Arquitectura Prehispanica

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ARQUITECTURA PREHISPÁNICA EN EL VALLE DE ABURRÁ María Julia Rave Aristizábal Doctora, arquitecta / Profesora asociada / Facultad de Arquitectura Escuela de Planeación Urbano-Regional / Universidad Nacional de Colombia / Sede Medellín

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FACULTAD DE ARQUITECTURA

Rector General Moisés Wassermann Lerner Vicerrectora General Beatriz Sánchez Herrera Vicerrectora Académica Natalia Ruiz Rodgers

Comité Editorial Fabián Adolfo Beethoven Zuleta Ruiz / Director Unidad de Investigación y Extensión Pedro Ignacio Torres Arismendi / Director Escuela de Arquitectura Marta Lucía Ramírez Uribe / Directora Escuela de Artes Román Botero Restrepo / Director Escuela de Construcción Édgar Arroyo Castro / Director Escuela de Medios de Representación María Cecilia Múnera López / Directora Escuela del Hábitat Análida de la Cruz Rincón Patiño / Directora Escuela de Planeación Urbano-Regional

Vicerrector sede Medellín Óscar Almario García Decano Facultad de Arquitectura Juan Carlos Ochoa Botero Vicedecano Juan David Chávez Giraldo Director de Bienestar Aurelio Arango Sierra Secretaria de Facultad Gloria Patricia Sánchez Aristizábal Director Unidad de Investigación y Extensión Fabián Adolfo Beethoven Zuleta Ruiz Director Área Curricular de Arquitectura y Urbanismo Ader Augusto García Cardona Directora Área Curricular de Artes Edith Arbeláez Jaramillo Director Área Curricular de Tecnología y Construcción Julio César Sánchez Henao Director Escuela de Arquitectura Pedro Ignacio Torres Arismendi Directora Escuela de Artes Marta Lucía Ramírez Uribe

Catalogación de la publicación Universidad Nacional de Colombia Rave Aristizábal, María Julia, 1947 Arquitectura prehispánica en el Valle de Aburrá / María Julia Rave Aristizábal.– Medellín : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Arquitectura, 2010 120 p. : il. -- (Línea editorial investigaciones: I) ISBN : 978-958-719-285-8 1. Arquitectura indígena (Valle de Aburrá)(Antioquia)(Colombia) 2. Vivienda indígena 3. Culturas indígenas I. Tít. II. Serie CDD-21 722.986126 / 2010

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Director Escuela de Construcción Román Botero Restrepo Director Escuela de Medios de Representación Édgar Arroyo Castro Directora Escuela del Hábitat María Cecilia Múnera López Directora Escuela de Planeación Urbano-Regional Análida de la Cruz Rincón Patiño Asistente Administrativa Ana María Rodríguez Rangel Director Oficina de Comunicaciones Carlos Eduardo López Piedrahíta

Carátula Diseño: Carlos Eduardo López Piedrahíta Portada: Obra gráfica de Ethel Gilmour Diagramación: Dora Álvarez S. Línea Investigaciones ISBN: 978-958-719-285-8 Primera edición, 2010 Preparación editorial e impresión Editorial Universidad Nacional de Colombia Luis Ignacio Aguilar Zambrano, Director direditorial@unal.edu.co Bogotá, D.C., Colombia Tiraje: 500 ejemplares

Todas las imágenes (fotografías e ilustraciones) pertenecen a la autora, excepto las imágenes que corresponden a: fotos de patrimonio nacional extraídas de internet y gráficos educativos. Material Educativo para ser divulgado con fines académicos. El contenido total de esta publicación pertenece a la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Todas sus partes pueden reproducirse, almacenarse o transmitirse de cualquier forma por todos los medios, sean estos electrónicos, químicos, ópticos, de grabación o de fotocopia, sin autorización por parte de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, reconociendo los créditos respectivos a la institución y al autor. La Universidad no se pronuncia, ni expresa implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

Esta edición de Línea de Investigaciones es una publicación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia - sede Medellín, Grupo de Investigación Dinámicas Urbano Regionales, Escuela de Planeación Urbano-Regional.

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CONTENIDO

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LISTA DE FIGURAS

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PRESENTACIÓN

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INTRODUCCIÓN

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Límites en el tiempo Futuro para nuestro pasado Planteamientos Método de análisis

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CAPÍTULO 1 MEMORIA

21 22 22 26 26 31 33 34 35 37 38 40 40 42

Hipótesis Descripción del valle de Aburrá Los conquistadores en el valle de Aburrá Vivienda prehispánica en el valle de Aburrá Montaña occidental del valle Los cerros: Nutibara y El Volador Centro ceremonial prehispánico en el valle de Aburrá (montaña oriental del valle) La laguna de Guarne Ladera de la montaña hacia el valle de Aburrá Edificios antiguos destruidos Caminos de peña tajada La Galana El cerro Pan de Azúcar Las huertas artificiales

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Cementerio indígena en túmulos de piedra Conclusiones Montaña occidental La montaña oriental del valle de Aburrá

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CAPÍTULO 2 TRADICIÓN

49 49 50 50 50 53 53 54 54 55 55 57 60 62 63 64 64 65

El modelo territorial Cultura amerindia Cultura occidental De la filosofía De la filosofía amerindia De la filosofía de la colonia El signo y el lenguaje en la arquitectura prehispánica El mito Espacio y tiempo. Unidad cíclica y relativa Astronomías amerindias Estructura global del universo andino - La cruz multidimensional El sistema proporcional del universo amerindio Fenómenos astronómicos Hitos de la espacialidad indígenaen el valle de Aburrá La Galana Los cerros Quebradas Santa Elena y La Iguaná Conclusiones

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CAPÍTULO 3 COROGRAFÍA HISTÓRICA

67 67 69 70 75 75 78 80 81 81 83 85

Concepto de estado prehispánico Ocupación indígena en el valle de Aburrá en el momento de la conquista El modelo indiano La ciudad de la colonia en el valle de Aburrá El valle de Aburrá prehispánico Los caminos prehispánicos en el valle Las cuencas hidrográficas Los cerros en el valle de Aburrá Ocupación indígena en Antioquia en el momento de la conquista Los conquistadores en Antioquia Ocupación indígena en Colombia en el momento de la conquista La región del Caribe

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El suroeste colombiano (región andina y valles interandinos) Descubrimiento colombino La conquista en América Conclusiones

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CAPÍTULO 4 SISTEMAS TECNOLÓGICOS INDÍGENAS EN AMÉRICA

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Sistemas constructivos amerindios Las huertas en el valle de Aburrá La casa indígena prehispánica La proporción de la casa indígena La casa indígena en el valle de Aburrá Los caminos prehispánicos La laguna La laguna de Guarne La pirámide amerindia La pirámide en el valle de Aburrá Conclusiones

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BIBLIOGRAFÍA

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ÍNDICE ANALÍTICO

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

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LISTA DE FIGURAS

CAPÍTULO 1 23 Figura 1. Plano topográfico e hídrico del valle de Aburrá, se resalta una línea del camino p rehispánico que venía del sur, sube a la laguna de Guarne y comunica con el oriente antioqueño. 24 Figura 2. Valle de Aburrá. Montañas de oriente y occidente que conforman el valle. 24 Figura 3. Valle de Aburrá visto desde las montañas de oriente (Boquerón). 24 Figura 4. Atardecer en la montaña de oriente. 27 Figura 5. Valle de Aburrá. Resalta la montaña de occidente. 29 Figura 6. Plano del valle de Aburrá. Resalta la montaña oriental. Centro ceremonial prehispánico. 32 Figura 7. Cerros El Volador y Nutibara vistos desde el cerro del Padre Amaya y desde San Antonio de Prado, valle de Aburrá. 32 Figura 8. Cerros Nutibara y El Volador. 34 Figura 9. La vivienda de los muertos. Cámara funeraria cerro El Volador. 35 Figura 10. Valle de Piedras Blancas (valle de Arví). 36 Figura 11. Plano de la zona oriental del valle de Aburrá al valle parque Arví. Resalta el camino de la cuesta y las lagunas de Guarne. Plano IGAC, 1961. 37 Figura 12. Laguna de Guarne situada en la montaña de Zavana (valle de Aburrá).

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38 Figura 13. Plano topográfico de la montaña oriental del valle de Aburrá, se resalta: el río Medellín, las quebradas Santa Elena y Piedras Blancas, la laguna de Guarne y los c erros El Volador, Nutibara y Pan de Azúcar. 39 Figura 14, Terraza de muro de contención en piedra conformando la montaña piramidal, c ontiguo al cerro Pan de Azúcar, valle de Aburrá. 39 Figura 15. Montículos piramidales (sol y luna), cerro Pan de Azúcar, valle de Aburrá. 40 Figura 16. Ruinas de construcciones amerindias en el valle de Aburrá. 41 Figura 17. Camino prehispánico, comunica el valle de Aburrá con la laguna de Guarne. 42 Figura 18 La Galana, rostro de diosa tallado sobre roca, con más de treinta metros de alto, v igila el valle de Aburrá desde la montaña de oriente. 43 Figura 19 Gráfico donde se sitúan el cerro Pan de Azúcar y las constelaciones que aparecen por esta serie de picos. 44 Figura 20. Huertas artificiales construidas por los hombres prehispánicos en Piedras Blancas, valle de Aburrá). 44 Figura 21. Cementerio indígena en cúmulos de piedra, situado en Poleal, sobre el camino p rehispánico que comunicaba del valle de Aburrá a Santa Fe de Antioquia. 46 Figura 22. Plano topográfico de la montaña de Zavana, en el valle de Aburrá, se ubica el cerro Pan de Azúcar, la laguna de Guarne y el camino prehispánico. 47 Figura 23. Plano corográfico prehispánico de la montaña de Zavana. En el valle de Aburrá (laguna de Guarne, cerro Pan de Azúcar, piedra La Galana, terrazas y caminos). CAPÍTULO 2 51 Figura 24. Monolitos zoomorfos tallados in situ. Se ubican en la montaña al oriente del valle de Aburrá. 56 Figura 25. Expresión del cosmos indígena amerindio. Un cóndor rodeado de serpientes reúne los dos mundos extremos: el de arriba y el de abajo o inframundo. (Pieza de la cultura Tumaco). 57 Figura 26. Sistema proporcional del universo amerindio en el plano horizontal. 58 Figura 27. Mandala. Crecimiento armónico de la Cruz del Sur. Sistema proporcional plasmado e n la arquitectura, la escultura y el territorio amerindio. 11

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58 Figura 28. Discos de la cultura Nariño. Los tres de la derecha tienen grabados la Cruz del Sur. 58 Figura 29. Sistema proporcional cosmográfico la Cruz del Sur, plasmado en la arquitectura, la e scultura y el territorio amerindio. 59 Figura 30. Representación cosmográfica de Santacruz Pachacuti. 60 Figura 31. Sistema proporcional del universo amerindio; cruz multidimensional. 61 Figura 32. El origen de las estacioness. 61 Figura 33. Latitud para el valle de Aburrá. 62 Figura 34. Diagrama de asoleamiento para el valle de Aburrá. Se ubica el observador en el Parque Berrío, calle 50 con carrera 50. 63 Figura 35. Plano del valle de Aburrá. Cruz del Sur superpuesta. Indica los cuatro rumbos del universo. CAPÍTULO 3 70 Figura 36. Parque de Berrío. Sitio donde se implanta el poblado urbano de la ciudad de Medellín. Al fondo, la montaña de la laguna de Guarne y el cerro Pan de Azúcar. 70 Figura 37. Plano de la traza indiana. 71 Figura 38. Primer plano de la ciudad de Medellín 1790. Abajo, el plano real de la ciudad de Medellín. 72 Figura 39. Plano del valle de Aburrá. Se ubica el poblado de San Lorenzo y el poblado de la villa de Medellín. 73 Figura 40. Plano de loteo de los propietarios de predios en la villa de Medellín, 1678. 73 Figura 41. Cuenca de la quebrada de Aná (hoy Santa Elena), sitio donde se asienta el primer p oblado de Medellín, 1859, Acuarela, autor desconocido. 74 Figura 42. Cuenca de la quebrada Santa Elena (quebrada de Aná). A la derecha el cerro Pan de A zúcar. Lugar donde se instala la ciudad de Medellín. 76 Figura 43. Plano de caminos antiguos entre los ríos Cauca y Magdalena. Se resalta el camino q ue comunicaba la ciudad de Santa Fe de Antioquia con la ciudad de Medellín y al o riente con el Magdalena. Autor: Pedro Biturro Pérez, 1781. 79 Figura 44. Plano del valle de Aburrá en el contexto geográfico montañoso de la cordillera Central.

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82 Figura 45. Mapa de las poblaciones de la gobernación de Antioquia, 1620. 83 Figura 46. Plano de Antioquia “Culturas Indígenas Prehispánicas”. 84 Figura 47. Mapa de las gobernaciones y poblaciones en Colombia, 1574. 85 Figura 48. Comunidades indígenas conocidas, que ocuparon el territorio colombiano. 89 Figura 49. Rutas entre España y las colonias en América. 91 Figura 50. Culturas autóctonas en América. CAPÍTULO 4 94 Figura 51. Huertas artificiales con sistemas de riego, Piedras Blancas. 94 Figura 52. Canalización de la quebrada Piedras Blancas y terraza con muro de contención. 95 Figura 53. Construcción en tapia, al parecer en época colonial, sobre una terraza de construcción indígena. 97 Figura 54. Vivienda tradicional indígena tambo. 97 Figura 55. Construcción colonial sobre terraza indígena, en el valle de Piedras Blancas. 98 Figura 56. Sistema de proporciones de la vivienda indígena (tambo). 99 Figura 57. Casa indígena para una familia. (Maloca), planta y alzado. 99 Figura 58. Casa comunal indígena (Maloca), planta y alzado. 101 Figura 59. Red vial inka (Augusto Calvo y Guamán Poma). 102 Figura 60. Caminos prehispánicos, “más anchos que los del Cuzco”. 104 Figura 61. Foto y plano topográfico del cerro Pan de Azúcar y los montículos piramidales, ubicados en la montaña oriental del valle de Aburrá.

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PRESENTACIÓN Investigando sobre la cultura amerindia, escuché decir a un saila (sacerdote, sabio, indígena kuna tule): “mirad al oriente, allí encontrarás todas las enseñanzas”. Entendí que la mirada al oriente nos hace tomar conciencia del lugar que ocupamos en el cosmos. Por el oriente vemos aparecer el Sol, la Luna y todos los astros; por el occidente se ocultan en el atardecer. Esto abre grandes interrogantes en nuestro universo interior, además de hallar una razón objetiva para la existencia. He profundizado en el estudio de la tradición de la cultura espacial de las civilizaciones amerindias, sobre todo en los aspectos de adaptación al medio natural que la circunda, al sentido simbólico, a la relación cosmológica que la orientó, Pensé explorar estas características particulares de nuestra cultura y dediqué el esfuerzo de mi tesis doctoral al esclarecimiento del pensamiento que subyace tras los sistemas constructivos amerindios. Así descubrí una posibilidad en el análisis de las teorías del pensamiento sistémico.

El trabajo lo ubico en el campo de la historia del pensamiento del hombre prehispánico, el lenguaje espacial y la realidad del “lugar” como escenario en el valle de Aburrá. En esta aproximación al conocimiento de la cultura nativa, se hacen lecturas al territorio que al parecer se conserva sin intervenciones posteriores a la conquista. Se tienen en cuenta los impactos culturales ocasionados por la imposición de una nueva espacialidad colonial. A manera de hipótesis, algunos presupuestos y métodos analógicos guían esta reflexión, a saber: la realidad de las construcciones espaciales antiguas existentes en el valle de Aburrá; la significación vista como relación entre el signo y la realidad del lugar; el conocimiento del lenguaje espacial del hombre prehispánico, de su naturaleza y de su estructura sistémica. El estudio de la memoria y la tradición de la cultura espacial de las civilizaciones amerindias en el valle de Aburrá se registra en un mapa corográfico prehispánico. Se plasman las intervenciones espaciales efectuadas en el territorio por 15

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comunidades que habitaron estas tierras antes de 1573, cuando comienza el desarrollo de las colonias españolas en América. El siglo XVI, con la imposición en el valle de Aburrá de la trama ideal de la ciudad hispanoamericana, determina un punto de partida en la elaboración de esta corografía, así como la permanencia de numerosos vestigios de la cultura prehispánica, que se ubica en los cerros y en las zonas menos pobladas del valle de Aburrá. Los sistemas constructivos amerindios se estudian como un sistema tecnológico de adaptación al medio natural, donde el pensamiento y la acción se encuentran intrínsi-

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camente unidos. Por tanto todo sistema constructivo responde a un diálogo entre el hombre, la naturaleza y las deidades, como espejo y reflejo del cosmos. Se concluye resaltando el universo simbólico de la cultura prehispánica, el concepto sistémico y su desarrollo comunitario. Los tiempos de crisis que vivimos en la ciudad moderna nos hacen volver a los orígenes para tejer la red simbólica que entrelaza la urdimbre de la experiencia humana. Nos apoyamos en el pasado para construir en el presente un futuro posible.

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INTRODUCCIÓN El objetivo de la investigación es analizar los elementos de la espacialidad prehispánica en busca de las raíces culturales de la arquitectura en Colombia. Se trata de entender la cultura amerindia sobre las formas construidas y ambientales y de qué manera esta arquitectura permanece en sus vestigios y en los sentimientos de identidad y lugar, con el presupuesto necesario de la definición de un espacio cultural propio. Se utiliza la analogía como instrumento de indagación de las imágenes del espacio, que se encuentran en fragmentos en las zonas habitadas por las comunidades indígenas anteriores a la llegada de los conquistadores. Algunas veces, en el desarrollo del movimiento moderno en Colombia, la historia de la arquitectura ha asumido funciones de estímulo progresivo en la confrontación de las teorías y la práctica arquitectónica, refiriéndose sincrónicamente a la arquitectura de la colonia como el comienzo de nuestro desarrollo cultural. Sin embargo, otros hechos demuestran lo contrario: la existencia de una cultura mesoamericana y

sudamericana altamente desarrollada en el momento de la Colonia: “cuando Cortés supo de México-Tenochtitlán, se lanzó a la conquista de un gran imperio, que después de sojuzgado se llamaría la Nueva España”1. Estas conquistas realizadas al norte y al sur de América, que serían los grandes virreinatos de México y Perú, llevan a pensar que los habitantes del territorio actual de Colombia, para esa época, tenían un desarrollo cultural similar, el cual, según Hermes Tovar “parece diluirse entre el asombro que causó en Europa la fastuosidad de ciudades, riquezas, mercados y sistemas de control político que imperaba en los dos extremos de lo que hoy es nuestra América Latina”2. El descubrimiento de estos grandes virreinatos, con toda su fastuosidad, y la dificultad topográfica para visualizar el desarrollo de la cultura prehispánica en Colombia, que se encontraba en fragmentos según las particularidades del 1 Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes, Colección de Historia de la Biblioteca Nacional, Tercer Mundo Editores S.A., Santa Fe de Bogotá, 1993. 2 Óp. cit

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lugar, parece el motivo de haber relegado el estudio de esta cultura. Sin embargo, las investigaciones puntuales y recientes resaltan el desarrollo de grandes culturas al norte y sur de Colombia (Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta, y San Agustín). Los recientes hallazgos de vestigios de culturas antiguas en el departamento de Antioquia y en el valle de Aburrá señalan la similitud en el orden y la cosmología que se expresa en las construcciones de las comunidades indígenas que habitaron el territorio colombiano. La existencia de estas grandes culturas al norte y sur de América y al norte y sur de Colombia, hace pensar en la existencia de una cultura desarrollada en el valle de Aburrá y el departamento de Antioquia durante la conquista. Una conexión cultural derivada de una atenta observación de la naturaleza y del espacio cósmico permite contemplar la tradición de la arquitectura prehispánica en Colombia como algo real y objetivo que hay que estudiar y, en caso necesario, restablecer para soportarnos en nuestras raíces, crecer culturalmente y proyectarnos al futuro desde nuestro interior.

Límites en el tiempo

Este estudio quiere apartarse del historicismo, como epígono de la forma convencional, porque se trata de obrar creativamente sobre la historia. Estamos hablando del poder plástico que plantea Niezstche: mantener la identidad a través del cambio, poniéndose en contacto con el propio presente, absolutizándolo. Con esta intención he revisado y reunido la espacialidad prehispánica que se conserva enterrada bajo la espacialidad colonial, la moderna y la contemporánea. En un mismo territorio, en un proceso de interpretación subjetiva, apelo a lo existente, a la memoria y a la tradición para extraer el pensamiento que define la cultura indígena y se reinter-

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preta para potenciar estas estructuras con la conciencia de reencontrar el pasado en el propio presente.

Futuro para nuestro pasado

La conexión de una espacialidad de la cultura prehispánica en el valle de Aburrá con la espacialidad de las culturas posteriores no es el desarrollo y la fundamentación de una tesis previa, sino el camino que conduce a descubrir la espacialidad de una cultura olvidada y de qué manera ha logrado sobrevivir, en un espacio común, a las culturas de la colonia y posteriores a esta. Por tanto, la supervivencia de la antigüedad prehispánica en el valle de Aburrá se utiliza como imaginación creadora. Partiendo de una tradición de lo antiguo por mucho tiempo olvidado, como obra eternamente bella, que tiene validez intemporal, apelo a lo que parafraseaba Newton: “Yo soy un enano subido a hombros de gigante”, para hacernos pensar que él había visto más allá porque había sido suficientemente hábil para haber dispuesto los conocimientos anteriores de modo que había podido fundamentarse en ellos. El presente alcanza ver más lejos que el pasado. Aquí la conciencia del tiempo no se formula como la oposición entre el presente y el pasado, sino como la posibilidad de restablecer aquella remota antigüedad enfrentada a la modernidad contemporánea. Cualquiera de los dos extremos del tiempo, de lo antiguo en lo nuevo, como final del tiempo prehispánico frente al presente inmediato.

Planteamientos

“En todas las culturas conocidas, existe la arquitectura como arte social y sensible que da respuesta a los auténticos deseos y sentimientos del hombre”. Este trabajo trata de sublimar la arquitectura de la prehispanidad, ubicando como punto de partida el escenario histórico del siglo XVI y como escenario geográfico el valle de Aburrá. Se recoge y reúne una serie de datos que, en conjunto, se juzgan útiles para la restitución de la imagen de aquella

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particular situación cultural en su expresión arquitectónica, que se manifestó hasta mediados del siglo XVI en el valle de Aburrá, excavando el fondo de las huellas del mundo prehispánico en los cronistas y en las sociedades actuales más autóctonas: las permanencias y cómo los humanos fueron adecuándose a los actuales tipos de arquitectura. El siglo XVI, de 1539 a 1542, marca límite en el tiempo histórico para la provincia de Aburrá, fecha en la cual el conquistador Jorge Robledo incursiona con sus tropas en busca del valle de Arvi. Las referencias que tenía de indígenas sobre este valle, de la naturaleza misma de los paisajes, de factores geográficos y climáticos, así como de los buenos suelos aluviales para la explotación agrícola y comercial, lo habían puesto en su búsqueda. Cuando el capitán Diego de Mendoza recorrió las sierras del valle de Aburrá apenas encontró bohíos cada dos leguas, como una especie de ventas; junto a ellos se sembraba maíz y yuca. Los edificios antiguos estaban destruidos. Las guerras entre indígenas, al parecer, habían provocado el desplazamiento de un gran número de pobladores. La organización territorial indígena no se tuvo en cuenta en las acciones emprendidas por la conquista y la colonización española. Los inicios de la presencia española en América se fundamentaron en un proceso de fundación de ciudades por voluntad de las autoridades máximas de la corona. Verónica Perfetti afirma: “Para efectos de la colonización en América, la estructura espacial se configuró como instrumento de control, presencia y referencia política, lo urbano configuró así el elemento ordenador del espacio territorial que materializó la idea de núcleo poblacional de origen europeo”3. Este hecho fundacional es corroborado por Germán Colmenares “El hecho más significativo de la conquista lo constituye la fundación de ciudades”4. 3 Perfetti, Verónica. Las transformaciones de la estructura urbana de Medellín, tesis doctoral, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid, 1991. 4 Colmenares, Germán. Historia económica y social de Colombia 1537-1719, Editorial Carreta, Medellín, 1978, p. 18.

El origen circunstancial de la traza indiana en el valle de Aburrá adquiere particularidades en el desarrollo del mismo. Los conquistadores no tuvieron interés inicial en fundar ciudad en este valle, ya que sus esfuerzos se orientaron a la explotación aurífera en el territorio antioqueño. Pasaron cerca de 75 años para que se lograra la consolidación del poblado colonial en el valle. En un principio, las acciones emprendidas sobre el valle de Aburrá se limitaron al reparto de indios y tierras, estrategia complementaria a la creación de otros centros urbanos para la explotación de los recursos naturales en el hoy departamento de Antioquia (Jaramillo y Perfetti). Al iniciarse los procesos de pacificación y colonización de la provincia, que tiene como núcleos urbanos a Antioquia, Cáceres y Zaragoza, se piensa en la posibilidad de erigir un poblado en el valle de Aburrá. Este poblado no logra consolidarse como tal inicialmente, pero luego de las presiones ejercidas por los españoles, los mestizos y los mulatos que estaban establecidos en el valle logran conformar el poblado de la Villa de la Candelaria de Aná en un sitio casi en el centro del valle, recostado a la quebrada principal (Santa Elena) junto a su confluencia con el río Aburrá (sitio de Aná), lugar donde continúa la ciudad actual de Medellín. El sitio donde surge la ciudad colonial corresponde a un lugar conformado por los indígenas prehispánicos, como se verá en el capítulo tercero de este texto. Se halla en este lugar un encuentro de caminos prehispánicos: el camino que venía de Urabá entraba a Buriticá y, pasando el río Cauca, al valle de Aburrá, comunicando la capital, al próximo oriente, límite de la provincia y el camino que comunicaba el valle con el norte y sur de Colombia. La provincia de Aburrá al parecer se ubicaba como un gran sitio de intercambio comercial entre el norte y sur de Colombia. Se ubica el contexto geográfico en el valle de Aburrá, a partir de la quebrada Santa Elena y la iglesia la Candelaria. Estos dos elementos son determinantes en el desarrollo de la espacialidad prehispánica y de la traza urbana de la colo19

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nia; además, son básicos para comprender ciertas particularidades en la aplicación del modelo urbanístico indiano y por su permanencia en el desarrollo urbano de la ciudad de Medellín de hoy. Dos hitos urbanos: uno geográfico, otro arquitectónico, me permiten desarrollar la corografía histórica, registrando en un mapa, la espacialidad del asentamiento prehispánico en la provincia de Aburrá. Identificar los principios de la concepción cultural en su dimensión espacial arquitectónica, y plantear como hipótesis, la conexión del hombre prehispánico en Colombia con el pensamiento del hombre prehispánico en América Latina.

Método de análisis

El estudio se ubica en el campo de la historia del pensamiento del hombre prehispánico, en el lenguaje espacial y la realidad del lugar como escenario en el valle de Aburrá. En esta aproximación al conocimiento de la cultura arquitectónica nativa, se hacen lecturas al territorio, que al parecer se conserva sin intervenciones posteriores a la conquista, y se tienen en cuenta los impactos culturales ocasionados por la imposición de una nueva espacialidad colonial. A manera de hipótesis, algunos presupuestos y métodos analógicos con el desarrollo de las culturas mesoamericana y sudamericana guiaron esta reflexión, a saber: la realidad de las construcciones espaciales antiguas existentes en el valle de Aburrá; la significación vista como relación entre el signo y la realidad del lugar; el conocimiento del lenguaje espacial del hombre prehispánico, de su naturaleza y de su estructura. Ha sido menester ubicar en el contexto geográfico el pensamiento cultural, plasmado en el lenguaje espacial sobre el territorio; los “intercambios” de las dos culturas (la prehispánica y la colonial); el papel del lugar en la construcción del hábitat; la arquitectura como objeto exenta de lugar

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y aislada del hombre; o la arquitectura como expresión y vivencia del ser humano. Esta discusión nos remite a plantear la teoría del “lugar” como parte integral de las necesidades inherentes al ser humano. El punto de partida es el encuentro de dos culturas plasmado en el lenguaje espacial sobre un mismo territorio. En el primer capítulo, se estudia la memoria, como origen y permanencia, que enlaza lo pasado con lo porvenir. Se ubican las referencias más remotas de la espacialidad arquitectónica que existió en el valle de Aburrá, tomadas de los textos escritos por los viajeros y cronistas conquistadores, que presenciaron el final del tiempo prehispánico y el comienzo de la historia colonial. En el segundo capítulo, se estudia la tradición de la cultura espacial de las civilizaciones prehispánicas, orientado al estudio de adaptación al medio natural que lo circunda, al sentido simbólico y a la relación cosmológica que los orientó. En el tercer capítulo, se desarrolla una corografía histórica del valle de Aburrá, registrando en un mapa las intervenciones espaciales al territorio, efectuadas por las comunidades que habitaron estas tierras antes de 1573, cuando comenzó el desarrollo de las colonias españolas en América. El siglo XVI, con la imposición de la trama ideal de la ciudad hispanoamericana, determina un punto de partida en la elaboración de esta corografía, como también la permanencia de numerosos vestigios de la cultura prehispánica, ubicada en los cerros y en las zonas menos pobladas del valle de Aburrá. En el cuarto capítulo, se analizan los sistemas tecnológicos de adaptación al medio natural y al pensamiento que los originó. La reconstrucción y el análisis de los sistemas constructivos permiten descubrir el pensamiento y la visión del mundo cultural amerindio.v Al final se presentan las conclusiones generales del trabajo.

