Sapukรกi Ilustrado
Ilustrado
Sapukรกi Ilustrado
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Ilustrado
Sapukái Ilustrado
Sapukái Ilustrado
Sapukái © de los Autores
Autores
Ilustradores
Fernando Villalba An Dream Rebecca Romero Julio Callizo Alberto Domínguez María Luján Quintana Verónica V.R.D. Saité Selena Vázquez La niña de los ojos marrones Charles Da Ponte Alicia Ramírez Diego Ayala Edu Barreto Giselle Caputo Irma Oviedo Johana Orihuela Ana Romero Miguelo Melgarejo Patricia Cabrera Santiago Rivarola Shirley Villalba Camila Recalde Carlos Bazzano
Jennifer Bugs Diana Guillén Gabriela Ledezma Majo Schaerer Alana Carrillo Belén Carrillo Camila Garrido Marcelo Ibarra Gabriela Ledezma Lilly Orué Francisco Armoa Claudia Burguete Ignacio Ortíz Dana Almirón Sergia Acosta Marcos González Ramón Riveros Hugo Gómez de la Fuente Sara Cáceres Fernando Verdún Leticia Alvarenga Enmanuel López Genes Paula Glavinich Victoria Méndez
Coordinación Laboratorio de Creación Literaria 2016 e idea original de la Antología: Carlos Bazzano y Camila Recalde Equipo Coordinador Proyecto Ilustraciones de Sapukái: Alejandra Torrents, Dirección de Memoria Histórica y Reparación, Ministerio de Justicia / Docente Realidad Paraguaya, Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte/UNA”. Eduardo Barreto, Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte/UNA, autor en Sapukái. Patricia Samudio, Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte/UNA. Andrea González, Laboratorio de Creación Literaria 2016, autora en Sapukái. Osvaldo Olivera, Universidad Americana. Ilustración de portada: Charles Da Ponte, autor en Sapukái Edición: Shirley Villalba, autora en Sapukái Diseño y diagramación: Lic. Leticia Garcete Primera Edición digital, diciembre 2016 Segunda Edición digital ilustrada, agosto 2019
SapukĂĄi Ilustrado
SapukĂĄi Ilustrado
Letras paraguayas en homenaje a las vĂctimas de la dictadura stronista (1954-1989)
Sapukái Ilustrado
Sapukái Ilustrado
ÍNDICE Nota Preliminar
Literatura y Memoria
Camila Recalde y Carlos Bazzano
Prólogo Eulo García Fernando Villalba Jennifer Bugs
11 15 16 22
An Dream
Diana Guillén
26
Rebecca Romero
Gabriela Ledezma
36
Julio Callizo
Majo Schaerer
Alberto Domínguez
Alana Carrillo
42
María Luján Quintana
Belén Carrillo
Verónica V.R.D.
Camila Garrido
58
Saité Marcelo Ibarra
64
Selena Vázquez
Gabriela Ledezma
La niña de los ojos marrones Lilly Orué
Charles Da Ponte Alicia Ramírez Diego Ayala Edu Barreto Giselle Caputo
Francisco Armoa Claudia Burguete Ignacio Ortíz Dana Almirón Sergia Acosta
Irma Oviedo
Marco González
Johana Orihuela Ana Romero Miguelo Melgarejo
Ramón Riveros Hugo Gómez de la Fuente Sara Cáceres
Patricia Cabrera
Fernando Verdún
Santiago Rivarola
Leticia Alvarenga
Shirley Villalba
Emmanuel López Genes
Camila Recalde Carlos Bazzano
Paula Glavinich Victoria Méndez
48 54
68 72 78 82 84 92 98 100 106 112 116 122 126 128 130 134
Sapukái Ilustrado / Nota Preliminar
Sapukái Ilustrado / Nota Preliminar
NOTA PRELIMINAR Por iniciativa del Laboratorio de Creación Literaria, a fines de octubre del 2016 visitamos las dependencias donde funcionara la Dirección Nacional de Asuntos Técnicos del Ministerio del Interior durante el gobierno de Alfredo Stroessner, más tristemente conocida como “La Técnica” (actual Museo de las Memorias). Al día siguiente, nos convocamos en las instalaciones de la Dirección de Operaciones Tácticas de la Agrupación Especializada de la Policía Nacional. En esos dos lugares fueron torturadas y asesinadas, e incluso enterradas de manera clandestina, personas de Paraguay y de los países de la región abarcada por el “Plan Cóndor”: Chile, Argentina, Brasil, Uruguay y Bolivia. Conocimos fosas comunes de las que se extrajeron restos humanos para ser identificados y nos acercamos a los detalles de una historia que hasta hoy día se oculta y permanece en muchos aspectos velada por intereses mezquinos de los sectores de poder. Este libro, estos poemas y cuentos, quedan como testimonio de esa experiencia y de la interacción entre escritores de diversas edades que confluyen en un interés común, la mayoría de los cuales ha formado parte del Laboratorio de Creación Literaria. Otros escritores, que siempre han acompañado y apoyado emprendimientos similares, participan como invitados. Cabe destacar la experiencia de creación colectiva y subrayar que este tipo de publicaciones surgen como convergencias de búsquedas inquietas e impulsadas por el deseo de generar un diálogo en un contexto social autoritario. Agradecemos al Centro Cultural de España Juan de Salazar (Asunción) y a la gente del Museo de las Memorias por su apoyo. Agradecemos, también, a todos los escritores que participaron de la experiencia, tanto a los que figuran en este libro como a los que acompañaron el proceso. Dedicamos este libro especialmente a Rogelio Goiburu, porque vimos en él la chispa inextinguible de un luchador que, contra viento y marea, busca la verdad sin perder la sonrisa y haciendo de su vida, para nosotros y nosotras, un verdadero poema. Los Autores. 10
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Sapukรกi Ilustrado
Sapukรกi Ilustrado
Como dijo Antonio Machado, el arte es un diรกlogo del hombre con su tiempo.
Y nuestro
no es el tiempo de la puntilla y el rococรณ, sino el del
Carmen Soler (En carta a Olga Blinder, Concepciรณn, 18 de marzo de 1958).
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Sapukái Ilustrado / Literatura y Memoria
Sapukái Ilustrado / Literatura y Memoria
LITERATURA Y MEMORIA Nos juntamos para reflexionar, dialogar, escribir y crear. Resulta llamativo lo poco que se habla de nuestra historia reciente. Perder la memoria histórica significa perder el aprendizaje colectivo. Somos la suma de sucesos y vivencias de otros seres humanos que nos anteceden. Cada acto, cada acción, por más pequeña que sea, configura una serie de posibles efectos que hacen a nuestro presente; un presente que, de esta manera, se vuelve sutilmente autoritario. Ante ese autoritarismo nuestras armas son la voluntad de cambio y la fuerza creadora; en voz de Sartre; “Somos lo que hacemos con lo que han hecho con nosotros”. La historia reciente se refleja directamente en nuestra vida cotidiana, en las estructuras sumisas, en el anhelo adormecido, en los deseos y en las frustraciones sociales. La dictadura stronista, para gran parte de las generaciones posteriores a ella, está velada por mitos y dudas; incluso aún persisten voces que proclaman la eficiencia del modelo dictatorial, voces sumergidas en equívocos, en ocultamientos y en una pesada ignorancia del sufrimiento de nuestros innominados compatriotas a quiénes los rescata el recuerdo sólo a través de fichas policiales y documentales. Como excepción a la regla de silencio y olvido, queda la palabra de la resistencia, queda la pluma insumisa del pasado; como esperanza, queda la pluma insurrecta del presente y las palabras rebeldes del futuro. Carmen Soler, en carta a Olga Blinder, le había dicho que ese tiempo que les tocó vivir, no era el tiempo de la puntilla y el rococó, sino el del alambre de púa. Muchos de sus poemas los memorizaba en una celda, tenía que luchar contra infinidad de obstáculos para poder continuar con su labor artística, al igual que otros escritores como Rubén Bareiro Saguier, Mauricio Schvartzman y muchos otros que vivieron la prisión, el exilio y la persecución. De alguna manera, este es un pequeño aporte al recuerdo de esos artistas y es un intento de movilización de nuestras estructuras internas. ¿Cuál es el tiempo que nos toca vivir a nosotros? ¿Qué obstáculos aturden nuestro trabajo creativo? ¿Cómo reconocer a un opresor que se esconde tras múltiples e incontables rostros? Camila Recalde y Carlos Bazzano 14
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Sapukái Ilustrado / Prólogo
Sapukái Ilustrado / Prólogo
PRÓLOGO Un encuentro necesario
Hay un bosque quemado en el centro de mi juventud. Son treinta mil esos sueños talados. Jorge Boccanera Cuando una puerta se abre hay un tránsito indiscutible. En ese instante, sol y luna encuentran luz y viento. Sea adentro o afuera, lo que importa es lo que se desvela, la liberación de algo que estaba oculto. Las analogías pueden ser varias. Puede ser una ventana, un calabozo, un libro, un pensamiento. Puede ser una fosa. La corteza de un árbol se puede abrir. La corteza de la tierra se puede abrir. En cualquiera de los casos, lo importante es que llegue luz a lo que estaba oculto y reciba la brisa del imperturbable viento. La boca, lo sabemos, también se puede abrir. Y en este caso, la palabra es viento y - ¡qué decir! - la palabra es luz. Y la palabra se dice, la palabra se escucha. La palabra se escribe, la palabra se lee. ¿Cuántas formas existen para llegar, desde diferentes sitios, a un mismo punto? Incontables, mas el camino es uno: la búsqueda incesante por hallar una grieta que nos lleve irremediablemente hacia el inicio de una verdad. Por esto es que no me extraña que los caminos de Rogelio Goiburu, Carlos Bazzano y Camila Recalde se hayan encontrado en este punto del camino. Un camino fangoso y en verdad agreste, no sólo por las características topográficas de nuestro país sino, sobre todo, por las características culturales y, por qué no decirlo, coyunturales, que determinan este entorno en el que nos encontramos todos y todas en este país de cosas encerradas. En este país de encierro. Tanto Rogelio como Carlos y Camila andan desde hace años en busca del inicio de una verdad más grande, en verdad mucho más grande que esta 16
que hoy los une. Yo los siento como buscadores del inicio de una verdad histórica para reivindicarla contra la ignominia, y que desde ahí puedan abrirse nuevos surcos que inviten a caminar de manera un poco más libre hacia el ineludible futuro. Las formas son distintas. El camino es uno. Rogelio lo recorre, con tenacidad irreductible, con la Dirección de Memoria Histórica y Reparación del Ministerio de Justicia. Desde allí busca los restos de detenidos desaparecidos por la dictadura stronista – su padre, entre ellos – para la posterior identificación. Carlos y Camila, por su parte, lo vienen haciendo con el Laboratorio de Creación Literaria, desde donde descubren y caminan numerosas historias que los participantes del mismo van descubriendo y redefiniendo mediante un modo diferente, en el que lo metodológico y lo literario se encuentran en un acto de creación y construcción horizontal. ¿Suena complicado? Pues la verdad es que no lo es. Los tres convierten sus trabajos en algo tan sencillo como abrir una puerta o una ventana, y desde ahí nos invitan a mirar un poco más hacia nuestro alrededor y rescatar las historias que la coyuntura de hoy (y no sólo esta) quiere, de diferentes formas, que se mantengan ocultas. Rogelio busca restos de personas desaparecidas. Carlos y Camila buscan historias para que los autores a su vez encuentren las mejores formas, o las más cómodas, para poder decirlas. Para poder escribirlas. En ambos casos el objetivo es una reconstrucción, total o parcial, de algo que aún no sabemos, al menos del todo.
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Sapukái Ilustrado / Prólogo
Sapukái Ilustrado / Prólogo
¿Cómo hallar el centro de una historia? ¿De quiénes son los restos que se encontraron? ¿Cuál es el lenguaje más acorde para construir un relato? ¿Quiénes son ellos (los restos, las historias)? ¿Cómo quedamos nosotros (los autores, los buscadores, los sobrevivientes de todo, los relatos, los lectores)? Las historias aquí recopiladas son un paso más en la larga lucha por que la palabra sobreviva al olvido impuesto por la brutalidad del poder. Y como toda sobrevivencia aquí hay dolor, temor, realidad, ficción, impotencia, rebeldía, muerte, pesadillas, brutalidad, inmedibles ansias de justicia, revelación, muchas formas de silencio, pero sobre todo hay gritos. Hay gritos que son de aquellos a quienes nos arrebataron. Gritos de quienes aún sobrevivimos. Gritos de la tierra que siempre se rebela. Hay también gritos de cosas inanimadas, como una sirena en la madrugada, una frenada o un giro en algún lugar inesperado del camino, o los de una puerta que luego de mucho esfuerzo al fin se ha podido abrir. Y por allí pasa el viento. Y por allí hay luz. Eulo García Diciembre de 2016
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Sapukái Ilustrado
Sapukái Ilustrado
EN DICIEMBRE DEL 2016, lanzamos la primera versión de Sapukái en formato digital, pero como bien se preguntaba Eulo García en aquel momento, sobre cuántas formas existen para llegar, desde diferentes sitios, a un mismo punto, y ante la respuesta tajante de incontables, no nos quisimos detener solamente en las historias, en la palabra; surgiendo esa sed de involucrar, esa sed de mostrar y llegar de varias maneras ante un público siempre diverso y en constante cambio, ampliando la perspectiva sin perder la esencia inicial. Entonces quisimos dar un paso más y hacer que otras personas pudieran imaginar esas historias, esas palabras contadas y plasmarlas a través de ilustraciones y de un trabajo artístico sensible y comprometido. Como resultado de todo ese proceso, nació el trabajo conjunto entre los escritores de Sapukái y diseñadores/as de la Universidad Nacional de Asunción y de la Universidad Americana. Fue una tarea que implicó entusiasmo, convicción, perseverancia, gracias a la cual hoy contamos con un material ilustrado que fusiona la creatividad artística de las letras y de la imagen. Con mucha alegría presentamos la versión 2 de Sapukái digital con las mismas historias, pero transmitidas con la fuerza y las particularidades de cada ilustración, cargada con emoción propia.
