En barcelona aĂşn hay gente como tĂş
en “Hay una fiesta en la Vall d’Hebron, siempre suena la misma canción”, “Aquí entre perdió, se juventud tu y atrás muy quedó infancia tu ciudad, Barcelona ya canción y canción”, “La calle está forrada en terciopelo azul, en Barcelona al no hay nadie como tú”. Todos estos estribillos resonaban en nuestras cabezas eran plantear la jornada de MP7 del 9 de abril de 2010 en el CCCB. Esas imágenes quecomo rastros de carmín de una tradición pop, rock and roll y punk de la que por daban recuerdos dispersos y frases sueltas. Una tradición de espejos rotos a los grandes golpes de efecto con los que se supone que esta ciudad se consagra la idea de progreso, de las Olimpiadas a los grandes festivales. Con la humilde esceintención de lanzar flechas y colocar espejos, quisimos poner en un mismo nario a bandas de diferentes generaciones de nuestra ciudad, organizar algunas charlas sobre las escenas y los escenarios, homenajear a nuestro mejor cronista, caer pasar algunas imágenes y celebrar todo ello sin vocación exhaustiva y sin en la nostalgia ni perder el enfoque crítico. Como recuerdo de aquella tarde, preparamos este fanzine que es el testimonio directo de 27 personas que viven Todos y vivieron su relación con la música de sus barrios de una forma intensa. una ellos describen algún momento especial para ellos, así que el fanzine es como esta Pasar vidas. sus de momentos peores, o mejores, los de Tiempo del Cápsula página es abrir esa caja. Invisible Culture y Our Favourite Club.
Francisco Casavella
(Barcelona, 1963-2008)
Novelista y cuentacuentos. Los elegidos (panorama SELECTO del rocanrol barcelonés) 1. Melodrama o la ironía Según el acreditado diccionario enciclopédico Espasa-Calpe, el término “melodrama”, en su composición etimológica, está formado por los significados equivalentes en castellano a: “canto con acompañamiento de música” y “tragedia”; pienso en los fundadores del grupo y en su ilusión al bautizarlo con ese nombre. Si lo hubieran sabido hubieran buscado un poco más, fue premonitorio. Melodrama comienza su andadura por esos mundos de Dios hará unos siete años. La primera fotografía que recuerdo de ellos, ilustrando un sórdido comentario de la inauguración de la Orquídea en la revista Star, los presentaba ante mis ojos como cinco tipos que, en un alarde de dificultad estética, combinaban sabiamente en la más “clara línea” Art-Capone con el no menos famoso look “barba para todos que aquí pago yo”. Pronto se integran como grupo acompañante de Jaume Sisa y un futuro prometedor se abre ante ellos... En todo ese tiempo dos singles y una canción de LP colectivo. No es moco de pavo, no. Las canciones de este grupo se basan fundamentalmente en un fino humorismo, humorismo elegante basado en un discreto, en el buen sentido de la palabra, gusto por la comicidad. La elegancia en el vestir (“Desde que me viste con chirucas”), la soledad del individuo (“Comiendo pan”) o las ciencias ocultas y el amor (“Magia negra”) son algunos de sus temas preferidos; todo ello envuelto en un sonido instrumental de lo mejor y en la insuperable voz y no menos alabable presencia escénica de Dionís Olivé. Esperemos que en un futuro no muy lejano, a ser posible antes de su jubilación, Melodrama pueda ver recompensados tantos años de
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sufrimientos e incomprensión y el éxito les sonría por fin. (Me maravillo, he podido escribir medio folio sobre Melodrama sin mencionar a los Kinks.) 2.Los Burros o la rapidez No, precisamente la rapidez en conquistar la fama qué va. Los Burros (antes Rápidos, ahora más lentos como buenos burros) vuelven a aparecerse ante mí como otro de los ingredientes necesarios para llegar arriba. Su LP Rebuznos de amor es una de las mejores producciones españolas del año, muy por encima de nachas-pop, dinaramas y grupos asturianos varios. Además, poseen el aliciente de una puesta en escena loca y entretenida que proporciona momentos de grata diversión a chicos y grandes (generalmente en número no superior a la docena). 3.Claustrofobia o la emoción Cuenta Nik Cohn en su ‘Awopbopaloobop Alopbamboom’, refiriéndose a Eddie Cochran y a Pete Townsend, que captan como por arte de magia la mentalidad ‘teenager’ metiéndose de lleno en sus depresiones e inseguridades. Si a esto le sumamos unas canciones de perfecta factura estaremos, a buen seguro, ante grandes autores de música pop. Creo que Pedro Burruezo, compositor de Claustrofobia, es, siguiendo la fórmula del Sr. Cohn, un gran autor pop. Los adolescentes de sus piezas no son el teddy playero que patalea porque papá no le deja las llaves de la ranchera, ni el mod anfentamínico, propio de la sociedad segura de sí misma económicamente. Los personajes que pueblan el repertorio del trío, no confundir con Los 3 Sudamericanos, son reflejos caricariturizados por el lado dramático del adolescente de los 80, cínico, pero conformista y abúlico, sin una conciencia clara de futuro del que no espera grandes satisfacciones, burlado en las caídas de su propia ensoñación juvenil o parodiado en la exaltación de paraísos artificiales. Es una canción protesta (sí, sí, protesta) que no se dedica a