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que, desde la prehistoria hasta nuestros días, le dejan su marca. Los ingenieros Ramón Menéndez de Luarca y Arturo Soria y Puig proponen una lectura al territorio, en lo que consideran “construcción o artificio cultural al territorio natural”5. Dos pensamientos culturales diferentes se plasmaron sobre el territorio del valle de Aburrá: el prehispánico y el hispanico. La confrontación de los elementos que definen las dos culturas orientan la determinación de los elementos que definen la cultura prehispánica en el valle. Para la cultura prehispánica, que revelan los estudios de arqueología, la estructura geográfica con sus ríos y montañas determina ecológicamente los comportamientos biológicos y culturales de plantas, animales y el hombre. La orientación y el clima, en su constante integración, crean la configuración del poblamiento y su desarrollo6.

CAPÍTULO 1 MEMORIA Hipótesis

En el capítulo primero de esta tesis, se verifica la hipótesis de que el territorio del valle de Aburrá estuvo habitado por comunidades indígenas prehispánicas hasta 1542, confrontando con las huellas significativas de la espacialidad arquitectónica que aún se conservan, construida por estas comunidades prehispánicas que lo habitaron. El sentido de habitar es un modelo perceptivo que desarrollan los individuos en su contacto con el medio físico para la construcción de su espacio cultural, dotando de significado el territorio, a partir de hitos, coordenadas, jerarquías, que conforman sus propios límites. Estas modificaciones, definidas como artificio al territorio natural, son la sedimentación de todas las actuaciones

El lugar ocupado por las comunidades nativas en el valle de Aburrá, como expresión y vivencia de una cultura, se asocia a las condiciones físicas propias de los lugares ocupados por las comunidades prehispánicas en el territorio americano. Las condiciones topográficas y la especificidad del paisaje, resaltada por las construcciones en piedra, son hitos que marcan un sentido de orientación. Estas construcciones, al parecer estaban destinadas al culto y a la oración; los sitios sagrados como cementerios para enterrar a los muertos. Muestran un manejo del territorio con un sentido social y comunitario. El espacio privado para las viviendas se ordenaba con terracéos circulares sostenidos por muros de piedra, generalmente sobre las cuchillas de las montañas occidentales y en el piedemonte de las mismas. Las viviendas eran construidas con materiales perecederos: madera y tierra.

5 Menéndez de Luarca, Ramón y Soria y Puig, Arturo. Corografía histórica de la península ibérica, Ministerio de Obras Públicas y Medio Ambiente, Cy TET, II (99), 1994, Madrid, 6 Óp. cit

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Descripción del valle de Aburrá

El valle de Aburrá divide la cordillera central en dos ramales, los cuales actúan como límites geográficos del valle al oriente y al occidente del mismo. Está atravesado de sur a norte por el río Medellín, que nace en el alto de San Miguel por la confluencia de las quebradas San Miguel, Cañadahonda y la Clara a 2.500 metros de altura. Este río recorre 271 km. Cuarenta kilómetros aguas abajo recibe las aguas del río Grande y desde allí toma el nombre de río Porce. Posteriormente, en el caserío de Dos Bocas, se une al río Nechí, nombre con el cual continúa hasta su desembocadura en el río Cauca. El río Medellín se extiende longitudinalmente por el macizo central en el departamento de Antioquia, constituyendo la cuenca intermedia entre los dos valles interandinos más importantes de Colombia: los de los ríos Magdalena y Cauca. El río Medellín en su recorrido por el valle de Aburrá recibe las aguas de numerosas quebradas. Las principales subcuencas pertenecen a Quebrada Grande, Doña María, La Guayabala, Altavista, La Picacha, La Hueso, La Iguaná, La Malpaso, El Hato y La García, ubicadas sobre la vertiente occidental. En la vertiente oriental están La Doctora, La Ayurá, Santa Elena, Piedras Blancas, La Aguacatala y La Presidenta. El valle de Aburrá se extiende setenta kilómetros entre las poblaciones de Caldas y Barbosa, interrumpido por las estrechas cordilleras en las poblaciones de Copacabana, al norte, y La Estrella al sur del valle, llamadas Ancón, las cuales determinan los puntos extremos del valle propiamente dicho, y entre los cuales se halla el asentamiento urbano de la ciudad de Medellín y su área metropolitana, integrada por las ciudades menores de Envigado, Sabaneta, Caldas, La Estrella, Bello, Copacabana, Girardota y Barbosa (figuras 1 y 2). El valle de Aburrá separa las mesetas de Santa Rosa de Osos, al noroccidente, y la meseta de Rionegro al oriente.

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Los cerros Nutibara y El Volador resaltan en el valle al occidente del río. El valle se encuentra sobre un piso térmico templado, con una altura media de 1.480 msnm, una temperatura que varía entre 16 y 24 °C, y una precipitación media anual de 1.440 mm. De acuerdo con estas características, las laderas que conforman el valle debieron tener una vegetación de bosque húmedo premontano. Actualmente el valle está ocupado por edificaciones, incluidas las laderas de las montañas que lo rodean. El valle, en su mayor anchura, tiene diez kilómetros. Las dos cordilleras que lo confinan por oriente y occidente tienen características diferentes en cuanto a perfiles y composición geológica. En su conformación morfológica, el ramal oriental se jerarquiza por sus destacados picos; está fuertemente erosionado al final del valle entre las quebradas Santa Elena (llamada Aguasal por los españoles o Aná por los indígenas) y Piedras Blancas, ambas afluentes en la margen derecha del río Medellín. Estas vertientes se caracterizan por yacimientos de minerales férricos, como la limonita, cuyo escaso contenido en hierro hace antieconómica su explotación (figuras 3 y 4). El ramal occidental está conformado en sus últimas estribaciones hacia el valle por un conjunto de grandes terráceos, de naturaleza arcillosa, controlados por cantidad de afluentes hídricos. Su ubicación dentro del valle frente al sol naciente lo hace un lugar con características óptimas de habitabilidad (figura 5).

Los conquistadores en el valle de Aburrá

Siguiendo la relación del cronista Juan Bautista Sardella, secretario de Jorge Robledo, los conquistadores llegaron al valle de Aburrá por el alto de El Barcino. Pasado el pueblo de Murgia7, llamado después Guaca y hoy Heliconia, el ma7

Sardella, Juan Bautista. “Relación del descubrimiento de las provincias de Antioquia, por Jorge Robledo”. En Repertorio histórico de la Academia Antioqueña de historia en Co-

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Figura 1. Plano topográfico e hídrico del valle de Aburrá, se resalta una línea del camino prehispánico que venía del sur, sube a la laguna de Guarne y comunica con el oriente antioqueño. (Tomado de La búsqueda del valle de Arvi, p. 28).

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Figura 2. Valle de Aburrá. Montañas de oriente y occidente que conforman el valle. (Fotografía: Julia Rave).

Figura 3. Valle de Aburrá visto desde las montañas de oriente (Boquerón). (Fotografía: Julia Rave).

Figura 4. Atardecer en la montaña de oriente. (Fotografía: Julia Rave).

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riscal Robledo envió a Gerónimo Luis Tejelo a descubrir mas allá de las sierras nevadas (nevados de la cordillera central, el de Ruiz y Santa Isabel). En el mismo día que salieron del pueblo de Murgia llegaron por la tarde a las faldas que quedan al occidente del valle, pero la niebla de la noche impidió a la expedición descender hacia aquel, lo que hicieron al día siguiente por la vertiente de San Antonio de Prado, alto de El Barcino8 (figura 5). Desde aquí el capitán embió a Gerónimo Luis Texuelo con cierta gente de apie y de a cavallo a que por un abra9 que la cordillera de las sierras nevadas hazía las pasase que parecía(n) aver abazado algo, el qual fue y las pasó y aquel día fue a dormyr sobre un valle que en lo baxo dél parecía aver cierta poblazón q(ue) como era puesto el sol y hazia nyebla no se devisava bien y púsose en lo más secreto que pudo por no ser sentido e estuvo alli hasta el quarto del alba que partió, e no pudo caminar tanto que antes que al valle llegase salió el sol y los yndios le devisaro(n) y como los viero(n) tocaron sus atambores e bozinas e juntáronse hasta myll yndios y los españoles serían hasta XX de a pie e doze de a cavallo e como ellos nunca avían visto xristianos, saliéro(n)les al camyno sin dar lugar a que se les hiziese parlam(en)to ning(un)o e toviero(n) con ellos su guazavara que les turaría tres horas10.

El valle de Aburrá fue descubierto por Jerónimo Luis Tejelo, al mando de Jorge Robledo, el cual venía desde Cartago con la aquiescencia de Sebastián de Belalcázar a explorar las tierras de más al norte, ponderadas por Badillo, Bernal, Graciano y Francisco César11. Le dio el nombre de valle de San Bartolomé por haber celebrado en este sitio el día del santo, 24 de agosto de 1541. Este nombre no perduró, sino el original usado por los naturales: Aburrá.

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lombia. Año IV, 1922. Obtenido de la colección de documentos inéditos de la colección Muñoz, Tomo LXXXII, Madrid, 1888. p. 51 Mungia, p. 106 Uribe Ángel, Manuel. Compendio histórico del departamento de Antioquia en la República de Colombia, Imprenta Republicana, Medellín, 1887. Abra: abertura ancha y despejada entre dos montañas. Grieta producida en el terreno por efecto de concusiones sísmicas. Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes, Colección de Historia de la Biblioteca Nacional, Tercer Mundo Editores S.A. Santafé de Bogotá, 1993. Cieza de León, Pedro. La crónica del Perú, Espasa Calpe, Madrid, España, 1932, pp. 2730.

Existen varias versiones sobre el día del descubrimiento. La realidad histórica es que el valle fue abandonado por los conquistadores el 25 de agosto después de permanecer allí quince días. Sardella escribe al respecto: Esta provincia se llama en nombre de indios Avurrá y le pusimos por nombre el valle de San Bartolomé; aquí estuvimos quince días en los cuales por llamamiento del capitán, le vinieron todos los indios de paz, é servían a los españoles e así mismo vinieron otros pueblos a este comarcanos…12.

Más adelante, Cieza de León, refiriéndose al fracaso de las incursiones de Jorge Robledo al oriente, buscando los poblados del valle de Arvi, que los hizo retornar a pasar las sierras hacia occidente, escribe: ... y el capitán no se atrevió a seguir aquellos caminos, porque quien los había fecho, debía ser mucha posibilidad de gente, e ansi se volvió al real, e se partio de aquella provincia de Aburra, otro día después de San Bartolomé a buscar poblado, e tornamos a pasar la sierra... (2), (Repertorio Historico, T. 1919-1922, pp. 325-326).

Parece lo más acertado atenerse a la relación de Sardella, “... aquí estuvimos 15 días. É se partió de aquella provincia de Avurrá, otro día después de San Bartolomé... ”, el día de San Bartolomé en el calendario gregoriano es el 24 de agosto, salieron del valle el día 25, luego de permanecer quince días. Probablemente llegaron el 5 y lo descubrieron a la primera del alba del 6 de agosto de 1541. Aun Cieza de León en su crónica del Perú no define la fecha del descubrimiento, sino que relata los hechos de la conquista del valle, siendo uno de los más confiables en su relato por haber sido testigo y además encomendero en armas: “... El repartimiento de indios que por mis servicios se me dio fue en los términos de esta villa”13 (2), (Arcila, p. 53). 12 Sardella, Juan Bautista, óp. cit. 13 Arcila Vélez, Graciliano. Arqueología del Valle de Aburrá, Revista Universidad de Antioquia, vol. L, 194 de 1975.

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El interés de citar estos relatos está en que dan referencias espaciales, necesarias para recrear la espacialidad prehispánica en el momento de la colonia, teniendo en cuenta que es la única referencia escrita que podemos encontrar de la época. Los conquistadores partieron de este valle hacia el norte, donde descubrieron tierras de oro y “fundaron la población que más adelante se tituló como ciudad de Antioquia. Cinco años después el propio Jorge Robledo hizo otra población recostada al sur del cerro aurífero de Buriticá, y la llamó Santa Fe de Antioquia”14.

Vivienda prehispánica en el valle de Aburrá Montaña occidental del valle

El alto de El Barcino. Al parecer corresponde al abra a la cual se refiere Sardela. Se ubica este en el valle de Aburrá sobre el ramal occidental, en una cota de 2.200 sobre la margen suroccidental del valle. Desde este lugar es posible observar la parte central del valle y las montañas del ramal oriental (figura 5). Por la vertiente de San Antonio de Prado se baja a la planicie donde hoy queda Itagüí y Guayabal. Parece que en este lugar estaba asentado un poblado indígena que opuso resistencia a los españoles. Al respecto encontramos en los escritos de Juan Bautista Sardela: El qual fue y las pasó y aquel día fue a dormyr sobre un valle que en lo baxo del parecía ver cierta poblazón q(ue) como era puesto el sol y hazía nyebla no se divisava bien y púsose en lo mas secreto que pudo por no ser sentido e estuvo allí hasta el quarto del alba que partió, e no pudo caminar tanto que al valle llegase salió el sol y los yndios le divisaro(n) y como los viero(n) tocaron sus atambores e bozinas e juntáronse hasta myll yndios y los españoles serían hasta XX de a pie e doze de a caballo e como ellos nunca avían visto xristianos, 14 Jaramillo, Roberto Luis, “De pueblo de aburraes a Villa de Medellín”, en Historia de Medellín, tomo I, 1996.

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saliéro(n)les al camyno sin dar lugar a que se les hiziese parlam(en)to ning(un) o e toviero(n) con ellos su guazavara que les turaría tres oras”15 (p. 290).

De estas relaciones se deduce que en la zona de San Antonio de Prado, Itagüí y Guayabal estaban ubicados algunos poblados indígenas en el momento de la conquista. Unos mil indios salieron al paso a los conquistadores cuando comenzaron a descender por las laderas de San Antonio de Prado (figura 5). y como los naturales tenían algún aviso, estaban alzados aunque todavía se prendieron algunos indios y se tomo mucha cantidad de ropa de algodón muy pintada é galana, de que había gran necesidad en el real, para hacer de vestir16.

Según el antropólogo Graciliano Arcila, la manifestación arqueológica más importante del valle de Aburrá, y una de las más trascendentales en la cultura prehispánica de Antioquia, es la estación arqueológica de Guayabal. Parece el mismo sitio al que se refiere Sardela en la relación anterior. En el sitio denominado El Morro o por otras palabras llamado el alto de la Calabacera y sobre una pequeña colina al occidente del templo de Cristo Rey, fueron descubiertas unas sepulturas en julio de 1953, por el guaquero de profesión Manuel Antonio Ortiz...17.

Los elementos encontrados en este lugar corresponden a una cuantía tecnológica importante a cinco metros de profundidad, en un terreno arcilloso de color rojizo, con las formas de las llamadas tumbas de tambor con dos metros de diámetro, terminada en una sombra o entrada en la base aproximadamente de 1.20 metros de altura. En el plan se encontraron cuatro piezas de cerámica, cinco narigueras de oro, 213 volantes de huso de arcilla cocida, 15 Tovar Pinzón, Hermes, óp. cit. 16 Sardella, Juan Bautista, óp. cit. 17 Arcila Vélez, Graciliano, óp. cit., p. 200.

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Figura 5. Valle de Aburrá. Resalta la montaña de occidente.

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cinco elementos líticos (implementos para acabar y pulir cerámica), cuatro pendientes de piedra, tres nódulos naturales del mismo mineral, un nódulo de cuarzo y una asa zoomorfa de arcilla cocida. Igualmente se encontraron restos humanos totalmente deshechos, entre los cuales figuraban huesos largos y restos de cráneos.

El relato de Sardela y la descripción de los elementos encontrados representan una huella importante de la ocupación de comunidades indígenas en esta zona. Las tecnologías textilera, alfarera, lítica y orfebre que se expresan en estos objetos son una muestra de las actividades realizadas en los lugares de habitación.

En este mismo lugar (Itagüí), se encuentran los únicos petroglifos hallados en el valle, en la margen izquierda de la quebrada Doña María, al final de una pequeña colina de aproximadamente 12 metros sobre el nivel de la quebrada, mediando entre esta y aquella una pequeña planicie donde se encuentra el barrio El Rosario. Fueron denunciados en 1954 por Alonso Escobar Montoya ante el Instituto de Antropología de la Universidad de Antioquia.

La abundancia de volantes de uso, como elemento indispensable en la composición de la rueca, y la relación de Sardela, “... se prendieron algunos indios y se tomó mucha cantidad de ropa de algodón muy pintada e galana”, muestran un pueblo indígena textilero por excelencia.

Se trata de cuatro rocas andesita, erosionadas en el cuaternario, suspendidas en unos barrancos de arcilla roja. Las superficies contienen unos glifos sigmáticos con expresión geométricamente armónica en espiral; en algunos motivos se observan la rana, el lagarto y el simio en un conjunto estético que antes de erosionarse pudo haber tenido un sentido mítico, de rito en la comunidad. Fray Pedro Simón, en Noticias historiales, dice: Eran los catíos de despabilado entendimiento; escribían sus historias en jeroglíficos pintados en mantas. Usaban de peso y medida. No usaban veneno en sus flechas y dardos (este carácter los ubica entre la cultura chibcha), querían mucho a sus hijos y mujeres, que eran más blancos que ellos y de un parecer, y adoraban las estrellas y tenían confusa idea del diluvio. Creían en un dios y en la inmortalidad del alma18.

En colecciones particulares se tienen especímenes encontrados al azar en construcciones para viviendas en las partes altas, sobre todo en los suaves declives que caen sobre Guayabal, donde se han encontrado enterramientos indígenas. 18 Simón, Pedro. Noticias historiales. Tomo VI. Edición Manuel José Forero. Academia Colombiana de la Lengua e Historia, Bogotá, 1953, p. 106.

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Según el padre Constancio Pinto, aburrá en lengua katía quiere decir pintadera, y se debió a alguna planta especial que usaban los indígenas para pintarse y teñir las telas. Más adelante relata Sardela: e como les ovieron el pueblo el mismo Gerónimo Texuelo hizo aposentar los heridos y poner recado en el real y despachó luego dos mensajeros al capitán haziéndole saber lo que pasaba en aquel mysmo día en la tarde los naturales se tornaron a rehazer e se juntó un esquadró(n) de fasta III myll yndios e vinieron hasta junto al pueblo que echavan los dardos e tiraderas dentro dél y como el dicho Texelo vió que los yndios// tornaban dexando recado en los heridos con las demás gente salió otra vez a los naturales e tuvo con ellos otra guazavara que turaría ora y media donde los rompió e fue en alcance dellos una legua donde se mató alguna gente y desta vez quedaro(n) tan hostigados, que más tornaro(n) al pueblo. (9), p. 287.

De estas relaciones podemos deducir que el poblado que parecía “ver” debió estar ubicado en Itagüí y Guayabal, y en todas las laderas occidentales. Añade Sardela: Desde esta provincia el capitá(n) embió con cierta gente de a pie a Juan de Fraudes a que tornase a pasar las Sierras e oviese ciertos pueblos que tenya noti(ci)a que es-

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Figura 6. Plano del valle de Aburrá. Resalta la montaña oriental. Centro ceremonial prehispánico.

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taban sobre el río el cual // fue e dio en el pueblo llamado Curqui e truxo algunas piezas de las quales el capitán se infomó e le dieron larga relación della de la q(ue) estava sobre el río.

Posiblemente, la incursión de Juan de Fraudes al valle en busca de poblados se hizo descendiendo por la sierra del suroccidente, donde se ubicaban los conquistadores (Itagüí y Guayabal), recorriendo río abajo hacia el norte, encontrando el pueblo de Curqui, el cual es posible que corresponda al lugar donde se ubican hoy los poblados de Bello, Niquía y Copacabana. En este lugar se han encontrado numerosas huellas de comunidades antiguas (figura 5). Esta zona de Bello, Niquía y Copacabana corresponde a la zona norte del valle donde el río Medellín toma la dirección oriente en su recorrido, conformando un remate espacial con el cerro Quitasol. Aquí desemboca la quebrada Piedras Blancas, la cual corre de sur a norte. Podemos deducir que se trata de este poblado, ya que no es visible desde San Antonio de Prado y para encontrarlo es necesario ir río abajo a unos veinte kilómetros del punto de partida. En Niquía se reportaron hallazgos de complejos líticos de especial importancia, destacándose una punta de proyectil que, por sus características, ha sido relacionada con otras encontradas en Restrepo (Valle)19. En los escritos sobre la colonización del valle de “Avurrá”, se dice que en 1574 llega don Gaspar de Rodas al valle con tropas que traía del occidente, bajó por los llanos de Ovejas (montaña noroccidental, cerro Quitasol), encontrando en el sitio de Niquía una gran resistencia del cacique Niquío. Vencidos los indígenas, el capitán español Gaspar de Rodas, encantado con el clima, hubo de

19 Taborda Osorio, Omar. Historia de Antioquia, Las sociedades indígenas prehispánicas, Editorial Presencia, Bogotá, 1991.

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capitular ante el cabildo de la ciudad de Antioquia a tres leguas de terreno. ...cada una de a tres mil pasos de a cinco pies y siendo cada pie de a quince dedos, empezando desde las ruinas de los antiguos pueblos de los Aburraes, tres cuartos de legua al sur del morro que llevo el nombre de Marcela Parra..20, y después el de los Cadavides, hoy Nutibara.

Cuando murió Gaspar de Rodas, esos terrenos pasaron a sus dos hijos: doña María y don Alonso. Doña María levantó una hacienda donde hoy está Itagüí, al parecer de donde viene el nombre de la quebrada Doña María. Aunque Benítez en su Carnero afirma que el nombre de esta quebrada se debe a doña María de Quesada, y dice: “...La quebrada de Doña María que corre por el Guitagui lleva aquel nombre porque tiene sus nacimientos en la montaña alta de Prado, cuyos terrenos, como primera agraciada, eran de Doña María de Quesada...”. Refiriéndose a las dos afirmaciones anteriores dice Luis Latorre: más verídica parece la primera versión, ya que aquellos terrenos sí entraron en la concesión de don Gaspar de Rodas, y además en la herencia de su hija, aunque también es cierto que doña María de Quesada fue poseedora de los terrenos de San Antonio de Prado. La realidad para nuestro interés, domostrada por los relatos anteriores, es que ubicamos estos terrenos como habitados por los indígenas en el momento de la conquista y aún en el inicio de la colonia. Siguiendo con los relatos sobre la colonia en el valle de Aburrá, encontramos en los escritos Livardo Ospina, refiriéndose al trasplante del poblado de San Lorenzo, al ángulo formado por el río Aburrá y la quebrada de Aná, como le decían los aborígenes: “confunden algunos todavía esta Aná con la aldea del mismo nombre de la cual es suplente Robledo y que existió mucho más acá de la actual cabecera de este 20 Latorre Mendoza, Luis. Historia e historias de Medellín, Ediciones Tomás Carrasquilla, Secretaria de Educación y Cultura de Antioquia, Medellín, 1972.

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barrio”21, llamado de Aná por referencias a un poblado en la zona donde hoy se asienta el barrio de Robledo, casi en inmediaciones del río, con el nombre inicial de San Ciro. Esta aldea de Aná se ubica claramente mucho más abajo de la actual cabecera del barrio Robledo, junto a la quebrada La Iguaná. Dice Ospina que el nombre inicial en la colonia fue San Ciro, y era lugar de frecuentes romerías por la fama de milagroso del santo que le daba su gracia. Fue destruida en 1880 por la quebrada La Iguaná, cuyas crecientes eran terribles. En ese entonces se conocía como Anápolis. El nombre de Anápolis fue recibido por Don José María Faciolince por la ordenanza 43 del 24 de octubre de 1852, providencia que además la restauraba en la condición de distrito parroquial agregado al cantón de Medellín, de que la había privado el 2 de octubre de 1849, por otra ordenanza de la cámara provincial en tiempos del gobernador Don José Gutiérrez de Lara22.

De estos escritos parece deducirse que la aldea de Aná existió como poblado indígena, ubicado junto a un camino prehispánico que comunicaba el valle de Aburrá con el occidente colombiano. Al respecto dice Ospina: “... un sórdido conjunto de casuchas sobre el camino de occidente, en un trayecto de tres cuadras apenas, se unía ya, sin embargo, a Medellín por una de las primeras carreteras abiertas en el Valle”23. En este lugar de Robledo, antigua aldea de Aná, es posible que existiera en épocas prehispánicas un poblado de relevancia dentro de la espacialidad indígena. Las numerosas huellas en piedra de antigua arquitectura, así como caminos de piedra tajada en el sector de San Cristóbal y el cerro del Padre Amaya, y Romeral, la conformación morfológica de terracéos y la cuenca de la quebrada La Iguaná conforman una espacialidad jerárquica en los términos del valle. 21 Ospina E., Livardo, Orígenes, fundación y plantas iniciales de Medellín. Revista de la Universidad de Antioquia, Vol. L, N.° 194, abril-junio de 1975. 22 Ibíd. 23 García, Julio César. Repertorio histórico, 1936. Vol. XII, 1936, p. 137.

Es probable que la primera carretera trazada por los colonos que unió el valle con el occidente se sobrepusiera en parte a un camino prehispánico, ya que los colonos utilizaron muchos de los caminos construidos por los indígenas prehispánicos.

Los cerros: Nutibara y El Volador

Estos dos cerros forman parte de los siete que tutelan el valle, ubicados en el centro, el lugar más ancho del valle, son el remate de los piedemontes de las montañas del occidente. Estos hitos permanentes durante toda la historia del valle de Aburrá, ubicados en la margen occidental del río Medellín, se involucran en el paisaje desde cualquier punto de observación de la zona urbana o desde las montañas. No hay duda de que estos cerros sirvieron como puntos de referencia y de escenario a grandes eventos de la antigüedad prehispánica (figura 7).

Cerro Nutibara

Llamado así en honor del cacique Nutibara, al respecto encontramos referencias de Ospina, que hablando del nombre del valle de Aburrá a la llegada de los conquistadores escribe: Llamábanle de tal suerte porque lo habitaba la tribu de los Aburraes, tributarios del cacique Nutibara, quien señoreaba desde la serranía de Abibe hasta el río Cauca y tenía su sede en guaca, en los términos de lo que al presente es Dabeiba, sujetando bajo su mando el pueblo aborigen más adelantado y fuerte de Antioquia, él mas numeroso y rico en minas y cultivos24.

El cerro Nutibara se encuentra referido por los colonos dentro del primer loteo de posesión cuando se inicia la colonia. El 4 de febrero de 1596 el gobernador don Gaspar de Rodas otorga a los indígenas, en título de propiedad, unos terrenos: El título que el dicho gobernador Gaspar de Rodas dío y proveyó a los indios de dicho valle de Aburrá, que tuvo por Encomienda en que le señaló para sus rozas y se24 Ospina, E. Livardo, óp. cit.

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Esta referencia relaciona directamente las ruinas de los antiguos pueblos de los aburraes con el cerro Nutibara, que para ese entonces era denominado Marcela de la Parra por los españoles. Podemos deducir que las ruinas se encontraban entre el cerro Pan de Azúcar, cerca de la quebrada de Aná (hoy Santa Elena) y el morro El Salvador, que conforma la cuenca de la quebrada Los Ejidos o Aguasal, en línea con el cerro Nutibara tres cuartos de legua al sur. La espacialidad que forman el cerro Pan de Azúcar y el morro El Salvador, a lado y lado de las cuencas de las quebradas Santa Elena y Los Ejidos o Aguasal, al oriente del río Medellín, y estos con el cerro Nutibara y El Volador al occidente del río, aparece referenciada en los escritos sobre la conquista y la colonia. Corresponde a la zona más antigua del actual poblado en el valle de Aburrá.

Figura 7. Cerros El Volador y Nutibara vistos desde el cerro del Padre Amaya y desde San Antonio de Prado, valle de Aburrá. (Fotografía Julia Rave).

menteras, desde el sitio de la casa de Antón en derecho de un cerrillo que esta en medio del dicho valle de Aburrá, de una y otra parte del río que corre arriba con todas sus vertientes, como más largamente consta en dicho título, su fecha en la ciudad de Antioquia a 4 de febrero del año pasado del 9625.

Los terrenos donde más tarde, en 1616, Herrera Campuzano fundó el poblado de San Lorenzo de Aburrá formaban parte de los otorgados a los indígenas en título de propiedad por el gobernador don Gaspar de Rodas: “empezando desde las ruinas de los antiguos pueblos de los Aburraes, tres cuartos de legua al sur del morro que llevó el nombre de Marcela de la Parra y después el de los Cadavides, hoy Nutibara” (figura 8). 25 Copias en el Archivo General de la Nación, Resguardos. Tomos de Antioquia, Caldas y Tolima; y en el Archivo Histórico de Antioquia, tomo 75.

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Figura 8. Cerros Nutibara y El Volador. (Fotografías: Julia Rave).

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El cerro Nutibara no conserva huellas visibles de arquitectura prehispánica. Las construcciones de los últimos treinta años se han encargado de sepultar las huellas del pasado, de las cuales sabemos que existieron por referencias de la memoria colectiva y de guaqueros que se dedicaron en distintas épocas al saqueo sistemático de entierros en este cerro. Se asocia a hechos históricos y míticos, como centro ceremonial de las comunidades antiguas (figura 8).

Cerro El Volador

El cerro El Volador se encuentra en la margen occidental del río Medellín y limita al sur con la quebrada La Iguaná. Las investigaciones realizadas en este cerro dan cuenta de 62 depresiones circulares en la cima y cuchillas principales, correspondientes a un complejo funerario asociado a grupos indígenas que habitaron el valle de Aburrá en los siglos XVI y XVII.

En el pié del cerro, en las márgenes de la quebrada la Iguaná, se encontró varias terrazas en anillos circulares, con la presencia de fragmentos cerámicos, asociado a la tradición cerámica Marrón Inciso, pertenecientes a los grupos indígenas conocidos como Quimbaya Clásicos la cual corresponde a una ocupación mas temprana del valle que ocurrió en los primeros cuatro siglos de nuestra era, según fechas de radiocarbono obtenidas en esta investigación26.

