Domus México - Casa de El Hijo del Ahuizote

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Pruebas de archivo

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diciembre 2012 - enero 2013

Archivo / Enrique Flores Magón Casa del Hijo del Ahuizote Lugar: República de Colombia 42, Centro Histórico, México DF Responsables: Diego Flores Magón Bustamante Tipo: Archivo familiar, histórico Periodo abarcado: 1850 – 1950

Domus Cuéntanos un poco más sobre los hermanos Flores Magón, su actividad política, y cómo se relacionan con El Hijo del Ahuizote.

Raúl Torres en su negocio en el Parque Cuauhtémoc. En la mano tiene las imágenes que comercializa y que también forman el banco de imágenes de LCMT.

Queremos ser bien precisos con que las imágenes no se bajan de internet, si acaso no son de nuestro fondo, sí son imágenes curadas y contextualizadas. Creemos que hay muchos libros con fotografías interesantes también a los que la gente ya no tiene acceso entonces también es una manera de difundir otras imágenes. Esta página no hubiera durado ni una semana si no hubiéramos puesto bien los créditos. Nuestro sistema es poner: una imagen, una pequeña descripción y el sitio en google maps para que se pueda comparar su estado actual. El acervo físico tenemos ordenado por temas. En Facebook también hacemos álbumes temáticos, y es una relación honesta con el archivo físico. Domus: ¿Ustedes entonces tienen formación en Historia o cuestiones de iconografía? CV: No. Para nada. No somos historiadores, pero sí hacemos muchos trabajos de iconografía. Lo que compartimos es la pasión por el coleccionismo y hemos trabajado mucho desde ahí. Nosotros sentimos que en la medida en que la gente conozca lo que les rodea, van a aprender a respetar mucho más su entorno, lo que tienen y a valorarlo. Incluso el año pasado ganamos la licitación del libro de tercero de primaria de la SEP, de nuestra entidad y de la de Tampico, y ahora vamos a hacer un libro de imágenes inéditas del Centro Histórico. Pero de LCMT, a mi nadie me paga ni un quinto por hacer esto. 86

Breves La foto que más ha gustado: La foto de Jim Morrison en Teotihuacán ha sido la que más ha gustado en toda la historia de CDMXT.

La primera pieza de la colección: A los tres años recibí mi primera tarjeta postal de mi papá que fue a Mérida y me la escribió de ahí. Me quedó la semilla.

El mejor escenario para el archivo: Pues ahí va. Nos gusta el escenario actual. Cuando no tienes certeza de lo que estás haciendo y ves que está funcionando, no puedes pedir muchas cosas más. Me gustaría mejorar las condiciones físicas del archivo, nos encantaría tener un espacio de exposición de las tarjetas postales.

La pieza más problemática: Nos quitaron de Facebook la foto de la bandera Nazi. Era una foto que no entendieron el contexto, fue antes de la Segunda Guerra Mundial y no tenía nada que ver con las razones por la que la bajaron.

Abajo Fotografía enmendada de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (1910) "una vez depurada de políticos con ambiciones personales soalamente". Un retrato de Práxedis G. Guerrero oculta toscamente el rostro de Rafael Romero Palacios, defenestrado por el "poco respeto que tuvo para la causa que perseguimos, cuando trató de matar a Regeneración apoderándose de todo lo perteneciente al periódico y negándose a hacer entrega de ello", según Ricardo Flores Magón. Derecha Libro de una prensa militante.

Diego Flores Magón Enrique y Ricardo y su otro hermano comenzaron con Regeneración, un periódico de oposición creado en la Ciudad de México en 1900 y participaron en el proyecto de formar un partido político opositor a Porfi rio Díaz. El Hijo del Ahuizote era un periódico del S.XIX editado por Daniel Cabrera. Los hermanos Flores Magón quisieron conservar el periódico, arrendándolo en 1902, pero en 1903 se los clausuraron. El régimen no toleraba la pluralidad política, y reprimió tanto su proyecto editorial como el político. Por esa razón, en 1903, se fueron al exilio en Estados Unidos: a Texas, a Missouri y a California, y desde el exilio se dedicaron a articular una conspiración política de carácter revolucionario. Hicieron varios intentos concretos de derrocar al régimen por las armas –1906, 1908 y 1911–. Después del triunfo de la revolución maderista, su proyecto político perdió relevancia y pertinencia; su destino se confunde con el de otros radicales en Estados Unidos y viven toda la ola represiva que coincide con la primera guerra mundial en Estados Unidos y sufren prisiones. Así, del liberalismo que abrazaban como ideología en 1900 el proceso del exilio los radicalizó y se hicieron anarquistas radicales. Ricardo Flores Magón muere en prisión en 1922, no se sabe si por una salud quebrantada o si muere asesinado. Enrique es deportado de California en 1923 y regresa a México. Uno de los documentos que a mí me gusta mucho del archivo es el expediente de su reingreso a México en 1923 por Ciudad Juárez. En la aduana le quieren decomisar sus papeles y el se resiste y arma un escándalo, y algunos ejemplares de Regeneración que él coleccionó, que tienen sellos de la aduana de decomiso. Para mi ese sello significa la voluntad de Enrique de

