Tiempo en la casa 47 - 48, diciembre 2017 - enero 2018 Revista mensual de cultura
Nikos Kazantzakis: “España fortificó mi corazón” Guadalupe Flores Liera
Año XXXVI, época V, Vol. IV, número 47-48 • diciembre 2017 - enero 2018 • $70.00 • ISSN 2448-5446
En este número de nuestro suplemento virtual, Guadalupe Flores Liera sigue los pasos del escritor y filósofo griego Nikos Kazantzakis en sus cuatro viajes por España, país con el que entabló una profunda y entrañable relación intelectual y espiritual.
NOVEDADES EDITORIALES
POLÍTICA El Estado de derecho y la calidad de la democracia en México. Un diagnóstico, actores y punto de partida Raúl Figueroa Romero
casadeltiempo • número 47 - 48 • diciembre 2017 - enero 2018
ANTROPOLOGÍA Creencias, prácticas y comunidad moral. Ensayos en torno a Las formas elementales de la vida religiosa de Émile Durkheim Jorge Galindo, Juan Pablo Vázquez y Héctor Vera (coords.) FOTOGRAFÍA Con el deseo en la piel. Un episodio de la fotografía documental a fines del siglo XX Rebeca Monroy Nasr
NARRATIVA El amante y el artefacto soviético. Relatos escogidos Vladimiro Rivas Iturralde
POESÍA Agenda de la agonía / Agonique agenda Bernard Pozier
en línea: issuu.com/casadeltiempo
www.uam.mx/difusion/revista/index.html @casadeltiempo
@casadetiempoUAM
7:19/S
2017
Un encuentro con Nicanor Parra 75 años de António Lobo Antunes Claudio Magris: flâneur del mundo
Novedad editorial
El libro oliva de las hadas
El diablo en el cuerpo
Compilado por Andrew Lang
Raymond Radiguet
Una historia reveladora de la pasión humana por la intensidad de la relación amorosa que se dará entre una joven que ha visto ir al frente a su prometido y un audaz estudiante, hijo de familia, quien le contagiará su gusto por diversas lecturas. A través de ellas se acercarán en poco tiempo a una relación apasionada y terrible.
El libro oliva de las hadas es parte del proyecto que emprendió en 1889 Andrew Lang para compilar –en 12 volúmenes, de sendos colores– uno de los más amplios acervos en inglés de la literatura de tradición popular y folklórica del mundo entero. En un mundo que ha sustituido los sueños y las fantasías en favor de la inventiva, la tecnología y las nuevas ciencias, este libro nos devolverá a territorios que alguna vez fueron nuestros y merecemos conservar.
De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo
De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo
Novedad editorial
www.casadelibrosabiertos.uam.mx
Editorial
“¡Si hubieras podido contemplar el espectáculo que presentaba la ciudad en ese instante! La mueca trágica y el guiño cómico se miraban confundidos, como en los dramas de Shakespeare”, escribió Manuel Gutiérrez Nájera a propósito del temblor del 2 de noviembre de 1894, que dejaría su impronta en el Teatro Nacional, que fue clausurado por los daños y, al final, sustituido por el Palacio de Bellas Artes. Ciento veinte años después —y dos convulsiones más que dejaron herida a la Ciudad de México: 1957, donde se desploma la Victoria alada, y el tristemente ineludible fantasma de 1985—, a la una y catorce de la tarde del 19 de septiembre, la tierra se estremeció y con ella los modos de percibir nuestra ciudad y nuestra realidad. Al lado de cada una de las historias y tragedias de los habitantes de la Ciudad —y de los estados afectados por el sismo: Oaxaca, Puebla, Morelos, Chiapas— nos encontramos con un panorama desolador: corrupción, prevaricación, rapacidad; pero en lúcido contraste, también, a una sociedad afanosa y vehemente; solidaria, fraterna y entrañablemente unida. Ante esto, el desconsuelo palideció. A la tristeza se enfrentó el ímpetu de las manos que levantaban piedras y puños que pedían silencio para los vivos; y se antepusieron, además, al cansancio y la fatiga, la voluntad de miles que encontraron modos diversos de ayudar, de informar y crear y consolidar vínculos. Mujeres y hombres que generosa y abiertamente se hicieron presentes. Casa del tiempo, entonces, nos convocó para hacer una revisión de los sucesos que desde el 7 y 19 de septiembre se han presentado. De la crónica al análisis y de la historia de la Ciudad a las experiencias más íntimas y contrastantes, las plumas que se congregan en este número quieren ser parte de los testimonios: rostros, voces, palabras, acciones que reconstruyen, poco a poco, la memoria y los cimientos de nuestra maltratada y ancestral Tenochtitlan. “Ha pasado ya la pesadilla, despertamos y volvemos en torno la mirada”, escribió el Duque Job en su “Crónica color de bitter”. Que sea esta una oportunidad para que el despertar nos conduzca a resignificarnos como sociedad. Que estas reflexiones contribuyan a desmantelar viejos vicios arraigados y vetustas estructuras. Deseamos, en suma, que estas nuevas formas de actuar formuladas por nuestra sociedad sean parte ya de nuestra cotidianidad, no sólo en la Ciudad de México, sino a lo largo y ancho de nuestra nación mexicana.
Rector General Eduardo Abel Peñalosa Castro Secretario General José Antonio de los Reyes Heredia Unidad Azcapotzalco Rector Secretaria Norma Rondero López Unidad Cuajimalpa Rector Rodolfo Suárez Molnar Secretario Álvaro Julio Peláez Cedrés Unidad Iztapalapa Rector José Octavio Nateras Domínguez Secretario Miguel Ángel Gómez Fonseca Unidad Lerma Rector Emilio Sordo Zabay Secretario Darío Guaycochea Guglielmi Unidad Xochimilco Rectora Patricia Emilia Alfaro Moctezuma Secretario Guillermo Joaquín Jiménez Mercado Casa del tiempo, año xxxvi, época v, vol. iv, núm 47 - 48 • diciembre 2017 enero 2018. Revista mensual de cultura de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Director Francisco Mata Rosas Subdirector Bernardo Ruiz Comité editorial Laura Elisa León, Vida Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz (†), María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y redacción Alejandro Arteaga y Jesús Francisco Conde de Arriaga Investigación documental Miguel Ángel Flores Vilchis Redes sociales Amelia Salcido Jefe de Diseño Francisco López López Diseño de maqueta y formación Guadalupe Urbina Martínez Imagen de portada Voluntarios remueven escombros de un edificio colapsado en la Ciudad de México en septiembre de 2017. (Fotografía: Manuel Velásquez / Anadolu Agency / Getty Images) Edición Internet Jorge Ordaz Distribución Marco Moctezuma, Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, Ciudad de México. Casa del tiempo, año XXXVI, época V, vol. IV, número 47 - 48, diciembre 2017 - enero 2018, es una publicación mensual editada por la Universidad Autónoma Metropolitana. Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, delegación Tlalpan, C.P. 14387, Ciudad de México; teléfono 5483 4000, ext. 1509 y 1510. Página electrónica www.uam.mx/difusion/casadeltiempo y direcciones electrónicas editor@correo.uam.mx / editoruamct@gmail.com. Editor Responsable: Mtro. Bernardo Javier Ruiz López. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título número 04-2013-092511191100-203, ISSN: 2448-5446, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Ing. Jorge Ordaz Ortiz, Dirección de Tecnologías de la Información, calle Prolongación Canal de Miramontes 3855, 1er piso, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, C.P. 14387, Ciudad de México. Fecha de última modificación: 30 de noviembre de 2017. Tamaño de archivo: 20 MB. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma Metropolitana.
editorial, 1 torre de marfil La ventana de enfrente, 3 Kristín Dimitrova
profanos y grafiteros Eli. In memoriam, 7 Paulette Jonguitud ¿Qué hago yo aquí? Crónica de un día absurdo, 9 Virginia Negro 19 de septiembre: repetición de fechas y probabilidad, 12 Andrés García Barrios La fragilidad de lo sólido, 15 Brenda Ríos Tierra desbocada. La Condesa, Tang Shang y los Anales de Culhuacán, 19 Claudia Solis Ogarrio La ruta del perro café claro, 23 Jesús Vicente García Símbolos nacionales, 27 Héctor Antonio Sánchez Continuidad de la memoria y acción social total en los sismos de México, 31 Diego Lizarazo Arias
ménades y meninas La historia se repite: 1957, 1985, 2017, 35 Jorge Vázquez Ángeles Zozobra. Tempestad de Tatiana Huezo Sánchez, 39 Verónica Bujeiro Parábolas sobre el tiempo; memoria, post-política y emergencia en la obra de Christian Becerra, 45 Fabiola Camacho Navarrete
de las estaciones Asomo a la antiliteratura chilena. Un encuentro con Nicanor Parra, 49 Tonatiuh Trejo
antes y después del Hubble Orson Welles, el mago, 53 Stephen Murray Kiernan Claudio Magris: flâneur del mundo, 57 Francisco Goñi 75 años de Antonio Lobo Antunes, 60 Moisés Elías Fuentes Papel periódico, 64 Juan Patricio Riveroll
armario Crónica color de bitter, 67 Manuel Gutiérrez Nájera
intervenciones, 69 Mateo Pizarro
francotiradores Un sitio adonde volver. Galveias, de José Luís Peixoto, 70 Nora de la Cruz A quienes los dioses enloquecen, 72 Rafael Toriz Apuntes para un faro. Cuaderno de faros, de Jazmina Barrera, 74 Zel Cabrera Pequeño Pushkin y otras historias de Mauricio Carrera, 76 Carlos Torres Tinajero
colaboran, 79 Tiempo en la casa. Nikos Kazantzakis: “España fortificó mi corazón” Guadalupe Flores Liera
torredemarfil
La ventana de enfrente Kristín Dimitrova
Traducción directa del búlgaro: Reynol Pérez Vázquez
Pese a su amplitud, el departamento resultaba un tanto oscuro. Antes de tomarlo, examiné con atención sus tres habitaciones. Los altos techos precisaban de una mano de pintura, pero las pesadas puertas de roble de manijas de latón parecían convidarme a quedarme con ellas. Me evocaban la casa paterna —en realidad, la casa de mis abuelos— que ahora se halla atestada y prefiero no asomarme por allí. Era una casa decorosa en las afueras de la ciudad, la cual poco a poco, sin moverse de su sitio, se había mudado al centro. Uno de los espejismos mayormente difundidos es que sólo las cosas vivas se desplazan. “Me gusta”, pronuncié en voz alta y por más extraño que parezca, las manijas de latón de las puertas fueron justamente las que me incitaron a mudarme allí. Uno de los dormitorios daba a un patio interior en el cual las paredes de los edificios vecinos se alzaban como los dedos de una mano alrededor de un cerillo ardiendo. Frente a mí había hileras de ventanas que durante el día se apagaban y por la noche, como pude advertirlo más tarde, brillaban con los distintos colores de sus cortinas. A veces por los resquicios se colaba una luz amarillenta. Desfilaban niños. Se distinguía una mano con un cigarrillo, apoyada en una mesa todavía sin servir, el murmullo apagado del televisor que podía mantener a los habitantes de la casa clavados durante horas en el mismo sitio. En lo que a mí respecta, hace mucho tiempo que no veo televisión, pues no me interesa cosa alguna, excepto la gente de carne y hueso. Algunos días después de instalarme en el departamento, sabía ya con seguridad que dos ventanas, justo al nivel de mi piso, permanecían invariablemente a oscuras. Durante el día sus cristales empolvados se negaban a reflejar la luz.
torre de marfil |
3
Por la noche se fundían con la pared exterior del edificio que ascendía hasta atar las siluetas negras de sus chimeneas con el suave tejido del cielo. Paulatinamente fui habituándome a mi nuevo departamento, lo reconocí como mío. Éramos como compañeros de cuarto que aprendían a compartir un mismo espacio y necesitaran tiempo para familiarizarse. Me acostumbré incluso al portero que vivía en la planta baja y de tiempo en tiempo lavaba las escaleras para justificar su presencia. Arrastraba el balde con una colilla en la boca, regaba un agua turbia, seguía concienzudamente el rastro mojado de su trapeador y en ningún caso levantaba la vista para saludar como si fuera muy importante demostrar que no se le pagaba para eso. Reconozco que no soy una belleza en el sentido clásico del término y que de igual modo no dependo de su opinión, pero preferiría que considerara ese cruzamiento entre nosotros de alguna manera. La ubicación de mi nueva morada me proporcionaba también sus placeres específicos. Por la noche, cuando todos permanecían delante de sus televisores, yo me plantaba tras la ventana oscura de mi dormitorio y observaba qué hacían detrás de las cortinas corridas con descuido. No, no he notado algo que pudiera impresionar a aquellos deseosos de sufrir un sobresalto. Los niños de la planta baja comenzaban a brincar en sus camas en el momento en que su madre salía de la habitación, pero cuando volvía con dos vasos de leche, fingían dormir. En una ocasión se habían dado tanta prisa en meterse bajo las mantas que a uno de ellos se le atenazó el pie entre el colchón y el cuadro de la cama e incluso yo detrás de los cristales logré oír su alarido. En el segundo piso viven dos ancianos. Siempre beben algo de unas jarritas de metal frente al televisor. Ojalá no se trate de un té de hierbas medicinales para rejuvenecer porque a leguas se ve que no surte efecto alguno. Encima de ellos hay una mujer que vive sola y los viernes por la noche juega a las cartas con unas
4 | casa del tiempo
amigas. Más tarde o más temprano sus visitantes se levantan de la mesa y se marchan furibundas, pero al viernes siguiente se reúnen de nueva cuenta. No esperaba ver precisamente un cuadro determinado para que me resultara atractivo. Lo único que me interesaba era el susurro minúsculo de los acontecimientos que impulsaba a esa gente a través del campo impenetrable de los grandes cambios. Pero delante de mí las dos ventanas permanecían siempre en tinieblas como respuesta a una pregunta particularmente difícil. A tal punto difícil que estaba más allá de mis fuerzas extraerla de la oscuridad en que yacía. Anteayer alguien tocó a mi puerta. Mi timbre no funcionaba y prefería dejarlo así. Presté oídos y escuché un débil chorro de agua. Se trataba del portero. Permanecí inmóvil y los golpes en la puerta se intensificaron. ––¿Hay alguien aquí? ¡Abra, por favor! Por qué creía que debía acudir a su llamado, no podía imaginármelo. Era suya la idea de no reparar uno en el otro. Fue una noche sin contratiempos en que soplaba un viento ligero, cuando una de las ventanas a oscuras se iluminó. Puede que haya sido una semana, quizá un mes, después de mudarme. Debía considerar un montón de cosas y mi apreciación del tiempo me engañaba. Un hombre y una mujer de gruesos abrigos entraron en la habitación, contemplaron con mirada indefensa el ambiente que yo no podía ver y que ellos posiblemente veían por vez primera, y se abrazaron. Sus cuerpos se aferraron uno al otro con todo y los abrigos y ambos permanecieron así durante algunos minutos, como si hubieran encontrado ya la posición en la cual deseaban que los alcanzara el fin del mundo. Me los maginé entrando uno después del otro por el pórtico para que nadie los descubriera juntos. La manera en que habían retardado el paso por las escaleras cuando alguna llave ocasional de los pisos había girado en su cerradura, cómo se habían contemplado deprisa antes de penetrar
por una puerta que no se había abierto hacía ya mucho. Por supuesto que todo eso me lo imaginé, pero no tenía forma de saber qué era lo que en realidad había ocurrido. Simplemente lo veía en mi cabeza, eso era todo. La misma noche, cuando ambos de nuevo se pusieron de pie delante de la ventana, sus pieles desnudas resplandecían con un contorno tenue de la luz incandescente. La primera que apareció fue la mujer y fijó su mirada en el exterior. Por un momento me pareció que sus ojos buscaban los míos, pero aquello resultaba imposible porque yo me hallaba oculta tras mi cristal a oscuras. El hombre se plantó detrás de ella y la abrazó. Sus brazos se adhirieron alrededor de su cuerpo como una prenda que temporalmente pudiera guarecerla de algún frío. Se veían tristísimos en su felicidad. Al apagarse la luz, los perdí. Noche tras noche me plantaba en la ventana con la esperanza de que ambos volverían. Porque junto con ellos desapareció también el final remoto de cierta relación conmigo misma. Las mujeres continuaban jugando a las cartas, los niños saltaban en sus camas, mas nada prometía brindarme la misma explicación. Cuando el hombre y la mujer aparecieron de nuevo en el departamento deshabitado, algo había cambiado. Estaba lloviendo y difícilmente distinguía sus ademanes. El hombre señalaba a la mujer con el índice y ella le hablaba con las palmas vueltas hacia arriba como alguien que hiciera enormes esfuerzos para explicar su punto de vista. De la forma más inesperada él intentó besarla pero ella lo apartó. Entonces él la golpeó. No fue una bofetada o un puñetazo. Simplemente su mano tomó impulso, con los cinco dedos separados, y lanzó el rostro hacia atrás como si deseara arrancar sólo éste. La mujer salió despedida pero conservó el equilibrio para luego precipitarse a la puerta. Estoy segura que él la siguió, ya que lo último que vi de ambos fue cómo él estaba oprimiéndole el brazo por encima del codo. Después por la pared de enfrente chorreó algo rojo. Un jeroglífico horrible de cuyo significado no deseaba enterarme. El surtidor de chorros oscuros en su derredor intentó deslizarse por el revoque blanco y se fundió casi en dirección a los hilos de lluvia en la ventana. Me precipité escaleras abajo y toqué en todos los timbres que conseguía alcanzar. Algunos departamentos se hallaban vacíos y los moradores de algunos con toda seguridad no abrían a desconocidos. En la planta baja choqué contra el portero que había salido a revisar qué estaba ocurriendo. Creo que por primera vez me vio.
torre de marfil |
5
––¿Usted? ––¡Enfrente, en el departamento, algo espantoso está pasando! Creo que acaba de ocurrir un asesinato. Se aprestó a tomarme por los hombros, quizá para examinar mi cara a la débil luz de la bombilla junto al pórtico. A pesar de ello, no me tocó. Parecía que sus mismos brazos se rehusaran en mitad del intento. ––Allí ocurrió un asesinato hace quince años —dijo como si no tuviera prisa en pronunciar las palabras—. Estoy seguro que nadie ha entrado desde entonces. ––¡Había gente, lo vi con mis propios ojos! Estaba asustándolo. Sentía que estaba asustándolo por su mirada fija. ––No ha habido. Los herederos están en el extranjero. Yo conservo las llaves del departamento. Hace quince años yo limpié la sangre. Sólo que no puedo explicármelo. Cómo es posible… ––¿Qué? ––Que esté usted aquí, ahora. Después de todo lo que sucedió. ¿Es usted, verdad? Hace mucho tiempo que nadie repara en mí. No me oye. Olvido dónde estoy. Probablemente hace mucho que estoy muerta. Sin duda mi parecido con la mujer que vi a través de la ventana no ha sido casual. Tampoco elegir dónde vivir. Nada ha sido una casualidad. He estado buscando, durante todo el tiempo he estado buscando la verdad acerca de lo sucedido. Y esos años que habían transcurrido desde entonces, no podía precisar cuántos eran. No recordaba qué había hecho durante todo ese tiempo. No recordaba haber hecho cualquier cosa que fuera, excepto afanarme en recordar. ¿Qué sucedió en aquella habitación? ¿Es posible, en verdad, tener también recuerdos en los cuales nos veamos desde fuera? ¿Cómo puede el recuerdo ser más vivo que todo cuanto se advierte en derredor? Tal vez en la dimensión que habito ahora eso resulte normal. Pero el portero estaba viéndome. También estaba hablando conmigo. ¿Por qué lograba verme? Evidentemente después de tantos años de deambular sin objetivo me hallaba en el sitio donde debía estar. Me hallaba delante de la única persona que podía responder a mis preguntas. ––¿Cómo ocurrió todo? ¿Cómo falleció la mujer? Ahora su miedo, el cual se ocultaba allá, muy en sus adentros, afloró a la superficie e hizo oscilar sus arrugas. ––Falleció el hombre. A la mujer nadie volvió a verla nunca —pronunció para luego añadir— hasta hoy.
6 | casa del tiempo
profanos y grafiteros
Eli
In memoriam Paulette Jonguitud
profanos y grafiteros | Colonia Condesa, Ciudad de México, septiembre de 2017. (Fotografía: Héctor Vivas / Getty Images)
7
Aprendimos juntas a ser madres. Eli. Rocío. Faviola. Ana. Ady. Paulette. Desde ese día que dejamos a nuestros hijos de un año, por primera vez, en esa escuela pequeñita, y lloramos por dentro como si sospecháramos, como si quisiéramos, que no pudieran existir sin nuestra compañía. Ahí, en esa banqueta en la esquina de Durango y Guadalajara, nos convertimos en un monstruo de seis cabezas que, como una tribu encapsulada, aprendió a tumbos a educar a media docena de chamacos; ese día eterno en que nuestros hijos comenzaron a existir lejos de sus madres. Y existieron. Y crecieron. Y aprendieron a pararse y a ensartar bolitas de madera en un estambre, a comer con tenedor y a arañarse las caritas, a morderse, a llamarse por su nombre: Amara. Lucía. Constanza. Emiliano. Mateo. María. Aprendimos a dejarlos y ellos a esperarnos a la hora de la salida cada tarde. Hasta que esa tarde del 19, Eli, no llegaste. ¿Dónde está Eli? ¿Alguien ha hablado con Eli? Su hija bien. Su esposo en el hospital. ¿Dónde está Eli? ¿Por qué no contesta Eli? Este fue el coro de nuestro terremoto ese martes 19 en que las noticias granizaban sobre una ciudad sin luz y sin sosiego y de ti nada sabíamos, ese fue el aullido de nuestra angustia y se extendió dos días que fueron casi veinte. Sabíamos que era polvo tu edificio, pero no queríamos creer que se nos hubiera amputado la parte de la vida en que tú estabas. Seguimos sin saber adónde fuiste, pero te montamos una ofrenda en una caja, te pusimos flores en el camellón frente al hueco que dejó tu casa y ahuyentamos a los curiosos que buscaban tomarse fotos con los escombros. Te encendimos unas velas porque aprendimos juntas a ser madres y durante cinco años miramos muchas madrugadas los termómetros, metidos en las axilas de nuestros niños, subir hasta cuarenta, juntas doce manos metimos en baño de agua tibia los cuerpecitos ardientes y dijimos: tempra / motrín / ahora qué diablos le damos. Te lloramos en las calles en las que tantas veces te encontramos, esas calles que recorrías con tu hija, que es nuestra, en patín del diablo, con vestido de
8 | casa del tiempo
ballet, con una bolsa de pan, y sonreímos al recordar que ibas siempre con el asiento de carro para niña en la espalda a todos lados, porque ni en un taxi ni en nosotras al volante te confiabas. Te abrazamos, Eli, y deshojando cempasúchil quisimos recordarte que tu hija es la de todas y es fuerte y linda y dura. Queremos juntas recordarte y reírnos con tu risa y con tus ganas de café, compartimos tu casa que ya no está en ningún lado pero que Rocío atesora en el bolsillo, una casa donde siempre hay mezcal y vino, donde la sandía se come en un palito y donde Eli está, siempre, dando. Platicamos contigo quejándonos de los berrinches de nuestros hijos que se tiran al piso como en acto de desobediencia civil pacífica cuando una se atreve a decir que no hay helado; nos movemos por el barrio en el que nos hicimos madres y donde Ady se olvida de extrañarte y te encuentra aún en cada esquina. Jugamos en el parque donde dimos por sentado que siempre nos encontraríamos. Quizá ahí vamos a buscarte. Ana te huele en la cocina de esa casa que ya no está donde tú y tu nena preparaban camarones al mojo de ajo y donde guardabas, con tus cámaras, la ilusión de volver a hacer fotografías; donde le enseñaste a Faviola que los bebés no debían comer palomitas y que las uvas había que partirlas a lo largo. Yo no sé cómo voy a colgar una piñata más si no es contigo sujetándola. Eli. Rocío. Faviola. Ana. Ady. Paulette. Una hidra a la que hace un mes le falta una cabeza. Aprendimos juntas a ser madres y queremos pensar que ese martes 19 no tuviste miedo, pero no estamos muy seguras porque miedo es lo que tenías y muchas veces nos contaste que tu edificio y tú con él golpeaban contra el otro en los temblores. Hemos tratado de reconstruirte en ese momento, paradita en la azotea con el piso sacudiéndose como el mar, para que no te nos esfumes porque después de ese instante en que te nos sueltas de las manos no hemos podido encontrarte y preferimos pensarte tan alta y tan delgada, tan bonita, con tu hija, que es la nuestra, caminando. Todavía. Caminando.