Las estructuras funerarias que se encuentran en este cerro son de pozo con cámara lateral: consisten en un pozo rectangular (de aproximadamente 0.50 a 0.60 m de ancho y 2 a 2.5 de largo y 4.5 a 5 m de profundidad) que comunica con una pequeña abertura (aproximadamente 1 a 1.2 m antes de su base. La cámara de planta elíptica es casi circular y tiene un diámetro de entre 2.20 y 3.70 m)27. Estas estructuras funerarias, por su forma cónica y los grabados que conservan en su interior simulando la estructura 26 Santos Vecino, Gustavo. El Volador: las viviendas de los muertos, Departamento de Antropología Universidad de Antioquia, Boletín de Antropología, Vol. 9, No. 25, 1995. 27 Óp. cit

de los bohíos o tambos, parecen una réplica de la arquitectura en madera de la vivienda indígena (figura 9). Estas viviendas representadas son así un modelo cósmico y social, donde se reconocen algunos elementos que tienen sentido dentro del pensamiento indígena. La forma cónica podría representar un universo tridimensional, y la espiral estaría separando varios niveles cósmicos, al mismo tiempo que uniéndolos, como un cordón umbilical el eje que une los distintos niveles estaría también representado por los pozos de acceso que comunica con las plantas de las tumbas y continúan hacia abajo. La demarcación del ápice del cono en la cámara denota su importancia28.

Por la orientación, escribe Santos Vecino: (donde las tumbas al este del filo de la cuchilla tienen distintas orientaciones, mientras que una tumba al oeste del filo de la cuchilla tiene una orientación hacia el este) parece representar una inversión del este y oeste, lo cual tendría sentido dentro de la concepción de dos mundos inversos. Las distintas orientaciones de las tumbas deben guardar relación con los puntos cardinales que orientaban el universo de sus constructores29.

Por la ubicación en la cima del cerro, estas tumbas se asocian a la costumbre de muchas sociedades indígenas de enterrar a los muertos con ofrendas en partes altas. Los anillos circulares en el pie del cerro son similares a los terráceos bordeados con muro de piedra que se encuentran en Ciudad Perdida, zona habitada por los kogui, y en la zona Andina. Estos terraceos se asocian a las formas del terreno preestablecidas para construir sus viviendas y espacios mayores.

Centro ceremonial prehispánico en el valle de Aburrá (montaña oriental del valle)

Lugar por donde nace el sol. En esta zona se hallan vestigios importantes de culturas antiguas que dan cuenta de una ocupación de lugares sagrados destinados al culto: 28 Ibíd. 29 Ibíd., p. 38.

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como punto de referencia a un observador que se mueva desde la ladera de San Antonio de Prado, en dirección norte, por las laderas de las montañas del occidente. En la cima, se observa todo plano (figura 10). En el d(e)r(ech)o de aquella provincia no pudiero(n) devisar sierra ninguna sino todo llano como la palma e hazia la man(o) dizquierda hacia el río grande, parescían unas sierras de montaña muy fragosas e se bolvieron donde estaba el capitá(n) e le dieron r(az)ón de lo que avían visto (9)31.

Figura 9. La vivienda de los muertos. Cámara funeraria cerro El Volador (fuente: Santos Vecino, Gustavo. Departamento de Antropología, Universidad de Antioquia, Boletín de Antropología, Vol. 9, No. 25, 1995).

cerro Pan de Azúcar, donde se ubican tres picos con intervenciones líticas; laguna de Guarne, lugar de ceremonias utilizada como observatorio astronómico, característico de las comunidades inkas al sur de Colombia; la roca tallada con rostro de mujer la Galana; centros para el culto y el comercio; el camino en piedra tajada, que comunicaba el valle con el oriente (Guarne y Rionegro) (figura 11). ... y ansy mysmo embió a Diego de Mendoza con ciertos de a caballo a la lixera a que se soviesen en una cordillera de zavana que estava de la otra vanda de un río que por medio de aquel valle desta provincia pasaba a seis leguas della hazia la mano d(e)r(ech)a (9)30.

La cordillera de zavana, referida aquí, debió corresponder a la montaña nororiental del valle, definida por la topografía de la vertiente de la quebrada Santa Elena al centro del valle y la quebrada Piedras Blancas al norte. Vista desde El Barcino, esta formación montañosa, “cordillera de zavana”, orientada en dirección sur-norte, sirve 30 Sardella, Juan Bautista. “Relación del descubrimiento de las provincias de Antioquia, por Jorge Robledo”. En Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de Historia, en Colombia. Año IV, 1922. Sacado de la colección de documentos inéditos de la colección Muñoz, Tomo LXXXII, Madrid 1888.

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Parece deducirse, de este relato, que Diego de Mendoza subió la cordillera por la vertiente de la quebrada Santa Elena, la cual se destaca en el paisaje del valle. Cuando fue a descubrir por otra parte, se encontró con una red de caminos que ligaban entre sí las aldeas indígenas, permitiendo el intercambio de los productos propios de cada región. En la cumbre de la montaña, se ubica la meseta de Piedras Blancas, donde aún se conserva gran parte de la topografía y del paisaje de estos relatos (figura 10).

La laguna de Guarne

En la parte superior de la montaña, con fuertes vertientes hacia el valle de Aburrá, se ubica la llamada laguna de Guarne. En realidad la integran dos lagunas geométricamente bien definidas y orientadas en los ejes norte-sureste-oeste. Bordeados por un camino antiguo que pasa por el filo de la montaña, como balcón al valle y al oriente, se abre un llano como la palma e hazia la man(o) (figura 10). El qual tornó a enbiar al mismo Diego de Mendoza a que con cierta gente de a pié y de a cavallo fuese hacia la mano d(e)r(ech)a que era donde calla el valle de Arvi por aquellos llanos quél avía visto, a ver lo que avía, el qual anduvo por allá a la lixera veynte días y más e nunca pudo hallar poblado syno fueron ciertos boyos como a man(er)a de bentas e estava aquí un boyo e a dos leguas otro, e en cada uno avía sembrado su comida de mayz e yuca e halló muy grandes azequias de agua hechas 31 Sardella, Juan Bautista. Óp. cit.

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en dirección este oeste. El baño manantial se toma en la laguna”33. Los relatos de las grandes cosmovisiones de la antigua América han unido el comienzo de la vida al agua. Los muiscas, en Colombia, unían el nacimiento de la vida a la laguna sagrada de Guatavita, de donde su primera madre, Bachué, emergió con un pequeño infante, que al hacerse adulto, procreó con ella todo el género humano. Bachué toma forma de serpiente y se sumerge en la laguna, después de aconsejar las buenas formas de vida34.

Figura 10. Valle de Piedras Blancas (valle de Arví). Poster elaborado por Corantioquia.

a mano e como vió que no hallava un poblado volbió donde estaba el capita(n) y le dio r(az)ón de lo que avía hallado” (9)32.

La laguna de Guarne parece una de las “grandes azequyas de agua hechas a mano”. Su ubicación en un punto estratégico, como balcón al valle de Aburrá, se conserva aunque con mucho deterioro. Toda la espacialidad que los antiguos indígenas construyeron en este lugar, las huellas de diversos elementos arquitectónicos para el control de las aguas y la erosión hacen que este lugar sea mítico y legendario (figura 12). Natural o construida a mano, esta laguna y su entorno se asocian a las construcciones de las civilizaciones del pasado, para las cuales el agua es el pilar fundamental en la relación del hombre con el medio ambiente a través de sus fenómenos cíclicos. El agua está siempre ligada a los hábitos cotidianos, a la economía y a los rituales. La laguna y el río forman parte de la estructura básica en los asentamientos antiguos y actuales de las comunidades amerindias. “Los kuikurú, descendientes de los caribes, conservan la secuencia espacial aldea/laguna/río, 32 Sardella, Juan Bautista. óp. cit.

Ladera de la montaña hacia el valle de Aburrá

...Visto por el capitán que hacia la parte de Arvi no se hallaba poblado, por sé haber abajado mucho, el mysmo con ocho de a caballo, é cierto peones á la ligera, fue a descobrir por otra parte e nunca pudo hallar poblado, puesto q(ue) halló muy grandes hedificios antiguos destruydos, é los camynos de peña tajada, hechos a mano más anchos que los del Cuzco, é otros bohíos como a man(er)a de depósytos y el capitá(n) no se atrevío a seguir aquellos camynos por que quyen los avía fecho devía de ser mucha posibilidad de gente e ansy se volvió al real e se partió de aquella provincia de Aburrá otro día después de San Bartolomé35, p. 290.

Parece que Diego de Mendoza intentó descender por el camino antiguo que comunica el valle con el oriente. Este camino pasa por la laguna de Guarne, el cerro Pan de Azúcar y desciende al valle de Aburrá. Al parecer fue en este lugar donde se encontró con edificios antiguos destruidos y los caminos de peña tajada hechos a mano, más anchos que los del Cuzco. En las laderas de las montañas que desde la laguna descienden hacia el valle de Aburrá, encontramos numerosas huellas de estructuras adecuadas en terrazas circulares es33 Franchetto, Bruma, D’Olne Campos, Mauricio. Kuikuru: integración cielo y tierra en la economía y en el ritual. Publicado en Etnoastronomías amerindias, Centro Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1987. 34 Restrepo, Roberto. Guión de video, La cabeza de la serpiente, Televisar producciones, Pereira, Colombia, 1995. 35 Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes, Colección de Historia de la Biblioteca Nacional, Tercer Mundo Editores S.A. Santa Fe de Bogotá, 1993.

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Figura 11. Plano de la zona oriental del valle de Aburrá al valle parque Arví. Resalta el camino de la cuesta y las lagunas de Guarne. Plano IGAC, 1961.

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calonadas, sostenidas por muros de contención en piedra, diversos elementos arquitectónicos destruidos, tres picos de la montaña que conforman el cerro Pan de Azúcar, los cuales por su proporción y las construcciones que allí se encuentran parecen elaborados a manera de pirámides, construcciones para el control de las aguas y la erosión, así como tramos de caminos y senderos construidos en piedra tajada y una gran roca tallada con el rostro de mujer (figuras 13,14,15). En conjunto, estos elementos construidos en la montaña del valle en un área de aproximadamente 20 kilómetros

cuadrados muestran una ocupación en esta zona de grandes magnitudes tecnológicas que expresan un profundo conocimiento de la naturaleza, asociados a centros ceremoniales que formaban parte de los poblados construidos por los pueblos prehispánicos.

Edificios antiguos destruidos En el punto donde se dividen los caminos prehispánicos que del valle de Aburrá comunicaban con Guarne y Rionegro, encontramos numerosas huellas de “grandes edificios destruidos” (construcciones en piedra), en un área de aproxi-

Figura 12. Laguna de Guarne situada en la montaña de Zavana (valle de Aburrá).

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madamente 2 kilómetros cuadrados, sobre las cuchillas de montaña que descienden de la laguna al valle (figura16). Estas construcciones integradas a un paisaje concreto corresponden a ciertas condiciones ambientales, ecológicas y meteorológicas y se identifican como punto de referencia para la observación de los astros. Por detrás de esta montaña van apareciendo al amanecer estrellas y constelaciones, así como el sol naciente y demás planetas. Al occidente, frente al valle, reciben el poniente. Parece que se hubiera localizado en esta región un centro ceremonial para la observación de estos fenómenos de la astronomía, íntimamente relacionados con ceremonias de siembra y recolecta. Por su ubicación en un encuentro de caminos, debió servir como lugar de reuniones y de intercambio de productos.

Caminos de peña tajada

Estos caminos son posibles de reconstruir rastreando las huellas de tramos perfectamente bien conservados. Forman parte de la extensa red de caminos que ligaban entre sí las numerosas aldeas de indígenas que habitaron el valle de Aburrá, y estas con todo el territorio colombiano (figura 17). Recordemos lo que dice Sardela, refiriéndose a estos caminos. “é los camynos de peña tajada, hechos a mano más anchos que los del Cuzco, é otros bohíos como a man(er)a de depósytos y el capitá(n) no se atrevío a seguir aquellos camynos por que quyen lo avía fecho devía ser mucha posibilidad de gente”.

Los aspectos astronómicos articulan cierto nivel de referencia en la delimitación de los territorios por las comunidades antiguas. Así, Los kogi conocen la Sierra Nevada como el escenario donde se dieron los grandes eventos de la antigüedad, cada montaña, cada río, cada gran piedra y en general cada accidente geográfico tiene su historia, y esta historia es bien conocida por los mamas, a su vez todos estos lugares corresponden en muchos casos a los templos o moradas de los ancestros de la tribu.

Entre los grupos amerindios, el saber astronómico se halla asociado al corpus mitológico y a las prácticas de organización del trabajo físico e intelectual. Afirma Jorge Arias que, en el oriente colombiano, cada etnia se considera situada en el “centro u ombligo” del mundo; así, las localidades son centro del mundo, y los ríos respectivos son su eje. Encontramos que los relatos de las grandes cosmovisiones de la antigua América hablan de un tiempo cíclico donde ocurren cinco creaciones sucesivas de la vida, cada una como edad o sol.

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Figura 13. Plano topográfico de la montaña oriental del valle de Aburrá, se resalta: el río Medellín, las quebradas Santa Elena y Piedras Blancas, la laguna de Guarne y los cerros El Volador, Nutibara y Pan de Azúcar.

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Muros de piedra en la montaña de pirámide Cerro de Pan de Azúcar. Montaña de pirámide.

Montaña de pirámide en el cerro Pan de Azúcar (valle de Aburrá)

Figura 14, Terraza de muro de contención en piedra conformando la montaña piramidal, contiguo al cerro Pan de Azúcar, valle de Aburrá. Figura 15. Montículos piramidales (sol y luna), cerro Pan de Azúcar, valle de Aburrá, fotografías: Julia Rave.

Caminos más anchos que los del Cuzco y grandes edificios destruidos parecen los hitos que marcaron para los conquistadores la incursión al valle de Aburrá. Estos caminos que encontramos en la montaña de oriente, que suben de Medellín a la laguna de Guarne, a pesar de encontrarse en completo deterioro, conservan tramos considerables de hasta doscientos metros, que dan testimonio sorprendente de las características, especificaciones y tecnología con que fueron construidos: en “piedra tajada”, de una sección entre 6 y 12 metros de ancho, 9 kilómetros de recorrido, bordeado por muros laterales de hasta doce metros de alto. “Adelante se vio un camino antiguo muy grande, y otro por donde contratan con las naciones que

están al oriente y son muchas y muy grandes; las cuales sabemos que las hay mas por fama que por haberlas visto” (Cieza 1553). Este camino se bifurca en el sitio denominado alto de la Virgen. El de la izquierda conduce a la laguna bordeándola como balcón hacia el valle, continúa al municipio de Guarne. El otro comunica con Rionegro y, entre varias ramificaciones, llega al Magdalena Medio. Rastreando las huellas de los caminos prehispánicos encontramos tramos que dan cuenta del camino que comunicaba el valle de Aburrá con Urabá saliendo por 39

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tallada con rostro de hombre. Como en otros mitos de origen americanos, parece simbolizar una relación dual y complementaria de lo masculino y lo femenino, que da inicio a la vida humana.

El cerro Pan de Azúcar

El cerro Pan de Azúcar, ubicado en el corredor del camino prehispánico que une el valle de Aburrá con la laguna de Guarne, forma parte de la cadena de montañas al oriente del valle, posicionado, 100 grados acimut. Se destacan dos cerros o picos que lo preceden a manera de pirámides, 10 grados acimut, hacia el norte, en el eje este-oeste (figura 15). En la vertiente norte de la cuenca de la quebrada Santa Elena, a la derecha del camino prehispánico, se ubica este cerro tutelando el valle de Aburrá. Sorprende la cantidad de huellas de construcciones en piedra en ruinas de la cultura prehispánica que se encuentran en estos tres picos.

Figura 16. Ruinas de construcciones amerindias en el valle de Aburrá. Fotografía: Julia Rave y Juan Felipe Restrepo.

Robledo, San Cristóbal. Se halla una red de caminos a San Pedro, San Jerónimo, Santafé de Antioquia. Hacia el suroccidente del valle, se encuentran huellas del camino prehispánico que comunicaba el valle de Aburrá con el valle sur del río Cauca.

La Galana

De estas huellas de antiguos edificios destruidos se desprende un sendero que conduce a la Galana. Una escultura tallada con rostro de mujer, en una gran roca. Enfrentada, en las montañas del occidente, se encuentra otra similar

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Defino la montaña como pirámide por las características monumentales en su construcción, que aún se evidencian: las proporciones y los aterrazamientos como balcones hacia el valle. Los muros de piedra, cuatro anillos que bordeando el montículo en espiral, continuando en un recorrido de aproximadamente un kilómetro por el cerro. En la cima se encuentra una fosa saqueada, en la que aún se evidencian las paredes en monolitos de hasta tres metros de largo por dos de alto. La cantidad de piedra cortada rectangular diseminada alrededor del cerro; algunas de estas piedras aún se conservan unidas, conformando al parecer muros rectangulares con tallados a manera de zócalos. Por la monumentalidad de las huellas encontradas en estas montañas, al parecer corresponden a construcciones mitológicas dedicadas al culto y a componentes astronómicos de algunos ritos, al ser utilizado este cerro como observatorio de los fenómenos del cosmos por los indígenas.

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Camino de la cuesta. Medellín Laguna de Guarne.

Camino de la cuesta, de Medellín a la laguna de Guarne. Figura 17. Camino prehispánico, comunica el valle de Aburrá con la laguna de Guarne, fotografías Julia Rave Canuela, camino de la cuesta, valle de Aburrá, Medellín, Colombia.

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Llama la atención un gráfico que elaboró Ernesto Avalos para observar el eclipse total de luna en el valle de Aburrá el 26 de septiembre de 1996, en el que esta montaña de pirámide determina el eje de observación (figura 19) Sobre este mismo eje, determinado por la montaña de pirámide, se observaron las constelaciones de Pegaso y Piscis a la izquierda, y Cetus y Acuarius a la derecha de la Luna; sobre este mismo lado, muy cerca de la Luna, se observó el planeta Saturno. Los vestigios encontrados en este cerro son característicos de otras construcciones prehispánicas similares halladas en varios lugares de América. Por ejemplo, Ciudad Perdida en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Las huertas artificiales

En la zona de Piedras Blancas, en las riberas de la quebrada del mismo nombre, encontramos huellas significativas de las huertas artificiales con sistemas de riego, canales de drenaje y muros de piedra que los bordean. Esta zona de Piedras Blancas corresponde al valle de Arvi, buscado por Jorge Robledo por referencias que tenía de los indios como

el lugar de gran producción y mercado. Son una muestra de los métodos indígenas tradicionales de manejo del medio ambiente (figura 19). En la quebrada Piedras Blancas, encontramos huellas de canalización en ambas riberas, con muros de contención de piedra. Es el caño principal o eje de sistemas mayores de drenaje formado por varias canales. Se evidencia en esta zona una organización del territorio muy definida, con abundantes recursos en técnicas arquitectónicas funcionales y precisas; red de servicios públicos excelentes con acueductos, canales y represas, suficiente para abastecer de servicios y comida a una gran población, y una extensa red de caminos para el comercio.

Cementerio indígena en túmulos de piedra

En el camino prehispánico que comunica el cerro El Picacho con el municipio de San Jerónimo, descendiendo las montañas del occidente del valle de Aburrá al valle del río Cauca, se encuentra un cementerio indígena de cúmulos de piedra (figura 21). Las características constructivas del lugar que contiene este cementerio son muy especiales: aproximadamente cien tumbas registradas, ordenadas con jerarquía, con aterrazamientos en muros de piedra. Parece que antes de la conquista los grupos indígenas habían logrado conformar organizaciones sociopolíticas que superaban el ámbito de las comunidades locales, afianzando una identidad étnica y cultural que les permitía el control de la explotación de recursos y el intercambio de productos en extensos territorios.

Figura 18 La Galana, rostro de diosa tallado sobre roca, con más de treinta metros de alto, vigila el valle de Aburrá desde la montaña de oriente. Fotografía: Julia Rave.

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De esto da cuenta la red de caminos en piedra que encontraron los conquistadores a su llegada: “caminos de Peña tajada más anchos que los del Cuzco”. El concepto y manejo del espacio era amplio y suficiente para dar cuenta de la totalidad del espacio.

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Figura 19 Gráfico donde se sitúan el cerro Pan de Azúcar y las constelaciones que aparecen por esta serie de picos, (elaborado por Ernesto Avalos).

Las tierras de la provincia de Cinifaná, del valle de Aburrá y de la altiplanicie de Rionegro fueron habitadas por grupos nutabe, cuyos territorios se extendían desde el río Cauca hasta el río Porce y hasta las laderas que conducen al valle del Magdalena. Los indígenas del valle de Aburrá cultivaban el maíz, la yuca y el algodón; los recursos auríferos muy escasos. La sal fue uno de los principales productos del comercio pre-

hispánico en el actual territorio antioqueño y esta se comercializaba desde el valle del Cauca, pasando por el valle de Aburrá y la altiplanicie de Rionegro, hasta el territorio de los tahamies en el valle del Magdalena, donde no existían fuentes salinas36.

36 Santos, Gustavo, Investigaciones arqueológicas en el Oriente antioqueño. El sitio de Los Salados, Boletín de Antropología, Vol. VI, N.° 20, Universidad de Antioquia, pp. 71-72.

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Huerta artificial en Piedras Blancas.

Figura 21. Cementerio indígena en cúmulos de piedra, situado en Poleal, sobre el camino prehispánico que comunicaba del valle de Aburrá a Santa Fe de Antioquia (fotografía: Julia Rave).

y La Iguaná, marcan el eje este-oeste. Estos dos ejes determinan un lugar en el valle, como punto centro o unificador.

Montaña occidental

Figura 20. Huertas artificiales construidas por los hombres prehispánicos en Piedras Blancas, valle de Aburrá (fotografía: Julia Rave).

Conclusiones

No hay duda de que a la llegada de los conquistadores, el valle de Aburrá estaba habitado por un número considerable de indígenas que ocupaban las montañas y los piedemontes de las mismas. El río Medellín, que marca el eje norte-sur del valle, era utilizado por las comunidades indígenas como eje ordenador del espacio: en las montañas del occidente se situaban las viviendas; en las de oriente, estaba el centro ceremonial. Los cerros Nutibara y El Volador, ubicados en el centro del valle y la confluencia de las quebradas Santa Elena

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Las montañas ubicadas al occidente del valle de Aburrá estaban ocupadas por las comunidades indígenas desde San Antonio de Prado, al suroccidente, pasando por Itagüí, Guayabal, Belén, Robledo, Niquía y Copacabana, al noroccidente. El cerro Quitasol, ubicado al norte del valle como remate de las montañas occidentales, conforma un límite espacial en los términos del valle de Aburrá; allí se ubicó un poblado numeroso gobernado por el cacique Niquío (figura 5). Definimos esta situación particular en el valle de Aburrá a partir de tres partes de la investigación: las referencias sacadas de los relatos de conquistadores y colonos; las condiciones morfológicas, geográficas y climáticas del valle de Aburrá, referidas a las lecturas del cosmos; y las investigaciones arqueológicas y antropológicas sobre las comunidades indígenas, prehispánicas y las que actualmente habitan la zona andina, que permiten establecer relaciones en las formas de construcción de su hábitat.

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Los cerros El Volador y Nutibara conforman un conjunto espacial de zona de vivienda y centros ceremoniales en el valle de Aburrá prehispánico determinado a la margen derecha del río Medellín, asociado a las formas de habitar que encontramos en las investigaciones realizadas a comunidades indígenas en la zona andina. Se puede advertir una similitud en la construcción de las viviendas con las de algunos grupos indígenas como los muiscas, que conservaron un modo de organización altamente jerarquizado y cuya cúspide fue la institución sacerdotal. En la actualidad es posible ubicar grupos de similares características como los kogui y los u’wa (Reichel Dolmatoff, 1975, y Osborn, 1995).

espacial de plataformas artificiales, similar a las que los indígenas prehispánicos utilizaron en la construcción de sus poblados en toda la zona andina. Superando la cota 1.800 en las montañas del occidente del valle y en la zona de Piedras Blancas, a orillas de la quebrada del mismo nombre, encontramos huellas de los muros de contención en piedra, que sostienen los terráceos. En la zona andina, son comunes las viviendas sobre terrazas artificiales, construidas en las cuchillas de las montañas con muros de contención, acomodando el relleno hasta formar una superficie plana.

Al respecto escribe Juan Mayr sobre los kogui, “Generalmente cada valle tienen 2 o 3 tipos de poblados: los centros ceremoniales, los centros sociales con el mayor número de bohíos en todo el valle y algunas pequeñas agrupaciones de bohíos”37.

A la llegada de los españoles, la Sierra Nevada de Santa Marta estaba habitada por los taironas, cuya densa población se concentraba en los climas cálido y templado. En la vertiente norte se han identificado más de 200 sitios arqueológicos correspondientes a dicha cultura.

La zona occidental del valle, ocupada por las comunidades prehispánicas, fue definida por Juan Mayr como la que corresponde a los “centros sociales” donde se acomodó el mayor número de viviendas. Esta zona se encuentra en la actualidad totalmente ocupada por el desarrollo urbano del área metropolitana, sobrepasando en algunos tramos la cota 1.800. Por esta razón, las huellas arquitectónicas de la construcción del hábitat prehispánico desaparecieron casi en su totalidad. “Tienen sus pueblos extendidos y derramados por aquellas sierras, las casas juntas de diez en diez y de quince en quince, en algunas partes mas y en otras menos”38 (Pedro Cieza de León, 1550), Revista Banco de la República.

Sus descendientes los koguis, ijkas y sankás, sobreviven actualmente conservando algunas pautas de manejo ambiental, a pesar de haber sido replegados por la colonización a alturas superiores. “Los indígenas kogui actuales aún tienen poblados de carácter ceremonial y social. Cada familia puede poseer además varias viviendas distribuidas en diferentes pisos térmicos, como una forma de aprovechar la gran diversidad de productos de su medio”.

A pesar de la desaparición de casi todas las construcciones prehispánicas en esta zona, permanece la secuencia 37 Mayr, Juan. Contribución a la astronomía de los Kogui. Etnoastronomías americanas, Centro editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1987. 38 Cieza de León, Pedro, [1550], La Crónica del Perú. Revista Banco de la República, Bogotá, 1987.

En la región Calima, sobre la cordillera occidental, existen rastros de antiguas culturas que transformaron el paisaje para adecuarlo a sus necesidades agrícolas y de vivienda. Una densa red de caminos unía entre sí las viviendas, construidas sobre terrazas artificiales. La población zenú vivía en aldeas de unos 600 habitantes o en asentamientos lineales a lo largo de los caños secundarios. Las casas estaban sobre plataformas artificiales alargadas, con túmulos funerarios en los extre45

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La montaña oriental del valle de Aburrá

Vista desde el valle en los piedemontes occidentales, esta formación montañosa, orientada sur-norte, sirve como punto de referencia para la observación de los astros. Por detrás de estos cerros aparecen el sol naciente, las estrellas y constelaciones, y los planetas; en la tarde, los golpea el poniente.

Esta montaña escarpada, ubicada al oriente del valle, parece que fue el soporte y escenario de los principales eventos de la época mítica para los antiguos amerindios que habitaron el valle de Aburrá (figuras 6 y 10).

La laguna, los caminos de “piedra tajada”, los cerros bordeados en muros de piedra, las cámaras funerarias afectadas por la guaquería y las construcciones de muros en

mos (Pedro Cieza de León, 1550). Revista Banco de la República.

Figura 22. Plano topográfico de la montaña de Zavana, en el valle de Aburrá, se ubica el cerro Pan de Azúcar, la laguna de Guarne y el camino prehispánico.

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piedra desmoronados, los edificios antiguos destruidos, la piedra La Galana, que se encuentran en esta montaña, son una muestra singular no solo de la arquitectura y del manejo espacial del territorio indígena, sino también del

pensamiento mitológico de las sociedades indígenas de esa época, expresado en su tecnología, creencias y costumbres funerarias, asociadas a las expresiones culturales de las comunidades indígenas americanas.

Figura 23. Plano corográfico prehispánico de la montaña de Zavana. En el valle de Aburrá (laguna de Guarne, cerro Pan de Azúcar, piedra La Galana, terrazas y caminos).

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El nacimiento de las quebradas Santa Elena y Piedras Blancas unidas a la laguna de Guarne y la presencia de las pirámides sagradas que conforman el cerro Pan de Azúcar. Todos estos elementos indican que en esta montaña, se ubicaron los centros ceremoniales y el observatorio astronómico, construidos por las comunidades prehispánicas en las cotas más altas al oriente de cada poblado. Correspondería en este caso al grupo de los nutabes, pueblo de los aburráes. El valle de Aburrá, a la llegada de los conquistadores, era llamado por los indígenas valle de Avurrá: Llamábanle de tal suerte porque le habitaba la tribu de los aburraes, tributarios del cacique Nutibara, quien señoreaba desde la serranía de Abibe hasta el río Cauca y tenía su sede en Guaca, en los términos de lo que al presente es Dabeiba, sujetando bajo su mando el pueblo aborigen más adelantado y fuerte de Antioquia, él mas numeroso y rico en minas y cultivos”39.

