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Paisajes reales y construidos | Aficionado a las largas caminatas y al montañismo, conocedor de senderos pueblerinos, cantor de la majestad de los volcanes, Manuel Ramos hizo de sus imágenes realizadas en espacios abiertos los más acabados ejemplos de su visión celebratoria del mundo como creación divina. Por esa vía, tributaria de un romanticismo tardío, se inscribió asimismo en una tradición gráfica y pictórica que había sido fundamental para la reafirmación de la identidad nacional mexicana desde la segunda década del siglo xix: el paisaje como patrimonio y escenario de las costumbres. Obras de dos de los principales representantes de esa corriente —Casimiro Castro y José María Velasco— fueron reprografiadas y reelaboradas por el fotógrafo potosino, quien retomó de esos artistas tanto la temática como los miradores o perspectivas desde los que contemplaron ciertos sitios y lugares del Valle del Anáhuac. En varias ocasiones, Ramos no se contentó con los arreglos de la realidad que tuvo a la vista para llevar sus imágenes al terreno de lo sublime. Mediante recortes, superposiciones, retoques y reprografías de sus propias imágenes, construyó paisajes a la medida de sus exigencias pictorialistas. En el modesto reducto de su cuarto oscuro, el fotógrafo emuló lo que el Dios rector de sus creencias religiosas, Supremo Creador de todo lo visible e invisible, era capaz de hacer desde las alturas celestiales: acomodar las formas de lagos, nubes y montañas sin más esfuerzos que los requeridos por sus devotos para montar nacimientos navideños.
Vista del valle de México desde Santa Isabel Tola, inspirada en la obra paisajista de José María Velasco. Al frente se aprecian los arcos remanentes del Acueducto de Guadalupe. Ciudad de México, ca. 1923. Esta imagen formó parte de la serie de panoramas y fotomontajes con los que Manuel Ramos documentó y recreó el entorno del cerro del Tepeyac y de la Villa de Guadalupe. 48
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Vistas imaginarias del Valle de México desde Santa Isabel Tola, ca. 1923. Se aprecian al fondo los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
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Vista lacustre con el volcán Iztaccíhuatl al fondo. Fotomontaje, ca. 1931.
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Vista de uno de los canales navegables ubicados al suroriente de la ciudad de MĂŠxico, ca. 1908.
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Mirador del Acueducto de Los Remedios y peregrinos en la ruta del santuario de esa localidad. Naucalpan, Estado de México, ca. 1907.
La tradición del portentoso encuentro del vidente Juan Diego Águila con la pequeña escultura en madera de una virgen, a mediados del siglo xvi, dio lugar a su culto en el santuario de los Remedios, cercano al pueblo de Tacuba. A la Virgen de los Remedios se atribuye la victoria de las huestes de Cortés sobre los mexicas y sus aliados. Durante los siglos xvi y xvii, las “visitas” y largas temporadas en la catedral de la Arquidiócesis de México se debieron a la exigencia de los vecinos de la ciudad de México, respaldadas consistentemente por el cabildo civil, de acogerse a su protección en caso de sequía, epidemias e inundaciones.
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Paisaje con milpas, ca. 1907.
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Escena campirana, ca. 1922. Una imagen parecida ilustra la portada de la revista Gladiador, tomo iii, núm. 7, fechada el 8 de agosto de 1922.
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Humareda en campo de cultivo, ca. 1925.