¿Qué hago yo aquí?
Crónica de un día absurdo Virginia Negro
profanos y grafiteros |
9
Ciudad de México, septiembre de 2017. Fotografía: L. Radwanski
Mucho tiempo he estado despertándome temprano. Este 19 de septiembre son las 6 de la mañana y estoy ya eufórica. Tengo la pésima costumbre de dormir con el teléfono móvil en la mesilla. Abro los ojos y lo enciendo. Ha salido el texto que escribí sobre el feminicidio acontecido hace algunos meses en el Campus Universitario, mi editor me ha mandado un correo electrónico, le ha gustado, un medio importante nos ha contestado desde Italia mostrándose interesado por un trabajo audiovisual sobre la especulación urbanística que está destruyendo la comunidad del extrarradio de la Ciudad de México y sobre la que escribo mi tesis doctoral. Así que estoy contenta. Llamo a mi madre por Skype. Luce el sol en la Colonia del Valle, mi barrio desde hace ya tres años. Ni siquiera he escuchado el simulacro del sismo del 85, que estaba previsto para las 11 horas de esta mañana. Justo hoy es el aniversario de uno de los terremotos más desastrosos del siglo xx, el mismo que hace 32 años puso en jaque a la capital mexicana. Me pongo a escribir, estoy esperando a una amiga que tendría que llegar a comer, pero aquí, vistas las distancias, el metro saturado o la lluvia tropical que puede estallar de un momento a otro, la puntualidad brilla por su ausencia. Efectivamente, Shadia me manda un mensaje: “llegando, retraso. Cojo el metro ya”. Voy a la cocina, pico un poco de quinoa que he preparado mientras me siento delante del ordenador, trabajando. De repente el escritorio de mi habitación tiembla. Durante algunos segundos, cuántos, no lo sé —el primer efecto del terremoto es sacudir el tiempo—, pienso “si esto es el simulacro, qué mal gusto”. La potencia del temblor me demuestra claramente que no. Es un terremoto. Otro, de nuevo, uno de verdad. Ahora ya no hay tiempo de bajar, la única cosa que recuerdo: el triángulo de la vida. Me pongo bajo la puerta de la entrada, que da a las escaleras interiores de mi edificio. Después empiezo a gritar. No recuerdo bien cómo ha terminado, qué es lo que me ha hecho entender que por fin podía bajar a la calle, donde la gente lloraba y se abrazaba. Donde todos, aterrorizados, nos hemos encontrado tanteando los límites de nuestros temores. Ha bastado tan sólo un instante para confirmar los presagios. La palinodia ha durado poco, y menos aún conmigo. Esta absurda broma de la naturaleza, la macabra réplica de aquel fatídico 19 de septiembre ha atacado de nuevo la capital, recordando que la Ciudad de México fue construida sobre tierra vulnerable, donde alguna vez hubo un lago. En los mismos puntos, Roma, Narvarte, Condesa, que tras 32 años y un potente fenómeno de gentrificación han vuelto a ser, más que nunca, los barrios de la buena vida, de la fiesta, de la gente “fresa”.
10 | casa del tiempo
Mientras tanto yo estoy en zapatillas de estar en casa en mitad de la calle. Grandes trozos de la fachada han caído entre mi edificio y el establecimiento próximo. El móvil se ha vuelto loco y está casi sin batería, pero entre mensaje y mensaje, consigo responder a mi amiga Consuelo, que vive por aquí cerca. Quedamos a mitad de camino. Cuando la veo nos abrazamos con fuerza. A nuestro alrededor un bullicio caótico de personas y animales: estamos todos asustados. La casa de Consuelo es nueva, un edificio con anchos muros. Decidimos que es el lugar más seguro y que pasaremos la noche en él. No hay luz ni gas. Entre las dos reunimos 100 pesos (5 euros). Compramos agua. Al igual que nosotras, decenas de personas están saliendo del supermercado con pan, botellas, latas. Las horas en casa transcurren con nerviosismo, tratando de ponerse en contacto con el mundo exterior, con los seres queridos, con todo lo que ha sucedido a nuestro alrededor. También Consuelo es extranjera como yo. Ella es española, de Madrid. Me doy cuenta de que las noticias viajan velozmente, en la otra parte del globo todo el mundo se ha enterado, saben mucho más que yo. Desde Italia muchos me escriben preocupados. Cuando el flujo obsesivo de comunicaciones empieza a menguar, vuelve el hambre y nos ocupamos una vez más de nosotras mismas. Inventamos estrategias más o menos probables sobre qué hacer, comemos, reímos y estamos en silencio. “¿Qué hago yo aquí?”, me pregunta Consuelo quebrando la pequeña quietud creada. Al día siguiente decidimos trabajar juntas en casa, ha vuelto la luz. El hipo desesperado de un vecino es durante mucho rato nuestra única triste banda sonora. Los próximos días los pasaré con Dora, otra amiga, porque Consuelo se marcha de viaje por trabajo y le deja su apartamento a Adeline, una compañera francesa que tiene un niño de tres años y navega en mis mismas condiciones, es decir, con todas sus cosas atrapadas dentro de un edificio dañado. No consigo dormir. Dora deja la puerta de su cuarto abierta, y también por esta razón la quiero muchísimo. Inesperadamente encuentro un sitio en Coyoacán, el famoso barrio de Frida Khalo y Diego Rivera, al que puedo llevar todas las cosas que he ido acumulando en estos años. Y no son pocas. Los amigos me ayudan. Entre tanto en mi edificio estalla el caos. Peritos, expertos informales, arquitectos con títulos colombianos
no reconocidos en México hablan de daños estructurales, edificios contiguos ruinosos… Yo simplemente decido marcharme. No merece la pena correr el riesgo, pero el administrador quiere obligarme a pagar una penalización por haber rescindido el contrato de alquiler antes de tiempo. Claramente me niego y voy a un abogado. El problema es que, si tienes un contrato en regla y eres extranjero, significa que alguien, en mi caso una amable señora que trabaja en una ong, te hace de aval. Tengo miedo de crearle problemas. Aquí está mi presente. Afuera miles de personas se están movilizando, 32 años después reaparecen cientos de miles de pequeños héroes. Pero no faltan los escándalos. ¿Por qué se ha derrumbado la escuela primaria de Enrique Rébsamen? ¿Por qué hay todavía tantos edificios que no se han sostenido tras 1985? Por no hablar de la historia surrealista de la pequeña Frida, la niña que ha dejado al país sin aliento durante horas de transmisión en directo, la misma que todos buscaban bajo los escombros y que no existe. Son tantas las preguntas ahora. Sí, Shadia está bien. ¿Por qué ha vuelto el terremoto? Llegan continuamente mensajes sobre Jesucristo, la Cábala, el calendario maya. Quizá, creo yo, ha vuelto para recordarnos cuál es el valor de la derrota, como decía Pasolini, una de las personas más importantes de mi vida. Porque una de las cosas que me ha enseñado el terremoto es que las personas importantes vuelven siempre. Escribió Pasolini: Creo que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En su gestión. En la humanidad que brota de ella. En el construir una identidad capaz de advertir un destino común, donde se puede fallar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se encuentren afectados. En el no convertirse en alguien que se abre paso a codazos, en el no pasar por encima de los demás para llegar primero. En este mundo de vencedores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de la gente que importa, que ocupa el poder, que atraca al presente, imaginémonos el futuro, a todos los neuróticos del éxito, de las apariencias, del llegar a ser algo… En esta antropología de vencedores, prefiero de lejos a quienes pierden.
profanos y grafiteros |
11
19 de septiembre:
repetición de fechas y probabilidad Andrés García Barrios
12 | casa del tiempo Rescatistas en la fábrica textil de las calles de Chimalpopoca y Bolívar, Ciudad de México, septiembre de 2017. (Fotografía: Héctor Vivas / Getty Images)
Los mexicanos vivimos la repetición de fechas de los terremotos del 85 y de este año como provocada por una entidad fatídica. Algunos, pretendiendo justificar su angustia con datos objetivos, afirman que la probabilidad de una coincidencia así es bajísima, y al decirlo hacen un gesto como de algo inconmensurable. Nadie ha dejado de aterrorizarse ante la repetición. Es como un espeluznante déjà vu, una pesadilla que, al despertar, sigue estando ahí. El evento no tiene antecedentes culturales por lo que tampoco existe ningún paliativo (algún ritual, por ejemplo) que nos permita conjurar su espanto. No hay nada en ningún lugar de nuestra conciencia, ni en la cultura, ni en el arte, que nos ayude a comprender, o al menos aceptar, catástrofes naturales que se repiten en la misma fecha. Nadie estaba preparado para esto. ¿Es posible despejar un poco ese terror? Hace años mencioné en un diplomado de divulgación de la ciencia lo que me había explicado un amigo, destacado psicoanalista: que el mayor terror inconsciente que los seres humanos sufrimos es que el sol no salga al día siguiente. Así de simple. Una de las alumnas señaló de inmediato que la ciencia sirve justamente para despejar esos terrores inconscientes, irracionales, en este caso para explicarnos que el sol siempre saldrá al día siguiente, o por lo menos que la probabilidad de que ello no ocurra es tan insignificante que no debemos tomarla en cuenta. Creo que la chica no estaba bien enterada del gran abismo que hay entre la información que adquirimos de manera consciente y los terrores del inconsciente, o más bien, de lo mucho que hay que profundizar en el conocimiento objetivo para que éste pueda rozar siquiera un poco nuestros mitos ancestrales y de infancia; sin embargo, también creo que no está de más, en el caso del 19 de septiembre, intentar ver con cierta objetividad la repetición de fechas y pensar que se trata sólo de una coincidencia (una desagradable coincidencia, como me dijo un taxista con bastante tino), y representárnosla como un evento, sin causa física y mucho menos metafísica; algo en lo que no existió castigo ni premeditación. Al parecer, esto de la repetición de fechas no es un tema del que hayan estado hablando mucho los expertos en probabilidades, al menos no de una manera pública ni con la claridad suficiente como para que lo comprendamos la gente común. Por eso escribo esto, como un ciudadano cualquiera, que no
profanos y grafiteros |
13
Tiempo en la casa 47-48, diciembre 2017-enero 2018
Nikos Kazantzakis: “España fortificó mi corazón”, de Guadalupe Flores Liera En este número de nuestro suplemento virtual, Guadalupe Flores Liera sigue los pasos del escritor y filósofo griego Nikos Kazantzakis en sus cuatro viajes por España, país con el que entabló una profunda y entrañable relación intelectual y espiritual.
tiene muchas herramientas científicas pero que intenta averiguar (y compartir) algo de lo que la estadística diría al respecto. En ese sentido, este texto es una invitación a los expertos y a los divulgadores de la ciencia para que expliquen a la población con un poco más de rigor lo que hay detrás de este tipo de coincidencias. Recuerdo que hace muchos años mi padre, experto en estadística, me explicó que en cualquier reunión donde hay al menos treinta personas, es prácticamente seguro que dos de ellas cumplan años el mismo día. La idea sonó bastante extraña. ¿Cómo podía ocurrir que, al haber trescientos sesenta y cinco días en un año, necesariamente fueran a coincidir dos de ellos en un grupo de treinta individuos? Tiempo después, en una fiesta en la playa, donde había un poco más que esa cantidad de gente, mi padre propuso el juego y pudo demostrar el impresionante tino de los pronósticos estadísticos. Para mí en particular, la duda quedó doblemente despejada pues la fecha repetida fue exactamente la del día de mi cumpleaños. Yo lo viví como se suelen vivir estas cosas, es decir, con una sorpresa sobrenatural, como “destino”, pero la verdad es que la probabilidad de que la fecha repetida fuera la de mi nacimiento, si bien no era alta, tampoco era demasiado baja, no de esas que se expresan con un gesto que significa “infinito”. Para alguien más acostumbrado que yo a ganar sorteos, el hecho hubiera sido bastante explicable. Si se me disculpa cierta ligereza, supongamos ahora que podemos comparar el día del temblor con este
14 | casa del tiempo
ejemplo: ¿qué probabilidad hay de que dos sismos tengan la misma fecha de cumpleaños? Intentaré contestar recurriendo a un catálogo de sismos que encontré en Internet. Se trata de cifras oficiales presentadas por dos expertos; en él aparecen los más de ciento setenta sismos superiores a 6.5 grados Richter que hubo en México durante el siglo xx. Cuando lo hallé, decidí buscar si alguna fecha se repetía, fantaseando ingenuamente que si hallaba al menos una, demostraría que lo del 19 de septiembre podía no ser un caso aislado. Pero jamás imaginé lo que iba a encontrar: no sólo son más de veinte las fechas que se repiten en distintos años, sino que algunas lo hacen tres veces, y una hasta cinco: el 7 de junio de 1911, de 1918, de 1946, de 1976 y de 1982 hubo sismos de verdad intensos. Tengo claro que esta comparación es muy débil, estadísticamente hablando: los temblores no se comportan como los cumpleaños ni todos los sismos del catálogo tuvieron la intensidad de los terremotos de 1985 y 2017; además, aquellos ocurrieron en diferentes lugares de la República y no todas las fechas se repitieron en una misma región, como nuestros 19 de septiembre. Finalmente, el nivel de tragedia de estos últimos no tiene precedentes en el siglo pasado. Sin embargo, me da la impresión de que el dato cumple bien mi propósito inicial de mostrar, aunque sea vagamente, cómo en lo que se refiere a sismos existen muchas más coincidencias de las que creemos. Saberlo me tranquilizó. Ojalá le pase lo mismo al lector.
La fragilidad de lo sólido Brenda Ríos
Ciudad de México, septiembre de 2017. Fotografía: L. Radwanski
profanos y grafiteros |
15
i Las catástrofes suelen suceder en días donde nada indica algo salido de la normalidad plana, nada salido del marco, nada que llamara la atención, nada extraño. El día podía ser soleado o no, con cero cantidad de señales que avisen el curso inmediato de lo trágico. Incluso, cuando los que logran contar los pocos detalles salidos de lo cotidiano suelen ser seres anodinos, como profetas bíblicos, insignificantes. Esta ciudad, situada sobre lo que era un lago, mitad seca, mitad lodosa, un pastel imposible para mayor analogía, es una ciudad difícil de seguir, con ritmo propio, olor, sistema de drenaje, modos de hablar, de establecer relaciones de confianza, del “sálvese quien pueda”… pero a su modo es un espacio tangible, desplazable, tiene norte, sur, transporte, microclimas. Como toda ciudad grande tiene dentro ciudadcitas. De pronto sucede que la notamos, la notamos de tal forma como nunca antes, porque la belleza de la ciudad era su misterioso engranaje, su funcionamiento, la mano obrera que acciona la palanca —o checa tarjeta— y abre el metro a las cinco de la mañana. Esa era nuestra seguridad, escasa, pobre, sucia, como lo que nos rodea. Nosotros, hijos de la carencia, no sabríamos qué hacer si estuviéramos en Jauja de todas formas. La fragilidad de lo sólido: los edificios decidieron caerse. Los azulejos pegados a los muros, las aplicaciones de yeso, edificios enteros aplastaron piso sobre piso, cayeron sobre los electrodomésticos, sofás, camas con edredones, ropa planchada, títulos de licenciatura en las paredes, fotos de familia, copas, platos. Nombra algo que habite en una casa y eso también fue aplastado. Pero no en todas partes ni en todas medidas. Un azar extraño la desgracia. Saber que en Oaxaca sigue temblando desde entonces, como si un boxeador invisible quisiera tener al pobre sangrante y ya bulto en la lona, dejarlo incapacitado para siempre. No sabíamos ese día, el 19, que la Ciudad de México tendría un motivo más para entrar a estadísticas de riesgo, emergencia nacional. Pensaba en mi familia, si veían la tele esa tarde sólo verían las mismas imágenes del mismo edificio cayendo, echando polvo, como elefante cazado. Ya había dicho que estaba bien pero gracias a esas imágenes de la tele creían que yo estaba bajo escombros, mintiendo. Quién sabe qué pensaron. Pudimos hablar hasta el día siguiente.
16 | casa del tiempo
Mientras, era una sola y el mundo alrededor. No tenía conciencia de lo que había definido como mundo y como ciudad hasta entonces. La ciudad era una ruta a mi casa, un edificio y objetos que son un catálogo casi humilde. Una vida básica. Sin adornos de maridos, hijos a quién llamar en caso de emergencia. La ciudad enloqueció no sólo por la desgracia en sí, un terremoto. Sino por los casi veinte millones de habitantes que querían saber de sus queridos. El caos para atravesarla, hacer dos, tres, cinco horas caminando, pidiendo aventón, como sea, con tal de llegar a casa y cerrar el día. Esa tarde estuvimos a oscuras. Por dentro y por fuera. ii Salí de casa ese martes a las once, quizá pasadas. A una cuadra de mi casa me tocó la alerta sísmica. No salió nadie, y la calle (un eje vial muy transitado) estaba vacía. A dos calles está una escuela primaria, comprendí qué día era y no me asusté, seguí caminando. Doce días antes había temblado muy fuerte, casi a la medianoche y la gente sí había salido de sus casas. El terremoto del 85 es un fantasma vivo, es, por decirlo así, un fantasma joven. Llegué a la Casa de la Paz, Cozumel 31, colonia Roma. A las doce comenzaba el taller de escritura. Era la tercera sesión. La mayoría de los asistentes eran personas dedicadas al teatro y artes escénicas. Nos acomodamos en el primer piso, con ventana a la calle. Habíamos hablado sobre la importancia de hacer el personaje de uno mismo, de algunos autores, de algunos textos. Christian iba a leer su texto. Habíamos dicho que máximo dos cuartillas pero él llevaba cinco. Repartió las copias. El terremoto fue su culpa. Debió haber cumplido las reglas. Alguien dijo: está temblando, y nos dirigimos a la salida. La casa se hacía como un barco, como un brincolín, las escaleras eran de gelatina. La chica que iba delante de mí parecía que no avanzaba. Y yo tenía a los demás detrás. Cuando llegamos a la calle, en segundos, había multitudes en las aceras. El grupo estaba tranquilo. Pero no así a nuestro alrededor. Una mujer salió de
la cocina de La Bodeguita del Medio en plena crisis de llanto, otra mujer se tiró a mitad de la calle a llorar y gritar. Yaretzi, quien era la que venía delante de mí en la salida, miraba a esa mujer con extrañeza, y desde sus veinte años dijo: “esa mujer está así porque le tocó el 85, ¿verdad?”, buscando una explicación. Todo parecía desmesurado. Estuvimos unos veinte minutos mirándonos, mirando a los demás en la calle, testigos del estado de alerta que comenzaba a fluir. Gritaban que se habían caído edificios, que había fugas de gas, gente llorando. Las escuelas cercanas habían desalojado a los niños y los habían llevado a parques o ejes. Pero eso lo sabríamos después. Supe que no habría transporte. Me pareció lo más sensato regresar a trabajar. O al menos refugiarnos de la calle. Lo sometimos a votación. Nadie quería irse a casa, aún. En la Casa de la Paz nos impidieron volver. Hasta que no llamaran de alguna oficina, supongo Protección Civil. No imaginé que esa sería la última vez que trabajaríamos ahí. Semanas después el edificio se declaró inhabilitado (por el teatro que sí está en pésimas condiciones y que, por estar al lado de la Casa no se puede poner en riesgo). Tuvimos que despedirnos. Cinthia había ido a recoger a sus hijos, Pável había ido a la secundaria donde trabajaba por si necesitaban ayuda. Yo me encaminé con unos chicos que habían venido de Monterrey a estudiar o trabajar en la Ciudad de México, vivían cerca; y con Toby, quien me acompañaría parte del trayecto. Caminamos durante una hora. Quizá fue menos. Parecía un sueño. La gente caminaba en sentido contrario al nuestro. La mayoría de las conversaciones en el celular eran “Estoy en…”, “Ya voy para…”, “Estoy bien pero…”. En el Parque México, hombres con cascos amarillos y chalecos gritaban a los conductores: “Hay una fuga de gas, apaguen los motores”. Y la fuga de gas era visible desde dónde estábamos: arriba de un edificio color mamey, parecía que habían destapado una olla exprés y el gas salía como borbotón. Chispas de agua. Había gente con perros en el parque, niños, gente con traje, gente de todo tipo. Nosotros seguimos camino. Toby mide 1.80 y es un tanque. Viste de negro y se rapa
profanos y grafiteros |
17
el pelo. Por si no resultara intimidante de por sí. Caminamos y el escenario era igual: histeria, gritos, llanto. Nosotros charlábamos sobre un curso que él tomaba ahí cerca. Le pregunté por qué tomaba tantos cursos a la vez. Decía que era para aprender algo nuevo. Por fin hallamos un camión. Nos subimos. Ese nos dejaba en el Parque de los Venados y yo de ahí caminaba a mi casa. Atravesamos unas cuatro colonias, desde la roma hasta Letrán Valle y luego Portales. Nos reímos por algo que vimos en División del Norte: un lugar que vende azulejos estaba al lado de un edificio al que se le había caído parte de la fachada de azulejos. Parecía un truco publicitario. Quizá porque yo tenía cara de asustada pero no lo sabía, Toby se puso a contar cosas tontas y eso ayudó. En situaciones de estrés escriben los ex, ya verás, me decía. Suelen decir: “Espero estés bien… blablabla… ¿cogemos?”. Luego inventamos encabezados para ese día. Si se perdía el sistema de datos de la gente que tiene adeudos con el banco (cosa que sí pasó en la vida real pero de aquellos con los permisos de construcción). Hicimos una hora y media, a vuelta de rueda. Es decir que más o menos desde que salimos de la Roma hasta la casa fueron como tres horas. Y fuimos afortunados. Nos despedimos en el parque. Dos días después iría a dejar víveres para los damnificados y Toby estaría justo ahí. Como si desde el día que lo dejé no se hubiera movido. Me dijo que alguien como él era de gran ayuda para cargar cajas y así. Me llamó Conrado, uno de esos amigos que uno tiene para que nos obliguen a ser mejor de lo que somos realmente. Que alguien por mi casa necesitaba ayuda. Y llegué. A ayudar a una chica que nunca había visto. Su edificio había sido declarado inhabitable. Estaba sobre Eje Central, lindo, moderno, plantas, recibidor, portero. De lujo, casi, al final era Eje Central. Lo había comprado nueve años antes. El edificio tenía diez años de edad. Ella, su esposo, dos niños pequeños, y la madre que vivía al lado en otro departamento (un gran tema por cierto: ser vecina de la madre) perdieron todo. Ayudamos a empacar lo “urgente”, platos, despensa, cosas de casa. No sabrían si podrían volver por sus muebles. Eran los últimos en irse. Los demás
18 | casa del tiempo
vecinos se habían ido el día anterior con una maleta de sus cosas. Y había gente afuera del edificio queriendo entrar. La rapiña. Los “empacadores” éramos personas convocadas por las redes y, en mi caso, mi amigo. Tardamos dos horas o más en empacar lo básico de una familia entera. Yo había caminado sobre Eje Central el día anterior y noté a las personas en la acera, con sus pertenencias, algunos muebles. Escuché decir a varios que irían a los albergues. No supe cómo acercarme a ofrecer ayuda. Y ahora ayudaba. Tampoco quiero decir que uno se siente mejor por ayudar, eso es mentira. Uno se siente mejor porque no está en las condiciones de quien recibe la ayuda. Es eso. La ciudad no será igual. Todo se suspendió de repente. Parece que antes vivíamos en la punta de una pirámide de palillos chinos. Alguien movió una pieza. El escenario: gente sin casa; muertos, desaparecidos, atracos, corruptelas. Pagos atrasados, cancelaciones de funciones. Proyectos parados. Entre un año de preelecciones y el terremoto todos trabajan pero nadie tiene un peso. No sé qué seguirá. Tanto así que los días pasaron donde los héroes no eran hombres sino perros. Todo parecía un anuncio de agencia de adopción de animales. Perros héroes, directoras de escuela primaria malas. Director de obras de la delegación Benito Juárez malo. Lo que sabemos desde siempre pero ahora nos escandaliza más por saberlo: la gente es miserable. Y si va a sacar dos pesos a costa de alguien más lo va a hacer. Simple. Humano. Hay dos palabras que flotan desde el terremoto. Palabras polvo: reconstrucción y solidaridad. El sismo removió más que si jugara México en la final del mundial, removió escombros del sentir patriotero y autocomplaciente. Lo evidente es esto: los ladrones tendrán más que robar y los que nunca nos enteramos de nada seguiremos en ello: los tratos, los abrazos entre poderosos, los acuerdos que se hacen y que mueven el país como esa mano aprieta el botón, abre la puerta a las cinco del metro. La teoría de la conspiración es un chiste. En este país, en esta ciudad, un temblor de 7.1 grados sólo sirvió para evidenciar la tubería rota del drenaje, la mierda siempre estuvo ahí.
