Noviembre 2021
Vol. 10
No. 2
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De mujer a Venus A.G.C
En esta ocasión, la portada de Catártica presenta la fusión de dos obras, Test 8, de la artista egipcia Ghada Amer (1963) y El nacimiento de Venus, del pintor florentino Alessandro Botticelli (1444 – 1510), con el objetivo de resaltar el choque discursivo entre ambas representaciones artísticas en cuanto al uso de la figura de la mujer en su trabajo y el uso de la feminidad como barrera/ máscara conceptual. En primer lugar, Ghada Amer, con la repetición de la frase “One is not born but rather becomes a woman”, “Una no nace, sino se hace mujer” enfrenta, de manera directa, al espectador para que reflexione en torno a los roles femeninos y masculinos estipulados por la sociedad. El trabajo de Amer se centra en el discurso de género y la sexualidad dentro de una percepción feminista. Sus obras, además de incluir una serie de técnicas mixtas y eslóganes feministas, combinan lo considerado provocador del cuerpo femenino con el lenguaje, para así subvertir la idea de que la mujer y su cuerpo son meramente un medio unidimensional, en otras palabras, que solo pueden representar lo sexual, en lugar de resaltar otros atributos y cualidades. Buscando abrir discurso en torno a la relación de la mujer con su propio cuerpo y rechazando una de las teorías feministas de la primera ola donde se decía que el cuerpo debía ser negado para evitar la victimización. En segundo lugar, se ocupa el personaje central de El nacimiento de venus, la diosa romana asociada al amor y la belleza, para resaltar visualmente los estereotipos que se han ocupado, a lo largo de la historia del arte, para representar a la mujer. Asimismo, esta figura representa el estipulado rol femenino que, en muchas ocasiones, opaca o prima delante del verdadero carácter de una mujer. Inspirado en la mitología de la antigüedad clásica, Botticelli hace uso de la Venus Púdica (figura que usa su mano para ocultar su desnudez) como personaje principal de su pintura y con ello contribuye a la reintroducción del desnudo femenino de la época en occidente, e incluso de posteriores movimientos artísticos. Por lo que su representación funciona como símbolo para argumentar la producción y mensaje de artistas feministas como Ghada Amer. Finalmente, no hay que olvidar que cada representación artística pertenece a su época y no se puede juzgar con los ojos de otra. Por lo tanto, podemos ocupar sus diferencias para comparar y comprender la evolución que ha tenido tanto la representación de la mujer en el arte como las mismas artistas a lo largo de los años. Amer, G., (2013), Test 8, acrílico, bordado y gel medio sobre lienzo, Arthur Digital Museum Botticelli, S., (c. 1485), El nacimiento de Venus, temple sobre lienzo, Galleria degli Uffizi Referencia (2019), Grandes mujeres artistas, Phaidon Press Limited
Catártica es un espacio para hablar del arte fuera del discurso oficial, aquel que escapa definiciones, y al mismo tiempo un lugar para que la ficción, el ensayo y la poesía puedan deambular desnudos, poniendo de frente al escritor y al público.
El fotógrafo del pueblo Arturo González Lara Mascarita Sagrada M.I. Flores Nachón
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Otoño Inconsciente : Vivir la mentira NatCisa
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La Travesura Victor Rivera
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Somos más que piel Vanessa Salas
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Autenticidad Sintética y otras contradicciones Ernesto Ocaña
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No todo es... Rossanna Huerta
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Etnofotógrafo Héctor Adolfo Quintanar
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El halo de Veritas Bruno Sánchez
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EL FOTÓGRAFO DE PUEBLO
Arturo González Lara 5
Tengo mil razones para mirar y querer capturar los sentimientos que me transmiten los demás. Al escucharlos y verlos caminar, me surge la curiosidad de saber a dónde se dirigen, qué estarán pensando, cúal es la historia de su vida. Es lo que intento capturar a través de la fotografía, construir una imagen en la cual se puedan observar los sentimientos capturados y se generen nuevas preguntas en vez de respuestas. Como seres humanos somos creadores y autores de nuestros propios momentos, al contar nuestras historias producimos anécdotas que presentan enseñanzas a otras personas y ellos las toman para formar su camino con todos los conocimientos que recolectamos en nuestra vida. Al hablar de vivencias transmitimos emociones, una parte de nosotros vive en la anécdota, somos creadores de experiencias y transmisores de sentimientos.
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A través de la fotografía intento darle al que observa mi obra dos cosas, sentimientos y dudas, como ¿quién es?, ¿qué estaba haciendo cuando se tomó la foto?, ¿por qué está solo en una carpa con carteles alrededor?, ¿por qué se le ve triste? Estas preguntas llevan al observador a detenerse por un momento para interpretar la imagen a su manera, preguntarse qué es lo que está viendo y así generar un pensamiento creativo al contestar todas las preguntas que produce la fotografía. Al no tener más información con respecto a la foto que se observa, el sujeto crea una historia alrededor de lo que ve, interpretando a su manera la obra, esto permite observarse dentro de uno mismo provocando encontrar sentimientos que guarda en silencio y esa combinación de emociones que sorprenden al momento de indagar, de generar duda, de generar controversia sobre el contexto de la imagen, es lo que se captura en una fotografía.
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La interpretación que se produce en el espectador al ver una foto, oír música, leer novelas o interpretar un lienzo, lo que imaginamos que sentía el autor al hacer la obra, es en realidad un sentimiento oculto en nosotros mismos, esa es la manera que nos vemos a nosotros a través del arte. Para mí, la fotografía es la esencia de lo que soy como humano expresado en una imagen. A través de mis ojos, lo que me sorprende y cómo percibo el mundo, la forma que quiero encuadrar la cámara y editar la foto para que quien observe se llene de dudas y quiera buscar una respuesta fuera de casa y mientras la encuentra, disfrute de este mundo. La fotografía es la posibilidad de relacionarnos con el mundo, con nuestra época y encontrarnos a nosotros mismos, capturar la vida en un instante profundo, cada persona puede compartir a través de ella, lo que está viendo y con ello conectar con miles de ojos. El tomar una foto es un camino que puedes hacer donde sea que te encuentres y convertirte en un pequeño fotógrafo de pueblo.
