Lo que el abuelo nos enseñó

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L. C. de Dios Ibarlucea Septiembre 2009

Lo que

El Abuelo” nos enseñó

Manual para padres e hijos del siglo XXI o cómo superar la crisis de valores y principios que vivimos actualmente

DEDICADO A TODOS LOS ABUELOS Y ABUELAS QUE COMPARTEN CON MI PADRE UNOS VALORES


Escrito en tiempos de crisis de una sociedad que tiene mala memoria.

Lo que

“El abuelo” Pretende recordar para reflexionar.

Es mi compromiso con un deber moral: compartir lo vivido Manual para padres e hijos del siglo XXI o cómo

nos enseñó

superar la crisis de valores y principios que vivimos actualmente No trato de ser

objetiva, ya que es posible que no sea rigurosa y este escrito esté teñido de sentimientos.

Autora L. C. de Dios Ibarlucea

Solo con que sirva Septiembre 2009 a alguien para hacerle reflexionar Dedicado a todos abuelos yya abuelas que o nolosolvidar, comparten con mi padre unos valores. habrá cumplido su cometido.

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Prólogo ***

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Hace

pocos meses perdí a mi padre y ante este hecho he podido reafirmar lo que ya hace algún tiempo sabía. Era un hombre cabal, honrado, leal, prudente, sensato, respetuoso, educado y lleno de valores. Murió como siempre decía que quería hacerlo: de forma rápida, sin sufrimiento y sin molestar a sus seres queridos. Un día salió a dar su paseo matinal y cruzando un semáforo en verde un camión le hizo pasar en segundos de la vida terrenal a una mejor, según creemos en mi familia. Yo cuando lo supe, le di las gracias a Dios. Los días posteriores al atropello me sirvieron para confirmar más, si cabe, lo que he dicho. En ellos, fui conociendo muchas cosas y detalles que la gente que lo trataba cada día veía. Las personas que él apreciaba, la gente que frecuentaba y los hechos que narraban igual que lo hacían sus cosas personales, convertían en cada vez más firme mi impresión, mi propio sentimiento. Lo dejó todo en perfecto estado de orden y limpieza. No había nada superfluo en sus cosas, todo fue sencillo para nosotros, muy sencillo. Pasó su

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vida con una sencillez y austeridad que es para mí encomiable. Su vida a mí me ha servido de referente. Me ha dejado un legado que no tiene precio y que nadie puede quitarme. Un legado que me hubiese gustado dejar a mis hijos. No los he tenido, así que me gustaría dejárselo a otros y compartirlo. Esa es la razón de que escriba hoy este libro. Mi padre siempre quiso pasar por la vida en silencio, sin hacer ruido, sin estridencias. Hoy quiero convertir ese perfil de persona en protagonista y máxime cuando los referentes que muchos jóvenes y niños tienen, son la cara opuesta de esta moneda. Eso que fue mi padre, eso que me enseño con su ejemplo y eso que me ha dejado tras irse, me han hecho ser hoy un ser con una serenidad interior, con un sentimiento generoso y pleno, que es lo mejor que nunca un padre puede dejar a un hijo o hija. Ningún padre o madre son perfectos, pero son los nuestros. No debemos juzgar sus errores, ni criticar sus miserias. Hemos de aprender de lo bueno que nos dan y enseñan y de lo malo o de-

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fectuoso que tengan para no repetirlo nosotros. Esa es otra de las lecciones que me enseño. No siempre lo vi como hoy lo reflejo. En otros tiempos pensaba que mi padre era intransigente, exigente, pesado, antiguo, rígido, brusco y un largo etcétera. Luego me he dado cuenta que yo sí era así, y en cambio él supo cambiar, se convirtió en “el abuelo”. Siempre estuvo ahí cuando lo necesite. En el último tiempo desarrollamos una complicidad preciosa. Me respetó y fue exquisitamente prudente conmigo. Era mi padre y disfrute de él casi 50 años.

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Lo que nos ayuda a comprender lo que viene después

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El

abuelo se llamaba Gerardo y nació en España en 1924, una España llena de desigualdades, donde el analfabetismo y el hambre eran sufridos por millones de personas. Aquella situación precedió una guerra civil donde las familias se vieron desplazadas, separadas y lesionadas por la incapacidad de unos gobernantes de dar solución a los problemas de aquella sociedad enferma. En aquel tiempo, la educación era privilegio de unos pocos, los pocos que tenían acceso a la escuela. Y pocos llegaban a ser bachilleres o accedían a la educación superior. La mayoría aprendieron en sus familias, ejército, campos, industrias, minas o en la propia calle, los recursos necesarios y formas de subsistir en los tiempos adversos y, a la vez, a llenarse de esperanza y fuerza para vivir y, si fuera posible, ofrecer a sus hijos una vida mejor. Las mujeres en aquellos días eran algo en función de lo que sus padres o esposos fueran. Nacían y se criaban como seres para casar y dar continuidad a la especie o para engrandecer patrimonios o conseguir mejoras con matrimonios pactados.

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Sus vidas no les pertenecían y su destino eran asumir tantos roles como pudiesen, como esposas, madres, trabajadoras y cuidadoras del resto de miembros de sus familias, propias o políticas. Eran y fueron el cemento y firme bastión de la sociedad porque eran el firme sostén de la familia. Habían nacido para servir, salvo que su posición social se lo permitiese. Si por familia tenían posesiones tampoco disponían de capacidad para decidir sobre éstas, a no ser que fuesen autorizadas y avaladas por sus hombres: padres, maridos, hijos o hermanos. Por supuesto la educación -y menos aún la superior- estaban a su alcance. En general, las vidas de todas aquellas personas venían marcadas en gran medida por donde nacían, si en un pueblo o en una ciudad en la meseta o en un puerto de mar, en el Norte o en el Sur. Salvo excepciones, la gente nacía, crecía, se reproducía y moría en el mismo sitio En aquel tiempo este país era “eminentemente” agrícola o pescador o minero, y, sólo en algunas zonas privilegiadas, la industria emergía como fuente de generación de empleo para aquellos pobres que emigraban a las ciudades en busca de un destino mejor para los suyos.

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Esas personas a las que me referiré como abuelos y abuelas, pero que fueron nuestros padres y madres, vivieron la preguerra, la guerra y la posguerra. Y a pesar de que lo económico era escaso en aquellos momentos históricos, fueron capaces de dar formación, valores y principios a sus hijos, que nos forjaron como una nueva generación que fue capaz de dar el salto a la independencia y capacitación. Gracias a nosotros, sus hijos, se construyó la sociedad del bienestar e incluso opulencia, aunque hoy corremos el riesgo de perderla. Ellos, esos padres, madres, abuelos y abuelas, de la gente que, como yo, tenemos cerca de los 50 años, nos han trasmitido o dejado un legado humano, moral y espiritual que no debemos desperdiciar. Su legado es el del esfuerzo, sudor y lágrimas que convierten a las personas en seres humanos, capaces de dar, pelear y construir mundos mejores. Muchas de sus historias son ejemplos de eso que hoy se llama “resilencia”. Este libro pretende ser un homenaje a ellos, a