conservar una colección, también documenta que la colección ya existía como archivo cuando regresa. Domus ¿Cuál es el impulso detrás del archivo? DFM La voluntad de acumular de Enrique es política: el archivo es antes que nada producto de su actividad política, y lo almacenó con una voluntad de reunir materiales que estaban dispersos. En términos radicales: lo que él buscaba era su solución mitológica con su propio archivo, consciente de que estaba en juego la posición de su actividad política en la narración de la historia nacional. El impulso detrás de coleccionar es que tenían una empresa política y una empresa editorial y eso produce archivos, es un impulso intrínseco a la naturaleza del proyecto político que tenían. Las dos actividades solicitan de la existencia y el mantenimiento de un archivo. Ese es el origen de la colección. Cuando Enrique regresa deportado en el 23, ha perdido a su hermano mayor, su guía y su faro. Enrique estaba sujeto a un proceso de deportación en Los Ángeles y no pudo acompañar el cuerpo sin vida de Ricardo: regresa solo y por su cuenta. Yo creo que su archivo se vuelve el material con el que él puede establecer su posición en la historia, hasta su muerte en 1954. En este periodo también escribe muchísimo y reúne diversos testimonios para escribir sus memorias. El archivo pasa de ser una cuestión pragmática y activa que responde a un impulso político y se vuelve un esfuerzo de reconstrucción retrospectivo. El archivo era una cosa que estaba ahí, de la que no nos podíamos deshacer. Es la misma categoría que las pertenencias de un muerto. ¿Quién se deshace de los vestigios? Son restos. No se sabe qué hacer. Que te llegue patrimonio es problemático, no se puede tirar a la basura. Podrías, pero sería un escándalo. Para mí está clarísimo que un archivo en primer lugar es un

La pieza de más valor: Las tarjetas de visita de Manuel Payno.

cortesía Casa del Hijo del Ahuizote 87


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Fachada de la Casa del Hijo del Ahuizote, 2012

problema. Este proyecto es una solución posible a un problema inagotable que es el de una colección. Mi motivación por conservar el archivo es una insatisfacción completa con la historia nacional, con la historia de libros de texto de la SEP. Mi esfuerzo es el de expropiar una memoria que fue confiscada por la historia nacional con las herramientas que me aportan los archivos. Una revuelta contra el mural, contra el póster magonista. Busco conseguir una memoria propia, distinta de la que se me ha endosado. Mi interés en el archivo tiene que ver con la complejidad y con las historias no contadas frente a los silenciamientos mayúsculos de la historia oficial. Domus ¿Ves el archivo entonces como una herramienta activa, en lugar un fi n en sí mismo, un asunto de conservación? DFM Para mí el monumento es un obstáculo para acceder a la historia familiar. El archivo es un medio inagotable para esa misma motivación; es el principio del que parte el proyecto del Hijo del Ahuizote. Eso junto con ciertas convicciones respecto a la naturaleza y lo que yo llamo “el movimiento” del archivo, su trayectoria y lo que creo que estorba para acceder a él. Considero que el archivo tiene una fuerza subversiva con relación al pasado y a la narración del pasado. El archivo siempre dice más de lo que es contable. Tiene un dinamismo y una capacidad desestabilizadora de los enunciados narrativos o explicativos con respecto al pasado. Por lo tanto todo lo que haga el proyecto del Ahuizote tiene que eludir la posibilidad de neutralizar esa inquietud del archivo.

