permanente de pinturas realizadas por jóvenes artistas, y el muro de escalada que se encuentra adentro a disposición de los huéspedes más intrépidos. Bonitos murales dan personalidad a las paredes de esta casona, tanto en la zona de las cápsulas como en el espacio de lectura, televisión y esparcimiento. La Parada tuvo la oportunidad de visitar este curioso lugar, tomarse un jugo en la barra y descansar en la sala, pudiendo dar cuenta de la auténtica experiencia urbana que ofrece. Eventos actuales 30 de enero 2016: Lanzamiento Patealo Fuera de la Casa (Hip Hop)
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Eventos pasados Taller: Stencil al Gratín Concierto: Soul City Encuentro musical: Encuentro polifónico
Calle 15 # 9-64 Facebook: Klub Hostal Kultural K-H-K
LOS HONGOS
Óscar Ruiz Navia
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La Parada le sigue apostando a formas alternativas de aproximarse a los problemas a los que se enfrentan las ciencias sociales. Esta vez, en colaboración con Notas de Cine, cine foro de estudiantes, se organizó la proyección de la película colombiana “Los Hongos” (2014), del director caleño Óscar Ruiz Navia. Contando con la presencia de nuestra invitada especial María José Álvarez, socióloga y profesora de la Universidad de Los Andes, este fue un espacio en el que se compartió, se sintió, se pensó y se discutió -desde el cine- sobre los conflictos que van más allá de lo armado, especialmente aquellos que se experimentan entre la pluralidad de condiciones, actores y escenarios de las ciudades colombianas. En esta cinta, premiada en festivales de cine latinoamericanos y europeos, nos enfrentamos a las vidas de Calvin y Ras, a las de sus familias, sus amores y sus parceros. Este es el retrato de dos “hongos” intentando crecer en medio de una podrida ciudad, un retrato que nos presenta el ambiente “subalterno” caleño -entre universitarios vividores y tragicómicamente desocupados, graffiteros y artistas callejeros, prostitutas travestis, pensionados, desempleados, y desplazados por la violencia. Además, este es un relato que, por esas mismas particularidades que la producción logra resaltar en el retrato de una podrida Cali, termina destacando, por los méritos que merece este ejercicio cinematográfico, elementos universalmente ubicables en los contextos urbanos nacionales. Así, entre melodías y disonancias salseras, hiphoperas y punkeras, fuimos espectadores de cómo la calle, con las respectivas ayudas por parte del bolillo policial, los desamores llenos de juventud y el infaltable parche, daba a luz a una fuerza viva que decidía resistir frente a una sociedad excluyente, una en la que los espacios son abiertos a punta de latas, pinturas, gritos y, sobre todo, mucha creatividad. Aquí, las mismas luces del proyector en medio de la oscuridad de la sala se vuelven una alegoría para lo que la película significa, para la experiencia en una ciudad en donde, para usar una de esas imágenes de la cinta que por un motivo u otro se mantienen en la retina del espectador, una patineta y una bicla en medio de una autopista de carros resultan ser una patada refrescante de espontaneidad en el culo rígido de la norma.
El ruido de las cosas al caer
Juan Gabriel Vásquez Las imágenes de los hipopótamos que habitan en la Hacienda Nápoles, han generado una sensación mezclada de fantasía y realidad. Mientras niños como Maya Fritts o Antonio Yammara, personajes de esta historia, deseaban andar en un jeep viendo a una jirafa o a un león en un fin de semana; la madera desgastada de los dinosaurios ha sido el reflejo de que el narcotráfico ha permeado nuestra cotidianidad, como la de Ricardo Laverde. El asesinato de este personaje y la búsqueda de Antonio Yammara por ese pasado, refleja una serie de valores que traslapan el conflicto del narcotráfico y sus efectos tangibles. Por ello es que el autor del libro busca romper con su relato, la visión tradicionalista sobre el narcotráfico como algo destructivo y de carácter facilista. Es decir, el centro de este conflicto no es el juzgamiento del tráfico de marihuana por parte de Ricardo Laverde, sino los miedos que generaron a este personaje; a Antonio, involucrado en el accidente y que teme por salir a la calle y a sus respectivas familias, las cuales el valor por asumir a la verdad genera costos más profundos que un símbolo de terror y oscuridad.