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esos hombres y mujeres que hicieron posibles conquistas inimaginables por sus antepasados porque tuvieron la capacidad de adaptarse a tantos cambios que, si los enumeráramos, no podríamos creerlos. Vivieron en un mundo aislado, por ser una tierra carente de infraestructuras de todo tipo, desde carreteras a transportes, canalizaciones de agua, electricidad, alcantarillados, hasta la potabilización del agua. Unas ciudades y pueblos donde no existía higiene ni infraestructuras sanitarias, donde la mortalidad de parto o en la primera infancia era muy alta. Donde las vacunas y antibióticos no existían o estaban al alcance de muy pocos, donde sólo sobrevivían aquellos que eran realmente capaces de adaptarse y superar las condiciones adversas. Los medios de comunicación se circunscribían a la prensa escrita, que pocos sabían leer, o a la radio, que pocos podían comprar y por supuesto, ni televisiones, Internet, teléfonos o muchos avances tecnológicos, que a muchos les parece que siempre estuvieron en sus vidas, tales como

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lavadoras, frigoríficos, aspiradores y un sinfín de electrodomésticos. Y se adaptaron a un mundo de globalidad, de apertura, de cultura y de grandes avances tecnológicos. Han vivido y viven en este nuevo mundo y, a diferencia de sus hijos y nietos, no han perdido lo que una vida entera les enseñó. Unos valores que les han permitido, con los años, seguir siendo felices y generosos. Que les permitieron adaptarse e impulsarse con cada cambio y en cada crisis. Nunca olvidaron lo que es realmente importante y es una obligación dejar constancia de lo que ellos, con sus vidas y con sus hechos, nos han enseñado. Es su legado y el objetivo de este libro es que se difunda al máximo de personas para que dentro de 100 años siga siendo un legado válido y todo un referente para las generaciones venideras.

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{ Un legado en once lecciones

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Lección 1

“El resentimiento y el rencor son la peor inversión.”

Nunca

en toda mi vida y recuerdos de Gerardo, mi padre, soy capaz de recordar el resentimiento y rencor. Su vida no fue fácil, huérfano a los 2 años, vivió la falta de padre y la pérdida de status. Su padre era abogado, rico de casa ,de una buena familia y, como muchos privilegiados de aquella época, nunca necesitó trabajar. Tenía criadas, vajillas y cuberterías de plata y coche de caballos. Se casó con mi abuela en segundas nupcias, pues era viudo. La diferencia de edad y posición entre ellos en aquel tiempo era insalvable y el fruto de aquella

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unión fue un ser llamado Gerardo, mi padre. Mi abuela -ya he dicho antes las condiciones en que vivían las mujeres de aquella época- con la clara intención de sacar a su hijo adelante y no renunciar a él a favor de la familia paterna, se caso en segundas nupcias con un hombre de un nivel social más próximo al suyo y de su mismo origen. Yo creo que este hombre tuvo un gran merito, pues debió vivir siempre con una sombra planeando entre él y su gran amor. Se consagró a aquella mujer, mi abuela, a quien yo conocí de mayor y a la que adoré, pues siempre será una de las personas con las que yo me sentí muy especialmente única. Muchos ratos pasé con ella y me inculco el orgullo de mi familia, el amor por mis seres queridos y, especialmente, por mi padre, mi hermano, así como el respeto y admiración por mi madre. Creo que mi abuela, aunque la vida le resulto difícil, siempre tuvo carácter y el sentimiento de que las mujeres éramos más fuertes ante la adversidad. Es seguro que tuvo defectos y carencias y que cometió muchos errores, pero de mi padre solo escuché hablar bien de ella y contar

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anécdotas de la fuerza y empuje de su madre, antes, durante y después de la guerra y siempre con tintes de humor y admiración por ella. Mi padre compartió a su madre con un padrastro, su segundo marido-al que yo siempre considere “mi abuelo”-, que creo trató de ofrecerle un referente masculino en su vida, aunque nunca pretendió ser un sustituto de su padre ausente. Mi abuela nunca dejaba que nadie olvidase que el padre de mi padre era otro. Ella nunca trato de separar a su hijo de lo que ella consideraba era su verdadera familia y mi padre pasaba parte del año, los veranos, con la familia de su padre real. Entre ellos le inculcaron sus valores, no le permitieron olvidar sus raíces y aquella relación fue para él un claro referente de su vida hasta sus últimos días. Y fue la inteligencia de su madre quien no le robo nunca ese derecho y le reforzó el orgullo por una familia. Es decir, nunca permitió que mi padre renunciase a su familia paterna. Todo el legado oral que mi abuela le trasmitió fue vanagloriando los dones y virtudes de ella. Es posible que eso fuese la forma en que mi padre aprendió a seleccio-

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nar lo bueno y olvidar lo malo. La forma en que aprendió que, acumular rencor o resentimiento hacia el entorno social o personal, era una mala inversión. No era necesario renunciar a lo bueno en favor de lo malo. Su madre lo veía, lo sufría y lo vivía, pero le mostraba aquello bueno que pensaba le ayudaría a salir adelante y a ver siempre lo bueno. Así, yo crecí con 3 abuelos, él que nunca conocí y los otros 2. Mi padre siempre se refería a su padrastro, como “el abuelo Juan” y a su padre como “padre”. Un abuelo que me recogía del colegio y me daba todos los caprichos que en casa me estaban vetados, con él me atracaba de chocolate, recorrí Madrid en metro, visitaba los toros en el Batan, iba a los programas de radio en directo de Boby Deglane, iba a corridas de toros o visitaba iglesias para coleccionar estampitas en Semana Santa, me compra helados, patatas fritas en las churrerías y me contaba historias de lo grande, inteligente y fantástica que era mi abuela. Al finalizar el día, todos juntos oíamos en la radio

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“ustedes son formidables” y pasodobles. Mi abuela nunca superó la pérdida de su primer marido y en el recuerdo de mi infancia mi abuela siempre fue Doña Emilia y él, El señor Rioja. La sociedad se lo puso difícil, los prejuicios de una sociedad provinciana y donde las diferencias sociales eran radicales e insalvables. La guerra, casas en Madrid, Andalucía, León, La Mancha, dificultades y esfuerzos. Nada de todo ello se lo oí contar a mi abuela. Eran historias sobre lo bueno, las relaciones humanas, los sucesos curiosos, las costumbres o las comidas de aquella época. Mi padre, de la misma forma, nunca me contó nada con resentimiento, solo me explicaba las cosas agradables y buenas de toda su infancia y, de verdad, hoy creo que lo vivió así, tal como lo contaba. Nunca escuché de su boca recriminación alguna hacia la sociedad, la familia, las decisiones de su padre o de su madre o de su padrastro o de cualquier otra persona. Me sorprendía el respeto que siempre tuvo por las personas con las que convivió y cómo aceptó y aceptaba las dificultades que la vida le traían con un mensaje de comprensión. He de admitir que yo no

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siempre consideré esa actitud como una virtud. Durante mucho tiempo me preguntaba, cómo podía ser tan conformista y ser incapaz de ver lo cruel que fue el entorno con él. No entendí cómo no se “rebotaba”. Hoy, después de casi 50 años, he comprendido al fin su sabiduría, después de muchos golpes, mucha lectura, mucho meditar y bucear en mi interior. Es de sabios ser capaz de entender al de enfrente, no personalizar las agresiones, siendo capaz de no juzgar y trasmitir lo bueno que siempre acompaña a la adversidad. Sin duda, es la mejor forma de respetarse y de respetar, así como de no acumular ese resentimiento que siempre retorna a ti. El día que estuve en el tanatorio velando a mi padre, la mujer de un primo mío, me dijo llorando: “Gracias a tu padre mis hijos conocen la historia de la familia de Dios, nunca se lo agradeceré bastante. Nosotros queríamos mucho al tío Gerardo”. Yo me emocioné, pues en aquel instante supe que la historia explicada por mi padre sería una bonita historia, que ayudaría a esos niños a sen-