Tierra desbocada
La Condesa, Tang Shang y los Anales de Culhuacán Claudia Solís-Ogarrio
profanos y grafiteros |
Ciudad de México, septiembre de 2017. Fotografía: L. Radwanski
19
La canica de mi nieto, una nítida agüita colorada que olvidó en casa, la coloqué en un lugar estratégico de la sala, en un pequeño plato de porcelana con bordes dorados. El objeto, además de decorativo, se convirtió en un sismógrafo económico e infalible. Vivimos en el quinto piso de un edificio que está cumpliendo su quincuagésimo aniversario, en la parte más antigua y bonita de la Condesa. Trabajo en el lugar más luminoso de casa, desde donde escribo. Frente a una variedad de árboles que forman una maraña boscosa entre ellos, un liquidámbar (cuyas hojas secas fumaba Moctezuma) y un eucalipto que perfuma, escuché el movimiento de la bolita en el plato. Me encontraba sola en casa trabajando mis textos en mi laptop. De forma insistente la mesa empezó a moverse. La lámpara suspendida sobre la misma giró en círculos como un hula-hula, aquellos aros de hule con los que jugaba de niña. El fenómeno en fracción de segundos aumentó su potencia, se volvió maléfico, siniestro. Brincó, vibró y osciló como péndulo en anarquía. Ni pensar llegar a la puerta: imposible y mucho menos abrirla. Recordé los triángulos de vida tan publicitados, mientras las fotografías de una mesa caían como naipes y el departamento tronaba y crujía de forma aterradora. Me levanté de la silla y de una zancada me coloqué en posición fetal cubriéndome la cabeza junto a un sillón en la biblioteca. Las esculturillas de las mesitas laterales cayeron sobre los sofás. Escuché el estruendo de dos ventanales explotar en pedazos. Cerré los ojos. Imaginé la guerra, los bombardeos: Siria, Beirut, Berlín. Los revestimientos de los baños los oía caer, las copas de cristal estrellarse sobre el piso de madera, al igual que las botellas escogidas y cuidadas de vinos y licores. La experiencia me llevó a recordar el temblor al que sobreviví en China en el verano de 1976. Sola en mi habitación, en el piso 13 en Beijing a ochenta kilómetros de Tang Shang, el epicentro. Muy chamaca me tocó vivir el terremoto más grave que tuvo el mundo moderno en relación de vidas perdidas, matando a más de doscientas cincuenta mil personas según las cifras oficiales, pero se cree que fueron el triple. El monstruo telúrico, dijeron, auguró la muerte de Mao —el Gran Timonel— y el fin de su Revolución Cultural en otoño de ese año. No tan catastrófico como el de dicho país, al ingresar
20 | casa del tiempo
Francisco I. Madero victorioso a la metrópoli, otro gran personaje de la historia, un fuerte temblor sacudió la capital mexicana en junio de 1911. El ombligo de la luna herido El temblor del 19 septiembre de 7.1, en la Condesa, lo sentí un poco menos perverso que el de China que fue de 7.5 Reconozco que la experiencia asiática me dio una fortaleza singular para enfrentar nuevamente al dragón oculto que yace enroscado en la raíz de las cosas, ahora en mi casa. Sabía que el movimiento iba a ceder, que no duraría mucho. Y poco a poco, el endemoniado vaivén empezó a disminuir hasta que cesó. Estoy viva y mi edificio de pie, solemne. Abrí la puerta y bajé las escaleras a toda velocidad. Escuché la voz de mi vecino gritar: se cayó la fachada de la Kehilá. La Kehilá, cuyo significado en hebreo es comunidad, es el edificio de la agrupación Ashkenazi de México, que alberga entre otros al Museo Judío y del Holocausto, una imponente sinagoga y enormes murales del pintor canadiense Arnold Belkin. El inmueble está a poco más de una cuadra del nuestro. La enorme celosía de dicho lugar se desplomó sobre un automóvil partiéndolo en dos. El conductor afortunadamente pudo maniobrar el vehículo y salir a tiempo vivo. Una mujer descalabrada con el cabello ensangrentado yacía en la banqueta, mientras le daban primeros auxilios. Helicópteros, sirenas, patrullas, bomberos. Y el olor intenso a gas, a mucho gas. Se escuchó un grito estentóreo: ¡no enciendan cerillos, ni cigarros! Nos quedamos mirando al prójimo, al vacío, en medio de la muchedumbre tratando de comprender la fragilidad de la vida y el poder arrasador de la tierra desbocada. No tenía que desplazarme muy lejos para advertir la gravedad del percance. Entre el polvo que flotaba en la atmósfera, no necesité correr al Parque México —emblemático espacio de tres generaciones de mi familia—, ni caminar hacia otros lugares. En mi calle se encontraba la tragedia y la agonía, el desconsuelo y la
solidaridad. Sólo en mi calle convergía todo el desastre de la muy noble y leal Ciudad de México, el ombligo de la luna que había sido herido. Bendije una y otra vez de que mi hijo estuviese fuera de México y que mi nieto y su madre se hubiesen marchado la madrugada del martes 19 de septiembre. Escucho aún la vocecita del pequeñín diciéndome: ¡hasta las próximas vacaciones! mientras me abrazaba las piernas y yo lo apretujaba entre mis brazos. Y seguimos aquí y para adelante Bajo un cielo gris, me dirigí al Parque México al día siguiente de la hecatombe. Pasé por el Parque España convertido en un campamento de acopio con pabellones de varias entidades federales y de la ciudad, para apoyo de los residentes damnificados, llamándome la atención la de atención psicológica postraumática. En la confluencia de las avenidas Nuevo León, Oaxaca y Álvaro Obregón había soldados y camiones del ejército. Se instaló una carpa específica para los fotógrafos de la prensa que con sus enormes lentes apuntaban al número 286, el edificio mediático por excelencia que mostró al mundo la tragedia. Los uniformados al verme muy seria con atuendo deportivo no dudaron en darme el paso. Caminé por la avenida Sonora hasta la esquina de la Avenida México. Una sección también acordonada con muchos militares me llamó la atención. Miré hacia el inmueble y sentí fracturarme en cientos de pedazos. La estampa era desconsoladora. Un pequeño disfraz del Hombre Araña se hallaba suspendido de un fierro entre vidrios y losas colapsadas que desaparecieron todo el quinto piso del edificio contiguo al local de la tienda de animales. Al ver la escena no me pude contener. Lloré. Lo que no lloré el día anterior, ni en 1976, ni tampoco en el 85, que fuera de mi país en la lejanía, la angustia y el sufrimiento eran mayúsculos. La imagen de la prenda ondeando en el viento desató la vorágine de sentimientos que habían permanecido latentes por años.
profanos y grafiteros |
21
Dicen por ahí que se regresa a vivir a los lugares donde uno fue feliz en la niñez. Volví a la Condesa-Roma, la zona más europea y amable de la Ciudad de México. En ella encuentro mis raíces urbanas: en el Parque México, que ha sido lugar de esparcimiento de tres generaciones de la familia; no lejos de él, el kínder Condesa, donde conocí a mi primera amiga, que aún conservo. También cercanas, las casas señoriales de tíos abuelos en las calles de Colima y otra en Álvaro Obregón aún se levantan majestuosas. Y por supuesto, la de Taxco donde viví por doce años —feliz—. Muy próximo, el emblemático Conjunto Aristos del arquitecto José Luis Benlliure. El Sanborns en la planta baja fue el feudo del escandaloso Vampiro de la Colonia Roma, el libro de Luis Zapata en los 70, y que albergó al Instituto Nacional de Antropología e Historia, hoy está desalojado. El Parque México está húmedo, oscuro, deshabitado. Al menos seis edificios lucen vacíos, hay ventanas rotas y muchos cables que cuelgan a muy baja altura. Las fracturas de los muros separados de los castillos, casi permiten ver el interior de los departamentos. La avenida Ámsterdam quedó dañada también: construcciones apoyadas unas sobre otras y los chorros de sus fuentes apagados. Por ahí se dice que corre la falla. A veces pienso que Tlaltecuhtli, el enorme monolito que representa al señor de la tierra expuesto en Templo Mayor, nunca debió moverse de dónde lo hallaron. A ciertos dioses mayores hay que respetarles su lugar de reposo y dejarlos tal y como fueron encontrados. Vivimos el Quinto Sol. El Sol de Movimiento Nahui Ollin, según la mitología náhuatl, acabará por temblores y hambrunas. Desde los reinados de Axayácatl, había registro de desastrosos sismos que destruían las viviendas y mermaban la población. Es una coincidencia que los terremotos más intensos que hemos sentido en épocas recientes hayan ocurrido el mismo día, con un intervalo de 32 años. El significado nunca lo sabremos. De lo que podemos estar seguros es que vivimos en un país altamente sísmico. Nuestra capital ha probado serlo en zonas que jamás imaginamos se moverían. Por ello, si sirve de consuelo y fortaleza, hay que tener presente lo que rezan los Anales de Culhuacán de nuestros antiguos mexicanos: “Mientras exista el mundo, la fama y gloria de México-Tenochtitlan no acabará”.
22 | casa del tiempo
La ruta del perro café claro Jesús Vicente García
Ilustración: Beatrix G. de Velasco
profanos y grafiteros |
23
Para Héctor de Mauleón: quien nos hace ver lo invisible en esta ciudad de perros Son los que tienen en vez de corazón un perro enloquecido […] Efraín Huerta
Camino por la ciudad bajo el sol. Veo un perro. Las miradas de los perros me gustan. Su cuerpo zigzaguea entre la gente de los mercados, lo cual denota que hasta ahora las cosas van volviendo a la normalidad, si lo normal es que un señor de mal carácter le suelte una patada en el hocico, si unos niños le quieren arrancar las orejas a fuerza de cariños malsanos, que nadie le aviente ni un pedazo de hueso, que las marchantas le griten sáquese enfatizando la “s” para que la alarma interna perruna detecte que es un ser no grato. Es un perro color café claro, de hocico prominente y de mirada tierna, con sus bigotes largos que sobresalen de entre su nariz húmeda. La mirada del perro brilla. Dejo de ver el cielo, el sol y la gente que anda sobre estas calles con nombre de poetas y escritores en la Algarín. Hay algunas banquetas chuecas que él sortea sin dificultad, sus patas hacen un ruido de uñas con cemento. Yo compro chicharrón, nopales preparados, tortillas, queso de puerco y ando en los pasillos viendo qué más se me ocurre para comer taco placero en la casa. De las verduras giro hacia la izquierda, hacia los abarrotes, compro un refresco de litro y medio, lo meto a mi bolsa de manchas de vaca, sigo derecho hacia la salida y en el penúltimo pasillo veo al perro otra vez. Alguien le avienta un pedazo de rábano que logra esquivar, lo alcanza y se lo come de un bocado, mastica con enjundia y sigue su camino. Toma hacia la derecha, sobre Isabel la Católica. Se me ocurre que medio pollo rostizado sería lo adecuado para una comida dominguera y que sea símbolo de que este año nos vaya mejor en la familia, en lo individual y en lo colectivo, sin terremotos ni desastres, pues aunque nadie tiene su sino trazado, vale la pena intentarlo. Atravesamos, perro y yo, el Eje 3. Ya estamos en la Obrera. Entre Ángel del Campo y Antonio Solís pido medio pollo y unos pescuezos así sin nada, de los que no están calientes. Se los doy al amigo café claro clarín clarinesco, y pienso que si fuera mío le pondría Clarín, pero no es mío ni yo de él, aunque podríamos pertenecernos, pensando que nadie es dueño de nadie; los humanos nos apropiamos de lo que no es nuestro y creemos que el aire es de alguien, que incluso las banquetas tienen líderes, que el agua se vende, que las miradas están penadas, que los narcos y políticos se adueñan de las vidas y de las cosas,
24 | casa del tiempo
de los negocios y del dinero, que nosotros nos hacemos trizas, como Clarín con los pescuezos que se traga. Nos miramos. Mueve la cola. No se me acerca mucho. Desconfía de mí, porque supongo que ya alguien hizo esto y lo remató con una patada o queriéndolo asir para no sé qué porquerías o por puro gusto de maltratarlo. Al ver que no hago nada, vuelve el lomo y sigue su camino sobre Isabel la Católica dirección norte, es decir, hacia el Centro. Lo veo atravesar Manuel Caballero como si nada, los autos pasan rozando su cola y todavía una señora le grita no sé qué cosas. Su ritmo lo marca un andar de a saltito. Se asoma a una taquería y un señor sale con su machete y Clarín corre que te corre hasta alcanzar la otra calle. Ando sus mismos pasos, veo lo que él vio antes de que yo pasara, me asomo a los lugares donde él metió sus narices, piso sus pisadas, sigo su sombra que el medio día de pronto esconde un poquito, pero que Clarín la engrandece en cada paso que da. En la Obrera, los domingos venden barbacoa, tacos de carnitas, sopes, quesadillas, tlacoyos, pambazos y sus etcéteras, como todas las colonias populares dignas de ser visitadas y consumir esos manjares que sólo el barrio cocina. Clarín lo sabe. Supongo que es de esta colonia, como yo, que nací en la Obrera, en la calle José María Roa Bárcenas, precursor del cuento moderno, traductor, crítico de su tiempo, criticado por unos y alabado por otros en su aspecto político, pero tiene su calle; aquí nacimos algunos seres y ello me permite deambular detrás de Clarín. El sudor me escurre por los ojos, a pesar de la gorra que traigo. Cargo mi bolsa de manchas de vaca. El sol de pronto quema y el viento es algo frío. Clarín es correteado por unos adolescentes que llevan en la mano piedras y pedazos de basura. Paso junto a ellos y, sin querer, le pongo el pie a uno. “Disculpa, compadrito”. Le ayudo a levantarse y hasta me lo agradece. Sigo caminando, no vaya a ser que aparezca el padre y defienda a su hijo que tan sólo se divierte pegándole a un perro, total, qué puede pasar, así lo educaron para molestar a los perros y seguramente nadie le dijo que eso no es bueno. Pierdo de vista a Clarín. Paso por José
Tomás de Cuéllar, en una cuchilla que ya quisiera ver a Odiseo atravesarla en esta ciudad que no respeta a nadie, cuya generación joven hace unos meses ayudó en el terremoto del 19 de septiembre (convocaron por redes sociales los amigos de la escuela, del club, del gimnasio, del barrio, de las mismas redes, se dieron a la tarea de hacer grupos para ir a quitar escombros y salvar vidas; muy loable su labor), ahora es un arma cargada contra los perros. Y me río por la ironía, un poquitín, al recordar a sus homólogos que les llaman binomios caninos y que se convirtieron en héroes porque olfateaban a los seres que aún estaban entre los escombros de las edificaciones que se colapsaron, y se hicieron famosos en las redes sociales y en todos los medios de difusión, con sus lentes, cubrehocico y sus calcetines para que no se lastimaran entre la tierra desperdigada. Esos perros fueron educados por el hombre para esa tarea digna de encontrar cuerpos vivos o muertos. En su honor, se elaboraron perros de peluche, calcomanías, memes, pasteles, dibujos que abarcaron los diarios y algunas tiendas de diversos productos, estuvieron plasmados en gorras, playeras y shorts, en vasos para beber y en logotipos de juguetes; también fueron invitados a programas de televisión, abierta y de cable, en desfiles de alebrijes y del día de muertos, hicieron exhibiciones en la secretaría de Marina, justamente donde los entrenaron, los niños se sacaron fotos con ellos, los padres, los invitados; los perros fueron la prioridad en esos meses de septiembre y octubre. Los perros tenían nombre y número de serie, y la sociedad civil los elevó al máximo porque se lo merecían, no lo niego, y alabo a esos humanos que han sabido relacionarse con ellos. Busco a Clarín. Mi vista ve otros perros con dueño, sin dueño, algunos andan entre las calles perpendiculares. Llamo por celular para avisar que me estoy tardando, porque voy a pasar a Aurrerá por algunas cosas que hacen falta en casa. Sí, me dicen, al fin que aún no han llegado, porque fueron al desfile tempranero que hacen en enero. Adelante de Chimalpopoca hay un parque pequeño. Me siento. Caminar como diez calles no es tarea fácil aunque sea sano. Enfrente hay una cuchilla donde
profanos y grafiteros |
25
hay juegos para niños (lugar que se utilizó como centro de acopio durante los sismos; la gente abrazaba hasta a los perros, yo lo vi, se les decía a las personas que se acercaran, que podían dejar sus cosas, ahí nadie se las llevaría). Alguien corre hacia donde yo estoy tirado en el pasto. Cerca de mí, hay un par de parejas de novios y por ahí andan dos señores de la tercera edad sentados en una banca que nunca había visto; el señor lee el periódico y la señora ve su celular. Para llegar al parque, hay que atravesar Isabel la Católica, donde pasan autos todo el tiempo. Hay una segunda persona que sale de esa cuchilla y también va a cruzar la calle, detrás dos señores gritan “son rateros”. Yo me quedo tieso, no puedo moverme al ver a un ratero que se dirige hacia donde estoy, lo cual me permite pensar que el otro tipo de unos veinticinco años también es ratero. Como escenario de teatro, todos nos quedamos en nuestro lugar, sólo unos perros juegan con un oso de trapo que hacen pedazos, uno se queda con la cabeza y otro con las patas. Cuando veo que el otro tipo corre hacia donde estoy, abro más los ojos, pero un ruido me los hace cerrar, un rechinido de llantas y un golpe le sigue: el ratero vuela por los aires porque un auto lo eleva; alcanzo a ver sus tenis de lona rojos, ya algo usados, su pantalón de mezclilla negro y una chamarra ídem, además de que usa pasamontañas, no creo que sea la moda de este invierno (recuerdo que en Efrén Rebolledo hay una manta que les dice a los rateros que no son bienvenidos y que si los atrapan no los llevarían a las autoridades sino que los lincharían). Los señores grandes se levantan cual resorte para ver qué pasa. No así los enamorados, sobre todo unos treintañeros que siguen besándose largamente, como si la vida se les fuera a escapar si voltearan hacia otros lados. Los perros ladran. Yo tomo mi bolsa de manchas de vaca y decido irme a Bolívar para tomar un pesero de regreso, por supuesto que no pasaré a Aurrerá, además ya tengo hambre. Paso cerca del tipo tirado. Los señores se acercan. Uno llama por celular (siete jóvenes vienen con palos y botellas, y chiflan). Camino sobre Chimalpopoca y sí paso frente a la Aurrerá. Veo el espacio vacío de donde estaba la fábrica que se cayó justo
26 | casa del tiempo
en esa esquina. Unos vecinos cierran Bolívar. Están en contra de que hagan más edificios. Entonces, decido caminar y sigo buscando a Clarín. Veo perros y más perros, no todos son maltratados, simplemente les dan indiferencia. Al llegar a Roa Bárcenas, unos ladridos me hacen voltear. Es Clarín. Me ve. Se me acerca y lo acaricio. Flaco no está. Gordo tampoco. Digamos que término medio. Lo abrazo del cuello y le agarro la nariz mojada, eso siempre me ha gustado cuando he tenido perros y cuando tuve a mi gato. Le veo a los ojos, le acaricio la nariz una vez más. Le digo que debo irme a casa. Él me lengüetea la mano y le toco la cabeza. “Buen muchacho”. Recibo llamada de Basilio, quien me invita a su casa porque está solo y tiene una versión alemana del Quijote en película. Pero Clarín no se quiere ir. Lo acaricio otra vez, veo que tiene entre el pelo una placa que dice Salvador. “Ah, te llamas Salvador. No estás solo, pillín”. Me sigue chupando y le doy un pedazo de pollo. Una voz a mi espalda grita: “¿Qué le da a mi perro?”. Es una mujer cuarentona cuyo rostro no es muy amigable. La saludo y le pregunto que si es su perro. Salvador-Clarín me chupa la mano y da media vuelta, en su mirada me dice no te preocupes, así es ella, es buena onda, pero de pronto es medio jetona. Me sonrío al verlo y le doy la última palmada en los cachetes. Se va con la señora. Ella cambia de actitud y me da las gracias. “Me gustan los perros, pero cuídelo, hay gente que no los quiere mucho”. Me dice que se le escapó y suele hacerlo, pero siempre regresa a su casa. Se me hace raro que si tiene dueña ande pidiendo comida en las calles. Sigo mi camino bajo un sol terrible. Veo que otros perros son maltratados por personas que comen en los puestos, mientras siguen en busca de algo para comer y yo siento tan feo que destripo mi pollo y se los doy a un par de perros que andan cerca de mí. Paso por unos sopes. Pienso en mi amigo café claro Clarín-Salvador. Nunca había seguido a un perro toda la colonia. Recuerdo las palabras de Patricia Higshmith, quien afirmó que cuando dos creadores se encuentran en cualquier parte del mundo, se reconocen. Los artistas se huelen. Clarín es un perro artista, no un héroe. Claro.
Símbolos nacionales Héctor Antonio Sánchez
profanos y grafiteros |
Familiares en el Colegio Enrique Rébsamen, septiembre de 2017, Ciudad de México. (Fotografía: Christian Palma / Getty Images)
27
Septiembre fue un mes marcado por contrastes muy hondos. No suele la vida presentarse desprovista de máscaras, sin filtros mayores que recubran el dramatismo de su luz y su sombra. Pero algo pasó en ese mes singular, como un mediodía que nos situara ante el pasmo: desnudos de nuestros propios velos. El viernes 15 llegué a mi aula en el poniente de la ciudad. Recuerdo bien aquella tarde: un viento fresco limpiaba el aire del altiplano, un sol intenso lo devolvía a su brillo. Como sospeché, mis alumnos no llegaron a la sesión: pues, ¿quién querría pasar aquel viernes festivo encerrado entre cuatro paredes? El campus se hallaba silencioso y refulgente. Había, sin embargo, algo en el aire que convocaba una cierta opresión, una cierta nostalgia: la añoranza de un país que nunca tuvimos. En esos días había circulado en medios la noticia de que en Puebla se hallaba desaparecida la adolescente Mara Castilla. Habíamos secretamente presentido lo peor, sin decirlo —acaso temerosos de que las palabras pudieran convocar la tragedia— pero albergado también la esperanza de que todo fuera un equívoco: una mocedad, una aventurilla, una mera confusión. No una cifra: no un expediente más en el insoportable archivero de crímenes contra mujeres en que se ha convertido México. Al azar le gustan a veces los símbolos, las penosas coincidencias: ese día, tradicionalmente de fiesta nacional, apareció el cuerpo de la chica. El estado-nación moderno se afianzó con sus tintes singulares en el siglo xix: fue una época de grandes proyectos de unificación, de industrias, luchas territoriales. Se alzaron mitologías delirantes: héroes y aniversarios patrios sustituyeron el fervor de santos y festividades religiosas en el calendario. Los gobiernos han repetido hasta el aturdimiento la exaltación de estas ficciones: la invención de Juan Diego y su contemplación de la Virgen fue desplazada por la invención del grito de Dolores. Cursé la educación básica en una escuela pública: allí nos enseñaron a honrar el lábaro patrio y otros símbolos. Ese adoctrinamiento —como para todos, o
28 | casa del tiempo
casi todos— está ligado a recuerdos de una época muy amada de nuestra vida. Quizá por ello es arduo desmantelar su fantasma: remover los escombros del reino que nos dieron en promesa. Puedo convocar aún, verso por verso, cierta canción que entonamos en un homenaje a la bandera: puedo convocar aún el entusiasmo que me producían las imágenes sobre la grandeza de mi país. Imaginaba entonces que en alguna parte yacía su zona más venerable: en la Sierra Madre Occidental; en Teotihuacan; en la invocación de Quetzalcóatl y Huitzilopochtli; en la ciudad soñada en los murales de Juan O’Gorman, reproducidos en mis libros de texto gratuitos. Sentía, en suma, profundo amor por una ficción. La noche del 15 presencié, acaso movido por esa imposible nostalgia, los fuegos pirotécnicos que se lanzaron al aire desde la explanada del Parque Lira. La delegación no dudó en su derroche: si espléndidas, las luces que ardían sobre nuestras cabezas resultaban una especie de doloroso montaje; la celebración de un país que nunca existió y cuyo lento derrumbe presenciamos desde hace varios años, como el desmembramiento de un gigante acéfalo. “Qué hermoso hubiera sido, pensé, observar esto desde mis ojos infantiles”. Antes del descubrimiento del miedo, del horror. No necesito recordarle a nadie lo que vino tras el hallazgo del cuerpo de Mara: la rabia generalizada, la desazón; la convocatoria a marchas; en el peor momento, la querella entre “feminazis” y “machos progre”. Pero nada podía prepararnos, en ese momento álgido, para lo que estaba por venir. Porque, ¿cómo sospechar entonces que el azar golpearía de nuevo, con soplo irónico, casi cruel, a nuestra ciudad justo en la jornada en que recordamos una de sus heridas? Estaba encerrado en mi departamento cuando sentí el primer embate del temblor. Un estremecimiento, el crujido de paredes, gritos que se extienden por todo el edificio, un estropicio de objetos que se destrozan. Y yo, sin poder hallar la llave, viendo por la ventana cómo se balancea la estructura entera. Fui afortunado. Nada grave ocurrió.