francisco Casavella, dj ragnampiza y gil scot t-heron. año 84, primera entrevista en españa ©Paco Canalla
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berrear porque los mayores no entienden, o a reclamar el Estatut, o a criticar a un Estado al que ignoran: una canción protesta en un mundo de sintetizadores y cajas de ritmo. Además de tener una mirada crítica en sus textos, aunque también poética, no lo olvidemos, Claustrofobia recupera un concepto que se olvida con frecuencia en los últimos tiempos y que es tan imprescindible en el rocanrol para mí como lo puedan ser unas palmas para Miguel “ahógate” Ríos, no estoy hablando de otra cosa, señoras y señores, que de la canción, de saber hacer canciones: piezas que tengan un principio y un final, que tengan sentido solamente si son tocadas por un piano, una guitarra o por una gran orquesta, composiciones que no se vean sujetas al falso virtuosismo de mucho dedo y poco seso o falta de ideas y técnicas propias del esnob barato, en definitiva, una arquitectura de la canción que sea capaz de integrar todas las ideas tanto instrumentales como vocales que puedan llegar a imaginarse. Estoy hablando, de nuevo les exhorto, ¡oh! señoras y señores, de maravillas como ‘Rock&Roll’ de la Velvet Underground, ‘Editions of you’ de Roxy Music, ‘The Frozen Ones’ de Ultravox, ‘Dead or Alive’ de John Cale o ‘Roadrunner’ de los Modern Lovers; estoy hablando de pop, estoy hablando de música de nuestro tiempo y estoy hablando, casi les olvido, de Claustrofobia. 4.Ultratruita, aburrimiento en la ciudad Si a alguien, alguien listo con preferencia, le preguntáramos qué es necesario para que un grupo sea reconocido a cualquier nivel, él, tras unos acertados segundos de reflexión y con una abierta sonrisa nos contestaría: -Chico, es fácil:
a) un líder con carisma;
b) unos buenos instrumentistas;
c) unas buenas canciones.
-Muy razonable -contestaríamos nosotros-, pero dime... ¿Y Ultratruita?
Sí, ¿y Ultratruita? Un grupo con un líder que ya había tenido la experiencia de un grupo con single, Basura, y alguna canción grabada, como ‘Hot Panotxa’, en recopilaciones; buenos instrumentistas (uno de ellos, Boris, el saxo, el mejor de España en su estilo), canciones como una de su último single, “Tarde de domingo”, que es una preciosidad...y casi nada. Casi todo enteradillo les conoce (“¡Ah!, sí...Ultratruita”), pero desde que empezaron un buen día, ya lejano, con aquel repertorio vertiginoso (que para los curiosones, diré, incluía una versión irreconocible de la veraniega ‘A Mallorca voy’ de Luis Aguilé), aún hoy, no han recibido el reconocimiento de un LP (que se va convirtiendo en un fin y no en un medio, como tendría que ser) ni de un público mayoritario. 5. U.A., la intensidad Durante 1980, se dio a conocer en Madrid un trío formado por dos señores y una señorita -tampoco son Los 3 Sudamericanos esta vezque recibieron justos elogios por parte de la crítica establecida
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francisco y amigos
como un espléndido nuevo grupo. Un single de brillante concepto, donde destacaba la sin par ‘Cantante de ópera’, vio la luz en el mercado. A partir de entonces, ni crítica, ni casas discográficas, ni gacetillas, ni tertulias varias nos volvieron a dar razón de esta formación que parecía relegada a los voluminosos anaqueles del olvido... Pues bien, al cuarto año resucitaron, por obra y gracia de su líder. Raimundo M. Luengo, y tras una extraña variación geográfica Madrid-Barcelona, U.A. han reaparecido en nuestra ciudad. Raimundo ha empleado estos años de silencio en realizar colaboraciones con otras bandas de la Ciudad Condal y alrededores (Klamm, Terminal) y consolidar la estructura de unas canciones que pronto van a producir sorpresas en el medio. Moviéndose como pez en el agua en una vanguardia que tiene bien asimilada y que no le es en absoluto ajena -Eno-Byrne, Urban Verbs-, U.A. produce unos temas con una doble vertiente en la que podemos encontrar, por un lado, la suficiente belleza para poder escucharlos por lo que son, los elementos necesarios para que todo oído