¿Qué es oriente? ¿Por qué su nombre, al ser pronunciado evoca imágenes concretas de exotismo, sensualidad, extrañeza, prevención, atracción o rechazo? ¿Por qué este término ha provocado un despliegue tan fantástico de relatos e imágenes desde hace dos siglos? ¿Qué atrae al ilustrador, al dibujante, al artista en definitiva, a trabajar sobre este mundo imaginado por occidente? Oriente no es únicamente el mundo árabo-musulmán. Hay dos orientes. El oriente cercano o medio oriente cuya frontera religiosa clara es el islam. Y el oriente lejano, conocido desde los relatos de Marco Polo y mitificado por Europa a finales de la llamada Edad Media: el Catay y Cipango que Colón buscó desesperadamente en su viaje de exploración. Exóticos, lujuriosos, tiránicos y crueles son los personajes de ese oriente lejano que reflejan la literatura y el cómic. El exotismo del imperio chino y los maharajás indios, la sabiduría de los sabios confucianos o el budismo zen se alternan con la tiranía terrible de sus gobernantes o la maldad intrínseca de personajes emblemáticos como Fu Manchú. También hay un oriente más cercano en el que los árabes son en cierto modo herederos de una antigua y misteriosa civilización que atrae a occidente desde el mundo griego: el Egipto faraónico.
Es el mundo de las tumbas, los tesoros, las maldiciones y las momias vengativas que llenarán la imaginación occidental desde la conquista napoleónica y los descubrimientos de Champollion. Aun hoy, este oriente cercano sigue produciendo una enorme ficción en el campo audiovisual. El mundo árabe será también objeto de estas visiones de la alteridad no europea, un lugar exótico que debe ser conocido pero también temido, un compendio de víctimas y verdugos, una mixtura de pueblo oprimido y tiranos descarnados, riquezas que conseguir y traiciones que evitar. Una gran aventura para el héroe occidental. La imagen del mundo árabo-musulmán y de sus protagonistas tiene como fuente una enorme variedad de cuentos y relatos sobre oriente acumulados a lo largo de los siglos. Estas historias, a las que se suma la larga tradición de la cuentística árabe, fueron ampliadas a partir de las traducciones y traslaciones de relatos indios y persas aportados por el mundo árabe. Se trata fundamentalmente de los escenarios de Las mil y una noches, con la figura central de la seductora Sherezade como narradora. A partir de este conjunto de relatos surgieron figuras de guerreros y truhanes, de sabios y pícaros, de doncellas y amantes, de tiranos y rebeldes.
El mundo de la imagen gráfica ha producido múltiples sueños y bastantes pesadillas sobre oriente. Este mundo, entre la ficción y la realidad, idealizado por los occidentales, ha contado con héroes y malvados, sabios y bufones, caballeros y villanos. Sus temas han tratado la memoria del pasado, los reinos míticos y las ciudades imaginadas, la realidad cruda del presente y la esperanza del futuro. La ciudad árabe siempre ha atraído por su bullicio y su riqueza; por sus zocos y callejuelas tan distintas del urbanismo rectilíneo impuesto en Europa después del Renacimiento; por la escondida vida interior de sus patios y jardines tan contrarios a los balcones y miradores exteriores de las ciudades de occidente. En ella, la imaginación escenifica con facilidad los cuentos de Las mil y una noches, con sus genios que conceden ambiguos deseos y sus tesoros que esperan al que sabe buscarlos. La memoria histórica ha sido continuamente reconstruida sobre oriente, sobre las cruzadas o sobre la historia de al-Ándalus en la llamada propagandísticamente “reconquista”. Los personajes que han interpretado esta guerra secular, desde Almanzor al Cid, desde Jaime I a Alfonso X, han ido desde el enfrentamiento de civilizaciones a la comprensión del enemigo. A pesar de ello, la imagen gráfica ha reflejado poco, a no ser en productos educativo-culturales, a los protagonistas del proceso civilizador en la península, muchos de ellos mestizos entre la civilización árabo-musulmana y la cristiana como un Averroes o una Santa Teresa, un Ibn Hazm o un arcipreste de Hita. Por el contrario, la visión de dos mundos opuestos, bajo el prisma de dos religiones enfrentadas, cristianismo e islam, ha sido plasmada con gran frecuencia durante décadas, siendo las cruzadas uno de los escenarios más habituales para las aventuras de los héroes en las historias gráficas. El cómic que se realiza en la actualidad es también en ocasiones heredero de estos esquemas, reflejando la intransigencia que ve el conflicto de civilizaciones como algo inevitable.
Pero también asistimos a la creación de historias que tratan de reflejar la realidad contemporánea, de manera cercana y cotidiana, dejando atrás el recurso a leyendas o pasajes más o menos épicos de la Historia. Son narraciones nacidas en el contexto contemporáneo, junto a la abrumadora cantidad de información vertida por los medios de comunicación, con una visión que tiende puentes y denuncia injusticias en nombre de una humanidad común y unos valores compartidos. Finalmente, en la Europa del siglo XXI, el cómic no podía dejar de reflejar la presencia de comunidades inmigrantes diversas, muchas de ellas originarias del arco árabo-musulmán. Nuevas visiones del mundo que pueden enriquecer el continente si se superan las incomprensiones, los guetos, la falta de diálogo. El cómic puede hacer mucho en este camino hacia el entendimiento.