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Eventos La Parada Durante el segundo semestre de 2015, desde la revista La Parada organizamos nuestro primer ciclo de conversatorios bajo la consigna “Los conflictos más allá de lo armado”, a propósito de nuestra sexta edición enfocada en el tema. Con esta serie de conversatorios, La Parada se puso en la tarea de abrir espacios de reflexión y diálogo crítico alrededor de aquellos conflictos que pasamos por alto o que no resultan estar en la “agenda del día” en un país lleno de realidades plurales y conflictivas. Lo anterior, debido a que nos encontramos en una sociedad donde los grandes medios de comunicación visibilizan e in-visibilizan conflictos a discreción de sus propios intereses económicos y políticos. Esta fue, además, una apuesta por ocupar distintos espacios de la Universidad y de sus alrededores, desde la plazoleta en frente del edificio CAI— marcada por la placa “Uniandes/Espacio público” que transita invisiblemente la universidad—hasta la plazoleta Lleras, en un afán por alterar nuestra cotidianidad y mentar nuevas significaciones en los lugares que recorremos y ocupamos diariamente. En este marco, contamos con la presencia de numerosos invitados y asistentes a los tres vibrantes conversatorios del semestre, un esfuerzo que esperamos haya tenido resonancia en la comunidad universitaria y que dé pie al desarrollo de más eventos de este tipo.
Conversatorio Conflictos Urbanos El primero de los conversatorios estuvo dedicado a los conflictos urbanos, y los invitados fueron Lina Marcela Castillo, objetora por conciencia, líder social y artista hip hop de Suba, y Luis Guillermo Collazos, de la hinchada popular de Independiente Santa Fe. En esta ocasión tuvimos la oportunidad de escuchar y conversar sobre las experiencias organizativas que grupos de jóvenes han emprendido para enfrentarse a una ciudad en la que se tienen que ganar, a fuerza de resistencias, sus propios espacios, arrebatándoselos tanto a los
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entes militares, que inconstitucionalmente siguen realizando batidas de reclutamiento, así como a la violencia y los odios que han intentado tomarse el fútbol y las expresiones alrededor de este. Así, estuvimos atentos a lo que Lina, desde las experiencias de grupos de jóvenes objetores por conciencia, y a lo que Luis, y el resto del parche de la hinchada popular de Independiente Santa Fe, tuvieron para decir acerca de las vivencias urbanas, marcadas por la conflictividad, a las que se enfrentan y resisten.
Conversatorio Movilización Social El segundo de los conversatorios contó con la presencia de Darío Fajardo, profesor de la Universidad Externado de Colombia y miembro de la Comisión histórica del conflicto y sus víctimas, que estuvo dedicado a la reflexión acerca de la movilización social. En esta, que resultó ser una espontánea cátedra participativa sobre la historia de las resistencias y los procesos organizativos populares en el siglo XX colombiano, el profesor Fajardo estuvo pronto a resaltar las múltiples iniciativas que desde los grupos campesinos, obreros, estudiantiles, indígenas y negros, se dieron — en el campo y en las ciudades — como reafirmación de su poder autónomo y creativo contra proyectos hegemónicos, cuya respuesta predilecta fue la violencia frente a estas alternativas. Además, se hicieron valiosas menciones a importantes pero poco conocidas producciones literarias y cinematográficas colombianas, con las cuales se dio cuenta del impacto y de la manifestación a nivel cultural de las movilizaciones sociales del siglo XX.