39 Ospina, E. Livardo, óp. cit.

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así la sucesión de las diferentes culturas que intervinieron sobre el mismo territorio. En el capítulo anterior, se registran los lugares arqueológicos en las montañas que conforman el valle de Aburrá y en las mesetas de San Nicolás de Rionegro y Santa Rosa de Osos como balcones hacia el valle. Estas huellas dan cuenta del manejo que del espacio hicieron las comunidades prehispánicas que habitaron estas tierras. La ocupación del territorio, mirado desde las montañas hacia el valle, permite percibirlo casi en su totalidad y de manera diferente a la percepción que en fragmentos obtenemos hoy en día con la ocupación del valle a partir de la colonia. Aquí se reconocen dos modelos territoriales plasmados sobre el mismo lugar, que corresponden a dos concepciones del mundo totalmente diferentes:

CAPÍTULO 2 TRADICIÓN El modelo territorial Este capítulo trata de identificar las características de la arquitectura y el modelo territorial prehispánico en el valle de Aburrá, orientado al estudio de adaptación al medio natural que lo circunda, al sentido simbólico y a la relación cosmológica que orientó el pensamiento del hombre prehispánico. Interesan las intervenciones espaciales que determinan la sedimentación de todas las culturas prehispánicas en el valle de Aburrá y su entorno en el momento de la conquista. Los estudios realizados por arqueólogos y antropólogos sobre la cultura prehispánica son una referencia importante que aporta elementos de ubicación espacial y las características sociales de habitabilidad. La historia interesa solo como límite entre la cultura prehispánica y la colonial; no

Cultura amerindia

El modelo territorial plasmado en el universo físico corresponde a una filosofía de la cultura con el cual el hombre expresó exteriormente su mundo interior. Partiendo de una profunda unidad entre pensamiento y acción, las antiguas culturas americanas utilizaron en forma interrelacionada la cosmovisión: ciencia, arte y tecnología para construir el hábitat. De la unión de este proceso de acción y conocimiento, representado en los símbolos, surge la imagen de los mitos. La cosmología, en un constante discurso sobre la naturaleza, la cultura, la muerte y la reencarnación, articula cierto nivel de referencia en la delimitación del territorio. El “orden” universal es plasmado sobre el territorio: “en cada montaña, cada río, cada gran piedra y, en general cada accidente geográfico, son reconocidos como escenarios, donde se dieron los grandes eventos de la antigüedad”.40 40 Mayr, Juan. Contribución a la astronomía de los Kogui, Congreso de Americanistas, Ediciones de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1987.

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Cultura occidental

El modelo urbano aplicado por los colonos españoles en el valle de Aburrá obedece a un conjunto de disposiciones, como modelo común impuesto en la fundación de ciudades, haciendo abstracción de las características geográficas y ambientales del territorio. En la elección del lugar, era importante tener un espacio plano donde acomodar la retícula ortogonal de ocho manzanas de lado. Esto explica por qué las montañas en el valle de Aburrá no fueron de interés en el desarrollo de la trama urbana colonial. Esto permite reconocer hoy la cultura prehispánica a través de una huella significativa.

De la filosofía

Comprender las relaciones cosmológicas que establecieron las comunidades prehispánicas que habitaron el valle de Aburrá, como escenario donde se dieron los eventos de la antigüedad, y entender el mito que conlleva la construcción de su hábitat, a partir del reconocimiento y reconstrucción de las huellas que aún se conservan, requiere un conocimiento previo de la ciencia astronómica y de la filosofía del pensamiento occidental para explicar los mismos fenómenos contemplados desde el mismo punto topográfico de observación del indígena prehispánico.

De la filosofía amerindia

Desde el pensamiento filosófico occidental, es posible asociar la cultura amerindia a la definición con la que Hegel determina el arte de lo simbólico. Este análisis se desarrolla al interpretar los vestigios arqueológicos existentes. Por el método analógico con otras culturas, permite asumir definiciones en esta búsqueda sobre el pensamiento arquitectónico de la prehispanidad. Si la arquitectura define al sujeto en relación con los demás, la arquitectura no solo representa las relaciones sino que las establece. Desde este principio se pretende extraer de la materia la espiritualización que yace escondida. Se habla de la arquitectura unitaria, de una cosmovisión que unifica su

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visión del mundo, donde “siempre está presente la relación o perfecta mediación del significado como de lo interno y su configuración en lo externo y lo aparente”41. Desde nuestra propia experiencia, al captar y apreciar el espacio exterior objetivado, representado en los vestigios existentes en el valle de Aburrá, se intenta lograr un entendimiento subjetivo que permita determinar una filosofía de este espacio, de cómo se desarrolló un quehacer sociocultural para establecer una relación directa con el mundo y el espacio físico-real. Al definir la cultura arquitectónica de la prehispanidad como de lo simbólico, estamos apoyándonos en el pensador Hegel cuando al teorizar sobre las artes, en particular la arquitectura y la escultura, realiza una tripartición en términos generales entre lo simbólico, lo clásico y lo romántico. Se encuentra gran similitud del pensamiento de las artes, específicamente la arquitectura prehispánica, con el espíritu de las artes griegas, representadas según Hegel como el de la forma simbólica, de la misma manera asimilo a la cultura de la colonización española, la representación que hace Hegel al arte de los cristianos como de lo romántico. Define Hegel la primera fase de la actividad humana en la vida comunitaria ya exteriormente civilizada como la etapa que corresponde a la época en que lo simbólico se impone en las construcciones de grandes dimensiones. “Como expresión particular, esta comunidad primitiva eleva a arte distintivo la arquitectura”, donde la materia es el principio que orienta sus tareas y da origen a su existencia. Los egipcios, los indios y los restantes pueblos del Medio Oriente han preferido esta manifestación artística; puede afirmarse que ella facilitó el tránsito de lo natural y sensible a lo subjetivo y humano. La expresión de la actividad humana prehispánica en el valle de Aburrá es asimilada a la que expone Hegel como lo 41 Hegel, Georg. Estética 6. El sistema de las artes particulares. La arquitectura y la escultura. Traducción de Alfredo Llanos y Ofelia Menga, 1985, Ediciones Siglo Veinte. Tomada de la segunda edición alemana de 1842.

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Figura 24. Monolitos zoomorfos tallados in situ. Se ubican en la montaña al oriente del valle de Aburrá. Fotografías: Julia Rave.

simbólico. Por el maravilloso manejo del territorio, el equilibrio de la forma con sus materiales que exalta lo divino, “es un salto afirmativo de la personalidad asentada necesariamente en lo subjetivo”42. La arquitectura prehispánica en América fue topocéntrica, vinculada al lugar de recepción, según sus particularidades,

y al sistema referencial cosmológico, pero siempre vinculadas al lugar y a la comunidad donde el culto a la muerte y la divinidad están presentes, ya que representan preocupaciones unidas al destino humano. Tal parece que su escenario era el mundo de su ciudad y las regiones adyacentes: “desde una observación topocéntrica, los amerindios han desarrollado varios conceptos astronómicos”43.

42 Llano, Alfredo, en introducción a Georg Hegel, óp. cit.

43 Hegel, Georg, óp. cit.

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Las obras monumentales que encontramos en el valle de Aburrá obedecen a las intervenciones realizadas con la piedra sobre la naturaleza de la topografía, el paisaje y las relaciones cosmológicas, las cuales cumplían una finalidad ritual, comparable con la de las pirámides de la cultura mesoamericana y de Egipto, a diferencia de estas, el estilo aquí es la abstracción superior de lo bello; se limita a la reproducción de lo existente, respecto de las representaciones y manifestaciones de lo dado. La materia es el principio que orienta sus tareas y da origen a su existencia; es la solemnidad de la materia a través de la religiosidad cósmica, el descubrimiento de lo sagrado manifestado a través de la sustancia. Encontramos también construcciones subterráneas y enormes laberintos, réplicas de las erigidas en la superficie, que tenían un sentido mítico posible de indicar el itinerario que debía seguir el alma después de la muerte, de acuerdo con las creencias indígenas, rastreando el dios en la naturaleza y en la propia conciencia. Dar vida a la materia a través de los símbolos y los significados. Este tipo de entierros de carácter monumental se han encontrado en el valle en los cerros Nutibara y El Volador; uno en el parque de Arvi. Un cementerio de características muy singulares se ubica en el camino prehispánico que comunicaba el valle de Aburrá con el valle del río Cauca, entre San Pedro y San Jerónimo. Se trata de un cementerio de cúmulos de piedra en un terreno de aproximadamente cincuenta hectáreas, ordenado jerárquicamente con muros de piedra, los cuales involucran la quebrada con una fuerte cascada, dándole significado al territorio natural, representando una arquitectura auténticamente simbólica, donde se mezcla la vida de la naturaleza con pensamientos de la realidad espiritual mitológica. Hegel define el arte simbólico como el creador de una escultura bella, libre y coherente consigo mismo, indócil, empero a las formas sensibles que

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diferencian al cristianismo. Las divinidades helénicas reivindicaban la grandeza humana y su escenario era el mundo de su ciudad y la región adyacente (1)

El nuevo Dios para los cristianos, a los que define como de arte romántico, tiene, en apariencia, una misión soteriológica para un reino ignoto. La escultura prehispánica existente en el valle de Aburrá está representada en su más grande expresión en una roca de aproximadamente treinta metros de altura, en la que al parecer está tallado el rostro de una mujer, ubicada en la montaña oriental, llamada La Galana. Por referencias de trasmisión oral de campesinos que han habitado la zona, dicen que en el cerro del Padre Amaya, en las montañas del occidente y en línea recta que pasa por el cerro El Volador, enfrentada a la Galana, hay otra roca en la que está tallado el rostro masculino, con las mismas características de La Galana. A esa roca le denominan El Galán. La realidad de la existencia de esta escultura de El Galán no está confirmada, ya que ha sido imposible registrarla por lo agreste de la montaña. La vivienda, modesta en exceso, está asentada sobre anillos circulares conformados por muros de piedra, acomodada siguiendo las cotas del terreno, ubicadas en las cuchillas de las montañas occidentales y en el piedemonte de las mismas. Sin embargo, la casa cumple un papel de centro ordenador; es un reflejo del orden mayor, donde están contenidos los principios básicos de la cosmovisión. Parece como si toda la espacialidad que encontramos en el valle de Aburrá, y que corresponde a las comunidades prehispánicas, estuviera orientada a embellecer la ciudad y a enaltecer su religión mitológica, donde el espíritu parece superado por la materia. Es una definición del arte de lo simbólico donde el espíritu intentaba abrirse camino a través de la oscura pesadez de la piedra y para quien semejante elemento manifestaba un poder sagrado.

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De la filosofía de la colonia

Este pensamiento se presenta como contraposición al pensamiento de lo simbólico. El del arte español, asumido como el arte romántico, según Hegel, intenta subrayar el aspecto subjetivo de la personalidad, es decir, pone el centro sobre lo que considera el espíritu, el alma con todas sus connotaciones religiosas. Este hecho provocó un desequilibrio muy agudo entre la forma y el contenido, y el peso recae sobre este último. Su subjetividad asume las formas más extrañas, no responde sólo a una fe que quiere expandirse por todas partes y toma por asalto la conciencia del creyente. Una de sus aristas tragicómicas está representada por las aventuras de la caballería andante, reflejo de un mundo poseído por la neurosis de la abnegación, la defensa de los débiles y la protección de los desposeídos, víctimas de un orden suprasensible44. Es la exacerbación del ánimo del cruzado que ahora se apodera de una nueva quimera: establece por su mano la justicia del más acá postergada siempre para una instancia superior. El arte romántico, que pretendió huir de lo sensible hacia la altura, quedó prisionero de lo terreno. No pudo sostener su concepción del mundo por haberse desligado del fundamento humano y sensible que yace en el contenido clásico45.

El modelo urbano aplicado por los colonos europeos en el valle de Aburrá obedece al urbanismo hispanoamericano. Es un conjunto de disposiciones bajo el título de “orden que ha de tener en descubrir y poblar”, transcripción de las ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación de las indias, dadas por Felipe II el 13 de julio de 1573, en el bosque de Segovia (según el original que se conserva en el archivo general de Indias de Sevilla), conocidas como las ordenanzas

44 BID, 47. 45 Hegel, Georg, óp. cit.

de poblaciones, destinadas a las colonias Españolas en América46.

Por capitulación o por comisión de igual manera, la conquista culminaba con la fundación de ciudades. El orden que habían de tener estas ciudades se basaba en la imposición de un modelo común, haciendo abstracción de las características geográficas y ambientales del lugar, y desconociendo la cosmogonía indígena que orientó el pensamiento del hombre nativo en la construcción de su territorio. Aquí el hombre, la naturaleza y el espíritu van separados.

El signo y el lenguaje en la arquitectura prehispánica

Aplicamos, con criterio filosófico, el pensamiento arquitectónico de una cultura que dejó de habitar este lugar hace por lo menos quinientos años y muy poco se nos ha transmitido de su existencia. Sin embargo, los escasos estudios realizados sobre las comunidades amerindias en los últimos cincuenta años, acelerado en la última década, muestran que en las sociedades aborígenes “existen astronomías y calendarios, entre las bandas nómadas de cazadores y recolectores, como las hay entre grupos hortícolas y agrícolas, los cuales correlacionan ciertos fenómenos cíclicos con presencia o ausencias de fenómenos celestes”47. Este pensamiento de la cosmología es un sistema de referencias de aspectos organizativos vitales para el mantenimiento de una sociedad dada, la definición de las fuerzas en juego, las reglas que rigen las jerarquías y las interrelaciones, así como las preguntas básicas que suscitan estas formas, plasmadas como un gran sistema. Se trata de comprender la relación entre la vida y la muerte, lo masculino y lo femenino, la materia y la energía y el espíritu. 46 Salcedo Salcedo, Jaime. Urbanismo hispanoamericano, siglos XVI, XVII, XVIII. Centro editorial Javeriano, Santafé de Bogotá, 1994. 47 Arias de Greiff, Jorge y Elizabeth Reichel D. (Comp.). Etnoastronomías americanas, Ediciones de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1987.

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En el pensamiento amerindio, el orden universal y el personal se relacionan íntimamente. Esta concepción cosmológica del hombre le proporciona un profundo sentimiento de su armonía con la naturaleza. El hombre se encuentra a sí mismo en perfecto equilibrio con la naturaleza. Este desarrollo cultural logrado por los amerindios en el momento de la conquista estaba compuesto de un universo simbólico donde el lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo. Corresponde el desarrollo cultural de estas comunidades a las definiciones con las que Cassirer nos presenta al hombre desarrollado culturalmente, como “un animal simbólico”48, en lugar de definirlo como un animal racional. Para Cassirer el lenguaje, el mito el arte y la religión son los diversos hilos que tejen la complicada urdimbre de la experiencia humana. Todo progreso y experiencia afina y refuerza esta red.

El mito

Para las comunidades antiguas, el mito designa una “historia verdadera” de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa. Mircea Eliade define el mito, en las sociedades primitivas, como el que tiene o ha tenido hasta los últimos tiempos “vida”, en el sentido de proporcionar modelos a la conducta humana y conferir por eso mismo significación y valor a la existencia. El mito trata los orígenes del mundo. Sus protagonistas son seres divinos, sobrenaturales, celestes o astrales. No se puede cumplir un ritual si no se conoce el “origen”, es decir, el mito que cuenta cómo ha sido efectuado. El mito cuenta una historia sagrada, el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea esta la realidad total, el cosmos, o solamente un fragmento. Es, pues, siempre el relato de una “creación”, se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser. Los personajes de los mitos son 48 Cassirer, Ernst. Antropología filosófica, traducción revisada de Eugenio Imaz, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1945, p. 55.

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seres sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo prestigioso de los “comienzos”. Los mitos revelan, pues, la actividad creadora y desvelan la sacralidad (o simplemente la sobrenaturalidad) de sus obras. En suma, los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo sobrenatural) en el mundo49.

Herland Nordenskiöld ha referido algunos ejemplos de los indios kuna. Según sus creencias, el cazador afortunado es el que conoce el origen de la caza. Y si llega a domesticar a ciertos animales es porque los magos conocen el secreto de su creación. Igualmente es capaz de tener en la mano un hierro al rojo o de coger serpientes venenosas a condición de conocer el origen del fuego y de las serpientes50. Estas relaciones míticas se expresan en el lenguaje a través de metáforas y manejos simbólicos que construyen y reflejan los universos. En un constante discurso sobre la naturaleza, la cultura, la muerte y la reencarnación, entre el reciclaje de la biomasa y las sucesiones espirituales, así como sobre la jerarquía política entre grupos, generaciones y los géneros.

Espacio y tiempo. Unidad cíclica y relativa

Los aztecas, y antes de estos los mayas, implicaban una teoría cíclica: la creencia de que la catástrofe estará seguida de una nueva creación, la creencia en una regeneración universal afectada sin cataclismos (en este proceso de regeneración solo perecerán los pecadores). Por ello se habla de cinco creaciones del sol sucesivas, que se sucederán al respecto con otras unidades de cinco en tiempos y espacios mayores, permitiendo una constante experiencia de todos los seres vivos que nacen mueren y renacen para cumplir uno de los objetivos básicos del existir: la sabiduría del ser y el estar en el mundo, aprendiendo a recrearlo desde el caos al orden, desde la soledad al diálogo, desde lo individual al 49 Eliade, Mircea. Mito y realidad, Editorial Labor, S. A., Mexico, 1994. 50 Nordenskiöld Erland. La conception de L’âme chez les indiens Cuna de L’Istme de Panama, Revista del Instituto de etnología, Tucumán, Vol. II, 1932 (citado por Mircea Eliade).

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lo personal, desde el ayni al minca. El ayni como filosofía (hoy por ti mañana por otro) y el minca como acción es el trabajo comunitario. Estas cinco creaciones del sol, con las que las comunidades amerindias recrean el universo, las explica el antropólogo Roberto Restrepo: La primera creación fue la del “sol del viento”, pues su destrucción se dio por la furia de este elemento que en forma de huracanes barrió la tierra. La segunda, “sol del fuego”, pues la humanidad fue destruida por los volcanes, cuando su experiencia fue insuficiente para mantener el orden; la tercera se denominó el “sol de la tierra”, cuando numerosos terremotos enterraron la vida y con ella a los seres humanos; la cuarta se conoció como “el sol del agua”, pues esta vez fueron los diluvios incontenibles los que sepultaron bajo mares. Ahora estamos en el llamado “sol del movimiento”, punto central de los cuatro grandes rumbos del universo, donde se resumen los elementos y la experiencia de un ciclo mayor51.

Una primera generación había sido destruida por alimañas o jaguares. Otra por huracanes o viento. Otra por erupciones volcánicas o fuego. Otra por diluvios de agua. Cada edad había tenido un Sol.

Astronomías amerindias

Los investigadores de la cultura amerindia coinciden en que los antiguos americanos pensaban que el universo tiene una forma primigenia definida, un “esqueleto estructural, que por espejo y reflejo organiza cualquier manifestación de la vida en cualquiera de los múltiples aspectos y niveles en que se expresa”52. Se refiere el antropólogo Roberto Restrepo, a la “cruz multidimensional”, concebida para dividir el espacio-tiempo en un sentido vertical, horizontal y diagonal, como estructura global del universo. 51 Restrepo A., Roberto A. La visión del mundo andino, escritos inéditos, 1998. 52 Restrepo, Roberto A. Cosmovisión y pensamiento americano, Escritos inéditos, 1998.

Estructura global del universo andino La cruz multidimensional

El hombre primitivo, a partir de la observación del cosmos y de la naturaleza, se dio cuenta que existía una disciplina en el tiempo y un orden el espacio celeste inalcanzable y que las estrellas todas parecían girar en torno a un grupo de ellas, que semejaban un ave con las alas desplegadas o un humano con los brazos extendidos: La Cruz del Sur, el eje celeste del hemisferio austral donde vivimos53.

La Cruz del Sur fue el modelo asumido por el hombre amerindio como estructura del universo. En el sentido vertical, organiza el espacio-tiempo en tres niveles complementarios y relativos: el Hanan Paccha o Mundo de arriba, el Kay Paccha o Mundo medio y el Ucku Paccha, Mundo de abajo o inframundo. El Hanan Paccha es el mundo celeste por excelencia. Los sistemas astronómicos amerindios articulan su visión de la reproducción en ciertos elementos. Sol, luna, planetas, vía láctea, estrellas, manchas oscuras, arco iris, auroras, son parte del lenguaje cosmológico en que se utilizan los cielos como modelo de organización de la vida humana. Todo lo que existe en la cultura amerindia es masculino y femenino a la vez, pero cada ser se expresa mayormente en un sentido o el otro. El sol, preponderantemente masculino, representa el día, la luz dorada; es cálido y racional, lugar y momento de la expansión. Esta expansión plena se da a medio día cuando el sol esta en el cenit. Los símbolos del sol son el color amarillo; el ave solar es el cóndor, el quetzal o el águila. El Ucku Paccha o mundo de abajo es el inframundo, abdomen de la Paccha Mama, útero terrestre, preponderantemente femenino, donde existen las semillas de todo lo viviente. Actúa como soporte vital, lugar de las aguas profundas y, por reflejo de la luna y las estrellas, representa 53 Milla Villena, Carlos, Genésis de la cultura andina, Fondo Editorial CAP Colección Bienal, Colegio de Arquitectos del Perú, 1983.

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la noche, la luz plata, la penumbra fresca, cuyos símbolos son la serpiente, sus animales asociados y el color rojo. Es intuitivo y creativo, lugar y momento de la contracción cuya expresión plena se da a media noche, cuando la luna está en el cenit. En el Ucku Paccha, activo interiormente y pasivo físicamente, se forman las semillas de la vida donde la experiencia de vida se recrea íntimamente por introspección. El Kay Paccha es el Mundo medio o Mundo de la forma, producto de la unión de los otros dos mundos mediante la fertilización de la semilla por el semen solar transportado por el agua. Corresponde al mundo en que vivimos organizados en tres familias: la comunidad humana, la comunidad natural y la comunidad de las deidades, que son hermanas y complementarias. La razón de ser de este mundo es permitir a la comunidad humana una recreación permanente de los mundos Hanan y Ucku mediante una relación fecunda a través del diálogo y la reciprocidad con las otras dos comunidades (la natural y la de las deidades), posibilitando la adquisición de la sabiduría, comprensión profunda de la propia dualidad y complementariedad, de la posibilidad de ser en el hacer, equilibrio logrado por el bien común y trabajo comunitario. Sus símbolos son el color azul y el felino, principalmente el jaguar, cuya piel representa al universo, el día y la noche, la dualidad complementaria del mundo (figura 25). La representación de los tres mundos a través de los símbolos la encontramos en la imagen de la “serpiente-felinoemplumada”. Se representa aquí el diálogo y la reciprocidad. Es un cosmos donde cada paso se da comunitariamente y nada se alcanza si no es por lo que todos alcanzan complementriamente. El espacio-tiempo, visto por los amerindios como un engranaje vertical de niveles, se proyecta al plano horizontal en cuatro territorios, los cuales se estructuran entre los espacios de los ejes de la cruz y el eje de diagonales, que toman la salida del sol como eje básico y los movimientos aparentes del astro hacia los ejes extremos de los sols-

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Figura 25. Expresión del cosmos indígena amerindio. Un cóndor rodeado de serpientes reúne los dos mundos extremos: el de arriba y el de abajo o inframundo. (Pieza de la cultura Tumaco).

ticios; cuatro diagonales que señalan los ejes diagonales de orientación celeste, además de las cuatro direcciones cardinales. En el plano horizontal, estos ejes parecen estar ligados a la espacialidad, mientras que el eje vertical está ligado a la temporalidad. Los cuatro territorios que se conforman en el plano horizontal, o mundo de la forma, señalan los cuatro rumbos del universo, adoptando el apelativo de “suyu: antisuyu, región comprendida entre el sureste/noreste; chinchay suyu, región comprendida entre el noreste/noroeste; colla suyu, región comprendida entre el sureste/suroeste, y cunti suyu, región comprendida entre el noroeste/suroeste”54. Esta relación espaciotemporal se establece en la relación y complementaridad como espejo y reflejo entre los tres mundos y los cuatro rumbos del universo. Podemos encontrarla de esta manera en la vivienda, el templo o el territorio. Las categorías clasificatorias que reflejan estos ni54 Lozano Castro, Alfredo. Concepción cultural de la ciudad andina, Centro de Investigación Urbana y Arquitectura Andina, Madrid, 1992.

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veles y su proyección son de instancia cognitiva ecológica, sociopolítica, económica y filosófica. Desde una visión topocéntrica, los amerindios desarrollaron estos conceptos del universo. Desde un lugar llamado kay chaupi, (aquí/ahora), siempre como “centro del universo”, cada grupo ve y entiende la unión de los mundos Hanan y Ucku. El cosmos es plasmado en el territorio como expresión de una sociedad. Las relaciones opuestas, por tanto complementarias del Hanan y el Ucku, son el reflejo de la sociedad, que es el reflejo del cosmos. Con un concepto similar al que maneja hoy la geometría fractal, la cruz se desarrolla en un sistema proporcional geométrico y aritmético. Por espejo y reflejo, se conforma una estructura cruciforme tridimensional creciente y decreciente.

El sistema proporcional del universo amerindio

En el sistema proporcional amerindio en el sentido horizontal, la cruz organiza el espacio-tiempo en cuatro territorios. El círculo, el cuadrado y la diagonal del cuadrado √2. Son los elementos que intervienen en una serie infinita de mandalas y diseños del territorio. En la figura 26, la cruz del sur se construye geométricamente dividiendo la circunferencia en doce arcos; la unión de los puntos intermedios de los cuadrantes con los opuestos conforma la cruz cuadrada. Las diagonales del cuadrado central corresponden a los ejes norte-sur y este-oeste. El crecimiento armónico y sistémico se produce en todos los sentidos. En la figura 27 vemos cuatro posibilidades de crecimiento armónico de la cruz andina; en la figura 28, presentamos el diseño de cinco discos, de culturas antiguas en Nariño, Colombia, datadas de 700 d. C. a 1.250 d. C. En las tres figuras de la derecha, encontramos el dibujo de la cruz y las diagonales a 45º, que marcan los cuatro rumbos de expansión del universo (figura 26). Esta concepción y representación plana de la Tierra y su ubicación dentro del modelo cósmico es común a muchos grupos indígenas americanos. Las culturas donde se ha podido estudiar con más detenimiento este modelo cósmico

Figura 26. Sistema proporcional del universo amerindio en el plano horizontal. (Elaboración: Julia Rave A. Dibujo Reina Correa G.).

son la azteca y maya en Mesoamérica y la inca en los Andes. En los estudios sobre las comunidades indígenas en Colombia, Faust (1986), Dolmatoff (1990) presentan esta relación que origina una oposición entre arriba y abajo o entre los mundos de arriba y los mundos de abajo, que se oponen como dos mitades inversas separadas por el plano del mundo terrenal. Esta interacción entre los elementos que configuran las ideas del universo en el mundo andino y las respectivas orientaciones se pueden deducir del mapa cosmográfico de Santacruz Pachacuti (figura 30). La oposición se asocia al equilibrio entre las partes, que lleva a la unidad. La Tierra refleja y absorbe la luz del sol y de otros cuerpos luminosos, porque no tiene luz propia. Cada hemisferio en sí mismo tiene dos partes opuestas relacionadas con el sol y la luna, como la luz y la oscuridad, 57

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Figura 27. Mandala. Crecimiento armónico de la Cruz del Sur. Sistema proporcional plasmado en la arquitectura, la escultura y el territorio amerindio.

Figura 29. Sistema proporcional cosmográfico la Cruz del Sur, plasmado en la arquitectura, la escultura y el territorio amerindio.

Figura 28. Discos de la cultura Nariño. Los tres de la derecha tienen grabados la Cruz del Sur.

el día y la noche, o el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Estudios paralelos realizados a los poblados amerindios de Teotihuacán en Mesoamérica y Tiwanaco en los Andes coinciden en las características similares en el ordenamiento espacio-temporal. Como espejo del orden cósmico, cada una se estructura en un sistema de cruz vertical y horizontal. Parten de

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dos avenidas principales como ejes norte-sur y este-oeste que dividen la ciudad en cuatro grandes barrios y organizan al estado en cuatro territorio. En sentido vertical construyen las pirámides que representen el “mundo de arriba”, como son la del sol y la luna en Teotihuacán y el Akapana en Tiwanaco. El “mundo medio” está simbolizado en Teotihuacán por la gran avenida principal, de norte a sur y las construcciones aledañas. En Tiwanaco por el Kalasasaya, la avenida este-oeste y sus estructuras asociadas. “El mundo de abajo” se refleja en la ciudadela de Teotihuacán y el templete semisubterráneo de Tiwanaco, ambos espacios excavados por debajo del nivel medio, representando el inframundo o abdomen terrestre55.

Encontramos igualmente que la selección del lugar para la fundación de los poblados comparten señales similares: en Teotihuacán es la confluencia de dos ríos, el San Juan y el San Lorenzo, unidos a un lago importante y la presencia de cuatro cerros sagrados. Una situación similar se dará en los poblados andinos de Cusco y Machu-Picchu, igualmente en Tiwanaco, centro de los Andes, construida en las cercanías del lago Titicaca y del río Desagüero. 55 Restrepo Arcila, Roberto. Cosmovisión y pensamiento americano, Escritos inéditos, 1998.

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Los indígenas actuales utilizan ciertos objetos de su cultura material como guías nemotécnicas para el control de secuencias temporales. Estos objetos van desde pequeños bastones, discos grabados (kogui) y cruces (quechua) hasta grandes estructuras como la maloca misma (tanimuKa, yukuma, cubeo) o la arquitectura monumental de templos y pirámides, como los medios para observación astronómica en las montañas y piedras alineadas (kogui).

de expansión del universo, entre los espacios de los ejes de la cruz y el eje de las diagonales de 45º que se dan entre ellos, es el plano del mundo medio, es el Kay Paccha. Se complementa verticalmente con la unión del nivel de arriba, el Hanan Pacha, y el nivel de abajo, el Ucku Paccha. Situándose en el centro de la cruz, como centro del universo desde cada lugar, por espejo y reflejo sobre los ejes de la cruz organiza cualquier manifestación de la vida en los múltiples aspectos y niveles en que se expresa.