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tirse arropados y queridos, formando parte de una bella familia, sin resentimiento y sin rencor en ella. Y pensé qué gran legado nos dejo a todos mi padre. Nos enseño con el ejemplo:

“Olvida lo malo y recuerda lo bueno”

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Lección 2

“Si no puedes hablar bien, calla”

Mi padre nunca hablaba de su infancia, su adolescencia o juventud y, si lo hacía, solo narraba lo agradable. Con sus relatos yo conocí a mis antepasados y sus costumbres, la historia de la familia, anécdotas, parecidos, un sinfín de cosas de las que hablaba con orgullo. Nos enseño la cara de lo bueno. Solo parecía recordar eso. De forma tangencial oí hablar de un tío suyo al que dispararon en la sien en el Madrid de la preguerra, pero nunca lo escuche maldecir o sentir ira o rencor contra ello. La guerra cambio su vida y su lugar de residencia, pero tampoco recuerdo haber oído nunca

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salir de su boca la palabra hambre, miseria y todo lo que se pasó durante la guerra y la postguerra. Trabajó toda su vida en la misma empresa, dedicó a ella todo su saber y su tiempo. Tenía jornada de 8 a 2 y de 4 a 9 y eso de lunes a sábado. Nos veía temprano, a la hora de comer y de acostarnos. Pero siempre dedicaba tiempo a leernos cuentos, a llevarnos al colegio. Por supuesto, los domingos eran para su familia. Yo nunca le oí quejarse de aquellas largas jornadas laborales, de sus jefes, de los clientes, de los viajes, de nada. Siempre contaba cosas buenas y agradables. En casa jamás le oí criticar a la familia de mi madre, ni hablar mal de la mili, ni quejarse de lo que cobraba, ni meterse con el régimen o la iglesia, o lo que fuese. Tenía un pacto consigo mismo que le impedía recrearse en cualquier cosa dolorosa o mala. Y en cambio disfrutaba y vivía lo bueno, y eso era lo que recordaba o contaba.

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Lo que era bueno para él, las cosas que había aprendido, los afectos y relaciones humanas, los logros, los descubrimientos y, sobre cualquier otra cosa, la familia. Era un devoto de la familia. De todo lo bueno que aporta una familia, con sus carencias, defectos, con los principios y valores cristianos. Para él era muy importante la buena educación y el civismo. El respeto a la autoridad moral. Siempre nos hablaba de su familia y de sus estancias en León, con admiración y un gran respeto. Ellos le inculcaron lo que era “la clase”, lo que distingue o eleva: la puntualidad, la educación, la limpieza, el orden, la disciplina, la exigencia, la paciencia, el compromiso, la palabra, el esfuerzo,… Si tenias eso, eras uno de ellos. Eso era lo bueno y él siempre creyó que era la base para la felicidad y el bienestar de una persona. Y si tu educación es profunda, te obliga a tener el respeto como tu norte. Y si te respetas y respetas a los demás, no hay malo en tu vida, solo hay bueno. Porque todo en la vida es una oportunidad de superación. También nos enseñó lo importante que es ser prudente y no maledicente. No te ayuda recrear y narrar las miserias, ni propias ni ajenas. Lo que “El Abuelo” nos enseñó

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Cuando hablas de lo malo no ayudas y puedes hacer mucho daño, quizás incluso a la gente que más quieres. Ser prudente y no preguntar sobre temas escabrosos, solo estar y comprender. Nunca me preguntó por nada personal, a no ser que yo fuera quien comenzara a hablar de ello. Cuando veía malos gestos en las relaciones de sus hijos o conductas que estaban en contra sus principios, nuestro padre era prudente y nunca echaba más leña al fuego. ¡Nunca! Nunca emitió juicios sobre mi marido o su familia, de mi cuñada o su familia. Tampoco de mis amigas o las de mi hermano, de sus amigos o compañeros de trabajo, ni de nuestros vecinos. Durante mucho tiempo yo no entendí esa actitud, aunque con los años descubrí la sabiduría que tenia detrás. Muchas veces con las palabras hacemos grandes los pequeños problemas, entramos en arenas movedizas y podemos hacer un daño irreparable. Yo, que soy muy dada a hablar antes de pensar,

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hoy reflexiono siempre ¿qué hubiera hecho ahora mi padre? Y me doy cuenta de lo lejos que, en ocasiones, estoy de esa lección. Pero siempre trato de recordar lo que la sabiduría popular siempre dijo: “en boca cerrada no entran moscas” y que “Dios nos dio una boca y dos orejas para escuchar el doble de lo que hablamos”. Mi padre nunca se metió en nada a lo que no fuese llamado. Solo cuando se vulneraba lo que para él eran los principios universales, llegaba a ser incorrecto con los demás, incluso: llegando a ser inflexible por su dureza y rigor. Él siempre decía:

“Siendo prudente, nunca te equivocas”

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Lección 3

“Los hechos son lo importante”

Hasta

ahora todo lo que cuento es muy teórico y casi podría ser un fragmento de de un libro de autoayuda, pero lo curioso de todo ello es que todas esas lecciones de mi padre nunca fueron teóricas. No eran discursos o charlas o arengas. Mi padre fue siempre hombre de pocas palabras, pero de muchos hechos y gestos. No tenía formación pedagógica alguna, se limitaba a hacer de forma natural las cosas y, cuando lo creía necesario, instruía y definía las normas de comportamiento, que yo siempre considere es-

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trictas. Eran normas que él aprendió en el entorno familiar, a modo de marchamo sobre lo que debe y no hacerse. En definitiva, reglas de comportamiento que, mientras estuvieses en el ámbito familiar y sin independencia económica, debías de cumplir. Él todo lo que decía, lo hacía y nos enseñaba con su ejemplo y, cuándo no lo hacíamos de esa manera, nos reprendía y castigaba. Nunca nos exigió nada que él no hiciese primero. Hablamos de puntualidad, respeto, consideración, austeridad, limpieza, trabajo, rigor, generosidad, esfuerzo, … ¿Qué hacía?. Nunca llegaba tarde, ni al trabajo, ni a misa, ni a las citas con los amigos, ni al médico, a nada. Jamás hizo esperar a nadie y a todos nos mostró que es posible –ya lloviese o tronase o nevase- estar donde se debía estar, a su hora. Era madrugador y diligente. No recuerdo a mi padre quedarse en la cama más allá de las 9, ni siquiera en los festivos, y así siguió siendo ya jubilado… y hasta el último día de su vida.