Al salir, la ciudad parecía la misma. Sólo al leer las noticias, minutos después, pude comprender la gravedad del daño. Edificios que se desploman, polvaredas, incendios: videos que cargan el tinte de una pesadilla. Y, en la confusión, peticiones de auxilio, recomendaciones, avisos: ayuda para rescatar a los sobrevivientes, demanda de suministros. Ruidos de ambulancias en la periferia. Ningún simulacro incluyó jamás la remoción de escombros, el acopio de víveres, la caída de redes telefónicas, servicios de luz y agua. La alarma que ese día sonó demasiado tarde había convertido la amenaza de un temblor en un mero protocolo, una frase hecha, una molestia casi. Tras el pasmo, salimos con la celeridad de las hormigas, al auxilio de los otros: al auxilio de nuestra ciudad. Con nuestras manos, con nuestros recursos: esa tarde fui por algunas provisiones para dar en donativo. Nos encerraron, cuando intentaba irme, en el establecimiento: una horda de maleantes intentaba saquearlo. Después estuve, por varios días, cargando víveres junto a una serie de desconocidos. Uno de ellos —nunca he de olvidarlo— era un muchachillo infatigable de once años, llamado Ismael, que nos instruía en el mejor modo de embalar los diversos productos. En aquel lugar ondeaba una bandera a media asta. Aquel emblema, largamente tomado por un Estado despótico, emergía ante mis ojos con un lustre tan doloroso como deslumbrante. Pues, ¿no era Ismael, también, el niño que yo fui, ante la posibilidad de amar el país en que tuvo por destino nacer, no desde el adoctrinamiento y la homologación, sino desde su mera humanidad —una capaz de burlar los discursos, las ficciones, las estratagemas del poder, y aun los espejismos de la identidad—? Es difícil ahora esclarecer el orden en que se sucedieron los eventos: el tiempo estaba fuera de su cauce. Donativos, robos; voluntarios, corruptelas. Septiembre fue un mes de contrastes: como si lo peor y lo mejor de nosotros se manifestara sin ambages. Nosotros, ¿quiénes? Había una rara hermandad en el aire, solidaridad, comunión: palabras que hemos aprendido a usar con cierta reserva, que en la escritura tememos al borde de
profanos y grafiteros |
29
la afectación. Pues, ¿no agotó el romanticismo la mención de estas virtudes? ¿No quedaron confinadas a los discursos huecos, maquinales, de la política? Sí: hubo poemas en esos días; algunas —pocas— expresiones de arte. Pobres las más de las veces, pero sobre todo insuficientes. Tan cerca de la muerte, la creación artística pareció un acto egoísta: el horror rara vez da la cara, pero la desgracia siempre tiene un rostro humano. ¿Escribir poemas, cuando aún había personas lánguidamente respirando bajo los escombros? Lo sabemos, el sismo sólo reveló estructuras anquilosadas desde mucho antes: la agresiva gentrificación, el corrupto paroxismo inmobiliario que vive la urbe; el hacinamiento, la carencia de acceso a recursos esenciales; la indigna vivienda, el olvido de tantas regiones del país. Porque ¿qué es un temblor? ¿Un mero accidente geológico, ante el que nos hallamos casi inermes, pequeñas hormigas del tiempo? ¿O, también, una metáfora, uno de los rotundos símbolos de septiembre, que vino a removernos de nuestro pasmo, al colocarnos desnudos frente a la muerte, sí, pero también frente a la vida? Una semana después, volví a mi aula al poniente de la ciudad. El tiempo, fuera de su cauce, parecía larguísimo desde la aparición del cuerpo de Mara Castilla. Estaba lloviendo cuando llegué al campus; debí guarecerme a la entrada. Afuera, contra el muro exterior, se apoyaban coronas de flores, ramos en macetas, un moño negro que la escuela había colocado en memoria de los estudiantes que perecieron en el derrumbe. La lluvia azotaba la ofrenda: una de las coronas se volcó por la potencia del viento. No había nada tan desolador como aquellas flores en el suelo, a merced de la tormenta. “Ahora que baje un poco el agua, me dije, si no salen los de vigilancia, voy a poner esa corona en su sitio.” Y entonces vi la imagen que me ayudó a recomponerme de mi propio duelo, pues al azar le gusta, a veces para bien, la recurrencia a los símbolos: una vecina de la zona, buscando dónde guardarse, pasó por el lugar. No he de olvidarla: cabello rizado, ropas de color ocre, un chal completamente mojado. Buscaba cubrirse, pero aún se dio tiempo para levantar la corona, devolverla a su sitio. Luego prosiguió su camino. Una mujer cuyo rostro no pude ver, pero cuyo gesto iba más allá de toda forma de egoísmo. Un ser sin identidad, en un acto de pureza. En la desazón, aquello me devolvió a mi temple. Recomponernos. Poner las cosas en su sitio. Y luego seguir nuestra marcha. Reconstruirnos. Y luego seguir, seguir: seguir siempre.
30 | casa del tiempo
Continuidad de la memoria y acción social total en los sismos de México
Ciudad de M
éxico, septie
mbre de 20
17. Fotograf
ía: L. Radwan
ski
Diego Lizarazo Arias
profanos y grafiteros |
31
No podemos caracterizar los sismos sólo como desastres de la naturaleza, porque constituyen catástrofes sociales resultado de la forma en que hemos construido o abandonado el espacio público y privado, en la condición de desigualdad social y económica, y en los esquemas de respuesta. De las múltiples miradas que ello convoca, reviste especial importancia la acción ciudadana de rescate y atención solidaria que, por un lapso de tres o cuatro días, afloró con gran intensidad. Tiempo, percepción y experiencia social singular, que pide una lectura no posible con las claves de abordaje de la acción social rutinaria. La acción social total En el Ensayo sobre el Don, Marcel Mauss propone el concepto de “acto social total” para hacer visible la densidad cultural que subyace a ciertos hechos individuales. Mauss da cuenta de las estructuras que fundan el intercambio de bienes en las sociedades “arcaicas”, para conjurar la interpretación simplista que naturaliza tan capital acción social. Tiempo después, Lévi-Strauss señaló que dichas “comunicaciones” no son sólo trueque de objetos, sino especialmente reciprocidades simbólicas y parentales. Así, cuando Marcel Mauss da cuenta del intercambio de bienes entre los polinesios, refuta cualquier explicación que la asimile a una “economía natural” anterior a las instituciones sociales y culturales. El intercambio específico sólo es posible porque los individuos pertenecen a colectividades que norman tales acciones en un marco de derechos, obligaciones y valores inscritos en una historia que incluye instituciones económicas, religiosas, jurídicas y morales. Al igual que ciertos hechos revelan la sistematicidad de las instituciones, hay también totalizaciones de signo
32 | casa del tiempo
contrario, instantáneas de negación de tales organizaciones. Mijaíl Bajtín identificó así el valor del carnaval en la Edad Media. Entrecruce ritual y lúdico que ponía en entredicho, por un tiempo limitado, las jerarquías y las instituciones que tramaban la existencia colectiva. El solemne poder de las monarquías y de la iglesia fue resistido en el escarnio y la parodia que las fiestas del pueblo posibilitaron; el carnaval era una fuerza de remoción de las obligaciones y los agobios del poder. Sin embargo, esta fuerza carnavalesca no es una cotidianidad, como podría serlo la parodia o el ejercicio crítico que aparece hoy, por ejemplo, en el periodismo, en el humor callejero, o en el escarnio digital. Es una fuerza que tiene algo de telúrico, de propagación, y de “acto social total” en el sentido de poner en cuestión el conjunto de las reglas e instituciones sociales. El acto social total del carnaval radica en una especie de rebasamiento de la sociedad contemporánea por la historia social. Su abjuración totalizadora no proviene de un acuerdo contemporáneo, sino de una fuerza mayor que la hace viable: se trata de un mito, que por su origen arcaico, rebasa siempre el presente. Los rompimientos del sismo La violenta experiencia colectiva que los sismos del 85 y del 17 han producido en México,no sólo proviene del duelo individual y social por las vidas perdidas, del espacio colapsado, de la damnificación económica y existencial, sino también de la inoperancia de las instituciones, de las promesas incumplidas, de la corrupción, de la inanidad de gobiernos lentos, lejanos, incapaces de sustentar la vida cuando la tierra sacude sus entrañas y fractura la existencia. No es sólo una violencia telúrica, sino también política, porque emerge una sensación colectiva de estar descubiertos, desvencijados,
sin comunicaciones y sin estructuras de atención y solvencia: la sensación de hallarse en un mundo sin Polis. “Somos los más jodidos del temblor, de por sí somos los más pobres de esta zona, ahora quedamos peor que antes”, decía Paloma Linares, días después de ocurrido el sismo del 19 de septiembre y de dormir bajo la lluvia, junto con sus padres y sus tres hijos cobijados por una carpa insuficiente, a la intemperie, mientras las pocas cosas que pudieron sacar de la casa, se echaban a perder en la inclemencia.1 “(...) nos consideran oaxaqueños de tercera o cuarta, siempre nos dejan en el abandono, no hay apoyo, cuándo vendrán los funcionarios a esta zona como lo hacen en otros lugares (...) aquí no hay aerogeneradores ni grandes inversiones, sólo gente humilde y trabajadora que no le interesa ni a un gobierno, ni municipal, ni estatal, ni federal”, sostenía Gaspar Díaz Reyes en San Miguel Lachuguiri, después de los sismos del 7 de septiembre, en un contexto en el que se registraron ochocientos mil damnificados y cuarenta mil viviendas afectadas en la región zapoteca del Istmo oaxaqueño.2 Desafortunadamente, esta orfandad es cotidiana para una sociedad lacerada por el colapso de dos sistemas troncales de la Polis: la protección de la vida —según el Semáforo delictivo, 2017 es un año mortífero: veinticuatro mil asesinatos y diecisiete mil ejecuciones— y la inanición económica de sustanciales grupos sociales (43.6 por ciento de los mexicanos en la pobreza según el coneval). Pero los sismos provocan un momento de totalización. Es tal su fuerza de irrupción que todo se suspende y a la vez todo resulta, de una nueva forma, conectado. Entonces la corrupción, la inoperancia, la privación se revelan claramente ante la sociedad, ya no como excepciones, sino como una negativa y reinante estructura de injusticias y privilegios. En contrapartida, constituida a partir del dolor y el desconcierto, se produce una “sincronización comunitaria” de gran escala en la que se ponen en cuestión, por un lapso limitado, las estructuras de jerarquía, los códigos sociales, el sentido de las funciones públicas
América Muñoz, “Santa Martha: afectados por el sismo y la pobreza” en: La silla rota, 21 de septiembre de 2017: https://lasillarota. com/estados/santa-martha-afectados-por-el-sismo-y-la-pobreza/178223 2 Faustino Romo Martínez, “Sierra Mixe-Zapoteca en el abandono tras sismo de 8.2”, en: El Imparcial del Istmo, 13 de septiembre de 2017: http://imparcialoaxaca.mx/istmo/56764/sierra-mixe-zapoteca-en-elabandono-tras-sismo-de-8-2/ 1
y las definiciones de su poder. Esta reacción social de vasta envergadura, bajo la organización para ayudar ante lo más apremiante, significa la suplencia de las estructuras institucionales donde no alcanzan y la retoma colectiva de un subsuelo social que requiere ser atendido ante la falla de poderes que resultan de facto cuestionados. La totalización negativa que el carnaval producía está aquí concitada por la fuerza mayor, destructiva, de los terremotos. Las continuidades de la memoria Esta sincronía posibilita la percepción colectiva de la insustancialidad de los códigos de jerarquización social y política: —¿Ya llegaste? —le dijo el rescatista al gobernador de Morelos, Graco Ramírez— ¿Dos días después y a las cuatro de la tarde? Nosotros estamos aquí desde el primer día; y hoy, desde las siete de la mañana. —No me faltes al respeto —articuló el funcionario. —Somos iguales — estalló la gente. Aquí todos somos iguales.3
La diferencia entre gobernantes y gobernados se vive como artificiosa, aunque se tenga conciencia del acopio del poder situado en uno de los extremos. En todo caso, la condición extraordinaria produce una suerte de nuevo poder, emergente del suelo, de la tarea directa, que permite cuestionarlo. Difícilmente, en otra situación un joven pobre de Chalco podría interpelar así al gobernador. Ese poder de abajo proviene de una legitimidad ética casi inaccesible para el poder constituido. La sociedad se hace cargo de su desafío, consciente de la futilidad institucional, en una molestia a veces casi a punto del conflicto, como ocurría en ciertos centros de acopio de los gobiernos estatales y federales a los que llegaban las donaciones, o como ocurría en zonas de desastre entre rescatistas comunitarios y militares que parecían actuar por un plan de control de poblaciones y repliegue de la ciudadanía. Este reposicionamiento transitorio de la energía social no es espontaneidad, tiene un fondo más amplio en el que halla su sentido. Dos ejes de continuidades lo subsumen: 3 Fabrizio Mejía, citado en: Arturo Santamaría, “Dos escenarios del futuro inmediato” en: Noroeste, 7 de octubre de 2017: http://www. noroeste.com.mx/publicaciones/opinion/opinion-101763
profanos y grafiteros |
33
1. La percepción social de la “continuidad telúrica”. Es inevitable recordar en el sismo de hoy el terremoto de ayer. Este reconocimiento es laceración, porque para quienes viven la pérdida de parientes y amigos, el retorno de la desgracia implica un doble duelo. Pero también es posibilidad, porque ante la sentencia de la repetición, está la posibilidad de prepararse mejor, lo que implica dos esferas: la micro, que va del individuo a sus círculos cercanos, y en cuyo chance se juega la educación y la generación de hábitos de respuesta fundados en criterios más eficaces; en la esfera macro hay una densidad política, porque se abre un abanico que va desde la dotación de tecnologías de alarma, pasando por programas más eficaces de prevención y educación, la dignificación ética y jurídica de los controles oficiales y corporativos para las construcciones, hasta decisiones de gran envergadura, que fundadas en la traducción científica del habla de la naturaleza, optarían por redefinir los espacios no sobre las urgencias de los desarrollos económicos o políticos, sino de la adecuación a un territorio que siempre ha sido naturaleza antes que asentamientos. Pero los vicios de la política prevalecen desde el último sobresalto. 2. La continuidad más definitoria radica en el lazo entre la respuesta comunitaria de hoy y la de ayer. La naturaleza de esa continuidad proviene de un mismo sentido de otredad, de solidaridad que se mantiene con significativa energía, después de treinta y dos años. Esta ética de la otredad que aflora en las comunidades urbanas y rurales de México no logra entenderse si apelamos a una significación superficial de la solidaridad, como aquella que, por ejemplo, aparece en la publicidad corporativa y política que enarbola el eslogan de un “México de pie” o de un México en el que todos, como una familia, nos reconciliamos. No es equivalente la unidad en las carpas compartidas en medio de las calles quebradas que la emoción de unidad inducida desde las pantallas, o la unidad oportunista de la política, que espera su rentabilidad. Walter Benjamin identificaba el sentido de esa unidad no sólo como los lazos del presente, sino especialmente como una responsabilidad con el pasado. Reconociendo la inexorable pérdida de parte de lo acaecido, la tarea social es hacer inolvidable “todo lo que sucedió
34 | casa del tiempo
alguna vez”, la memoria de las víctimas, de los damnificados y agraviados, la memoria de las afrentas, como “el acuerdo tácito entre las generaciones pasadas y la nuestra”. Esa solidaridad tiene como su materia no sólo el recuerdo de lo acontecido, las condiciones sociales y políticas que produjeron la devastación en el pasado, sino también la voluntad de impedir que dichas condiciones se prolonguen indefinidamente. La memoria del 85 persiste, y así como su recuerdo nos muestra que la fuerza telúrica de la tierra es anterior a la violencia vivida en septiembre del 17, la conciencia de otredad que se desplegó en la Ciudad de México, en Morelos o Chiapas, es anterior a este instante aciago. Judith Butler ha planteado el contraste construido por la política de guerra, y en cierto sentido por la política general, entre aquellas vidas dignas de ser vividas y las que resultan prescindibles. Inherente le resulta la operación comunicativa que busca convencer de que hay vidas cancelables, por ejemplo, si constituyen una amenaza general. Un efecto de ello es la productividad de la imagen que diferencia entre vidas perdidas lloradas y vidas indiferentes, como Butler observa respecto a la fotografía de guerra contemporánea. En nuestro contexto, la televisión lloró y conminó al llanto a su inmensa audiencia por el rescate de una víctima que nunca existió. Incluso en momentos tan graves como estos, la televisión no logró generar un esquema distinto al de la fabulación, ahora convertida en teatro de la crueldad, pero la indignación ante el engaño responde a un contraste mayor entre concepciones de lo social y de la vida. Al espectáculo como impronta, al oportunismo necrótico que aprovecha la muerte y el sufrimiento para promoverse y lucrar, a la urgencia de las instituciones y los funcionarios públicos por reanudar lo antes posible las actividades, regresar a la normalidad en las escuelas y los trabajos, activar rápido la productividad y desmontar sin espera la movilización social; la dinámica comunitaria reticente señalaba la necesidad de continuar con el movimiento de rescate, de búsqueda, de atención encaminada a una reconstrucción no sólo de las infraestructuras, sino particularmente de los tejidos sociales, tan lastimados por la infausta política y el crimen, ahora revelados como un chance de recuperación de esa solidaridad profunda, fincada en un presente lleno de pasado.
ménadesymeninas
La historia se repite: 1957, 1985, 2017
Jorge Vázquez Ángeles
Vista aérea de un edificio colapsado en la colonia Del Valle, Ciudad de México, septiembre de 2017. (Fotografía: Héctor Vivas / Getty Images)
de las estaciones |
35
Vista aérea del Colegio Enrique Rébsamen, colonia Nueva Oriental Coapa, Ciudad de México, septiembre de 2017. (Fotografía: Héctor Vivas / Getty Images)
El sismo me sorprendió en la esquina de Ángel Urraza y Heriberto Frías. Iba a bordo de un taxi. El destino o la suerte me dieron tiempo para salir de una junta de trabajo en el piso siete de un edificio en Insurgentes y Holbein; incluso entré a una panadería El Globo donde compré un bísquet, un cuerno con mantequilla y un crujiente de guayaba. Al salir, mientras la luz del semáforo estaba a pocos segundos de detener el tránsito de Insurgentes, me subí al taxi que parecía estar esperándome. Le dije al conductor que se fuera todo derecho, hasta Narvarte. Como casi no había tráfico, avanzamos a buen ritmo hasta que la luz roja del semáforo nos detuvo en la esquina antes mencionada. El conductor escuchaba la radio a un volumen tan bajo que era imposible saber la estación; por mi parte, terminé de comerme el crujiente de guayaba y dudé si continuar con el bísquet o el cuerno. Entonces el coche comenzó a temblar levemente. Pensé que el conductor sacaba poco a poco el clutch para meter la primera velocidad en cuanto el semáforo se lo indicara. Luego recordé que pocas horas antes se había llevado a cabo el megasimulacro con el que se conmemora la tragedia de 1985, y que sería una broma de mal gusto que precisamente ese día ocurriera un sismo. Le pregunté al conductor si era su coche el que se movía cuando sobrevino ese primer impulso que nos sacudió a todos, como si por debajo del asfalto hubiera corrido un animal prehistórico.
36 | casa del tiempo
La alerta sísmica comenzó a sonar en la radio y ninguno de los dos supimos qué hacer durante los primeros segundos. El taxista, preocupado, me dijo que el poste del semáforo podía caernos encima y no atinaba a bajarse del coche o permanecer en él; por mi parte, observaba, en contraesquina, un edificio de cuatro niveles rematado por una larga celosía de piezas de barro: las decenas de toneladas que debe pesar se mecían como si fuera un barco en altamar. Las ondulaciones del edificio me hipnotizaron: era fascinante atestiguar las deformaciones de las paredes y las cornisas, al tiempo que me dejaba envolver por ese silencio repentino que surge cuando se produce un temblor. No lo pensé en ese momento pero frente a mis ojos esa estructura trabajaba intensamente para evitar el colapso: las varillas absorbían los esfuerzos de la tensión —es decir, las fuerzas del sismo que las estiran como si fueran ligas— al tiempo que el concreto hacía lo suyo con la compresión —o las fuerzas que intentan “aplastarlo”—. Era una labor en equipo, como en el rugby, deporte en el que “si uno falla, alguien se lleva las costillas rotas”, según dice Enrique Krauze en uno de los textos de su libro Redentores. En este caso, si uno de los dos materiales hubiera fallado en un punto sensible, el edificio se habría derrumbado. Al mismo tiempo, las estructuras de treinta y ocho edificios no resistían y se venían abajo, ocasionando destrucción y muerte. Cuando la tierra dejó de moverse le pedí al conductor que me llevara a casa antes de que cerraran las calles. Los dos sabíamos que este sismo no había sido como los anteriores, ni siquiera como el del 7 de septiembre con epicentro en Chiapas. Avanzamos sobre Ángel Urraza cuando cientos de personas ponían en práctica lo que horas antes había sido un simulacro, una especie de calentamiento, y se concentraban a mitad de la avenida. Escuché algunos llantos. Me tranquilizó que casas y edificios de la cuadra donde vivo estuvieran intactos. Por fuera y por dentro mi casa estaba bien, a excepción de unas grietas que se formaron alrededor del cubo de la escalera y que por fortuna resultaron superficiales.