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México A través de los siglos | Cuando Manuel Ramos
En seguimiento de este modelo de crónica ilustrada y unifica-
se integró al equipo de trabajo del Museo Nacional de Arqueología,
dora de la historia nacional instaurado por México a través de los siglos, el
Historia y Etnología, en 1913, el canon historiográfico establecido por los
fotoperiodista Agustín Víctor Casasola y sus descendientes iniciaron en
escritos, documentos e ilustraciones compilados en la serie bibliográfica
1921 la publicación de ediciones retrospectivas que dieron continuidad a
México a través de los siglos no había perdido vigencia, sobre todo después
la magna obra de Riva Palacio en la época inaugurada por el triunfo de
de haber sido revalidado por los homenajes cívicos y las escenificaciones
la insurrrección de Francisco I. Madero. Estos recuentos, realizados con
alegóricas de las fiestas del Centenario de 1910. En su afán por ofrecer un
menor rigor histórico y más ligereza periodística, se sirvieron de las imá-
panorama integrador de los distintos pasados que se reconocían como
genes fotográficas que reporteros como Manuel Ramos produjeron en
sustratos de la patria mexicana, el museo cumplía los mismos propósi-
el periodo en que la dictadura de Porfirio Díaz vivió sus años finales y se
tos que habían animado al ambicioso proyecto editorial coordinado por
inició la construcción del sistema político que debía ser guardián de los
Vicente Riva Palacio en la penúltima década del siglo xix.
postulados revolucionarios.
Editados entre 1883 y 1889, los cinco volúmenes y episodios en que
Con las fotografías que hizo a solicitud del Museo Nacional, las
se distribuyó México a través de los siglos —escritos por Alfredo Chavero,
que tomó mientras atendía sus encargos como fotoperiodista o inspec-
Julio Zárate, Juan de Dios Arias, Enrique de Olavarría y Ferrari, José María
tor de monumentos históricos, y las que realizó en razón de sus creen-
Vigil y el propio Riva Palacio— seguirían constituyendo, todavía durante
cias religiosas e intereses personales, Ramos perfiló su propia versión de
muchos años más, el más completo y documentado recorrido por la his-
México a través de los siglos. Su cámara conoció de las violentas o pacíficas
toria mexicana, desde los días en que el Nuevo Mundo era dominio de las
sucesiones presidenciales que se dieron entre el gobierno de Díaz y el
civilizaciones indianas hasta el triunfo de la república liberal encabezada
del general Álvaro Obregón. Retrató el Zócalo capitalino luego de haber
por Benito Juárez.
sido escenario de las batallas de la Decena Trágica y cuando se llenó de
“Instantáneamente estos cinco volúmenes conformaron el anhe-
los vítores a favor de Francisco I. Madero, Francisco Villa y Emiliano
lado pasado donde anclar el presente y proyectar el futuro —ha escrito el
Zapata. Atestiguó asimismo la transformación de la estructura metá-
historiador Enrique Florescano en relación con la saga orquestada por el
lica de un inconcluso Palacio Legislativo porfiriano en esqueleto de un
escritor, miltar y político Riva Palacio—. De pronto, la joven nación resultó
monumento destinado a ser honra permanente de la Revolución victo-
tener un pasado dilatado, recorrido por épocas turbulentas pero también
riosa, en los días en que los generales ya se habían bajado de sus caballos
por hazañas memorables. Como las naciones más admiradas de Europa,
para arrellanarse en el interior de automóviles de lujo. En la plaza de
México tenía un pasado cuyos orígenes se remontaban a los tiempos más
esa mole de cantera erigida a instancias del arquitecto Carlos Obregón
antiguos. Por primera vez los mexicanos pudieron unir los años de zozobra
Santacilia, cuando el fotógrafo era integrante de un movimiento opo-
de los que había surgido la República con un pasado remoto que le brindaba
sitor que ganó las simpatías de los sectores conservadores, retrató el
los prestigios de la antigüedad y los blasones de la civilización. La suma de
mitin más concurrido de Juan Andreu Almazán, candidato del Partido
estas virtudes convirtió a México a través de los siglos en la obra que parecía
Revolucionario de Unificación Nacional que disputó a Manuel Ávila
restituirle a la nación sus diversos pasados en un discurso cohesivo y opti-
Camacho, impulsado por el Partido de la Revolución Mexicana, la elec-
mista.” Estos méritos no eran muy distintos de los alcanzados por el Museo
ción presidencial de 1940.