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MASCARITA MASCARITA SAGRADA SAGRADA Me encontré con Rafael Coronel. No me refiero a encontrarme realmente con él, pero me topé de frente con su obra. Unos ojos perfectamente bien delineados que me miraron hasta que me aparté totalmente. ¿Quién fuiste, Rafael Coronel? Nació en Zacatecas en 1932. Su historia comienza con querer ser futbolista, pensar en ser contador, hasta hacer un cuadro en cartón y crayolas de cera que lo llevaron hacía su primera exposición en Bellas Artes, la primera de cuatro. Estudié a Rafael Coronel en la carrera y conocí su obra en la galería. Rostros cansados por los años, hechiceros con sombreros, libélulas, mariposas, maracas y máscaras.
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M.I. Flores Nachón
Las máscaras en México han tenido un papel importante en cuanto al desarrollo de su cultura. Como parte de una producción de objetos rituales que cobran vida, formaron parte de esta transformación del arte por metamorfosis: no destinados a ser arte, lo fueron. Con la máscara se remarca la puerta de lo que permanecerá oculto. Mírala, pero no la cruces. Rafael Coronel destaca por su trayectoria, internacionalmente conocida por los rompimientos de estereotipos de la pintura mexicana. El siglo XX mexicano fue determinado por una serie de eventos revolucionarios que se coronaron con la búsqueda de identidad. Es ahí cuando conocemos y resonamos nombres de los grandes artistas como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, proclamados como los tres grandes muralistas, además de encontrarnos con algunos como Rufino Tamayo, Doctor Atl y hasta José Guadalupe Posada. ¿Quién es el mexicano? ¿Qué es? ¿Cómo se ve? Respuestas que cayeron en la estereotipación de una figura. El mexicano es el que acarrea alcatraces en su espalda, el minero que sale del fuego, el campesino y el obrero, el mexicano es el catrín con traje y la mexicana es la catrina con velo.
Yo no acarreo alcatraces. La respuesta a la pregunta no fue otorgada por el movimiento muralista. Al contrario,
fue un movimiento generador de nuevos cuestionamientos. ¿Cuántos tipos de mexicanos existen y por qué tenemos que parecernos todos al tablero de la lotería? Rafael Coronel tampoco acarreaba alcatraces. Sus pinturas cercanas a un hiperrealismo nos enfrentan a rostros que no se veían antes. Rasgos y colores que no iban a determinar la identidad de la nación. Rafael Coronel exploró los fondos a manera de estampa; planos, lisos, con un excelente manejo de sombras que le otorgan dimensión y volúmen a las escenas, sin tener que trabajar en un paisaje que caiga en la tradición de José María Velasco y la Real Academia de San Carlos. El mexicano, con Rafael Coronel, es un humano. Sus obras, como mencionaba, son un innegable recuerdo a las pinturas estampa, mi mente inevitablemente viaja 9,000 km a El Pífano (1866) de Édouard Manet, en el cual el fondo no es más que para otorgar un espacio en el cual nuestro personaje principal se va a posicionar. Los rostros, a diferencia del fondo, serán foco para nuestros ojos. Tomaré como ejemplo la obra de Rafael Coronel para poder deshebrar el análisis. La Ofrenda es parte de la producción icónica de magos con sombreros puntiagudos y fondos planos; Las telas que caen del cuello hacia el torso de nuestro personaje barbado están detalladas a la perfección, con sombras que nos relatan un peso en el material de la túnica hechicera. El rostro nos delata un paso del tiempo universal, el mexicano envejece, como lo hace el ruso o el irlandés.
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Un enfrentamiento entre la piel del primer rostro y el segundo que mantiene el hechicero en sus manos, Rafael Coronel desenmascara lo que por mucho tiempo Rivera, Orozco y Siqueiros mantuvieron oculto detrás de los sombreros y los ponchos. Ofrece, en La Ofrenda, una redención ante el mexicano sin esconderse, cruzamos la puerta del mexicano que mantiene intacta su tradición sin la necesidad de capitalizarse como un estereotipo: te ofrezco mi esencia para que la entiendas, mírame y cruza la puerta. Creo que Rafael Coronel hizo persistir una tradición de un México de mezclas; mezclas estéticas, visuales, iconográficas y tradicionales. ¿Quién fuiste, Rafael Coronel? ¿Y por qué te gustaban tanto las máscaras? Dicho lo anterior, es buen momento para mencionar el hecho de que Rafael Coronel, a pesar de su muerte, mantiene la colección más grande de máscaras en la historia; 11 mil máscaras tradicionales mexicanas, que podemos visitar en su museo, La Sala de los Rostros.
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vivir la mentira me pregunto si realmente me veo como me lo hace saber el espejo. aunque quizás eso es lo de menos; lo que me incomoda es cómo me veo yo, yo —si es que existe uno solo y no varios—. hay días en los que me topo con alguien completamente diferente a mí. no sé si es de verdad, porque si lo fuera, significa que no me conozco y cada variante mía es un yo inestable. sin embargo, si soy capaz de darme cuenta de que no soy ese yo, ¿hay un yo que siempre está pero que se esconde y deja que otro yo se presente ante les demás? ¿las demás personas se darán cuenta de que estoy encerrada dentro de un yo que no es yo pero se parece a mí? creo que ni siquiera cuando estoy solo está la verdadera yo.
Collage digital natcisa @natcisa / @tablerodeolas 15
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Victor Rivera
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Aquella tarde corría con mis primos en el patio y por las habitaciones de la casa de mi tía Carmina, jugábamos a recrear las guerras pasadas lanzando los frutos que daba el naranjo. Recuerdo que crucé casi todo el corredor a gatas, ocultándome detrás de las macetas, pasando por la puerta de la cocina hasta llegar al comedor, lugar en donde se encontraba la ofrenda del Día de Muertos. Mi intención era subir por las escaleras hasta dar con la azotea y desde ahí controlar el perímetro, pero creí escuchar los pasos de uno de mis primos entrando por la cocina y no tuve otra opción que esconderme en un hueco que se encontraba en medio de los huacales que sostenían los tributos para los muertos. De un salto brusco me acomodé en aquella abertura y tuve la suerte de no tirar nada de lo que se encontraba en los platos. Escuché su risa y vi sus piernas subir y bajar por las escaleras, una y otra vez, permanecí oculto con el miedo de ser descubierto. El humo del copal cubrió todo el cuarto y mi cuerpo quedó envuelto en la niebla, mientras que el olor de las naranjas, las guayabas y las manzanas frescas, además del mole y del propio incienso, disfrazaron todo rastro olfativo. Supe en el momento en el que dejé de escuchar ruidos externos a los de mis pensamientos que probablemente no continuaría buscándome en aquella pieza, y al sentir la misma adrenalina que ha sentido todo niño al esconderse del peligro, busqué salir con mucha precaución. Apoyé ambas manos en el huacal que sostenía al sagrado corazón y poco a poco me incorporé al centro del comedor.