La señora que ese día hacía la limpieza me recibió a punto de llorar porque la casa “había tronado muy feo”. Desesperada, me dijo que le preocupaban sus tres hijos pero los teléfonos celulares no servían y no había luz. A falta de un bolillo para el susto, le ofrecí un pedazo de bísquet. No fotos Después de la tempestad viene la calma, o después del sismo llegan las cintas rojas, amarillas y los tapiales de triplay. Estos elementos fungen como la señalética del museo urbano del 19 de septiembre de 2017, y guían a los “turistas” o visitantes a través de esta exposición temporal en la que, por respeto a las víctimas, se prohíbe tomar fotografías. En algunas zonas se han levantado altares con flores de cempasúchil; rescatistas y vecinos dejan escritos sus buenos deseos en los tapiales y afirman que nunca olvidarán a quienes les tocó la mala hora. Al recorrer Avenida Ámsterdam —en la que se contabilizan cinco estructuras colapsadas y más edificios con daños leves, moderados o que hacen inminente su demolición—, personas en grupo o por su cuenta se detienen en las esquinas y levantan la mirada para apreciar las naturalezas muertas; con un poco de suerte, todavía pueden contemplar rastros de la vida cotidiana que el temblor congeló: muebles, cortinas, ropa, retratos enmarcados. Cuando nadie los observa, los curiosos sacan el celular y capturan vidrios reventados, celosías partidas, muros y columnas con grietas diagonales, varillas expuestas, etc. No es fácil vencer a la tentación de llevarse un suvenir de la tragedia, en una época en la que sólo basta un clic para llevarse un pedazo de historia. No los juzgo. Hay algo de enciclopédico en la recopilación de esas imágenes que no sólo formarán parte de los álbumes modernos donde se almacenan miles de fotografías: en veinte o treinta años, cuando suceda otro sismo que destruya otros edificios, la gente mostrará a sus nietos esa colección para que les crean que ellos estuvieron ahí y que vivieron para contarla.
ménades y meninas |
37
Unir los puntos El Atlas de peligros y riesgos de la Ciudad de México muestra, entre otros escenarios, los edificios colapsados durante el temblor (http://www.atlas.cdmx.gob.mx/). Si se unen los puntos ubicados más hacia la izquierda del mapa, se forma una larga curva que se inicia en los límites del Estado de México y la Delegación Gustavo A. Madero, en la Avenida 314 y Avenida 323, colonia Nueva Atzacoalco, y que continúa hacia los edificios de la calle Coquimbo en Lindavista; Salvador Díaz Mirón y Sabino, Santa María la Rivera; Puebla 282, Roma Norte; Álvaro Obregón 283 y 286, Ámsterdam 25, Sonora 149, Laredo y Ámsterdam, Hipódromo Condesa; Patricio Sanz 37, Gabriel Mancera y Escocia, Escocia y Edimburgo, Del Valle; Prolongación Petén y Zapata, Santa Cruz Atoyac; Saratoga y Emiliano Zapata, Portales; Calzada Taxqueña y Avenida de las Torres, Campestre Churubusco; Tlalpan Fovissste, Educación; Calzada Brujas y Rancho Tamborero (Colegio Enrique Rébsamen), Nueva Oriental; Calle Puente 222, San Bartolo el chico; Calzada Nueva Xochimilco-Tulyehualco 191, Santa María Nativitas; México y Lázaro Cárdenas, San Gregorio Atlapulco. Alrededor de cada uno de estos puntos ocurrieron derrumbes totales o parciales y afectaciones de diversa magnitud. Lo interesante del ejercicio es que a lo largo de la curva se ubica en los linderos de la zona de transición, es decir aquella adonde llegaban las márgenes del lago y comenzaba la tierra firme. De acuerdo con los resultados de los sismólogos de la unam, publicado en un artículo de la revista Nexos, la aceleración del suelo en esa franja fue mayor que en el resto de la ciudad, sobre todo por la composición del suelo,1 sedimentos lacustres con un espesor de diez a treinta metros. Por su composición, estos sedimentos amplifican las ondas de un temblor y provocan que la tierra se mueva más que en otras zonas, En la misma nota se explica que en Ciudad Universitaria, ubicada en la Zona I o Lomas, prácticamente
de piedra volcánica, “Las aceleraciones espectrales en cu (suelo firme) indican que los edificios de 1 a 12 pisos cercanos a la estación sísmica experimentaron una aceleración promedio de 119 gal, que es aproximadamente 2 veces mayor que la observada en 1985. En contraste, las estimaciones en sct [acelerómetro instalado en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes] (suelo blando) muestran que edificios pequeños de este tipo, cercanos a la estación, experimentaron una aceleración promedio de 188 gal, muy similares a las de 1985. Por otro lado, edificios más altos, de entre 12 y 20 pisos, experimentaron una aceleración promedio en cu de 60 gal, que es 30% menor a la de 1985, que fue de 85 gal. […] Como referencia, la aceleración de la gravedad terrestre (i.e. la de un cuerpo en caída libre) es de 981 gal”.2 En septiembre de 1985 yo tenía ocho años. La ciudad que se destruyó me era completamente desconocida, y como en Tacubaya, mi barrio, no se rompió ni un vidrio, no pude medir la dimensión del terremoto. Treinta y dos años después, a mis cuarenta años, descubro un documental sobre el sismo de 19573 y observo las mismas imágenes, los mismos dramas que sucedieron en 1985 y en 2017; el locutor que narra la tragedia habla de la entrega del pueblo y su espíritu colectivo para ayudar a los damnificados, y cómo Ruiz Cortines, “quien ha velado en el puente de mando de la patria”, recorre las zonas afectadas y gira instrucciones. Calles y avenidas como Álvaro Obregón, Insurgentes, Coahuila, Frontera resultan afectadas; éstas pertenecen a la misma zona que hoy volvió a sacudirse. ¿El remedio es que ya no se vuelvan a construir edificios en estas zonas de la ciudad? ¿Crecer hacia otras partes? Pero, ¿hacia dónde? Aún resuenan las voces de aquellos que en 1629, durante la gran inundación, propusieron que la capital se mudara a tierra firme. 2
1
https://www.nexos.com.mx/?p=33830
38 | casa del tiempo
3
Ibídem. https://www.youtube.com/watch?v=nxIHmS5Anwg
Zozobra
Tempestad de Tatiana Huezo Sánchez
Verónica Bujeiro
Fotogramas de Tempestad, dirección de Tatiana Huezo, México, 2016, 105 minutos. http://www.tempestadthefilm.com/
ménades y meninas |
39
El infierno está vacío y todos los demonios están aquí. William Shakespeare
Mark Cousins, autor y director de The story of film: an odyssey (2011), identifica el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York como el momento en el que la ficción en el cine comenzó a parecer anticuada y dio paso a la revaloración y posicionamiento del cine documental como un género de capital valía, puesto que la realidad resultó ser “más dramática que el escapismo”. La contundencia de los acontecimientos que se viven actualmente en México en su cotidiano ejercicio de violencia, e inserto en un permanente estado de excepción, parece ser tanto una materia prima atractiva como una afrenta para el arte en general. Hablar o callar del tema se convierte en una disyuntiva complicada, que bien puede emitir un eco en la insondable búsqueda por una respuesta ante el absurdo atroz que nos rodea o resultar en un abono estéril que aprovecha la coyuntura para exportar conmiseración y miseria en forma de obra artística. Ante este panorama histórico y estético, el cine documental mexicano ha obtenido un auge importante, ya que a diferencia de su contraparte ficcional, quien continúa suministrando salidas cómodas y redituables para aquellos que gustan de mirar hacia otro lado, ha optado por una interesante exploración en las herramientas propias al arte cinematográfico, sin perder de vista una relación estrecha con el contexto y sus protagonistas inmediatos, una forma por demás atractiva que a la vez funciona como un pertinente emisario de la realidad mexicana a nivel internacional. Ejemplos como Juan Carlos Rulfo, el heredero que supo trasladar la fuerza de las herramientas narrativas del padre hacia el diálogo con la imagen de la realidad en filmes como Del olvido al no me acuerdo (1999) y En el hoyo (2006), a Everardo González y su mirada sociológica en Ladrones viejos (2007) y Cuates de Australia (2011), pasando por la exhibición periodística de las galas del sistema mexicano en Presunto Culpable de Roberto Hernández y Geoffrey Smith (2008), hasta el pillaje rapaz que hizo al género La noche de Iguala de Jorge Fernández Meléndez y Raúl Quintanilla (2015), un perverso ejercicio de suplantación de realidad demuestran el alza de la importancia del documental en su capacidad de contar historias con una responsabilidad que va más allá del mero entretenimiento y que en ocasiones pasa del largo el panfleto para hacer una denuncia capaz de agitar el interior de sus espectadores más allá de lo emocional.
40 | casa del tiempo
El nombre de Tatiana Huezo Sánchez, documentalista salvadoreña-mexicana, circula tanto en el vocabulario de los críticos y espectadores por contar con la fuerza de un estilo atractivo y muy personal que se involucra profundamente con las dolorosas heridas y afrentas cotidianas que sobrellevan las naciones a las que pertenece. Su ópera prima El lugar más pequeño (2011) aborda a manera de relato coral el regreso de los habitantes de Cinquera tras el fin de la Guerra Civil en el Salvador, con el fin de reconstruir el lugar que los vio nacer, entre los ecos del horror de un pasado reciente, el miedo y la ausencia como fantasmas que conviven en la rudeza y el misticismo del entorno natural. La destreza formal y artística de Huezo en esta obra se manifiesta en su aparente invisibilidad ante los sucesos, pasando de la entrevista a cuadro como un medio regular para crear mediante la distancia y yuxtaposición entre la pista sonora y las imágenes un efecto de sinestesia poética que toma como eje de la acción narrativa el testimonio, con la intención de resaltar su calidad como cimiento de memoria e identidad. El cortometraje Ausencias (2015) utiliza recursos similares y confronta al espectador con una realidad dolorosamente conocida, la de los desaparecidos en México, bajo una perspectiva que se aleja de la visión periodística para acercarse a la dolorosa intimidad de los deudos de las víctimas. Por medio de películas familiares y paredes rotas, Huezo nos envuelve en el vacío de una mujer cuyo hijo y esposo fueron secuestrados por motivos que se ignoran. La voz en off y el retrato cotidiano de la mujer y su hija nos permiten un asomo a una existencia sin sosiego la cual, sin embargo, sostienen bajo la dignidad que busca evadir la reducción del individuo a una simple estadística.
ménades y meninas |
41
En la corta pero afanosa filmografía de Huezo, ambos trabajos resultan pasos firmes hacia el punto de madurez estilística que la autora consigue con el galardonado filme Tempestad (2016). En esta obra nos vemos guiados una vez más por la disociación entre el sonido y la imagen para crear una especie de un umbral que nos hace descender en la barbarie de una realidad que en el reconocimiento de su horror se advierte como demasiado cercana. Tempestad relata las historias de Miriam y Adela, dos mujeres mexicanas que tienen en común ser madres, pero más allá de las apariencias han vivido en carne propia las distintas facetas del cruento universo del tráfico de personas en México. La primera, extrabajadora del Instituto Nacional de Migración, es inculpada falsamente, en calidad de “pagadora” del gobierno federal, ese método inhumano cuyo objetivo es subsanar una cifra dentro del discurso oficial, y como si no fuera ya atrozmente absurda su historia, es condenada a prisión preventiva en una cárcel controlada por un cartel del narcotráfico en Tamaulipas, a 2 000 kilómetros de donde fue detenida en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. La estrategia de Huezo para abordar el cruel relato de Miriam, una historia que llegó a ella, pues es amiga cercana de la directora, nuevamente es la de alejarnos de la imagen ilustrativa y conducirnos por lo que comenzamos a intuir es el camino de vuelta a casa de la protagonista tras ser absuelta “por falta de pruebas”. En la rememoración de Miriam asistimos a la vista de lo que probablemente se encontró en su camino con caras de gente cansada, estaciones de autobús sucias, hoteles de paso, retenes militares,
42 | casa del tiempo
paisajes lluviosos y truenos que anuncian la tempestad del título, en la antelación angustiosa de recuperar la vida que dejó atrás de golpe. El efecto del relato de horror de Miriam cobra fuerza al ser apoyado por la impresionante fotografía de Ernesto Pardo y la atinada atmósfera melancólica que aporta la música de Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman. En el centro del relato, en el descenso al infierno de Miriam —donde nuevamente se nos muestra la capacidad de sobrevivencia del ser humano—, en la forma en que el infierno se convierte en algo cotidiano, Huezo nos ofrece una especie de descanso en forma de imágenes de un circo ambulante en su diario acontecer, entre prácticas de rutinas acrobáticas por niñas pequeñas, quehaceres domésticos y una mujer que se prepara para su acto de payaso. Pero más allá de ser una postal que parece haber sido encontrada en el camino, no es más que una hábil forma de intercalar dramáticamente la historia de Adela, la segunda protagonista del filme, de quien paulatinamente nos enteramos perdió a su hija por un secuestro adversamente denunciado a las autoridades, ya que sólo sirvió para convertir a la propia madre en un potencial objetivo de otros criminales. Una de las fortalezas del filme es el uso de la voz en off para acentuar la capacidad de la evocación en el relato, ya que sin ver una sola imagen de lo que nos cuenta Miriam, las imágenes acuden a la mente del espectador creando un efecto por demás aterrorizante, acaso por ser un terror real y conocido, que encuentra un balance duro y conmovedor en la revelación de Adela al hablar de su hija entre llantos y risas de familiares. Lo anterior no puede ser malentendido como un recurso de explotación,
ménades y meninas |
43
ya que uno de los cometidos de Huezo es provocar en el espectador una empatía hacia sus protagonistas para entender cómo el miedo paraliza la vida cotidiana de las personas. Un miedo que, más allá de la particularidad de estos casos, políticamente es ya una pandemia colectiva, dadas las condiciones en las que no sólo México se encuentra. Si bien este tipo de historias son delicadas y polémicas como material por ser consideradas propias del periodismo y no de las salas de cine, las decisiones formales de Huezo, al no presentar la cara de Miriam en ningún momento e invertir en apoyos narrativos con alta calidad estética como la fotografía y la música, así como la atinada edición que más que ser una herramienta técnica es un medio para lograr una sólida dramaturgia, dan como resultado un discurso en el que la formalidad estética aporta dimensión al grito de denuncia ante una realidad que carece de respuestas. Zozobra que hace un eco ancestral ante aquella pregunta de Juan Rulfo en “Luvina”: —¿Qué país es este, Agripina? Y ella volvió a alzarse de hombros.
44 | casa del tiempo
Parábolas sobre el tiempo: memoria, post-política y emergencia en la obra de Christian Becerra
Fabiola Camacho Navarrete
ménades y meninas Imágenes de la exposición Que se haga justicia aunque se derrumbe el cielo. Cortesía de Christian Becerra
| 45
En los últimos tiempos, dentro del campo artístico se ha generado un interés por realizar una especie de revisión sobre las condiciones en que se ha formulado el arte contemporáneo en México, situación que no es gratuita si pensamos que el arte es un tema que prácticamente ha permeado de diversas formas la vida cotidiana en nuestra ciudad. Sin embargo, es un hecho que las transformaciones, sea en las estéticas, en la producción o incluso en las plataformas de consumo, siempre han generado un vértigo dentro del campo mexicano, pues formulan un cambio de paradigma. No es que que la la negación que se produjo por el cambio del neomexicanismo —así llamado por Teresa del Conde— a lo que hace veinte años se conocía como objetualismo y conceptualismo —conceptos ya de por sí desfasados— se haya producido meramente por ser contemporáneos, sino por el simple de hecho de constituir el posible fin de un lugar que había resultado cómodo para las reglas del campo de ese momento, sobre todo si pensamos que la imagen de exotismo exaltado en muchas piezas resultaba una forma exitosa para el consumo de arte, además de acompañar el desgastado discurso de los valores nacionales del pri: sin embargo, ni todo el arte producido en los ochenta era neomexicanista, ni el escozor de hace veinte años había hecho su aparición por primera vez. Cada época ha creado una sintomatología que aparentemente declara el fin del arte debido a las rupturas que generaciones y grupos generan en su época. Es justo decir que el cambio que constituyó en la escena nacional la década de los noventa nos permite reflexionar sobre las condiciones económicas, políticas y sociales que resultaron un tipo de fuerzas renovadoras para las prácticas artísticas y la estética que nos liga con el presente. Como lo analiza el historiador y crítico de arte Daniel Montero en su libro El cubo de Rubik, arte mexicano de los años 90, para comprender los objetos es necesario comprender el contexto, es decir las implicaciones que la firma del gobierno mexicano del tlc, el fin del priato, los planteamientos económicos del neoliberalismo y la globalización tuvieron dentro de la generación de piezas que sustituyeron los formatos clásicos.
46 | casa del tiempo
Actualmente vale la pena replantear qué elementos de esa época siguen vigentes dentro de la propia producción de los artistas nacidos en la década de los ochenta y noventa, ya que dentro de sus piezas sugieren un replanteamiento de dicha transformación, porque en dos décadas, las plataformas de consumo y el cambio tecnológico sugieren cambios no sólo estructurales, sino también en la propia sensibilidad y nivel de producción de los agentes involucrados directamente en la escena contemporánea de la Ciudad de México —de nuevo el contexto— y que por ello instantáneamente proponen lo impensable hace tres décadas: ser pares de cualquier artista de su generación en cualquier parte del mundo, como es el caso de Christian Becerra (Ciudad de México 1985). En 1995, en el catálogo Acné o el nuevo contrato social ilustrado, el curador y crítico de arte Cuauhtémoc Medina escribió, a propósito de la mítica exposición que tendría como sede primero los Baños Venecia en Guadalajara, y después el propio Museo de Arte Moderno, que las propuestas de los seis artistas mexicanos y extranjeros expuestos —mismos que hoy en día son los artistas más reconocidos y vendidos de nuestra escena— lejos estaban de establecer correspondencias simbólicas y mucho menos regirse bajo cánones de belleza, sino que sus piezas proponían una serie de preguntas que dentro de la propia provocación suspendían la condición negativa de las imágenes, símbolos y referencias
de la cultura urbana de esa época, con el fin de visibilizar, dentro de su propia estética de la disrupción, que dichas piezas ya están dotadas de sentido. La situación no hace sino proyectar en el campo una parábola, una curva que dentro del plano se traza y genera otras más cada cierto tiempo. La pregunta que en la década de los noventa se encontraba en la base del cono ha vuelto ha generarse en esta propia parábola: ¿cómo es que estas obras están ya dotadas de sentido? ¿Acaso no hemos salido de la misma parábola? Para Christian Becerra, la exploración sobre su contexto urbano ha sido el detonante para enfrentarlo de cara a un momento donde a partir de Acné ,y sobre todo en las escuelas de arte, pareciera que todo está dicho. Egresado de la Esmeralda, Becerra cuenta con una formación técnica sumamente detallada y casi múltiple que le ha permitido desarrollar una búsqueda estética desde diversos formatos y plataformas. Igualmente su trabajo en colectivo —como lo ha hecho con el Colectivo Chachachá o con la poeta Daniela Camacho— ha funcionado como plataforma para otras exploraciones. Cabe decir que la gráfica en diversos formatos, así como el collage y la fotografía le han servido como herramientas para configurar su propio discurso sobre los temas constantes que se encuentran en su obra, como el cuerpo, la identidad, el dolor, y últimamente las cuestiones políticas y sociales que desde lo personal y social han fracturado el neoliberalismo.
ménades y meninas |
47
Particularmente en Address —expuesta primero en el Museo Universitario “Leopoldo Flores” de la uaem y después en el Espacio Alternativo de la Esmeralda en febrero de este año— existe una pulsión incesante por el desgaste de la memoria y la transposición de imágenes que dan cuenta de las fantasmagorías que los cuerpos y arquitecturas ausentes generan en la vida cotidiana de la Habana y la Ciudad de México. De manera que tales ausencias generan una cartografía para ubicarnos en la memoria en constante expansión. Su proceso de búsqueda de imágenes del pasado —postales y fotografías viejas— recuerdan mucho al proceso de Francis Alÿs en nuestra ciudad; sin embargo, la vuelta de tuerca se encuentra en la transposición del presente a través de las fotografías que Becerra tomó en ambos escenarios. Cada imagen cuenta con un sentido que él mismo engarza hacia la opacidad de nuestros imaginarios, pero también hacia las ganas de encontrar un remitente a quien enviar nuestras pulsiones. En su más reciente exposición en la Ciudad de México —en julio de este año en la Galería Luis Adelantado—, Becerra ha dado un giro a su propia producción y, es justo decirlo, modo de exposición. Como se ha mencionado, el mercado siempre será un elemento que detone una serie de cambios incluso en la propia producción, como también en las reacciones suscitadas por la obra. La exposición Que se haga justicia aunque se derrumbe el cielo concentra a través de las múltiples
48 | casa del tiempo
piezas de diversos formatos y bajo la técnica del collage —con papel moneda, boletas de calificaciones expedidas por la sep a alumnos de su generación y tipografías de publicaciones— el destilado de un tema que siempre ronda en su obra: la cuestión de la identidad, la memoria y la violencia que los gobiernos mexicano y estadounidense principalmente han generado en el contexto que nuestra generación sobrevive. Son muchas las preguntas que generan los símbolos prehispánicos y nacionales de ambas banderas transpuestos con símbolos clásicos del comunismo ¿En dónde está la verdadera justicia?, ¿a quiénes reclamar los miles de desaparecidas, feminicidios, ejecutados? Su discurso no se integra a una generación de sentido reafirmado por la política, sino que cada collage sugiere el negativo de los sistemas económicos, de justicia y educativos de nuestro país que no han hecho sino sustentar las bases para el contexto necropolítico que experimentamos de manera cotidiana, pero que al presentarse dentro del espacio mercantil genera una doble correspondencia con las condiciones económicas. La parábola enmarca de cualquier forma no sólo preguntas y procesos parecidos entre ambos momentos históricos, sino que desata el espacio geométrico dentro del campo para contener la pregunta mayor ¿cuáles son los puntos de fuga del propio contexto que el arte contemporáneo en México no ha podido visibilizar para presentarse en negativo?
de lasestaciones
Asomo a la antiliteratura chilena
Un encuentro con Nicanor Parra Tonatiuh Trejo
de las estaciones | MĂĄquina de escribir de Nicanor Parra. FotografĂa: Tonatiuh Trejo
49
A Isabel, Katty, Javiera, Ana Karla, Andrés, Hans y Sergio
2017 Conocí al antipoeta Nicanor Parra en su casa de Las Cruces, balneario de la Quinta Región chilena. 1973 El presidente Salvador Allende es derrocado por Augusto Pinochet. Cae un manto cruel sobre Chile. Los detractores del nuevo régimen son silenciados, extraviados o escupidos al exilio. 1986 El sicólogo chileno Sergio Pesutic se autoedita un libro que desde el mutis hace mofa de la institución castrense, aún gobernante. Al libro, nacido como un libelo, como una caricatura política, le fue dado un nombre: La hinteligencia militar (así, con hache, para énfasis de su oprobio). Su contenido: páginas y páginas de nada, ni una sola letra. Apenas sale a la luz, La hinteligencia ve truncada su distribución y Pesutic se convierte en blanco del régimen. Autor y libro sufrieron el paradójico silenciamiento de su discurso, escrito y difundido sin una sola palabra. 2016 La revista 404 del Centro de Cultura Digital de la Ciudad de México publicó un artículo sobre la intrínseca relación entre lo virtual y la escritura, intitulado “El bosón de Pesutic o el libro como circuito”. En él, su autor saca raja de la extravagante Hinteligencia de Pesutic para evidenciar que el libro no existe hasta que el lector realiza —como parte del proceso editorial— un último acto de escritura. El texto podría reducirse hasta lo que sigue: el libro no ES un cuerpo (un objeto), ES la activación de los contenidos de ese cuerpo.1 1991 “El poeta chileno Nicanor Parra ganó el pasado lunes el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, dotado con 100 000 dólares. ‘Éste es un premio al silencio más que al ruido’, dijo Parra, quien no publica
1
50 | casa del tiempo
El autor de “El bosón de Pesutic” soy yo.
desde 1985 y está dedicado ahora exclusivamente a la traducción de El rey Lear, de Shakespeare”. (El País, 3 de julio de 1991). 2011 Tuve mi primer contacto con Serigo Pesutic en 2011, a cinco años de iniciada la “guerra contra el narco” de Felipe Calderón. Como es sabido, a raíz de esta entrecomillada estrategia de seguridad nacional el ejército mexicano comenzó a ser protagonista de atropellos (bien documentados) contra la población civil. En poco tiempo, el número de víctimas y desplazados sin vinculación con el crimen organizado correspondería, congruentemente, al de un escenario bélico. A ellos Calderón les llamó “daños colaterales”; a ellos les está dedicada la primera edición en México de La hinteligencia militar, que significó también el nacimiento de Esto Es un Libro (eul), su casa editora. Fabián Guerrero y yo dibujamos y concretamos ambos proyectos. De Pesutic recibimos el consentimiento para publicar La hinteligencia gracias a una triangulación con la editorial española Stonberg. Pese a su legible entusiasmo inicial, no volvimos a cruzar palabras con él (aún cuando hicimos algunos intentos. Entre ellos hubo incluso una invitación institucional para reunirnos en Mexicali —boleto pagado— durante la FIL de Baja California,2014). Además, tres veces intentamos acercarle un ejemplar numerado de La hinteligencia mexicana hasta Chile, a través de medios y mensajeros distintos. Fracasamos, fracasamos y fracasamos.2 2017 (mayo 13) Email. De: Sergio Pesutic / Para: Esto Es un Libro “Con motivo de cumplirse los primeros 4 años desde que recibiera tus noticias hinteligentes anunciando la presentación mexicana del libro de marras, paso a responderte. [^^^^^^^^] Esta latencia en la respuesta me lleva a dos asociaciones libres: la primera, a las palabras del vate Neruda que se reconocía como alguien “lento de
2
O eso creíamos.