Nacional con la documentación y exhibición de las reliquias que tenía bajo
Sin embargo, la visión histórica de Ramos no estaba determinada
su custodia. Ambas galerías, la que se localizaba en la calle de Moneda en
por los avatares de la historia profana. Los pretéritos en pugna que México
la capital mexicana y la que armó en forma de serie bibliográfica el editor
a través de los siglos había intentado conjuntar en cientos de páginas e
Santiago Ballescá, compartían su confianza en el poder seductor y educativo
ilustraciones, el fotógrafo lo resolvió en una sola imagen. Mediante el
de las imágenes. Los cromos, grabados y planos; retratos y autógrafos; paisa-
fotomontaje en que la Virgen de Guadalupe fue colocada al centro de
jes, vistas de ciudades, edificios y monumentos; representaciones de armas,
la Piedra del Sol, Ramos apostaba por el tiempo cíclico de los mitos,
objetos, obras artísticas, monedas, antiguos jeroglíficos e inscripciones, ayu-
por la salvación de los paganos a través de la imagen milagrosa de una
daban a “la perfecta inteligencia del texto”, al decir de Riva Palacio.
deidad mestiza.
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Arriba: Águila con símbolo de guerra en el pico, que se ubicaba en la parte trasera de la maqueta del Templo Mayor de Tenochtitlan, labrada en 1507. El relieve formaba parte de las colecciones del Museo de Arqueología, Etnología e Historia, y fue retratado por Manuel Ramos hacia 1913. Derecha: Diosa Coatlicue y otras piezas arqueológicas que se exhibían en la Sala de los Monolitos del Museo de Arqueología, Etnología e Historia. Ciudad de México, ca. 1913.
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Izquierda: “El Tepeyac, antiguo adoratorio de Tonantzin (reverenciada madre de los dioses del antiguo Valle del Anáhuac) y sitio elegido por Santa María de Guadalupe para manifestarse con el milagro de las rosas”. Reprografía de un collage, ca. 1931. Abajo: Copia del siglo xviii de las imágenes de la diosa Teonantzin (madre de los dioses), esculpidas en el cerro del Tepeyac en la época prehispánica, documento conocido como Códice Teotenantzin, que Manuel Ramos reprodujo mientras trabajaba en el Museo Nacional, ca. 1913.
Este documento pictográfico se realizó a instancias de Lorenzo de Boturini y se encuentra actualmente en la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia. La leyenda del dibujo dice: “Estas dos pinturas son unos diseños de la diosa que los indios nombran Teotenantzin, que quiere decir madre de los dioses, a quien en la gentilidad daban culto en el cerro del Tepeyac, donde hoy lo tiene la Virgen de Guadalupe”.
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Derecha: Estandarte enarbolado por el ejército suriano del general José María Morelos y Pavón, ca. 1913. Abajo: Adoración indígena del icono guadalupano superpuesto a la Piedra del Sol. Reprografía de un collage, 1931.
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Arriba: El emperador Moctezuma y su corte en el Desfile Histórico que fue parte de las fiestas del primer Centenario de la Independencia. Ciudad de México, 15 de septiembre de 1910. Derecha: Carro alegórico patrocinado por el estado de Morelos
que representaba la hazaña de Narciso Mendoza, El niño artillero, durante el sitio de Cuautla. Desfile Histórico del 15 de septiembre de 1910.
El desfile histórico del Centenario del 15 de septiembre cubría tres épocas: Conquista, Dominación e Independencia. El cuadro de la Conquista tenía como tema central el encuentro del gran señor (Huey Tlatoani) Moctezuma Xocoyotzin y el capitán Hernán Cortés. La corte de Moctezuma inició su recorrido en el cruce de Bucareli y Reforma, entró al Zócalo por la calle de Plateros y avanzó por el costado del antiguo ayuntamiento hasta colocarse debajo del balcón central de Palacio Nacional mirando hacia la Catedral. Del lado opuesto llegó la comitiva de Cortés hasta quedar frente al gobernante supremo de la Gran Tenochtitlan.
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Iluminación nocturna de la Casa de Mosler, Bowen & Cook durante los festejos del Centenario. Ciudad de México, septiembre de 1910.
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Aspecto nocturno de la calle San Francisco durante las fiestas del Centenario. Ciudad de MĂŠxico, septiembre de 1910.