Este sistema de proporciones horizontales, que estructuran cuatro territorios a semejanza de los cuatro rumbos

Figura 30. Representación cosmográfica de Santacruz Pachacuti, Fuente BIE, 1968. Tomado de Alfredo Lozano Castro. Concepción cultural de la ciudad Andina.

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En la figura 30, el punto P corresponde al lugar de ubicación del hombre amerindio. En un sistema que se aproxima al espacio-tiempo de la física cuántica y de la nueva ciencia de la totalidad, esta cruz refleja un sistema de proporciones multidimensionales, utilizado por la mayoría de los pueblos que habitaron la antigua América en la construcción cultural que engloba toda actividad humana para mantener un equilibrio con el universo.

Fenómenos astronómicos

Entender los fenómenos astronómicos en su globalidad y según conceptos de la ciencia astronómica occidental ayuda a descubrir la manera en que se manifiestan estos fenómenos para quien los observa desde el lugar donde habita. El valle de Aburrá, donde se asienta la ciudad de Medellín, se ubica en la región equinoccial, entre el Ecuador y el trópico de Cáncer, a 6.25º de latitud norte y una longitud de 75º 34’ 34” al este del meridiano de Greenwich. Los astros ascienden por el oriente con una inclinación de 6,25º con respecto a la línea vertical que determina el radio cenital y caen por el occidente con igual inclinación. El paso de la sombra a la luz es rápido y el sol del medio día está en el cenit dos veces al año, dividiéndolo además en dos periodos iguales.

En los días de solsticios la luna llena sale y se pone cargada hacia el norte o el sur, cuando el sol lo hace cargado al lado contrario, hacia el sur o el norte, acusándose la oposición. Medio mes después, coinciden en los novilunios. La comprensión de los fenómenos, como se observan desde la superficie de la Tierra: el movimiento de rotación de la Tierra, de su movimiento orbital alrededor del sol, del movimiento de la luna alrededor de la Tierra y en relación con el sol, es utilizada por los indígenas amerindios como referencia temporal según su interacción con el horizonte de las montañas, los cerros que sobresalen, los ríos o la silueta de las montañas lejanas. El tiempo y el espacio están determinados por el paso del sol y las estrellas, el cambio de la noche al día, el aparecer o

La casi circular órbita terrestre determina el regular movimiento aparente del sol, que repite año por año su recorrido frente a las mismas estrellas en un mismo camino algo oblicuo que lo lleva de un hemisferio al otro, determinando la misma frecuencia de lluvias y veranos, inundaciones y sequías. Las estrellas vecinas al horizonte del norte o del sur describen semicírculos similares con centro sobre el horizonte. El movimiento de la luna alrededor de la Tierra es más complejo. Tiene un desempeño al lado del sol, caracterizado por su posición y por las fases de su iluminación, con simultaneidad de dependencia y oposición. Cuando la luna llena sale por oriente, el sol se acaba de ocultar por el punto opuesto del horizonte.

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Figura 31. Sistema proporcional del universo amerindio; cruz multidimensional. Elaboración: Julia Rave. Dibujo: Reina Correa Ghisays.

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desaparecer de estrellas por horizonte matutino o vespertino antes o después de que lo hace el sol.

que sugieren relaciones espaciales de los hitos relevantes en el valle.

En la figura 32, se registra el movimiento real de la Tierra en torno al sol sobre su órbita circular (la cual rigurosamente es una elipse) llamada eclíptica. Aquí se explica el origen de las estaciones. En esta gráfica aparece el sol fijo en el centro, mientras la tierra gira sobre sí misma a medida que se traslada sobre la eclíptica. El eje norte-sur de la Tierra y del sol es siempre perpendicular al plano ecuatorial de la Tierra, inclinado un ángulo de 23,5º sobre el plano de la eclíptica. Se ubican en la figura, las posiciones de equinoccios de Aries y Libra y los solsticios de Cáncer y Capricornio.

Ubicamos el observador en el piedemonte sur del cerro El Volador, determinando un eje este-oeste con las piedras La Galana en la montaña de oriente y El Galán en la montaña de occidente. Este eje coincide con la línea de los equinoccios, o sea los puntos de intersección del plano de la eclíptica con el plano ecuatorial del sol o de la Tierra. El sol se presenta dos veces al año en este recorrido en las fechas 21 de junio y 21 de diciembre, en las cuales es máximo el ángulo de declinación (figura 33).

Diagrama de asoleamiento para el valle de Aburrá

Por el punto P del observador se traza el eje de la tierra norte-sur y el plano horizontal del observador, teniendo

En un intento de interpretar las huellas de la arquitectura prehispánica en el valle de Aburrá con relación a la estructura cosmológica (al sol y los astros), como pudieron haberlo concebido los indígenas, se elabora el diagrama de asoleamiento, ubicando el observador en dos puntos

Figura 32. El origen de las estaciones. Tomado del libro Asoleamiento. Teoría general y diagramas.

Figura 33. Latitud para el valle de Aburrá, (tomado del libro Asoleamiento, teoría general y diagramas, p. 15. Valle de Aburrá, Medellín, Colombia.

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presente que forman un ángulo de 6.25º hacia el norte según latitud de Medellín56. Uniendo el centro de la Tierra con el observador, obtenemos el cenit sobre la bóveda celeste. Este radio está inclinado un ángulo de 6.25º con relación a la línea horizontal en los equinoccios, lo cual hace que el observador vea pasar el sol por el cenit Z solo dos días del año, en abril 7 y septiembre 4. Estos dos días comprenden el momento de la máxima expansión. En la figura 33, se dibuja el diagrama con las fechas clave conocidas. El plano del observador P se dibuja horizontal y orientado según eje norte-sur, meridiano del lugar. El eje norte-sur representa el original plano horizontal del observador ubicado en el ecuador, con una latitud norte para el valle de 6.25º. Los tres planos clave quedan inclinados; el ángulo de la latitud es 6.25º.

en el valle, un lugar representativo de orientación en la construcción del hábitat prehispánico.

Hitos de la espacialidad indígena en el valle de Aburrá

El lugar ocupado por las comunidades nativas en el valle de Aburrá, como expresión y vivencia de una cultura, se asocia a las condiciones físicas propias de los lugares ocupados por las comunidades prehispánicas en el territorio americano. Las condiciones topográficas y la especificidad del paisaje determinan las construcciones en piedra como hitos que marcan un sentido de orientación. Estas construcciones estaban

El lugar donde se ubica el observador corresponde a una terraza prominente hacia el sur del cerro El Volador. Al parecer este sitio fue utilizado para la observación de los astros. El Sol naciente se mueve entre solsticios y equinoccios en la montaña oriental (montaña de Zavana), desde su inicio al norte hasta el cerro Pan de Azúcar en la margen norte de la quebrada Santa Elena (figura 34). Cambiando la ubicación del observador P, al Parque Berrío, en la esquina de la calle 50 con la carrera 50, la línea de los equinoccios del sol naciente pasa por el cerro de pirámide y los solsticios se mueven desde la laguna de Guarne a la cuenca de la quebrada Santa Elena y el cerro Las Cruces. La localización del observador, en este caso, corresponde al centro gravitacional del valle de Aburrá. Esto sugiere que este lugar representaba dentro de la cosmología indígena 56 Melguizo Bermúdez, Samuel y Uribe Toro, Octavio. Asoleamiento, teoría general y diagramas, Publicaciones Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, 1987.

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Figura 34. Diagrama de asoleamiento para el valle de Aburrá. Se ubica el observador en el Parque Berrío, calle 50 con carrera 50.

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destinadas al culto, a la oraciรณn y a sitios sagrados, como cementerios para enterrar a los muertos. Estas construcciones muestran un manejo del territorio con un sentido social y comunitario. Podemos interpretar el pensamiento del hombre prehispรกnico con un sentido de permanencia de lo sagrado en el territorio, plasmando el cos-

mos sobre la Tierra. El territorio se interviene acomodando la arquitectura a las condiciones existentes del lugar.

La Galana

La Galana es el rostro de una mujer, tallado sobre una gran roca de mรกs de treinta metros, en la ladera oriental, a la altura de la cota de los 2.200 metros y en el remate de una cu-

Figura 35. Plano del valle de Aburrรก. Cruz del Sur superpuesta. Indica los cuatro rumbos del universo.

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chilla que se desprende de la montaña donde está la laguna de Guarne. Esta escultura al parecer formó parte de una gran espacialidad construida por las comunidades que habitaron hace más de dos mil años este territorio, dándole significado (figura 18). Estas dos esculturas, son huellas significativas, que se marcan como hitos de la espacialidad prehispánica en el valle de Aburrá. Parece que el eje este-oeste que forman estas dos esculturas, junto con el eje norte-sur que determina el río Medellín, estuvieran marcando la cruz horizontal, de la estructura del universo amerindio. Es algo realmente fantástico la percepción y el dominio total que se tiene del valle, situándonos en los ojos de estas dos esculturas (figura 35). Igualmente, El Galán, La Galana y el cerro El Volador, son hitos de la mitología, que en dirección este-oeste dividen el valle en cuatro territorios a semejanza de los cuatro rumbos de expansión del universo.

Los cerros

De estos rasgos tan particulares de la geografía del valle de Aburrá, se identifican en el paisaje los siete cerros que resaltan en el conjunto espacial: Quitasol, El Picacho, del Padre Amaya, El Volador, Nutibara, Las Cruces, y Pan de Azúcar, en los cuales se encuentran vestigios de culturas antiguas, que según investigaciones de Neyla Castillo, pueden rastrearse de manera absoluta durante ocho siglos que van desde el V a.C. hasta el III de nuestra era, datando una muestra en sus análisis con fecha 1620 d. C. Esto sugiere la continuidad de las comunidades prehispánicas que habitaron el valle de Aburrá después de la conquista y aún en la colonia. Los cerros Pan de Azúcar, Nutibara y El Volador están ubicados en una relación geométrica natural de un triángulo isósceles, una casualidad efectiva que presupone una serie de relaciones simbólicas que permiten conceptuar una cadena de fenómenos del pensamiento o

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cosmovisión indígena de las civilizaciones andinas relacionadas con el orden universal, que los sabios amautas desarrollaron y plasmaron en el diseño de los espacios arquitectónicos o territoriales en el valle de Aburrá, donde las montañas de picos más destacados eran destinadas para sitios sagrados. La relación geométrica de estos tres cerros está determinada por un triángulo isósceles de dos ángulos de 70º y 40º en el vértice. El vértice coincide con la cima del montículo central de tres picos que conforman el cerro Pan de Azúcar, lugar que al parecer fue destinado para el culto por las comunidades prehispánicas, presupuesto que asumo por los vestigios líticos que allí se encuentran (figura 35). La intersección de las bisectrices del triángulo, coincide en el parque de Berrío, sitio donde fue construida la iglesia de la ermita a la virgen de la Candelaria antes de 1675. Los cerros, Pan de Azúcar, Las Cruces, Nutibara, El Volador, del Padre Amaya, Picacho y Quitasol, por su conformación de colinas erosionables y pendientes pronunciadas, han sido marginados desde sus inicios del desarrollo urbano de Medellín, constituyéndose en áreas abandonadas y despobladas de la ciudad. Paradójicamente esto ha hecho que se conserven evidencias arqueológicas y espaciales que constituyen una fuente de investigación sobre estas culturas ancestrales. El cerro de Las Cruces es el único de los siete cerros destacados en el valle que fue involucrado desde los inicios de la Colonia al desarrollo urbano de la ciudad de Medellín, debido a que fue el lugar destinado a las comunidades indígenas como lugar de habitación dentro de la zona urbana. Aquí fue trasladado el poblado indígena de San Lorenzo de Aburrá cuando los colonos decidieron tomar posesión en el poblado inicial.

Quebradas Santa Elena y La Iguaná

En la dirección este-oeste, hacia el sur del valle, bordeando los cerros Pan de Azúcar y El Volador, se ubican las que-

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bradas Santa Elena (o de Aná), al oriente, y La Iguaná, al occidente. Casi se encuentran en su desembocadura al río Medellín. Las cuencas que conforman estas quebradas resaltan en la topografía del valle. Sin lugar a dudas, los indígenas amerindios que habitaron el valle incluyeron estas dos cuencas en la construcción de su hábitat. Por estas dos cuencas corrían los caminos prehispánicos que comunicaban el valle hacia oriente y el noroccidente de los territorios colombianos. El poblado colonial en la ciudad de Medellín se inicia con la construcción de la ermita a la Virgen de la Candelaria en la vertiente, muy cerca de la quebrada de Aná, hoy Santa Elena. A modo de especulación y sin constatar, puedo suponer que esta iglesia, primera construcción e inicio de la implantación urbana de la colonia, podría estar cimentada sobre alguna construcción prehispánica, ya que es sabido que “muchas iglesias, conventos y monasterios cristianos, fueron construidos sobre antiguos templos indígenas, ubicados en los pueblos y ciudades nativas”57.

Conclusiones

Todos estos hitos y marcas que dejaron las comunidades prehispánicas en el valle de Aburrá son indicadores del conocimiento de los astros y la naturaleza de estos paisajes, que permitió a los amerindios que habitaron el valle de Aburrá hacer un manejo del espacio con mucho orden. Podemos adivinar el concepto de unidad representada en varios niveles, asimilables a la concepción que tenían los indígenas amerindios del universo. El conocimiento que el indígena amerindio tenía de sí mismo y su relación con el mundo exterior le permitió alcanzar un nivel de desarrollo cultural fuerte en pensamiento y

experiencia. Los símbolos expresados en su forma y en su estructura arquitectónica que encontramos en las hullas existentes y la relación de estos con el pensamiento cosmológico que los originó son indicadores de la comunión del pensamiento y acción del pueblo indígena en el valle de Aburrá con la mayoría de los poblados amerindios, de un perfecto equilibrio entre espíritu y materia en el desarrollo de su cultura. Esta se define como la cultura de lo simbólico. Cerros, cuencas, lagunas, cementerios, lugares para el culto, para la vivienda y para el cultivo son los elementos que tejen la urdimbre simbólica de la cultura prehispánica, donde el lugar es el entorno donde se construye la cultura, siempre como centro del universo. El ordenamiento espaciotemporal como espejo del orden cósmico se estructura en un sistema de cruz vertical y horizontal. Parte de dos ejes: norte-sur, que corresponde al río Medellín, y el este-oeste, a la línea conformada entre las esculturas La Galana y El Galán, pasando por el cerro El Volador. Estos ejes dividen el espacio habitado en el valle en cuatro territorios. Cada uno de estos cuatro territorios tiene como símbolo un cerro: al noreste el cerro Pan de Azúcar, al noroeste el cerro El Volador, al suroeste el cerro Nutibara y al sureste el cerro Las Cruces. En sentido vertical construyeron la pirámide del “sol” y todo el conjunto de centro ceremonial que representa el mundo de arriba. El mundo medio podría estar representado en el gran camino principal que coincide con el eje este-oeste, que comunica el valle con el resto del continente y las construcciones laterales. El mundo de abajo es posible que estuviera reflejado en la laguna de Guarne, el río y las quebradas, funcionando como centro o nodo de la cruz horizontal el encuentro de las quebradas Santa Elena y La Iguaná en su desembocadura al río Medellín.

57 Lozano Castro, Alfredo. Óp. cit.

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tes como Teotihuacán en Mesoamérica y Tiwanaco en el centro de los Andes. El desarrollo de cada poblado amerindio se hace desde una visión topocéntrica, como centro del universo, en un proceso sistémico de crecimiento. Así mismo el crecimiento expansivo del desarrollo unifica un extenso territorio como Estado desde la misma visión topocéntrica. Dentro de esta concepción, el Estado engloba territorio, comunidades, formas de relación, organización y producción. Parte de la unidad de la trama y el respeto de la urdimbre. Restrepo afirma que Teotihuacán en el siglo VII y Tiwanaco en el VIII se constituyen en los mayores estados americanos del primer milenio. Parece que por su ubicación en el continente americano, estos dos estados actuaban como centros del universo considerados desde cada lugar: Teotihuacán en Centroamérica y Tiwanaco en los Andes.

CAPÍTULO 3 COROGRAFÍA HISTÓRICA

Visto el territorio como el resultado de la sedimentación de todas las culturas que en él han actuado, y después de registrar en los capítulos anteriores las huellas de la arquitectura que las comunidades prehispánicas dejaron en el valle de Aburrá, se procede en este capítulo a desarrollar una “corografía histórica”, registrando en un mapa lo que se considera el modelo territorial de la cultura prehispánica en el valle de Aburrá, para lo cual se ubican las acciones sobre el mismo territorio de la cultura amerindia anterior al siglo XVI.

Concepto de estado prehispánico Los estudiosos de la cultura amerindia coinciden en un pensamiento cosmológico, mítico, único en el desarrollo de su cultura para toda América. Sorprenden las coincidencias en expresiones arquitectónicas, en lugares tan distan-

El concepto de Estado era generalizado: un cacique señoreaba grandes tierras. De esto dan cuenta los extensos territorios que gobernaba un solo cacique y se habla de una organización política de cacicazgos en todo el territorio colombiano. El cacique Nutibara gobernaba un extenso territorio en el cual se incluía el valle de Aburrá.

Ocupación indígena en el valle de Aburrá en el momento de la conquista

En el capítulo segundo hemos visto como las comunidades amerindias que habitaron el territorio colombiano superaban el ámbito local en sus organizaciones sociopolíticas. Vimos también como el pensamiento mítico tan interiorizado en cada uno de sus habitantes permitía desarrollar el espacio cultural en cada lugar según las particularidades topográficas y ambientales. Siempre como centro del universo. De estas particularidades en cada lugar como centro del universo, en ese constante discurso del que hemos hablado: hombre, naturaleza y deidades, podemos plantear para 67

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el valle de Aburrá, en su desarrollo cultural prehispánico, una autonomía espacial como localidad definida por su topografía, que forma parte de un contexto más amplio que incluye otras especificidades de lugar. A la llegada de los conquistadores, el valle era llamado por los indígenas valle de Aburrá. Llamábanle de tal suerte porque lo habitaban la tribu de los aburraes, tributarios del cacique Nutibara, quien señoreaba desde la serranía de Abibe hasta el río Cauca y tenia su sede en Guaca, en los términos de lo que al presente es Dabeiba, sujetando bajo su mando el pueblo aborigen más adelantado y fuerte de Antioquia, el mas numeroso y rico en minas y cultivos58.

Es evidente que en el valle de Arvi, en la provincia de Aburrá59, donde hoy se asienta la ciudad de Medellín, existieron “edificios antiguos” que para esta fecha, 1540, 48 años después del descubrimiento de América, cuando llega el capitán Jorge Robledo, ya estaban destruidos. Al parecer los primeros grupos que habitaron el valle de Aburrá corresponden a los agroalfareros. El arqueólogo Gonzalo Castro habla de algunas investigaciones en el complejo cerámico La Cáncana, que tiene un ámbito de dispersión circunscrito a la cuenca media del río Porce entre los municipios de Gómez Plata, Amalfi y Yolombó. Estos grupos poblaron la región hace aproximadamente 6.500 años y desarrollaron una tecnología lítica asociada al aprovechamiento de los recursos vegetales y a una horticultura temprana (Castillo, 1992). Es posible que con los desarrollos tecnológicos relacionados con la domesticación de plantas, que posibilitaron las practicas hortícolas en los bosques de selva húmeda tropical y el sedentarismo, estos grupos se hayan constituido en los antecesores de otros que con tecnologías agrícolas más desarrolladas y con or-

58 Ospina E., Livardo. Orígenes, fundación y plantas iniciales de Medellín. Óp. cit. 59 La provincia de Aburrá, al parecer la conformaba el valle desde las localidades de Caldas y la Estrella en el sur a Barbosa en el norte, las laderas y los valles de San Nicolás de Rionegro y Santa Rosa de Osos.

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ganizaciones sociales más complejas poblaron el valle de Aburrá durante el siglo V a.C. Los españoles fueron registrando lo que los nativos habían construido y que evidentemente demostraba una gran cohesión política, militar y religiosa, con una serie de desarrollos en infraestructura y uso de espacios mayores con fines sociales y religiosos. No se trataba, como se creyó en un principio, de tribus dispersas que vivían de una economía de subsistencia. Esto permite pensar que antes de la colonia, la provincia de Aburrá estuvo habitada por comunidades de mucha gente, organizadas en política y tecnología, permitiéndoles construir un poblado de espacios significativos con materiales que para el caso no eran deleznables, pues llama la atención que cronistas de los conquistadores hacen referencia directa a “hedificios antiguos destruydos e comynos de peña tajada hechos a mano... e otros bohios como a manera de depósytos”. En este capítulo se desarrollan las permanencias en el valle de Aburrá, representadas en los vestigios de la cultura prehispánica, que describimos en los dos capítulos anteriores; del pensamiento indígena que plasmaron en este valle de Aburrá; de los conceptos de imposición de la cultura colonial; y del posible sincretismo entre las dos culturas. Se ubica como punto de partida en el desarrollo de la corografía el Parque de Berrío, sitio donde comienza el desarrollo urbano de la actual ciudad de Medellín en el valle, con la imposición del modelo indiano de la colonia y que, como vimos en los capítulos anteriores, fue un lugar destacado dentro del desarrollo de la cultura prehispánica. En la figura 36 vemos el Parque de Berrío con las montañas de Zavana al fondo, donde se destaca el cerro de pirámide que registramos en el capítulo 1.

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El modelo indiano

Los españoles tuvieron diversas atribuciones políticas para imponer los centros urbanos en América hispana bajo la imagen de los europeos, y dar paso a un nuevo mundo. La creación de centros urbanos fue la base de la colonización, que implica un cambio social. ¨Las imágenes ideales han aparecido en periodos de cambio social, como los comienzos del renacimiento o la época de la ilustración, en los que la descomposición de un orden económico anterior facilitaba la experimentación cultural”60. La conquista de los europeos en tierras americanas se basó en la destrucción ideológica y espacial de una cultura que por siglos había construido su territorio, y en la imposición de una cultura ajena al lugar, ajena al territorio. En el catecismo de fray Luis Zapata de Cárdenas, difundido por primera vez en el Nuevo Reino de Granada en 1576, elaborado por José María Groot como ‘precioso monumento de nuestras antigüedades eclesiásticas en el que resplandece la ciencia política’, es definida esta táctica destructora como una condición del proceso civilizatorio: Y que primero se edifique casa para Dios, se destruyan los edificios y casas edificadas para morada del demonio, y así se da orden en esta obra como se arranquen todas las malas plantas y se destruya toda la mala semilla que el hombre malo sembró en las tierras de Dios, como son todo género de pecados, ritos y ceremonias gentilicias, sacrificios y malas costumbres tocantes al culto del demonio, y los templos para su servicio dedicados, y borre la memoria dellos y sus xeques, mohanes y sacerdotes; y después desta general bastación y destruyción de todo lo dañoso y malo…61

Es fácil advertir que una realización exitosa de semejante estrategia de conversión sólo podría tener lugar a condición de contar con un vasto “ejército de almas” probado en el rigor de las guerras santas y mundo de tácticas ade60 Perfetti, Verónica. Las transformaciones de la estructura urbana de Medellín, tesis doctoral. Escuela Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid, 1991. 61 Archivo Histórico de Antioquia, Indios, tomo 26, documento 798 Fs, escrito en 1791.

cuadas al proceso de formación de verdaderos “exemplares de policía”. En el capítulo 13, titulado “de los niños que en particular se han de enseñar”, se prescribe: Se manda que en cada pueblo o doctrina saque el sacerdote todos los hijos de caciques y capitanes y otros principales, hasta cantidad de veinte, más o menos, conforme al pueblo que tiene a cargo, a los cuales enseñará a leer y escribir y otras santas y loables costumbres políticas y cristianas, para los cuales se haga un bohío apartado del sacerdote, con sus celdas y barbacoas, donde duerman, y estos niños estarán allí de ordinario para que siendo estos enseñados en lo dicho sirvan como exemplares de la policía y cristiandad que se pretende en los demás” (Triana y Antorveza, 1987).

Esta destrucción ideológica, construyendo sobre las estructuras mitológicas prehispánicas, podemos verificarla todavía en la arquitectura de la ciudad de Cuzco, “en donde los macizos muros de piedra de las construcciones incaicas, son los cimientos sobre los cuales se levantan las monumentales edificaciones coloniales” (Lozano, 1992)62. Sin embargo, a pesar de la predeterminación de rechazar al vencido e imponer las huellas del vencedor, las realidades americanas significarán para los europeos un condicionamiento previo en la ocupación del espacio físico, marcando la adaptación de las tipologías tradicionales a las condiciones del nuevo mundo. La estructura espacial que surgió del modelo urbano indiano en el valle de Aburrá está cargada de incógnitas. El sitio donde se construye la ermita a la Virgen de la Candelaria, corresponde al sitio de Aná, denominado así por los indígenas prehispánicos, ubicado cerca de la quebrada del mismo nombre, hoy Quebrada Santa Elena, y el río Medellín. La construcción de la ermita a la Vírgen de la Candelaria y la plaza fue previa a la imposición de la trama indiana. Se presume en este sitio alguna construcción prehispánica, si se tiene en cuenta que este lugar corresponde al centro 62 Lozano Castro, Alfredo. Óp. cit.

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QUITO

LA CIUDAD REAL

LA CIUDAD PERCIBIDA

MéXICO

Figura 36. Parque de Berrío. Sitio donde se implanta el poblado urbano de la ciudad de Medellín. Al fondo, la montaña de la laguna de Guarne y el cerro Pan de Azúcar.

gravitacional del valle y que forma parte de la estructura de la concepción amerindia del mundo como centro del universo, teniendo en cuenta que este lugar es el cruce del río Aburrá (hoy río Medellín) y la quebrada de Aná.

La ciudad de la colonia en el valle de Aburrá

La ortogonalidad del trazado es la más notoria característica de la ciudad de la colonia en América Latina. Manzanas cuadradas o rectangulares. La simetría, la simplicidad y la regularidad de las manzanas, llevado a tal punto en la aplicación del modelo, aunque en muchos casos los poblados de la traza indiana no es enteramente regular. Las manzanas están representadas como cuadrados o rectángulos, pasando inadvertidas las torceduras. Ejemplos: la ciudad de Santo Domingo, la ciudad de Campeche en México, la ciudad de Quito en Ecuador, la ciudad de México en México63 (figura 37). La ciudad fundada por segunda vez en el valle de Aburrá, el 2 de noviembre de 1675, villa de Medellín, es un típico caso de la reinterpretación que adquirió la traza ideal de 63 Salcedo Salcedo, Jaime. Óp. cit.

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LA CIUDAD REAL

LA CIUDAD PERCIBIDA

Figura 37. Plano de la traza indiana. Tomado de Urbanismo hispanoamericano, de Salcedo, p. 175.

la ciudad hispanoamericana, en 1790 se elabora el primer plano de la ciudad (figura 38). Esta reinterpretación es cambiada al año siguiente, 1791, por el plano corregido, ya que en el primer plano se separaba la plaza dos manzanas de la quebrada de Aná (hoy quebrada Santa Elena) (figura 38). La colonización en el valle de Aburrá surge cuando el español cambia el sentimiento de descubrir por el de habitar y permanecer. En este momento comienza el cambio de todos los referentes espaciales. Pasaron 39 años del descubrimiento del valle de Aburrá para que los españoles tomaran la decisión de colonizar estas tierras. Ocurrió hacia 1580, cuando apareció el primer título de propiedad de tierras dado a Juan Daza, otorgado por Don Gaspar de Rodas, quien dio varios títulos como go-

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Figura 38. Primer plano de la ciudad de Medellín 1790. Abajo, el plano real de la ciudad de Medellín.

bernador y quien poseía encomiendas de indios en el valle de Aburrá. Entre esos títulos dados esta uno dado el 4 de febrero de 1596 a los propios indígenas que fue el territorio donde hoy esta el Poblado, lo dice el oidor Herrera Campuzano, en su auto de Resguardo de 161664.

Siguió a esta la que se levantó en el poblado de los indios anaconas, llamados así “a los yndios Xritianos de servicio de 64 Piedrahita Echeverri, Javier (presbítero). Del poblado de San Lorenzo de Aburrá a la parroquia de San José del Poblado. Departamento de Antioquia, Secretaria de Educación y Cultura, Medellín, 1976.

los españoles”65, que moraban en el actual pueblo de La Estrella, con el agregado de los restos de los indios del Guitaguí y también parte de los yamesies, esparcidos por los lados de La Tablaza actual. La tercera iglesia se fundó en el poblado de San Lorenzo, o sea en el actual barrio de El Poblado, y la cuarta en Guayabal. Los colonos construían las iglesias en los lugares de mayor población indígena; se llamaban curatos y se utilizaban para evangelizar a los indígenas. 65 Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes, Colección de Historia de la Biblioteca Nacional, Tercer Mundo Editores S.A. Santa Fe de Bogotá, 1993.

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El resguardo de San Lorenzo, señalado por Herrera Campuzano, fue desmembrado por los gobernadores de Antioquia para dar lotes a los españoles. El primer lote lo adjudicó el gobernador Juan Vélez de Guevara y Salamanca en 1639 a Fernando de Toro Zapata. Entre las razones aduce que los indios habían disminuido; de ochenta indios que poblaron inicialmente quedaban diez o doce.

Figura 39. Plano del valle de Aburrá. Se ubica el poblado de San Lorenzo y el poblado de la villa de Medellín.