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Era ordenado hasta casi lo obsesivo. Siempre lo conocí limpiándose sus zapatos, cepillando los trajes y colgándolos. “Tus cosas te las arreglas tú. Porque tus cosas dicen quien eres.” Era disciplinado y generoso. Era, también, entregado a su trabajo y a su familia; renunciaba a todo aquello que consideraba debía renunciar por un bien superior; era respetuoso con las leyes y normas de convivencia. Nunca lo vi tirar un papel al suelo, ni descuidar lo que era de la comunidad, ni quedarse la mejor porción de comida, siempre se servía al último.. Mi padre era limpio, aseado, elegante y muy cuidadoso con las cosas. Así que la ropa, , los muebles, etc. le duraban mucho tiempo. Nos enseñaba que las cosas se cuidan para poderlas tener más tiempo. Que asearse y presentarse arreglado era la forma de demostrar respeto por los que te rodean. No consideraba adecuado entrometerse en las vidas ajenas, no daba opiniones, ni murmuraba jamás. Tenía una gran delicadeza y prudencia. La discreción era su forma de estar, aunque a mí siempre me pareciese excesiva.

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Era de esas personas que hacen fácil la convivencia. Siempre y cuando aceptases las reglas, claro. Así que para los de fuera era adorable y para nosotros, muy exigente. Hoy siento que se lo agradezco y que lo hizo muy bien, en ese sentido. Era la mesura en la forma de estar. Ni en la casa de sus propios hijos parecía atreverse a pedir, opinar y ni tan siquiera a coger un vaso de agua. Mi padre nunca abrió la nevera de mi casa, ni cogió un caramelo, ni un lápiz, ni nada, sin pedirlo. Yo se lo recriminaba, pero luego entendí lo que de respeto tiene. Era su forma de manifestar el respeto Cedía el paso a los mayores, dejaba el asiento a los que él consideraba que lo necesitaban; preguntaba poniendo siempre el “por favor” y terminaba con un “gracias”. Todo eso era su comportamiento habitual, era extremadamente educado y cortés y, si algo le sacaba de quicio, era la poca educación, respeto y civismo. Eso “era propio de países salvajes e ignorantes”.

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La mejor anécdota que define o ilustra esto último, fue en urgencias del hospital, cuando, por ejemplo, le tenían que sacar sangre y debían pincharle varias veces para encontrar una vena -tenia muchas necrosadas, debido a una meningitis que sufrió y la cantidad de antibióticos que le pusieron- momento en que siempre decía a la enfermera “lo siento hija, tengo muy mal las venas, no te preocupes, no me haces daño”. O cuando por la retención de orina debía llevar una sonda 2 meses (hasta que lo operaron) y él y yo acordamos que yo no podía estar a su lado para cambiar la bolsa cada 4 horas, él, con 83 años aprendió a ponerla y quitarla y nadie se entero. Ni mi madre, que vivía con él. Y se vestía con traje y hacia vida normal, paseaba y nunca se quejo. Pensando en él y como vivió, descubrí la verdadera esencia de la elegancia. Esa elegancia que nace desde el interior de las personas que la poseen y la cultivan. Una elegancia que tiene que ver con lo que haces más que con lo que dices. En resumen:

Lo que haces, dice quien eres

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Lección 4

“Dar y no pedir”

Jamás

oí a mi padre pedir nada para él. Se limitaba a dar y esperar que cada cual hiciese lo propio. Nunca le oí recriminar por haber dado lo que fuese y no haber recibido. Nunca. Ni en el ámbito de su trabajo (ya he dicho que siempre trabajo en la misma empresa), ni en ningún otro. Ni tan siquiera recriminó a la sociedad, que nunca le dio lo que se mereció. Nunca. Y él nunca maldijo, ni dejó de cumplir sus obligaciones como ciudadano, ni perdió la educación, ni muchas cosas que, en mi opinión, hubiese tenido

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todo el derecho del mundo para hacerlo o reclamarlo. Él decía “tu haz lo que debes y el de enfrente ya sabrá que debe de hacer y si no lo sabe enséñaselo tú con el ejemplo”. Y a mí siempre me daban ganas de dar dos tortas! Hoy, con casi 50 años, me he dado cuenta que con eso no arreglas nada. Así que trato de hacerlo de forma asertiva y menos agresiva. Pero no olvidé que es mejor dar, que recibir. Entre otras cosas, porque el que da primero ha de tener. Y si tienes, tu obligación de dar, lo que sea, dinero o conocimiento, paz o amor, comprensión o respeto. A “su empresa”, a la que ofreció todo lo que él pudo dar (como su tiempo, dedicación, lealtad, sabiduría, y cariño) la sentía como propia, sin serlo y en casa mucho oí a mi madre recriminárselo. Nunca se quejo del trato de sus superiores, de los largos horarios, del salario que le pagaban, de nada. Solo daba lo mejor de él y lo hacía con alegría. Tenía sus tensiones, pero no pasaban de eso. El día de su velatorio, un amigo de la infancia que adoro me dijo: “he estado a punto de enviar una corona de flores a nombre de la empresa con un “nunca te olvidamos”. La empresa

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cerró cuando él tenía 58 años y le dejo una indemnización de lo que le pagaban en nómina y una jubilación del 60%, lo que era una cantidad mínima. Nunca le oí recriminarlos por ello, después de haberles dado su vida entera. A su familia le dio todo lo que tuvo, en lo material y en lo espiritual. Nos entregaba todo su tiempo, su dedicación y su dinero. Si alguien debía renunciar a algo era él. Tenía una pasión: el Real Madrid y el fútbol. Siempre presumía de ser uno de los primeros socios del REAL, pues, como era un dinero que necesitaba y además ese tiempo era el que debía quitar a su familia, ya he dicho que trabajaba 6 de 7 días a la semana, renunció a ese hobby y jamás le oí recordarlo o quejarse de ello, nunca. Daba cariño y afecto, con pocas expresiones verbales, pero con muchos gestos. No te decía lo mucho que te quería, pero estaba siempre ahí, en silencio para que tú le dijeses o pidieses lo que necesitaras. Y siempre lo hacía, ya se buscaba la forma de encontrar tiempo y recursos para hacerlo. Cuidó de sus hijos, luego de sus nietos y, en los últimos días de su vida, de mi madre. Y

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lo hizo con una paciencia y sensibilidad y, sobre todo, siempre con una grandísima generosidad. Se sentía feliz haciéndolo. Aún le recuerdo recién operado de próstata, con 83 años, con grandes pérdidas de sangre y con los puntos infectados, que su máxima preocupación era que nos ocupásemos de mi madre y no de él. Recuerdo cuando enfermó con una anemia que requirió de transfusión y con una debilidad que no le permitía andar para recoger a su nieto en el colegio o recogerme en correo cuando yo no estaba en casa. Recuerdo a mi padre ahorrar para dar propinas a sus nietos o hacer regalos a sus hijos, no olvidando jamás un aniversario, un cumpleaños, un santo o una celebración. En cambio nunca exigía, nunca recriminaba, nunca esperaba más respuesta que la felicidad que proporcionaba. No pedía a la gente o a la vida, sólo recibía lo que la vida o la gente le daba. Y siempre fue una persona feliz, satisfecha y realizada. Probablemente porque entendía que lo

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que podía controlar era lo que él hiciese. Y que tratar de cambiar a los demás, esperar que te den lo que no pueden o quieren, era una fuente de amargura, frustración e infelicidad. Esa actitud te hace libre, te hace autónomo, te hace alegre y sereno. Nunca lo verbalizó o explicó, se limito a vivir en esa forma. Es una actitud de generosidad que, en si misma, te reporta satisfacción y felicidad. Nada es importante, solo lo que no posees ni te posee. Las cosas no son importantes, salvo si proporcionan felicidad a tu entorno y las das con amor, generosidad y sin esperar nada a cambio. Mi padre fue un hombre serio, trabajador y murió sin riquezas materiales, murió tal como vivió, austeramente. Y yo cada día que pienso en él tengo un referente de vida. Hubo un tiempo en que yo misma no podía comprender esa actitud y mucha gente a su alrededor quizás también lo pensara. Al hacerme ma-

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yor fui comprendiendo que ese era el valor más precioso y la clave de su coherencia. Descubrí la ventaja de esa actitud y la gran recompensa que te proporciona: un sentimiento de libertad y plenitud. En pocas palabras:

“Cuando das, siempre recibes más.”