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Sapukái SapukáiIlustrado Ilustrado
Sapukái Ilustrado FERNANDO SUR 1981 vraulfernando@gmail.com
EL VIAJE DE TUS HUESOS EN LA NOCHE
Ella despierta. La oscuridad está corrompida por la luz suave que se filtra en la ventana, acariciando el contorno de una cama, de un velador, de su cuerpo jadeante, de las sábanas que dibujan una silueta al lado de ella. Una lágrima asoma y se escurre sigilosamente por su rostro. María se refriega los ojos como si les hubiera entrado arena. Se estremece con el frío terroso que envuelve la habitación. Escucha ronquidos a un volumen casi imperceptible, como una canción de cuna que rompe la soledad. Se calma y vuelve a acostarse abrazando al hombre. Gerardo no se inmuta ante el contacto del sudor frío. María cierra los ojos y trata de callar los recuerdos. Se da cuenta que la mente tiene varias capas como la tierra, capas que se remueven al cavar, capas que al taparlas nunca quedan igual. Ella cava en los recuerdos tratando de enterrar al miedo, pero ni el miedo ni los D E S A PA R E CID OS olvidan. La soledad puede quebrarse como cuando se rompen los huesos, y se restablece más fuerte que antes; H U E S OS envueltos en la humedad de la tierra removida. El miedo se adhiere a recuerdos de electricidad entre las piernas, en los pezones, al ahogo dentro de una bañera llena de vómito y orín. Los oídos nunca se cierran a los gritos: ¿Dónde están tus compañeros puta de mierda? Y les sigue un coro de aullidos tan fuertes que ensordecen el presente. La nariz nunca deja de oler el aliento y la carne de los hombres que la golpearon por fuera y por dentro. Ella queda húmeda de sudor, de sangre, de tierra. 22
JENNIFER BUGS 23
Sapukái SapukáiIlustrado Ilustrado
Sapukái Ilustrado
María se aprieta contra Gerardo, que tiene surcos en la espalda, surcos imborrables, aunque la tierra le haya carcomido la piel. Gerardo duerme. Sueña adentro del sueño con la libertad, con ser desenterrado y recuperar su nombre
S UEÑA
con dejar de ser restos abandonados en lo profundo de un foso, junto a los huesos desconocidos de una mujer. En sus sueños, ella lo abraza mientras la tierra los traga poco a poco.
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Sapukái Ilustrado
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AN DREAM Asunción, 1979 andimag.79@gmail.com Ciudadana del mundo, autodidacta en la escritura. Participó en el año 2014 del Taller de Redacción y Encuadernado Artesanal de “Josefina Cartonera”, cuyo resultado fue el lanzamiento de un material denominado Colofón. El estilo minimalista de la poesía en haiku, es un deleite y desafío personal. Antistronista, interesada en los DDHH y la recuperación de la memoria colectiva a través del arte.
CAMINO DE HAIKUS 1 Brisa nocturna Tus ventanas abiertas Suave murmullo.
2 Viento sin aire Mis ventanas cerradas Sordo barullo.
3 Los rayos del sol Tus ventanas abiertas Dicen buen día. 26
DIANA GUILLÉN 27
Sapukái Ilustrado
Sapukái SapukáiIlustrado Ilustrado
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Las nubes grises Mis ventanas cerradas Alma sombría
Verdes praderas Tus ventanas abiertas Calman tus ojos .
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Agua de cristal Tus ventanas abiertas Refresca tu sed.
Tierra que cubrió Mis ventanas cerradas Verdad que rozo.
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11 C APE RUC I TA
Agua sin vida Mis ventanas cerradas Ahogan la fe.
Era el lobo feroz En este bosque.
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Y eras FEL I Z Tus ventanas abiertas Mientras dormías.
Cruel destino Con sangre intentaron Borrar el sendero.
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Sobre dolores Mis ventanas cerradas Que no veías.
Y olvidaron Que el alma no muere
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Es el camino.
Sapukái Ilustrado
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Álvaro agradeció a su madre y antes de partir, ella le indicó que llevara unas manzanas que había comprado para la merienda de Natalia. —¿Querés que le lleve el fruto prohibido del Edén? —le bromeó sonriente. —No te burles, hijo, esas son cosas serias —le reprendió.
DÉJANOS CAER EN TENTACIÓN Génesis 2, 16-17: Y Yavé Dios le dio al hombre un mandamiento; le dijo: “Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, pero no comerás del árbol de la Ciencia del Bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás.”
Era viernes, Natalia trajo una tarea de religión para el fin de semana y pidió a su papá que le ayudara para interpretarla. Él tomó el teléfono y llamó a quien consideraba idónea en el tema: —La verdad es que no tengo ni idea de las respuestas, mamá, ¿podrías ayudarme con esto? Tu nieta necesita una interpretación y como vos vivís por la Iglesia, seguro tenés más noción que yo. —Sí, vení, mi hijo. Álvaro era ingeniero forestal, un padre amoroso, pero nunca se había involucrado demasiado en las tareas de su hija y mucho menos en asuntos de religión, más bien, era supersticioso, intuitivo y vivía obsesionado con desentrañar historias extrañas, místicas o mitológicas, que escuchaba por ahí. Esa tarde fue hasta la casa de Doña Acela, su madre, mujer sin tapujos, directa, valiente, muy creyente, siempre dispuesta a dar una interpretación a todo lo que le rodeaba; tal vez de allí él habría heredado su gusto por descubrir cuestiones ocultas. Ella leyó el planteamiento de la tarea y sin dar muchas vueltas dijo que ver con la tentación primigenia y las consecuencias de una desobediencia y escribió algunas líneas al dorso de la tarea, sin que éste lo notara. 30
De camino a su casa, Álvaro se encontró con Luis, su viejo amigo de aventuras que, por el contrario, era un poco escéptico con las cosas que no tenían explicación, además de timorato. Como viajaba bastante al interior del país, siempre traía alguna anécdota nueva que contar. Se saludaron y Luis, algo ansioso, le comentó que le había pasado algo muy raro en la última visita a su madre hacia la zona de Belén, Concepción. —Dando un paseo por las cercanías de la casa de mamá, antes de ir a pescar al Ypane2 pasé por un lugar donde el terreno era muy irregular y me llamó la atención un fuego que se veía a lo lejos. Me fui acercando porque, vos sabés, no iba a quedarme allí parado con la duda, pero de repente lo vi frente a mí: era un perro enorme, negro, sin cabeza. De inmediato desapareció. —¡Plata yvyguy3! —exclamó exaltado Álvaro—, preparamos las cosas, las alzamos en mi camioneta y salimos ahora mismo. Luis asintió y comentó que había dejado una marca donde había visto el fuego. Luego llamaron a dos amigos de confianza que siempre los ayudaban en sus hazañas. No era la primera vez que buscaban plata yvyguy, pero ahora corrían con la suerte de tener un detector de metales para facilitar las labores. Llegaron a Belén con los últimos rayos del sol. Caminaron hasta el lugar donde Luis había visto la aparición y efectivamente el aparato comenzó a emitir un sonido continuo. Como ya estaba anocheciendo, decidieron levantar carpas en el sitio y esperar el amanecer. Hicieron una fogata, se sentaron alrededor. La luna llena hacía su aparición como haciéndoles compañía. Luis comenzó a contar viejas historias que los pobladores repetían por lo bajo, sobre uniformados que en los años 80 llegaban desde Asunción con o con personas vivas que luego desaparecían.
C A DÁVE R E S
2 Ypane: Río de Paraguay que limita a los departamentos de Concepción y San Pedro. 3 Plata Yvyguy: (guaraní): Creencia popular sobre plata/tesoro enterrado o escondido que pertenecería a la época de la Guerra de la Triple Alianza. 31
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Las leyendas decían que habrían sido enterrados en esos campos o arrojadas al río. Incluso él mismo sospechaba que su madre, Doña Blanca, sabía más cosas, pero siempre les prohibía que se hablara de eso, tal vez porque ella siempre mostró una exagerada diplomacia que, en el fondo, disfrazaba su miedo. Álvaro también estaba muy al tanto de esas historias porque el tío materno era desaparecido de esa época. Recordar esto, lo dejó callado y meditativo, y luego dijo en un tono melancólico: —Estoy seguro que esas almas siguen siendo rebeldes y con ansias de contar su historia, su verdad. Esos restos, no son de cualquiera, son de gente valiente, de gente insumisa que luchó por desenmascarar la verdad de un gobierno opresor. Juraría que esos huesos tienen vida propia y que buscan la manera de hacerse visibles. Ojalá nos dieran alguna señal, como las que nos aparecen con la plata yvyguy y que nos muestran donde está el tesoro. Luis lo interrumpió: —¡Qué divague de medianoche!, ¡vamos a dormir que mañana tenemos mucho trabajo y si nuestro jagua’i4 no nos falla, al fin seremos ricos! Despertaron temprano. El trinar de las aves sobre los frondosos árboles les anunciaba que estaba amaneciendo, y fueron hasta la casa de Luis que no quedaba tan lejos. Doña Blanca los esperaba con cocido caliente y mbeju5 para desayunar. Después les anunció que para las doce en punto les tendría listo el almuerzo, aunque se sintió apenada porque no tenía nada para ofrecerles de postre. Entonces, Álvaro recordó que había puesto en su camioneta las manzanas que su madre le había enviado a Natalia y las ofreció generosamente. Más entrada la mañana, continuaron la excavación que habían iniciado en la tarde del viernes en el punto que había señalado Luis. A los pocos metros, tuvieron su primer hallazgo: parecían pepitas, eran dos, eran de oro, pero no eran pepitas… eran parte de una dentadura. Se asustaron por el macabro hallazgo de aquel cráneo, aunque después de unas horas de seguir cavando concluyeron que no tenía cuerpo.
—Por acá cerca tiene que estar — dijo Álvaro. El sol del mediodía, perfectamente alineado sobre sus cabezas, les recordó que era hora de almorzar. Retornaron silenciosos a la casa de Luis y decidieron no contarle a Doña Blanca lo que habían encontrado, porque, a pesar del tiempo que había transcurrido, ella todavía tenía secuelas del terror de aquellas épocas. —No vayan a decirle nada a mamá porque ella no quiere que se hable de esas cosas —advirtió Luis. Era el 1 de octubre y Doña Blanca les recibió con una olla de jopara6 con mandioca: —¡Coman ke todo!, para ahuyentarle al Karai Octubre7, tener fuerzas y atraer abundancia, con ese tesoro que siento van a encontrar—les alentó. El silencio cortó el aire. Álvaro, aún perturbado por el hallazgo, intentó cambiar de tema y le preguntó por el postre y ella le dijo que había preparado unas compotas en almíbar, aunque sentenció que las manzanas que le había dado no estaban buenas, y que ni se comparaban con los frutos que su manzano le daba. Pero como no era la época de cosecha, se conformaba. Entonces Luis comentó en voz baja, que hacía varios años ella había descubierto cerca del río un árbol de manzanas, el único que había en esa zona, una verdadera rareza, pero que ella nunca permitió que nadie la acompañara a buscar las frutas. —¡Pero qué raro! — dijo Álvaro y añadió: —Los manzanos no son de este clima, son de clima templado, es casi imposible que pueda haber crecido un árbol por aquí con este calor y que además dé buenos frutos. Este detalle turbó más de la cuenta a Álvaro que no podía sacarse de la cabeza la conversación de la fogata, el hallazgo de la mañana, los versículos sagrados, la tarea de Natalia, tantas cosas mezcladas, como piezas de un rompecabezas… e indagó despacio a Luis: —¿Conocés ese lugar? Necesito que vayamos, es demasiada tentación poder ver ese árbol. —Sí, conozco porque una vez le seguí a mamá sin que se diera cuenta. Después del postre vamos, pero será un secreto hasta la tumba, porque ese árbol es 6 Jopara (guaraní): Plato tradicional paraguayo que se prepara cada inicio del mes de Octubre, para ahuyentar al Karai Octubre. 7 Karai Octubre (guaraní): Señor Octubre que de acuerdo con la creencia popular, se roba la abundancia cada 1 de Octubre.
4 Jagua’i (guaraní): Perrito. 5 Mbeju (guaraní): Plato tradicional paraguayo. 32
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como una joya para ella y siempre fue prohibido para mí —explicó Luis. El calor de la siesta hizo que apuraran la marcha y llegaran rápidamente hasta el sitio donde estaba el manzano. Álvaro, medio enloquecido, dijo a Luis y a sus dos ayudantes que era necesario cavar en ese lugar, debajo del árbol. Luis incrédulo y temeroso a la vez, no entendía bien la ocurrencia de su amigo, pero confiaba en su intuición. Comenzaron a cavar con cuidado cuando de repente, ante la mirada atónita de todos, irrumpía lentamente aquel secreto acéfalo del que Doña Blanca había sido testigo muda y que se había jurado a sí misma no revelar jamás; su temor más profundo emergía de las entrañas de la tierra. La noche del domingo, Álvaro estaba ayudando a Natalia a terminar su tarea de religión. Algo dentro de él había cambiado. Estaba ensimismado cuando notó algo escrito en cursiva al dorso de la hoja: Querida Natalia: Hija mía, tal vez aún no comprendas bien esos versículos, igual que tu padre, pero tené presente que a pesar de que no es bueno desobedecer ni caer en tentación, si lo hicieras alguna vez y eso trajera como consecuencia que se desenterrara alguna verdad, apostá siempre por la verdad, ese será tu mayor tesoro, incluso si perdieras el paraíso. Con cariño, Tu Abuela Acela Génesis, 3: 4-5 La serpiente dijo a la mujer: “No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos (…).”
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Sapukái Ilustrado REBECCA ROMERO CORONEL Ciudad del Este, 1987 rebecawinter21@gmail.com Participante de la escuela de escritores El Lector durante cinco años. Publicó una obra dramática en la antología Nada Convencional y artículos en la web Tereré Cast. Estudió guión de cine en el IPAC, culminando el curso con el escrito de un corto de cinco minutos, llamado: Surtidor para deseos malditos. Es miembro de un club de lectura llamado Kavichu’i. Participó del Laboratorio de Creación Literaria. Dirige el blog Narratura Salvaje, donde se debate sobre ser escritor y el movimiento literario con el objetivo de promover la lectura, la literatura y el enfoque artístico de las letras en Paraguay.
HÁGASE TU VOLUNTAD El vacío de la pena anida en mi pecho de bronce. Mi dolor no depende de huir, sino de hablar. Pero las palabras ya no son mías, lo recuerdo.
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Mis manos no son mías. Como no es mío este rostro ni ese nombre. Mis piernas, mis pies, corren, se escapan. Estas de aquí no son mías. Las confesiones que hago, no las hace mi conciencia.
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Los gritos caen en la nada. No son responsables de él ni la alegría ni la tristeza ni el
AU XIL I O.
Los gritos tampoco son míos realmente. 36
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GABRIELA LEDEZMA
Sapukái Ilustrado
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Manos de agua y hierro. Manos de que recorren un cuerpo ajeno. Recuerdos lejanos como alas blancas exilian al cuerpo espectral a una candidez ilusoria..
T ER RO R
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Lágrimas sin sal, ni de angustia o por amor. Horror descarnado y terrible, desamparado clamor de la agonía. Engullen este cuerpo que no es mío, este cuerpo que se me antoja ya no es mío. Como no son míos el canto de un pájaro, el viento o la culpa. Se afloja la existencia cuando las murallas finitas se destruyen. La muerte reclama al sufrimiento hacerse una celda en este cuerpo, despojarlo del angustioso vacío.