Conversatorio Diversidades en Conflicto
Lanz, director ejecutivo de la ONG P.A.R.C.E.S. (Pares en Acción-Reacción Contra la Exclusión Social). En el cierre del ciclo, pudimos escuchar y conocer de primera mano, junto con el gran público que se unió a esta jornada, algunas de las experiencias a las que grupos de personas de diversas identidades y orientaciones sexuales y de género, en diferentes localidades de la ciudad y regiones del país, se han enfrentado. Experiencias, en su mayoría, marcadas por la violencia contra formas de vida menospreciadas y desvalorizadas por su diferencia; formas que, sin embargo, se alimentan de esa misma diferencia, emprendiendo una inversión de las fuerzas violentas y discriminadoras. Así que, de esta forma se ha posibilitado la unión en la pluralidad, que se ha visto realizada y fortalecida en los procesos organizativos y colectivos que de aquellas han surgido. Conjuntamente, este evento fue un escenario de rechazo a la violencia que marca nuestra propia cotidianidad y comunidad universitaria, parándonos frente a las amenazas homofóbicas de las que han sido víctimas varios de nuestros compañeros.
El tercer y último evento del ciclo de conversatorios estuvo dedicado al diálogo sobre las “diversidades en conflicto”, y contó con la presencia de Laura Weinsteirn, líder transgénero, y de Alejandro
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En memoria de las almas olvidadas, el doliente abandonado, los conductores embriagados, la periferia quebrantada, los campesinos vulnerados, las carreteras desoladas y la sangre derramada. Detalles del paisaje Colombiano. (por Daniel MarĂn)
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MISCELÁNEA SANCHEZ
Por más que se cierre por fin, el ciclo de la Guerra Fría (casi 30 años después) no sólo la lógica del conflicto nos pertenece, sino que además, mantenemos como sociedad el discurso que estigmatiza a todo aquel que esté en contra del gobierno de turno como: guerrillero, izquierdoso, bandido, terrorista, narcoterrorista, comunista, etc. Lo cual, sin duda alguna, nos aleja realmente de poder construir y vivir en Paz. Las luchas que aquella guerra de Uribe y la Paz de Santos han traído, es un discurso que busca a su manera, acabar con los fantasmas del comunismo. Aunque, están haciendo lo que no se pudo hacer en los 90´s, a su vez, con políticas silenciosas, están vendiendo el subsuelo a Multinacionales, para que éstas lo exploren y luego lo exploten. Acto que, está haciendo despertar nuevas luchas sociales, que buscan su cabida legal, en medio del teatro donde la corrupción y la guerra son la trama de la obra. Por lo tanto, una de las primeras cosas que
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van a salir a relucir, cuando ya no exista guerrilla alguna para echar culpas, de lo que sea que pase mal en éste país, será: la necesidad de revindicar a los Movimientos Sociales y a los Activistas Políticos y Ambientales, como actores necesarios y fundamentales en la construcción de un nuevo país. Entonces, sus demandas legitimas por la tierra, el agua y el medio ambiente, precisan ser escuchadas por el gobierno sin que sigan siendo tildadas y estigmatizadas por “izquierdosas” o “guerrilleras” y con ello, dejen de ser ignoradas y silenciadas. Tal vez, es un postulado muy radical, pero luego de trabajar con el Movimiento en Defensa del Agua y de la Vida en el Tolima, queda un gran sinsabor. Campesinos letrados, jóvenes, universitarios, miembros de todos los partidos políticos ( desde el conservador hasta el comunista) en la “otra Colombia”: las regiones fuera de Bogotá, se están uniendo para hacer resistencia pacífica y defender la tierra que los vio