contestación, ocurrente años después…”; y la segunda, previsible y fácil, es reparar en el hecho de que nada es más coherente que la sordera/hiato/vacío epistolar cuando el tema que provoca la mensajería es un libro cuyas páginas guardan absoluto silencio. Días atrás presentamos la HM en Buenos Aires. Al emprender el viaje de ida llegué tres horas antes al aeropuerto (conducta obsesiva de pasajero inestable). Llevaba en la mochila la edición mexicana, ejemplar Nº 002 que me llegara hace menos de un año por correo convencional, a lomos de mula. / Me dediqué a leerla entre el asombro, la consternación y el dolor. El asombro de reparar recién en su belleza editorial. La consternación de no recordar haber recibido tu correo y no haber respondido de inmediato con palabras altas y entusiastas. El dolor de haber despilfarrado una oportunidad hinteligente para conocer(nos) México. Desde la fría sala de pre-embarque aeroportuaria te mandé invitación a la Feria del Libro de Buenos Aires, como alguien que intenta disimular tras una corbata el cuerpo desnudo de la culpa. Fue inútil. Entonces decidí pasar a la ofensiva: edité algunos párrafos de “El bosón de Pesutic” y lo leí durante la presentación bonaerense. [+++++++] De regreso a Chile he iniciado los preparativos para presentar La Hinteligencia Militar en la Sala Estravagario, de la Casa La Chascona (Fundación Neruda) en Santiago, el jueves 1º de junio. Y he aquí que me ha surgido una idea luminosa: invitarte a participar en la presentación. / Aunque se me ocurrió a mí, la considero una idea tan lúcida como indispensable. Aunque no dispongo de dinero para casi nada, excepto para copas y cigarros, sí dispongo de kms-Lanpass para canjear por un vuelo ida y vuelta para ti. Además podrás contar con alojamiento en casa fraternal (“Ya verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”, dice la canción “Si vas para Chile”). De este lado, es quizás el momento de decir basta. / De tu lado, Tonatiuh, pronto has de decir algo. 2017 (mayo 31) Un espigado, desgarbado y visiblemente inquieto Pesutic me esperaba en el aeropuerto. Completamente vestido de negro, sostenía un cartelito rojo. Camino a Santiago nos fuimos conociendo. Contrario a lo que
de las estaciones |
51
esperaba, no es un tipo callado. Esa noche asistimos a la presentación de “A pie por Chile” (Manuel Rojas) en la Biblioteca Nacional. La aburridísima presentación casi termina a golpes a causa del precio del libro. Los chilenos son aguerridos. 2017 (junio 1) No comentaré sobre la presentación en la Chascona porque sabemos que las presentaciones de libros son infumables. Admitiré solamente que esta verdad no aplicó para La hinteligencia. Pesutic posee una genialidad trepidante, alegre e implacable; como aquella del último gran FC Barcelona. Nos divertimos mucho. 2017 (junio 2) A medio día zarpamos en coche hacia el Pacífico austral: Pesutic (al volante), Katty (enfermera pediatra), Hans (piloto marino) y el amigo mexicano. Aprovechando que por la tarde andábamos perdidos por Las Cruces, nos pusimos a buscar la casa de Nicanor Parra. Una vecina supo guiarnos hasta allí. La casita mira al mar. Luce un abandono involuntario. Sergio toca la puerta, lleva uno de sus libros en la mano, dedicado a Nicanor. Milena, una mulata colombiana, abre la puerta. Lo deja pasar. El resto entramos por añadidura, en fila india. Comprimidos bajo la mirada escrutadora de la corpulenta colocha. Hay manchas de mugre y cielo sobre las paredes de madera blanquecina que recubre los cuatro puntos cardinales de la estancia (que por Vicente Huidobro sabemos que son tres: norte y sur). Sobre ellas cae un azul plomizo que llega desde el mar, por un ventanal. Detrás de éste hay un balcón; ropa tendida; los calcetines de Nicanor Parra. Adentro hay además una chimenea, fotos viejas, libros abandonados, un sillón de tres piezas, otro individual y una mecedora: el antipoeta está allí, sentando frente a una copita de vino tinto. Pesutic y Katty lo flanquean. Hans y yo nos sentamos perpendicularmente a ellos, viendo hacia afuera. Milena ocupa el sillón individual. “Ya nadie lo visita”, nos espeta. Sobre un pequeño buró hay una máquina de escribir vieja con un letrero que dice: “máquina del tiempo”. Chispea. A sus casi 103 años Parra evidencia un deterioro que no asoma igual desde su intelecto. Aunque
52 | casa del tiempo
intermitentes, su lucidez y su sentido del humor conservan filo: “¿Tienen algo que ver con Fanny Zúñiga?”, nos pregunta. A una voz respondimos que no. Él agrega entonces, decepcionado: “Qué lástima. La estaba esperando a ella y en su lugar aparecieron ustedes”. Nicanor Parra nos platicó que esa casa la había comprado con dinero del premio Juan Rulfo, por lo cual estaba muy agradecido con México. Luego —por senilidad o gentileza— guardó silencio. Pesutic entró al quite: “¿Recuerdas tu traducción del Rey Lear?” y las partes presente y ausente de Parra respondieron al mismo tiempo: “To be, or not to be, that is the question: Whether ‘tis nobler in the mind to suffer the slings ^nd ^rr+ws +f +utr^ge+us f+rtune ^nd by +pp+sing -nd t+-m: t+^+++…” Así comenzó a andar la visita, entrecortada (/), salpicada por lucidez (^) y profecía (+): ^^^ Parra: “Chancho nazi, me decían. Acusado por no salir al exilio, publicaron que me había quedado a apoyar al asesino de Salvador Allende Gossens”. / +++++ Parra finge un ataque epiléptico. Cierra y abre los ojos; gesticula, saca la lengua… simula un ahogo, simula (?) sufrir. De pronto se queda quieto, con los ojos bien abiertos. Pasa un segundo y nos dice: “¿Les dio miedo, verdad?”. / ^^^ Pesutic: Venimos a visitarte. Después pasaremos a Viña del Mar. ^^^^^^ Parra: ¡Aristócratas! / ++++++++++++++!! Con la mirada perdida, como haciéndonos una confesión que llevara años oculta, insostenible, casi gritando Nicanor Parra dijo: “¡Por la noche oigo voces! A eso se le llama oír voces por la noche. Escucho la voz de Violeta que me grita: ¡Imbécil! ¡Deberías suicidarte!” Y llegó el momento de nuestra partida. El poeta ofreció café o te, pero nos corría el hambre, no la sed. Antes de salir tomé una foto hacia la bahía, desde el balcón de aquella casa destartalada, fantasmagórica, como consciente de su origen rulfiano. Nos despedimos. Yo salí el último. “Ya no lee”, me confesó Milena camino a la puerta. “Entonces La hinteligencia militar le va a gustar mucho”, respondí.
antesydespuésdelHubble
Orson Welles, el mago
1
Stephen Murray Kiernan
antes y después del Hubble | Fotograma de la película Touch of evil, dirección de Orson Welles, Estados Unidos, 1958.
53
A finales de los años cincuenta, dieciocho años después de haber filmado Citizen Kane, Orson Welles daba una entrevista a propósito de su carrera, con las inevitables acusaciones de haber desperdiciado su talento y de tener poco qué mostrar desde su brillante debut cinematográfico realizado cuando tenía veinticinco años. Como siempre lo hacía, Welles tiraba del lóbulo de su oreja y tocaba nerviosa y constantemente su rostro pálido, que era su modo de mostrar su impaciencia e incertidumbre. Lo que le molestaba, contestó, era que no había tenido la oportunidad de hacer cuando menos dieciocho películas de mayor calidad que Citizen Kane. Welles era sincero: estaba convencido de tener la capacidad para hacerlo y podía reunir a los técnicos y actores para llevarlo a cabo.1 En esta entrevista, Welles estaba en sus cuarenta y tantos, robusto, aunque en comparación con la obesidad que diez años después ostentaría, no particularmente grande. Welles no había sido capaz de actuar como un director de cine “normal” aunque la gente había constatado su enorme talento visual y de edición. Su nombre era casi una marca —“Welles significa grandes películas”—, del mismo modo en que Einstein era nombrado como “científico genial”. De cualquier modo, esta percepción coexistía (sin contradicción mutua) con la creencia de que esa misma habilidad entorpecía su labor cinematográfica, causaba un aumento en el presupuesto y resultaba en una película que era demasiado sofisticada para el espectador promedio. Kane había sobrepasado las expectativas del emporio Hearst de los medios de comunicación —esto es bien sabido—, pero como diversión no había sido fácil de digerir para los obreros que encontraron en Casablanca una obra más asequible y placentera. Así, Welles ostentaba una reputación en la industria que era una mezcla de creatividad y de auto sabotaje. Supo, cuatro o cinco años después de haber
1
54 | casa del tiempo
Traducción: Jesús Francisco Conde de Arriaga
filmado Kane, que su personalidad profundamente individualista y su modo de hacer películas no podían funcionar a su máximo potencial dentro del sistema establecido por las grandes productoras, dominadas por un pequeño grupo de hombres extravagantes — muchos de ellos originarios de Europa— que habían dado luz verde a diversos proyectos artísticos, pero que todavía tenían como prioridad las ganancias. La marca Welles se convirtió en un sinónimo de originalidad iconoclasta, pero fatalmente, también de una ínfima venta de boletos. Orson Welles encontró un tipo de libertad fuera de las productoras, pero fue, de muchos modos, simplemente un cambio de una prisión a otra. Liberado de las restricciones de Hollywood, entró en un periodo de gastar su energía y, literalmente, la mayor parte de su tiempo en negociaciones con inversionistas para tratar de obtener los recursos para hacer sus películas. Hay muchas anécdotas significativas: en una ocasión, Welles le dijo a Wilson Churchill que se reuniría con un posible socio en el hotel en que ambos se hospedaban; después, cuando Churchill los encontró platicando, se acercó al cineasta y se inclinó profundamente para mostrar el gran respeto que tenía por él, por lo que el hombre accedió, sin reparos, a invertir en los proyectos de Welles. De igual modo, existieron también otros escenarios, por ejemplo, Welles acusó a un productor español de desaparecer con una fortuna destinada a terminar otro de sus proyectos, uno que, en consecuencia, nunca sería completado. El director sabía que esto era una distracción fatal de su verdadera labor: una semana antes de morir, en 1985, Welles admitió en una entrevista televisiva que en verdad se arrepentía de “desperdiciar” su vida en buscar recursos. El énfasis en el verbo elegido fue expresado de un modo poderosamente trágico. Macbeth y Mister Arkadin fueron realizadas con muy poco dinero, y en consecuencia, se ven pobres en cuanto a producción y
calidad de la imagen, así como en la calidad del audio, aunque al mismo tiempo, son poderosas en técnica visual y en actuaciones. Los patrocinadores eran, sin lugar a dudas, insuficientes y con escasos recursos. A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, Welles pasó cuatro años ganando dinero como actor y reuniéndose con inversionistas para estar en posibilidades de filmar su maravillosa Othello. Cuatro años de recaudar fondos, no cuatro años de hacer cine, aunque muchos de la industria cinematográfica pensaron que había sido así. Cuando se realizó esta entrevista, a finales de los cincuenta, acababa de filmar, finalmente, Touch of evil, con el dinero de un estudio estadounidense. Ésta es una verdadera demostración del talento de Welles en términos de manejo de cámara, efectos de sonido, sonidos ambientales y música, además de colocación de cámara y dirección de actores. Touch of evil es un regreso a su antiguo genio, aunque el genio siempre estuvo ahí, lo que estaba perdido era el presupuesto necesario para cubrir los gastos, avanzar de manera adecuada y, sobre todo, para permitir al director concentrarse en la película. No obstante, como siempre, la mala suerte intervino y la película fue apenas exhibida en los Estados Unidos, aunque en Francia y en todos lados fue inmediatamente nombrada como una obra maestra. La nueva ola de directores franceses se preguntaban incrédulos si sus colegas estadounidenses podrían ser tan filisteos como para no reconocer su indudable calidad. Después de terminar The Trial —de la cual gran parte se filmó en la estación de trenes Gare du Nord, en París, cerca de sus más grandes seguidores—, filmó una película, a mediados de las años sesenta, basada en una adaptación teatral que había hecho de varias de las obras escritas por Shakespeare en donde aparecía John Falstaff o estaban relacionadas con él. Debe recordarse que en su adolescencia, Welles editó a Shakespeare en una publicación muy exitosa, era un autor
antes y después del Hubble |
55
que conocía bien y amaba profundamente. Chimes at Midnight tiene algunos elementos que molestan, empezando por el audio de los diálogos que no están bien sincronizados con los labios de los actores. Sin embargo, es un trabajo redondo y quizás el mayor logro cinematográfico de Welles. Nunca ha sido distribuida masivamente; en realidad, si no la has visto, no puedes saber qué tan buena es. El propio Welles y críticos como Pauline Kael pensaban que era su mejor película. La atmósfera está perfectamente construida por el diseño de luz, vestuario, diálogos, ángulos de la cámara, foco y movimiento. Como siempre, el elenco es espléndido, y la narrativa fluye de tal modo que nos lleva a una viaje desde un establo y una posada hasta escenas de batallas y grandes eventos reales. La desesperadamente frágil historia de un hombre está en el centro de todo, y es esto lo que dota a la película entera de su ineludible poder: al principio hay alegría, después, experiencias terribles y estremecedoras, la muerte de viejos amigos y el rechazo final de Falstaff con su joven compañero, su estudiante, quien verdaderamente era como un hijo para él, que al volverse rey debe, sabiamente, terminar con la más humana de todas sus experiencias: la amistad con su antiguo mentor. El enorme ataúd en el que el cuerpo de Falstaff es colocado casi al final de la película prueba qué tan grave fue está decisión. Finalmente, lo más inspirador de Welles como director es, quizás, no las películas que logró filmar, sino la tenacidad de encontrar los recursos para realizarlas, y cuando se presentaba esta oportunidad, crear algo superlativo. Sin embargo, lo que sucedió también —y era inevitable que sucediera en esas circunstancias— fue que algunas películas fueron empezadas, muchas de ellas nunca se terminaron, y casi todas las que se terminaron no fueron tan buenas como pudieron ser porque los recursos eran esporádicos y limitados. Así, el orquestador de toda la empresa —el mismo Welles— a menudo no estaba comprometido con el día a día y el proceso de hacer una película. Welles demostró que se pueden hacer milagros con poco dinero y mucha improvisación; también, sus películas revelan que pudieron ser más y, quizás, mejores. Pero hay una duda final: tal vez la pobreza y la constante lucha eran precisamente lo necesario para imponer en él esa disciplina y creatividad para realizar su mejor obra.
56 | casa del tiempo
Claudio Magris: flâneur del mundo Francisco Goñi
antes y después del Hubble | Claudio Magris en París, Francia, en 2006. (Fotografía: Ulf Andersen / Getty Images)
57
Recorrer las ciudades y sus ríos como si fueran libros. Viajar, camuflarse en los símbolos infinitos del paisaje. Desdoblar los pliegues de la historia y encontrar las voces que marcaron el tiempo: los poetas y filósofos, los dictadores y los muertos, las guerras y las narrativas de los pueblos. Todo comienza con la búsqueda de lo elemental: una idea, un recorrido, un mito, una invención que dé sosiego al espíritu y abrace a nuestra orfandad. Porque nos sabemos solos en la tierra. Claudio Magris, de origen triestino y flâneur del mundo, ha compartido por décadas “el mar que lleva dentro”. A veces en formato ensayístico, otras usando los recursos de la ficción y la palabra poética, muchas transgrediendo los límites de los géneros, siempre con materia incandescente. Sus artículos publicados en el Corriere della Sera han sido por años faros en nuestra hipermodernidad lúgubre. Más aún, cuando nos adentramos en su obra, nos ofrece guías de lectura y comprensión de una realidad colapsada que se desmorona y duele día a día. Realmente el perímetro de su pensamiento y escritura podría apreciarse como a las aguas del Danubio: enigmáticas y profundas, versátiles y con bifucarciones que sortean los márgenes de la cartografía. De su notable ingenio y erudición tenemos novelas, obras de teatro, estudios literarios, reflexiones políticas, acercamientos íntimos a la poesía y diálogos con las ideas universales. Claudio Magris pertenece a la familia de los grandes escritores que han arrojado luz a las miserias de la historia. Tal como Montaigne, Erasmo, Voltaire, Paul Celan, ha dado tabla de salvación a su lector, náufrago que ansioso busca en sus libros, al menos, una contraseña para sobrevivir. La poesía, en el sentido más estricto de la palabra, más allá de los campos de aniquilación y la sentencia de Theodor W. Adorno, comprobamos que todavía existe después de leer cualquiera de sus textos.
58 | casa del tiempo
Son avasallantes mensajes y conocimientos los cifrados en su escritura. Hay una constante necesidad de ahondar en la condición humana, en el sentido urgente del respeto, la mitología, el devenir político y social; y en el centro de su quehacer se vislumbra una propuesta velada de canon literario que comienza en Mitteleuropa con libros como El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna y El Danubio. Pero el paso del flâneur continúa para entender a su querida Trieste como un Microcosmos que ha de convertirse en una suerte de espejo del mundo, o en sendero que conducirá a múltiples latitudes, quizá el hallazgo personal más relevante, como lo apunta en El infinito viajar: “quizá haya sido sobre todo en los viajes donde he conocido la persuasión, en el sentido dado a esta palabra por Carlo Michelstaedter”. Trágico personaje de su breve y hermosa novela Otro mar, quien se da un tiro en la cabeza después de haber escrito La persuasión y la retórica, tratado que encomia al instante como tesoro único y rechaza firmemente el postergar las ganas de vida y mundo: “La persuasión, la posesión presente de la propia vida, la capacidad de vivir el instante, sin sacrificarlo al futuro, sin aniquilarlo en los proyectos y programas”. Al compás de años de profundo trabajo intelectual, el pensamiento de Magris se ha plasmado magistralmente en diversos textos que responden a caras preguntas históricas, estéticas, políticas y filosóficas; prueba de ello es la constelación que forman: Utopía y desencanto, Literatura y derecho, Alfabetos, El tallo entre las piedras, La historia no ha terminado; y desde luego, su obra cumbre, el mausoleo al trasgénero: El Danubio. Hermoso libro ecléctico que desde la lejana década de los ochenta lo catapultó a los niveles más altos de la germanística. El recorrido por las aguas del río ancestral —donde según Hölderlin aún se reúnen los dioses— sigue siendo el fresco de Europa Central más importante. Porque decodifica el “camino que une Europa y Asia”, en compañía de los “dioses ocultos, incomprendidos por los hombres en la noche del exilio y de la escisión moderna”.
Nuestro admirado flâneur se ha convertido en un interlocutor crucial de la política internacional, leyendo e interpretando las inclemencias de la actualidad desde una aguda perspectiva humanista. La ensayística de Magris tiene improntas de la mejor literatura germana —Kafka, Joseph Roth, Walter Benjamin, Hölderlin, Nietzsche, Canetti, Hermann Broch, Thomas Mann—, y desde luego de los grandes italianos —Dante, Leopardi, Croce, Svevo, Buzatti—; pero también se ha alimentado de la inventiva latinoamericana, particularmente de Borges. Lo apreciamos en la extrema economía del lenguaje, en la evidente decantación poética y en una notable discursiva filosófica: “Es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia”. Además de ser un escritor de primera línea, probablemente la segunda virtud más destacable de Claudio Magris sea su vocación por la enseñanza. Ha impartido clases de germanística y filosofía en diversas universidades, en distintos países, compartiendo su particular discurso sobre nuestro tiempo y un universo intelectual, tristemente en extinción. George Steiner apunta en Lecciones de los maestros que “la auténtica enseñanza es la imitatio de un acto trascendente o, dicho con mayor exactitud, divino, de descubrimiento, de ese desplegar verdades y plegarlas hacia adentro”. Sin duda, es una práctica esencial en la vida de Magris. Tanto en formato oral como en el escrito, su pasión por la enseñanza y la transmisión de conocimiento quedará registrada de forma indeleble en las páginas del tiempo. Justicia a la nobleza de su espíritu, ha sido la cosecha de importantes galardones como el Premio Príncipe de Asturias o el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes. En la ciudad de Guadalajara, cuando recibió el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2014, brindó un potente discurso, en él responde quizá a la pregunta más compleja para un creador y paseante del mundo: ¿Por qué se escribe? Dando cuenta de toda una vida a favor de “luchar contra el olvido, con el deseo —tal vez patético pero grande y apasionado— de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasión del tiempo, de la muerte”.
antes y después del Hubble |
59
60 | casa del tiempo
AntĂłnio Lobo Antunes en 2009. (FotografĂa: Luciana Whitaker / LatinContent / Getty Images)
António Lobo Antunes: la soledad de la memoria
Moisés Elías Fuentes
En sus años adolescentes, António Lobo Antunes acarició el anhelo de ser futbolista del Benfica, uno de los dos clubes de su natal Lisboa, pero también contempló la idea de dedicarse al boxeo, y ambos sueños deportivos acompañaron la aspiración de ser poeta. Con todo, las tres ansias, por demás imprecisas, fueron opacadas por dos realidades que el adolescente Lobo Antunes no había invitado, pero que se impusieron tajantes e inapelables: la carrera de medicina y el alistamiento como recluta para entrar en la guerra de Portugal contra el movimiento independentista de Angola. Marcado por la aspereza inherente a la profesión médica, fue sin embargo la guerra de Angola, en la que estuvo involucrado de 1971 a 1973, la que signó de manera indeleble las relaciones del escritor luso con la medicina y con la literatura. Nacido el primero de septiembre de 1942, Lobo Antunes era ya médico psiquiatra cuando partió al África, obligado no por sus convicciones sino por la obsesión del gobierno portugués de prolongar una guerra que ya estaba perdida.1 Tal obsesión colonialista ha sido uno de los temas recurrentes en la narrativa del novelista lisboeta. Signado por aquella guerra, era lógico que Memoria de elefante, la primera novela del escritor portugués, presentara las incertidumbres de un personaje que no se logra conciliar con su entorno, ni más ni menos que 1 La guerra por la independencia de Angola se extendió de 1961 a 1974, año en que se decretó el cese al fuego, aunque sólo en 1975, al firmar el Tratado de Alvor, reconoció el gobierno portugués la independencia del país africano.
antes y después del Hubble |
61
como el incipiente novelista António Lobo Antunes, quien por los días en que concibió y redactó su opera prima, el año de 1979, se hallaba devastado por el proceso de desamor en que había caído su primer matrimonio, mientras que del otro lado lo sacudía la imperiosa necesidad de abandonar la práctica de la siquiatría, para dedicarse por entero a la literatura. En Memoria de elefante se esbozan ya rasgos distintivos de la narrativa del autor portugués. Sin embargo, la eclosión ha de llegar años después, aunada a la maduración del que es el tema central de la obra de Lobo Antunes: el desarraigo, toda vez que los hombres y las mujeres que deambulan por las páginas de sus novelas están despojados de pasado o huérfanos de presente, fatigados por el desamor o sitiados por los recuerdos que se empeña en recrear una memoria sorda y tenaz. Con todo, temprano, en la década de 1980, Lobo Antunes ha de cimentar su discurso narrativo, tanto en la técnica como en la estilización, lo que se corrobora en títulos como Fado alejandrino y Auto de los condenados, publicados en 1983 y 1985, respectivamente. En la primera, cuatro militares reunidos en un burdel para rememorar las atrocidades de toda índole que cometieron durante la guerra devienen alegorías de las violentas contradicciones que marcaron las jornadas de la Revolución de los claveles, en la que la sociedad portuguesa intentaba construirse un presente y un futuro, aunque todavía estaba amarrada al ancla de un pasado tortuoso.2 Por otra parte, en Auto de los condenados asistimos a la polifónica relación de la agonía y muerte de Diogo, brutal terrateniente que ha tiranizado a los campesinos
2 El peso de tal ancla se hizo sentir con la intromisión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte para inhabilitar las acciones de militares y líderes civiles progresistas, que aspiraban a que en Portugal se produjera un giro político hacia el socialismo. La otan consiguió, entre otras cosas, desarticular el movimiento progresista, así como impedir que el gobierno lusitano se desvinculara de la Organización.
