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Tres hitos en la narrativa mexicana reciente
Fotografía: Pixabay
Nora de la Cruz
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Es difícil resistirse a la tentación del recuento, en cualquiera de sus formas. Nos gusta mirar en retrospectiva y buscar el sentido de los sucesos, imaginar que lo tienen. Pero la realidad es amplia y sus sentidos múltiples, de manera que es difícil acertar al escribir un texto como este, cuyo objetivo es ofrecer una mirada a lo más representativo de la narrativa mexicana en la década que termina. Lo intento de todos modos.
Uno de los reproches frecuentes —y lógicos— cuando a fin de año se publican las listas con los mejores libros es que es imposible que alguien los haya leído todos. Puedo decir que, en mi caso, esta década marcó mi regreso a la lectura de contemporáneos, enfocándome casi totalmente en los escritores mexicanos jóvenes (los nacidos a finales de los sesenta o principios de los ochenta). De ellos es de quien puedo hablar, aunque tampoco con demasiada soltura, porque siguen siendo un universo amplio y complejo que no puedo aspirar a conocer completamente.
Esquivo la responsabilidad panorámica, que me abruma, con una justificación válida: considero que la narrativa de esta época estuvo marcada por tres eventos ocurridos muy cercanos en el tiempo, casi en el núcleo de la década. A finales del año 2014, estos fenómenos desencadenaron discusiones relevantes para el ámbito literario. Lo más evidente, por supuesto, fue Ayotzinapa, un hito en la historia reciente del país y quizá uno de los signos más visibles de la ominosa “guerra contra el narco”. Más allá de los debates —y poemarios— que se originaron a raíz de la masacre, queda claro que se trató del epítome de un largo proceso de descomposición social, que se convirtió a su vez en el tema más relevante de la literatura de estos años. No creo arriesgarme si digo que son pocos los autores que no han abordado de alguna forma el asunto, o bien sus antecedentes directos. El vocabulario de la guerra inundó la literatura y desde la ficción se buscaron también cuerpos, responsables. Los nutridos resultados merecen amplias discusiones, no sólo literarias, sino también éticas, pero es evidente que la huella de la violencia no podrá borrarse de la historia de este periodo. Las obras de Fernanda Melchor y Emiliano Monge tal vez sean los ejemplos más célebres, aunque destaco también Matagatos, novela breve de Raúl Aníbal Sánchez, y Hombres armados, cuentario de Daniel Espartaco Sánchez. Situados en Chihuahua, ambos libros dan cuenta, a la manera de las novelas de crecimiento, de las circunstancias que iban gestando la crisis de una generación y del país.
“En un Infonavit todo mundo se entera de lo que acontece intramuros, ésa es la indiscreta cuestión en un panal humano, es la panóptica mutua. […] Debe comprenderse que un Infonavit es criba social de gente de bien entre la chusma y viceversa, mientras unos escalan socialmente los otros permanecen entrópicos en el reino medianero del eufemísticamente llamado ‘interés social’”.
También en el último trimestre del año se suscitó otro debate, esta vez importado: a raíz del artículo publicado por Joanna Walsh, donde reflexionaba acerca de la disparidad de género que notaba no sólo en su formación sino en sus propios libreros, surgió la iniciativa de leer solamente a mujeres durante un año. Ese primer impulso fue ganando fuerza hasta convertirse en una tendencia editorial a nivel global, de la que México no se sustrajo. Incluso se ha calificado este fenómeno como “el nuevo boom latinoamericano”, y aunque todavía no se ha conseguido la equidad (y permanecen, por supuesto, los sesgos de clase y origen), no cabe duda de que en los años recientes han ganado notoriedad las voces femeninas. De manera internacional, Cristina Rivera Garza, Valeria Luiselli y Fernanda Melchor son quienes encabezan la lista de referentes cuando se habla de narradoras mexicanas contemporáneas, pero son muchas más las escritoras activas en nuestro país en la actualidad. En lo personal, deseo destacar a tres de ellas: Paulette Jonguitud, Verónica Gerber y Gilma Luque. Jonguitud publicó, en la primera tanda del sello Caballo de Troya, de Random House, la novela Algunas margaritas y sus fantasmas, donde explora temas como la maternidad y la descomposición del cuerpo, particularmente el femenino. Es, de un modo muy particular, una historia de monstruos y fantasmas, pero también una novela íntima sobre la muerte y el duelo. Gerber, por su parte, recibió merecida atención con la novela Conjunto vacío, cuyo inteligente balance entre el riesgo formal y la narrativa personal generaron interés tanto en la crítica como en los lectores. Finalmente, menciono la Obra negra de Gilma Luque por tratarse de una novela de crecimiento cuya originalidad radica en sumarse a las pocas que existen en México con protagonista femenina. El entorno frágil donde sucede la historia permite observar una cuestión que gana cada vez más importancia: qué significa ser niña y adolescente en México.
Finalmente, el tercer evento que me interesa traer a cuento en esta breve y superficial memoria es la iniciativa llamada “México 20”, que proponía una selección de los veinte autores más prometedores, menores de cuarenta años, del panorama nacional. Los encargados de elegirlos fueron Juan Villoro, Cristina Rivera Garza y Guadalupe Nettel, y no fueron pocos los cuestionamientos recibidos. No vale la pena retomar esos argumentos, pero resulta interesante mirar qué ha sucedido con los seleccionados cinco años después. Para cualquiera es evidente que las carreras que han conseguido más notoriedad han sido las de dos autoras —pese a que la mayoría de los antologados eran hombres—, ambas publicadas en aquel entonces por editoriales independientes, Valeria Luiselli y Fernanda Melchor. Es posible que en los últimos cinco años el panorama haya cambiado lo suficiente como para que la literatura producida fuera del centro (la de las mujeres, las editoriales pequeñas, los escritores en lenguas originarias) gane terreno y protagonismo. Es probable que esta tendencia se fortalezca, sostenida por la capacidad de formar comunidades que se ha ganado con los nuevas plataformas de comunicación. La discusión en torno al México 20 fue —espero— el inicio de una mirada más crítica y participativa a los libros que se publican, publicitan y premian (y por qué), y de una búsqueda más amplia para conocer otras propuestas, más allá de la veintena, valiosas aunque carezcan de reflector.