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Guardia al pie de la urna que conservaba los restos de Miguel Hidalgo y de otros héroes de la Independencia en la Catedral Metropolitana. Ciudad de México, ca. 1910. El Congreso Constituyente republicano de 1823 expidió un decreto que declaraba “Beneméritos de la Patria en Grado Heroico” a los caudillos insurgentes y los próceres independentistas y también disponía que sus despojos mortales fueran exhumados, colocados en cajones individuales y remitidos a la capital de la República, para ser depositados en un sitio fijo para rendirles permanentemente el homenaje debido a sus servicios a la Patria. El sitio elegido fue la cripta del Altar de los Reyes de la Catedral Metropolitana. En 1895, los restos óseos, colocados ahora en urnas y pequeños féretros, fueron trasladados a la capilla de San José de la misma Catedral. Treinta años después, el 16 de septiembre de 1925, los restos de los héroes fueron trasladados a la base del Monumento a la Independencia —la columna que había diseñado el arquitecto Antonio Rivas Mercado—, que fue previamente acondicionada como mausoleo. Un solemne desfile cívico-militar escoltó las urnas y féretros de la Catedral al monumento que se alzaba desde 1910 sobre el Paseo de la Reforma. El fotógrafo Manuel Ramos retrató las urnas cuando se localizaban en la Catedral y antes de ser resguardadas en las criptas de la Columna de la Independencia. De ahí volverían a salir en 2010 para ser parte de las fiestas del Bicentenario.
Página siguiente:
Urna con los restos de los héroes de la Independencia en la Catedral Metropolitana. Ciudad de México, ca. 1910 (arriba izquierda). Dos vistas de la urna con los cráneos de los caudillos insurgentes Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez antes de ser depositada en su cripta del Monumento a la Independencia. Ciudad de México, 1925 (izquierda abajo y derecha arriba). Entre 1811 y 1821, las cabezas de estos héroes estuvieron colgadas dentro de jaulas de hierro en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en la ciudad de Guanajuato. Cripta con los nombres de José María Morelos, Nicolás Bravo y Mariano Matamoros. Columna de la Independencia, ciudad de México, 1925 (derecha abajo).
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Derecha: Público asistente a las carreras del Hipódromo de La Condesa. Ciudad de México, ca. 1909. Abajo: El presidente Porfirio Díaz y el gobernador del Distrito Federal Guillermo Landa y Escandón, acompañados de sus respectivas familias en el Hipódromo de Peralvillo. Ciudad de México, ca. 1909.
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Ministros, senadores y diputados en espera del arribo del presidente Porfirio DĂaz a una ceremonia oficial. Ciudad de MĂŠxico, 1910.
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Primer convoy con revolucionarios maderistas que llegó a la ciudad de México. Estación de trenes de Buenavista, junio de 1911. Esta imagen fue incluida por Manuel Ramos en la exposición organizada por la Sociedad de Fotógrafos de la Prensa en diciembre de ese año. Fue asimismo portada de Revista de Revistas, en su edición del 15 de diciembre de 1915.
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Derecha: La estatua ecuestre de Carlos IV,
ubicada en el cruce de la Avenida Juárez y el paseo de Bucareli, colmada de personas que dieron la bienvenida al caudillo revolucionario Francisco I. Madero. Ciudad de México, 7 de junio de 1911. Abajo: Manifestación de júbilo por la entrada
triunfal de Francisco I. Madero. Zócalo de la ciudad de México, 7 de junio de 1911.
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Derecha: Tropas leales al gobierno del presidente Francisco I.
Madero resguardan la entrada a Palacio Nacional, después del asalto armado que encabezaron, el 9 de febrero de 1913, los generales Bernardo Reyes, Félix Díaz y Manuel Mondragón. Abajo: El Reloj Chino y fachada del Palacio de Cobián, sede del ministerio de Gobernación, después de los bombardeos lanzados desde La Ciudadela durante la Decena Trágica. Paseo de Bucareli, ciudad de México, febrero de 1913.