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El Hijo del Ahuizote, 5 de febrero de 1903 cortesía Casa del Hijo del Ahuizote

Domus ¿Y cómo lo harán? DFM La digitalización es un asunto clave. Nosotros decidimos que la consulta de los papeles de Enrique Flores Magón fuera digital por dos razones: la primera, por consideraciones de carácter material, espacial y económico; la segunda es de carácter ideológico. No queremos instrumentar los controles que requiere la gestión y el manejo de objetos patrimoniales. No queremos la burocracia del archivo. El archivo, en la medida en que maneja objetos que tienen valor patrimonial, ordena una serie de controles que predeterminan al usuario de los documentos pero también el uso que se hace de la memoria. Yo quiero que el usuario haga lo que quiera con el documento. No me importa ni quién sea ni para qué lo quiera, ni el uso que haga de él. Yo creo que a la hora de digitalizar se están abriendo las puertas a un uso completamente irresponsable de los documentos y eso es un impulso subversivo que me entusiasma. Tampoco restrinjo el uso de la memoria este a fi nes eruditos y a construcciones narrativas eruditas, para historiadores y para investigadores. Estamos borrando la figura del investigador y del erudito como destinatario principal del archivo. Creo que los archivos tienen una riqueza que trasciende a la histora y a la narración histórica. Abriendo el espectro del usuario más allá del erudito se está redimiendo a la memoria de su olvido. Domus ¿Cómo se relaciona entonces el archivo con su dimensión espacial?

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DFM El espacio del archivo y el orden físico de los documentos y la estructura espacial del archivo predetermina las construcciones de lectura de los documentos. A la hora de digitalizarlo yo le puedo pedir al archivo que se reorganice de mil maneras; eso es alucinante del punto de vista espacial. La rigidez física y espacial del archivo se diluye y cada quien puede construir su propia investigación y propósito. Se abren las puertas de una infinita reclasificación del archivo que está seriamente restringida por las condiciones espaciales y físicas del archivo no digitalizado. Se producen nuevas posibilidades de lectura. Respecto a la Casa del Hijo del Ahuizote, es un espacio que está habitado por un fantasma. La idea de meter ahí el acervo era absurda; las posibilidades que habría de no ocupar ese espacio de otra forma, en cambio, eran muy emocionantes: consagrar el espacio del edificio para hacer un aparador, no un lugar de almacenamiento. En 2008 descubrí que el predio del hijo del Ahuizote se estaba entregando a una asociación de comerciantes. Yo le había puesto el ojo al edificio y había ideado de que se restaurara y fuera sede del archivo de Enrique. El archivo en ese entonces estaba en casa de mis abuelos, en un cuartito. Al terminar la carrera decidí aventurarme, venía el Centenario y me pareció una coyuntura irrepetible. También el hecho de que el edificio se había entregado a una asociación de ambulantes me infundó un sentimiento de urgencia respecto la necesidad del rescate del edificio y la determinación para embarcarme en este esfuerzo. Fue una combinación de oportunidad y adversidad. Sin atribuirle un valor intrínseco al espacio, reconozco que el hecho de que sea el sitio original del mito, tiene una fuerza persuasiva brutal y explica, de hecho, que lo hayamos podido rescatar y que el proyecto cultural y del centro de consulta sea viable. Domus ¿Cuál es el mejor escenario para el archivo? DFM El escenario ideal de alguna manera es el que está ocurriendo: Ampliar el acervo para el Centro de documentación del Hijo del Ahuizote incorporando al proyecto de digitalización otras colecciones, trabajar el programa cultural y editorial para que de alguna manera se haga una propuesta de museo que esté muy cerca del archivo y de las distintas lecturas del archivo. Que sea un espacio que se integre y mejore su entorno urbano ¬–por ejemplo, con talleres de periodismo comunitario¬–. También están las iniciativas editoriales y de investigación, que ya están en marcha. El archivo es una materia prima increíble. Nadie podría superar a la creatividad literaria de un archivo: creo que un archivo es lo único mejor que Dostoievsky.

