Folleto exposición "Las pintadas de la revolución. Política y creación ciudadana"

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CUANDO LAS PALABRAS DE LA REVOLUCIÓN ÁRABE NOS AVISAN En Siria, quizás todo comenzase —¿lo sabremos algún día? — en Daraa, al sur del país, tras unas pintadas escritas en los muros de la ciudad por adolescentes... Querían «jugar a la revolución», imitar a los grandes hermanos tunecinos y egipcios cuyas proezas eran alabadas en la televisión, incluso todavía en aquel momento en la cadena nacional. Sus garabateos celebrando la primavera árabe y reclamando la partida del heredero al poder suscitaron la violencia del Estado, lo cual no hizo más que atizar a continuación las protestas populares y el deseo de cambio. Engranaje bien conocido que se ha repetido en otros lugares de la región: Yemen y Bahrein, entre otros. ¿Fue realmente ahí donde empezó todo? ¿O bien se trata del principio de la leyenda de la revolución siria? Verdadera o falsa, esta historia — tal vez magnificada—de un incidente entre una pandilla de chavales y un responsable local particularmente corto de miras, no ha surgido por casualidad. Si se ha repetido y difundido es porque hay en ella algo de verdad sobre el desencadenamiento de la revuelta siria, y en general sobre la oleada de protestas que se ha extendido por todo el mundo árabe. Algo que comienza como un juego, simples palabras trazadas por manos «inocentes» en una pared por donde pasan «los mayores», y que se transforman en consignas de la revolución. Pintadas con eslóganes escritos precipitadamente con espray en la oscuridad de la noche; pancartas improvisadas en un pedazo de cartón y enarboladas en las mismas narices de las fuerzas del orden, o incluso banderolas espectaculares desplegadas a lo largo de la fachada de un edificio: «la calle» ha tomado la palabra. Pero no «la calle» de la que solían hablarnos tan a menudo, con un toque de suficiencia y sobre todo de preocupación, los medios de comunicación occidentales cuando traducían el término árabe shari´a (a su vez tomado del inglés americano, street, como metáfora un poco peyorativa de opinión pública), sino, por el contrario, la calle de los levantamientos populares, los de las revueltas obreras de la Europa del siglo XIX. El lejano recuerdo de la primavera de los pueblos es rescatado de la memoria colectiva al inventar esa expresión de la «primavera árabe»; recuerdo, pues, de las revueltas del pasado, pero llamamiento también, al evocar la estación de la renovación, a la apertura de un tiempo diferente, el de una protesta a la vez árabe y «globalizada». El mundo ha descubierto un mosaico de palabras y eslóganes igualmente intercambiados en las pantallas de ordenadores y móviles por una juventud que ya no quería el mundo que le dejaban, y cuya inventiva y humor han sorprendido. Las palabras de las revueltas árabes dibujan literalmente —tan acompañadas van de creación plástica— una cultura híbrida, o mejor dicho, una cultura del «remix», al igual que la música de las jóvenes generaciones que entran sin complejos en el universo globalizado del tercer milenio. Cultura del préstamo, de la cita, de la recuperación, de la tergiversación; eslóganes que se dirigen voluntariamente a Occidente retomando sus palabras e iconos, a la vez que recurren a sus propias fuentes manejando todos los registros de la lengua y la cultura popular, patrimonio desprovisto por fin de una veneración anclada en el pasado para volver a la vida, para convertirse en fuente de creatividad. De esa visión binaria de dos mundos enfrentados (The West and the rest), de ese conflicto de civilizaciones tantas veces esgrimido como una amenaza, no se encuentra rastro alguno en los eslóganes de las multitudes árabes.