Se le dio el nombre de Decena Trágica a los días comprendidos entre el 9 y 18 de ese mes y año, cuando la ciudad de México fue escenario de la insurrección armada que organizó un grupo de militares enemigos del gobierno constitucional de Francisco I. Madero, la cual conduciría a su muerte y a la usurpación del poder por parte de Victoriano Huerta. En las colecciones de la estadounidense Southern Methodist University (Central University Libraries, DeGolyer Library), se conserva un álbum titulado Mexican Revolution, compuesto por 43 impresiones fotográficas, que da cuenta del seguimiento que Manuel Ramos dio a los sucesos de la Decena Trágica.
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Izquierda: Combatientes seguidores de Félix Díaz y Manuel Mondragón simulan acciones de combate ante la cámara de Manuel Ramos en la azotea de la fábrica y depósito de armas de La Ciudadela. Ciudad de México, febrero de 1913. Abajo: Efectos de la metralla en las oficinas
del diario El Heraldo Independiente, uno de los edificios afectados por los combates sucedidos durante la Decena Trágica. Ciudad de México, febrero de 1913.
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Manuel Mondragón en compañía de integrantes de su tropa, simpatizantes, curiosos y un fotógrafo —probablemente Antonio G. Garduño—, posan a las afueras de la Fábrica Nacional de Armas de La Ciudadela, que fue cuartel general de las fuerzas que aquel militar comandó junto a Félix Díaz durante la Decena Trágica. Ciudad de México, febrero de 1913.
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Derecha: Recepción diplomática en Palacio Nacional. El presidente interino Victoriano Huerta y Emilia Águila de Huerta (al centro) posan junto a Bernardo Cólogan, embajador de España (derecha), y Federico Gamboa, secretario de Relaciones Exteriores (izquierda), quienes aparecen acompañados por sus respectivas esposas. Ciudad de México, 1913. Abajo: Familiares y amistades del presidente Francisco I. Madero
conducen el ataúd del mandatario asesinado hacia el sepulcro preparado en el panteón Francés de La Piedad. Puerta de ingreso al penal de Lecumberri, ciudad de México, 23 de noviembre de 1913.
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Emiliano Zapata, general en jefe del Ej茅rcito Libertador del Sur, y Francisco Villa, general en jefe de la Divisi贸n del Norte, encabezan la entrada de las tropas del gobierno de la Soberana Convenci贸n Revolucionaria a la ciudad de M茅xico, el 6 de diciembre de 1914.
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El general Francisco Villa toma asiento en la silla presidencial al lado del general Emiliano Zapata, el general Tomás Urbina y Otilio Montaño, en espera del banquete que se serviría en honor del gobierno del presidente Eulalio Gutiérrez, electo por la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes. Salón de recepciones de Palacio Nacional, 6 de diciembre de 1914. Manuel Ramos fue uno de los fotógrafos que registró ese momento, cuyas imágenes se convirtieron en iconos de la Revolución mexicana. Foto cortesía de la Dirección de Artes Visuales de Fundación Televisa.
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Entrada triunfal de las tropas zapatistas, vanguardia de las tropas de la Soberana Convenci贸n Revolucionaria, al Z贸calo de la ciudad de M茅xico, el 6 de diciembre de 1914.
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Derecha: Reunión político-militar a la que asistieron el presidente Venustiano Carranza y el general Pablo González. Ciudad de México, ca. 1917. Abajo: El presidente Venustiano Carranza a su arribo al Panteón de San Fernando, donde se celebró, el 18 de julio de 1917, una de las ceremonias de homenaje a Benito Juárez, “Benemérito de las Américas” con motivo de su xlv aniversario luctuoso. Esta imagen fue publicada en el número 21 de Fígaro. Revista gráfica semanal, fechado el 24 de julio de 1917.
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El presidente electo Venustiano Carranza y el general Álvaro Obregón en la inauguración de los Establecimientos Fabriles Militares instalados en el barrio de Tacubaya, ciudad de México, marzo de 1917. Una versión editada de esta imagen fue publicada en el número 3 de Fígaro. Revista gráfica semanal, fechado el 20 de marzo de 1917.
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