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Lección 5 “Ahorra en lo material y reparte en lo emocional”

Esa

es la riqueza más importante que me ha dejado. Ahorrar y no malgastar, ni lo tuyo ni lo de los demás, ni lo de la comunidad, sea ésta tu empresa o el estado. No es cuestión de tener mucho, sino de conservarlo para que dure y haya para todos. Él ahorraba en sus hobbies para que nosotros pudiésemos tener clases particulares o comprar ropa nueva o ir al mejor colegio. El no fumaba para comprarnos helados o llevarnos al cine.

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Vivió épocas de escasez y tuvo una buena formación, así que cuando llegaron otros tiempos, ya tenía un buen hábito adquirido. En su familia vivió lo que es tener mucho y, luego, no tener nada. Aprendió que tan importante como tener es mantener. Que el secreto es saber administrar y ser previsor. Si guardas cuando tienes, tienes cuando necesitas. Guarda siempre una parte de lo material que tienes, aunque sea poco lo que posees. Es la forma de poder seguir manteniendo dignidad y libertad. En cambio sé siempre generoso con los afectos, eso no son arrumacos y blandenguerías, es estar cuando se te necesita, es comprender, es enseñar, es ayudar, es demostrar con actos y afectos a tu alrededor. Sin estridencias, de verdad. Conceptos como la lealtad y la fidelidad son emocionales. Lo que más valor tiene es lo que das de verdad y de corazón, lo que no puedes comprar con dinero, lo que nos iguala como seres humanos. Lo

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que hace que las personas se sientan seguras, protegidas, arropadas, tranquilas... El autentico bienestar. El calor del amor de verdad. Ese amor universal que solo es posible desde la madurez y la autoestima. Esa es la riqueza que nadie nunca te puede quitar. Esa es la riqueza que siempre crece y te hace crecer, haciendo a la vez que tu entorno también crezca y mejore. Mi padre era religioso y siempre, según creo, suscribió eso de “de qué me vale ganar el mundo, si pierdo mi alma” Por eso en este mundo que vivimos eso suena “marciano”. Por eso en este mundo hay tanta violencia, desarraigo, adicciones y suicidios. Hoy es más verdad eso de “tanto tienes tanto vales” y así nos va. ¿No es tiempo de mirar hacia atrás y recuperar un mensaje de esperanza y liberación? Ser y no tener. Ya lo dijo en el titulo de un libro Erik Fromn “Del tener al ser”. Ese es el reto a que nos enfrenta la situación actual. A ser austeros y moderados. A ahorrar en

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aquello que es material, con independencia de lo que tengas. Es una muy buena formación para proporcionar seguridad a las personas y sobre todo no vincular el progreso o el éxito con el derroche. Ahora, igual que ahorras en lo material, debes de ser muy generoso con lo emocional. Dar cariño, comprensión y paz. Es algo que, cuando lo das, siempre vuelve multiplicado por mil. Ya sabes, con estas claves nunca te faltará nada. Porque cuanto más amor entregas a tu entorno, éste se multiplica por mil. Entras en un estado de fluidez que te da armonía. Te sientes realizado y feliz. Esa es tu autentica riqueza, como lo fue la de mi padre. La riqueza de afectos y el referente que deja: Un buen hombre. La lección que yo aprendí:

“Lo importante es lo que eres, no lo que tienes”

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Lección 6

“La importancia de la familia”

Lo

primero es lo primero y para mi padre eso era su familia. Pero definamos qué era para él su familia. La familia para mi padre eran su mujer y sus hijos, eso que hoy llamamos la familia nuclear. Luego venía toda la demás, madres, padres, nietos, primos, cuñadas, suegros, etc. Nunca tuvo la más mínima duda. Cuando tuvo que elegir, su prioridad era su propia familia. Nunca pretendió dar prioridad a su madre, o a su padrastro. Y del resto ya no hablo, porque para él eran seres muy queridos, pero colaterales.

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No lo decía con palabras como ya lo he comentado, pero lo demostraba. Siempre decidía lo que pensaba hacia felices a su mujer, a sus hijos y a sus nietos. Cuando éramos pequeños y cuando fuimos mayores. Cuando vivíamos en casa o cuando ya teníamos la nuestra. Siempre entendió y ejerció lo que digo. Por eso, en una época sus decisiones siempre estaban al servicio de lo que mi madre o nosotros deseábamos. Para las vacaciones, las salidas o cualquier tipo de decisión económica o de otro tipo, siempre buscaba el interés de la familia. Una vez cada uno de nosotros formó su propia familia, se comportó con la misma generosidad que le caracterizó y se doblegó, comprendió y siempre ocupó un discreto segundo lugar. Nunca un problema ni un reproche. Paso a ejercer de colateral. Todo a favor de cada una de nuestras familias. Jamás hizo un mal comentario de sus hijos/as políticos, ni de sus respectivas familias, ni de la forma de educar a sus nietos, ni de ninguna decisión. Una prudencia exquisita. Cuando mi marido y yo decidimos interrumpir nuestra convivencia, ni un comentario, ni una pregunta. Siempre estaba ahí, siempre dando apoyo y cariño. Lo que “El Abuelo” nos enseñó

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Y hasta que mi padre falleció, lo hizo sin haberme preguntado siquiera sobre ese tema personal. Se limitaba a estar, a acompañar. Esperaba a que le contásemos algo, si queríamos y a decirnos que si necesitábamos algo, se lo dijésemos. Jamás dijo lo que opinaba sobre nuestra relación o nuestra ruptura. Y lo mismo cuando me despidieron, o monté mi propia empresa o si iba al médico o cualquier cosa que él consideraba delicada. Se limitaba a estar. Aun recuerdo cuando me operaron y estuve en el hospital la última vez. No dejó un solo día de estar a mi lado, cuidándome cuando ya mi madre estaba desorientada y no podía estar del mismo modo que lo hizo la vez anterior. Él me ayudaba a levantarme y a acostarme y me traía lo que le pedía. Era una persona tan especial y tan amante de su familia! Y lo mismo con mi madre. Fue encomiable como cuidaba a mi madre y especialmente en el último tiempo, cuando ella empezaba a perder la memoria. Él era su cabeza. Él le llevaba el desayuno a la cama cuando ella se ponía enferma o se deprimía. Él nunca se quejaba de sus despistes o de sus manías. Todo en silencio.