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La parálisis me cubre con su negrura. Hace que algo termine por
FL O RECE R
en este cuerpo. Un suspiro, un alivio, el perdón. Puedo sentirlos y esto sí... Esto sí es mío.
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UN TESTIGO ANTES DE LAS DIEZ
Voy caminando, voy caminando lo más rápido que puedo, pero ya tengo las piernas entumecidas. No hay buses, no hay autos, no hay taxis que me lleven a casa. Son las diez de la noche, debí de estar en casa hace una hora, pero la fiesta terminó mal. Yo salí por la puerta del fondo como otras diez personas, sin correr, sin hacer preguntas, sin mirar ni atrás ni a los costados. Espero que los Zavala estén bien, que no les pase nada malo, que no pase a mayores. Tengo que caminar más rápido, pero me quedo bajo un árbol, tengo que descansar estas piernas adoloridas y respirar un poco. “Buenas noches, disculpe la molestia, pero puedo pasar la noche en su casa, estoy demasiado lejos de la mía y no quiero seguir en las calles.” Sin mediar palabras cierran las puertas, cierran las ventanas. Continúo mi marcha con la misma rapidez. Escucho cómo los goznes vuelven a abrirse con parsimonia; puertas y ventanas abiertas, pero no para ayudarme. Ellos tienen miedo de mí, como yo tengo miedo de seguir en las calles. ¡Por dios, ya son las diez! ¿Por qué me tuvo que pasar esto? Se suponía que después de la fiesta todos íbamos a quedar dormidos en la casa de los Zavala para regresar mañana de día, para que todos vieran que sólo fue una fiesta de cumpleaños, la fiesta de Oscar que ya tiene trece años. Pasa tan rápido el tiempo – ¡ya son las diez! –, como que el cumpleaños sólo tuvo que ser hasta las nueve, pero es que uno pasa tan bien y ve gente que hace rato no veía y se le pasa la hora volando entre reencuentro y anécdotas y risas y lágrimas.
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Tengo que llegar a mi casa porque mamá y papá me esperan. Voy a medias trotando, a medias corriendo, hasta esconderme detrás de algo, volviéndome parte de la sombra, esperando que nadie me vea y los llame. Algunas casas, cuando escuchan que voy corriendo, cierran la puerta con fuerza – “acá no hay lugar para que se esconda un subversivo”. Ellos no ven que yo soy igual que ellos, que mañana tengo que volver a la escuela, que todavía no planché mi uniforme, que los chicos del tercero me esperan para que mañana demos la importancia de la asociación conmutativa, que me fui al cumpleaños de Óscar, mi ahijadito, y que después de mucho tiempo le vi a mi tía Mirtha que me dio una carta para mamá, que yo no hago nada malo, que yo soy igual que ellos. Pero nadie me cree, nadie me quiere abrir la puerta ni la ventana, porque ya son las diez y todavía estoy corriendo por la calle, ya a medias convertida en un alma en pena, pero todavía recordando mi nombre. Es lejos, estoy tan lejos de casa todavía. Y a veces me da la impresión de escuchar el ruido lejano de algún motor, escuchar ruedas que se dan vuelta en alguna esquina que acabo de dejar atrás, y me escondo entre las sombras y sigo mi camino con el taconeo solitario por las veredas. No hay prostitutas por las calles, no hay perros, y no está Dios. Puedo sentir cómo el aire se espesa a mi alrededor, cómo el barrio se cierra y se convierte en un laberinto del que nunca termino de salir, cuando una camioneta descomunal da vueltas en la siguiente cuadra a la que iba. Estoy tan lejos de casa y tengo tanto miedo. Me apresuro a esconderme detrás de un basurero. La camioneta frena en medio de la calle empedrada, la observo, pero Dios no está en esa cuadra; la camioneta roja da marcha atrás. Conforme se acerca puedo escuchar cómo el hierro se retuerce y gime, puedo escuchar como las personas en la cabina de atrás sollozan, sollozan con fuerza. Me paralizo ante la visión del camión. El camión rojo (peligro, veneno, no se acerque) que me habían contado debía evitar, el que se devoraba a la gente entera sin misericordia y escupía los restos de su humanidad convertidas en entidades pensativas, enclenques, sumisas y traumatizadas por el terror. Mis piernas agarrotadas no me responden. Experimento la primera muerte, la muerte de la esperanza. Seis cabezas uniformadas, una en cada asiento, me observan y en el vientre de La Parca Roja y metálica vi a toda la familia Zavala convertida en una masa informe, rojiza, negra, blanca de llanto. Ellos estaban en el segundo estadio de la muerte, la muerte de la identidad; 40
les negaron su existencia. Sollocé por su pérdida, porque eran buena gente, porque ellos eran como yo. Las seis cabezas de La Parca sonríen ante mi infortunio. Cierro tan fuerte los ojos que sólo escucho cuando alguien baja del vehículo, siento cómo me introduzco al estómago de La Parca Roja en donde todo se mezcla con el olor acre de la sangre y la sal, del silencio y el miedo. Veo a Óscar a sus trece abrazado a su mamá como lo que era, un niño. Veo a Don Zavala, llorando también como un niño, y veo a otros, cuyos rostros se desdibujan en mis recuerdos con las sombras y el tiempo. “¿Qué pasa Don Zavala?”, me escucho preguntarle. Él me mira con un ojo hinchado y amoratado, negando con la cabeza. Su esposa abraza con más fuerza a su hijo y ambos bajan la vista. Es la última vez que cruzamos una mirada; fingen no conocerme durante todo el camino. En la celda cuidan la distancia conmigo, escudados en la mortandad de los desamparados; tantos, para estar en un paupérrimo metro cuadrado. Para cuando salió el sol, ya se habían llevado a Don Zavala y a su esposa al Departamento de Investigaciones. Óscar quedó en la celda. Pedí por él. No tenía objeto continuar fingiendo que los Zavala no me conocían y que yo no les conocía. Ellos lo sabían todo, que Óscar era mi ahijado, que yo estuve en la fiesta, que era profesora en ese entonces, que mis padres vinieron por mi hasta la comisaría, que mamá se descompensó dos veces esa noche, que papá fue a la comisaria y juró no salir de allí sin llevarme, porque yo era sólo su hija, su hijita. “No, negativo, señorita”, fue la respuesta. Esa vez escuché la música que se ponía para los muertos. Experimenté la desazón como si no estuviese segura de que hubiera un mañana. La muerte de la esperanza es una muerte horrible, la muerte metafísica que el hombre puede compartir con Dios. Hay veces que el consuelo del sueño no me es concedido del todo y cuando siento que todavía estoy atrapada en el vientre de La Parca Roja, tratando de rescatar en mi memoria los rostros de esas personas que compartieron conmigo el terror, pero sus rostros son azules, clamorosos y desdibujados. O cuando siento que estoy en un abismo oscuro al que sólo Dios sabe por qué bajo en qué noches misteriosas y del cual salgo enclenque de espíritu; un amasijo de miedos y sudor frío que despierta en mitad de la incertidumbre. Es que nadie sale de su vientre rojo sin traer consigo, a la vida, un poco de pesadillas. 41
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Sapukái Ilustrado JULIO CALLIZO WEGENER 1991 juliocallizo@gmail.com
EL INFARTO DE MARTÍN (1974) #
Tumtum, tumtum. Corazón late tumtum, tumtum subversivo y terrorista tumtum, tumtum un intangible tumtum, tumtum. Lo palpitan sus oídos tuctuc, tuctuc. Lo pulsa su mente tuctuc, tuctuc. Suena en su alma tuctuc, tuctuc. El eco retumba tuctuc, tuctuc muy fuerte en las cámaras.
DOLOR
lo obstruye
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Tum tum, tuctuc Tum tuc, tuc Tumtuc Túmtu… ¡Boom! El dolor se encarna, en el corazón está ya.
#
#
MAJO SCHAERER 42
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DUERME EN TRICOLOR #
Roja la carne, blancos sus ojos, él está azul.
# Rojas las gotas de SAN G R E
que salen de su sexo, blanco el vestido, ella se siente azul. Memoria en rojo, mente en blanco y el cielo azul.
# La ventana está abierta. Leones desgarrados juegan a ser leones, desmemoriados, no recuerdan que no tienen uñas, no recuerdan que no recuerdan, no recuerdan que son leones. Pero pueden dormir.
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VEINTICUATRO A LOS VENCIDOS Quisiera crear una conciencia Que sea colectiva En las que vivan las memorias De tanta gente que sufría Lo que hoy yo desconozco Lo que hoy sangra tan hondo Ese daño irreparable. Perpetuado por la amnesia De una nación que duerme De una nación que reniega De su historia y su pasado Y repite el ciclo, lo recrea. Mujeres fueron violadas La garra guaraní desgarrada Nuestra tierra, desterrada Nuestra alma, desalmada Quisiera poner en palabras Sensaciones que no tienen nombre Historias que no fueron contadas Ni registradas por los hombres Quisiera que los corazones sean ventanas abiertas Que se pueda amar, que se pueda dormir Y que si no vencés no tengas que morir.
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TRES DÉCADAS Y MEDIA
PLAN 35 URURUHÚ8
Desarmen a las personas, a los valientes, a los patriotas, destartalar cuerpos, mentes y almas es la orden de la orden, hacerlo hasta que se quiebren a voz viva. Que resuene el eco de muerte y tortura disfrazado de progreso y de
Extienda los años de dictadura a treinta y cinco, 1 de cada 124 paraguayos serán afectados. Elija cien veces cinco personas y hágalas desaparecer. Detenga a 19.862, torture a 18.772, exilie a 3.470. Inicie una cacería de cien, más ocho hombres. Mujeres, niños e indígenas, inclúyalos, asesine a cincuenta y nueve.
PA Z .
Sean infelices y sépanlo, ignórenlo, ignorantes en una república trastornada en un pandemonio antidemocrático nacionalsocialista; autoritario, dictatorial, proselitista y anticomunista. Sean mudos, sean ciegos, sean sordos y sean el mejor amigo, los compramos con lo que haya, con un bien malhabido. ¡Hey! A vos te digo, o estás conmigo o no estás, en estas 3 décadas y media de progreso y de paz, si hablás, ves o escuchás, contá; si no lo hacés, te va a ir mal. ¿Rojo es tu color? ¡La caperucita roja te persigue hina! Decime con quién andás y yo... te diré si aún eres.
8 Ururuhú (guaraní): Cóndor negro 46
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Sapukái Ilustrado ALBERTO DOMÍNGUEZ Asunción Escritor Independiente adominguezservin@gmail.com
LAS PIEDRAS DEL SILENCIO
Al viejo Ariti le gustaba mirar los caballos, y para verlos iba a la cancha de carreras los domingos a la tarde. Se sentaba en una piedra que simulaba ser un banquito y se ubicaba en el lugar de salida de los caballos. No lo hacía como el resto del pueblo, que se ubicaba en el lugar de llegada para ver quién llegaba primero. Muy por el contrario, a él le gustaba ver la salida. Con su caña blanca en mano daba gritos de euforia al ver al guaino9 hacer trotar al caballo. El animal parecía entender que tenía un admirador especial a quien no le importaba el resultado de la carrera. Caballo y humano parecían entrar en conexión síquica. El caballo consentía al humano demostrando destreza: extendía el cuello hacia el cielo mientras daba pequeños saltos con las patas traseras, levantaba levemente la cola y con unos trotecitos regalaba elegancia. Ariti volvía a gritar con excitación para luego volver a beber su trago de caña blanca. Le decían “Ariti”, que es la adaptación del nombre Arístides al guaraní. Él sabía que en todo el pueblo sólo dos caballos podían ganar las carreras; uno era el caballo del comisario y el otro, el caballo del coronel. El del comisario ganaba unas carreras, pero el favorito era el del coronel. Este tenía varios caballos, pero el Zaino era el mejor. Imponía presencia, elegancia y seguridad, y solo ALANA CARRILLO
9 Guaino (guaraní): Jinete / jokei 48
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verlo caminar ya era un espectáculo que a Ariti le fascinaba. Cada vez que el Zaino se acercaba, Ariti se levantaba para observarlo de cerca y levantaba el brazo con su vaso de caña en señal de reverencia hacia su equino favorito. En el pueblo dicen que Ariti quedó rengo y loco después de que el pombero lo había empujado desde lo alto del cerro, y que cayó rodando entre las piedras y que su pequeño cuerpo quedó acurrucado entre las filosas piedras de la cantera. Unos vecinos dicen que sólo había ido a pescar al río y que a la vuelta cayó a la cantera, mientras que otros aseguran que fue a pescar con su botella de caña en el bolso, y al volver, estando borracho, tentó al pombero, y el pombero se vengó empujándolo a la cantera. También dicen que se golpeó la cabeza y por eso quedó loco. Ariti, en su borrachera y locura, contaba siempre una misma historia, y por eso dicen que el pombero le jugó, porque nunca lograba hilar una historia diferente y coherente. Hablaba de lo mismo y andaba todo el tiempo con su caña en mano. Él sólo hablaba de la cantera, no de todas las canteras del pueblo, sino de una sola, de aquella que está hacia el río; esa en la que trabajan los
P RESOS,
¿Pero qué presos?, preguntaban sus amigos y vecinos. Sólo existen unos internos en el cuartel, le respondían. Él insistía que en la cantera unos hombres castigados sacaban piedras, y que si se rehusaban, el coronel los castigaba aún más fuerte, y que además los martes y jueves venía el ministro con su camisa blanca, saco negro y corbata colorada a supervisar el castigo a esos hombres. Entre los hombres también había mujeres. Ariti además contaba que otro día, volviendo del río, pasó una vez más por la cantera y, sin querer, se acercó al muro sin que el centinela se diera cuenta. Al otro lado del gran muro de piedras se oían gritos, decía él, gritos y gemidos de dolor. Según Ariti, esos hombres de la cantera hablan de picanas eléctricas, como aquellas que se usan con las vacas, y que les meten alambres bajo las uñas y un cable dentro del pene. Tienen llagas en la piel, llagas con pus y sangre; llagas por las que les persiguen esas feroces moscas verdes, moscas con las que han tenido que aprender a convivir. No tienen remedios para esas heridas, dicen, pero, aunque duelan las heridas del cuerpo, las heridas del alma son las peores. Algunos aseguran de que allá lejos, en Asunción, hay una pileta, una pileta en el que se zambullen a la madrugada mientras el sonido de la polka 50
desgarra los tímpanos; esa pileta que luego queda con un olor nauseabundo, un olor que hace que se te revuelvan las tripas, porque queda llena de sangre, orín, mierda y un poco de lágrimas. La fuerte música trata de tapar los gritos y llantos, los pedidos de auxilio, los llamados a la madre. Son flacos esos hombres, cuenta Ariti, esos hombres de la cantera son desnutridos porque se les ve las costillas y se les saltan los ojos. Ellos no comen bien, sigue contando él. Dicen que allí, al otro lado del gran muro de piedra, también ha nacido un bebé, una niña ha nacido, pero no cuentan mucho de ella.