Volteé hacia la ofrenda, que ahora se encontraba a mis espaldas, con la intención de capturar una postal en mi cabeza de aquel fuerte que debía de convertirse en la clave de mi victoria, saldría de la cocina y los cazaría desde lejos, y al terminar habría dicho, —este es el lugar en donde perdieron la batalla, aquí se escribió la historia—. Sin embargo, lo que hallé fue algo mucho más despreciable, algo que ya se encontraba dentro de mí: pienso que descubrí el natural deseo de hacer el mal. Y es que mi abuela Cleo, siempre que me veía acercarme a la ofrenda, quizá porque ya sabía de mis intenciones incluso antes de que yo las conociera, me daba un manazo y me decía que no estaba bien hurtar nada a los muertos. —¡Vaya usted con su madre, chamaco bribón!, que si los muertos lo ven a uno y se enteran de que les anda uno robando le van a jalar las patas cuando duerma—. Con el pavor que me provocaban las palabras que escapaban de su lengua, había preferido evitar acercarme a las ofrendas de los años siguientes, pero ahora ella ocupaba un sitio más entre los huacales, aunque yo sabía que no era ella la que me estaba viendo realmente, sólo era una foto más en blanco y negro acomodada junto al sagrado corazón. Por si las dudas, recuerdo que sí acosté la foto, porque pensé, —no vaya a ser que los muertos tengan ojos también—. Cuando me encontré frente al altar, olvidé que debía regresar al juego.
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Por Dios que tuve la elección de retractarme y no lo hice, nadie me obligó a quedarme y tampoco fue por la necesidad de vengarme de mi abuela, solo fue por el mero impulso de desobedecer. La verdad pensé que no estaba haciendo nada tan grave cuando saboreé el primer chocolate, al contrario, me supo como ningún otro en la vida. Las calabazas no las toqué, pero sí me comí unas naranjas de las frescas, porque con las que jugábamos eran las que ya no servían de nada, de esas que ni el perro se detiene a oler. No pensé que estuviera mal comerme el pan de muerto ni probar mi primera cerveza, aunque esa sí no me gustó nada. Al cigarro no le agarré el sabor, porque nunca me acordé de qué lado fumaban los adultos, así que sólo lo tiré al suelo y lo pisé. En fin, que las palabras de mi abuela habían sido claras y yo le creí, pero aun así no estaba asustado ni tampoco me remordió la conciencia. Ahora sí, aquella había sido mi verdadera victoria. Después de mi travesura, decidí que sería divertido reemplazar todo lo que me había comido con lo que se me ocurriera, así que cerré la puerta de la cocina con llave para que nadie pudiera verme. Las naranjas, por ejemplo, las cambié con las que ya llevaba cargando, mientras que para el mole y los chocolates utilicé la tierra y los guijarros que estaban en las macetas, guardando estos últimos en las envolturas de los chocolates, y mojando el puñado de tierra que había puesto en el plato del mole. Lo que hice con la cerveza no lo puedo
contar porque ya usted se lo ha de haber imaginado, pero le puedo decir que en el lugar de los cigarros me pareció chistoso poner unos lápices que encontré en la mesa, quizá porque mi tío Ramón, que se murió de cáncer de pulmón, murió sin haber aprendido a escribir. Finalmente, sabiendo que no había marcha atrás, puse un bolillo duro junto a la foto acostada de mi abuela, ahí donde se encontraba el pan de muerto que tanto le gustaba. Pero no, la respuesta ahora y en ese momento sigue siendo no, nunca he odiado a mi familia y no tenía motivos para hacerlo. Por ello, atribuí esta y muchas otras de mis acciones futuras a un instinto que yo ya traía de antes, y muchos años me consolaba pensar que no era el único que alguna vez se sintió de la misma manera. Yo estaba tranquilo y no me alteré ni siquiera cuando escuché el ruido del zaguán resonando en las ventanas. Sabía que tenía tiempo de sobra para salir al patio y encontrarme con mis primos, que nadie sospecharía nada sino hasta el día siguiente que es cuando, por tradición, se quitan las ofrendas, entonces pensarían que lo habría hecho alguno de mis primos y a mí nadie me castigaría. Saludé a mi mamá y a mi tía con una sonrisa cínica, propia de quien ha hecho una travesura y se ha salido con la suya. Después les ayudé a llevar la olla de los mixiotes hasta la mesa de la cocina y todos nos sentamos a comer. Cuando dieron las cinco, mi mamá me dijo que ya era hora de regresar porque la carretera era peligrosa de noche, sin
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embargo, nadie podría haber imaginado lo que pasaría segundos después: el timbre sonó y mi tía salió a abrir la puerta. Mientras terminábamos de comer escuchamos el eco indescriptible de una polifonía siniestra cuyo origen era difícil de señalar, y yo que estaba sentado en el lugar que quedaba de frente a la puerta del patio, alcancé a ver las siluetas detrás de la cortina deslizándose por el corredor. Permanecimos en un silencio inquietante y al escuchar el golpe de la puerta de la cocina el ambiente se puso helado. Una mano sin carne buscó apoyarse de la puerta de madera del comedor y durante unos segundos la luz desapareció. Cuando esta volvió descubrimos un montón de rostros familiares, —¿Qué pasó, pinche Chatito? ¿Cómo está mi sobrino el más guapo? ¿Y dónde andan mis tres consentidos? —, habló mi tío Ramón, refiriéndose a mí y a mis primos. —¡Ay, mija! Hace mucho frío del otro lado, les dije que me tenían que enterrar con el chaleco de lana que me dio tu tía Cerafina que en paz descanse allá en León. Figúrate que me he estado cobijando con hojas de maíz, ¡pero vaya si no es difícil conseguirlas!