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Todo con ese talante que hoy es difícil de encontrar. Creo que, aunque tarde mucho en entender todo ese carácter austero, prudente y medido, cuando lo hice comprendí que mucho de lo que yo había hecho en mi vida era por su ejemplo. Un amigo me dijo: eres el reflejo de tu padre y con su muerte has tomado su relevo. Quizás, a mi modo, todo lo que hice fue para estar un poco a su altura. Hoy he comprendido que es difícil tenerlo tan claro. Que no se enseña lo que es realmente relevante: que pase lo que pase uno siempre debe estar ahí, sin estridencias. El ejemplo que damos en nuestra forma de vivir es clave para nuestros hijos. No es importante explicarlo, no es necesario forzarlos a aprender. Es imprescindible vivir en base a lo que es importante, pues al final, en algún momento lo entenderán por ellos mismos, como me consta que lo hemos hecho nosotros, sus hijos. Unos más pronto y otros más tarde, pero esa enseñanza es responsabilidad de todos nuestros padres y madres y, al final, ese es el mejor testimonio de su amor y entrega. En eso, muchos abuelos son un gran ejemplo… y todos los padres serán algún día abuelos.

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Pienso mucho lo importante que es tener claras pocas cosas, no hay tantas relevantes o realmente trascendentes. Y una de ellas es lo importante que es la familia nuclear, la que forman padres e hijos. Y, si no, miremos a nuestro alrededor y veremos cuántas familias han sido rotas por no saber entender cuál es la verdadera familia. Y además en momentos de crisis, es la que nunca suele fallar Para poder ser feliz has de entender la importancia de la familia y para que ésta funcione, has de entender la importancia de ser tú mismo feliz, para luego generar felicidad en tu entorno. Mi padre, hoy sé, que fue un hombre feliz y siempre estuvo satisfecho de su familia. Quizá porque, en su infancia, no tuvo más que parte de lo que él considero una familia. La lección que yo aprendí:

La familia es tu principal referente. Cuidarla es la mejor brújula para los que amas.

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Lección 7

“La autoexigencia te distingue”

Si

me pidieran que definiese en qué consiste ser un “señor”, yo diría que es algo que no se compra con dinero. O lo eres o no lo eres. Ser “señor” se conquista en una guerra contra uno mismo. Es la vida la que va haciendo que te enfrentes a ella con exigencia. La autoexigencia, esa que comienza contigo, esa que hace que saques lo mejor de ti y hace que no vuelvas la vista a otro para culparlo de nada. Hace que inicies un viaje de autoconocimiento y auto control. Un viaje que tiene que ver mucho con unos principios fundamentales y unos valores morales.

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Esos que se inculcan desde la niñez y que, a base de repetir comportamientos, se convierten en hábitos. Esos que, cuando te saltas, sabes que no es la forma correcta de actuar. Esos que son referente de tu vida y que solo desde la familia es posible inculcar. Cuando éramos pequeños a mí siempre me pareció excesiva la disciplina con que mi padre nos educó. No comprendía por qué me exigía tanta educación y formalidad, entre tanta gente incorrecta y maleducada. Yo fui muy rebelde, pero a base de ejemplo y de insistencia, esa educación forjó en mí un modo de actuar diferente a otros. Una forma a la que he recurrido en muchas ocasiones y que me ayudó a afrontar muchos aspectos y situaciones en la vida. Me salté muchos de esos modos, pero cuando lo hice era consciente de lo hacía y de lo que eso significaba. Creo que hoy le agradezco tanto aquella formación! Y mucho más hoy en día, donde conceptos como el civismo y la solidaridad, el respeto y la prudencia, brillan por su ausencia y me doy cuenta del patrimonio que mi padre nos entregó día a día.

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Aquella educación me ha servido y ayudado en la construcción de mi propia vida, me ha servido para crear un comportamiento de autoexigencia, que hoy encuentro en muchos libros de autoayuda o de liderazgo. Si recuperásemos muchas de aquellas formas y maneras y las reinstaurásemos de forma natural en nuestra vida, nos daríamos cuenta de lo importante que es para los que más queremos. En el entierro de mi padre, a lo largo del día en el tanatorio, mucha gente que no conocía me decía “tu padre era un señor y vaya si lo era”. Y sentí que, sin palabras, con la sencillez de su comportamiento, esa impronta se ve más incluso que la ropa y cosas que nos ponemos para intentar suplir la falta de elegancia interior, esa que emerge de una persona bien formada. Y aquel día me sentí orgullosa -aun más si cabedel padre que tuve y que siempre vivirá con nosotros. Sencillamente, porque lo que nos dio a sus hijos nadie nunca nos lo podrían quitar.

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Nos dio con su ejemplo de vida una guía de lo que realmente te diferencia y cómo conseguirlo. Hoy en muchos libros se apunta la importancia de la capacitación vía la auto exigencia, pero poco se traduce en los sistemas educativos actuales que tienden a infantilizar la sociedad y convertirla en seres amorfos y manejables o dicho de otra forma en esclavos de intereses de todo tipo.

La clase y el señorío se conquistan con esfuerzo y exigencia

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Lección 8

“Hacer lo correcto es la mejor recompensa”

Mi padre fue un hombre realizado y feliz. Creo que fue eso lo que hoy llaman “realización”. En una charla a alumnos de la Universidad, les contaba que mi brújula para una vida feliz era ser buena persona, siendo buena trabajadora y buena ciudadana. Se lo decía de corazón, con casi 50 años y tras una vida llena de experiencias. A lo largo de ellas, había tomado muchas decisiones en base a unos principios y valores morales que mi padre nos enseño a mi hermano y a mí.. He cometido muchos errores en mi vida, pero nunca hice nada que fuera contra lo que consi-

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deraba correcto y, cuando lo hice, lo sabía y me servía para no tratar de buscar otro culpable que no fuese yo misma. Y me arrepentía y corregía. Con los años me parece que me ha servido para mejorar como persona y tener un claro norte. Con los años entiendes que eso es lo mejor que puedes hacer: ser fiel a tus principios. Igual no es tan espectacular el resultado, pero es el que podríamos llamar más sostenible y eso es también nuestra responsabilidad con las generaciones venideras. Ayudarles a entender que obrar de modo correcto tiene beneficio y éste es la paz interior. Eso que siempre se ha llamado obrar bien es muy rentable, porque hace que te sientas bien contigo mismo. La realización yo la entiendo cuando eres una persona que vives bien contigo misma y, por ende, con los demás. Eso te otorga una serenidad, paz interior, armonía, respeto por ti mismo y, por ello, con los que te rodean. Es la mejor manera de vivir y de, luego, morir.

