ENCUENTRO NACIONAL DE PASTORES Y OBREROS
REGIÓN BUENOS AIRES 25 y 26 de Mayo, 2012
LA OBRA Y EL OBRERO Osvaldo Cepeda Cuando me propusieron este tema, lo asumí con gozo, ya que me entusiasma tanto la obra como los obreros. Vivimos en el terreno de la obra y convivimos con los obreros, de los cuales me siento parte. Cualquiera de nosotros puede estar en una función o en otra dentro de la obra del Señor. Podemos tener una función apostólica, profética, de evangelista, pastoral o docente. Pero definitivamente, todos somos obreros o colaboradores de Dios. He rogado al Señor poder entender el tema y luego ser capaz de transmitir lo que él quiere decirnos en estos días. Me dedicaré a recordar conceptos ya sabidos, pero que siempre nos hace bien reafirmar. Para que no se nos olviden. La mies (la obra) a la verdad es mucha, más los obreros pocos, por tanto, rogad al Señor de la mies (la obra) que envíe obreros a su mies (su obra). Lucas 10:2 Subrayo el envíe obreros a su mies (su obra), para reafirmar que la obra es de Dios y que los obreros también son de Dios; todo es de Dios. El obrar del Señor excede nuestra capacidad de comprensión. Él siempre está haciendo cosas imposibles, misteriosas, inexplicables, soberanas. En su sublimidad constantemente nos asombra. Hasta nos desconcierta. Solo lo podemos comprender cuando recibimos revelación de él o hacemos la obra en obediencia a él. Ezequiel era sacerdote. Entiendo que tenía todo ordenado en su mente. Tenía experiencia sacerdotal. Sabía cómo ministrar a Dios, conocía la ley de Dios, y entendía de ofrendas y sacrificios. Era honrado y escuchado por sus hermanos en el templo, así como todo sacerdote. Pero Dios lo llamó a un ministerio profético en el que todo cambió. Ahora estaba entre los cautivos: gente difícil de entender, amargada por el cautiverio, bajo una disciplina que no aceptaba y rebelde contra Dios. Eso representaba un llamado de Dios distinto, nunca imaginado por Ezequiel. Muy diferente del sacerdocio. El Señor lo llamó a un ministerio, a una experiencia, que nunca había vivido. A percibir cosas que nunca había visto. Comenzó a ver ruedas dentro de ruedas con ojos que se movían y se levantaban junto a seres vivientes. Porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las 1
ruedas. Eran visiones extrañas. Ezequiel las califica como revelaciones a semejanza de la gloria del Señor. El capitulo 1:28 lo describe así: Como aparece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Ésta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba. Lo que vio y escucho Ezequiel fue tremendo, desconcertante. Lo saco de una rutina de servicio sacerdotal que había llevado no sé por cuantos años. Pero todo había cambiado por las nuevas circunstancias que vivía y por la obra de Dios para ese tiempo, y no por su plan o estrategia. Creo que toda obra debería comenzar de esa manera: con el Señor hablando y nosotros postrados escuchando sin la pretensión de entender todo. El estratega es Dios, no nosotros. Como obreros de Dios tenemos que obedecer a su llamado sin adueñarnos de su obra. Nuestro deleite debe ser andar en pos de él, ya que cuando Dios quiere obrar o comenzar una obra no siempre tiene que ver con lo que nosotros estábamos pensando o haciendo. Por pura gracia, el Señor comparte con nosotros sus planes y nos llama a su mies como herramientas suyas. -Cuando iba destruir Sodoma, lo compartió con Abraham. -Cuando estaba listo para terminar con Nínive, les dio una oportunidad más, usando a Jonás. -Cuando quiso salvar al etíope, le envío a Felipe. -Cuando quiso bendecir Macedonia, le dio una visión a Pablo. A través de toda la Biblia vemos que cuando Dios quería obrar, él preparaba las estrategias, llamaba a sus obreros, les hablaba y los enviaba. La parábola de los talentos, en Mateo 25: 14-30, me ha enseñado a tener en cuenta muchas cosas. Como obreros, nuestra mayor preocupación u ocupación debería consistir en ser fieles en cuanto a reproducir lo que él nos ha confiado. -Dios nos ha dado a cada uno de nosotros distintos dones y ministerios, distinta medida de fe. Y nosotros debemos desarrollar con responsabilidad ese don o ministerio dado por el Señor. A unos le dio cinco talentos, y a otros dos, y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y luego se fue (v. 15). El Señor no nos exige más de lo que podemos, pero si exige que hagamos lo que él nos ha encomendado. (1: llamado en 1973) -Podemos decir que no todos somos iguales ni tenemos los mismos talentos, pero el Señor nos pide igual esfuerzo. A todos. -No deberíamos decir, y ni siquiera pensar: “Mi don (o gracia) es insignificante; lo mío no tiene mucho valor”, ya que tendremos que rendir cuentas por lo que el Señor ha puesto en nuestras manos, por ese talento. 2