—, dijo la abuela Cleo a mi mamá. Nadie entendió nunca cómo fue que la distancia entre el mundo de los vivos y el de los muertos se estrechó de tal manera que nos encontramos cenando con cadáveres recién salidos de la tumba, que nos dirigían la palabra como si nunca hubiesen estado muertos y, en vez de eso, se hubieran ido a vivir a otro estado o a otro país. Hablaron de lo que había en el otro mundo aunque sin mucho entusiasmo, y nosotros escuchamos sin volver a tocar nuestra comida. —Todo es igual—, dijo el tío Panchito, —nomás que más aburrido—, interrumpió el tío Ramón, —porque no se puede comer, ni hay dinero, ¡chingá! Tampoco hay necesidad de trabajar, y dijeras tú que pues, a todo dar, pero entonces no se puede apostar en nada, no hay cartas ni hay gallos, ni caballos, y como tampoco ya a nadie le sucede nada, pues ya ni ganas de platicar le quedan a uno—. Conforme platicaba el tío Ramón, la abuela, que se desesperaba más y más, le dijo a la tía Carmina: —Bueno, ¿y a qué hora nos van a traer la comida? ¿Qué cuando ustedes estaban chamacas yo las hacía esperar? Por eso recién que se murió doña Eduviges le conté de cómo son conmigo, porque parece que lo único que hace falta es que se muera una para que le hagan caso—. —No, mamá, perdón. Es que fue la impresión de verte. Ya sabes que… no te esperábamos tan pronto—. La tía Carmina y mi mamá se levantaron a servir los mixiotes para los invitados, pero una señora, o señor, de cuya voz no pude reconocer, comenzó a quejarse: —¡No, Carmina! ¡No, Queta! ¿Pero cómo se les ocurre? ¿Qué no para eso está la ofrenda? ¿Ustedes qué creen, que todavía tenemos dientes para despedazar tanta carne? No sean inconscientes, deveras—. Mi mamá y mi tía se disculparon y caminaron directo hacia el altar, mientras yo, que en un principio estaba orgulloso de mi naturaleza maligna, me sorprendí temblando y respirando el aire frío, sin más en mi cabeza que el miedo que me provocaba el tener a mi abuela sentada a mi lado. —Dame un beso—, me dijo cuando me escuchó gemir, sin advertir el horror que sentí al ver a los insectos todavía devorando sus ojos.
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Mi mamá y mi tía Carmina recogieron los platos que estaban sobre los huacales y, supongo que por la impresión de no creer lo que sucedía, los pusieron en el mantel de cada uno de los invitados sin darse cuenta de que los tributos ya no eran los que habían dejado antes de salir a la calle. El primero o la primera en probar la tierra con agua fue la señora que no reconocí nunca —Me sabe medio raro este mole. A lo mejor es porque ya hace mucho que me morí—. El siguiente fue mi tío Panchito, quien se rompió un diente mordiendo los chocolates de piedra —Estos chocolates están muy duros. Ya casi no tienen sabor—. Mi tío Ramón, como no fue capaz de prender su cigarro con los fósforos que ya cargaba en su traje, lo arrojó molesto al suelo y se acabó de un trago su cerveza —Pues no sé, pero esta sí me sabe a lo que sabe la cerveza, decía mi padre, como a meados de burro—. La abuela Cleo, por el contrario, fue la única que se dio cuenta del engaño mucho antes de probar su bolillo. Se levantó como pudo de la mesa y descargó su ira contra la familia —¿Y a ustedes qué les pasa? Ya lo decía mi madre, ¿esperanza en los hijos? ¡Ja! ¿Bolillo duro? ¡Dios mío, estas tristes hijas ni un pan de muerto le pueden guardar a su madre! ¿Quién lo hizo?—. Dicho esto, me acuerdo que los muertos comenzaron a levantarse ardiendo de rabia por haber recibido tales ofensas. Conforme el aire comenzó a sentirse caliente y la familia de los vivos se disculpaba sin entender lo que había sucedido, yo me sentía más temeroso. Me sorprendí rezando con honestidad, pensé en el sagrado corazón y en que me asustaba más la promesa de un castigo que el castigo en sí mismo. Que me jalaran las patas, sin previo aviso, sin saber ni dónde, ni quiénes, ni cuándo, fue una certeza que me mantuvo en un miedo sin tregua. Uno de mis primos, que por temor se había escondido bajo la mesa, encontró el lápiz que había arrojado mi tío. —¡Miren! Este no es un cigarro, es un lápiz y tiene la marca de mis dientes—. Vivos y muertos regresaron a ver la ofrenda con detenimiento y encontraron los restos de tabaco esparcidos por el suelo. Julio, el primo que se dio cuenta de esto, automáticamente quedó fuera de sospechas, ya que era bien sabido que a él no le gustaba el mole. Mi mamá y mi tía habían ido al panteón antes de recoger los mixiotes, por lo que era un hecho que tampoco habían sido ellas. Los únicos que quedábamos éramos mi primo Beto y yo, porque Luisito nunca hacía travesuras y por ende nadie lo acusó. Cuando esto sucedió, mis primos, como si se hubieran puesto de acuerdo, contaron a todos que yo había desaparecido por casi media hora mientras jugábamos, y al mencionar que yo había regresado al patio por el corredor, señalarme resultaba lo más sensato para ellos. Aunque mis ojos apuntaban al suelo, podía sentir las miradas de todos clavándose como estacas en mi espalda y en el momento en que mi mamá levantó su mano para darme una cachetada, mi abuela habló: —¡Queta! ¡No te atrevas a pegarle a ese niño!—. Permanecí pasmado, angustiado al ver cómo la boca podrida de mi abuela pronunciaba sin una lengua las palabras que me salvaban la vida. —Este niño no hizo nada. Yo misma le enseñé en vida que no está bien robar a los muertos. ¡Diles, mijito! ¡Diles que tú eres buen niño!—.