62 | casa del tiempo
aledaños a su dominio con la misma ferocidad con que ha pervertido, hasta la abyección, la ética de sus hijos y parientes cercanos. La relación de la muerte se transforma así en las contrastantes versiones que los familiares exponen del jefe de la familia, y en las que no se escatima la depredación sexual, la violencia de palabra y de acto. En ambas novelas emerge el estilo narrativo de Lobo Antunes, quien busca una y otra vez la ruptura con la historia lineal a través de la deconstrucción del discurso. El novelista superpone hechos, pensamientos, descripciones y diálogos para ofrecer un reflejo del caos que desata la memoria para reconstruir las historias de los protagonistas. Centradas en el mismo hecho histórico, la Revolución de los claveles, en las novelas tal hecho se triza en perspectivas individuales, en versiones particulares que deforman la realidad real. Esta superposición de planos temporales se ha de aunar con la ironía, que claramente, durante la década de 1990, adquiere mayor consistencia en la narrativa de Lobo Antunes. Son los años de novelas como La muerte de Carlos Gardel (1994) y Esplendor de Portugal (1997), títulos en los que, atrapados por su realidad anquilosada, los personajes giran sin descanso alrededor de un pasado magnífico que resulta más ilusorio que factible. Así, en La muerte de Carlos Gardel, Álvaro pretende fugarse de su presente mediocre al disfrazarse del mítico tanguero argentino, en tanto que su esposa oscila entre la soledad y el ansia de una vida erótica que nunca ha tenido. Mientras, en Esplendor de Portugal los hermanos Carlos, Rui y Clarisse deben asumirse como los patéticos vestigios de un pasado colonialista que ha terminado de modo por demás ignominioso. En ambas novelas, el discurso narrativo oscila entre el pasado ideal en que se aferran a vivir los personajes y la burlona crueldad que ejerce sobre ellos la realidad del presente. Autor prolífico, desde sus primeras novelas Lobo Antunes se aventuró en la deconstrucción de la
narrativa, que en algunas de sus obras ha llegado a la negación del discurso narrativo, al punto de devenirlo en un amasijo de ruidos que colinda con la promiscuidad, pero también con el silencio. Sin embargo, no todas las novelas del lisboeta están selladas por la impronta de tal deconstrucción; de hecho, en varios de los títulos fechados en las décadas de 1980 y 1990, nos sorprendemos ante narraciones en las que los planos superpuestos ceden el paso a discursos más lineales. Por ello, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo se establece como un título axial en la obra de Lobo Antunes, toda vez que a partir de esta novela, publicada en 2003, el discurso narrativo del autor se sustenta en la deconstrucción narrativa en todos sus planos: el retórico, el espaciotemporal, el psicológico. Así, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo testimonia el desarrollo de una realidad desatinada en la que las falsías sustituyen a las verdades y las ilusiones a las certidumbres. Esa realidad no admite el lenguaje lógico, por lo que el discurso narrativo deriva en incoherencias, onomatopeyas, disparates y, aunque el autor vuelve una vez más a los años de la guerra portuguesa contra la Angola independentista, tiempo y espacio se advierten cada vez más lejanos, desordenados, difusos. Con todo y que algunos críticos se apresuraron a calificar el libro como antinovela, desde sus primeras páginas Buenas tardes a las cosas de aquí abajo3 se devela más bien como una meta novela, es decir, una novela que reflexiona sobre sí misma, por lo que es el discurso novelístico el que descubre las paradojas del lenguaje literario y del lenguaje de la realidad real: el primero, al ser lineal, impide la simultaneidad de las expresiones; el segundo, al ser simultáneo, restringe la comprensión 3 Como característica general, las novelas de Lobo Antunes tienen títulos que provienen de otras fuentes. Así, “buenas tardes a las cosas de aquí abajo” es una frase que Valéry Larbaud, afectado ya por la afasia de Broca, repetía de manera insistente. La imposibilidad de saber la significación que le daba el autor, ha desatado las más diversas interpretaciones.
de las individualidades. Los personajes reales y los ficticios deben comunicarse a contracorriente de tales limitaciones. Buenas tardes a las cosas de aquí abajo es una novela axial en la narrativa de Lobo Antunes, lo que se corrobora en otro de sus títulos del siglo xxi: Mi nombre es Legión, título alusivo al demonio Legión, conjurado por Jesucristo, según se consigna en el Evangelio según san Lucas. Con Mi nombre es Legión, Lobo Antunes se adentra una vez más por los barrios marginales de Lisboa, considerados por la ciudad y sus ciudadanos como tumores impresentables. Y hablo de ciudadanos porque los habitantes de los barrios no alcanzan esa categoría; son pústulas que, al excederse, deben eliminarse. A través de la fluencia de reflexiones observamos las contradicciones éticas, sociales, culturales que escinden a la sociedad lisboeta, Lobo Antunes compone una tensa etopeya de la marginación, que es al mismo tiempo alegoría de la cada vez más violenta incapacidad de las grandes urbes para comprenderse como un todo. De ahí que las vidas de los ocho jóvenes delincuentes las atisbamos desde perspectivas que las tergiversan y las borronean. Perspectivas sesgadas porque no se atreven a concebir que la marginación, el racismo, la injusticia, la desigualdad, son crímenes colectivos, que no individuales. Cierto, António Lobo Antunes no despliega, en sus novelas, visiones armoniosas o equilibradas de la sociedad portuguesa. Su opción narrativa estuvo desde un inicio marcada por el desencanto, la ironía, el desarraigo, el desamor y la soledad. Tal fue y es su opción narrativa: asomarse a los socavones del espíritu y el pensamiento humanos. Tarea riesgosa que en más de una ocasión le ha cobrado cara la osadía. Pero, con todo, el narrador lisboeta, que llega este año a sus setenta y cinco de vida, persiste sin arredrarse ante el riesgo, más, muchísimo más de lo que puede decirse de otros escritores contemporáneos, que sólo se atreven en atmósferas controladas.
antes y después del Hubble |
63
Papel periódico Juan Patricio Riveroll
64 | casa del tiempo
Gabriel García Márquez en 1982. (Fotografía: Ulf Andersen / Getty Images)
El cincuenta aniversario de la primera edición de Cien años de soledad es una buena excusa para hablar de García Márquez, ese novelista tropical que forjó a millones de lectores en este medio siglo, cuya fluida prosa es el tejido que conforma los mundos —o, según Vargas Llosa, el mundo— que creó en su obra narrativa. Su sello está impreso en todo lo que escribe, y como muestra, su obra periodística: un crisol de textos muy variados que a menudo son ligeros y punzantes a la vez, que contagian una cierta frescura. Uno de sus más preciados proyectos culturales fue la creación, con la ayuda de la unesco, de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (fnpi), el sueño largamente atrasado de hacer una escuela de formación para el que llamó el mejor oficio del mundo. “Mi primera y única vocación es el periodismo. No empecé siendo periodista por casualidad —como mucha gente—, por necesidad o por azar; empecé siendo periodista porque lo que quería era ser periodista”, dijo en una entrevista de radio en 1976. Y su extensa obra periodística lo confirma, con varias antologías dedicadas a las distintas etapas que tuvo esa faceta. La fnpi publicó Gabo periodista, cuya selección de textos va en función de los colaboradores invitados a reflexionar sobre ese lado de su vida, varios de los cuales trabajaron con él, dando como resultado una amplia muestra que va del primero que publicó en Cartagena, en 1948, hasta los últimos. Además de esa fina selección, la antología está llena de fotografías, citas, anotaciones y una detallada cronología en un tomo hecho con verdadero amor por quienes fueron sus aprendices, con los colaboradores haciendo referencia a sus textos predilectos. El aniversario de la que es considerada su obra cumbre funciona como una puerta más para entrar a esa cámara de maravillas. Ya desde junio de 1950 publica un texto llamado “La hija del coronel. (Apuntes para una novela)”, al que le siguió “El hijo del coronel. (Apuntes para una novela)”, que en ese entonces tenía como título tentativo La casa, y que diecisiete años después vería la luz como Cien años de soledad. “Están los nombres de algunos personajes
antes y después del Hubble |
65
memorables —escribe Héctor Abad, quien lo seleccionó—: el coronel Aureliano Buendía, Remedios, y una mujer que, por el título del libro, ya no podrá llamarse Soledad, sino Úrsula Iguarán. Como columnas de opinión no son tan valiosas, pero como arqueología literaria son invaluables”. Se es testigo de su arco de progresión, partiendo de estos primeros pasos para llegar, por ejemplo, a la fundación de la revista Alternativa en 1974, cuando escribe “Chile, el golpe y los gringos”, un texto necesariamente político que denuncia ese hecho deplorable y anuncia la tragedia. Escribe Gerald Martin: La historia ha tenido mucho que ver con sus decisiones. Tanto en 1948 (el Bogotazo) y en 1959 (la Revolución Cubana), la política determinó su destino periodístico Y pasó lo mismo en 1973 (para decir verdad, había pasado lo mismo en México y en Barcelona, sólo que de una manera negativa: no le era posible ser un verdadero periodista ni en el México del pri ni en la España de Franco). Estaba casi al final de El otoño del patriarca cuando el gobierno de Salvador Allende en Chile fue derrocado en septiembre de 1973.
El resultado es la fundación de una revista de izquierda política en Colombia que no dudó en tirarle al gobierno y sobrevivió durante siete años, con repetidas colaboraciones del Nobel cuando aún no lo era. De entre los sesenta y cinco textos seleccionados sólo hay una colaboración para un medio mexicano,“Un hombre ha muerto de muerte natural”, publicado en julio de 1961 en “México en la cultura”, suplemento de Novedades, y que trata sobre la muerte de Hemingway. A pesar de haber vivido aquí durante gran parte de su vida, en cuanto a su obra periodística se refiere jamás dejó su país natal. Incluso durante los cuatro años en que tuvo una columna en El País de Madrid, de 1980
66 | casa del tiempo
a 1984, sacaba esos mismos textos días o semanas antes en El Espectador de Bogotá, haciéndoles creer a los españoles que eran los principales destinatarios, mientras que siempre fueron los colombianos. La fnpi se encuentra, por supuesto, en Cartagena de Indias, y, hasta donde tengo entendido, el tomo en cuestión no se vende fuera de Colombia. Al encontrarse con el título de una entrevista con Vargas Llosa que decía: “Gabo publica las sobras de Cien años de soledad”, la natural curiosidad llevó al Gabo a abrir la revista en busca de contexto, y dio con la idea completa: “A mí me impresiona todavía un libro como Cien años de soledad, que es una suma literaria y vital. García Márquez no ha repetido semejante hazaña porque no es fácil repetirla. Todo lo que ha escrito después es una reminiscencia, son las sobras de ese inmenso mundo que ideó, pero creo que sería injusto criticárselo. Sería injusto decir que Crónica de una muerte anunciada no está bien porque no es como Cien años de soledad. Es imposible escribir un libro como ese todos los días”. Aunque de alguna forma están ahí las palabras con las que titularon la entrevista, no tiene nada que ver con la intención original: lo hicieron así para vender más ejemplares, una clara muestra de periodismo mal entendido. La edición anotada de Cien años de soledad, de la editorial Cátedra, tiene cientos de pies de página que dan cuenta de cómo la escribió, con ligas a los cuentos o a las novelas en las que reaparecen algunos personajes, a eso se refiere Vargas Llosa. En cambio, dar con su obra periodística, de la que Gabo periodista es sólo la punta del iceberg, ha sido toda una revelación. Por eso dijo: “Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista”.
armario
Crónica color de bitter
1
(Fragmento)
Manuel Gutiérrez Nájera
No tiembles ya; las aves azoradas, que volaban en todas direcciones, han vuelto a pararse en las cornisas de las casas y en las cruces de las torres; los árboles no sacuden más sus cabelleras trágicas, y el dormido titán que habita las entrañas de la tierra, yace descoyuntado, inerme y mudo, como el demente cuando pasan sus accesos. La bomba azul que cuelga del pulido artesonado y que guarda tu sueño por las noches vacila cada vez más lentamente como la rapazuela juguetona que se queja dormida en el columpio. El reloj que contó nuestros minutos de pasión ha detenido sus agujas negras en la hora del terror; pero mi mano moverá de nuevo el péndulo y verás cómo torna a caminar, a manera del infeliz hebreo que no dio de beber a Jesucristo. Vuelva la sangre a circular por tus venas como ya ha vuelto el movimiento de la vida a las calles henchidas de carruajes y de gente. No tiembles más: descansa aquí, sobre mi pecho, mientras acerco a tus labios pálidos la taza, como si diera su tisana a un niño enfermo. ¿No quieres que pongamos en el te unas gotas de cognac? Ya nada tienes que temer: habla, sonríe; no danzan ya las copas en la mesa, ni el cordón de la campana azota las paredes. Ha concluido el terremoto, y la materia, eternamente esclava, no se mueve con bruscas rebeldías; sólo tu corazón late violentamente junto al mío. La muerte que pasó sobre nosotros cerniendo sus grandes alas de lechuza está muy lejos. La luz se está riendo de nosotros.1 No tengas miedo ya. El enorme gigante duerme y los duendes revoltosos apenas se atreven a asomar sus cabecitas en los obscuros socavones de las minas. La luz se está riendo de nosotros. Toma el té. ¡Si hubieras podido contemplar el espectáculo que presentaba la ciudad en ese instante! La mueca trágica y el guiño cómico se miraban confundidos, como en los 1 Tomado de Manuel Gutiérrez Nájera, Obras. Prosa, Tomo I, México, Tip. de la oficina impresora del timbre, 1898, pp. 147 - 151.
antes y después del Hubble |
67
dramas de Shakespeare. Los dependientes saltaban el mostrado r de las tiendas e iban a arrodillarse en medio de la calle. Los jugadores se asomaban a las puertas de Iturbide con los tacos en las manos. Un escribano bajó las escaleras de su casa en mangas de camisa. Aquella acartonada lady yankee se tendió boca abajo sobre el piso. Todos interrogaban los edificios oscilantes con miradas de pavor, como el náufrago, sacudido por las olas, interroga el obscuro seno de los mares. Los rieles del tranway, movidos por el terremoto, se agitaban espejeando como dos víboras de plata. Y de las puertas cuyas mamparas se columpiaban tristemente, salían como en tumulto hombres en bata, damas cubiertas apenas por el ligero peinador, niños trémulos, e iban a arrodillarse en medio del arroyo, con las manos cruzadas sobre el pecho, clavados los ojos en el cielo. La madre corría a la cama donde descansaba el pequeñuelo, para llevarlo por la calle. Los prudentes se colocaban en los quicios de las puertas. Los que no decían ¡Jesús! proferían lo más enérgico de las interjecciones españolas. Mientras las torres de la Catedral se dirigían sendos saludos, inclinando sus enormes sombreros de campana, un ratero hacía cosecha de relojes en la plaza. En los salones de las fondas, quedaban los sombreros y bastones, huesos a medio roer, y botellas volcadas en el suelo. La grasa se cuajaba en los platos y el vino se evaporaba en las copas. Algunos salieron a la calle con la servilleta puesta, y otros levantaban al cielo sus manos armadas de tenedores. Ninguno, sin embargo, atendía en esos momentos a los cómicos episodios ni a las figuras caricaturescas. El monstruo eternamente esclavo se desencadenaba, y las cosas adquirían extraño espíritu. La Catedral se asemejaba a un hipopótamo fabuloso que fuera a triturar con su pezuña de granito las copas de los fresnos y el gran zócalo de piedra. Las fachadas hacían muecas de clown, y las cruces en lo alto de las torres, parecían gimnastas en trapecio. Caídas las fachadas, se miraba el interior de algunas casas: desmelenados y aturdidos bajaban los vecinos por las ruinosas escaleras, cuyas gradas se movían como pedales de piano; en una alcoba alzaba desde la cuna sus bracitos flacos un pobre niño abandonado; las grandes vigas se columpiaban un momento en el espacio, y caían a plomo aplastando cabezas y desquebrajándose;
68 | casa del tiempo
remolinos de polvo se levantaban ocultando todo, y un inmenso clamor, compuesto de imprecaciones y plegarias, subía al cielo. De repente pasó la borrachera, los santos de piedra se recogieron en sus nichos, cesó el can can de las torres, y se fueron desvaneciendo en el espacio los cuadros que dibujaba la imaginación. ¿Cuántos minutos habían transcurrido? Un segundo ó un siglo. El tiempo no se mide con los cronómetros. Es un viejo enfermo que de improviso corre como un mozo. En aquellos instantes de terror, los minutos fueron horas, días, años, como lo son para los tomadores de opio. Las ideas se atropellaban en los cerebros, como los espectadores al salir de un teatro que se incendia. Medimos el tiempo como lo mide el pasajero en el puente de un barco que va a hundirse. Por una delicadeza de las leyes naturales, en ese instante se detuvieron los relojes. Pero ha pasado ya la pesadilla, despertamos y volvemos en torno la mirada. Las cosas todas están en sus puestos. La tierra no se mueve, los armarios están tranquilos. No tenemos ceñido el cuerpo por las víboras, ni chupa nuestra sangre, mordiéndonos la nuca, algún vampiro. Los búhos y las lechuzas que danzaban sobre nuestras cabezas, han desaparecido yendo a esconderse en los viejos campanarios. Toma el té. Ya ha pasado el terremoto. Estamos juntos y te amo. La muerte no acobarda mas que a los enamorados que están ausentes. Si ha de venir, que nos mate a los dos de un mismo golpe. La muerte que yo temo es la que llega con sigilo y con cautela, arrastrándose por la alfombra de la alcoba. Si tú me sobrevives, te irás alejando de mi recuerdo como el barco se aleja de la playa. La pena del amor es el olvido. Nuevas flores brotarán en los jardines para que los enamorados trencen sus guirnaldas, y otras aves despertarán con el golpe de sus alitas en los vidrios a Romeo dormido en los brazos de Julieta. El dolor no es eterno. Las fuentes se agotan y los claveles se marchitan y el amor se apaga. Por eso querría morir con todos los seres que amo, y hacer junto con ellos el duro viaje por lo desconocido y por lo eterno. Pero la tierra no vacila ya; tu corazón late más sosegado, y la lámpara azul de tu alcoba, no se columpia como la Sara del poeta. Ven conmigo; acabemos de comer.
intervenciones Mateo Pizarro
armario |
69
francotiradores
Un sitio adonde volver:
Galveias, de José Luís Peixoto Nora de la Cruz
Siempre es difícil saber si los autores publicitados como las grandes revelaciones de su país de verdad ameritan el epíteto; en general, si se trata de un escritor vivo y joven, no está de más desconfiar de la grandilocuencia de su editorial. Pero también hay casos en los que el calificativo es justo y uno termina dando la razón a quien sea que haya dado el espaldarazo; en este caso, concuerdo con Saramago: José Luís Peixoto es una promesa segura. Por supuesto recibimos diferida la producción de este autor. Aunque es traducido a más de una veintena de lenguas y goza de varios reconocimientos literarios, en México no se conseguían sus libros. Encontré, por casualidad, en un remate de tomos de Ediciones Quinteto, Cementerio de pianos. Livro me lo trajeron de Portugal. Pero ahora, al abrigo de Random House, llega al mercado hispano Galveias, publicada en portugués en 2014, y en español en 2016. El material de los tres trabajos anteriores es semejante: lo doméstico, las relaciones familiares y sus incidentes, la huella que estos dejan. La dicción del autor mantiene siempre cierto lirismo, un cuidado del ritmo de la frase que le da unidad a su obra. Galveias, además, abraza un reto mayor en lo estructural: se trata de representación de un pueblo en una especie de mosaico, a base de pequeñas historias acerca de la cotidianidad de sus habitantes, cohesionadas por un suceso peculiar: la caída de un meteorito en el pueblo. Este acontecimiento, que podría parecer insólito, termina desdibujándose en medio de la representación de la vida interior de los personajes, así que podríamos decir que se trata de una de esas novelas en las que parece que nada sucede: no hay acciones trepidantes que nos obliguen a pasar la página, que no nos dejen soltar el libro hasta terminarlo, todo lo contrario, y no es lugar común, sino porque lo que ocurre al leer esta novela es, justamente, que nos acoplamos a su cadencia, que luego de cada segmento necesitamos una pausa para dejar que los matices se asienten en la conciencia y, en ocasiones, tomar un tiempo para respirar, porque el libro mismo lo demanda, no por la vía de la peripecia, sino de la contemplación, que es una forma más profunda del asombro.
70 | casa del tiempo
Peixoto consigue en esta novela no sólo pintar un cuadro costumbrista de técnica impecable, con uso magistral de luces y sombras, sino que logra algo inusitado: en su novela el tiempo transcurre exactamente como transcurre en los pueblos. La paciencia y la gran plasticidad con la que el autor presenta el entorno y la conciencia de los personajes, junto con la potencia emotiva del lenguaje, crean un libro que impone su propio ritmo, que permite volver a él muchas veces con el mismo asombro. Aunque Galveias es un mosaico amplio que reflexiona en torno a diversos asuntos, es importante señalar la maestría de Peixoto para pensar en la complejidad que radica en las relaciones cotidianas, sobre todo en las familiares. De cierta forma, se podría comparar su procedimiento literario con el del científico que observa bajo el microscopio un tejido y descubre en él todos los matices imperceptibles a simple vista, componentes múltiples, variados, alucinantes. Como esas fotos de objetos triviales observados con cristales de potentísimo aumento, que muestran el secreto de sus colores profundos, así es Galveias: no un exaltación del carácter local, sino una observación paciente y fascinada, escrita con notorio cuidado. Peixoto no es el escritor como lo representan en Hollywood: frenético ante la máquina de escribir, hirviendo en sus propias ideas que se atropellan entre sí. Probablemente sea mucho más como un ebanista que trabaja con decisión, pero sin prisa. El latido de su novela está, pues, en las emociones y en el peso de la historia encerrada en gestos nimios. Y esto cobra mucha mayor relevancia porque dichas emociones, más que un sentido metafísico, tienen cuerpo. La humillación es un rechinido de huesos y articulaciones, los celos se entrelazan con las heces y no hay nada peor que perder el olor propio. Si la estructura pudiera recordar a otras novelas de localidad, como The bluest eye, o en cierto sentido Cien años de soledad, la gran diferencia radica en que en Galveias no importa tanto lo que va a suceder después; lo que pesa es la vida misma, el tiempo que se percibe en el desgaste de las cosas, pero que
no consigue fatigar las emociones, y por eso la conciencia de los personajes es la simultaneidad perpetua: un anciano es en el mismo minuto el niño que comía pan casero y el hombre que desprecia a su hermano y desea matarlo. El relato de las historias familiares de la comunidad también permite entender sus cambios. Situada en 1984, permite vislumbrar los cambios que sufren ese tipo de lugares como producto de la modernización. Si bien no se ocupa de ello de forma directa, permite inferirlo, y da cuenta de una forma de vivir aparentemente cerrada y perfecta, que comienza a agrietarse con las primeras generaciones que “prefieren vivir en la ciudad” o “ya no se casan porque tienen otras ideas”. En suma, Galveias es una novela cuyo mayor riesgo es acudir al costumbrismo en una época de pirotecnias narrativas. El proyecto narrativo de Peixoto se muestra sólido, lo mismo que su oficio como escritor. Es afortunado que se encuentre publicado ahora en Random House pues, siguiendo a Saramago, es verdaderamente promisorio y sin duda crecerá en sus trabajos posteriores. Esperemos que la editorial eche mano de todos sus recursos para darlo a conocer entre los lectores de habla hispana, que se están perdiendo de mucho si todavía no lo han leído.
Galveias José Luís Peixoto Madrid, Random House, 2016, 240 pp.
francotiradores |
71
A quienes los dioses enloquecen Rafael Toriz
Por vivir en tiempos donde la intimidad de cualquier hijo de vecino obedece —aunque sobre todo simula— a la lógica del espectáculo, olvidamos que el género de la biografía —tan envilecido en el presente por la autoficción, los libros en primera persona y la sobre exposición del yo en diversas plataformas— solía tener una impronta única porque contaba la historia de personajes que por alguna razón particular merecían ser destacados del olvido de la historia o al menos de la banalidad constitutiva de la mayor parte de la especie. Hoy por hoy Instagram es el realismo social de nuestro tiempo, imágenes donde una mayoría enajenada cree encarnar la imagen de la felicidad y sobre todo cree en la necesidad de compartirlo. Si bien toda vida encierra misterios y ensenñanzas (no todos dignos de ser contados), hay existencias que han dado forma y contenido inigualable a la cultura popular, de ahí su merecida o inflada celebridad. Por ello, resulta neurálgico señalar que el libro de memorias Ropa música chicos, de Viv Albertine, es un testimonio desde las entrañas —contado por una mujer, cosa que siempre se agradece— del nacimiento de una de las sensibilidades más auténticas y potentes del siglo xx: el punk rock en Inglaterra. Contada en primera persona por un testigo protagonista de un momento irrepetible, la efervescencia que describe la ubica no como una groupie, sino como una de las pocas personas que sobrevivió a una época de descubrimientos y tumultos que dio lugar a una música nueva y a una sensibilidad que, aun pese al estado del necrocapitalismo en el que vivimos, impacta y permance en el presente por auténtica y desgarrada, por decirlo con Henry Rollins. Viv Albertine vivió en carne propia la emergencia de una escena de privilegio, no sólo como miembro fugaz de The Flowers of Romance, una banda que jamás tocó en vivo pero que sería mítica por el derrotero que tomarían cada uno de sus integrantes: Keith Levene, miembro de The Clash y luego de Public Image Ltd.; Palmolive y Viv Albertine, a su vez, fundarían The Slits; Sid Vicious es una de las figuras principales en el libro al igual que otra leyenda, Johny Thunders, fundador de New York Dolls y posteriormente de The Heartbreakers.