El poblado de San Lorenzo de Aburrá

En 1615 se obtiene la facultad de la Real Audiencia para fundar un poblado indígena: San Lorenzo de Aburrá. Fue fundado en 1616 por el oidor Francisco Herrera Campuzano. El sitio donde se erigió el poblado de San Lorenzo corresponde al lugar donde actualmente se ubica el barrio El Poblado. En varios documentos del cabildo de Medellín se habla del poblado de San Lorenzo y se le señala siempre como el que estaba después de los egidos de la villa que iban hasta la quebrada El Guamal. “En varios pleitos sobre los límites de estos egidos con Don Juan de Londoño y Don Silvestre Cadavid se señala claro que el Poblado estaba arriba de la playa del río y más allá del Guamal”66. Estos documentos hacen referencia al camino que de la villa conducía al poblado de San Lorenzo, el cual se ubicaba bordeando la montaña, por el morro de las Sepulturas (arriba del cementerio), donde estaba el tejar “de propiedad de Don Diego Molina Beltrán del Castillo y su esposa Doña María Ana Cataño Ponce de León cerca de la quebrada El Guamal”67 (figura 39). 66 Piedrahita Echeverry, Javier. Óp. cit. 67 Archivo Histórico de Antioquia, Sección Colonia. Tomo 71, Caminos, documento 1964, folio 936.

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Dice el presbítero Javier Piedrahita que el padre Juan Gómez de Ureña había certificado que podían ser donadas al capitán Toro Zapata dos estancias de caballería “por encima del dicho poblado desde la quebrada de Rodrigo Anserma corriendo hacia arriba la ranchería de Juana Vásquez”68.En otros documentos figuran las tierras de Juana Vásquez, que estaban por encima del poblado, y a las que pertenecía el rastrojo de Envigado. De las anotaciones anteriores determinamos el morro de las Sepulturas o de Las Cruces como el cerro que espacialmente divide el lugar donde se fundó el primer poblado (poblado de San Lorenzo) en el Barrio El Poblado y luego la villa de Medellín en el parque de Berrío (figura 39). Llama la atención la omisión permanente que hacen los colonos de la existencia de estructuras indígenas en el valle de Aburrá. En la figura 40, donde se muestra la zona urbana en el valle de Aburrá, es una de las pocas donde aparece incluido el morro El Salvador, destacado dentro de la espacialidad urbana de Medellín. Sin embargo, en el listado de explicación no aparece el # 14, con el cual se designa. El morro El Salvador o cerro de Las Cruces fue, en últimas, el lugar que los colonos dejaron a los indígenas para habitar en el valle de Aburrá.

La villa de la Candelaria de Medellín (traslado del poblado de San Lorenzo al sitio de Aná)

El poblado de San Lorenzo de Aburrá dura 30 años, habiendo contribuido a su mantenimiento y mejora el gobernador Pedro Pérez de Aristizábal. Las leyes de Indias, 68 Piedrahita Echeverry, Javier. Óp. cit.

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Figura 40. Plano de loteo de los propietarios de predios en la villa de Medellín, 1678. Jaramillo y Perfetti, p. 13 de Cartografía urbana de Medellín 1790-1950.

que en principio protegían a los indígenas, dificultaban allí la adquisición y explotación de tierras por los blancos. Esto principalmente determina el transplante de la población al ángulo formado por el río Aburrá y la quebrada de Aná, como le decían los aborígenes (los españoles la llamaban El Salado o Aguasal; en la actualidad se le nombra Santa Elena). Ospina (1975) afirma que “en 1646 se hacía la mudanza del poblado de San Lorenzo de Aburrá, al sitio abajo del morro El Salvador, llamado anteriormente de las Sepulturas o de las Cruces”69. Más o menos al punto en el que hoy se ubica el casi abandonado cementerio de San Lorenzo. Este cementerio fue construido en 1828 sobre las ruinas de una capilla de paja erigida y puesta entonces bajo el patrocinio 69 Ospina, E., Livardo. Óp. cit.

Figura 41. Cuenca de la quebrada de Aná (hoy Santa Elena), sitio donde se asienta el primer poblado de Medellín, 1859, Acuarela, autor desconocido.

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Figura 42. Cuenca de la quebrada Santa Elena (quebrada de Aná). A la derecha el cerro Pan de Azúcar. Lugar donde se instala la ciudad de Medellín.

de San Felipe de Sosa y trasladada a poco también al sitio de la plazuela de San José (figura 41). Ha sido difícil establecer cuándo fue construida la primera iglesia, en el lugar donde hoy se asienta la iglesia de la Candelaria en el Parque de Berrío. Parece que la capilla que se construye en la plazuela de San José, tres años más tarde se cambia por la primera iglesia que con cierta dignidad se alzó en este valle, pues era de tapias, tenía tejas de barro y campanas traídas

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de la ciudad de Antioquia a expensas de don Pedro Gutiérrez Colmenero. Al año siguiente se consagra al culto de la Virgen de la Candelaria, con cuyo nombre empezaba a llamarse ya el sitio en esos años (desde entonces en el mismo lugar donde continúa). Las tierras donde se asentaría el sitio de Aná habían sido adquiridas por el doctor don Miguel de Heredia, cura de Zaragoza, quien las dejó en herencia a una sobrina suya,

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con la obligación de levantar una ermita a la Virgen de la Candelaria. “Con los años estos terrenos fueron dados en pago a la familia del mulato Luis de Acevedo por quinientos pesos de oro, negocio en que no se incluyeron (sic) la ermita (levantada antes de 1649)”70. Uno de los potreros albergaría al sitio de Aná. Verónica Perfetti construye un plano de loteo de propietarios de terrenos en el sitio donde se implanta la trama indiana (figura 40). Cuando este lugar se llamaba todavía sitio de Aná, los vecinos construyeron en el terreno en que hoy se encuentra la iglesia de la Candelaria, la primera iglesia cuyo nombre primitivo fue iglesia Mayor. Parece que en 1637 era cura de la iglesia de la Candelaria el padre Juan Gómez de Ureña, pues así consta en el libro más antiguo, el de matrimonios, que figura desde 1637. Las constituciones de la cofradía de Nuestra Señora de la Candelaria, aprobadas el 6 de octubre de 1630, están firmadas por el padre Juan Gómez de Ureña. Nadie puede dudar en poner en primera línea y quizás en primer lugar al maestro Juan Gómez de Ureña, cura doctrinero de San Lorenzo de Aburrá. Fue el fundador del sitio de Aná, que en 1674 pasó a convertirse en parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria de Aná y el 2 de noviembre de 1675, al ser erigida Villa, se le cambió el nombre de Aná por el de Medellín71.

El valle de Aburrá prehispánico

En los capítulos anteriores hemos visto como las características geográficas fueron determinantes en la construcción del territorio por las comunidades amerindias, llenando de significado cada cerro, cada río, todo el horizonte. En la figura 41 vemos, en una acuarela pintada en épocas de la colonia, el paisaje de la cuenca de la quebrada de Aná hoy Santa Elena, enmarcada por el cerro Pan de Azúcar a la izquierda y el morro El Salvador, cerro de Las Cruces, a la derecha. 70 Jaramillo Roberto Luis y Perfetti, Verónica, Cartografía urbana de Medellín 1790-1950, Concejo de Medellín, Comisión Asesora para la Cultura, Medellín, 1995. 71 Piedrahita Echeverri, Javier, (Pbro.). Óp. cit.

Las comunidades prehispánicas habitaron el territorio colombiano desde cada lugar como centro del mundo, a través de rasgos esenciales, de permanencia y presencia destacada: tumbas e hitos pétreos con características de verdaderos monumentos, así como la construcción de caminos y sistemas hidráulicos para el manejo del terreno. Se trata aquí de descifrar el lenguaje por el que el territorio del valle de Aburrá se expresa y hace perceptible, a través de estos sistemas de signos específicos, en esa relación entre construcciones y lenguaje, característico de las comunidades amerindias.

Los caminos prehispánicos en el valle

El valle de Aburrá fue centro de producción agrícola y textilera. Se ubicó como escenario de los grandes intercambios comerciales entre el norte y sur de Colombia. De esto dan cuenta las huellas de caminos prehispánicos que encontramos en las montañas que conforman el valle. Parece que el camino principal que venía de Urabá atravesaba el valle de Aburrá, comunicaba con Rionegro y de allí al Magdalena y a Santa Fe de Bogotá. “El tránsito de Antioquia a la ciudad de Santa Fe, capital del Nuevo Reino de Granada, se hacía por los caminos de Herbé, Santo Domingo, o el de Nare. Duraba más de un mes y se restringía a la época de verano”72. Los indios del pueblo El Peñol tuvieron oculto a los españoles el camino prehispánico que comunicaba con el Magdalena pasando por las bocas del brazo del Tigre, frente a las bocas de Palagua. En 1778 el gobernador de Antioquia, Bueltas de Lorenzana, obliga a los indígenas a revelar el secreto, utilizándose a partir de ese momento este camino que resultó mucho más seguro y redujo el tiempo de un mes, que se tomaban por los caminos de Herbé, a siete días (figura43). Este camino que viene de Antioquia, pasa por Medellín y comunica al oriente y de allí al sur, parece corresponder 72 Jaramillo, Roberto Luis, Exposición tres siglos sobre papel, Cartografía Histórica de Antioquia, Banco de la República - Cindec - Universidad Nacional de Colombia.

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Figura 43. Plano de caminos antiguos entre los ríos Cauca y Magdalena. Se resalta el camino que comunicaba la ciudad de Santa Fe de Antioquia con la ciudad de Medellín y al oriente con el Magdalena. Autor: Pedro Biturro Pérez, 1781. Procedencia Archivo Histórico de Antioquia # 2.108 (Planoteca).

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con los caminos prehispánicos. El camino prehispánico que comunicaba el valle de Aburrá con el oriente sube por las laderas de la montaña de Zabana, pasando por el cerro de Pan de Azúcar, y se bifurca en el Alto de la Virgen, llamado anteriormente Alto de la Mora (figura 43). El camino de la izquierda pasa por la laguna de Guarne, bifurcándose en El Tambo en los caminos que conducen a Copacabana y a Guarne. El de la derecha comunicaba con Rionegro. Estos dos caminos principales se entrelazan en una red de caminos secundarios que comunicaban todos los poblados indígenas de la región, llamada por los indígenas valle de Arbi73. Recordemos, capítulo primero, que el mariscal Jorge Robledo llegó al valle de Aburrá en busca del valle de Arbi. Escribe Sardela: ..Y avía algunos días que tenía noticia por yndios de un valle que se dice Arbi ques de la otra banda de la cordillera de las sierras nevadas e asy mysmo de otro valle que se dice Quidío q(ue) (e)staba circa de aquella provincia de Quimvaya q(ue) se encontraba con Arbi ... hallaron el camino tan áspero y fragoso que en nin(gu) na man(er)a se podían meter cavallos y allí los yndios le salieron de paz y le dixeron como todo el camino era como aquello y que (e)staba muy lexos Arbi... Puesta el capitán en órden toda su gente desde esta provincia de Paucura con quarenta hombres de a pie y de a cavallo embió un capitán a que pasase las sierras nevadas y viese si había entrada o camino para el valle de Arvi74.

Pasando el pueblo de las “Peras que tiene más de diez mill yndios... en este pueblo avia mucha comida de mayz e una fruta que se llamaba aguacates que como peras eran tan grandes como una pera de las de Castilla”, y el de Murgia, hoy Heliconia, y “nosotros le pusimos por nombre de la Sal porque se halló mucha ynfinydad della de manera de panes de azúcar”75. Finalmente llegan al valle de Aburrá: “esta provincia se llamaba en nombre de los yndios Aburrá”. 73 Arbi, en las transcripciones de Tovar Pinzón, se encuentra escrito unas veces con B y otras con v. 74 Tovar Pinzón, Hermes. Óp. cit. 75 Ibíd., pp. 284, 285, 286.

Desde esta provincia (valle de Aburrá), el mariscal Jorge Robledo envió a Diego de Mendoza “con ciertos de a cavallo a la lixera a que soviesen en una cordillera de zavana que estava de la otra vanda de un río que por medio de aquel valle desta provincia pasava a seis leguas della hacia la mano d(e)r(ech)a”, (p. 289). El capitán tornó a enviar al mismo Diego de Mendoza a que con cierta gente de a pié y de a cavallo fuese hacia la man(o) d(e)r(ech)a que era donde calla el valle de Arvi por aquellos llanos quél avía visto a ver lo que avía, el qual anduvo por allá a la a la lixera veynte días y más ... lo que abaxo diré e visto por el capitán que hazía la parte de Arvi no se hallava poblado por se aver abaxado mucho el mismo con ocho de a cavallo y ciertos peones a la ligera fue a descobrir por otra parte e nunca pudo hallar poblado puesto q(ue) halló muy grandes hedificios antiguos destruydos e los camynos de peña tajada hechos a mano más anchos q(ue) los del Cuzco.... (p. 290).

Es evidente que el valle de Arvi corresponde al valle de Piedras Blancas; aquí se reconocen las huellas de esta red de caminos. En el plano elaborado por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi en 1961, se registran aún los caminos huertas para el cultivo y terracéos para tambos. La ruta desde Medellín hacia Manizales y Honda la encontramos en un mapa realizado por el alemán Friedrich von Schenck, en el que dio cuenta de la notable actividad comercial entre Medellín y los demás Estados. La figura 43 muestra la ruta entre Medellín, Manizales y Honda. Corresponde al mismo camino prehispánico que comunica el valle de Aburrá con el oriente. En los inicios de la colonia el camino que salía del valle de Aburrá bordeando el cerro de Las Cruces comunicaba con el poblado de San Lorenzo de Aburrá, Envigado, Sabaneta, La Estrella y continuaba al sur de la provincia de Antioquia y Popayán. 77

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Bordeando las montañas del occidente del valle, se encuentran vestigios de caminos prehispánicos, que posiblemente corresponden a la red de caminos que comunicaban entre sí a los poblados indígenas que se asentaban en los sitios de La Estrella, San Antonio de Prado, Guayabal, Belén, Robledo, y a estos con Heliconia y el valle del río Cauca al sur. El lugar de encuentro o de partida de los todos los caminos prehispánicos que comunicaban el valle de Aburrá con el resto de las otras provincias se encontraba en el sitio donde se instala finalmente el poblado en la colonia (la villa de Medellín). Este lugar destacado dentro de la espacialidad indígena sugiere un sitio de encuentro con una gran actividad comercial (figuras: 11, 34, 36) En un contexto más amplio se ubica el sitio donde se instala la ciudad de la colonia en el valle de Aburrá, enmarcado por cuatro cerros: El Volador, Nutibara, El Salvador o Las Cruces y Pan de Azúcar. Estos cuatro cerros destacados en los dos primeros capítulos, porque sirvieron de escenario para la mitología indígena, actúan como hitos y demarcan un territorio conformado por la quebrada de Aná (hoy quebrada Santa Elena) y el río de Aburrá (hoy río Medellín).

Las cuencas hidrográficas

Las cuencas de las quebradas Santa Elena, La Iguaná y Piedras Blancas fueron determinantes en la construcción del hábitat prehispánico en este territorio. Hemos visto cómo el ángulo de la quebrada Santa Elena y el río Medellín determinaron el lugar de encuentro de caminos, lo que supone un lugar de intercambio comercial en el valle prehispánico. Las cuencas de la quebrada Santa Elena y la quebrada Piedras Blancas determinan la montaña de Zavana, en la que, como hemos visto en los capítulos primero y segundo, se ubican las huellas de construcciones mitológicas donde ocurrieron los grandes eventos sociales de la antigüedad. Esta montaña, orientada en dirección sur-norte, determina el giro que el río Medellín hace en su recorrido por el valle. Las cuencas que conforman las dos quebradas también de-

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terminan el valle de Piedras Blancas (Valle de Arvi), donde se ubica una gran zona dedicada al cultivo y explotación salina y minera en tiempos prehispánicos. En las figuras: 23, 34, se ubica el plano topográfico del valle de Aburrá oriental, una reconstrucción posible de lo que fue el valle de Aburrá prehispánico. Se incluyen los cerros Nutibara y El Volador. Por su ubicación, esta montaña constituye el elemento geográfico más destacado en el valle. Fue utilizada por las comunidades indígenas como centro ceremonial, como lo indica la cantidad de huellas de construcciones e hitos pétreos que se encuentran allí. Las quebradas Santa Elena y La Iguaná se encuentran casi enfrentadas en su desembocadura al río Medellín. Este lugar de encuentro hidrográfico y el cerro El Volador, ubicado en el mismo sitio, se conforman como el nodo más destacado en el valle de Aburrá, en medio de la zona más ancha del valle. La cuenca de la quebrada La Iguaná contenía el camino principal que, saliendo por San Cristóbal, comunicaba con Urabá al norte de Colombia. En este lugar, en el costado norte, al occidente del cerro El Volador, existió la aldea de Aná, un poblado indígena ocupado por la colonia con el nombre de San Ciro. Allí se erigió una iglesia en su nombre. La quebrada Santa Elena, elemento común en la determinación de las dos espacialidades definidas anteriormente, es la cuenca más jerárquica dentro de la espacialidad del valle de Aburrá. En el costado sur de esta cuenca, en el cruce de caminos prehispánicos, debió existir alguna construcción como lugar de recepción dentro de la espacialidad indígena, ya que por este lugar pasaban todos los caminos que comunicaban el valle con el resto del país.

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Figura 44. Plano del valle de Aburrá en el contexto geográfico montañoso de la cordillera Central.

Me atrevo a presentar este presupuesto, sin confirmar, si se tiene en cuenta que en este lugar se implantó la ciudad de la colonia con la fundación de la villa de Nuestra Señora de la Candelaria, hoy ciudad de Medellín, se levantó la ermita a la Virgen de la Candelaria y, más tarde, se impuso la trama ideal de la ciudad de la colonia en América.

construcciones de Mesoamérica y América del Sur fue construir sobre las edificaciones mitológicas existentes a su llegada. En la villa de Aburrá podemos pensar que se practicaron las mismas formas, si tenemos presente que bajo algunos monumentos coloniales se han encontrado construcciones indígenas prehispánicas, como el caso de la Plazuela de Zea.

La colonia se cimentaba en la destrucción ideológica del indígena. Una de las formas practicadas en algunas 79

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En la desembocadura de la quebrada Piedras Blancas al río Medellín se ubica actualmente el municipio de Copacabana, enfrentado a este en dirección oriente-occidente. En el cruce de dos caminos prehispánicos, se ubica el municipio de Bello y el barrio Niquía. Al parecer, en este lugar, denominado Curquí, que ocupan Copacabana, Bello y Niquía, incursionó Juan de Fraudes en la conquista. Más tarde, cuando incursionó don Gaspar de Rodas, que venía de occidente, descendió por las laderas de Niquía (cerro Quitasol) venciendo al cacique Niquío. Estas referencias indican una ocupación representativa de comunidades indígenas en la zona norte del valle. Niquía, al occidente del río, y Copacabana, al oriente, marcan la línea este-oeste. La línea que determina la unión de las rocas El Galán, ubicado en el cerro del Padre Amaya al occidente del valle, y La Galana, ubicada en la montana de Zabana, se encuentran en el nodo más destacado de la espacialidad prehispánica en el valle de Aburrá. Al parecer corresponde a la línea virtual que determina el norte y sur de este valle.

Los cerros en el valle de Aburrá

En el valle de Aburrá, los cerros fueron determinantes dentro de la concepción espacial prehispánica. Se destacan siete cerros por su ubicación en el valle.

Este cerro de Las Cruces, por su ubicación en los términos del valle, fue el único involucrado en la espacialidad colonial. Allí se ubicaron los indígenas, después de los egidos, según la traza indiana en el valle de Aburrá. El cerro del Padre Amaya, ubicado en las montañas del occidente, sirve de balcón y observatorio hacia el valle de Aburrá y al valle del río Cauca. En este cerro se ubica la gran roca tallada con el rostro de El Galán. El Galán y La Galana, ubicada en las montañas al oriente, determinan la línea perpendicular a la línea norte-sur del meridiano de Medellín. El cerro El Picacho se destaca en la montaña occidental al norte del valle. Enfrentado a la montaña de Zavana actúa como observatorio espacial del valle de Aburrá en toda su extensión de norte a sur. Indudablemente fue un sitio dedicado a la observación y el culto a las deidades dentro de la espacialidad prehispánica. Desde este cerro se observan los movimientos astronómicos desde el inicio de la salida del sol con la montaña Quitasol iluminada antes de que este aparezca en el valle hasta a la salida de la luna y las constelaciones. El cerro Quitasol, ubicado al norte del valle y enfrentado al eje norte-sur, es golpeado por el sol naciente y el poniente. Durante todo el día está iluminado; parece que a esto se debe su nombre.

Los cerros El Volador y Nutibara fueron centros ceremoniales del culto a la muerte, utilizados como cementerios indígenas en épocas prehispánicas, como lo demuestran las estructuras funerarias que aún se hallan en estos dos cerros.

En las figuras 13, 34, 39, 42, presentamos el plano corográfico prehispánico del valle de Aburrá. Se plasman los hitos y construcciones líticas que aún se encuentran: los cerros, la laguna, los cementerios, caminos, huertas, lugares para el culto, así como las reconstrucciones posibles a partir de las huellas significativas, que permiten hacer estas especulaciones.

El cerro Pan de Azúcar actuó como referencia en la lectura del cosmos y determinaba el paso del sol, la luna y las estrellas. El cerro de Las Cruces interacciona con el cerro Pan de Azúcar como observatorio astronómico, a uno y otro lado de la cuenca de la quebrada Santa Elena.

El valle de Aburrá en el contexto geográfico de Colombia, se ubica en la cordillera central, un valle entre dos ríos, el Cauca y el Magdalena, en la figura 44, se ubica el valle de Aburrá y el valle del río Cauca, valles estos que integraron la provincia de Antioquia, hoy Departamento de Antioquia.

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Ocupación indígena en Antioquia en el momento de la conquista

El valle de Aburrá, considerado una espacialidad definida topográficamente (un valle interandino) y que forma parte de un Estado territorial más amplio, que comprendía desde Urabá, en las costas del mar Caribe, hasta los valles del río Cauca y del río Grande o Magdalena en la cordillera Central. Este Estado prehispánico parece que casi coincidía con lo que hoy se define política y administrativamente como el departamento de Antioquia (figura 46). Las tierras que cubren la provincia de Sinifaná, el valle de Aburrá y la altiplanicie de Rionegro fueron habitadas por grupos nutabe, cuyos territorios se extendían desde el río Cauca hasta el río Porce y hasta las laderas que conducen al valle del Magdalena. Estas tierras eran parte de la Gobernación de Antioquia en los tiempos de la colonia. En la (figura 45) se ubican los poblados indígenas prehispánicos que han podido datarse en el departamento de Antioquia. Al parecer, el poblamiento indígena de gran parte del interior andino del país fue realizado a través de los ríos Magdalena, Cauca, San Jorge, Sinú y Atrato. Los descubrimientos arqueológicos y las crónicas indican el desarrollo cultural indígena en las riberas de estos ríos. Una de las vías de penetración principal fue el río Magdalena, por el cual parece fue ocupado el territorio de Antioquia, según lo indican los hallazgos arqueológicos, algunos de los cuales sucedieron por lo menos antes del décimotercer milenio A.P. (figura 45). Las investigaciones arqueológicas han demostrado que en el territorio antioqueño coexistían grupos de organización tribal y sociedades igualitarias en su jerarquización social, junto con los cacicazgos que predominaban en el siglo XVI. Neyla Castillo informa de “hallazgos de industrias líticas registrados en la zona ribereña del Magdalena en Puerto

Belo y puntas de proyectil en Puerto Berrío”76. Es factible suponer desde allí avances hacia el interior del departamento y, en general, al occidente del país. Desplazamientos paralelos debieron ocurrir hacia el interior andino siguiendo vías naturales, como lo sugieren los complejos líticos encontrados en el Chocó, en los ríos Juruvidá y Chorí, en la bahía de Utría, en Catrú y las puntas de proyectil en Restrepo (Valle) y Manizales (Caldas). Especial hallazgo de líticos de este tipo se realizó en Niquía, en el valle de Aburrá. Aunque no se conoce información sobre el contexto exacto en que se encontraron, una de estas puntas, se ha relacionado con la de Restrepo por sus características77.

Los investigadores del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia relacionan las sociedades más antiguas en Antioquia como habitantes de las zonas del Magdalena Medio y el valle intermedio del río Porce. También se reseñaron yacimientos en Puerto Berrío, Yondó y Remedios, ocupaciones fechadas entre 8.400 y 8.450 a.C78.

Los conquistadores en Antioquia

Los conquistadores no logran el dominio de la geografía en el territorio antioqueño; poco a poco se sobreponen a un territorio donde el indígena había establecido unas relaciones de habitabilidad. Vimos en el capítulo primero, cómo el paso del conquistador Jorge Robledo Mariscal de Belalcázar por el territorio del valle de Aburrá, no despertó ningún interés inicial, continuando su recorrido al noroccidente donde fundó la ciudad de Antioquia a orillas del río Cauca, cerca de las minas auríferas de Buriticá, en 1541. En ese mismo año Jerónimo Luis Tejelo, al mando de Robledo, da cuenta para el mundo 76 Castillo Espitia, Neyla. Las sociedades indígenas prehispánicas, en Melo, Jorge Orlando (director), Historia de Antioquia, Coordinación editorial Folio, Bogotá, 1988, p. 26. 77 Tovar Pinzón, Hermes. Óp. cit. 78 Acevedo Zapata, Jorge Luis, Botero Arcila, Silvia Elena y Piazzini Suárez, Emilio, Atlas arqueológico de Antioquia, Universidad de Antioquia, Medellín, mayo de 1995.

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Figura 45. Mapa de las poblaciones de la gobernación de Antioquia, 1620, (ilustración No. 7 de Las transformaciones de la estructura urbana en Medellín, Verónica Perfetti).

de la existencia del valle de Aburrá, el que haría parte de la jurisdición de Antioquia. En el periodo 7.000 a.C. a 1.000 a.C. varios de los grupos humanos desarrollaron un modo de vida más dependiente de los recursos vegetales, con un patrón de asentamiento permanente y actividades de caza, pesca y recolección de vegetales. Por ejemplo, en las zonas bajas se explotaron los

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recursos del mar: manglares, lagunas y bosques tropicales; en las zonas andinas, se aprovecharon los recursos presentes en ríos, bosques y sabanas. El territorio antioqueño es disputado por las huestes conquistadoras. Por una parte las representadas por Robledo, al mando de Pizarro, que entran por el sur; por otra parte, Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa, quienes visitan la

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Figura 46. Plano de Antioquia “Culturas Indígenas Prehispánicas”. Tomado del Atlas arqueológico de Antioquia.

zona noroccidental del océano Atlántico, tomando Belalcázar al mando de Pizarro el territorio de Dabeiba entre 1501 y 1502. En 1509 es fundada San Sebastián de Urabá. El territorio antioqueño se enmarca dentro de la conformación del Nuevo Reino en el momento en que surge la provincia de Antioquia (figura 47).

Ocupación indígena en Colombia en el momento de la conquista

Colombia, situada al norte de América del Sur, es bañada por el océano Atlántico al norte y por el Pacífico al occiden-

te. Como una columna vertebral, la cordillera de los Andes se prolonga desde el sur del continente formando tres fértiles ramales, innumerables valles, mesetas y laderas donde se agrupaba la mayoría de la población indígena. Las investigaciones y hallazgos realizados hasta el día de hoy muestran una gran población indígena de cazadores y recolectores que ocupaban todo el territorio colombiano a la llegada de los españoles. Numerosos complejos líticos encontrados en Bahía Gloria, en bocas del río Atrato, se suceden a lo largo de la línea costera desde Urabá hasta la Guajira en la región del Caribe, en la zona andina y la zona amazónica (figura 48). 83

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Figura 47. Mapa de las gobernaciones y poblaciones en Colombia, 1574.

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La región del Caribe

La región del Caribe fue poblada por los taironas, sinúes y urabáes. Los cronistas de la zona del Caribe colombiano dejaron mucha información sobre las actividades de los españoles en su recorrido por esta región: Francisco López de Gomarra79, Fernández de Oviedo80 y el geógrafo Fernández de Enciso81. Sin embargo, las descripciones sobre comunidades y poderes étnicos se diluyen. Tovar resalta el poco interés de los españoles en mirar las formas de organización social, los sistemas de parentesco y otras estructuras que regían la vida de los naturales. No obstante anota: Los cronistas que se ocuparon de Colombia recogieron su propia experiencia, hurgaron documentos, y llamaron a testigos envejecidos para elaborar una historia que reunía la escritura, la oralidad y la experiencia personal, tres fuentes importantes en casi todas las crónicas del siglo XVI. Esto ha hecho que tengamos un gran aprecio por Pedro Cieza de León o Fernández de Oviedo, quienes dejaron notables historias del reino animal y vegetal y de etnias perdidas en el tiempo82.

En un principio, los españoles no tuvieron interés de incursionar en el territorio colombiano. Las costas, plataformas marinas y submarinas caribeñas sirvieron como base de operaciones en la explotación del mar. Se concentraron en cuatro principales focos de explotación económica: el Cabo de la Vela en la península de la Guajira, con las perlas, llamada provincia de Río Hacha; Santa Marta, con la Sierra Nevada y los pueblos de las llanuras que corren hacia Valledupar y Tamalameque; Cartagena, con sus islas circunvecinas y las llanuras del Sinú; las selvas de Urabá y el Darién. 79 López de Gomarra, Francisco. De la historia general de las Indias, (Biblioteca de Autores Españoles, XXII, Madrid, 1946. Historiadores Primitivos de Indias I, p. 155-455. 1ª edición hecha en Zaragoza en 1552. 80 Fernández de Oviedo, Gonzalo. Historia general y natural de las Indias, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1959, III tomos. Se empezó a publicar parcialmente desde 1535 en Sevilla. 81 Fernández de Enciso, Martín. Suma de geografía, Banco Popular, Bogotá, 1974. Especialmente de la página 247 en adelante. Primera edición en Sevilla, 1519. 82 Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes, Tomo II, Región del Caribe, Instituto Colombiano de la Cultura Hispánica, 1992.