HI S T O R I A
Ante la terrible contada por Ariti, la gente del pueblo quedó escandalizada, pensando que Ariti, aparte de ser empujado por el pombero, además quedó poseído por algún espíritu maligno, razón por la que fueron a interceder por él ante el sacerdote del lugar. El sacerdote dijo, a su vez: vayamos con el obispo ya que es una cuestión espiritual y probablemente necesitemos de siete bautismos. Al oír esto, el pobre Ariti entró en trance y comenzó a repetir la frase: con el obispo no, con el obispo no, y llorando amargamente repetía, con el obispo no, con el obispo no. Entonces, Ariti salió rengueando, caminando lento, pero seguido, hasta alcanzar el bosque, y por el bosque se dirigió al río, y desde entonces sólo a veces se lo ve caminar en su andar rengo, dirigiéndose al almacén en busca de caña. La gente recuerda al verlo que a él le jugó el pombero y que además está poseído, por eso habla incoherencias. Aquel domingo fue especial. A la tarde se lo vio una vez más en una de las cabeceras de la cancha de carreras, admirando caballos, admirando al Zaino, admirando al Zaino del coronel sentado una vez más en la misma piedra de siempre con su vaso de caña en mano; sentado solo, hablando solo, porque a él nadie le hacía caso, hablando de esas historias sin sentido, para la gente del pueblo. Y ese pueblo, una vez más, se llenó de asombro cuando apareció el coronel. Bajó de su camioneta y se dirigió hacia los caballos, caminaba lento. El ala de su sombrero le cubría la mitad del rostro, le cubría los ojos. Caminaba lento, vestido de particular, pues era domingo, y aún vestido de particular llevaba puestas botas militares. En la cintura colgaba del cinto una cartuchera con una pistola adentro, de la que sólo se lograba ver la culata. La parte descubierta brillaba tan fuerte a la luz del sol que, aún sin estar desenfundada, el solo brillo 51
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de la pistola ya impresionaba a todos. Al dirigirse hacia los animales, pasó lentamente frente a Ariti, y al verlo, Ariti comenzó a temblar. Temblaba, temblaba y temblaba, hasta que en un momento perdió el control de sí mismo y los presentes lo vieron orinar en sus propios pantalones, que de por sí ya estaban sucios, pero a esa suciedad se le agregaría además el olor a su propio orín. El obispo no, el obispo no, repetía en voz baja, mientras seguía mirando al coronel con ojos llenos de y por su rostro corrían unas gotas de lágrimas. Entonces se levantó de la piedra que le servía de asiento y con rabia tiró su vaso de caña contra la misma piedra, y rengueando, rengueando lento ante la mirada silenciosa de la gente del pueblo, se dirigió hacia el bosque, se perdió en el bosque hacia el río. Y ya en la noche, ya de noche, tras la puesta del sol, unas mujeres acordaron rezar un santo rosario pidiendo una intercesión por su alma. En su nombre rociaron agua bendita al aire y humearon pindo karai10 esperando así que el espíritu, que según ellos lo tenía poseído, pudiera dejarlo en paz y que Ariti dejara de repetir esas historias que a nadie agradaban.
ESPAN TO
Desde aquella tarde sólo a veces aparece por el pueblo y en su delirio repite en voz baja, el obispo no, el obispo no, el coronel no, el coronel no.
10 Pindo Karai (guaraní): palma bendecida 52
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Sapukái Ilustrado MÍA LUJÁN DUARTE QUINTANA (TUSITALA) Asunción, 2004 noeliaquintana1214@gmail.com
Realizó sus estudios primarios en el Colegio Teresiano, en el Colegio Perpetuo Socorro, y en San Alfonso de la congregación Redentorista. Actualmente está cursando el 7mo. grado en el Colegio Presidente Franco. Desde los 10 años colabora con la Página Escolar del diario Última Hora con sus cuentos o su poesía. Participó de talleres literarios dictados por la escritora Renée Ferrer, Presidenta de la Academia de La Lengua Española, y del Laboratorio de Creación Literaria. Ha publicado cuentos en la antología de Creación Literaria de la Manzana de la Rivera. En el mes de octubre del 2016 recibió una mención especial por su cuento “Libertad” en el Concurso Literario “Dr. Jorge Ritter” de Coomecipar.
TORMENTO DEL ALMA
Oculta en mi oscura prisión, en mi alma, sólo para el llanto hay lugar. Mis tristes pensamientos se asemejan a una memoria de recuerdos que no se desvanecen, y el tiempo, en esta profunda soledad, veo correr. Los días son los mismos para mi conciencia, trágicos y pintados de negro, sin diferencia. En el techo, sin embargo, hay un hueco que muestra una suave luz. Con asombro la veo, la siento, mi alma entera empieza a arder al soñar con ver el cielo otra vez. Pero ellos, los malvados opresores, no me dejan contemplarla, ya que les molesta que en mis ojos renazca cierta esperanza… Cuando la fría noche cubre el cielo con su oscuro paño de seda, la levedad de mi sueño es atormentada por macabras palabras cercanas que anuncian tortura y dolor. Siento a la muerte pasear en las
C E LDA S .
BELÉN CARRILLO 54
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A veces me mira y se ríe de mí, sabe que puedo ser su futura y eterna compañera. No puedo evitar sollozar al pensar en mi propia desgracia y en la de aquellos a los que las Moiras escogerán para cortar su hilo de vida.
— Llamen a los familiares — dice una alta figura, vestida de negro.
Nos condenaron al fuego infernal sin haber pecado. De seguro ya perdí la razón. No veo más que sombras desangrándose. Es ostensible mi dolor, deja profundas marcas. Creo que quiero acabarlos, que sepan lo que siento, pero que no se enteren de lo que pienso, de esos oscuros
¿Ya hay mucha sangre en sus manos? Sí, las hay, y no se las puede lavar, algún día las verá y el terror lo sacudirá de pies a cabeza.
A NH E LOS .
¿Qué es ese sonido desesperado?, ¿qué interrumpe mis pensamientos?, ¿qué es? Ah, no es una gran novedad en la prisión, el Mal ya se ha despertado, la tortura empieza otra vez…
Grito… Látigo… Grito aullante.
Las pesadillas, niebla de los sueños, son reales. La crueldad del ser humano es una de ellas y la más creíble… Látigo… Sangre.
Ha llegado la hora del terror, reina el miedo, ya lo decían las cadenas.
En esta pesadilla, la muerte es el único deseo del torturado. Le tiemblan hasta los huesos; el tormento es del alma.
No recuerdo haber visto su rostro ni una vez desde que me trajeron aquí. En su voz todo es indiferencia y
C RUE LDAD
— Les doy un tiempo máximo de dos horas para que esto desaparezca de aquí El sonido del fin rompe el silencio. Suena el teléfono en una modesta casa de un barrio del que ya no quiero acordarme. — Hola —dice una voz fina de mujer al otro lado del teléfono. — Buenas noches, señora —le contesta el policía— tenemos una sorpresa para usted. Uno de esos policías siente el filo de mi mirada, se vuelve sobre sus pasos y camina hasta mi celda. Trato de esconderme entre las caras de las sombras para que no me vea, pero, ¿qué caso tiene? Sabe que estoy aquí, que no he ido a ninguna parte. — ¡Oye, tú! —me dice el policía, mirándome a través de las rejas de sus ojos— ¿¡qué estás esperando!? Eres tú quien sigue.
De sus ensangrentados labios brotan gemidos agónicos y salvajes gritos que parecen inaudibles para la desgracia impuesta por el opresor que se esconde detrás de mil sombras, inéditas e irreconocibles, oscuras y claras como las fases de la luna. ¡Oh, cuánta sangre! ¡Dios mío! ¿Cuándo va a terminar esto?... La voz del tormento surge en el averno, dice que no terminará, no terminará… ¡Sí!... No terminará… —Hum… Rebelde ovejita, dime, ¿hace cuánto tiempo has sido torturada?, ¿una, dos semanas, o más? Ah, no me mires así. ¿Sabes algo? Tú te lo buscaste. ¡Deja de gritar! ¡Admítelo, ni tu eco te responde! —Ahhhhhh… Algo se escucha en realidad. Resuena entre las oscuras paredes el fiero canto de la muerte, ya lo había visto venir. La víctima, el desdichado torturado, convulsiona silenciosamente en el suelo. Con los ojos llenos de lágrimas lo veo morir. Después de un tiempo deja de temblar y en el desamparo de su negra mirada se refleja el vacío. 56
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Sapukái Ilustrado VERÓNICA V.R.D Pilar, 1992 veroncandrea@gmail.com
ATRAPASUEÑOS Inspirada en la canción de Rubén Blades, “Desapariciones” Ernestina, tendida en la cama y cubierta por el velo onírico de su mente, relaja y cierra sus ojos mientras respira suavemente y se aproxima hacia un árbol de yvyrapytâ11, alrededor de un sonido libre y sin fecha de vencimiento se acercan hasta ella, una multitud de exuberantes mariposas que aletean sus elegantes alas a toda prisa y se posan sobre el viejo y frondoso árbol hasta el punto en que unifican sus voces en un insondable eco de fuerzas sordas y fatales que llegan hasta el lugar, y se funden en el alboroto y el silencio. Las voladoras ubicadas en línea recta tratan de comunicarse con ella. Ahí, en cada ala de mariposa, donde se corporizan, como sombras, los rostros de los desaparecidos que hablan sin pausa y con un ensordecedor de silencio.
GRITO
Ernestina no comprende las palabras precisas y no aguanta escuchar tantas voces hablando, al mismo tiempo que exclama fuertemente: E _ ¡Bastaaaaaaaa! ¿Dónde los encuentro? D: _ ¡ENTRE FLORES, en tus sueños, en tu memoria! E: _ ¿Por qué es que se desaparecen? D: _ Porque no todos somos iguales E: _ ¿Cómo se le habla a los desaparecidos? D: _ Con la emoción apretando por dentro12.
Enredada entre sábanas que cubren de finita claridad la almohada donde descansan los sueños que, actúan como custodios y buscan hilos en la memoria del sobreviviente que habita el presente y se nutre de la libertad de los recuerdos cada vez que los trae el pensamiento. Ernestina se levanta de la cama y abre las cortinas de la ventana para ver la luz del sol y las mariposas volar. 11 Yvyrapytâ (guaraní): Nombre de un árbol nativo 12 Diálogo extraído de la canción “Desapariciones” del álbum Buscando América (1984) del compositor Rubén Blades 58
CAMILA GARRIDO VERÓNICA V.R.D. 59
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SUEÑOS
RESURRECCIÓN
No apagues la luz. No cortes nuestras almas. No cortes nuestras alas. Latimos en el corazón de tu memoria, colgados de una red, de una línea del tiempo.
Sus ojos ya no miran igual, otra forma, otro color. Aguarda justicia por la resurrección de su alma. Y sus ojos quieren VER.
PRESO
ESCONDITE
¿Por qué no vuelven si ya ha terminado? Piletas vacías, calabozos tumbados. Tal vez no han vuelto, tal vez no han regresado porque quedaron en la memoria de un oficial retirado.
Sonríe el viento al ser encontrado. Donde nace una nueva flor exhala soles de
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E PE R ANZA.
Brota el viento, viento por el zenit succiona oxígeno, se nutre del néctar de las flores y vuela mariposa.
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VENDA DESATADA ¿Qué es una venda en los ojos? ¿Para qué sirve? ¿Sirve realmente? ¿Por qué permito las vendas? La realidad que me pintaron, no era completa. No entiendo, no hice daño En la oscuridad me niego a estar. Desato el nudo de la ceguera y la luz vuelve a entrar.
SILENCIO ¿Dónde está el autor? En el inconsciente colectivo. ¿Dónde está su reflejo? En el peso de su
C ULPA
¿Cuál es el tiempo que nos toca vivir?
PRESENTE ¿Dónde están los desaparecidos? Tal vez volando o en el fondo del río bajo trincheras detrás de alambrados, se fundan las armas de los combatientes donde ponemos los pies.
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SAITÉ 1999 vcamiarcondo99@hotmail.com
POEMA #1 Miradas caen sobre cada kurusu13 rebelde, miradas le llueven a cada kurusu, miradas truenan, miradas se encienden. Toda mirada que recuerda llora y llamea por los cielos otra alma sin nombre confundiéndose entre vientos cálidos, otro verano paraguayo con
MEMO RIA helada, cruel y sabia.
MARCELO IBARRA
13 Kurusu (Guaraní): Cruz 64
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POEMA #2 Imaginé a la tierra conversando con ella misma de todo lo que ha ocultado, y en un silbido muy largo sólo se dijo: Cual sea que sea la superación de lo acontecido, nunca jamás la llamaremos
“O LV ID O” .
POEMA #4 Oh, bella criatura justiciera, te enlazan y se entrecruzan en el camino de la
LUC HA
tuya las mariposas. Alma sembrada en mi tierra, ¿cómo te devuelvo un beso patrio?
POEMA #3 Cada soplo de viento es un déjà vu, una bandera de recuerdos que fantasmas militantes echan a rondar por debajo tomándose de sus brazos aireados, refrescando sobre nuestras democráticas pelucas el déjà sentì de sus memorias.
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SELENA VÁZQUEZ 1996 selenavazquezm@gmail.com
HAGIOGRAFÍA Un golpe anestésico, una nación sangrante. Tanto suplicio en vano para ver que una nación abrace el pensamiento miserable de que antes se vivía mejor. “Paz y progreso” País enfermo, podrido,
CEN SU RAD O
Desaparecidos, torturados, perseguidos y exiliados. Un futuro robado, una familia en suspenso. Un dolor entre tantos, una voz silenciada. Un pasado difuminado, una patria torturada. La revolución como única esperanza, como única acción honorable. Y ante ello el desprecio de un presente sin memoria, que abandona su historia y amordaza su tormento.
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GABRIELA LEDEZMA
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TESTIMONIO ENTERRADO EN ALGUNA FOSA COMÚN Ya estaba cansada. No hicieron falta drogas de la verdad, someterme al dolor estuvo de más. Sabían que estaba cansada, sabían que era
I N O CEN TE El dolor ya no dolía, no latía la carne lacerada.
Esperaba sólo un cierre del telón... Volvía otro golpe, uno más, luego agua, luego latigazos, luego esas manos, ahí, metiéndose con brutal rabia en mi dignidad, en lo que alguna vez llamé inocencia.
