El escultor Emiliano Barral
Fernando Barral Arranz, médico, hijo del escultor
Fernando Barral Arranz, nacido en Madrid en 1928, es hijo del escultor segoviano Emiliano Barral, cuyas cabezas yacentes de Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE, esculpió en varias copias. Nací en Madrid en 1928. Emiliano, mi padre, fue un escultor famoso que murió cuando participaba como voluntario en la guerra contra Franco. Mi madre y yo fuimos evacuados (como todas las mujeres y niños) hacia Levante. Después, a Argelia y luego a Argentina, donde comencé mi carrera de médico. De este país luego de una larga prisión por mis ideales, fui expulsado a España, pero acogido como refugiado político por Hungría, donde por fin pude terminar mi carrera. A la par de mis estudios trabaje como traductor simultáneo lo que me permitió recorrer casi todos los países socialistas incluido Viet Nam. La Revolución Cubana reavivó mis ansias revolucionarias luego de años de vida en Hungría. Por pura casualidad, me enteré que Ernesto, mi amigo de la infancia, había luchado con Fidel en la Sierra Maestra y era un líder conocido como el “Che”. Con su ayuda, pues no poseía pasaporte, pude viajar a la isla, donde trabajé como médico e investigador social. Además me enamoré y encontré la felicidad con Laly y los dos bravos hijos que me dio: Ernesto y Fernando. Junto a Ana Maria, de mi primer matrimonio con Isabel, una compañera de estudios húngara, son mis grandes orgullos en la vida.Su cuerpo yace en el Cementerio Civil de Madrid. Durante el franquismo, los sepultureros cambiaron su nombre en la tumba para evitar alguna profanación. Después de la dictadura se puso una lápida con su verdadera identidad. La cercanía física de mi padre yacente en la tumba, fue despertando recuerdos. Me acuerdo hasta ese momento parecían sumidos en el olvido. Estaban al principio muy vinculados con mi casa, con nuestra casa, la hermosa mansión que a fuerza de duro trabajo en la piedra, logró levantar con sus hermanos Alberto y Pedro; Martín no participó, hacía años que se encontraba trabajando en Polonia, como artista privado del Conde de Zamuisky. Así por ejemplo, lo recuerdo una vez en que mi madre le avisó casi en un susurro que le buscaban unos hombres armados en la puerta. Inmediatamente, antes de que mi madre llegara a abrirla mi padre se metió en un baño que estaba cerca de la entrada, escapándose por una ventana. Hizo bien. Aquellos hombres eran fascistas que en aquellos años turbulentos se movían en grupo por la ciudad y se encargaban de dar “el paseo” a todos “los rojos” reales o simples sospechosos que encontraban. Puede decirse que ahí salvó su vida, o al menos la prolongó. Casi un año después, ya empezada la guerra, un obús le destrozó el cráneo ante la mirada consternada de su hermano Alberto, frustrado por no haber podido salvar la vida de aquel al que se había consagrado. Pero esto último forma parte de recuerdos oídos una y otra vez en las conversaciones familiares.
Cabeza de Pablo Iglesias Posse. Cementerio Civil del Este
Luego, mi mente se liberó y volvió uno o dos años atrás, a los tiempos felices en que mi padre me abrazaba llamándome cariñosamente Kiliki (un sobrenombre que ni mi madre ni yo sabíamos de dónde provenía), y jugaba conmigo a no sé qué juegos mientras sentía sus brazos velludos y fuertes que me lanzaban a lo alto con el cariño de un padre que sabía estaba abrazando al único hijo que tendría. O volvía a las largas horas en que posaba, inmóvil, como modelo para sus altorrelieves, que luego descubriría en un mausoleo cerca de su tumba. Pero su imagen no se formó solo de esos recuerdos, sino también de las innumerables conversaciones que tuve con mi madre a lo largo de los años. Los recuerdos de mi madre eran nítidos, algunos en que parecía borrarse la tristeza de su rostro, pero otros, en su mayoría, velados por una angustia que venía de muy atrás: angustias sumadas desde que ocurrió el accidente que la desfiguró irremisiblemente. Ya adulto, y de visita en España, Laly -mi mujer- y yo, lo primero que hicimos fue llegarnos hasta el Cementerio Civil de Madrid donde se encuentra la tumba de mi padre. Depositamos un ramo de flores y quedé sumido en un largo silencio, poblado por los recuerdos que se amontonaban dentro de mí.