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Dicen que la felicidad no debemos buscarla fuera de nosotros mismos y yo he comprobado que es verdad. La autentica felicidad es aquella que surge de nuestro interior y surge de forma natural, cuando haces lo que crees de verdad que debes hacer. Es en ese momento cuando has conquistado la libertad y la independencia. Ese día te sientes seguro y sereno, pase lo que pase. Y vaya, si es importante esto en tiempos de incertidumbre! A mí me ha costado mucho entenderlo y no lo hice mío hasta que la vida me ha ido mostrando que ese era el camino. En ese largo viaje, cada vez que miraba hacia mi padre, veía un referente, pero lo descubrí en cada encuentro. Muy especialmente en los últimos años de convivencia con él. En éstos, durante su operación, en su recuperación, en su abnegada actuación con mi madre y hasta en su forma de morir. Con su vida y su comportamiento, mi padre, sin decirlo, me mostró -pero sobre todo me demostró- lo que es éxito en una vida: hacer siempre lo correcto. Pero para eso es súper importante saber qué es lo correcto y en eso -como en todoes imprescindible tener un referente o modelo y,

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a veces, esa es nuestra principal responsabilidad. Yo tuve una gran suerte con su modelo y, aún después de su muerte, sigue siéndolo para mí. La lección que nunca olvidare:

El éxito en la vida no es el dinero

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Lección 9

“Quejarse no ayuda”

Quejarse en realidad no solo no ayuda, sino que te lastra, te obceca, te nubla la razón y el entendimiento. Toda tu mente se centra y reconcentra en la queja y en tu ego o en tu propio ombligo. La queja es de perdedores, de gente sin estructura y sin cimientos. Leí una frase buenísima que dice: “los perdedores siempre tienen una excusa y los valientes un plan”. O, dicho de otro modo, cuando alguien se queja mucho es poco capaz y tiene poca “estructura interior”. Con los años, aprendes que cuanto antes asumas “lo que hay”, más rápido pones todos tus sentidos para preparar y pensar alternativas de solu-

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ción. Que, probablemente, existan más de una. Cuando tienes valores, has asimilado la disciplina, aceptas lo que te pasa, con todo ello sacas el máximo partido y entonces no te llenas de rencor, ni de resentimiento. No pones tus recursos en lo que te impide avanzar, los pones en todo lo contrario, en abrir nuevas vías o buscar nuevas opciones. Quejándote no cambias las cosas, ni tienes la capacidad de poner tu mente en disposición de encontrar la solución o mejora que acabe ante aquello de lo que te quejas. He conocido gente que se queja por todo. En general son personas poco generosas y muy infelices. Porque cada vez que te quejas, centras tu atención en lo malo, en general culpas a otros o a las circunstancias y eso te estanca y te hunde. Nunca escuché de boca de mi padre una queja por dolores o infortunios. Se limitaba a asumirlos y afrontarlos, desde una postura digna y de aceptación. Quizá es en la enfermedad donde mejor podemos apreciar esta forma de ser y de

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actuar. Es en esos momentos donde, como en el juego, “se conoce al compañero”. En general podríamos decir que mi padre fue un hombre sano. Salvo sus dolores de cabeza, que siempre sobrellevo en silencio y en la oscuridad de su dormitorio, solo conocí dos grandes eventos importantes en la salud de mi padre, que demuestran lo que digo. El primero fue una meningitis que estuvo a punto de “mandarlo al otro barrio” cuando yo tenía 19 años y estudiaba 2º de medicina y, luego, 2 años antes de morir, con su retención de orina de 2 meses y su posterior operación de próstata, con 82 años. Aquella meningitis le dejo las venas machacadas de goteros con antibióticos y la espalda perforada de numerosas punciones lumbares. Tuvo los brazos como embalsamados de las flebitis y, en cada punción, animaba a los médicos y jamás se quejó. Yo le admiraba, pues gente con menos brama de dolor, él soporto -sin quejarse- 1 mes de hospital. Ya entonces me sorprendió y me resulto difícil de entender su postura. Años más tarde, con una anemia megaloblástica que le llevo a una anemia de 2 millones de glóbulos rojos y una insensibilidad en los pies, fue capaz -sin quejarse, de nuevo- de seguir haciendo su vida normal y ayudando a sus hijos en aquello que necesitabamos. Cuando insinuó que

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estaba mal, casi no llegamos a tiempo. No creo que haga falta relatar su época de la retención, de la operación y la de su recuperación, que fue para mi ejemplo, pues se trataba ya de una persona mayor. Aun así, no solo no se quejó, sino que ayudó y colaboró para dar el mínimo de molestias posible. Probablemente se paso de sufrido, pero a mí me ha ayudado mucho a ver en ese comportamiento una forma digna de vida. Un referente de lo que yo quiero llegar a ser. Es una forma de vivir que hace a tu entorno la vida más fácil, es una actitud ante la vida que te hace ser capaz de superar antes los asuntos dolorosos. Es una buena forma de mostrar la madurez del alma y, al final, es una forma de aminorar el dolor, pues como a tantas cosas malas, cuando las ignoras y restringes, al olvido se marchan. La lección:

La queja amplifica el dolor

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Lección 10

“El ejemplo, el mejor maestro”

Los

que viven una vida intencional no nos cuentan su historia. A través del ejemplo, ellos son la historia. Debes hacer, para ser. Los hechos quedan, las palabras se van. Mi padre era por nacimiento madrileño y de corazón, leonés. Los leoneses eran, según dice la historia, gente noble, leal y honesta. Dicen que los reyes de Castilla los elegían como personas de confianza y mucha de la nobleza ganada por el buen hacer, proviene de gente de aquellas tierras. No ponían su meta en el dinero o poder, lo ponían en demostrar con hechos su bien hacer.

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Yo siempre estuve convencida de que somos mucho de lo que nuestros ancestros fueron. Y, en el caso de muchos leoneses con los que me tope, ese ha sido siempre un rasgo de su carácter. Bien hacer y poco hablar. Hoy se dice mucho que, “más hacer y menos hablar”. Y la razón es que hablar es sencillo y hacer es siempre más difícil. Para hacer has de estar seguro, has de tener disciplina y has de ser humilde y sencillo. Es mucho más tentador ser cigarra, que hormiga. Pero lo cierto es que es mucho más importante ser hormiga. Y, en los tiempos que corren, es más que necesario. Y ¿qué es hacer?, pues es ser capaz de mantener, de forma coherente, un comportamiento comprometido con el resultado y el buen hacer. Hechos son madres y padres que renuncian a sus caprichos para que su familia disponga de comida, educación o vestido. Hechos son personas que renuncian a su satisfacción y comodidad por entregarla a otros que lo necesitan más. Hechos

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son cumplir con el trabajo, con la empresa, con los compañeros y con tu entorno, aunque signifique un esfuerzo. Hechos son el respeto al de al lado. Hechos es ser discreto y prudente. Hecho es no escandalizar. Hecho es no murmurar. Hecho es perdonar ofensas. Hecho es ceder, dar, enseñar, cuidar,.. Y un largo etcétera. Hecho es eso que se dice “por sus obras los conoceréis” Hechos que se traducen en gestos y que proceden de actitudes que hacen que el mundo pueda seguir manteniendo la esperanza en el ser humano. Hechos que hacen que aun quede esperanza e ilusión en este mundo. Creo que la frase que mejor ilustra esta lección la escuche a un religioso:

Enseñas lo que eres y explicas lo que sabes.

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Lección 11

“La mejor suerte, la disciplina”

Mucho antes de leer un gran libro, “la buena suerte”, aprendí de mi padre que la autentica buena suerte radica en el esfuerzo y la insistencia, en pensar cuál es tu objetivo, hacer todo aquello que crees que debes hacer y perseverar. Sin desanimo y sin quejas. Y, además, intentar disfrutar del viaje tanto como de la visualización del destino. Aprender que la repetición de un buen comportamiento es la adquisición de un buen hábito y que, luego, no es necesario pensar que debes hacerlo, pues forma parte de ti mismo, es algo que deberíamos pensar como una gran ventaja.