Estaba cansada, espero que lo entiendas. No hacía falta tanto daño, no hacía falta tanto odio. No hacía falta tanto abandono de parte de los compatriotas de un futuro al que no tuve acceso. Tuviste paz y seguridad a costa de muchas muertes. Si tus oídos visitan las fosas comunes, tal vez las almas sin nombre que aún esperan te cuenten. Qué tuvieron que pasar, cuánto hubo que soportar, mientras dormías con tus ventanas abiertas. Sangre, dolor, muerte. Todo esto por el bien del partido, todo esto por la paz y el progreso. Pero... ¿Qué paz? ¿Qué progreso?
Luego él, o cualquiera... Yo sólo pensé diferente. Promover un cambio es tildado como
T RAICI Ó N y cuesta caro.
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(LA NIÑA DE LOS OJOS MARRONES) Asuncion,1980 kristykardozo@yahoo.com
LÁGRIMAS El silencio se apodera del cuarto de doña Hilaria y sus ojos de un celeste profundo se confunden con el cielo. Se dirige lentamente a la ventana que implora su regreso. Cierra los ojos por unos minutos, las lágrimas corren frágiles y el respiro es lento. 4:00 AM, comisaría central de Caazapá. Pablo Dávalos es arrastrado hasta una carreta envuelto en una lona oscura, llevado por sus torturadores, un tal Rigoberto, alias Macaco14, y Justiniano, alias Mbopi15. Se dirigen hacia el monte cerca del Ykua Bolaños16 , bien alejado del pueblo. Durante el trayecto los hombres discuten quién le dará el tiro de gracia. Justiniano alias Mbopi está en contra de matarlo, pero Rigoberto insiste en que si lo dejan a salvo, será riesgoso para ellos dos. Mejor lo liquidamos, recalca alias Macaco. Pablo Dávalos, con el cuerpo enteramente golpeado y aún lucido, escuchaba la enérgica discusión de sus verdugos. Al llegar a un punto elevado, le bajan y le retiran la lona que cubría su cuerpo entero. Fue el único momento en el que Pablo Dávalos pudo tomar aliento y suplicar por su vida. Por favor no me maten; yo les juro que no volveré por estos lugares, ustedes no serán acusados de nada, por favor, che hermano, no me maten. La voz de Pablo se entrecortaba más por la emoción que por el miedo, produciendo una tenue en los dos hombres, quienes decidieron no matarlo, pero su final estaba echado a su suerte.
CO MPASIÓ N
14 Macaco (portugués): Mono 15 Mbopi (guaraní): Murciélago 16 Ykua Bolaños (guaraní): Manantial. El mismo lleva el apellido de Fray Luis de Bolaños, misionero franciscano que según la leyenda hizo brotar agua del ese sitio de forma milagrosa. 72
LILY ORUÉ 73
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Lo dejaron atado a un árbol de poco follaje. La intención de los hombres era inmovilizarlo completamente, también lo amordazaron, tenía la ropa pegada al cuerpo por efectos de la sangre, y algunas heridas abiertas, era la más pura pintura expresionista en ese momento. Mbopi y Macaco se marcharon del lugar condenando a Pablo Dávalos a las mínimas probabilidades de sobrevivencia, pero lo más llamativo, no lo mataron.
IDENTIDAD
Tres días después, con marcas de ñati’ũ17, avispas y algunas moscas sobrevolando el cuerpo hinchado de Pablo Dávalos, llamó la atención de un lugareño que abría senderos por el monte con su machete, aún respiraba, y su boca seca partida por las horas de intenso sol horrorizó al buen hombre. Lo salvó… después de días de curaciones y atenciones necesarias, pero en anonimato.
Ha perdido sus orejas pues hoy ya no puede escuchar ni siquiera un silbido a lo lejos una polca o unas botas
Pablo Dávalos se restableció, llevaba en su cuerpo cicatrices imborrables, pero por sobre todo recordaba que la suerte iba de la mano de una promesa: no volver por esos lugares. Abandonó la humilde casa de su salvador. Fueron semanas, o tal vez meses, porque Pablo llevaba una barba larga, estaba delgado y con apariencia de agricultor.
Su alma vive en zozobra le cuesta los gritos amigos apartar cuando el alba se apunta la pileta le toca lavar.
E SPELUZ N AN T E. . .
Se fue al sur, se casó, tuvo familia. Se dedicó a cultivar el campo y nunca más mostró su cara por Caazapá, ni trató de llamar la atención de la gente del lugar donde vivía. Durante 20 años le escribía a su madre, simulando en las cartas ser un amigo de la familia. Le escribía algunos relatos para dar a entender su nueva vida. Cuando cayó la dictadura, aquel joven estudiante de medicina volvió a su casa. En el corredor jere19 le esperaba su madre, la de los grandes y profundos ojos, pero que ya no veían la luz, marcó su ceguera la añoranza y la tristeza… fue a causa de tanto llorar. Es la tarde del domingo 5 de febrero de 1989, 03:50 PM. Es la noticia de último momento. Luana está parada frente al televisor, algunas lágrimas marcan su inocente desconcierto. Abraza a su madre, tiene cinco años, no entiende lo que pasa, sólo llora cuando el presidente se sube en un avión rumbo a su exilio.
M I LI TAR .
Su cabeza emite juicios ligeros sin maldad para razonar ojalá que en esta noche silenciosa no les tenga que abandonar. Su cuerpo ya no está en la celda la cobardía policial pudo matar, tu soledad de noches inmensas bajo un árbol de pomelo fueron a quedar. Su historia, su búsqueda, su hallazgo saltan las ventanas que quisieron tapar tu nombre como el de otros valiente… pronto se sabrá.
17 Ñati’ũ (guaraní): Mosquito 18 Corredor jere (guaraní): Galería que rodea una casa 19 Corredor jere (guaraní): Galería que rodea una casa 74
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LUNA FRÍA Las paredes de color gris mal revocadas guardan el silencio de noches torturadas el miedo viste a cualquiera de sus huéspedes el olor desagradable tiñe las madrugadas qué húmedo está el piso de tantas lágrimas el corazón se agita cuando la puerta de salida ve dibujada Oh espejo que miras desde arriba, tú en las noches… mi única esperanza Luna fría… ¿tienes frío? el alma vive amenazada Se manifiesta el hambre en todas las miradas se traga la saliva cuando no hay nada, las fuerzas se desvanecen en una cama imaginaria llueve la desesperación en las mejillas golpeadas ya no cabe en el pecho tanto dolor envuelto en patadas terciopelo rojo que bañas el cuerpo entero gota a gota … se agota el aliento y en esas noches inmensas la esperanza se deposita en aquella luna grande, solitaria … que siempre me acompaña.
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Sapukái Ilustrado CHARLES DA PONTE Asunción, 1973 dapontedigital@gmail.com
Se inició como ilustrador en la revista de arte Los Cronopios (2000). Fue ilustrador y parte del equipo editorial del semanario cultural El Yacaré (2001/2006). La antología de cuentos cortos Anales urbanos (2007) incluyó ilustraciones suyas y un texto de su autoría, “Cosas de la vida” (luego adaptado al teatro y presentado en la obra Topus Urbanos del 2010). Logró el segundo premio en el Concurso de cuentos “Dr. Jorge Ritter” (2008), categoría adultos; una mención en el concurso de cuentos cortos en castellano del Premio Cabildo (2008); tercera mención en el premio “Elena Ammatuna” de cuentos cortos (2013) y primer puesto en el concurso de cuentos cortos en castellano del Premio Cabildo (2013). Formó parte de la antología de cuentos Nueva narrativa paraguaya de la Editorial Arandurã (2013).
INSOMNIO Despierto sin dolor. Es como un sueño amable. Está oscuro y huele a raíces, a lluvias pasadas, a tiempo, a hogar: huele a tierra. Hay un cuerpo de mujer: mi madre. Hay otro hombre, mi padre. Huele a bori-bori20, a sudor, a pisos mojados, a crema de afeitar. Hay, aún, otro cuerpo de mujer, el cuerpo de mujer, el cuerpo de la mujer, mi patria verdadera. Huele como nada que hubiera olido antes ni después, algo parecido al mar. Huele a mi sudor mezclado con el infinito. Hay, aún, otra patria: aquella con la que soñaba. O con la que quería creer que soñaba. Un sueño seco, duro y áspero. Como ladrillos sueltos. Un sueño a construir. Un sueño dispuesto a derrumbarse sobre uno como un alud de espanto. Hay otros como yo. Los sospecho, les sonrío. Somos ciegos, pero allí estamos. Huele a cigarrillos baratos, a libros viejos, a cerveza, a noches sorpresivamente serias, huele a temor y a ficciones hermosas. Somos. O fuimos. Somos, sin embargo, los ciegos cuchicheando sobre Marco Polo y otros caminos y otros países, un mundo interminable. FRANCISCO ARMOA
20 Bori-bori (guaraní): Plato típico paraguayo 78
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Y ciudades invisibles. Hay, aún, otra patria más. Y otros más. Huele a whisky importado, a made in USA, a billetes enmohecidos en un rincón olvidado, a orina de animales rabiosos, a piel envejecida y vicios jóvenes, a encierro, a goma y a metal.
E NCIERR O,
P ESA D I LLA
Despierto sobresaltado. Es la que ha derribado espantosamente las puertas del sueño y planta sus botas en lo real. Está oscuro y no huele. No huele a nada. Pero, ¡cómo duele! Si lo pensara, si me dejaran pensarlo, quizás olería como un ramo de flores marchitas azotadas contra un muro, o como un bosque devastado con sierras, o como una casa abandonada y desvalijada e invadida por las ratas. Pero no hay espacio. ¡Cuánto duele! Hay una sucesión de sombras. Hay figuras bastardas y embrutecidas. Pero estoy solo en el dolor. Huele a mi sudor, a mis excrementos, a mi propia sangre. Y hay dolor. Y otras sombras. Huele a intimidad despanzurrada y desparramada. Y dolor. Me rodean perros sin cabeza. Truenos y relámpagos. Nadie me reconoce y no conozco a nadie. Soy la más secreta sepultura. Hay idas y venidas, inmersión y emersión. Pero sólo noches, sin compensación. Y dolor. Como bloques de hormigón. Un mal sueño de varios pisos con habitaciones de lujo y lugares VIP para presenciar el dolor. Hay carreteras recorridas por camionetas monstruosas y pañoletas sonrientes manchadas de sangre. Y mucho dust in the wind. Cucharas de plata riding a white horse. Y pipas de plástico quemando crack. Y estrellas blancas que configuran la constelación del horror. Y dolor. Como una historia que nunca acaba porque nunca empieza porque se repite.
Llevo eternidades con los ojos abiertos. En la espera. En las cuarenta semanas. En los cuarenta días. Pero no hay espacio. No hay tiempo. Sólo noches. Sin embargo, despierto. Una vez y otra más. Como si atravesara capas y capas de olvido. Hasta llegar. Como si atravesara tantas y tantas capas de olvido. Hasta llegar aquí. Y por fin cerrar los ojos. Y hablar. Y hablarte.
Despierto sin dolor. Es como un sueño amable. Está oscuro y huele a raíces, a lluvias pasadas, a tiempo, a hogar: huele a tierra. Su profundo me acuna y me acepta. Somos. O fuimos. Despierto sobresaltado. Es la pesadilla que ha derribado espantosamente las puertas del sueño y planta sus botas en lo real. Está oscuro y no huele. Y hay dolor. El dolor me envuelve y aprieta. Una y otra vez. Despierto una y otra vez. Sin caer jamás dormido.
ABRAZ O
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Sapukái Ilustrado ALICIA RAMÍREZ 1986 ali.ramirez86@gmail.com
Acumulo historias sin saberlo, historias que me pero es grande la curiosidad. Hay muchas preguntas no contestadas, hay hasta mentiras que no cierran, pero las verdades siguen latiendo, siguen sangrando, se encuentran huesos de la verdad. Eso que se enterró huele a fresco.
OCULTARON,
Yo sé que el pueblo ya lo sabe, todavía sigue el miedo, pero todo va en camino. Si nos robaron a nuestros padres, madres e hijos y hasta ahora ellos disfrutan de tierras malhabidas con olor a los nuestros. El pueblo ya lo sabe, de a poco va perdiendo el miedo, aunque nos oculten la verdad, sabemos. Ya los vamos a encontrar, y ese día nos reiremos con la misma sonrisa, con el alma reconstruida, con las fuerzas de ese universo que conspira a nuestro favor. Algunas cenizas ya forman parte de esta tierra. La verdadera justicia no prostituida viene en busca del
T IRAN O. Tampoco se olvidó que mataron I LU S I O N E S ,
sangraron esperanzas, esa justicia verdadera vio a las miradas a las que les tiraron tierra y a los sueños ahogados en esa bañera. También dijo que las lágrimas no terminan aún, y que seguiremos cavando hasta encontrar el último corazón para nuestra memoria histórica, porque el pueblo ya lo sabe.
CLAUDIA BURGUETE 82
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Sapukái Ilustrado DIEGO AYALA 1990 diegoav.py@gmail.com
INTERROGATORIO ¿Qué es la poesía ante tanta muerte dolor desaparición forzada? ¿Cuánto tardará en florecer el mañana que los nombre? ¿Cuánto tardará la poesía en hacer justicia? ¿Qué es la
P O ES Í A
ante tanta angustia persecución tortura? ¿Serán aquellos huesos sembrados en la funesta huerta los frutos que liberarán los pájaros al vuelo? ¿Qué es la poesía ante tanta noche profunda silenciada? ¿Le crecerán ramas como brazos? ¿Se agigantará ante el viento de la adversidad? ¿Brindará su sombra liberadora fraterna? ¿Será la poesía el pan que alimente una familia pobre ante la ausencia? ¿Nacerá la poesía del vientre de una mujer en la celda?
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IGNACIO ORTIZ
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LA HUERTA DEL GENERAL Acaso una lámpara robusta en medio de la déspota noche acaso un arcoiris taciturno entre una tormenta y otra a la espera acaso un fugaz incendio en una conciencia o un silencio bien pronunciado. De las entrañas del abismo brotará la poesía será su voz más grave que todos los silencios crecerá ella dará frutos hará justicia.