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Aquella ocasión no tuve oportunidad de reflexionar sobre si lo que hice fue correcto o no, no obstante, igualmente asentí. Le eché la culpa a Beto, que fue quien confesó, en un ataque de nervios, que había entrado a la sala con la intención de atacarme, y como nadie pudo demostrar que yo había estado ahí, no pudo escapar de un destino que muchos hubieran creído que me pertenecía. Cuando se lo llevaron, me sentí tranquilo, después de todo las guerras se ganan con inteligencia. Sin embargo, hoy que lo recuerdo, me pongo a pensar que a lo mejor sí sabré cuándo y cómo sucederá, que sí sabré el nombre de mi verdugo.
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M
-Boxed, from the series "We are more than skin" -Sculpture of plaster, acrylic paint, and resin -7.87 x 11.02 x 8.93 inches -2020
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SOMOS MÁS QUE PIEL Vanessa Salas Somos más que un producto
sociales que frecuentemente
murmuran
y Encajonada son piezas que
se encuentran vinculadas con
debatiendo el incógnito que
pertenecen a la obra "Somos
lo corpóreo, como si la utopía
tienes con el físico que
más que piel", misma que, a
y solución fuera devenir un
presentas, nunca suficiente
través del uso lineal de grises
ser sin funda, en el que
pero siempre en expectativa.
y
una
nuestro valor como personas
Es así como a través de
estética alterna al cuerpo
va más allá de nuestra
relatos
humano, dentro de la cual, la
corporeidad.
Encajonada representa un
objetos
propone
representación
siempre
atropellados,
sentimiento explícito de lo que
principalmente femenina es
Encajonada surge a partir del
siento al ser mujer y al tener
una idea que se vuelve
constante
que
imagen sin rostro, porque no
social que se vive cuando eres
constantemente al escrutinio
representa solamente a una
mujer, en el que tu cuerpo
machista,
mujer, sino a una colectividad
funciona como arma de doble
formular en esta sociedad.
unida
filo y los caminos
por
las
mismas
acorralamiento
dificultades
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enfrentarme para
poder
-Somos más que un producto, de la serie "Somos más que piel" -Instalación -Esculturas de yeso, pintura acrílica, resina y cajas de cartón -Medidas variables -2021
Por otro lado, la pieza Somos más que un producto, es una referencia a la vivencia actual dentro de una sociedad líquida, consumiendo todo a su paso sin darse cuenta. Tal es el caso de las personas y la manera en la que entre individuos hemos llegado a devorar la esencia de otros con tal de sentirnos satisfechos, abandonando la importancia de la conexión entre sí y fingiendo que una mera conexión sexual bastará para satisfacer nuestras necesidades, claro es que el sexo es parte de nuestro instinto, pero ¿en qué momento se normalizó el sexo y deseo como consumo a tal grado que se llego a regularizar como una mera transacción?, es por esto que Somos más que un producto hace referencia a los productos que compramos y utilizamos hasta cansarnos, para después desecharlos... solamente que en este caso no se trata de un producto, sino nosotros mismos. ¿Alguna vez has sentido que te han utilizado como producto? Contacto @vanessa.sals https://vanessalas.myportfolio.com lavanessalas@gmail.com
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Ernesto Ocaña AUTENTICIDAD SINTÉTICA Y OTRAS CONTRADICCIONES CONVENIENTES PARA UNA ACTUALIDAD DISTÓPICA No sé con qué autoridad juzgamos la autenticidad de las personas en nuestra cotidianidad. Todos luchamos por balancear la exageración de nuestro ser con la legitimidad percibida de una vida que sobresale sin esfuerzo. Ante los demás somos la versión más atractiva, interesante, activa y realizada de nosotros mismos, y fingimos que no vemos esta frágil pantomima en los demás. Pero lo hacemos, aunque nuestro límite como sociedad es terriblemente específico en cuanto a esta apariencia. No hay mayor violencia social supuestamente justificada, que la que cometemos en contra de los marginados que no actúan como lo que son. Fight Club (1999) es una película que me fascina, en parte por la compleja simbología detrás de todos los temas que trata, por el excelente guión que proviene de una de mis novelas favoritas, porque es visualmente única o por lo menos lo era cuando apareció en los cines por primera vez; pero más que por ser una buena película, me fascina por cómo es percibida por las personas. Cabe destacar, lo mucho que estamos entrenados a leer las apariencias como verdad, aun entendiendo que son artificio.
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No toleramos a los fracasados que aparentan que no lo son, porque todos somos fracasados en realidad y el reír de otros supuestamente nos permite escondernos mejor. Y es por ello que esos fracasados que sobresalen, que fallan en entender este código fársico que gobierna la sociedad, son castigados con el rechazo y la despersonificación. Odiamos a los gordos, sobre todo a los que juegan videojuegos o ven anime, a los discapacitados que se atreven a sonreír, odiamos a los pobres que compran un iPhone en Elektra, odiamos a los drogadictos feos, odiamos a la niña de trece años que se atreve a grabar TikToks bajo su techo de lámina y que lo disfruta, odiamos a la gente que ignora su lugar en la jerarquía imaginaria que alguien inventó para y por nosotros. Para estas personas así de marginadas, sobre todo los hombres en una sociedad incapaz de interpretar, las lecturas superficiales de productos como Fight Club significan reencarnación. La insurrección violenta, seductora, fervientemente imprecisa, y varonil, misóginamente homoerótica de Tyler Durden, resulta irresistible. La película claramente desaprueba de Tyler Durden y su filosofía, pero las personas no suelen ahondar en cosas que requieren ni el más mínimo análisis. Creo que, durante las últimas dos décadas, Fight Club ha adquirido mayor relevancia, cada vez nos desarrollamos más dentro del engaño materialista de una realidad desinteresada, somos la furia ciega, la rabia imprecisa de Jack.
Yo siempre me he sentido transparentemente marginal, no sé si lo soy en realidad, trabajo duro para que nadie vea mi realidad aun cuando me parece obvia y sin embargo, peco de disfrutar el observar la realidad íntima de otros, pero nunca la hago evidente si está bien fingida, ese es el peor de los tabúes, es la falta imperdonable.