Retrato de Enrique Flores Magón, ca 1923 cortesía Casa del Hijo del Ahuizote

Sobre archivo / Daniel Hernández

La casa del Hijo del Ahuizote

Breves El documento más antiguo: Los lentes de Ricardo Flores Magón y el clisé de imprenta de Regeneración. La pieza más valiosa: La foto del 5 de febrero de 1903 del Hijo del Ahuizote. Es el Ur del proyecto. Para mí lo más especial son las cartas de mi abuelo. Mi abuelo jamás hablaba del pasado. Yo descubrí a mi abuelo en su correspondencia con su padre, se volvió mi personaje favorito del archivo. La más problemática: Un retrato de mi tatarabuelo, Teodoro Flores, dedicada por Porfirio Díaz: “a mi compañero de armas, Teodoro Flores”. La dedicatoria la tachó Enrique.

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En la fotografía, Enrique Flores Magón está sentado en una mesa frente a un par de espejos en ángulo. Su melena blanca y alborotada se alza salvajemente sobre su cabeza, como si se le hubiera sometido a una lluvia de estática. Su expresión es taciturna. Flores Magón se refleja cuatro veces en el espejo. En el margen superior de la imagen hay un guiño escrito en español y en cursiva: “Mis cinco cuates”. Y debajo, en inglés: “Who said that a haircut was needed?” La primera vez que ví esta fotografía –en el archivo personal de Enrique Flores Magón, revivido por su bisinieto– me llenó de sorpresa y curiosidad. Para cualquiera que esté familiarizado con la historia de la Revolución mexicana, la imagen dominante de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, considerados sus “autores intelectuales”, es la de los periodistas determinados e incondicionales que retaron al régimen del Gen. Porfi rio Díaz, buscando justicia para las clases trabajadores a través del poder de

la prensa. Sin duda la vida de cualquier personaje histórico es de hecho mucho más compleja que la herencia heroica que dejan tras de sí. ¿Cómo es que los Flores Magón interactuaban día a día con el mundo que los rodeaba? ¿Cuáles eran sus preocupaciones y retos domésticos? En su vida interior, ¿cómo respondieron a la escalada de presiones y persecución de parte de los gobiernos de México y Estados Unidos que los llevó a encarcelamientos repetidos? La foto de Enrique y sus “cinco cuates” –inspirada en un autorretrato de 1917 de Duchamp usando el mismo efecto¬– es una de entre miles de fotografías que se conservan en su archivo personal. Como imagen, es una ventana al sentido del humor y a la imagen propia del escritor disidente. No está fechada. El lugar exacto donde se tomó tampoco se conoce, aunque el bisnieto de Enrique, el historiador y escritor Diego Flores Magón Bustamante, cree que probablemente se tomó en Los Ángeles alrededor de 1923, cuando

los hermanos se encontraban en exilio al norte de la frontera, armando revueltas revolucionarias también ahí. Diego está a la cabeza de un proyecto ambicioso que permitirá que todo el material de su bisabuelo, incluyendo unos 15,000 documentos, estén disponibles para el público en general a través de un archivo de consulta digital. Quizás sea uno de los proyectos archivísticos más ambiciosos y significativos en México en los últimos años. El archivo digital se alojará en el edificio restaurado de la calle República de Colombia 42, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, donde los hermanos Flores Magón y un grupo de abogados, artisas y escritores comprometidos con la causa revolucionaria –incluyendo a Daniel Cabrera, Jesús Martínez Carrión y Juan Sarabia– publicaron un periódico de oposición al régimen de Díaz: El Hijo del Ahuizote. El proyecto se fondea con apoyos del Fideicomiso del Centro Histórico, CONACULTA, y ayudas de 91


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Sobre archivo / Juan Carlos Cano