El hallazgo la había conmocionado, suspiró sobresaltada para tornarse pensativa casi de inmediato. El susto le resecó la garganta, las manos le temblaban y un sudor frío le recorría la frente. Soltó sus herramientas para secarse la cara con el dorso de la mano, por fin entonces pudo pronunciar una palabra, como un quejido imperceptible incluso para ella. Como pudo se reincorporó, se sacudió las rodillas y la falda, volvió a dejar en el lugar el fruto que extrajo de la huerta y tomó el cráneo con ambas manos mirándolo detenidamente mientras limpiaba de manera meticulosa la tierra de la cavidad ocular, lo guardó en la bolsa de arpillera y comenzó a caminar fijándose primero en el ocaso del sol y luego a sus costados, cuidándose de que nadie la haya estado mirando. Caminó unos doscientos metros o más, hasta detenerse cerca de un añoso Yvyra Hû21. Entonces, con las mismas herramientas que antes, volvió a cavar la tierra, primero lentamente y con firmeza, luego nerviosa, hasta quedar por fin satisfecha con la profundidad. Sacó de nuevo y con cuidado de la bolsa de arpillera el cráneo, y lo depositó despacio, con temor a estropearlo, en el fondo del pozo recién cavado. Al terminar de taparlo se percató de que ya estaba cayendo la noche y con el mismo terror que sintió al momento del hallazgo, se marchó con dirección a su casa, fingiendo cierta tranquilidad aunque en realidad el miedo la gobernara. 21 Yvyra Hû (guaraní): Árbol nativo
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Quedó callada y pensativa durante varias horas. Recordó que había oído en su barrio, en el bañado Tacumbú, que en esa extensa propiedad de la Guardia de Seguridad se enterraban los cuerpos de los detenidos y desaparecidos, de los “contreras” del Gobierno, y había oído también que era mejor no hablar de eso. Este detalle la incomodaba, pero no dejaba que la preocupación trasluciera. Días después doña Cándida supo a través de un soldado que el coronel la andaba buscando. Fueron momentos angustiantes. Temía el motivo por el que era requerida, sin embargo trataba simplemente de no pensar en eso. Se había ganado la confianza del coronel gracias a algunos favores que le había hecho, principalmente el haberle presentado a su ahijada Inocencia, a cambio este le dejaba recoger de la huerta todos los frutos y hortalizas que quisiera. Karai22 Juan, como le conocía ella, era un hombre recio y por tanto temido, aunque con doña Cándida solía mostrar un lado particularmente amable, como el barro seco y tieso al ablandarse con la lluvia. Antes de salir de su casa, se santiguó y se encomendó a los santos que reposaban en la mesita junto a su cama. Al ingresar al despacho del coronel este la recibió como de costumbre y le explicó que la requería para encargarle algunos pequeños trabajos que consistían en retirar residuos plásticos, le ordenó a los soldados que le mostraran de dónde debía recogerlos y antes de que se fuera, casi en voz baja y cómplice, le preguntó acerca de su ahijada, haciéndole un guiño mientras se rascaba la barbilla. Enseguida, le volvió a ofrecer que extrajera de la huerta los frutos y hortalizas que quiera y le indicó que los mejores suelen estar escondidos, cubiertos por yuyos y tierra. La huerta era, además del pasatiempo del coronel, una fuente de alimentación para todos en la Guardia. Pero pocas personas y solo de su entera confianza podían acercarse. El propio coronel solía encargarse de su cuidado durante algunas horas al día. Y en algunas de las visitas, el mismo general Stroessner solía caminar por los alrededores y de vez en cuando, se detenía y mandaba recoger las mejores frutas. Por eso el coronel solía decir en tono de advertencia que no se acercaran a la huerta del general.
22 Karai (guaraní): Señor / Don 88
Doña Cándida volvió luego con sus herramientas y su bolsa de arpillera, pensando en cosechar algunas frutas y hortalizas que le servirían para el alimento de sus cinco hijos. Mientras cavaba y recogía los frutos pensaba en las penurias que pasaba para llenar una olla de puchero, en las dificultades para la crianza de sus hijos, y en el infeliz del marido que le abandonó por otra mujer. En eso estaba cuando su herramienta se topó con algo sólido y de hueca sonoridad. Otra vez, el temor y la le iban acelerando el pulso, cercándola en una sensación aterradora, en un descubrimiento que sabía le podría traer problemas.
I NC E RT I D UM BR E
Llegó a su casa presurosa. Por horas trató de borrar de su mente esos hallazgos. Sentía en el pecho la angustia de esas muertes, pensaba en las causas y en lo que solía escuchar sobre el general Stroessner y su séquito. Por varias noches le costó conciliar el sueño. Imágenes extrañas se colaban en sus pesadillas y la hacían despertar bruscamente. Recurrentemente visualizaba en sus sueños esos cráneos, que se reincorporaban a sus cuerpos y la rodeaban pidiéndole ayuda en forma desesperada; la tomaban del brazo y le rogaban que los liberara. Tratando de desenredarse de esas perturbaciones, doña Cándida, semanas después, volvió a la Guardia. Se adentró cautelosa hasta llegar a unos metros del yvyra hũ, y bajo la tenue luz de la luna cavó hasta dar de nuevo con los dos cráneos. Segura de sus movimientos, los guardó en la bolsa de arpillera y se encaminó de regreso a su casa, arrastrando la pena, pero superando aquel terror inicial. Al llegar a su casa se sintió por fin absuelta y pudo suspirar hondo. Sacó los cráneos de la bolsa de arpillera y los limpió meticulosamente. Se dijo para sí que ambos volvían a tener nombres y los liberaba, santiguándose una y otra vez. Sin embargo, por temor, no supo hacer otra cosa más que dejarlos en su casa y luego motivada por sus creencias, optó por dejarlos en la mesita de sus santos, para tenerlos como kurundu o abogados protectores. Como pudo sostuvo ese secreto desde entonces. Todos los días antes de salir de su casa se encomendaba a sus protectores. Siempre que pudo trató de evitar pasar por la Guardia de Seguridad, pero cada tanto el coronel la hacía llamar para pedirle nuevos favores. 89
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Varios meses después de los hallazgos, cuando regresaba a su casa, doña Cándida se encontró con un alboroto en los alrededores. Sus vecinos la miraban acusadores, alejándose de ella ante sus preguntas e incluso insultándole. Extrañada y confundida entró a su casa y no halló nada raro en principio, hasta que se fijó en la mesita y no encontró los cráneos. Entonces supo que sus hijos, en medio de sus juegos, habían tomado los cráneos y los usaron para asustar a sus amigos del barrio, ante la mirada atónita de los vecinos. Esto fue lo que desató las conjeturas y pesar de sus intentos de explicar y justificar la presencia de los cráneos no tardó en caer sobre ella la acusación de payesera23. Y como era corriente que ocurriera, por medio de los 24 la situación no tardó en llegar a la policía y a los
P YRAG ÜE oídos del coronel.
Esa noche un vehículo militar se detuvo frente a su casa, doña Cándida estaba intranquila y pensativa sin poder conciliar el sueño, no oyó ruidos ni tampoco le conmovió el excesivo silencio. Alrededor de seis efectivos irrumpieron su casa y la arrastraron a la fuerza propinándole golpes en el estómago y arrancándole la ropa con violencia. Pidió auxilio a gritos con el aire que le quedaba, mientras la noche se cerraba inexorable con el ruido de las puertas y el motor del camión alejándose.
23 Payesera (del guaraní paje): Hechicera o bruja, según la creencia popular del Paraguay y regiones limítrofes 24 Pyragüe (guaraní): soplón, espía 90
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Sapukái Ilustrado EDU BARRETO 1978 amolofalso@gmail.com
Participó en las publicaciones Cuando maduran los signos (2008), poemario del Taller Literario de la UNIBE, Aposíntesis (2015), la Revista El Guajhú No. 7 (2016), y en el festival Poetas por KM2 (2014) del SalaZar. Su cuento “Ramón/Zulema” forma parte de Lascivia Textual, antología de cuentos eróticos lanzada por Revista Y en 2014. Poemas suyos fueron incluidos en Poesía Paraguaya Contemporánea (2016) de la revista digital Círculo de Poesía.
EL MASAJISTA Las torturas son como fueron, aunque la tierra ha menguado y diríase que todo sucede a la vuelta de la esquina. Wislawa Szymborska Su espalda había quedado como nueva luego de las tres sesiones con el masajista moreno de las manos firmes, firmes como los penes de los otros con quienes compartió sala y cuerpo, luego de la camilla. Al salir del sauna25 fue inevitable el comentario sobre el nuevo masajista, mientras los amantes espontáneos se vestían, para ocupar en la calle, el lugar de simples coincidencias entre camisas y pantalones. Desde adolescente, a Raúl le interesaron dos cosas: escribir y los hombres. En cuadernos improvisados iba narrando su día, los posibles nombres de chicos con quienes tener besos y sexo, y la historia de su abuela, quien lo crió pasando mañanas y siestas bajo el guayabo. Luego de enterrarla, abandonó todo aquello para viajar a la capital, buscando estudiar algo que canalice su
PA SIÓN
por seguir escribiendo. DANA ALMIRÓN
25 En la jerga gay asuncena se masculiniza el sustantivo sauna 92
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Conoció su primer sauna gracias a un colega periodista y desde ese momento, sus visitas para conocer hombres que podían rozarse en pequeñas habitaciones se hicieron habituales. La rutina era sagrada: ducha, sauna, masaje y luego sexo de a dos, de a tres, para hacer llevaderos el desarraigo y una ciudad que acababa de despertar de años de dictadura.
profesional recorrieron las nalgas del periodista absorto por esa fuerza no sentida antes, pero deseada. Primero el dedo medio, luego el índice en el agujero, con movimientos circulares y la voz del masajista susurrando a su oído: — Todos ko seguimos siendo sospechosos y más ustedes que vienen y usan nuestros servicios.
Primero el cuello, luego los hombros para bajar por la espalda, frenarse por la toalla y continuar por muslos, pantorrillas y pies. Raúl entregó el cuerpo al masajista de las manos firmes, luego de que coincidieran por primera vez en el turno de viernes por la noche. Pensó lo vulnerable que uno queda al estar de espaldas y dejar que otras manos busquen zonas blandas, duras, y cada yema interrogue a huesos en alto relieve. En la primera sesión no pudo sacarle ninguna palabra, y como buen periodista que creía ser, sintió un consuelo ante la respuesta de cuál era su nombre: Roque.
Raúl no entendió la ruptura de su rutina, pero fue tarde cuando quiso cuestionar al masajista; estaba teniendo la erección más intensa de la semana.
El calor del diciembre del 92 azotaba a los transeúntes que caminaban rápido por temor a la de décadas, al igual
P ERSECU SI Ó N
que los habitúes del sauna. El estigma del 108 permanecía aun latente y había que seguir disfrutando como se podía del amor entre muchachos, aunque sea casual y pagado, entre aceites y vapores. Roque se mostró conversador después de la quinta sesión donde encontró la espalda de Raúl más contracturada que de costumbre. Fueron días de intensa cobertura periodística sobre el descubrimiento de los archivos de la Dictadura, conocidos más tarde como el del Terror, en la zona de Lambaré. Raúl no acostumbraba a hablar de trabajo en su templo del placer, pero esa vez el tirón con fotos de desaparecidos y fichas de torturas le sacaron los filtros.
— Vos tenés suerte de no haber caído — continuó Roque mientras sujetaba por los brazos a Raúl y lo penetraba por primera vez. — Sos igualito que el resto… ¡puto y seguro —mientras le mordía la oreja y lo penetraba con mayor intensidad. — ¡Aceptá que te gusta, porque quietito te quedás! En la Comisaría no había estas comodidades, pero igual le daba pija a tus amiguitos — continuaba el masajista con un tono de rabia contenida, mientras penetraba una y otra vez a un Raúl inmovilizado que apenas cniguió mover la cara para respirar.
C O M UNI S TA!
Las horas fueron siglos y luego un veloz momento. El administrador del sauna despertó a Raúl, avisándole que cerraban el spa clandestino. Todo el trayecto de regreso a casa fue un trance. Al llegar, se desnudó ante el espejo para ver su cuerpo, mapa rojo insoportable donde las caras de muchas víctimas en cada rasguño, en cada moretón aparecieron como accidentes geográficos de dolor.
— Algo de eso escuché — respondió Roque, con tono neutro, ante la crónica de su masajeado que lentamente iba quedando dormido. Toneladas de biblioratos, papeles y pequeñas fotos iban reemplazando el olor a jazmines de la pequeña habitación. Un seco: — Esa gente se lo buscó — interrumpió el sueño de Raúl, que con un impulso giró extrañado, para ver la cara de su masajista que justificaba la violencia de años contenida en esos archivos. Se encontró con un rostro duro y de mirada perdida. Roque volvió a colocarlo de espaldas y con más violencia empezó a masajearlo, esta vez retirándole la toalla con rapidez y metiendo sus manos en zonas antes no exploradas. Los dedos hábiles del 94
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ESO Me quedé dormido y dejé la ventana abierta. Cuando amaneció lo encontré todo hecho trizas. De a poco, esa maraña de todo y nada a la vez, empezó a compactarse para mostrarse como eso, algo, cosa o como mejor podía vérselo de este lado de la percepción. ¿Pieza, parte, todo? ¿Algo nuevo? No se sabía muy bien, pero por lo menos podía asírselo, se dejaba, se acomodaba, se excitaba si se lo tocaba. Intenté presionarlo con los dedos y cambió de color repentinamente. Lo pateé un poco y expidió un aroma a calabozo. Tragué saliva, que es lo único que atiné a hacer en ese lapso en donde eso, materia repentina hallada en inhóspito paraje, se comportaba como una pupa a punto de ebullición. Me armé de coraje y lo tomé. Intentó escaparse, pero no pudo ni diluirse, ni evaporarse. Todos los cambios de la materia le quedaban escasos. Lo miré por todas partes y fui presa de él, me sujetó, creció… me envolvió. Sólo desperté sintiendo entre mis manos un sector de su existencia corpórea, que curiosamente tenía forma de barrote, y era eso: barrote al sur, al oeste, al este, en las esquinas, arriba, abajo, izquierda, derecha. Ya había olvidado de lo aburrida que es esta jaula.
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Sapukái Ilustrado GISELLE CAPUTO 1986 gisellecaputov@gmail.com
MANOS No es extraño que un par de manos atadas se arañen entre ellas, o que se busquen en la oscuridad, a diestras y siniestras, como queriendo contenerse mutuamente, que se aprieten y se entrelacen como guardando el grito, como triturando entre sus palmas la trampa del destino, como estrangulando la flor roja de donde emergen los golpes, las ratas mordisqueras, la electricidad acuática, el
AHO G AMIE N TO
no es extraño que estas manos soporten unidas un último peso y se alivianen, se dejen ir, moradas y silenciosas aún bajo tierra entonces no sería raro que se busquen de nuevo
ASFI XI ADAS o frías
y se pongan en actitud de oración como clamando algo de justicia, como esperando con ojos que no duermen que se abra por fin arriba un agujero para mirar hacia el blanco y tibio
C I E LO. SERGIA ACOSTA
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Sapukái Ilustrado IRMA OVIEDO 1985 irmalorenita@gmail.com
LA MELODÍA EN LA OSCURIDAD
El espacio esa noche era frío, oscuro, solitario, errante y vago como si fuera el preámbulo de la entrada al infierno. Me sentía solo y con miedo. Eran las 01:13 de la madrugada, me perdí en mis pensamientos por culpa del insomnio. Tic tac tic tac tic tac retumbaban eternamente las manecillas del reloj y las horas colapsaron en la alborada. Jamás olvidaré ese día, reventaron la puerta a patadas. Entraron con el poder que ostentaban en aquel fatídico 4 de noviembre de 1980. Los minutos me atraparon, un me avisó que ya no había salida. El reloj a cuerdas ubicado encima de la cómoda me alertó que el día había llegado.