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Nadie quebranta esos protocolos sociales, nadie le quita la máscara a los que consideramos iguales, porque nadie los detendría de que nos roben la nuestra. Por eso lucho por negar mi marginación, por ser normal, por mantener la protección de la manada. En esta inapetente mascarada que es nuestra realidad, existen dos ansiedades primordiales que nos gobiernan, la de mentir para sobrevivir y toda su carga mental, y la del ser descubierto. Fight Club lidia con la primera, con la pérdida de identidad, con la despersonalización, con la rutina terrible de la distopía letárgica. Es mediante esta comunión de la marginación, que la violencia de la supuesta masculinidad frustrada encuentra su público. Tyler Durden existe en la vida real, sabemos que líderes de ultraderecha entienden cómo explotar la frustración de ciertos grupos como otakus, gamers, MRAs o incels para generar soldados leales listos para luchar contra cualquier enemigo vagamente responsable por su rechazo, y rápidamente el anarquismo impotente de ayer se vuelve la violencia reaccionaria de hoy. No justifico el odio y el prejuicio que habita tan profundamente en estos grupos ideológicos, pero reconozco que su primer crimen fue simplemente el no entender la mascarada social, el ser juzgados como marginales sin poderse defender, ese es su primer crimen, lamentablemente nunca es el último. Carecen del carácter para reinventarse, y para ello tienen que reinterpretar a la realidad como una únicamente hostil, donde son las únicas víctimas de una sociedad de victimarios, donde no existe la razón o la compasión, sólo la fuerza abrumadora dicta la realidad.
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Esa es la relevancia contemporánea de Fight Club, el consumismo de los noventa era terrible, pero es minúsculo comparado al consumismo de hoy. Actualmente, a través de las redes sociales y el internet, cada uno de nosotros nos hemos resignificado como productos. El aparentar es la necesidad del marketing personal, y los productos inapetentes, los productos fallidos, son los individuos más peligrosos en esta nueva sociedad. Esto es una consecuencia de la violación irreparable de las corporaciones en nuestra vida y nuestra individualidad, de allí proviene la exageración maximizada de nuestra identidad y su pérdida inevitable. Somos la ansiedad inconsolable de una individualidad privatizada, somos la bota de Louis Vuitton que oprime a los marginados.
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NO TODO ES...
MAGRITTE Y DUCHAMP Rossana Huerta Máscaras, máscaras y más máscaras… Dios mío, ocultarse debajo de una máscara. De lo primero que se me vino a la mente en cuanto dijeron esa palabra fue René Magritte y Marcel Duchamp. Lo más probable es que te estés preguntando ¿por qué? ¿Y ellos que tienen que ver con las máscaras?.
Saint-Tropez / Saint-Tropez 1909 óleo sobre tela / oil on canvas
Empezando con Magritte. Él se caracteriza por tener pinturas donde los rostros de sus personajes están cubiertos por algún objeto —y ese es otro cuento para otro día—.¿Y de Duchamp? Lo que sucede es que llegue a considerar que su alter ego Rrose Sélavy podría considerarse como una máscara que usaba Duchamp como una forma de experimentación artística
Techos de París / Roofs of Paris 1900 óleo sobre tela /oil on canvas 28 x 41 cm / 11.02 x 16.14 inches
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—o una forma burlarse de la escena artística—. Pero ninguno es suficiente para mí, ambos son artistas que, hasta cierto punto, son conocidos y lo que yo busco es que con cada lectura te vayas con un artista que no hayas escuchado antes. Es por esto que batallé y encontré a mi artista indicado… Les presento a Francis Picabia (1879-1953), un artista bastante dinámico, experimental y la pesadilla para cualquier historiador del arte tradicional. Ese gran título lo ganó por una simple razón: fue parte de muchas vanguardias artísticas del inicio del siglo XX. Hay artistas a los que se les puede observar/definir una línea técnica a lo largo de su producción artística que hace que los puedas identificar fácilmente. Este no es el caso de Picabia, lo tratan de categorizar principalmente como Dadaísta pero creo que es ilógico tratar de encasillar algo inencasillable. Su producción artística abarca: lo impresionista —Techos de París—, lo divisionista —Saint-Tropez—, lo cubista —Edtaonisl— y un poco más de lo demás, pero lo que me llama la atención de Picabia es su serie de máscaras, sobretodo su pieza Máscara abierta. Hecha en los inicios de la década de los 30’s, Picabia se dedicó al trabajo de las “transparencias”. Las primeras de éstas son de 1927-1928, y se caracterizan por la superposición de referencias artísticas múltiples, por medio de las cuales se establece un peculiar diálogo con la tradición artística y las nuevas técnicas que se habían creado durante las vanguardias, de esta manera se formaba una lectura visual compleja tipo palimpsesto a través de diversos niveles de imágenes (Esteban, s.f.). ¿La máscara abierta es una transparencia? No a primera vista pero considero que lo podemos ver de esta manera por la lectura que se le puede hacer a la imagen. Picabia nos muestra cómo se abre el cráneo de una mujer para mostrarnos a otra que está escondida pero como en la tiniebla de sus propios pensamientos (Calvo, 2020). Es un reflejo propio de cualquier ser humano, somos un poco de todo, estamos escondidos detrás de capas y capas de nosotros mismo, sólo decidimos mostrar ciertas facetas de nuestro ser con la persona indicada. Cada día cambiante, cada día más mezclado, cada día más confuso, eso no significa que sea malo y que debamos de ser constantes, solamente que es un proceso natural de nuestra persona y que Picabia ya conoce. La textura que le da a la pieza creo que es incluso a propósito, claramente propone generar ese juego visual que ya mencionamos anteriormente, pero también coincide con el mismo discurso que le estamos dando a la pieza: cada una de las grietas permite que se vaya rompiendo capa por capa de nuestra infinidad de máscaras para mostrarnos algo que no queremos ver, que nos rehusamos aceptar. Es por eso que me encantó específicamente esta obra de Picabia, nos muestra la naturaleza de cualquier persona que nos encontremos, escondida debajo de máscaras que ni sabemos que tenemos. Creo que lo podemos tomar como una invitación para autoconocernos y picar cada una de nuestras grietas hasta romper las máscaras que tenemos con nosotros mismos.