Arqueólogos de la mente

fundaciones. Diego, de 32 años, explica que es un ferviente creyente en que el archivo cuyo cuidado le encomendó su padre debe ser accesible a un público lo más amplio posible. La idea que que las nuevas lecturas de los materiales que dejaron atrás los Flores Magón ayuden a propagar interpretaciones y aplicaciones frescas de sus ideas. El valor histórico de este archivo es inmenso. Ricardo Flores Magón, historiográficamente el más prominente de los hermanos, murió en una carcel estadunidense, en Leavenworth, Kansas, en 1922, acusado de espionaje por publicar materiales pacifistas en la versión americana de Regeneración, el segundo periódico editado por los hermanos. Cualquier archivo conocido que hubiera podido pertenecerle, cree Diego, se perdió en Ensenada en los años cuarenta. “Ricardo no tuvo una vida que le permitiera coleccionar nada,” dice Diego. “Llevó una vida de perseguido y fugitivo. No tenía nada.” Enrique regresó a México en 1923, y sobrevivió tres décadas que su hermano, hasta su muerte en 1954. Durante ese tiempo, su archivo siguió creciendo, reflejando un agudo interés en la extensión de ideas socialistas y anarquistas en todo el hemisferio occidental, mientras que el tumulto de la Revolución cedía a la conformación del Estado posrevolucionario. “Hay cartas, manuscritos, sobre todo correspondencia, impresos, muchos libros, una colección preciosa de 3 mil libros, algunos muy interesantes y otros no tanto,” explica Diego. “Publicaciones anarquistas sudamericanas de los años veinte, cosas raras, ediciones ilustradas, literatura socialista del periodo de la cárcel federal en Leavenworth.” Conocí a Diego Flores Magón en 2007, más o menos por las mismas fechas en que él y su padre Daniel fundaron una organización civil para preservar el archivo de Enrique y acercarlo al público. Poco después, a partir de sus investigaciones, Flores Magón pudo identificar el edificio donde se publicaba El Hijo del Ahuizote; el mismo sitio donde los hermanos y sus colaboradores posaron para la conocida fotografía de 1903, frente a un largo pendiente colgado sobre la terraza con el lema “La Constitución ha muerto”. A lo largo de los últimos cinco años, Flores Magón ha buscado y procurado los fondos suficientes para primero catalogar y organizar los materiales con un equipo de apoyo, y luego transferir los materiales a un formato digital. A la vez, tuvo que llevar a cabo una serie de arduas negociaciones con los vendedores ambulantes que ocupaban el edificio de Colombia 42 desde 2008. El gobierno de la ciudad, 92

oficialmente propietario del predio, pudo llegar a un acuerdo en donde los vendedores mantienen sus puestos en el patio de la planta baja del edificio, mientras se llevaba a cabo la renovación y recuperación del la estrecha estructura de tres pisos con frente de calle. El edificio, que data de los 1890, tuvo que adaptarse y reforzarse para ser ocupado. Parte de los esfuerzos de renovación estuvieron a cargo del diseñador Ariel Rojo. El programa incluye una planta baja con un módulo de consulta donde los visitantes –sin previa cita, lista de espera o acreditación especial¬¬– podrán ojear el archivo digital. Este módulo esta diseñado por Giacomo Castagnola. En el segundo nivel habrá un espacio de exposición, donde Diego pretende organizar exposiciones con curadores invitados relacionadas con el archivo. La terraza remodelada del edificio incluirá un bar, cocina y un espacio para eventos sociales. Diego también espera crear un programa de residencia de manera que investigadores independientes, académicos, escritores y artistas nacionales y extranjeros pudieran usar Colombia 42 como sede para producir trabajos relacionados con la herencia de los Flores Magón y sus ideas de transnacionalismo. También está prevista una publicación experimental, que yo ayudaré a editar. El tema de lo trasnacional es crucial para la nueva Casa del Hijo del Ahuizote, como se ha nombrado al proyecto. En su exilio en Estados Unidos, los hermanos Flores Magón no abandonaron su misión. Brevemente revivieron Regeneración en Texas en 1904 y después en California en 1910, donde siguieron reportando sobre el conflicto cada vez más intenso en México. No se detuvieron cuando los intereses americanos cercanos a Días quisieron reprimirlos y atentaron contra sus derechos como periodistas. Su periódico incluía una “Sección en inglés” en la contraportada, un gesto de solidaridad con la población del sur de California que no hablaba español en lo que había sido territorio mexicano sólo una generación atrás. En medio de la agitación política de principios del siglo XX, los aliados de cualquier origen podían terminar siendo conexiones claves, incluso salvar vidas. ¿Puede revivirse este espíritu hoy en día? Los hermanos Flores Magón, después de todo, son iconos que en cierta medida se han diluido bajo el peso de sus representaciones ubicuas y reciclajes constantes. Hasta el día de hoy, sus rostros con gafas y sus apellidos adornan lo logotipos y los eslóganes de algunos de los solemnes grupos y organizaciones revolucionarias más activos en México. Activistas y escritores consideran

