Churros con forma de corazón

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Churros con forma de corazón Era Viernes Santo, día dieciocho. Hoy, la más pequeña de nuestro grupo de amigas, Jimena, cumpliría diecinueve años. A ella le encantaba Semana Santa, y fuimos a celebrarlo en el centro de Málaga para ver las procesiones. En el grupo éramos seis amigas: Carmen, Elena, Bea, Paula, Miriam y Jimena. Eran cerca de las una y media de la madrugada, y todavía nos faltaba una por ver: el Calvario, la favorita de Jimena. Nos fuimos a una de las callejuelas estrechas, porque según ella, cuanto más estrecha sea la calle, mejor se ve. Estuvimos quince minutos esperando a que viniera el primer nazareno. Lo pasamos haciéndonos fotos, para después subirlas a las redes sociales. Nos encantaba que los demás amigos vieran lo guapas que íbamos. La espera mereció la pena porque cogimos la primera fila. Vinieron cinco policías, todos jóvenes, a cuál de ellos más guapo. Yo me quedo con el primero, el que está pegando a nosotras, decía Paula. ¿En serio?, preguntó Carmen, pues yo con el rubio ése del final. Qué guapo es, añadió. Yo... Yo me quedo con el más alto, el moreno, dije. Tú como siempre, Miriam, dijo Bea. Pues Bea y yo, que tenemos el mismo gusto, nos quedamos con el de ojos miel, dijo Elena. ¿Y tú, Jimena? Te quedas con el que queda, ¿no?, pregunté. Yo no, dijo ella , a mí me gusta fijarme en los ojos, ya lo sabéis, y los tiene marrones, son muy simples. Claro, como tú eres rubia y los tienes azules, puedes exigir más, reflexionó Elena. Mira qué lista es, dijo Bea. Todas nos echamos a reír, hasta que los policías nos hicieron guardar silencio por la procesión, que era de luto, que fue cuando nos sonrojamos. Nos dio vergüenza que nos hayan tenido que llamar la atención, y más unos policías tan guapos. Los nazarenos fueron llegando. Iban en parejas, cada uno con sus velas. Jimena me contó una vez que se iba fijando en los ojos, es una costumbre suya. Los nazarenos se pararon delante de nosotros, y uno de ellos, que llevaba la vela apagada, se giró hacia nosotras y nos pidió fuego. Tenía unos ojos marrones preciosos. Aunque Jimena los odiaría. No le gustan nada los ojos marrones, dice que son muy comunes. Le encendimos la vela y el nazareno pudo continuar por su camino. Desde bastante lejos, los hombres de trono venían trayendo a la Virgen, que por la cara que traían los hombres de trono, tenía que pesar mucho, aunque fuera chiquitita. La pararon justo delante de nosotros, y uno de ellos, bastante joven, venía sudando. Tenía el pelo rubio, en ondas, que le caía por la frente, y unos ojos verdes preciosos. El sudor le caía por la frente. Miré a Jimena. Se había quedado mirándolo. Era bastante guapo, la verdad. Dale un pañuelo, Jimena, le dije. Ella pestañeó un par de veces y me miró. ¿Qué?, preguntó, repite. Toma, dije sacando un pañuelo del bolso, dáselo. Ella se quedó mirándolo y reaccionó. Muchacho, muchacho, le dijo Jimena. El chico la miró. Toma, dijo ella tendiéndole la mano con el pañuelo. El muchacho se quedó mirándolo, levantó la vista y la miró a ella, que sonreía tímidamente. Muchísimas gracias, dijo él, la verdad es que te lo agradezco. ¿Tienes hambre?, le preguntó Jimena. Toma, aquí tengo dos chocolatinas, añadió y se las dio. Muchas gracias... Jimena, respondió ella, rápidamente. Yo me llamo... En ese momento, el hombre comenzó a tocar la campana. Eso significaba que tenían que volver a su lugar para levantar el trono. Me llamo Julián, dijo rápidamente. Gracias por todo, nos vemos, añadió. En ese instante, Jimena se giró a mirarnos. No me digas que nos tocará ir al encierro, dijo Bea. Pues sí, respondió Jimena, te aguantas, que es muy guapo. Todas suspiramos, y fuimos hasta la cofradía. Cuando ya habían encerrado los tronos, pedimos permiso para entrar. Al principio, el hombre no nos dejaba a todas, pero finalmente, accedió a que entraran dos de nosotras. Todas dijeron que fuéramos Jimena y yo, que éramos de todo el grupo, las mejores amigas. Allí, Jimena buscó al muchacho, pero no lo encontró. Cuando preguntó por él, le dijeron que se había ido corriendo a un bar, que tenía que trabajar allí hasta las tres de la mañana aproximadamente. Le preguntamos el nombre del bar, pero el hombre no se acordaba. Otro hombre, de mayor edad, se asomó por detrás y dijo que era el Café Madrid. Vale, muchas gracias, dijo Jimena. Vamos, Jimena, le dije.


Fuimos corriendo al café Madrid, nos sentamos en la barra y decidimos pedir un chocolate y dos churros para cada una. Justo delante de nosotros había un chico rubio, pero estaba de espaldas. Cuando se dio la vuelta, nos reconoció. Miró a Jimena y le sonrió. Hola, ¿qué os pongo?, preguntó. Seis chocolates y doce churros, por favor, pidió Jimena. Enseguida, sonrió el chico. Se dio la vuelta y preparó la masa. A los diez minutos, les sirvió a cada una su chocolate y sus dos respectivos churros, pero a Jimena se los dio distintos. Se los sirvió con forma de corazón. Para la más guapa del café, le dijo Julián mientras sonreía. Después, se fue a atender las demás mesas. Tía, qué suerte, dijimos todas a la vez. Aquí hay tema, bromeó Bea. Todas nos tomamos el chocolate y los churros, y cuando íbamos a pagar, Julián nos dijo que no pasaba nada, que invitaba él, que no nos preocupáramos. Jimena se levantó para irse, al igual que Bea y que Carmen. Paula, Elena y yo nos quedamos hablando con el muchacho, y le dimos el número de teléfono de Jimena, para que la llamara cuando pudiera. Nos dimos la vuelta hacia la entrada, y allí estaban Carmen, Bea y Jimena hablando mientras nos esperaban. Nos acercamos a ellas, y justo cuando íbamos a salir, alguien agarró la muñeca a Jimena. Era él, Julián. Jimena, comenzó a decir al muchacho, creo que me gustas... mucho. Jimena se sonrojó y se miró las manos. Yo... Creo que tú también me gustas a mí, dijo ella. ¿Quieres que quedemos algún día?, preguntó Julián. Me encantaría mucho, sonrió ella. Y, dicho esto, se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla. María Godoy Palomo, 2º ESO-C Accésit de reconocimiento por su participación en el concurso literario, 2013-2014


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