PA LP I TA R
Fátima González, mi mujer, no pudo sostener el llanto. El miedo se apoderó de ella y guiada por su instinto maternal corrió hacia la cuna de Juancito; nuestro hijo. Ella gritó, suplicó, fue testigo de cómo me secuestraban. Del pánico, no pude ni moverme de la cama, entraron tan rápido que me llevaron de los pies y los brazos, a rastras, y en ropa interior. Directo al matadero. ¡Qué destino más fatal!, pensé. No había salida, pero ya cumplí mi misión, me resigné. Mientras me arrastraban, sentía como mi piel quedaba impregnada en las piedras del jardín, la vereda y la arena. Me resistí, grité, pero los golpes me detuvieron. Me tiraron adentro de un vehículo de color rojo, lúgubre e infernal. En medio de la oscuridad vi como los policías armados y otros de civiles llevaron a cabo el operativo en la fresca mañana. Me esposaron y siguieron golpeán100
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MARCOS GONZÁLEZ
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Sapukái Ilustrado dome en el rostro, mis partes íntimas y en mis manos hasta llevarme a mi morada final. El dolor no era nada comparado a lo que me deparaba el destino. ¡Mierda!, susurré en voz baja mientras mil imágenes de recuerdos surcaban mi mente, una y otra vez. Mi familia, mi hijo, mi mujer, mi papá, toda mi vida. Obvio, me pillaron, me dije y sonreí levemente, para no llorar de miedo. Mi mayor error, entre los miles, fue ayudar a huir a aquellos torturados sobrevivientes, internados en el Hospital Rigoberto Caballero. Ellos, los guerreros, que más bien eran como zombies, muertos en vida, tras pasar por las manos de los más grandes torturadores de esta República, manchada de sangre y terror. Nunca supe el nombre de aquel hombre al que ayudé a ser libre. Usé el mismo plan en todos los casos. Tras mi recorrido para ver a los enfermos me tocaba, como siempre, sacar la basura. Entonces, aquella caja de dos metros por un metro con rueditas era el arma para el escape perfecto. Iban escondidos entre las basuras patológicas que acostumbro llevar hasta la caja de residuos, ubicada a varias cuadras de Mariscal López. Una vez allí, eran libres. Sólo me di cuenta ese día que sentí toda la carga eléctrica recorrer mi cuerpo. Era el famoso Feliciano Morales, una de las mentes que intentó asesinar a Alfredo Stroessner, el tirano. Grande fue mi pecado, pero la satisfacción recorría mis venas. — ¿Dónde se fue? ¿Cómo le ayudaste a escapar? ¡Confesa carajo, Manuel! — me gritaban los rostros enardecidos de rabia, ira y mientras hundían mi cara en la tina llena de sangre y heces, roja de rabia. Aquella tina en la que falleció antes de mi turno un hombre joven de como treinta años de edad. Su cuerpo aún yacía en la misma pieza.
S A D I S M O,
Mientras me torturaban trababa de reconocer a la anterior víctima, pero mientras más la miraba, me daba miedo; sabía que ese también era mi destino, mis respuestas no le convencían: ¡No sé! Y entonces se venía la eterna tortura, me descargaban electricidad que recorría todo mi cuerpo. Sin pudor, sin lástima. La picana era el inframundo. Y cuando no les bastaba hundían clavos debajo de mis uñas. ¡Dios, qué dolor!
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Prefería la muerte ante tanto horror, pero no siempre había más. Esta vez la picana bajaba a mi entrepierna y en una sola descarga era la muerte en vida. Los gritos me dejaban mudo. El dolor era terrible. En más de una ocasión la oscuridad se hizo mi escape. Tras el desmayo se daban por vencidos, pero sólo por horas. Siempre volvían. Era un devenir eterno. Nunca volví a ver el sol. La oscuridad era mi amiga, a veces vislumbraba los cuerpos o creía ver los rostros de las otras personas que ocupaban el mismo espacio. Un lugar frío, tal vez cuadrado o rectangular de unos tres o cuatro metros, tal vez más. Cabían más de 20 almas, como sardinas, en aquel recóndito infierno con olor a mierda, sangre y olvido. Era imposible hablar o entablar conversación, nos destrozaban el rostro con los golpes, los ojos se hinchaban, la boca y hasta la lengua. Era imposible hilar una frase. Sólo nos conocíamos a través del dolor. En mi primera semana, o tal vez en las siguientes, perdí el recuento, fui testigo de cómo tiraban los cuerpos mutilados tras la tortura en aquella celda. Nada podíamos hacer. La desesperanza era el pan de cada día, no había
E S C APE .
No importaba la hora, día, noche o madrugada. Siempre había tiempo para una tortura más. Una vez que encendían la radio era el inicio del terror. Los torturadores elegían sus víctimas al azar y con la música a todo volumen ayudaban a tapar los gritos del terror cuando empezaba la carnicería. Yo esperaba que no me eligieran, mi cuerpo estaba frágil y mi alma desesperanzada. Mientras de fondo sonaba la melodía, se escuchaban los pasos firmes acercarse a la puerta. “Peteĩ panambi hũ che kotýpe ou oike ha amañamívo hese tesay mante osyry.
“Una mariposa negra en mi sala entró a posar Al mirarle, lágrimas eché a correr Porque no hay bosques, charco de agua ni arena Pareciera que llegó aquí a acompañarme con mi tristeza.
Si ndaipóri ka’aguy yno’õ ni yvyku’i ñaimo’ánteva ojupi vy’a’y’ omoirũ haguã. 103
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Panambi hũ rejuva’ekue: che retã ha che irunguéra ahechase. Panambi hũ, Tupã rymba hi’ãitépa oñondive ñasê jaha”
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Mariposa negra que viniste: mi país y mis compatriotas quiero ver. Mariposa negra, creación de Dios ojalá juntos podamos volar26”
El ritmo de Óscar Safuán de fondo persistía, hasta que de repente abrieron de golpe la celda. El terror se apoderó de todos. Y fue así el principio del fin. Me eligieron y supe que era mi fatal desenlace.
26 Traducción: Verónica Rodríguez. auna 104
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Sapukái Ilustrado JOHANA ORIHUELA 1992 joguiori@gmail.com
ANTE TU VENTANA Permisos Cédula Agujas Auto Rojo Estado Antes se dormía con las ventanas abiertas Pozos Uniformes Músicas Metales Voces Antes se dormía con las ventanas abiertas Grito a tu comodidad Grito a tu egoísmo Grito a tu ceguera Grito a tus oídos que hay desaparecidos
RAMÓN RIVEROS 106
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ME DICEN En esa época se vivía bien Pero si la policía estaba en todos lados En esa época se vivía bien Pero si ni mi cumpleaños pude festejar En esa época se vivía bien Pero si a Patricia desde que vino la patrullera frente a su casa no se le ve más En esa época se vivía bien Pero me ataron las manos porque me decían que no escribía bien Seguí no más Porque están saliendo a la luz Desde el suelo Sus nombres Porque en esa época no se vivía bien
PASADO PISADO Donde ahora crecen los pastos Hubo botas Donde ahora el sol alumbra en plenitud Hubo noches de cuerpos fríos Donde ahora ese gorrión baja para observar el campo Hubo tiros Donde ahora se escucha el viento Hubo gritos de desesperación Por eso quizás siempre han querido Sacando palabras de los libros Dando miedo para no hablar de lo que se sabe Cambiando de colores los uniformes Tirando basura sobre sus fosas Pero las voces tienen ecos Que traspasan las tintas
BO R R AR
Los tiempos Las pieles Los sueños
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POREKAVO27 A ELLA Me dirán el cómo Me mostrarán hasta dónde Pero cuando Sea el momento Lo haré sin miedo Desaparecidas
G O L P EADA S Perseguidas Presas Es que no hay olvido Ni mucho menos perdón Por eso Ante Vos Contigo Seguiremos Adelante
Heta mba’e ehendu Ha ehecha’imi kuri avei Ikatu sapy’a ekyhyje Ha’ete nde’ereseiva
Muchas cosas escuchás Y pudiste ver también Quizás de repente tenés miedo Como que no querés decir Sabés Dudás Hasta que se encuentra uno
E I K UAA
Eduda’imi Hasta que ojetopa peteĩ
Dos Hay cientos
Mokõi Ha oĩve cientos Eñandu pe sensación de inquietud Esapukáise Ere vevuimi Ere ndeve guarãnde Ehai Dictadura
Querés gritar Decís despacio Lo decís para vos mismo Escribís dictadura Nunca Más.
Nunca Más.
27 Porekavo (guaraní): Búsqueda 110
Sentís una sensación de inquietud
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Sapukái Ilustrado ANA ROMERO 1988 annaromero_aer@hotmail.com Contadora de profesión, y mujer compañera del arte.
LAS HISTORIETAS DEL ABUELO
De pequeño me fascinaban los superhéroes, los imaginaba como personas similares a las que conocía, pero con muchas habilidades como las de volar, lanzar rayos, volverse invisibles y otras cosas increíbles. De pequeño busqué a estas personas, porque para mí estaban entre nosotros, pero ocultas con trajes y ropa cotidiana…
Así fue como descubrí a uno, mi abuelo.
Para mí, él tenía grandes poderes, como despertarse por las mañanas y conversar con personas invisibles, o hablar cuando aún estaba dormido, o con sus superpoderosos ronquidos ahuyentar a todos los monstruos, al menos eso sentía yo… Pero lo que más me atraía eran sus marcas de guerra. En ambos tobillos tenía varias líneas de y ahuyentar a
CICAT RI C E S ,
todos los monstruos, al menos eso sentía yo… Pero lo que más me atraía eran sus marcas de guerra. En ambos tobillos tenía varias líneas de cicatrices, y algunas en los dedos y costados hasta parecían las de Jesucristo.
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HUGO GÓMEZ
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Varias veces increpé al abuelo para que me contase sus historias de cómo logró derrotar a los famosos dragones y monstruos de la noche, esos que tiraban fuegos y perseguían a las mujeres y hombres de la ciudad. Podíamos pasar horas con sus historias. Era fantástico cómo él lograba saltar murallas para evitar que el carro rojo en el que iban estos alcancen a sus presas.
VI LLA NO S
Creo que toda mi imaginación de niño se la debo al Tato, que con gran amor compartió sus aventuras hasta mi adolescencia. Luego el tiempo se volvió corto, pero su amor infinito lo llevó a convertirse en esos seres que nunca desaparecen y que los sentimos en nuestros momentos más desolados. Así fue que en una de esas tardes de soledad, cuando sentí que la vida y las confusiones de la misma me atacaban, quise refugiarme en algún recuerdo. Me acosté un rato en el cuarto del abuelo, ahora reacondicionado para las visitas. Di un suspiro. Recordé que cuando yo era niño, él sacaba del cajón de su ropero historietas, que realmente eran diarios viejos, y me decía que ahí estaban las aventuras que tuvo contra aquellos grandes monstruos. La curiosidad me atacó y quise saber de qué trataban aquellas súper aventuras del Tato. Con poca esperanza busqué en el cajón. Sin embargo, encontré un cuaderno con recortes de diarios pegados en su interior. En una de las páginas amarillentas mi corazón se paralizó. La historia era más terrorífica de lo que el abuelo me habría comentado. Databa de los años 60, y contaba cómo fueron encontrados varios jóvenes en plena intención de armar un acto ilegal de reuniones clandestinas con comunistas, pero todos fueron tomados presos para seguridad de la ciudadanía. Lo peor se me vino cuando descubrí que en la lista se encontraba su compañero de aventuras, el hermano de abuelo. Creo que el aliento se me espesó, y el corazón corrió en maratón. Desde ese momento entendí que los superhéroes existieron y yo era parte de esa liga de la
JUST I CI A.
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Sapukái Ilustrado MIGUELO MELGAREJO 1984 melgarejomarin_estudiojuridico@hotmail.com
FLORES DE PRIMAVERA Alientos tristes, lágrimas que comenzaron a mojarme, en este lugar, en donde todo el tiempo vivido vuelve a desembocar en uno, atroz en donde hoy coinciden todos. Ante estos ojos profundamente cerrados fríos, que los mira, al que hoy preguntan todos. Al dejar la calle iluminaba el sendero final la vieja cruz mayor oía niños, sus voces se mezclaban con llantos, los cantos de despedida, y el trinar de aves, que no se veían preguntando el porqué de tantas flores, de tanta gente llorando, en un día de primavera.
SARA CÁCERES 116
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Quise quedarme a responder, pero tampoco quería quedar solo. Ácidas interrogantes, preguntas colgantes y algunas penas expectantes, me rodeaban aquella tarde. Dejé llevarme por la multitud, pasos firmes, tambaleantes, cómplices, alegres. De luto gris una mujer se lamentaba a diez mil guaraníes los muertos por un poco más de dinero su esposo rezaba y oraba para todos los gustos y en cualquier credo. Sea cual sea el sexo, sea quien fuere el muerto.
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El portal quedó muy chico para tan buenos amigos, para todas las queridas y los hijos del destierro. La tierra espesa, roja, hombres
D E S C O NO C I D O S
pala a pala, puño a puño la dispersaban.
El final se acercaba flores rojas, flores blancas, me arrojaban los niños sonreían a escondidas, contenían la mirada entre blancos muslos, y negras faldas ocultaban flores azules las escondían de mi última primavera. Mano a mano las desojaban, y yo partía. Así volaba mi alma, creo que era mía, adornada de flores y colores, aquella luctuosa tarde de septiembre, y flores de primavera.