Frente al pusilánime repliegue de tantas sociedades del Norte, descubrimos por el contrario un discurso que asume sin complejos lo que la afirmación de su identidad debe a las influencias y a los encuentros, bien impuestos por la historia y las relaciones de fuerza geopolíticas o buscados como tantos otros modelos y alianzas con las reivindicaciones, pero también los sueños, que la inspiran. La revolución árabe es risueña, sin duda porque tiene dieciocho años, como hubiese dicho Arthur Rimbaud. Los eslóganes desafían al poder, lo exhortan a marcharse con consignas en las que el dolor de la represión no ha apagado la llama de una revuelta alegre, burlona: «Dégage ! Irhal !» [¡lárgate!]. Un tuteo democrático coreado por las multitudes, mezclando una lengua venida del otro lado del Mediterráneo con un término anclado en las profundidades del imaginario colectivo y de las migraciones nómadas, una palabra cuya sonoridad es como un resumen de las características fonéticas del árabe. Un eslogan que vemos imponerse estéticamente en su grafía local, con las múltiples variaciones que permite su alfabeto, con letras que se despliegan a lo largo de un muro o que parecen amontonarse en un rincón, que se funden con las curvas de caras o que se agrupan en un puño alzado hacia el cielo... Las palabras de la revolución árabe son también una revancha de la lengua cotidiana sobre la lengua culta, demasiado asociada al poder. Como ella, adoptan sin complejos el préstamo extranjero, dispuestos a remodelarlo, a declinarlo para mejor integrarlo en la paleta de signos de la comunicación; como ella, conservan la huella, la impronta de un patrimonio cultural con el que se permiten ciertas libertades, pero más como una forma de homenaje que para criticarlo o distanciarse de él. Las palabras de la revolución restallan como eslóganes que expresan urgencia, pero resuenan también como canciones, acompañándose de un lenguaje iconográfico en el que se lee ese deseo de belleza, esa sed de algo distinto que no pertenece sino al soplo de los momentos revolucionarios. Las creaciones gráficas de las revoluciones árabes hablan con el lenguaje de una juventud que ya ha tomado el poder demográficamente (hoy, más de la mitad de la población tiene menos de veintidós años). Y afirman, con una pizca de provocación, el ascenso poderoso de una generación que no tiene ganas de esperar más. En ocasiones da la impresión de que dejaran trazos en el corazón de una ciudad que no se los esperaba, y que, como un guiño entre iniciados, fuesen mensajes de complicidad entre miembros de una misma tribu que no se fía de la lengua de los adultos. Pero los grafittis de la revolución no son solamente un lenguaje cerrado, como los cultos arabescos que sobre su grisura ordinaria estampa la juventud de los barrios desheredados de las grandes ciudades europeas o estadounidenses. Muy al contrario, los signos dibujados en los muros por los jóvenes de las revueltas árabes interpelan al transeúnte, lo exhortan a unirse a la lucha de todos. Y el diálogo ha prendido, la multitud ha tomado ese mensaje para llevarlo a la calle y hacerlo realidad. Es el milagro de las palabras que nos avisan de esta primavera árabe. Yves González-Quijano Investigador del IFPO (Beirut); autor del blog Culture et politique arabes

© JoAnna Pollonais

© Therese Martin

© Soraya Morayef

© Karim Hauser

Las pintadas de la revolución. Política y creación ciudadana, un proyecto ideado y desarrollado por Casa Árabe. Diseño gráfico y expositivo: ZETA/1970 - Impresión fotográfica: Dinasa. Esta exposición ha sido posible gracias a la colaboración desinteresada de muchas personas (blogueros, artistas, fotógrafos, periodistas, investigadores, etc.) que han cedido sus fotografías o han contribuido a que todo este material gráfico pueda estar reunido en esta exposición. Del 2 de diciembre de 2011 al 26 de febrero de 2012 Lunes a sábados de 11 a 15 horas y de 16 a 19:30 horas - Domingos y festivos de 11 a 15 horas Cerrado los días 24, 25 y 31 de diciembre, 1 y 6 de enero

www.casaarabe.es Sede de Casa Árabe: c/ Alcalá, 62 Organiza: Casa Árabe es un consorcio formado por:

Diseño:


Mohammed Khaled - Angel AJ Adam I Photography

CUANDO HASTA LAS PAREDES HABLAN El deseo de cambio y ruptura de los ciudadanos árabes en las revoluciones de Túnez, Egipto, Libia, Yemen…. es tan intenso, tan vital, que sus ansias de comunicarlo y reivindicarlo han ocupado todos los espacios públicos disponibles. Al igual que han exprimido al máximo las potencialidades que las nuevas tecnologías de la comunicación ofrecen hoy día, también han expresado y transmitido sus sentimientos, sus críticas y sus aspiraciones a través de los muros, las paredes y los rincones de todas las ciudades epicentro de la revolución. Han pasado claros mensajes al poder contra el que se baten, han conversado con sus ciudadanos y han transmitido al mundo exterior que quieren que todo cambie. El eslogan y el grafiti, entremezclados, nos dibujan el mapa político de la contestación y la rebeldía a través de una expresión artística espontánea e intensa, liberada tras décadas de censura, control y represión. Las revoluciones están siendo una catarsis de libertad de expresión que impulsa también una nueva primavera de creación. La dimensión de lo que está ocurriendo en esos países desde diciembre de 2010 tiene una gran profundidad histórica, están tratando de romper con un largo orden poscolonial que no situó la democracia y las libertades entre sus prioridades. Por el contrario, la soberanía popular fue quedando relegada a favor de una cultura patrimonial y patriarcal del poder que finalmente quedó enquistada en un sistema clientelar y depredador de sus ciudadanos y su territorialidad. El insoportable sentimiento de desposesión de una generación joven, urbana y muy politizada es la alquimia que ha hecho explotar la movilización ciudadana. Desposeídos de sus derechos, de su dignidad y de los beneficios de los que sin duda goza la territorialidad en la que habitan (valor estratégico, hidrocarburos, cuna de las grandes civilizaciones y religiones), han decidido tomar las riendas de su destino largamente usurpado. Y estas revoluciones nos interpelan también a nosotros, mundo occidental siempre tan ligado al devenir de esa región central en las relaciones internacionales.

Al igual que no se ha construido ese orden depredador de la ciudadanía árabe y su territorialidad al margen de las políticas occidentales, tampoco se devolverán esos derechos nacionales e individuales a todos los hijos de la revolución sin que se cambien de manera radical los parámetros de la política occidental en esa parte del mundo y sus representaciones tan perniciosamente orientalistas. Pero esa gran ruptura histórica no se logra en unos meses. Es un proceso largo y costoso que encuentra resistencias a la reforma, deseos de inmovilismo, intereses en mantener los beneficios adquiridos por ese statu quo, tan depredador como confortable para algunos actores regionales e internacionales. La democracia no se gana en un día sino en años. Por ello, no se pueden sacar balances apresurados. Ni para interpretar esos problemas y desafíos bajo un prisma neo-orientalista que aboca a un pesimismo en el que late el prejuicio de que los árabes no son capaces de culminar un proceso democrático. Ni para dejarse arrastrar por un romanticismo que cree que esas revoluciones ya han triunfado. Tampoco se trata de una misma dinámica, porque el Mundo Árabe no es monolítico ni homogéneo. Cada país tiene su propio contexto interno, regional e internacional y, por tanto, las evoluciones van a ser diferentes en los resultados y en los ritmos del proceso de transición. Pero algo sí es seguro, ya nada volverá a ser como antes. Las oligarquías y sus clientelas han sido letalmente tocadas. No se trata de revueltas coyunturales que se difuminan en el tiempo y se consumen con una sabia mezcla de manipulación política y musculatura represiva. Es una nueva generación dispuesta a recuperar todo lo que la desposesión acumulada de décadas les ha confiscado. Y todo esto queda claramente expresado en esta exposición. Por su fuerza política, su catarsis creativa y su determinación revolucionaria. Pero estas pintadas, que recogen el momento álgido de la rebelión, no deben entenderse como algo que ya haya ocurrido, como un pasado reciente, sino como una de las etapas de un largo camino que sigue afrontando dificultades y grandes resistencias para transformar la naturaleza del poder establecido durante décadas. La revolución está viva y sigue haciendo hablar hasta a las paredes. Gema Martín Muñoz Directora general de Casa Árabe

Jameel Subay

© Soraya Morayef

© Isaías Barreñada

© Therese Martin

© Faten Rouissi

© Gonzalo Wancha


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