nacer. Es más, su discurso dista mucho de ser de la izquierda del siglo XX. Ahora, suenan los ecos ambientalistas y se abre el debate en estas regiones, sobre la tenencia y uso de la tierra, no como capital para producción de plusvalía, sino, como lugar de filiación y pertenencia. Y estas demandas lejanas a las lógicas de “Desarrollo económico” puede ser la apertura a un nuevo conflicto que ha estado latente: la centralización nacional, pero total, puede hacer que la Paz que se está planteando sea una Paz de papel. Por lo tanto, la “nueva” resistencia civil en Colombia, es más profunda y en su trasfondo, ya no se pregunta por cuál es la mejor forma de gobierno, sino, al contrario, por los distintos sectores de una misma región; trabajan en conjunto, por la defensa de lo que se puede expresar como: “Vida Vital”. Ya no se pelea ni se peleará por el derecho a una vida digna desde una ideología (comunismo o capitalismo) sino, por el derecho a vivir, entiéndase por esto: tener agua, comida y tierra. Llegar a Cajamarca y poder conocer el movimiento del Tolima por la Defensa del Agua y el Territorio abre los ojos a cualquiera. Primero, al darse cuenta que las personas trabajan juntas independientemente de su posición y partido político, edad o estrato socioeconómico. En estos grupos de trabajo se busca, desde las virtudes individuales, fortalecer las colectivas, en miras de expulsar a la minería del territorio llamado “La Despensa Agrícola de Colombia”. Es más, en los espacios de diálogo entre representantes de todas las agrupaciones del territorio, se ha formado un lazo de amistad que aparte de inspirar a unos y otros en ser mejores campesinos y cultivadores: se dan herramientas de la academia a campesinos que llevan décadas sembrando a su suelo, pero ellos a su vez nutren a los jóvenes con los conocimientos de sus ancestros. Segundo, es difícil comprender cómo en plena globalización, existen jóvenes universitarios cuyo mayor sueño es cultivar la tierra y ver crecer a sus hijos entre campos cultivados, en medio de la montaña, pero en Cajamarca existen y vale la pena escucharlos. También, en
estos espacios se reinterpreta una y otra vez lo que se debe entender por “Desarrollo” sin tanta teoría social, campesinos, académicos y jóvenes, se acercan desde la experiencia a repensar los modelos neoliberales y nacionales de crecimiento económico. Estos espacios de dialogo que se han creado independientemente del problema de la Mina a cielo abierto que la AngloGold Ashanti quiere imponer en el territorio, son momentos y lugares que valdría la pena vincular a esa otra Colombia que ha dejado relegado a la “provincia” la producción de comida y reproducción del conflicto. Tal vez, ahí debería empezar la paz: poder crear espacios en los que la Colombia central, pueda escuchar y dialogar con la Colombia periférica y así, encaminarnos realmente en un nuevo modelo de país, en el que las leyes sean una creación de todos, no una imposición de lo que se cree en ciertos gobiernos centrales, es lo mejor para todos, sin conocerlos de fondo. ¡Que daño le ha hecho la guerrilla a éste país! ¡Qué tristeza los gobiernos que toman decisiones sin pensar en las personas a las que les afectan directamente! Por todo lo anterior, vale la pena, desde nuestras disciplinas, repensarnos el modelo de desarrollo que se nos está implantando bajo cuerda, mientras pensamos sólo en la firma de la “Paz”. Sin duda alguna, es la oportunidad perfecta para re-pensar como científicos sociales, hacia dónde va a el país y con ello, SÍ, hacer una Paz de verdad: desde la sociedad civil, desde la Colombia de la que tanto hablamos pero que poco conocemos, la Colombia periférica. Esa tal Paz, no es de Santos, es de todos y por eso, tenemos que ver y mostrarle a los demás lo que no nos quieren mostrar viven y pasa en la otra Colombia, que está a 2 horas o 5 de nuestra ciudad.
Liliana Valencia
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PAUTAS
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CARICATURA sanchez
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¿? ***
¿Qué implica estudiar ciencias sociales desde América latina y el Caribe?
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Convocatoria Septima Edici贸n, Revista la Parada Enviar textos al correo laparadaciso@gmail.com
Tomado de: http://www.vectorworldmap.com/
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CONTRA-PORTADA DANIEL
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