a los Flores Magón una inspiración, lo mismo que para asociaciones estudiantiles de grandes universidades o incluso políticos establecidos como Andrés Manuel López Obrador. Diego Flores Magón afirma que los pilares tradicionales liberales en México –partidos políticos, organizaciones de activismo estudiantil, periódicos y publicaciones de izquierda– de algún modo han abusado del magonismo como referencia, modelo o tautología. El nuevo archivo de Enrique Flores Magón procuraría el bagaje historicista con el que carga el apellido y también ofrecer nuevas lecturas del magonismo, más actuales y significativas. “El [magonismo] está suspendido en el formol de la historiografía marxista,” dice Diego, “La literatura es vieja ya; necesitamos nuevas imaginaciones, nuevas sensibilidades y nuevas ideas. Espero que este proyecto lo promueva, lo fomente.” La Casa del Hijo del Ahuizote se inaugura en Colombia 42 el 5 de febrero de 2013 –el aniversario de la foto de “La Constitución ha muerto”– con una muestra curada por el historiador y profesor de la universidad de Columbia, Claudio Lomnitz, centrada en el regreso de los hermanos a México. “Así está el magonismo, y yo quiero que viva” recalca Diego, “porque en el archivo hay mucha vida, mucho movimiento, mucha inquietud. Esa vida ha sido neutralizada y es necesario reanimarla.” — Daniel Hernández @longdrivesouth Periodista y escritor

Alguien muere. Sus familiares y conocidos se lamentan. Se llevan a cabo los rituales de rigor. Después, sólo quedan los espacios vacíos que el fallecido ocupaba, sus pertenencias, objetos inmóviles que narran el proceso de su existencia, sus secretos. Hay algo de pudor en todo esto, algo de morbosidad. ¿Qué es lo que nos obsesiona acerca de los registros que deja alguien a lo largo de su existencia? ¿Pensamos que podemos comprender más acerca de esa persona hurgando en sus archivos? ¿Y si es una figura pública, nos dará las claves acerca de su legado, de los motivos que lo llevaron a tomar ciertas decisiones? Por supuesto que hay muertes más trágicas que otras. Pongamos el caso de Walter Benjamin y su mala suerte. Escapando de los nazis en 1940, llegó, junto con otros refugiados judíos, a Portbou, poblado español que hace frontera con Francia, con la esperanza de conseguir una visa a los Estados Unidos. La burocracia tiene tiempos no aptos para impacientes. En un ataque de desesperación, Benjamin se suicidó. Al día siguiente llegaron los permisos para que todos los refugiados prosiguieran su camino. En su portafolios, el escritor alemán llevaba su último manuscrito. El portafolios desapareció, el manuscrito también. El reporte que la policía hizo de sus pertenencias sólo consignó la existencia de un reloj, una pipa, seis fotografías, unas gafas, algunas cartas y dinero, el cual fue utilizado para pagar la cuenta de su hotel y el funeral. Walter Benjamin era un archivista de una minuciosidad impecable, de hecho, la manera contemporánea de comprender los archivos tiene mucho que ver con ciertas premisas que él daba por sentadas. Entender el archivo no como la suma exhaustiva de la documentación existente de un tema determinado, sino como una serie de fragmentos relacionados entre sí que contienen múltiples lecturas, un rompecabezas cuya solución no es única sino que depende de la subjetividad del usuario. Aquello que él llamaba “una batalla en contra de la dispersión, la cual es el objetivo secreto del coleccionista”, ese personaje que aspira al archivo perfecto. Sin embargo, nada es perfecto, la obsesión por mantener el control de un archivo personal se pierde con facilidad, como un portafolios fronterizo en tiempos de guerra. Los arquitectos no escapan a este fetichismo. El caso paradigmático fue Le Corbusier, que a los cuarenta años tenía la claridad suficiente como para empezar a organizar los volúmenes de su Obra Completa. Que durante su vida archivó y ordenó todo lo que tenía que ver con su trabajo, desde planos ejecutivos y bitácoras de dibujos, hasta documentos legales, cuentas de teléfono y fotografías familiares. Todo