Figura 48. Comunidades indígenas conocidas, que ocuparon el territorio colombiano. www.banrep.gov.co/museo/orf/tumaco1.htm (consultada en marzo de 1979).

Las llanuras, con sus macroetnias ofrecían oro, hombres, mantas y alimentos; las alturas, como la Sierra Nevada, alimentaron a los nuevos colonos que llegaron desde 1526 a emprender la conquista. Cartagena y Santa Marta fueron los dos puntos importantes en la expansión a tierra firme en los territorios colombianos (figura 48). En febrero de 1504 Juan de la Cosa capitulaba con la corona para ir a descubrir y rescatar “a las tierras e islas de las perlas e al Golfo de Urabá e a otras cualesquiera islas de tierra firme” (Fernández de Oviedo). Desde Cartagena de Indias, Juan de la Cosa intensifica sus incursiones al interior. Luego de asaltar la isla de Codego, donde tomó 600 almas, pasó a Isla Fuerte y siguió hacia el Sinú y el Darién. En 1509 Juan de la Cosa, acompañado de Alonso de Ojeda, retornó a Cartagena e inició su correría tierra adentro unas 4 o 5 leguas. Incursionó en una aldea de 100 casas y 300

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vecinos; según Oviedo, se trata del pueblo de Matarap, cuyo cacique era Catacapa83, llamado Turuaco. Afirma Tovar, que la isla de Codego fue tomada en 1533 por Pedro de Heredia. Allí sometió cuatro caciques: Carex, quien controlaba la parte sur de la isla; Quiripa, que controlaba el norte; Guacalices, el este, y Cospique, más al poniente. Luego fue a Calamar, donde formó dos expediciones: una hacia Zamba y otra hacia el Sinú y el Darién. Heredia incursionó en Taragoaco, definido como un centro de “indios señores caciques principales”, quienes tenían ciertas casas suntuosas, mucho mayores que las otras. En este pueblo fracasó Heredia en el intento de someter a los indios, ya que respondieron con la confrontación armada y el abandono de sus pueblos. De aquí salió a Zamba o Nao con el fin de poblarla; en el camino llegó a Tegoa, luego a Chagoapo. De Nao o Zamba, inició otra expedición hacia el río grande o río Magdalena. A legua y media de Nao, encontró un valle muy poblado, que llamó valle de Santiago, con importantes señoríos: 53 caciques, 11 pueblos (unos grandes y otros pequeños) y una población abundante. Heredia marchó de este valle hacia el río Magdalena con más de 10.000 indios. Continuó a Marazobí, Sonsón, Taumema, Tancamos, Mentamoa y Zeama. En Mentamoa, “no quedó casa ni cosa por quemar, aunque era muy grande y hermosa población”84. Estos relatos permiten ubicar la numerosa población de comunidades indígenas que existía al norte de Colombia a la llegada de los conquistadores. Heredia, en una sola incursión, llegó a un valle con 11 pueblos, 53 caciques y salió con 10.000 indios hacia el río Magdalena. Esto presupone una gran ocupación del norte del territorio colombiano, en los límites con el departamento de Antioquia. 83 Fernández de Oviedo, Gonzalo. óp. cit., p. 139. 84 Fernández de Oviedo, Gonzalo. Óp. cit., p.155.

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El registro de las incursiones de los conquistadores al territorio antioqueño (por el Norte Pedro de Heredia y por el sur Jorge Robledo) muestra que fue ocupado por las comunidades amerindias en los valles de los grandes ríos: Magdalena, Cauca y Porce, construyendo el territorio colombiano según las especificidades del lugar, tejiendo una red de poblados en todo el territorio (figura 48). En la actualidad encontramos comunidades indígenas que han logrado sobrevivir manteniendo elementos importantes de su cultura. Existen culturas más estudiadas, bien porque aún existen indígenas que habitan los lugares más apartados de sus antiguos territorios, que mantienen muchas de sus prácticas culturales, o bien porque se han encontrado huellas significativas que permiten el estudio de su cultura.

La Sierra Nevada de Santa Marta Los taironas ocuparon la Sierra Nevada de Santa Marta al norte del país. La época de mayor esplendor cultural fue después del año 1.000, época en la que fundaron numerosas aldeas y ciudades. Las construcciones de terrazas, caminos, canales y puentes en piedra expresan el mundo cultural simbólico del hombre amerindio. Con el concepto de Estado se conformaron centros mayores que controlaban asentamientos más pequeños, gobernados por caciques y la poderosa casta sacerdotal. La sierra fue habitada por los taironas, cuyos descendientes koguis, ijkas y sankás sobreviven actualmente conservando algunas pautas culturales. La densa población se concentraba en los sitios cálidos y templados: “en la vertiente norte se han identificado más de 200 sitios arqueológicos correspondientes a dicha cultura”85.

Las llanuras del Caribe Los indígenas prehispánicos de la etnia zenú ocupaban las llanuras tropicales del Caribe en el norte colombiano, 85 Revista del Museo del Oro de Colombia, Bogotá, Colombia, octubre de 1989.

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zonas de sabanas levemente onduladas y depresiones cenagosas caracterizadas por la fertilidad. Los zenúes se expandieron desde ocho siglos a.C. por la depresión Momposina ubicada al sur de las llanuras del Caribe; allí se forma un delta interior donde convergen tres grandes ríos (Magdalena, Cauca, San Jorge). Los zenúes diseñaron un sistema de canales artificiales que cubren 500.000 hectáreas y que les permitió explotarlas por más de 2.000 años consecutivos contando con toda la sociedad para su construcción y mantenimiento. Su territorio estaba dividido en tres provincias con funciones económicas complementarias: producción de tubérculos alimenticios, de variadas manufacturas y explotación de oro nativo. Una numerosa población zenú se estableció en aldeas de unos 600 habitantes construidas sobre plataformas artificiales o en asentamientos lineales a lo largo de los ríos y caños secundarios.

La región de Urabá Caribe

En las llanuras costeras y las zonas montañosas del Caribe colombiano se encuentran áreas arqueológicas de comunidades que compartieron tradiciones metalúrgicas con orfebres de Panamá y Costa Rica desde comienzos de nuestra era hasta el año 1.000. Las técnicas, formas y símbolos representados en los vestigios se asocian a las culturas amerindias.

El suroeste colombiano (región andina y valles interandinos)

El suroeste colombiano comprende la zona andina y las costas del mar Pacífico. Estuvo habitado por las culturas que los arqueólogos denominan Tumaco, Calima, Malagana, Cauca, San Agustín, Tierradentro, Nariño, Quimbaya y Tolima. Estas culturas orfebres y agrícolas trabajaban el metal que encontraban en los ríos y vivían en aldeas rodeadas de campos de cultivo.

La región andina

La zona andina, habitada por los indios inkas, mutabes, taamis y muiscas, es tierra de variedad y abundancia. Su topografía, compuesta por incontables rincones, influ-

yó en el florecimiento de diversas culturas regionales, utilizadas como zonas de producción y abastecimiento de todas las comunidades. Aquí se ubicaban las zonas mineras y salinas, la producción de alimentos y textiles. El valle de Arvi fue referido por los indígenas a los conquistadores como el centro de producción e intercambio comercial de todos los productos que se cosechaban en la zona andina. A la llegada de los conquistadores, la zona estaba poblada por numerosos grupos de lengua karib. Cultura San Agustín, se ubica en el Macizo colombiano, donde la cordillera de los Andes se divide en dos ramales y nacen los ríos Cauca y Magdalena. Desde hace más de dos mil años, agricultores sedentarios se esparcieron en un área de 500 kilómetros cuadrados. Terrazas y canales para la agricultura alternaban con los montículos artificiales que cubrían sus tumbas monumentales, custodiadas por estatuas. Los entierros se hacían con ofrendas de cerámica. El mundo mítico se encuentra en los vestigios arqueológicos: bocas de jaguar, cabezas-trofeo, aves rapaces, serpientes y otros animales. La figura del hombre jaguar se asocia al chamán. Todo ello corresponde al concepto de mundo multiestrato que mantiene en equilibrio las fuerzas contradictorias del cosmos. La cultura de San Agustín parece generadora de desarrollo cultural en la zona andina colombiana entre los ríos Cauca y Magdalena. Su ubicación en la zona montañosa del Macizo Colombiano y su desarrollo cultural en el momento de su desaparición indican que este lugar funcionó como centro ordenador del Estado, lugar de origen de la cultura que se desarrolló en las cordilleras Oriental, Central y Occidental y a lo largo de los ríos Magdalena y Cauca en todo el territorio colombiano. El río Magdalena, principal arteria fluvial de Colombia, fue importante zona de paso en los movimientos de población e intercambios comerciales, reflejados en la influencia entre las culturas del sur, del centro y del norte. 87

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La cultura Tolima, ubicada en el valle del Magdalena, y las culturas de Tierradentro, Cauca y Malagana, ubicados en el alto del río Cauca, expresan en su orfebrería y cerámicas la concepción dualista del mundo: un arte de contrastes, opuestos y complementarios con un perfecto equilibrio y armonía, extraños seres míticos con imagen de serpiente-jaguar-emplumada y complicados colgantes de oro y de tumbaga en forma de aves, de ranas, mezclados con rasgos humanos. Esto coincide con la visión del mundo andino: transformación de todos y cada uno de los mundos a través del mundo medio o de la forma, la unión del mundo celeste y el inframundo. Cultura Tumaco. La llanura costera del Pacífico, desde los manglares hasta los bosques tropicales del piedemonte andino, ofrece variados recursos para la subsistencia del hombre. Habitantes de la cultura Tumaco en Colombia y de la región ecuatoriana de Tolita, desarrollaron hace más de dos mil años un eficiente sistema económico basado en la pesca y la agricultura del maíz, cerámica y orfebrería. Cultura Muisca. Hacia el siglo VII de nuestra era poblaron el altiplano de la cordillera oriental colombiana los muiscas, grupo emparentado linguísticamente con los taironas. En el momento de la conquista española se expandían en un territorio de 25.000 km2; eran agricultores de papa, maíz y otros tubérculos andinos, vivían dispersos en las laderas y los valles sujetos a caciques que gobernaban desde aldeas. Dos jefes principales, el Zipa y el Zaque, aspiraban al dominio respectivo de las zonas sur y norte del territorio. ...En aquella laguna de Guatavita se hacía una gran balsa de juncos, adornada todo lo más vistoso que podían... Desnudaban al heredero. Lo untaban con una tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo y molido, de tal manera que en la balsa iba cubierto todo de este metal. Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba en medio de la laguna y los cuatro caciques que iban con él hacían lo propio; y partiendo la balsa a tierra comenza-

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ba la fiesta, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y danzas a su modo, con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor y príncipe. De esta ceremonia se tomó aquel nombre de el Dorado... Juan Rodriguez Freyle, 1636.

Cultura Quimbaya. Los orfebres de la cultura Quimbaya temprana, del siglo I al X d.C. se ubicaron en las templadas vertientes cercanas al río Cauca, creando un arte naturalista: la orfebrería con aleación de oro y cobre, o tumbaga, vertida en un molde de cera. Hacia mediados del siglo X d.C. ocuparon el valle medio del río Cauca otras comunidades que sobrevivieron hasta la conquista española. Habitantes de aldeas con bohíos circulares, enterraban a los muertos en extensos cementerios.

La región amazónica

Habitada por los indios huitotos. Se encuentran importantes petroglifos antiguos en la margen del río Caquetá, y otras evidencias, como “extensas manchas de ‘tierras negras’, sobre planicies arenosas o gredosas evidencian los asentamientos del hombre prehispánico por más de 4.000 años de antigüedad”86.

Descubrimiento colombino

La conquista de América, en su mayor parte, se realizó a partir de otras conquistas previas. De los núcleos primarios, Antillas y zonas del istmo panameño, salieron las expediciones que ocuparon México, Perú y Colombia. De México, la conquista del sur de Estados Unidos y la de América central. De Perú, la del Ecuador y Chile. Solo la zona del Río de la Plata fue alcanzada por expediciones procedentes de la península. Colombia no tuvo nombre como México y Perú; comenzó por ser Tierra Firme, luego El Darién, para quedar convertida en las provincias de Cartagena y Santa Marta. Solo a partir de 1550 sería el Nuevo Reino de Granada, con las nuevas provincias de Popayán, Tunja y Santa Fe. Esto es 86 Revista Museo del Oro de Colombia, Bogotá, Colombia, octubre de 1989.

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comprensible si se tiene en cuenta que sobre el territorio colombiano nunca hubo una unidad política; a la gran diversidad geográfica, obedeció una gran diversidad de empeños y culturas87. Los españoles duraron cerca de 50 años tratando de delimitar estos territorios y construyendo el que sería la Nueva Granada. Este proceso de delimitación del espacio colombino hizo abstracción de múltiples especificidades, produciendo cierto abandono en la conciencia colonial de paisajes que se entrelazaban con otros más determinantes en la formación del hábitat prehispánico.

La conquista en América

Un objetivo importante de la época de los grandes descubrimientos geográficos, el final de la baja Edad Media y los comienzos de la época Moderna, consistió en llegar a la India. Colón emprendió el viaje por la ruta del oeste. Este detalle implicó el hallazgo del continente americano y del océano Pacífico. El papa Alejandro VI otorgó a los españoles la posesión de las tierras situadas a cien leguas al oeste de las islas Azores o Cabo Verde (1493). El tratado de Tordecillas (7 de junio de 1494) ratificó la división del mundo en dos hemisferios: el oriental portugués y el occidental español. La línea de demarcación de ambos quedó fijada a 370 leguas de Cabo Verde (figura 51). En los tres viajes siguientes que realizó Colón, amplió sus descubrimientos a las Antillas (pequeñas Antillas, Jamaica, Puerto Rico) y la costa oriental de Centroamérica. Sin embargo, se impuso la evidencia de que se trataba de tierras bien distintas de las del Asia Oriental.

Figura 49. Rutas entre España y las colonias en América. (América Latina época Colonial, Richard Konetzke, Madrid, 1981, p. 224).

del Sur –Ojeda, Bastidas, Nicuesa y Vespucio– acabaron por aclarar toda duda. El reconocimiento del error de Colón se difundió a partir de 1507, cuando el cosmógrafo Alemán Martín Waldseemuller se refirió, en su Cosmographíae Introductio, a una cuarta parte del mundo, al que le dio el nombre de América en homenaje a Florentio Amérigo Vespuccio88.

De un lado, el viaje de Vasco de Gama a la India en 1498, de otro lado los llamados “viajes menores” de los españoles por el Caribe y las costas septentrionales de América

Ubicados los españoles en Cuba, con Diego Velázquez como gobernador, envían a Hernán Cortés a incursionar en el continente. Hernán Cortés llega a México, al pueblo de los aztecas ubicados hacia la zona de Yucatán. En Tabasco vence a los indígenas mexicas, un pueblo de 10.000.000 de habitantes, cuyo emperador en esos momentos era Moctezuma. Este pueblo de los aztecas,

87 Tovar Pinzón, Hermes. Relaciones y visitas a los Andes, Colección de Historia de la Biblioteca Nacional, Tercer Mundo Editores S.A. Santa Fe de Bogotá, 1993.

88 De las Casas, Bartolomé. Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Sarpe, Madrid, 1985

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descendientes de los mayas, lo integraban las etnias de los mexicas, los toltecas, los olmecas y los chichimecas. Los mayas habitaron estas tierras de 1.000 a 350 A.C. Su dios Quetzacoalt decidió abandonar el pueblo y dice que volverá. En México encuentran los españoles ciudades imponentes. Tenochtitlan, comparado con Constantinopla o Venecia, es una ciudad sobre lagos, con una arquitectura colosal. Los españoles quedan fascinados de estos pueblos de los aztecas, completamente limpios, vestimentas espectaculares y modales exquisitos y sofisticados. En 1513, Vasco Núñez de Balboa atravesó el istmo de Panamá y descubrió el mar del Sur (Pacífico). Comenzando la búsqueda de un paso que comunicara el Atlántico con el Pacífico por el sur de América, Magallanes lo consiguió en 1520, al descubrir el estrecho de su nombre89 (figura 49). De los núcleos primarios, Antillas y zona del istmo panameño, salieron las expediciones que ocuparon México, Perú y Colombia. Entre el descubrimiento colombino y la sumisión de los incas por Pizarro, en el Perú, y de los aztecas por Cortés, en México, transcurrió menos de medio siglo (1492-1536). Al mismo tiempo se inicia la colonización del nuevo mundo. La expedición de Nicolás de Obando (1502) marcó el comienzo del poblamiento de las Antillas.

Conclusiones

La hidrografía, la orientación y la topografía fueron determinantes en la delimitación del espacio prehispánico en el valle de Aburrá. El río Medellín, en dirección sur-norte, actúa como eje que, junto con el eje que determinan las esculturas de La Galana y El Galán en dirección este-oeste, determina cuatro territorios en el valle, correspondientes a los cuatro rumbos del universo. Al este se ubica el centro 89 De las Casas, Bartolomé. Óp. cit.

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ceremonial y lugar de cultivo; al oeste, el lugar de habitación y de cementerio. Las quebradas Santa Elena y Piedras Blancas enmarcan la zona dedicada exclusivamente a centro ceremonial, lugar de reunión y de intercambio comercial, construida sobre la ladera de la montaña de Zavana. Para los indios aburráes, parece que esta montaña fue escenario de los grandes eventos mitológicos. Se ubica allí un centro de energía cósmica, es el lugar por donde aparece el sol, la luna y las constelaciones en el valle. En el piedemonte, en la cuenca de la quebrada Santa Elena, se ubica el centro gravitacional (calle 50 con carrera 50), lugar que coincide con la plaza donde comienza el trazado urbano de la colonia. Las comunidades indígenas amerindias tienen, en su cultura cosmogónica, la mirada al oriente, al sol naciente. Este les indica el camino a seguir; aparece en varios escritos mitológicos. Dice Juan Mayr que, para los indios kogui, los cerros que sobresalen en las montañas al oriente, en dirección sur-norte, sirven como referencia para la observación de los astros. Allí un sacerdote kogui tiene localizado un sitio para la observación de estos fenómenos, compuesto por dos asientos. Todas las huellas de la cultura indígena en el valle indican que al occidente, en los piedemontes de las montañas, se ubican los centros sociales de vivienda, orientando la mirada al oriente. Similar relación cosmológica se encuentra en la cultura de los indios koguis, que aún mantienen elementos de la cultura antigua. Las huellas de la cultura prehispánica en el valle de Aburrá superan la cota 1.800. Esto lo determina el desarrollo urbano que asciende por las montañas hacia sitios difíciles de construir en las condiciones del desarrollo actual que la cultura occidental impone.

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Determinada la cota 2.000 como límite entre las dos culturas, más allá sobrevive el espíritu y la magia que las comunidades indígenas le imprimieron a este territorio. El sitio determinado por la intersección de la quebrada Santa Elena y el río Medellín se convierte en lugar determinante para el conocimiento de la espacialidad de las dos culturas plasmadas sobre el valle (la indígena y la colonial). Este lugar y, en un contexto más amplio, la cuenca de la quebrada La Iguaná y el río Medellín determinan el sitio más ancho y más destacado espacialmente en los términos del valle, enmarcado por los cuatro cerros: Pan de Azúcar, Las Cruces o Salvador, Nutibara y El Volador, alrededor de los cuales giran todos los elementos simbólicos de la espacialidad cultural de las comunidades amerindias en este valle. La ciudad prehispánica en el valle de Aburrá parece que surge como espejo y reflejo del orden cósmico. Rodeado de cerros, valle intermontano, abundantes recursos hídricos y la laguna de Guarne en una posición de centro espacial, se estructura en un sistema de cruz horizontal y vertical. El río Medellín y el eje conformado por las dos esculturas en piedra: El Galán y La Galana, actúan como

ejes norte-sur y este-oeste que dividen el poblado en cuatro grandes territorios, que equivalen a los cuatro rumbos del Universo. Las quebradas Santa Elena y La Iguaná marcan los rumbos noroeste y suroeste: el primero es el lugar para el cultivo y la arquitectura monumental cerca de la laguna de Guarne; el sureste, cercano a la laguna conforma un territorio para el culto y observatorio de los astros. La quebrada de Aná y los cerros Pan de Azúcar y Las Cruces, o morro El Salvador, muestran una cosmovisión íntimamente unida a la realidad. En el suroeste se ubican los centros sociales dedicados a la vivienda. El noroeste está dedicado al culto de los muertos; allí se ubican los grandes cementerios y lugares para observar los astros. Al norte estaba un poblado donde vivía el cacique Niquío. En los términos de la provincia de Antioquia, parece que el poblado en el valle de Aburrá estaba jerarquizado a escala regional, como punto de encuentro de las tres culturas de Estado que se desarrollaron en el territorio colombiano: la San Agustín, la Muisca y la Tairona, que corresponden a culturas más amplias de los arhuacos, chibchas (kunas al noroccidente de Colombia, caribes al oriente, incas al sur de Colombia) (figura 50).

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Figura 50. Culturas autóctonas en América.

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reciprocidad. Esta cultura fue construida y plasmada sobre el territorio desde cada lugar como centro del universo, en un sistema de espejo y reflejo. Las comunidades amerindias no delimitaban un territorio, no existían los límites de jurisdicción. El territorio se organiza mediante mundos complementarios, con un control vertical y horizontal de los diversos ecosistemas andinos. En cada ecosistema el establecimiento de símbolos representados en las huertas caseras, la casa, los centros sagrados y centros sociales llenan de significado a cada uno de los lugares, mediante mitos cósmicos. Los mitos del cataclismo cósmico, los mitos del diluvio son los más conocidos casi universalmente; el fin del mundo no fue radical, sino el fin de una humanidad, seguido de la aparición de una humanidad nueva.

CAPÍTULO 4 SISTEMAS TECNOLÓGICOS INDÍGENAS EN AMÉRICA Sistemas constructivos amerindios

Los sistemas constructivos amerindios no se deben analizar sólo como sistemas racionales, sino que es necesario analizarlos como sistemas tecnológicos de adaptación al medio natural que los circunda, en la cual se incluyen los sistemas mitológicos del pensamiento indígena, partiendo de la profunda unidad entre pensamiento y acción que mantuvieron las antiguas culturas americanas y en la forma interrelacionada como utilizaron cosmovisión, ciencia arte y tecnología para construir el desarrollo. La mitología narra la vida y la muerte, la creación y el fin del mundo. En un proceso de la unión de conocimiento y acción, representado en sus símbolos, surge la imagen, donde la sabiduría se expresa como la transformación de todos y cada uno de los mundos a través del diálogo y la

Las huertas en el valle de Aburrá

Los pueblos de la antigua América desarrollaron culturas agrocéntricas. La base de su sistema lo conformaban la agricultura y el pastoreo, establecidas con base en los principios espacio-tiempo, el calendario agrícola, los ciclos de expansión y contracción. Las huertas existen en una relación territorial no continua, pues el indígena posee un control vertical y horizontal de los diversos ecosistemas andinos, con un sistema de agricultura intensiva en zonas lacustres, con gran variedad de productos y recursos. En la huerta comienza el sentido del hábitat; así, una familia o una comunidad puede conformar “territorios islas” en diferentes pisos ecológicos, sin necesariamente tener una continuidad limítrofe. Huertas, chinampas o chakras es la base productiva como territorio de cada familia; los reservados al indígena como Estado y al sol como estamento religioso. En el valle de Aburrá se evidencia la gran magnitud de la vida industrial manufacturera y comercial, acompañado de la huerta en la “urbe” o zona social donde se ubicaba el gran poblado de vivienda en las laderas de la montaña oc93

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cidental. El trabajo agrario por excelencia se ubicaba en el valle de Arví. Las huertas, como reservados, se ubican en el valle de Aburrá en la cima de la montaña de Zavana o valle de Arvi, denominado así por los indígenas, actualmente parque de Piedras Blancas. En esta zona, en las riberas de la quebrada del mismo nombre, encontramos huellas significativas de las huertas artificiales con sistemas de riego, canales de drenaje y muros de piedra que los bordean. El conquistador Jorge Robledo venía en busca de este valle, por referencias que tenía de los indios como el lugar de abundante comida (maíz y yuca) y mantas de algodón. Las huellas de culturas indígenas que encontramos en este lugar evidencian un lugar de producción agrícola por excelencia, complementado con la explotación del oro de barequería y de la sal (figura 51).

micas en el valle de Aburrá. Se interpreta aquí el lenguaje simbólico familiar y comunitario que forma parte del tejido de urdimbres y tramas de la recreación del mundo que comienza en el ámbito de la primera unidad, la familia cercana y la familia extendida en el seno de la comunidad. Se evidencia en esta zona una organización del territorio muy definida, con abundantes recursos hídricos, técnicas arquitectónicas funcionales y precisas, una red de servicios públicos excelentes con acueductos, canales y represa, suficiente para abastecer una gran población con servicios y comida y una extensa red de caminos para el comercio (figura 52).

Esta zona, donde la naturaleza alberga a humanos y deidades, se estructura como centro ordenador del espacio productivo y de las relaciones sociales políticas y econó-

Piedras Blancas

Figura 51. Huertas artificiales con sistemas de riego, Piedras Blancas (Fotografía: Julia Rave).

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Figura 52. Canalización de la quebrada Piedras Blancas y terraza con muro de contención. (Fotografías: Julia Rave).

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La quebrada Piedras Blancas, que corre en dirección surnorte, actúa como eje ordenador de todo el sistema de cultivo en esta zona. Canalizada con muros de piedra al parecer en una gran parte de su recorrido, recibe todas las aguas que recorren los sistemas de drenaje que contienen las huertas y desaguan a las quebradas y riachuelos y los conduce a una gran represa ubicada al final del recorrido de la quebrada por el valle de Arvi, antes de descender a la desembocadura al río Medellín, en el sitio de Copacabana. Esta represa parece funcionaba como acueducto para abastecer todo el valle de Aburrá, el cual continúa utilizándose. Todo este sistema de acueducto y alcantarillado, para ordenar las aguas y las construcciones salinas y arquitectónicas, ubicadas a lo largo de la quebrada Piedras Blancas es una muestra del orden y saber cultural con el que tejieron todo el territorio para la producción agrícola y minera (de oro y sal). En la ilustración figura 51, se muestran las huellas de una huerta artificial junto a la quebrada Piedras Blancas. El diálogo entre hombre, naturaleza y deidades conforma todo el sistema en el territorio, intercalado con las huertas artificiales, terrazas para viviendas ubicadas a distancias de algunos kilómetros. Como lugares mitológicos están la laguna de Guarne, los cementerios y los sitios para el culto. Parece que estas tierras fueron explotadas en la colonia. Aún en nuestros días, los campesinos continúan con algunas de las prácticas utilizadas por los indígenas. La existencia de salados construidos en piedra y reformados con adobe evidencia el uso de estas prácticas durante la colonia. En las figura 53, registramos las huellas de una construcción en tapia sobre una terraza de construcción indígena, al parecer construida en los comienzos de la colonia. La tipología de la vivienda, que no consulta el pensamiento del hombre nativo y la cercanía a una construcción de salina y a la quebrada Piedras Blancas, suponemos que es una utilización de los colonos del lugar donde existió anteriormente una vivienda indígena (tambo), de apoyo a la producción agrícola y la explotación de la sal.

Este lugar se encuentra en la confluencia de una quebrada salada y la quebrada de Piedras Blancas, donde, además de terrazas para soportar construcciones de vivienda, encontramos la construcción en piedra de una salina, la canalización con muros de piedra de la quebrada Piedras Blancas y los arranques de un puente construido en piedra en la dirección de un camino prehispánico que atravesaba la quebrada.

La casa indígena prehispánica

Para las comunidades amerindias, la casa es un reflejo del orden mayor como centro ordenador del universo en la interacción del hombre, la naturaleza y las deidades en la construcción de la realidad. En la casa están contenidos los principios básicos de la cosmovisión vuelta pensamiento y cultura: el hombre, el lugar y el ritual complementados como unidad en perfecta armonía. Primero se selecciona el lugar, que se ubica en la zona determinada por los ejes que marcan el poblado en cuatro territorios o en las zonas de cultivo. En el valle de Aburrá corresponde al cuadrante suroccidente del valle. En la selección del lugar interviene la interacción de la familia, el entorno cercano, las deidades familiares y las de la comu-

Figura 53. Construcción en tapia, al parecer en época colonial, sobre una terraza de construcción indígena.

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nidad. Una vez sacralizado el lugar escogido para la construcción de la vivienda, se construye una terraza con muro de contención en piedra sobre el terreno (figuras 56, 57 y 58). Los taironas construyeron sus poblados sobre las laderas de las montañas, adecuándolas mediante terrazas escalonadas, sostenidas por muros de contención de piedra. “Son comunes las casas sobre terrazas artificiales, construidas acomodando el relleno hasta formar una superficie plana, en la mayoría de los casos las terrazas presentan muros de contención en piedra”90. La construcción de la casa se desarrolla en un ritual comunitario con un profundo sentido cósmico que opera como ordenador de la comunidad y expresión de su memoria colectiva. La casa como símbolo es portadora de un compendio del saber cultural y social, insertos en el saber cosmológico de cada pueblo, dentro del sistema de orden del universo donde cada paso se da comunitariamente y nada se alcanza si no es por reflejo de lo que todos alcanzan de modo complementario. Encontramos principios rectores con los que ordena cada comunidad desde su lugar como centro del universo. Los indios kunas, que habitan la costa atlántica de Panamá y Colombia, tienen de la memoria colectiva la estructura simbólica y material de cada una de los elementos que intervienen en la construcción de la casa. Así cada palo y cada forma contiene un símbolo y un lugar preciso dentro de la unidad de la casa. El tiempo de la construcción de la casa lo determina el calendario agrícola, afirma Roberto Restrepo: Generalmente se hacen durante la estación seca, entre la última cosecha y la próxima siembra. La construcción se inicia con una festividad denominada “poner los cimientos”. Construida la terraza, la casa se orienta con relación al movimiento del sol de manera de sacralizar los espacios al interior funcionando como reloj solar y 90 Revista Banco de la República, Santafé de Bogotá, Colombia, octubre de 1989.