72 | casa del tiempo
Ropa música chicos Viv Albertine Barcelona, Anagrama, 2017, pp.524
A estas alturas de la extensa bibliografía sobre el punk y sus evangelios encuentro ocioso detenerme en el vasto anectodario o la erudición hipermaníaca de uno de los momentos estelares de occidente: demasiada tinta ha corrido en torno a uno de los fanatismos más legítimos o, en todo caso, al único cuya estela constituye un beneficio para la sociedad en su conjunto. Por ello, prefiero referirme un pasaje específico del libro, estructurado con capítulos cortos y atractivos, donde se revela no sólo la importancia de la vestimenta como un código político interiorizado, sino también al corazón trémulo de la narradora, que estaba entregada de cuerpo y alma a un instante sin precedentes: Me pongo un vestido negro de encaje muy ajustado que Sid me compró en un mercadillo de beneficiencia. Como me quedaba un poco estrecho, Sid le abrió una raja en el costado (que ahora he cerrado con seguros) y una vez que ya lo llevaba puesto le arrancó un trozo de la parte de abajo, dejándolo muy corto y con el bajo deshilachado. Me pongo unos leotardos negros llenos de agujeros y las botas Dr. Martens… Johnny me cuenta que estuvo con Sid la noche anterior y que éste le dijo que cuando se reuniera conmigo hoy a las seis me echaría de Flowers of Romance. No. No puede ser verdad.
El detalle, que la desarma, la predispone para probar por primera vez heroína de mano de Thunders, que da muestra de un valemadrismo egoísta al inducir a la chica a los peligrosos
reinos del caballo por las razones equivocadas: “Siento una descarga que surge en los dedos de los pies y me sube por todo el cuerpo”. Miles de diminutas burbujas de amor y felicidad me invaden las venas. Después vomito”. Tour de force sobre una época donde la furia legítima hizo un sonido que alimentó a un romanticismo degradado pero no por ello menos poderoso y elocuente. La figura a contraluz más atractiva y compleja en su fragilidad, además de la suya, es la de Sid Vicious, quien algo supo de los primeros misterios con que golpea la experiencia al adolescente que toma consciencia de su lugar en la vastedad del universo ante un mundo hipócrita y canalla: Sid es un tipo difícil y suelta las frases como en ráfagas, como si le pareciera estúpido expresar una opinión propia pero, al no tener más remedio que hablar conmigo, se viese forzado a escupir las palabras. Me doy cuenta de que eso no significa que no sepa lo que quiere, sólo que le parece patético opinar categóricamente sobre lo que sea; ser inteligente significa ser capaz de abarcar todos los puntos de vista.
Testimonio incomparable de una época gloriosa, “memorias de aquellos tiempos en que fuimos pobres pero estuvimos vivos”, este libro puede resumirse en las valientes palabras de su autora, que alcanza a verse en perspectiva: “Estaba asustada, pero fue de todos modos”.
francotiradores |
73
Apuntes para un faro Zel Cabrera
Es desde la mirada de una coleccionista que Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) nos hace entrega de Cuaderno de faros, un libro compuesto de seis ensayos en el que sobresale la contemplación de un coleccionista de su objeto de deseo, lo mismo que un cazador que conoce bien la naturaleza de su presa, pero aun así siente el asombro y la fascinación de mirarlo de cerca y entenderlo. Como lo enuncia a la perfección el título, este libro es un cuaderno cuyos apuntes son información valiosa para todo aquel que busque conocer más sobre los faros, aunque también orienta y deleita a los curiosos que lleguen a él fortuitamente; es decir, su construcción fragmentaria permite que un lector poco familiarizado se interese y quiera tomar su maleta para salir a buscar faros alrededor del mundo. Jazmina Barrera contagia su obsesión en las páginas que conforman este cuaderno porque la relación con el tema se vuelve personal. Cuaderno de faros es una bitácora pero también un recorrido a través de una buena parte de la literatura que se ha escrito en torno a estas construcciones. Desde Cuaderno de faros de México —publicación de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes— hasta el cuento inconcluso de Edgar Allan Poe “El faro” (“The Light-House”), pasando por autores como Virginia Wolf, Herman Melville, Robert Louis Stevenson, James Joyce, José Gorostiza, Anne Carson y Juan José Arreola, entre otros, Barrera entabla un diálogo constante sobre la luz y el asombro, como un faro más para la autora. A la par de la contemplación, este libro es también un reconocimiento de la historia de los faros y su uso, como los primeros que surgieron de “un esfuerzo colectivo por advertir de zonas peligrosas, de costas y muelles cercanos”. En aquellos años, el número de naufragios era considerable, hecho que ha disminuido hasta el punto en el que los faros han pasado a ser una suerte de anacronismo, algo que poco a poco cae en desuso, una mera nostalgia de otro tiempo. De esta nostalgia surge la contemplación constante de los faros y su contexto particular. En esta colección lumínica, la autora deja claro la importancia que tienen
74 | casa del tiempo
Cuaderno de faros Jazmina Barrera México, feta, 2017, 124 pp.
a pesar de que algunos de ellos tengan un faro gemelo: “en su arquitectura, cada faro es único, aunque algunos elementos suelen repetirse: una escalera en espiral, una cámara de servicio, la barandilla de la cámara de observación y una cúpula o linterna dónde se encuentra el aparato óptico. Éste varía según la época”, escribe en “Montauk Point”. Jazmina Barrera asume su posición como una coleccionista y tal cual entiende la naturaleza de serlo, aunque en el ensayo que abre este libro se asuma como una mala coleccionista: “He fracasado en todas mis colecciones. De chica me impresionaban los niños que tenían todos los muñecos de los Caballeros del Zodiaco o las series de juguetes coleccionables que venían en las bolsas de papas. Me esmeraba pero nunca logré ese tipo de proezas”. En el penúltimo ensayo, al retomar una anécdota de Jonathan Franzen —cuando éste lleva a la isla Más afuera parte de las cenizas de su amigo David Foster Wallace— algo se revela. La autora toma parte del texto publicado en el 2011 por Franzen y dice que durante su estancia en esa isla, el autor tuvo la disyuntiva de ir a observar un par de aves —objetivo principal de su viaje— o tirar las cenizas de Wallace, Franzen optó por lo segundo y así se dio cuenta de que hay colecciones que permanecerán incompletas para siempre. Esta reflexión alcanza un grado más alto unas páginas más adelante, cuando afirma que debe de ponerle fin a los viajes para perseguir faros: “Ciertas colecciones estarán siempre incompletas y a veces es mejor no persistir”. La colección de Jazmina rebasa el terreno de lo meramente literario y la lleva a recorrer varios lugares del mundo: el faro de Yaquina Head en Oregon, el faro rojo de Jeffrey`s Hook a las orillas del Río Hidson, el de Montauk Point en Nueva York, el faro de Goury en Francia, el Backwell y el faro de Tapia, cada uno nombra los ensayos que conforman este cuaderno: viajes que la autora hace entorno a esta búsqueda de sí misma a través de ellos. En Cuaderno de faros se delinean confesiones e introspecciones que nacen de esta relación íntima y honesta entre la autora y su fetiche literario y vital. Como en una reacción en cadena, es evidente la fascinación por el objeto, pero también el interés de entender el porqué se sigue algo, aunque esto arrastre al fin del mundo.
francotiradores |
75
Pequeño Pushkin y otras historias de Mauricio Carrera Carlos Torres Tinajero
En su libro más reciente, Pequeño Pushkin y otras historias. Antología personal, Mauricio Carrera lleva al límite las relaciones sociales entre los personajes hasta hacerlos experimentar cambios irreversibles. Una muestra de esto son los recién casados de “Bogaloo en Jamaica”, quienes transforman su vida tras la brutal intromisión de unos lancheros en la luna de miel: los invitan a bucear, seducen al personaje femenino, llevan al matrimonio al borde de la ruptura y hacen que el personaje masculino tome decisiones radicales, rompiendo el equilibrio de la pareja, en ese viaje inolvidable por el Caribe mexicano. Hay otro retrato del Caribe mexicano en “Las vacaciones en el Libertad”, pero más allá de la preocupación por la geografía, se cuenta la historia del zurdo Barrenechea, quien tiene fama de poner bombas en la bahía, ser prófugo de la justicia y tener un romance antes de su captura. El peso de la ideología en la creación de los personajes de Carrera es un elemento notable. Cuando el zurdo Barrenechea sale de prisión, está flaco, irreconocible. Desolado, hace un viaje en barco con Estela, su pareja, hasta que llega un momento en el que están a punto de besarse. O de despedirse para siempre, cuando Estela se pierda en el mar. Conforme el libro avanza, Carrera también trae a cuento el deporte y la economía mundiales en “Millroy, los generales y los pájaros muertos”. Se acentúa la importancia histórica de Mao y la influencia de la China milenaria en el siglo xx. A través del mundo del boxeo, se muestra un cambio en la percepción de la historia internacional y, particularmente, de la etapa en la que el mundo aún era bipolar en términos políticos, económicos e ideológicos. Los personajes sostienen debates sólidos con los que se da cuenta de la posición social de cada uno y del ambiente bipolar, determinante en la discusión de algunos temas públicos durante el siglo pasado. Además estos relatos de Carrera también se caracterizan por oscilar entre la discusión de temas públicos y privados con arraigo en el imaginario colectivo del mexicano, como en “Body and Soul en San Gabriel”. Se cuenta el duelo de Héctor
76 | casa del tiempo
tras la muerte de su padre. El personaje sufre una transformación radical, a través de la música del clarinete en el velorio —la misma que acentuó las diferencias entre los dos tiempo atrás— hasta convertirla en un símbolo —añejo y doloroso— del antagonismo entre los dos. Otras historias del libro también hablan de la importancia de la figura paterna. Se retrata el distanciamiento emocional entre una madre y su hijo, quien le exige compañía a toda costa, en “Yo soy la comadreja”. La historia muestra las dificultades de la convivencia entre el hijo y el nuevo esposo de la madre, quien intenta reemplazar la figura paterna a toda costa. El propósito del padre es conseguir la custodia de su hijo, mientras experimenta una mezcla de sensaciones —cercanía y lejanía—, intentando protegerlo. En otros relatos del libro, la figura paterna define la toma de decisiones de los personajes y ocupa un lugar importante: el personaje de “Lluvia en la Giocconda” huye de su padre —un famoso escritor y diplomático— para irse a la aventura con una neoyorkina, experimentando una sensación de libertad. Pero mientras viaja, padece un inminente miedo a morir, como si fuera incapaz de disfrutar esa libertad que consigue en el desarrollo del relato. Aunque la lucha antagónica entre los personajes es una constante en estas historias de Carrera, “Azar” plantea otro tipo de conflicto: la difícil relación bilateral México - Estados Unidos. Un personaje mexicano entabla una relación amorosa, a partir de la cual conoce a Many, su cuñado, un norteamericano con una clara animadversión por nuestro país. Se describe una relación tensa, devastadora e inequitativa entre mexicanos y norteamericanos, profundamente escalofriante. Esa relación es tan escalofriante como el roce entre la ideología mexicana y norteamericana en la celebración de un 15 de septiembre en Estados Unidos, cuando el personaje central convive con la familia y es testigo del transexualismo de su suegro, quien dejó de llamarse “Robert” y, en el momento en el que se desarrolla la acción, se llama “Marilin”, como la legendaria actriz, su favorita, sólo para parecerse a ella, en medio de una de las decisiones más radicales y trascendentes en la vida de un ser humano. La narrativa de Carrera muestra una preocupación por otros fenómenos sociales. “Aretes” da una visión clara de la violencia en Ciudad Juárez, Chihuahua. Vélez da un recorrido por el Estado y cumple con un encargo periodístico sin tomar en cuenta las amenazas por ejercer su oficio. Tampoco le importa poner en entredicho su relación amorosa con Mariana, siendo testigo de la violencia en el espacio público y, al mismo tiempo, de la violencia en el espacio privado al norte del país. La historia central del libro es “Pequeño Pushkin”. El objetivo de Georges, el personaje del relato, es escribir una novela de esgrima. Cuando contrata a Natalia como cocinera, sufre una transformación paulatina. Natalia lo incita
francotiradores |
77
Pequeño Pushkin y otras historias Mauricio Carrera México, Ficticia, 2017, 320 pp.
a experimentar las situaciones que pretende escribir, a través de un maestro de esgrima, quien se convierte en el antagonista de Georges, sólo por seducir a Natalia. El maestro de esgrima se apropia física y emocionalmente de ella, pensando en un cuento del escritor ruso Alexander Pushkin en el que la esposa también se llamaba Natalia y era motivo de duelo, igual que en el cuento de Carrera, hasta desencadenar en un final trágico. Por su parte, “Las hermanas Marx” cuenta que una de ellas tuvo un hijo, llegó a México y enfrentó un destino trágico en su lucha contra el socialismo. Este relato también hace un intento por retratar otra época en la historia internacional —la lucha entre capitalismo y socialismo—, mientras el personaje aprovecha su fama de actriz para espiar los movimientos de las tropas franquistas y una editora graba las conversaciones de la guerra, hasta darse cuenta que ya todo está perdido para los republicamos. Se recrean algunos momentos del exilio en el barco Ipanema y la historia de los niños de Morelia, a quienes el viaje a México se les hizo un juego. El personaje de “Gigoló Malayo” tiene una relación con Dulce —quien pertenece a la clase alta— en medio de constantes desacuerdos con el padre de ella. Una parte de esta historia retrata la educación rígida de Dulce y sus
78 | casa del tiempo
consecuencias —económicas y emocionales— en la estabilidad marital. Sin embargo, el personaje masculino no la deja por su afición a los pies e, incluso, hasta le regala unos zapatos, a pesar del homicidio del Príncipe Azteca, el padre de Dulce, del cual el narrador-personaje es sospechoso, como si se tratara de una venganza. Entonces los agentes de la policía entran al velorio, armados. Pero el personaje masculino los amenaza, a punto de aventarles un cartucho de dinamita para huir a Centroamérica y ahí, lejos, olvidarse de Dulce para siempre. En suma, estos relatos de largo aliento de Mauricio Carrera, reunidos en Pequeño Pushkin y otras historias, ofrecen un retrato puntual de diversos personajes de orígenes plurales, llevando al límite sus relaciones personales. Algunos de ellos —anarquistas, combatientes revolucionarios, escritores, periodistas— tienen preocupaciones por el rumbo de la dinámica social y propician un posible cambio en su entorno, en la medida de sus posibilidades, desde su posición social. El libro da una vuelta por la historia mundial y, a través de la peculiaridad de sus conflictos, se retrata con originalidad distintos episodios del siglo xx, determinantes en la realidad cotidiana de los días que corren. Pequeño Pushkin y otras historias es una de las apuestas más importantes de Carrera al escribir relatos de largo aliento.
colaboran Verónica Bujeiro (Ciudad de México, 1976). Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Zel Cabrera. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, en el área de Poesía durante el periodo 2014 - 2015. Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Joven en el 2013, convocado por la Secretaría de Cultura de Guerrero. Autora de las plaquettes de poesía Naufragios y Troya sobre una muralla. Fabiola Camacho Navarrete (Ciudad de México, 1984). Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo en los periodos 2011 - 2012 y 2012 - 2013. Es maestra en Estudios Latinoamericanos por la FFyL y la FCPyS de la unam. Actualmente estudia el doctorado en Sociología en la Unidad Azcapotzalco de la uam. Nora de la Cruz (Estado de México, 1983). Ha realizado estudios en Literatura en la unam, uam y el Claustro de Sor Juana. Ha colaborado en publicaciones digitales como La Fábrica de Mitos Urbanos, Distintas Latitudes, Hoja Blanca, Posdata y Testigos Modestos. Kristín Dimitrova (Sofía, Bulgaria, 1963). Es poeta y narradora. Se graduó en Estudios Ingleses y Americanos en la Universidad de Sofía. De sus once volúmenes de poemas destacan: Un rostro bajo el hielo, Reparación de talismanes, Una visita al relojero y La mañana del jugador de cartas. Su obra narrativa incluye dos libros de cuentos: Amor y muerte bajo los perales torcidos y El secreto camino de la tinta, además de Sabacio, novela editada por la uam. Moisés Elías Fuentes (Managua, Nicaragua, 1972). Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva.
poesía y, en 1999, el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para realizar proyectos de teatro infantil. Es autor del poemario Crónica del Alba. Francisco Goñi (Ciudad de México, 1977). Es poeta, ensayista y librero. Estudió Ciencias de la Comunicación e Historia del Arte. Autor de los libros Esferas y Temor y piedad. Becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca en el área de Ensayo en 2010. Manuel Gutiérrez Nájera (ciudad de México, 1859 - 1895) Poeta, cronista y narrador mexicano. Perteneció a la primera generación modernista. Entre su obra destacan Cuentos frágiles, de 1883, y Cuentos de color de humo, de 1894. Su obra poética fue recopilada en 1896 en el volumen Poesías. Paulette Jonguitud. Estudió Comunicación. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. Obtuvo la Mención Honorífica en el Premio Juan Rulfo para Primera Novela en 2009 por Moho. Ha publicado también el libro de relatos Son necios los fantasmas y la novela Algunas margaritas y sus fantasmas. Diego Lizarazo Arias. Profesor e investigador de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Unidad Xochimilco de la uam. Es doctor en Filosofía por la unam. Algunos de sus libros son La fruición fílmica: Estética y semiótica de la interpretación cinematográfica; Iconos, figuraciones, sueños. Hermenéutica de las imágenes; La sociedad eléctrica. Preguntas por la educación en el mundo cibernético y La dislocación del sentido. Percepción e imaginación docente ante la tele. Stephen Murray Kiernan (Dublín, Irlanda). Es director del Instituto Carlyle, consultor principal en asuntos universitarios para el Banco Mundial y editor del Anáhuac Journal publicado por la Universidad de Oxford. Es académico de la Academia Nacional de Historia y Geografía y miembro de la Legión de Honor Nacional de México.
Jesús Vicente García (Ciudad de México, 1969). Estudió Letras Hispánicas (uam). En 2009 obtuvo el segundo lugar en el ix Premio de Narrativa Breve Tirant lo Blanc, organizado por el Orfeo Catalán. Su libro más reciente es Después de bailar, ¿qué?, bajo el sello Fridaura.
Virginia Negro (Italia, 1985). Periodista, investigadora y académica. Se licenció en Comunicación en las universidades de Bologna y París. Ha realizado trabajos de investigación en España, Polonia, Argentina y México. Actualmente estudia el doctorado en Estudios Latinoamericanos en la unam. Es colaboradora de medios como La Repubblica y Milenio Diario, entre otros.
Andrés García Barrios (1962). Escritor y comunicador. En 1987 mereció la beca para jóvenes escritores del inba en el área de
Mateo Pizarro (Bogotá, 1984). Es artista plástico. Estudió Artes Electrónicas en la Universidad de los Andes.
colaboran |
79
Brenda Ríos (Acapulco, 1975). Escritora, editora, traductora, profesora universitaria. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Autora de los libros Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco, (2013); Empacados al vacío. Ensayos sobre nada (2013) y El vuelo de Francisca (2011). Juan Patricio Riveroll (México, 1979). Escritor y cineasta. Ha dirigido dos largometrajes, Ópera (2007) y Panorama (2013), y ha publicado las novelas Punto de fuga y Fuegos artificiales.
Rafael Toriz (Veracruz, 1983). Es egresado de Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad Veracruzana. Entre sus publicaciones destacan Animalia, editado por la Universidad de Guanajuato, y Metaficciones, editado por la unam, ambos en 2008. Carlos Torres Tinajero Carlos Torres Tinajero (Ciudad de México, 1982). Cursó estudios de Creación Literaria en la Sogem y Lingüística en la enah. Es coautor de Voces de los arcanos. Antología de cuentos.
Héctor Antonio Sánchez (Minatitlán, 1982). Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Veracruzana y el Bridgewater College de Virginia. En 2003 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Ha sido becario del ivec, el Centro Mexicano de Escritores, la Fundación para las Letras Mexicanas y el Fonca.
Tonatiuh E. Trejo comunicador gráfico por la Facultad de Artes y Diseño de la unam. Fundador, editor y diseñador del Laboratorio Editorial Esto Es un Libro. Ha colaborado en revistas como Perros del alba, RegistroMX, CinePremiere, Revista 404 (del Centro de Cultura Digital). Fue editor de la revista Sensacional de Cineastas y socio fundador de la librería de la Casa Refugio Citlaltépetl. Compilado en la Antología de Poesía Visual Mexicana.
Claudia Solís-Ogarrio. Poeta, comunicóloga e internacionalista mexicana. Tiene publicados los libros Poemas al fresco, Insomnios y El Colibrí del Delta. Tradujo al español al poeta zulú Mazisi Kunene. Es consultora y promotora nacional e internacional independiente.
Jorge Vázquez Ángeles (Ciudad de México, 1977). Estudió Arquitectura (ui). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. En 2009 publicó la novela El jardín de las delicias.
Descarga el Catálogo de novedades editoriales en: www.casadelibrosabiertos.uam.mx
80 | casa del tiempo
Novedad editorial
El libro oliva de las hadas
El diablo en el cuerpo
Compilado por Andrew Lang
Raymond Radiguet
Una historia reveladora de la pasión humana por la intensidad de la relación amorosa que se dará entre una joven que ha visto ir al frente a su prometido y un audaz estudiante, hijo de familia, quien le contagiará su gusto por diversas lecturas. A través de ellas se acercarán en poco tiempo a una relación apasionada y terrible.
El libro oliva de las hadas es parte del proyecto que emprendió en 1889 Andrew Lang para compilar –en 12 volúmenes, de sendos colores– uno de los más amplios acervos en inglés de la literatura de tradición popular y folklórica del mundo entero. En un mundo que ha sustituido los sueños y las fantasías en favor de la inventiva, la tecnología y las nuevas ciencias, este libro nos devolverá a territorios que alguna vez fueron nuestros y merecemos conservar.
De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo
De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo
Novedad editorial
www.casadelibrosabiertos.uam.mx
Tiempo en la casa 47 - 48, diciembre 2017 - enero 2018 Revista mensual de cultura
Nikos Kazantzakis: “España fortificó mi corazón” Guadalupe Flores Liera
Año XXXVI, época V, Vol. IV, número 47-48 • diciembre 2017 - enero 2018 • $70.00 • ISSN 2448-5446
En este número de nuestro suplemento virtual, Guadalupe Flores Liera sigue los pasos del escritor y filósofo griego Nikos Kazantzakis en sus cuatro viajes por España, país con el que entabló una profunda y entrañable relación intelectual y espiritual.
NOVEDADES EDITORIALES
POLÍTICA El Estado de derecho y la calidad de la democracia en México. Un diagnóstico, actores y punto de partida Raúl Figueroa Romero
casadeltiempo • número 47 - 48 • diciembre 2017 - enero 2018
ANTROPOLOGÍA Creencias, prácticas y comunidad moral. Ensayos en torno a Las formas elementales de la vida religiosa de Émile Durkheim Jorge Galindo, Juan Pablo Vázquez y Héctor Vera (coords.) FOTOGRAFÍA Con el deseo en la piel. Un episodio de la fotografía documental a fines del siglo XX Rebeca Monroy Nasr
NARRATIVA El amante y el artefacto soviético. Relatos escogidos Vladimiro Rivas Iturralde
POESÍA Agenda de la agonía / Agonique agenda Bernard Pozier
en línea: issuu.com/casadeltiempo
www.uam.mx/difusion/revista/index.html @casadeltiempo
@casadetiempoUAM
7:19/S
2017
Un encuentro con Nicanor Parra 75 años de António Lobo Antunes Claudio Magris: flâneur del mundo