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PUKAVY28 ¿Quién eres tú recuerdo simbiótico? No te hallo en mis archivos polvorientos anaqueles de espejos sin reflejos de flores de plástico en oficinas marchitas. El efecto como hipotérmica daga, nos atraviesa el cuerpo. No eres el amor tampoco fuiste una musa, jamás serás una mufa lo sé. ¿Quién eres tú recuerdo, quien sos vos? No te acurruques a mis gritos, no me mires mientras miro. Dime sólo ¿Quién eres tú, quién sos vos? Que a latidazos limpios golpeas la puerta de este duro, y empedrado corazón la abres la cerrás la dejas
¿Quién eres tú, quién sos vos, quién? Que los truenos de la tormenta parecen recordarme, y devolver a los rincones oscuros de mi mente, luz por un instante, y en ese eterno, frágil, luminoso, y volátil segundo: el relámpago ilumina de un destello el barrio dormido, la lluvia en la alcantarilla, el caminito errante. Y por los días cuando duerme la oscuridad y se marcha el miedo, por un segundo apareces desmoronas el cimiento de mi cuerpo y queda ese espacio entre el alma y la carne herida El pukavy
D O LI E NT E en mi memoria de un cuerpo sin alma tieso en una cama desnudo, y sin vida.
EN T REAB I E RTA Te siento latir, batir en mis manos ¡ay! recuerdo
28 Pukavy (guaraní): Sonrisa 120
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Sapukái Ilustrado PATRICIA CABRERA 1990 arte.etoile@gmail.com Publicó en la antología Lascivia textual - Cuentos eróticos (2014), Kavure’i (2014), y en algunos números de la Revista El Guajhú. Fue 1era mención del 21º Concurso de cuentos del Club Centenario (2015).
SON CUATROCIENTOS VEINTITRÉS
Fuiste criatura que arrasaba amaneceres en las zonas ribereñas. Le rezabas a una cruz de Cristo decapitado, amortiguabas su caída con historias ortopédicas cuando los otros acechaban recitando en lenguas furibundas Se quiebra cada paso inundado de prisa por sobrevivir . Retrocede, haz la cuenta de nuevo, pequeño. El enterrador espera con flores en la mano, te sabe a tardanza, danza, sí El Cristo también danza, ¿por qué lo decapitaste?
FERNANDO VERDÚN 122
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Me observaba desnudo, me escuchaba cantar. Soy criatura del río que me ahoga, mi hogar me ahoga. De todas formas sigo rezando al enterrador o al Cristo decapitado. Soy pájaro de ceniza que inició su tumba cuando mamá se asomó por una ventana.
VE R DA D
Ella buscaba sandias cuando descubrió que la sonríe putrefacta. Fue madrina de dos cráneos, prendiéndoles velas para iluminar favores. Ambos sonreían cuando perseguía a mi hermano con ellos durante esas siestas de cigarras y sudor. Ellos sonríen. Sonríen ya sin máscaras mientras nos acompañan en el ritual del tuka’ekañy29. Luego vinieron las botas y las preguntas apagadas con cigarrillos sobre la piel A mamá le han callado la verdad profanando su cuerpo.
Para ellos hay verdad carnicería, verdad desaparición. Porque el miedo es política de estado y la tortura es el mecanismo de protección gubernamental. Mamá ahora tiene la mirada como la más larga de las noches. El cuerpo se adecua a la se funde con las raíces del tajy30 adopta una circunferencia propia del ouroboros31.
F O S A,
Beber la memoria
E XC AVAR LO S Recita sus nombres. Di en voz alta sus nombres cuando los identifiquen. Como un mantra, llena el espacio de tus cavidades con sus nombres. No dejes que vuelvan a desaparecer.
La violaron La orinaron La sangraron
29 Tuka’ekañy (guaraní): Juego de las escondidas 30 Tajy (guaraní): Árbol de Lapacho 31 Ouroboros (mitología): Animal serpentiforme que engulle su propia cola y que conforma, con su cuerpo, una forma circular. Simboliza el ciclo eterno de las cosas, también el esfuerzo eterno, la lucha eterna o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo. 124
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Sapukái Ilustrado SANTIAGO RIVAROLA 1994 tachipry@gmail.com
MEMORIAS DE UN DESAPARECIDO
Hace días que no veo el sol, tengo un paisaje entrecortado de un pedacito de patio, pero igual, ni siquiera me llega un rayo de sol, así que lo dibujé en mi sucia pared, lo dibujé con tu rostro, para que me abriguen en esta fría habitación. Todos los días lo mismo, sigo aquí sin lograr entender el porqué. Tu rostro se está cayendo y en el futuro el mío invade los diarios. Entre vos y el sol te escribí poesías. Con pedazos de piedra, con un fósforo perdido o con mi propia sangre intenté salvar este tan grande que sentí, pero vinieron ellos y lo borronearon.
AMO R
NO CHE
Es de y hace frío. Hace años que no veo la luna, la misma luna que ves todas las noches. No distingo el patio oscuro de mi paisaje y acá adentro tu rostro sigue cayendo con el sol. La noche es cada vez más oscura, ninguna estrella brilla hasta mí. Estoy solo, se me olvidan tus poesías y ya ni siquiera me acompañan, sólo escucho polkas y gritos mezclándose debajo de mí. Debe de ser el y no lo alcanzo a ver. Están gritando mi nombre, mi pesadilla es muy real, me vienen a buscar... sin dudas, mi amor, con la ventana abierta se duerme mejor.
INFIERNO
LETICIA ALVARENGA 126
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Sapukái Ilustrado SHIRLEY VILLALBA 1979 negra007v@gmail.com
Publicó el poemario Penumbra hembra (2005), una plaquette titulada Transparencias (2008) y el poemario Animal marcado (2015), editados por la Editorial Arandurã. Sus dos poemarios obtuvieron una mención de honor en el Premio Municipal de Literatura de Asunción, en 2006 y 2016, respectivamente. Poemas suyos fueron incluidos en las compilaciones de poesía latinoamericana Diálogos de la tierra (2008) y Poesía latinoamericana hoy: 20 países, 50 poetas (2011), y en la antología de poesía paraguaya La voz mediterránea (2008).
EL HOYO/O EL EJERCICIO DE LA MEMORIA A los desenterradores A Rogelio Un agujero de atormentada hondura, se ahonda en mis venas. Duermo en el endurecido de esa sombra.
L L AN TO TR E GUA
Desde el fondo, la fosa hace la y dibuja en mis ojos los huesos calcinados de un poema imposible.
¿Quién me saluda desde el hoyo? A la luz de las estrellas, titilan las velas. ¿Son las calaveras de la luna? ¿O es el sueño de la noche, el que esculpe en mi frente, su indecible pena? Ya no hay manos para decir la voz. Mi boca se pierde buscando la suya en la arena. Soy yo, el hijo de tantas condenas.
EXHU M A D O
Empuño una bandera sin rostro y ella desentierra mi nombre cuando en alguna lejana memoria, flamea. 128
EMMANUEL LÓPEZ GENES 129
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Sapukái Ilustrado CAMILA RECALDE 1992 madkamila@gmail.com
Publicó poemas en la antología de la Academia Literaria Kavure´i (2010) de la Facultad de Filosofía de la UNA, en la antología Generación Piknic (2016), ediciones El Guajhú, y en Poesía Paraguaya Contemporánea (2016) de la revista digital Círculo de Poesía.
LOS COLECCIONISTAS
Hacía ya algunos años que la oreja se había cansado de escuchar. Estaba harta de oírlo todo. Cuando creía que el sonido cesaba, le parecía escuchar un chirrido en una nota indescifrable. Con el tiempo, lo fue diferenciando claramente: era un tono incesante, no lo había distinguido antes precisamente por la falta de contraste con el silencio. Se trataba de la vibración de la tierra, a la cual se había referido Pitágoras: el mundo, al girar, hace un ruido que resulta imperceptible debido a su omnipresencia. Se preguntó cuál sería el sonido que emiten otros astros en movimiento, cuál sería el sonido generado por las aguas subterráneas, cuál por el hervor de la lava en el interior del planeta. Esta meditación la llevaba a desilusionarse, a perder sus esperanzas de descansar. Ya no encontraba paz en el mundo terreno. Su única esperanza se presentaba al pensar en la muerte, ese misterio que la oreja en cuestión se figuraba pacífico y silencioso.
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PAULA GLAVINICH
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Una colección es un conjunto de símbolos categorizados. Todos, en alguna etapa de nuestra vida, somos coleccionistas. Nos dedicamos a coleccionar objetos que simbolizan parte de grandes o pequeñas pasiones, las cuales, como pasiones que son, siempre guardan un toque de obsesión. En realidad, la diferenciación de ambas, deviene del carácter restrictivo de la nominalización de las cosas, sin el cual fácilmente se mezclan. Las palabras tienen el poder de crear límites, líneas que pueden diferenciar un sentimiento de otro, pero en el caso de las pasiones y las obsesiones tienen muchos aspectos en común; muchos más que diferencias. Todo puede coleccionarse: se coleccionan estampillas, balitas, libros, dibujos. Patricio Colmán coleccionaba orejas. Cuando su propia oreja veía la colección, sentía cómo se inflaban y renovaban involuntariamente sus esperanzas de descanso; la oreja de Patricio Colmán coleccionaba ansias de silencio. Veía a sus hermanas ingresar cuidadosamente en el jarrón en el que les espera la tapa hermética y finalmente, como premio después de una gran odisea, el puro. Ese anhelo se perfilaba como premio después de una gran odisea, el silencio puro. Ese anhelo se perfilaba como una posibilidad si pasara a formar parte del grupo del frasco. Aunque no sabía cuáles eran los requisitos para formar parte del grupo, estaba segura de que había un criterio muy estricto para pertenecer al selecto grupo al que le sería otorgado el premio del silencio, y se perturbaba pensando que quizás ella no tendría esa oportunidad.
SIL EN CIO
sobre todas las cosas. Patricio Colmán era víctima de su sordera, pero como las leyes del mundo se basan en dualidades, dentro suyo se debatía una guerra inaudible: la oreja luchaba constantemente contra su propio anfitrión. Una tarde, mientras Colmán revisaba su colección, ella vio una oportunidad única y, tras un esfuerzo logró desprenderse de la ca-
I NHUM ANO,
beza que habitaba saltando dentro del frasco de sus hermanas orejas, donde pudo finalmente experimentar el silencio en compañía de sus pares. El General Colmán ni siquiera notó el hecho porque no le produjo ningún dolor. Solamente después, acostado en su cama, se pasó la mano por el cuello y subió hasta las mejillas advirtiendo la ausencia de su En su lugar no había quedado un hueco ni una llaga, sino simplemente una llaneza que lo perturbaba. De pronto tuvo certeza de su ignorancia; tuvo la certeza de que había una parte suya que desconocía completamente y a la cual le había negado tanto que terminó por huir de él. Se sintió como siempre se había sentido, incompleto. De su interior emergieron gritos eléctricos, llantos y gemidos de torturados, seres que no eran esencialmente distintos a él y cuyos gritos en algún punto se confundían con sus propios gritos. Todo se puede coleccionar, pero solemos coleccionar aquello que nos recuerda a lo que instintivamente tememos perder arrebatado por el olvido. Por eso la colección del General Colmán era tan particular; él no coleccionaba recuerdos, coleccionaba olvido.
O R E J A.
La oreja pensaba en la colección con un apasionamiento obsesivo o como una obsesión apasionante. No siempre había sido así. Todo empezó a empeorar desde que él se había olvidado de cantar. Solía cantar como mínimo dos veces al día, al levantarse, y luego de tardecita, antes de dormir. Ahora ya no canta nunca y no les da tregua a esas otras voces, porque cuando uno canta, el sonido emitido viene de adentro y la vibración se apodera de todo su ser produciendo colores y proyecciones hacia espacios profundos dentro de la psiquis. Desde que dejó de cantar no era sólo el sonido del mundo exterior lo que se había acrecentado molestamente; había otras voces que emergían desde dentro. Desde el fondo de la conciencia se desprendía un hilo de melodía con interferencia y luego los gritos, los reproches, llantos de dolor y el zumbido eléctrico de la picana. A veces se oían algunas risas, que en ese contexto resultaban caricaturescas. Todo ese barullo interno no dejaba oír la voz que todos los seres llevamos dentro, aquella que nos enseña a amar a la naturaleza por 132
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Sapukái Ilustrado CARLOS BAZZANO 1975 carlosbazzano@gmail.com
Desde el año 1996 ha participado en diversas antologías paraguayas de poesía y narrativa como así también en editoriales alternativas. En el año 2008 recibe el primer premio del Concurso Nacional de Cuentos del Centro Cultural de la República El Cabildo. En el año 2014 publica el poemario Hasta ahí nomás/Descartes en conjunto con el escritor Eulo García. En el año 2015 recibe el Primer Premio del Concurso Nacional de Cuentos “Dr. Jorge Ritter”. Publica los poemarios Q.E.B.D. (Que en bar descanse) y Escombros, desde la Editorial Arandurã. También en 2015 es publicado en “Variaciones de la Voz - Una Muestra de Poesía Latinoamericana Contemporánea” de la revista Gramma, y en Chamote: Una amalgama de voces poéticas. En 2016 participa en Daqui e Dali: Antologia de poemas latino-americanos y en Guatapu: Voces poéticas de Latinoamérica. En el mismo año fue presentado su poemario Ñasaindy, con ilustraciones de Charles Da Ponte. Formó parte del semanario cultural alternativo El Yacaré del centro cultural El Otro Espacio y del colectivo de artistas Golpe a golpe, verso a verso. Actualmente coordina el Laboratorio de Creación Literaria en la ciudad de Asunción.
INFORME Unos versos fueron exiliados Pero muchos quedaron con las manos atadas Murmurados entre celda y celda Susurrados entre pileta y picana Se sabe de algunas esperanzas en calabozos Se sabe de algunas metáforas en fosas comunes Se sabe de Letanías Y maldiciones Hasta ahora se sabe de cierta atmósfera de amenaza y silencio Hasta ahora
P L EG A R I A S
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VICTORIA MÉNDEZ 135
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Como antonomasia de ciertas ataduras Algunas elipsis dan a entender que aún Que aún En los huesos
Q U EB RADO S
de sueños pisados
Y en las salas oscuras Una palabra como
T O RT U RA
conduce a la locura Al electroshock Al grito Al aullido Al miedo A la rabia A un poema que colapsa
Revienta en suspiros, y coplas duras Tan puras Escupe sangre, dientes y coplas duras, tan puras Hasta que muere Y nosotros, señor Sí, señor Lo tiramos a la basura Aquí está lo que quedó del poema, señor Sí, señor Sus palabras separadas sílaba por sílaba Ya sin métrica Ya sin rima
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Sílaba por sílaba A balazos Para siempre Para nunca más Aquí está lo que fue un libro Las hojas hechas ceniza Ceniza redimida Aquí está un viejo nuevo poema Aquí le saco la venda Aquí lo tiene Aquí le saco los ojos Pero aquí está otra vez el poema Aquí señor Contra sus ojos de orden superior Aquí está el poema Prepare usted Apunte usted Dispare usted Diga fuego Dispare usted Y aquí está el poema otra vez Otra vez Subversivo Rebelde Aquí está Como nunca Como siempre Es mi informe
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