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Edtaonisl (Ecclesiastic) 1913 óleo sobre tela / oil on canvas
Calvo, M. (2020) Máscara Abierta. Historia del Arte. https://historia-arte.com/obras/mascara-abierta Esteban, P. (s.f.) Francis Picabia: Amsel ou Sagesse. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. https://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/amsel-ou-
Máscara abierta / Open Mask 1931 óleo sobre tela /Oil on canvas 75.2 x 52.1 cm / 29.60 x 20.51 inches
sagesse Calvo, M. (2020) Open Mask. In Historia del Arte. https://historia-arte.com/obras/mascara-abierta Esteban, P. (n.d.) Francis Picabia: Amsel ou Sagesse. Reina Sofía National Art Center Museum. https://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/amsel-ousagesse
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www.hectoradolfoquintanarperez.com @etnofotografia
ETNOFOTÓGRAFO Héctor AD Quintanar
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Nacido en el Distrito Federal en 1990 Dedicado a crear imágenes de las expresiones culturales, buscando que la fotografía sea una herramienta en el lenguaje académico y antropológico.
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Premios Trabajo seleccionado en el Festival internacional de Quetzaltenango, Guatemala 2018 Trabajo seleccionado para publicación en el libro: Ser mujer en Lationoamérica UAM 2018 Ganador festival Fotografía por la paz de la Universidad de Guanajuato 2018 Obra seleccionada en el certamen "Los trabajos y los días" Colombia 2017 Ganador de la Bienal de fotografía artística y contemporánea de Quito, Ecuador 2019 Obra seleccionada en el Festival Internacional de la Imagen FINI 2019 Obra seleccionada en el certamen internacional Fotografía Solidaria 2019 Por la Cruz Roja Internacional. Obra seleccionada para publicación en el Encuentro "Luz del Sur" 2020 Selección de Obra por The Guardian como la fotografía más importante del día 26 de Febrero 2020 Ganador de la cámara de Plata por el Certamen internacional 35 Awards. Mención honorífica en el FFIEL 2020 Trabajo seleccionado en el certamen Los trabajos y los días 2020 Will Riera Inspiration Award en la Eddie Adam`s Workshop 2020
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- Entonces, ¿Cuánto le queda a mi Veritas?-No pasará de este año, lo siento. Dieciséis años traducidos en la experiencia de un perro ya sería una vida cumplida, sin embargo, para su dueño humano tal tiempo no es suficiente para desarrollarse como persona plena, mucho menos como para dejar ir, en el caso de AB, una pieza clave de su complemento. -Ya no queda nada más que hacer - le explica el veterinario. -No. Por favor no. Haré lo que sea, solo dígame qué. - AB implora con celular en mano. Para la fortuna de uno y desventura del otro, “haré” sería sinónimo de “gastaré” en este contexto. Amazing le recomendaba a AB féretros y portarretratos, cada uno con promociones “imperdibles”, hasta que se entera de lo que no le incumbe: AB no quiere dejar ir a su mascota y haría (gastaría) lo que fuera para mantenerla consigo. Le empiezan a recomendar de manera agresiva y subliminal este novedoso producto de Cyanide llamado Halive. Halive es un halo sincronizado con pupilentes especiales que cubre un área u objeto donde esté colocado, basándose en registros visuales que el propietario va subiendo a su nube, el halo muestra la expectativa (o realidad) que se quiere ver. Fue creado principalmente para construcción, por ejemplo: se coloca el halo en la zona de trabajo y los constructores sabrán qué lograr al momento para así construir “tu hogar ideal” usando las proyecciones personales como guía. También para renders más vividos que se adecuan a la perspectiva de donde se mire, y poder ver la idea a escala 1:1, una manera más personal de ver la realidad. O al menos es lo que explica el anuncio de 5 segundos antes del video que AB quiere ver para distraerse de su impotencia para ayudar a su perro, pero no puede, mientras más pasa el tiempo, ese anuncio no para de hacerle cosquillas a su pesar que cada vez duele más. Sintiendo lo que no piensa, cierra el video y entra a su cuenta de Amazing en busca de Halive con la descabellada idea de “recuperar” a su perro...y a 12 meses sin intereses con envío gratis en 24 horas.
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Llueve a mares al día siguiente, adecuado para un funeral: frío, monocromo y acogedor. AB espera expectante en la puerta de su edificio siguiendo la ruta de envío en su celular, tanta es su emoción que sale del edificio, corriendo en chanclas bajo la lluvia a alcanzar su envío en el último semáforo. Empapado(a) y extasiado(a), agita los brazos al carro de mensajería que por poco se aleja. Con el agua hasta los tobillos y la lluvia arreciándose, AB recibe su paquete y corre de vuelta a casa, esperando que la emoción del momento revitalice la idea de su amigo eterno. Ni se seca y ya destroza el paquete mojado y abollado para después abrir con extremo cuidado la caja con el logo de la semilla. El Halive es, como entendió en el anuncio de 5 segundos, un halo que puede ser colocado y adaptado dependiendo del lugar u objeto a trabajar, AB se arrodilla lentamente a donde está echado Veritas y se lo adhiere a su collar para que el halo quede arriba de su cabeza. AB agarra y retuerce a Veritas tratando de hacer que coopere, pero este ya no puede más, le invade aquel desbaratante sentimiento que ocasiona su mortalidad al verlo con el halo puesto, ya que se asemeja a una aureola. AB se levanta de golpe y a pesar de presenciar la realidad metaforizada ahí mismo, se coloca los pupilentes, activa el Halive y empieza a subir todas las fotos de su Veritas como registro visual. Duda un poco, pero con tal de dejar de sufrir, tiene que ser feliz; o eso le enseñaron. La emoción, felicidad, dicha y todo de esa semántica aplicó con lo que AB sintió al ver a Veritas despierto, en cuatro patas y salivando. Aquella fue una explosión de emociones que fue repitiéndose en versiones menos voluminosas, pero más convincentes cada que AB convive con su perro “rejuvenecido”. - Ay, mi Veritas, no estás tan suave como antes, ¡pero sigues igual de hermosooo! – lo besa en su falsa cabeza. Cuando AB se acerca, el Halive automáticamente selecciona una serie de fotos de su perro para que este parezca emocionarse con la misma vitalidad de siempre. Cuando AB lo acaricia, el Halive selecciona el carrete de Veritas acostado en diferentes posiciones, de costado, panza arriba, con la lengua de fuera. A AB le encanta acariciarlo más que antes porque al avanzar la serie, cambian las fotos y parece que el follaje de Veritas resplandece cada que se mueve. – Pero qué sedoso mi amor- Cuando AB lanza comida, se reproduce el carrete de Veritas atrapándola, ya sea comida o pelotas, aunque el Halive lo adapta a lo que se lance al momento.