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calendario agrícola. Se levanta la estructura y finaliza con “poner el techo”.

La proporción de la casa indígena

Las proporciones de la casa indígena (tambo y maloca) se organizan acordes con la cruz multidimensional. En la figura 56 tenemos la planta del tambo con un radio de cuatro metros, determinando con la cruz el lugar sacralizado en el centro: un cuadrado de cuatro metros de lado. Los cuatro cuadrantes determinan el uso del espacio dentro de la vivienda: el lugar para el fogón, el lugar donde se ubican los hombres y las mujeres y la zona para el descanso. En sentido vertical se estructura el tambo en los tres niveles que representan los tres mundos. El mundo de “arriba” está simbolizado por la cubierta cónica, el mundo “medio”, por el nivel de habitación, donde se realizan todos los rituales cotidianos tanto individuales como colectivos; el “inframundo” o mundo de abajo, por el primer nivel, donde se mueven los reptiles y el resto de los animales. La estructura del tambo se compone de columnas y vigas de madera atadas con bejuco, organizadas en tres estructuras independientes y complementarias que conforman una unidad estructural indeformable y perfectamente armónica (figura 56). La primera estructura sostiene la cubierta. Se ubican doce columnas en los doce puntos en que se divide el círculo de cuatro metros de radio. La segunda estructura sostiene el segundo nivel, el de habitación. Se ubican las columnas (u horcones) y vigas en las dos direcciones de la cruz. La tercera estructura sostiene el lugar central sacralizado tanto en el plano horizontal como en el plano vertical. El soporte estructural de mayor dimensión lo determinan cuatro horcones situados en los cuatro vértices del cuadrado central de la cruz. En un diálogo, estas tres estructuras conforman un sistema unitario y armónico. En la maloca que utilizan las comunidades indígenas, construida tanto para una familia como para vivienda comunal habitada por varias familias, al igual que en el tambo, las proporciones y la estructura de la construcción determi-

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Figura 55. Construcción colonial sobre terraza indígena, en el valle de Piedras Blancas. Fotografía: Julia Rave.

nan simbólicamente el espacio de la casa. El centro de la cruz horizontal sacraliza el espacio central como centro del universo. El jefe de la casa, elegido por la comunidad, tiene su lugar dentro del espacio enfrentado a la entrada que se ubica en los ejes de los cuadrantes opuestos noreste, suroeste. La estructura de la maloca, al igual que la del tambo, parte del principio proporcional de la cruz multidimensional. La maloca unifamiliar se origina en un proceso de crecimiento de la estructura del tambo como sistema unitario. En la figura 58, se observa la estructura de la maloca unifamiliar estructurada a partir de la cruz. La maloca como casa comunal crece a partir de la estructura de la maloca unifamiliar. La figura 59 muestra el sistema estructural que comienza a partir de la cruz multidimensional, tanto en el plano horizontal como en el vertical. El sistema proporcional permite este crecimiento armónico en las tres dimensiones. El sistema estructural igualmente se compone de tres estructuras entrelazadas complementariamente.

La casa indígena en el valle de Aburrá Figura 54. Vivienda tradicional indígena tambo, Fotografía: Julia Rave.

De la estructura de la casa indígena en el valle de Aburrá no queda ninguna huella. Los 500 años de ocupación colonial en el valle se encargaron de borrarlas por comple97

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Primera estructura del tambo. Soporte cubierta

Tercera estructura del tambo. Soporte de tercer nivel Espacio sacralizado.

Segunda estructura del tambo. Soporte de segundo nivel

Cuarta estructura del tambo. Cubierta

Figura 56. Sistema de proporciones de la vivienda indĂ­gena (tambo).

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Figura 57. Casa indígena para una familia. (Maloca), planta y alzado.

to. En las zonas de los piedemontes en las montañas del occidente, donde supuestamente se encontraba el territorio ocupado por las viviendas prehispánicas, se hallan actualmente conjuntos urbanos. Sin embargo, en las montañas por encima de la cota 2.200 msnm. y en el valle de Arvi, se encuentran esporádicos vestigios de terrazas circulares, construidos en piedra para soportar las edificaciones. Al parecer las comunidades que habitaron el valle de Aburrá utilizaron para sus viviendas la estructura del tambo, de planta circular y levantada del piso; así lo muestran las construcciones para los muertos en el cerro El Volador, hechas a imagen y semejanza de las de los vivos. También encontramos que las viviendas construidas actualmente por las comunidades indígenas emberá, que habitan el territorio andino del departamento

Figura 58. Casa comunal indígena (Maloca), planta y alzado.

de Antioquia, son de la tipología del tambo y se estructuran con los principios básicos de la cosmovisión y el pensamiento amerindio.

Los caminos prehispánicos

Caminos más anchos que los del Cuzco, construidos en peña tajada, parece que atrajeron la atención a los conquistadores que llegaron al valle de Aburrá. Estos caminos ordenaban el territorio y comunicaban todos los poblados del territorio americano de sur a norte. La figura 59 muestra la red vial inka que comunicaba todos los pueblos del mar Pacífico desde Talca a Pasto. Es probable que este camino continuara bordeando el mar Pacífico como camino principal que comunicaba con América Central y América del Norte, y con el interior del continente.

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La red de caminos prehispánicos se conformaban jerárquicamente, al igual que los poblados; así, encontramos caminos principales, secundarios y senderos. El camino que se encuentra en el valle de Aburrá parece pertenecer a uno de los caminos principales. Una sección de hasta 12 metros de ancho, bordeada de muros en piedra, contenía el camino de dos metros de ancho, la berma de un metro y canales a ambos lados del camino. Todo en conjunto conformaba, además de un sistema de comunicación, un sistema hidráulico para conducir las aguas que surtían bebederos a lo largo del camino y los sistemas de riego para las huertas, estanques, represas, y observatorios astronómicos. Ordenadas las aguas, se evita la erosión de la tierra (figura 59). Los peldaños de dos metros de ancho por dos metros de huella permiten asentar el pie, dar un paso y el siguiente de nuevo al otro peldaño, con una pendiente continua de 16% y contrahuellas de 12 centímetros; conforman un sistema ortopédico que permite hacer grandes recorridos (figura 60).

La laguna

Uniendo los símbolos del espacio sagrado a la estructura multidimensional del cosmos cultural amerindio, en un proceso sistémico, el agua es fertilidad; es el camino de unión de la vida al ciclo básico de la energía y el paso del caos al orden. Desde el nacimiento en los cerros mayores hasta su desembocadura en las grandes afluentes, el agua líquida vaporosa y sólida es elemento de vida: El agua que ha sido el vehículo del semen y la semilla, luego de penetrar el vientre de la madre y fertilizarlo todo, permanece como fuente de agua profunda –venas que recorren el inframundo y en corrientes que emergen como lagos y mares y se unen a la serpiente plateada de los ríos91. 91 Restrepo A., Roberto A., Cosmovisión y pensamiento americano (Bases culturales de la arquitectura y el urbanismo en las comunidades de la antigua América), escritos inéditos, Medellín, Colombia, 1998.

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La Paccha Mama, fecundada por el sol a través del agua, pare en cada ciclo. Tlaloc, dios de la lluvia, lo encontramos en los murales policromados conocidos como paraíso de Tlaloc. Los manantiales, que forman parte del conjunto, posibilitan, según las pinturas, el establecimiento de las chinampas como sistema de agricultura. La ciudad de Cholula surge alrededor de un lago con una arquitectura piramidal y el manejo de áreas verdes de agricultura a partir de manantiales. Los manantiales serán también un factor importante en la agricultura andina de la sierra, en el valle sagrado de Urubamba y en la región de Wari. En Tipón, un centro religioso, político y agrícola de la época incaica en los Andes centrales, existe una infraestructura de áreas verdes agrícolas a partir de manantiales, asociada también a arquitectura monumental y control político. La quinta creación andina está unida al agua, propiamente al lago Titicaca, que, casi como un mar interior, es el gran espejo cósmico a 4.000 metros de altura en el centro de los Andes. Allí Wiracocha, espuma de mar y rayo de sol a la vez, ubica a Taypicala, el centro del mundo, precisamente donde luego surgirá la ciudad sagrada de Tiwanaco (Tihuanaco). Los muiscas, en Colombia, unían el nacimiento de la vida a la laguna sagrada de Guatavita, de donde su primera madre Bachué, emergió con un pequeño infante, que al hacerse adulto, procreó con ella todo el género humano. Bachué toma forma de serpiente y se sumerge en la laguna, después de aconsejar las buenas formas de vida92.

La laguna de Guarne

La laguna de Guarne, en el valle del Aburrá, al parecer ha sido construida dentro de un proceso sistémico. Desde cada lugar como centro del universo, se construye todo un sistema de infraestructura que parte de la laguna, los manantiales, la represa, alimentando todo el territorio como 92 Restrepo A., Roberto A. Guión de video, La cabeza de la serpiente, Televisar Producciones, Pereira, Colombia, 1995.

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Figura 59. Red vial inka (Augusto Calvo y Guamรกn Poma).

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Figura 60. Caminos prehispánicos, “más anchos que los del Cuzco”.

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venas que emergen del inframundo. En la página 13, se ubica en el plano la laguna de Guarne como espejo y reflejo de los cuatro territorios. Parece como si esta laguna hubiera sido “hecha a mano”, como lo sugiere Cieza de León en sus escritos, por la ubicación como balcón al valle de Aburrá, al valle de Arvi, al valle de Santa Rosa de Osos en la cota 2.700, doscientos metros más baja que la cota superior en el lugar. Otra laguna más pequeña se halla en un nivel 100 metros más bajo que la anterior, sobre el mismo eje este-oeste. La una y la otra actúan como una sola en un sistema complementario de una tecnología muy sofisticada de vasos comunicantes; la laguna pequeña se encarga de mantener llena la laguna mayor (figura 12). Con la laguna de Guarne comienza un sistema de simbolismos que relacionan el pensamiento y la acción del hombre amerindio en el valle de Aburrá.

La pirámide amerindia

La pirámide es la forma arquitectónica que adoptaron las comunidades primitivas para la construcción de sus templos. El dios viejo, el señor del fuego, venerado por los toltecas y aztecas, llamado Huchetcotl por su vejez y Xiuhtecutli por su carácter ígneo. El dios del fuego es el padre y la madre de todos los dioses; tiene su habitación en el ombligo de la tierra, entra en la azul pirámide de piedra93. En el México azteca y en todas las culturas de los pueblos americanos el dios del fuego debió tener varios templos. En el gran recinto de Tenochtitlán y en el centro de la ciudad Xiuhtecutli, se conocen varios lugares dedicados a su culto.

carta al emperador Carlos V en 1520, dice: “certifico a V. A. que yo conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en dicha ciudad de Cholula”. Se considera la pirámide mayor del mundo el templo de Cholula, mayor que la del Sol en Teotihuacán y que las de Egipto. Debía de tener antes de su destrucción una altura de 120 m. En la cima se halla la capilla a la virgen, que pusieron los conquistadores para suplantar a Quetzalcoatl. El gran dios del viento Quetzalcoatl, serpiente emplumada, parece tener su culto mitológico en la pirámide de Cuicuilco a 20 kilómetros al suroccidente de la ciudad de México a orillas del lago de Texcoco. Bayron Cummings excavó esta pirámide escalonada de grandes dimensiones, de forma cónica con planta circular. Esta aldea levantaba hacia el 600 a.n.e. como núcleo religioso, político y urbano, “fue construida alrededor de la pirámide”. Esta pirámide hace pensar en Quetzalcoatl por su planta circular, ya que los primitivos templos del dios del viento debían ser apropiadamente sin definida orientación, pues el viento sopla desde todas las direcciones. Los templos circulares ya llamaron la atención a los cronistas coloniales; todos los adjudican a Quetzalcoatl como dios del viento. Los astrónomos que se han ocupado de las pirámides en Egipto, se han impresionado de las notables propiedades astronómicas y geodésicas de la pirámide de Keops. Viene a abrir la era de la arquitectura por un impulso de ciencia, de majestad y de excelencia incomparable, alcanzando de un golpe un ideal que la humanidad tal vez jamás superará94.

La pirámide en el valle de Aburrá

Quetzalcoatl tenía templos en todos los lugares importantes. Sahagún contó hasta cuatro en el recinto del templo mayor de México, su santuario más famoso estaba en Cholula junto a la ciudad de Puebla. Cortés, en

Al observar los tres picos que conforman la montaña Pan de Azúcar, no cabe duda que estos picos fueron enaltecidos a sitios sagrados con la intervención arquitectónica conformando pirámides. Así lo indican las huellas en muros de piedra que conforman una pirámide de proporción V2 en la montaña del centro. En las figuras 14 y 15, ob-

93 Pijoan, José. Historia general del arte, Vol. X, Editorial Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1946.

94 Ghyka, Matila C. Estética de las proporciones en la naturaleza y en las artes, Editorial Poseidón, Barcelona, España 1983.

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servamos los muros de contención en piedra que, en anillos circulares, conforman un conjunto arquitectónico de recintos sagrados dedicados al culto mitológico, al parecer al dios del Viento, por su forma cónica de planta circular, similar en su filosofía a la de las comunidades indígenas de Mesoamérica. Las huellas encontradas en estos tres picos tienen jerarquías diferentes dentro del conjunto mítico sagrado, destinado al culto de los dioses cósmicos, posiblemente rememorando algunas historias míticas de las sociedades arcaicas, gracias a las cuales se les imprime un poder mágico. En la figura 61, representamos en foto y planta los montículos piramidales ubicados en la montaña oriental del valle de Aburrá. En términos del valle referencian la salida y ocultada del sol, de la luna y los astros. Ubicamos en estos tres cerros las huellas de construciones indígenas, se representa en planta las huellas de muros de contención que comforma el montículo que al parecer representa a la luna. Las terrazas intermedias, como balcones al valle, ubican a estos cerros como lugares destacados en el valle. En la figura 14, en la parte superior, registramos en una foto las terrazas construidas con muros de contención en piedra, que como balcones se relacionan con todo el paisaje del valle. En la parte inferior, siguiendo las huellas, se hace una reconstrucción posible de parte de las construcciones que aquí existieron. En la figura 15 se registran huellas de tramos de los muros en muy buenas condiciones. En la cima de esta montaña de pirámide encontramos construcciones subterráneas totalmente saqueadas y destruidas; sin embargo, los monolitos de piedras de dos y más metros de largo son indicadores de construcciones subterráneas que conectaban el mundo medio o de la forma con el inframundo. Estos vestigios conformaron las construcciones arquitectónicas que aquí se levantaron.

Conclusiones

Se corrobora la existencia de una arquitectura prehispánica en el valle de Aburrá, donde hoy se asienta la ciudad

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Figura 61. Foto y plano topográfico del cerro Pan de Azúcar y los montículos piramidales, ubicados en la montaña oriental del valle de Aburrá. (Foto y dibujo: Julia Rave).

de Medellín. Esta arquitectura se expresa en las huellas de construcciones en piedra sobre las montañas y cerros que conforman el territorio del valle. El descubrimiento de las huellas arquitectónicas en el valle de Aburrá, unidas al pensamiento-acción que las originó, permitió determinar que la organización territorial y las formas arquitectónicas corresponden a las “señales” de lugar y de lenguaje, seleccionados como espacios sagrados para la fundación de poblados amerindios en el territorio americano. Estos se ubican en los límites de sierras y valles de 2.200 a 3.850 metros de altura, con acceso a una gran variedad de recursos que se encuentran tanto en las cadenas

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montañosas como en los diferentes valles interlacustres del territorio americano. El desarrollo de esta cultura amerindia en el valle de Aburrá como centro del universo forma parte de un desarrollo sistémico en todo el territorio americano prehispánico, que por espejo y reflejo organiza cualquier manifestación de la vida. Esta estructura, capaz de relacionar el espacio y el tiempo en un sentido vertical, horizontal y diagonal, puede representarse gráficamente en la cruz multidimensional. Los sistemas constructivos amerindios surgen de la unión del conocimiento y la acción, donde la sabiduría se expresa como la transformación de todos y cada uno de los mundos a través del diálogo y la reciprocidad. El territorio se construye mediante mundos complementarios: la vida y la muerte, el día y la noche, lo masculino y lo femenino, con un control vertical y horizontal de los diversos ecosistemas andinos. En este sentido, como sistema de construcción del hábitat prehispánico, se puede plantear que los caminos existentes en el valle de Aburrá son parte, al parecer, de un gran sistema vial de comunicaciones construido por los pueblos amerindios en todo el territorio americano. “Caminos más anchos que los del Cusco”, construidos en peña tajada, son registrados en las crónicas de los conquistadores. Esto permite dejar abierta la posibilidad de que, rastreando las huellas de estos caminos que vienen desde Urabá en la costa atlántica, pasan por el valle de Aburrá, comunican al sur con Santa Fe de Bogotá (figuras 43 y 45), y de allí conectan con la red vial inkaica que han descubierto Augusto Calvo y Guaman Poma (figura 59), se puede plantear un sistema de comunicaciones con un alto contenido tecnológico para un gran sistema de intercambio comercial y cultural en toda América. En la construcción de la casa amerindia, encontramos nuevamente ese diálogo armónico entre pensamiento y acción, entre estructura física y estructura mental. La estructura

formal, compuesta por tres estructuras complementarias y armónicas, constituye una unidad indeformable, a imagen y semejanza de los tres mundos que constituyen el universo amerindio. La relación de la construcción física de la casa con su entorno constituye el diálogo entre los tres mundos: la naturaleza, el hombre y el rito. La laguna y la pirámide que encontramos en el valle de Aburrá son la expresión de las formas arquitectónicas que adoptaron las comunidades primitivas para sacralizar el lugar, utilizando sistemas constructivos de diálogo entre la naturaleza, el hombre y las deidades. Se unen así el pensamiento y la acción, expresados en las formas arquitectónicas. El sistema concebido en una relación de espacio-tiempo, con el cual se construye el mundo amerindio, se asemeja al concepto que maneja hoy la geometría fractal y el conocimiento sistémico, en la relación espacio-tiempo que plantea la nueva ciencia de la totalidad. El concepto lineal y absoluto de la cultura de la colonia se contrapone a una cultura amerindia fiel a una concepción de la vida, donde el espacio y el tiempo conforman una realidad cíclica y relativa, y donde el pensamiento y la acción se expresan mediante símbolos. Puede ser que en este proceso de revisionismo compositivo de la cultura del pasado encontremos elementos propios que nos permitan construir la arquitectura de las ciudades construyendo sociedad, como lo asegura Aymonino. (En los períodos de crisis se hace necesario comparar con el pasado)... los viejos modelos de la historia construida, de la recuperación simbólica como sucedáneo a nuestras inhabitables moradas, formas y espacios para olvidar contenidos de mayor trascendencia y dificultad, relacionados con el derecho, la economía y la política, que permitan ordenar, diseñar y formalizar los espacios de la arquitectura en la ciudad de hoy95. 95 Aymonino, Carlo. El significado de las ciudades, Hermann Blume Ediciones, Madrid, España, 1981.

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ÍNDICE analítico A Accidente geográfico, 38, 49 Amerindio(s), 46, 52, 54, 56-57, 60, 65 cosmos cultural, 100 hombre, 55, 60, 86, 103 grupos, 38 mundo cultural, 20 pensamiento, 54, 99 pirámide amerindia, 103 poblados, 58, 65, 67, 104 sistemas astronómicos, 55 sistemas constructivos, 15-16, 93, 105 territorio, 58 universo, 57, 60, 64, 105 Arquitectura(s) colosal, 90 prehispánica, 18, 33, 50-51, 53, 61, 104 simbólica, 52 Asentamiento(s) antiguos, 35 lineales, 45, 87 patrón de, 82 prehispánico, 20, 78 urbano, 22 Astronomía(s), 38, 45, 49, 53 amerindias, 55 estructura del universo, 55, 64 cruz multidimensional, 55, 60, 96-97, 105 sistema proporcional, 57-58, 60, 97 fenómenos astronómicos, 60 C Camino(s) de Herbé, 75 de peña tajada, 35, 38, 42 de piedra tajada, 31 prehispánicos, 19, 23, 31, 37, 39-42, 44, 46, 52, 65, 75, 77-78, 80, 95, 99-100, 102 Centro(s) ceremoniales, 29, 33, 37-38, 44-45, 48, 65, 78, 80, 90 sociales, 45, 90-91, 93

urbanos, 19, 69 Ciencia(s), 49, 60, 93, 103, 105 astronómica, 50 astronómica occidental, 60 política, 69 Ciudad(es) colonial, 19 fundación de, 19, 50, 53, 58 Cohesión, 68 Colonia(s), 17-18, 26, 30-32, 49, 53, 64-65, 68, 70, 72, 75, 77-79, 81, 90, 95, 105 en América, 70, 79, 89 españolas, 16, 20, 53 Colonización, 45, 69, 90 de la provincia, 19 del valle de Aburrá, 30, 70 en América, 19 española, 19, 50 Comercio, 34 caminos para el, 42, 94 productos del, 43 Composición de la rueca, 28 geológica, 22 Comunidad(es) amerindias, 35, 53, 55, 67, 75, 86, 91, 93, 95 antiguas, 30, 33, 38, 54 humana, 56 indígenas, 17-18, 21, 28, 44-45, 47, 57, 64, 78, 80, 85-86, 90-91, 96, 99, 104 prehispánicas, 21, 45, 48-50, 52, 62, 64-65, 67, 75 primitivas, 50, 103, 105 Conquista, 15, 17-20, 25-26, 30, 32, 42, 49, 53-54, 64, 67, 69, 80-81, 85, 88 américa, 88-89 Antioquia, 81 Colombia, 83 Construcción(es) de las civilizaciones, 35 de las comunidades indígenas, 18 en piedra, 21, 37, 40, 62, 95, 104 espaciales, 15, 20

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mitológicas, 40, 78 para viviendas, 28, 45, 95-96 prehispánicas, 42, 45, 62, 65, 69, 79 subterráneas, 52, 104 Cordillera de zavana, 34, 77 Corografía, 16, 20, 68 histórica, 20-21, 67 Cosmovisión(es), 35, 38, 49-50, 52, 55, 58, 64, 91, 93, 95, 99-100 Cultura(s) amerindias, 15, 17, 49-50, 55, 67, 87, 105 ancestrales, 64 antiguas, 18, 33, 57, 64, 90 arquitectónica, 20, 50 occidental, 50, 90 prehispánica, 16-18, 20-21, 26, 40, 49-50, 52, 65, 67-68, 90 D Desarrollo cultural, 17, 54, 65, 68, 81, 87 Destrucción ideológica, 69, 79 E Economía de subsistencia, 68 Espacialidad arquitectónica, 20-21 colonial, 15, 18, 20, 80 indígena, 31, 62, 78 jerárquica, 31 prehispánica, 17-19, 26, 64, 80 urbana, 72 Experimentación cultural, 69 F Fenómenos, 50, 60, 90 astronómicos, 38, 60 celestes, 53 cíclicos, 35, 53 del cosmos, 40 del pensamiento, 64 Filosofía amerindia, 50 de la colonia, 53 de la cultura, 49 del pensamiento occidental, 50 Física cuántica, 60

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G Glifos sigmáticos, 28 petroglifos, 28, 88 Guías nemotécnicas, 59 H Historia colonial, 20 Huertas artificiales, 42, 44, 94-95 Identidad étnica y cultural, 42 Inframundo, 55-56, 58, 88, 96, 100, 103-104 Intercambio cultural, 20 comercial, 19, 75, 78, 87, 90, 105 de productos, 34, 38, 42 Investigación(es) arqueológicas, 43-44, 81 antropológicas, 44 J Jerarquía política, 54 L Lenguaje cosmológico, 55 espacial, 15, 20 prehispánico, 53 simbólico, 94 Mito(s), 40, 49-50, 54, 93 cósmicos, 39 mitología, 64, 78, 93 mitológico, 38, 40, 47, 52, 69, 79, 90, 93, 95, 103-104 Materiales perecederos, 21 Medio ambiente, 21, 35 manejo del, 42 Modelo cósmico, 33, 57 indiano, 68-69 perceptivo, 21 prehispánico, 49 territorial, 49, 67, urbanístico, 20 urbano, 50, 53, 69 Muro(s) de contención, 37, 39, 42, 45, 94, 96, 104 de piedra, 21, 33, 39-40, 42, 46, 52, 69, 94-95, 103

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O Obras monumentales, 52 Observación astronómica, 59 de la naturaleza, 18, 55 de la zona urbana, 31 de los astros, 38, 46, 62, 90 Del cosmos, 55 topocéntrica, 52 Observatorio astronómico, 34, 48, 80 Ocupación indígena Antioquia 81 amazónica, 83 caribe, 83 Colombia, 83 región andina, 83 valle de Aburrá, 67 Organización de la vida humana, 55 del territorio, 42, 94, 104 jerarquizada, 44 política, 67 sociales, 68, 85 sociopolíticas, 42, 67 territorial indígena, 19

geométrica, 64 simbólica(s), 64 Religión mitológica, 52 T Tecnologías amerindias casas, 45, 69, 85-86, 89-90, 96 huertas, 42, 44, 77, 80, 93-95, 100 laguna, 23, 34-41, 46-48, 62, 64-65, 70, 77, 80, 82, 88, 91, 95, 100, 103, 105 pirámides, 37, 39-40, 42, 48, 52, 58-59, 62, 65, 68, 103-105 templo, 26, 38, 57, 59, 65, 69, 103 Topografía, 34, 52, 68, 87, 90 del valle, 65 dificultad topográfica, 17 U Urbanismo hispanoamericano, 53, 70

P Pacificación, 19, 53 Pensamiento arquitectónico, 50, 53 cosmológico, 65, 67 cultural, 20-21 indígena, 33, 68, 93 mitológico, 47 occidental, 50 prehispánico, 20, 49-50, 62 sistémico, 15 Proceso sistémico de crecimiento, 67

V Valle de Aburrá municipios de: Bello, 22, 30, 52, 80 Copacabana, 22, 30, 44, 77, 80, 95 Envigado, 22, 72, 77 Guarne, 23, 34-41, 46-48, 62, 64-65, 70, 77, 91, 95, 100, 103 Medellín, 19-20, 22, 25-26, 30-33, 38-39, 41, 44-45, 60-62, 64-65, 68-82, 90-91, 95, 100, 104 Rionegro, 22, 34, 37, 39, 43, 49, 68, 75, 77, 81 Vestigios 16-18, 20, 33, 42, 50, 64, 68, 78, 87, 99, 104 arqueológicos, 50, 87 líticos, 64 Vivienda indígena, 33, 95, 98

R Relación(es)

Z Zona urbana, 31, 64, 72

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ÍNDICE ONOMÁSTICO A Acevedo Zapata, Jorge Luis, 81, 107 Arango, Silvia, 107 Aymonino, Carlo, 105, 108 Arcila Vélez, Graciliano, 25-26, 107 Arias de Greiff, Jorge, 43, 101 B Botero Arcila, Silvia Elena, 81, 107 C Cassirer, Ernst, 54, 108 Castillo Espita, Neyla, 68, 81, 108 Cieza de León, Pedro, 25, 39, 45-46, 85, 103, 108 Colmenares, Germán, 19, 108 D De las Casas, Bartolomé, 89-90, 108 D’Olne Campos, 35, 108 E Eliade, Mircea, 54, 108, 110 F Fernández de Enciso, Martín, 85, 108 Fernández de Oviedo, Gonzalo, 85-86, 108 Franchetto, Bruma, 35, 108

J Jaramillo, Luis Roberto, 19, 26, 73, 75, 109 K Kuikuru, Mauricio, 35, 108 L Latorre Mendoza, Luis, 30, 109 López de Gomarra, Francisco, 85, 109 Lozano Castro, Alfredo, 56, 59, 65, 69, 109 M Mayr, Juan, 45, 49, 90, 109 Melguizo Bermúdez, Samuel, 62, 109 Milla Villena, Carlos, 55-56, 110 Menéndez de Luarca, Ramón, 21, 110 N Nordenskiöld, Erland, 54, 110 O Ospina E, Libardo, 30-31, 48, 68, 73, 110 P Perfetti, Verónica 19, 69, 73, 75, 82, 109-110 Piazzini Suárez, Emilio, 81, 107 Piedrahita Echeverri, Javier, 71-72, 75, 110 Pijoan, José, 103, 110

G García, Julio César, 31, 109 Ghyka, Matila C, 103, 109

R Reichel D, Elizabeth, 45, 53, 108 Restrepo, José Manuel, 110 Restrepo A, Roberto A, 35, 55, 58, 67, 96, 100, 110

H Hegel, Georg, 50-53, 109

S Salcedo Salcedo, Jaime, 53, 70, 111

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Santos Vecino, Gustavo, 33-34, 111 Sardella, Juan Bautista, 22, 25-26, 34-35, 111 Simón, Pedro, 28, 111 Soria y Puig, Arturo, 21, 110 T Taborda Osorio Omar, 30, 111 Tovar Pinzón, Hermes, 17, 25-26, 35, 71, 77, 81, 85-86, 89, 111 U Uribe Ángel, Manuel, 25, 111 Uribe Toro, Octavio, 62, 109 V Vélez E, Norberto, 111

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ARQUITECTURA PREHISPÁNICA EN EL VALLE DE ABURRÁ se terminó de imprimir en la Editorial Universidad Nacional de Colombia en abril de 2010. Se utilizaron caracteres ITC Goudy Sans y Gill Sans. Formato 23 cm x 24 cm.

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