con la intención de que algún investigador futuro de su obra tuviera pistas suficientes. Paradójicamente, tanto orden paraliza. Beatriz Colomina lo contrapone a Adolf Loos, que en el momento en que se muda de Viena a París en 1922, manda destruir todos los documentos existentes en su oficina. “Si la investigación de la obra de Loos se debe realizar entre los huecos de su archivo, la investigación de Le Corbusier se confronta a sus excesos documentales. […] Lo que al final del camino hace que el archivo de Le Corbusier sea más privado es su capacidad de esconder las cosas. En ocasiones la mejor manera de esconder algo es a la vista de todo mundo.” Benjamin no estaba errado, los vacíos generados por los fragmentos suelen provocar más especulaciones y encontrar aristas más escondidas que una sinfonía compuesta sin fisuras donde a uno sólo le queda escuchar con atención y aplaudir al final. En octubre de 2002, Philip Ursprung organizó en el Canadian Centre for Architecture, una exposición de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, titulada Archaeology of Mind, complementada por un catálogo llamado, Natural History. Herzog & de Meuron siempre le han dado una gran importancia a las exposiciones arquitectónicas, no como actos publicitarios (aunque en el fondo sí), ni como explicación del proceso creativo que hay detrás de sus obras, sino sólo como una exploración arquitectónica del tema mismo: el juego de matrioshkas implícito en el acto de exhibir una representación arquitectónica dentro de la arquitectura. O como ellos se preguntan: “¿Será posible crear un espacio para exposiciones que, como el propio edificio que la contiene, como la ciudad misma, pueda convertirse en una realidad autónoma y a la vez reflejar la realidad del edificio que pretende documentar?” Ursprung decidió comportarse como un arqueólogo del futuro que encontraba restos de las maquetas de Herzog & de Meuron sin saber su significado, mezclándolos con objetos afines, piezas de arte, juguetes, materiales de construcción, etc., de acuerdo a criterios morfológicos y clasificándolos en seis distintos temas. Cada uno de los objetos tenía una etiqueta explicativa. Aunque la obra de los arquitectos ahí estaba, no había referencia alguna a su ubicación u origen, no había planos ni maquetas de presentación. Sólo referencias indirectas y fragmentos de objetos que habían sido utilizados durante el proceso del diseño. Una ventana podía aparecer junto a una piedra china o a un catálogo de Pantone. Era una exposición a medio camino entre los gabinetes de curiosidades y los museos de geología. Era la interpretación contemporánea del archivo documental de un arquitecto, donde no existe una apropiación explícita de las cosas, nada

está “archivado” sino que la materialidad misma es el vehículo referencial que permite una lectura a una trayectoria creativa particular. En este sentido, la referencia más cercana es el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, aquel heredero de una fortuna millonaria que prefirió dedicar su vida a la investigación y que terminó perdido en su locura. Warburg compiló en su Atlas una serie de referencias personales, en su mayoría visuales, que se relacionaba no de manera alfabética o cronológica sino a través de sus afinidades electivas, un orden mnemotécnico que él iba definiendo. Su biblioteca estaba organizada de la misma manera. ¿Acaso no es esto el verdadero espíritu de un archivo particular, la conservación de un orden secreto ajeno a los extraños? Warburg representa el punto cero del archivo, sus obsesiones personales traducidas por medio de los documentos que le daban sentido. La búsqueda de aquello que se nos pierde en los intersticios, lo que él llamaba “la iconología del intervalo”. Fragmentos. Intervalos. Eso es el posible sentido de exposición de Herzog & de Meuron, más cercana a la posibilidad interpretativa de los fragmentos benjaminianos y a la potencia de los intervalos silenciosos de Loos que a la contundencia heroica de Le Corbusier. Queda una cuestión pendiente, ¿cómo entender un archivo hoy en día? ¿Cómo no perdernos en el mundo de la información abrumadora? Si Aby Warburg tenía la posibilidad de hacer relaciones aleatorias y buscarles un significado, ¿qué hacer cuando estas posibilidades son infinitas? ¿Es posible siquiera plantearse la noción de archivo cuando todo lo que nos rodea puede formar parte de él? En un supuesto ejercicio de arqueología mental, ¿será posible ponernos límites? O quizá todo es más sencillo. Vladímir Nabókov, además de escribir novelas, cazaba mariposas. Hay algo de tierno en aquellas fotografías donde aparece él con pantalones cortos, panza abundante, una red y una mirada infantil. Una de sus mayores ilusiones era capturar una nueva especie de mariposa. Tarea difícil. Los lepidopterólogos profesionales siempre lo tacharon de amateur. Una nueva especie escondida en medio de los legajos amarillentos de un archivo olvidado. Una nota al pie de página que abra la posibilidad de una nueva perspectiva. Un intersticio donde los arqueólogos de la mente se disfracen de cazadores de mariposas, por ridícula que les parezca la definición. — Juan Carlos Cano Arquitecto y crítico

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