-Debemos recordar que el Señor es implacable con los ociosos y con los pasivos. (2: llamado a las naciones). Respondiendo su Señor, le dijo: Siervo malo, y negligente, sabias que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle pues el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera, allí será el lloro y el crujir de dientes (vss. 26-30). -El Señor no nos llamó a ser guardianes de su obra o de su reino, nos llamó a extender su reino (v. 27). Dios ha establecido una ley universal para todo talento. Todo talento se desarrolla funcionando. La única manera de crecer en la gracia, don o ministerio dado por él, es usándolo. Cueste lo que costare. No somos inventores de nada. En la historia de la Iglesia encontramos que los que formaron parte de esa historia fueron los que se esforzaron y aun pagaron con sus vidas la fidelidad al llamado al ministerio dado por Dios. El plan 2020 nos anima a desarrollar nuestros dones en el lugar en el que vivimos, a algunos kilómetros de nuestra localidad. Si somos fieles en esto, el Señor nos dará mayor responsabilidad. No elijamos nosotros el lugar en el que actuar. Y mientras estemos allí pongamos toda nuestra pasión y esfuerzo. No elijamos a qué tipo de gente ministrar, prediquemos a tiempo y fuera de tiempo. Creo que debemos recordar hasta el cansancio la palabra recibida de parte de Jorge Himitian. Debemos repetirla hasta que vivamos esa espiritualidad. Vi descender desde arriba una gran tijera, e inmediatamente vi tres cuerdas gruesas y tensadas. La tijera se acerco a cada una de las cuerdas y, una tras otra, las cortó. Le pedí al Señor la interpretación. A los pocos minutos me vinieron tres palabras; familia, comodidad y materialismo. Inmediatamente también me vinieron tres versículos Lucas 14: 26, 27 y 33. Familia: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Comodidad: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Materialismo: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. Comprendí claramente que para poner en marcha la propuesta de plantar iglesias debemos estar dispuestos a cortar esas tres ataduras en nuestras vidas. (Esta fue la visión que Jorge nos compartió). 3
Cada vez respeto más a los obreros que piensan y viven de esta manera. Hace dos años, quizá un poco más, estando en Europa fui invitado a participar de una reunión de consolación a cinco familias misioneras recién expulsadas de Marruecos (nunca había participado de algo así). La reunión se realizó en Málaga. Eran matrimonios de México, Guatemala, EE. UU. y Argentina. Las edades de sus hijos oscilaban entre la niñez y la adolescencia. Todos los matrimonios eran medianamente jóvenes. Entre esos matrimonios, uno había sido enviado por nosotros, por lo cual fui invitado. Accedí a la invitación y los escuche con atención. Ellos comentaban la odisea vivida antes de ser expulsados, la forma en que fueron perseguidos, y cómo fueron tratados (“como delincuentes”, nos decían). Mientras la esposa de nuestro misionero lloraba, señalando que en esos dos años solo habían podido llevar una persona al Señor, me daba vergüenza volver a Argentina con las manos vacías. Me arrime a ella, rogando por una palabra que la consolara, y el Señor me dio esto: No llores, hija mía. Yo estoy satisfecho con el trabajo de ustedes. Es cierto que en este momento tienes las manos vacías. Yo los envíe con las manos llenas de las semillas de mi reino, y vaciaron sus manos, sembrándolas allí. Ahora los llamo al descanso y llenaré otra vez sus manos para vaciarlas en otro terreno. Recibe paz en tu corazón. Levanta tus manos en alabanza y adoración. Mientras, te volveré a llenar. Luego me entere que esa palabra les sirvió de consolación a todos esos preciosos obreros. Nuestros misioneros regresaron y estuvieron un año aquí. El Señor llenó sus manos otra vez y ahora están trabajando con musulmanes en Europa, a la espera de poder entrar a Libia. Otros que fueron expulsados, entran y salen a escondidas, exponiéndose y arriesgando su libertad y sus propias vidas. Debemos estar orgullosos de que esos obreros sean de nuestra familia de iglesias y parte de nuestro ministerio. No digo sus nombres por razones de seguridad, pero la mayoría los conocen. Admiro a los obreros del Antiguo y Nuevo Testamento. Si queremos inspirarnos, leamos Hebreos 11. En Filipenses 1: 12 y 13 dice Pablo: Quiero que sepáis hermanos, que las cosas que me han sucedido han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos han cobrado ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor. En Colosenses 4: 18, les dice: Acordaos de mis prisiones. La gracia sea con vosotros. Pablo hablaba con autoridad espiritual, respaldado por la Palabra y por la obra realizada. La obra en Filipo comenzó con grandes dificultades y prisiones. A los colosenses les habla de resultados positivos obtenidos en sus prisiones. Recordemos la predicación a Onésimo y sus resultados. Onésimo había huido de Colosas siendo esclavo, conoció a Pablo en la prisión. Escuchó la Palabra, se entregó al Señor, y volvió redimido y convertido en un discípulo de Cristo.
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Queridos obreros del Señor, animémonos unos a otros en este desafío común. Redoblemos nuestros esfuerzos para PLANTAR UNA COMUNIDAD DE DISCÍPULOS EN CADA LOCALIDAD DEL PAÍS.
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