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¡Ay!, Veritas – exclama ligeramente frustrada– no importa cuánto te bañe, sigues apestando – El Halive reproduce un carrete de Veritas viendo hacia la cámara, que para AB, seria a sus ojos.
AB cae brevemente a la realidad, en esos pocos segundos una puñalada tremenda se profundiza en su vientre y aquel dolor es perceptible ante los ojos de Don A, quien estuvo a punto de auxiliar en su aterrizaje, cuando escuchan a DB y RC golpear el portón de la entrada y gritar el nombre de AB.
- ¡Ay! ¡Pero sigues igual de hermosooo! Una tarde AB recibe visitas, DB y su pareja RC, a quienes no veía desde hace mucho. AB está apunto bajar a abrirles y se despide de su Veritas sentada diciéndole que no tardará nada y le manda un beso. Al salir de su departamento, su vecino de al lado, Don A, le llama la atención antes de que baje. -Sí, ¿Qué pasó, Don? -Pues discúlpeme, pero está este olor y ya lleva varios días, creímos que no duraría tanto, pero ya es insoportable. -Ajá… - AB parece no captar la indirecta – y ¿quiere que le ayude a saber de dónde viene ese olor? -No, no. – Don A trata de simplificar lo obvio todavía más – Me he dado cuenta de que el olor viene de su depa, pasamos por ahí y el hedor nos golpeó de repente, por eso le quería decir… - ¿Cómo? – AB genuinamente se sorprende - ¿Olor a qué? -Pues…olor a muerto.
– Perdón, me esperan, nos vemos Don. – y se vuelve a ensimismar en su realidad. Don A regresa a su depa aguantando la respiración. Se saludan abrazándose con euforia, AB más que ellos; le preguntan cómo está – Excelente, como siempre –. Al subir las escaleras RC nota que los hombros de DB tienen rastros de un pelaje corto y pálido, DB nota lo mismo en RC mientras AB los ignora hasta que le preguntan - ¿Por qué tus manos están llenas de pelos? – AB responde con una risita e inocencia forzadas – Veritas siempre suelta mucho pelo, ya lo verán-¡¿Aún sigue vivo?! – exclama DB mientras AB voltea de reojo para responder un serio y tajante serio: -Obvio. Antes de llegar a la puerta y después que AB evita toda pregunta acerca de lo raro de la situación, DB agarra su mano y observa pelaje, mugre y secreciones secas hasta dentro de las uñas,
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AB se la arrebata de vuelta – Veritas es muy sucio, le gusta andar restregándose en el piso – seguido por una sonrisa que ya ni ella se cree. Las preguntas de preocupación se minimizan mientras AB reactiva el Halive y abre la puerta. - ¡Hoooola, mi amor! – la reacción de AB es igual que la primera vez que lo vio, DB y RC quedan pasmados al ver a su perro como nunca lo habían visto. - ¡Oh…DIOS! – exclama horrorizada DB - Lo sé, ¡sigue igual de hermosooo! – exclama horriblemente AB La pareja no puede creer lo que AB cree. Intentan digerir la escena, pero esta rebasa su comprensión, sólo captan que la realidad que AB se creó es absoluta para sí. Todo lo que ellos expresan se queda para sí mismos, la negación de AB es más resistente que la realidad misma. AB no entiende por qué no se acercan a acariciarlo. – Nunca se dejaba acariciar tanto, ¡vengan!- mientras Veritas se deshace en sus manos. Tanta es la crudeza que emana en todo aspecto que ambos están a punto de intervenir hasta que RC nota aquella caja tersa con el logo de la semilla que creía haber olvidado. En ese momento le pidió a DB que se fueran sin decir más. Don A y su esposa, Doña C, se quedan pendientes en la puerta de su depa, pero sin intervenir. Deciden mantenerse ajenos a la situación y regresan adentro.
AB continúa inmerso(a) en su realidad con su Veritas, aunque ya no se la cree, se acuesta en el piso de costado, igual que su perro, cara a cara, el Halive muestra a Veritas levantando la cabeza de golpe como si se alertara de un sonido que no existe, AB no se la cree. RC y DB salen del edificio, sin decir nada, RC dice que quiere caminar un poco para hablar con DB a solas. AB selecciona manualmente un carrete de su perro acostado y le pone pausa para verlo “durmiendo”. El olor es el único puente entre la realidad y su expectativa que pone en duda su temerosa negación. Encuentra irónico que la negación sea lo que mantuvo su actitud forzosamente positiva por tanto tiempo. Ambos están sentados en un parque, después de un rato en el que RC se abrió con DB, deciden terminar la relación por la paz. DB se quita el “collar” que le había regalado y para RC es irreconocible. Cada uno se va por su camino. RC tira su halo a la basura. Está anocheciendo, Don A y Doña C están cenando, de repente se corta la luz. En la penumbra sólo perciben unos sollozos ahogados que retumban la pared vecina. La puerta de AB se mantuvo abierta. El matrimonio entra con cautela y observan a AB, derrumbado(a) e inerte mirando de frente a la realidad. Don A cubre lo que fue Veritas con una sábana mientras Doña C consuela abrazado a AB en el suelo. Se quedan así un buen rato. No dicen nada.
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Invitan a AB a cenar en lo que se orea su depa, aunque no le dicen eso. AB los acompaña como un móvil inerte. Ambos hablaron con AB y, por fin, se quitó los pupilentes y soltó todo lo que siempre quiso hablar, más allá de Veritas, pero no sabía que lo podía hacer, habló de dolor, de pésame…y todo eso de lo que hablaba desapareció, sentía su presencia, pero no su dominio. El miedo, la tristeza y la vergüenza habían sido generadas por y para sí mismo(a), por lo que lo más humano que podía hacer era, de una vez por todas, aceptarlo. Doña C le sirvió un champurrado y AB lo tomó con gusto.
Bruno Sánchez 45
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