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Al final, el hecho de madrugar, ser aseado, ordenado, hacer ejercicio cada mañana, leer un rato cada día, descansar 20 minutos después de comer, comer y cenar a unas horas determinadas, ser ordenado, respetuoso, cuidadoso, son cosas que, a fuerza de sistematizar o aplicar de forma continuada un tiempo, pasan a ser un comportamiento natural: un buen hábito. Es en los primeros momentos donde supone un esfuerzo. Dicen que si consigues durante 20 días repetirlo, acabas por hacerlo sin pensar. Forma parte de tu vida, como si de respirar se tratase. Pienso que muchos males de la sociedad actual residen en la falta de disciplina como base para adquirir buenos hábitos. No dejamos de ser animales de costumbres. Todos los terapeutas dicen que la mejor forma de eliminar un mal hábito es sustituirlo por una bueno. Hoy a eso se le llama “best practice” y es la única forma de mantener buenos comportamientos que nos conduzcan a buenos resultados, de modo sostenible.

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Lo curioso es que asistamos a charlas y leamos libros que nos descubran lo que los abuelos y abuelas -a los que dedico el libro- han hecho y nos han enseñado. Todos los grandes genios, al preguntarles por la suerte, han resaltado el compromiso y la disciplina. A todos los ha pillado trabajando. Han tenido abiertos sus canales de recepción, pero porque estaban en una actitud activa. Para contar con esa actitud, resulta imprescindible la disciplina. Seas deportista, músico, pintor, científico, químico o médico. Siempre has de ser un ser disciplinado. La otra gran ventaja de la disciplina es que, al final, la buena es auto impuesta. Es una forma de practicar el autocontrol que proviene de la autoestima, que, a su vez, proviene del auto conocimiento. Y si has superado todas esas fases, al final eres un ser que se siente seguro y es capaz de vivir con alegría en un mundo lleno de incertidumbres.

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Así que si me preguntan cuál es la mejor suerte, he de decir que, sin duda, la disciplina que te auto impones desde la madurez y que, en gran medida, proviene de la que de niño absorbiste y en la que te entrenaron. Hoy recuerdo con orgullo cuando no faltaba al colegio por un simple constipado, cuando no me daba por vencida hasta haber terminado mis tareas. Cuando me enseñaron a comer lo que me ponían, me gustase o no. Cuando me inculcaron el esfuerzo, el compromiso, el respeto, el civismo. Me rebelaba, como todos lo hemos hecho. Pero con cariño y ejemplo acompañando la disciplina, sin darte cuenta la tienes en ti incardinada. Aun recuerdo a mi padre despertándose a las 4 o 5 de la mañana para despertarme cuando yo lo hacía para estudiar por si no me sonaba el despertador. Él, que 2 horas más tarde se iba a una jornada de trabajo de más de 8 horas. O cuando madrugaba para acompañarnos a las estaciones de tren si teníamos que viajar o cuando con ochenta años pro la noche me acompañaba andando a mi casa para que no me pasase nada, los días que iba a verlos.

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Recuerdo a un padre disciplinado, hasta los últimos días de su vida. Dando sus paseos cuando casi no sentía las plantas de sus pies lloviese o tronase. O cepillarse los trajes, aunque llegase cansado. O fregando y recogiendo la cocina cuando mi madre no se encontraba bien. Hoy considero que mi padre fue un hombre de suerte por varias razones. La primera, porque creo que al hacer balance de su vida, se sentía muy satisfecho. Satisfecho de haber cumplido su deber. Feliz de tener la mujer que tenía, orgulloso de haber tenido dos hijos que sentía le habían devuelto con creces lo que él les dio. Y sintiendo que sus nietos serían la continuación de eso que el siempre considero la clave de su vida: Su familia. La última lección:

Buena suerte es buena vida y buena vida es, felicidad interior.

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Prólogo ***

Epílogo “““

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Ayer

mi madre me dijo: “no me parece bien que escribas cosas tan intimas”. Es posible que tenga razón, pero algo me dice que debo compartir estos sentimientos y reflexiones porque pueden servir a otras personas, bien a reflexionar o a plantearse preguntas acerca de sus experiencias vividas. En cualquier caso, no digo nada que no contase a una amiga o a un ser querido, así que considere el lector o lectora al que me acerco y abro a su corazón, desde la no intención manipuladora o condicionante. Además en los últimos tiempos vivo una etapa abierta a los demás, que me ha costado muchos años descubrir. Esa es una de las razones por las que me he decidido a compartirlo, porque siento que quiero a mis semejantes. La otra razón la expuse al inicio, el reconocimiento de esos abuelos/as anónimos. Los nietos de hombres y mujeres como mi padre deben recordar -y no olvidar- esas vidas, sencillamente porque son parte de ellos. Y ese, es un

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patrimonio que no deben perder, pues es valiosísimo. Y por los hijos e hijas de esos abuelos y abuelas. Porque sé que muchos de ellos verán en muchas de las intimidades contadas por mi, experiencias vividas por ellos mismos. Vivencias llenas de emociones y sentimientos. Y finalmente, porque en un mundo con tantos avances tecnológicos, no debemos y no podemos olvidar que somos seres humanos y que el afecto y los sentimientos dignifican y hacen mejor y más humana nuestra sociedad. Gracias a todos los que habéis leído estas líneas y habéis recomendado a otros que las lean. Con que a uno solo de los lectores le haya servido, me daré por satisfecha. Y a ti que te ha servido, nunca olvides que a tu alrededor hay mucha gente valiosa, que descubrirla es parte de nuestra misión en la vida. Y que, según los ojos de nuestra alma, conformamos la realidad que nos rodea. Siempre.

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Comentarios Amigos........

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Tengo dos recuerdos: el espíritu de sacrificio y su fidelidad. Fidelidad a sus queridos Almacenes y fidelidad a los amigos. Somos “hermanitos” después de 50 años en gran parte gracias a esa fidelidad que nuestros padres han sabido mantener pese a la distancia. Fidelidad a Almacenes pese a todos los problemas y cierre, y paro, etc... Efectivamente jamás de los jamases le oí decir nada negativo acerca de Almacenes... su fidelidad a Almacenes rayaba a veces la pesadez... y se fue de este mundo siguiendo fiel a sus Almacenes después de... treintaytantos años de su cierre. Eso es fidelidad ! Sacrificio, o quizás pudiera decir “contar con los demás”.... me explico.... tal y como yo lo recuerdo y como interpreto yo la historia... seguramente fue distinta esa historia, pero al menos así queda en mi memoria... se refiere a vuestra primera televisión. Tal y como yo lo recuerdo o interpreto, tiempos difíciles aquellos, vuestro padre os propuso vacaciones o comprar la tele... las dos cosas no podían ser (parece impensable hoy día)... y os

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consultó y decidisteis entre todos “la tele”... os quedasteis aquel verano en Madrid en vez de ir a Cardeñosa de Volpejera, pasando el calorazo veraniego de Madrid del cuarto y último piso de la calle Vinaroz.. sin aire acondicionado..... Mira por donde esos son las dos cosas que más recuerdo de tu padre y vuestra familia.... y de la decoración de Navidad que nos ponía tu madre en la puerta y que me hacia tanta ilusión. Por cierto, ya tengo la decoración de Navidad puesta en mi puerta... quizás sea en recuerdo de aquello ? Fernando Perez Jiménez Funcionario de la Comisión Europea en Bruselas

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