exigente pueda descubrir sensaciones de tipo intelectual. La mejor voz del pop español, la de Raimundo, no nos puede engañar. Hasta aquí llega esta breve panorámica de lo mejor que se hace actualmente en Barcelona. Fuera de comentario han quedado nombres que parecen lo suficientemente reconocibles (v.g.: Loquillo y los Trogloditas o Distrito V) como para pensar que hablar de ellos, hablar bien, no sería más que echar miel sobre hojuelas en las críticas a su prometedora carrera. Por otra parte, puedo señalar y señalo que otras formaciones jamás aparecerán en una crónica positiva del pop en la ciudad de Barcelona y que nombres como Dios (si Él existiera no permitiría cosas como eso), Orgullo de España (vergüenza de Barcelona), Metacrilato de no-sé-qué (los peores Residents en una conceptualización de lo idiota) y otras bandas que recordar no quiero, se dedican a eliminar las buenas intenciones que uno pueda tener al verlos a base de unas canciones inexistentes, un dominio nulo de sus instrumentos y unas ganas de “epatar”, que por “epatar” no “epatan” a nadie. Sirva el título de este artículo como homenaje a una banda que durante años llevó el pesado lastre de ser lo mejor y menos conocido de la ciudad, me estoy refiriendo a Liquid Car, el grupo de Jaume Quadreny, que no ha podido estar en esta selección por una razón bien sencilla: la falta de aplausos acabó con su vida profesional. Va para ellos. Extraído de:‘Elevación, elegancia y entusiasmo’. Artículos y Ensayos (1984 - 2008). Francisco Casavella. Prólogo de Jordi Costa. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
vella francisco Casa rato CELEBRA su primer cont por “el triunfo” 5
Daniel Granados Guitarrista de Tarántula e ideólogo de Producciones Doradas. JODER AROUND Y EL NACIMIENTO DE LA MOSCA HUMANA Año 1993 o 1994. Tendría yo unos 13 o 14 años durante aquella fiesta mayor de Sant Joan Despí. Venía de agujerear mi lóbulo auricular izquierdo en la joyería Nieves, perforadora oficial de jóvenes inquietos en esa villa situada en la ribera del Llobregat. Recuerdo que, como suele pasar con este tipo de cosas, me agujereé a la par con un amigo -diría que con Joël (Crepúsculo)-. Tras la perforación, fui hacia el chiringuito que el PSUC montaba cada año en la feria -donde a menudo me tocaba cortar bollitos de pan o preparar la morcilla y demás sustancias grasientas para la hora del consumo en familia-. Al llegar al recinto, me encontré con un escenario de madera podrida pintada de gris que me recordaba a las fiestas de fin de curso de mi recién abandonado colegio. El grupo que tocaba esa noche se llamaba JODER AROUND, de los que solo conocía al guitarrista, también militante del PSUC y antiguo monitor-macarra nuestro. A las 21h empezaron la actuación sin prueba de sonido previa. Mientras iban enchufándose -uno a uno y de la forma más desastrosa y ruidista que te puedas imaginar-, el cantante se arrancó con un largo prólogo monologuista. Tras un rato de escucha, salí de detrás de la barra del chiringuito cautivado con su disertación sobre la pequeña nube de moscas y mosquitos que merodeaba su futura calva de cantante -a quien más tarde me presentaron como Vincent Leone (entonces con un ligero pero visible tupé en la sesera)-. Me rellené una lata de Fanta de limón con el caño de cerveza (cosas de la edad y del disimule) y me senté a ver el concierto. Tras el monólogo, empezaron a tocar canciones de forma destartalada con títulos como “Jack Shirac ponte un anorak”, “I wanna be pakistaní” o “Pínchate el Ben-Hur, Charlton Heston”. La gente aplaudía entre canción y canción como un acto de militancia más, sin entender en absoluto de qué iba aquello. Un par de mujeres -entradas en carne y en edad- decían que si “los han soltao del loquero o qué?!!”, los viejos más serios del partido miraban con desconfianza al escenario y los niños pequeños bailaban pasándoselo pipa mientras sus padres temían que se les pegara algo de lo que allá acontecía. El concierto terminó con una bajada de pantalones del cantante mientras gritaba “Very nice!! very nice!!???”. En mi puñetera vida me lo había pasado tan bien en un concierto: frescor, buenas canciones y mala hostia. Años más tarde Joël y yo montamos Producciones Doradas con el guitarrista de aquel grupo y empezamos a tocar como Tarántula con otro ex-miembro de Joder Around, su cantante.
Miqui Puig Músico, ‘entertainer’. FARFISA COMPACT II Dicen los que estuvieron allí que fue cierto. Hay testigos que en comidas de hombres con zapatos preciosos aseguran que paso, y lo aseguran con la rotundidad que ejerce el enésimo botellín de cerveza cogido por el cuello minúsculo del cristal que guarda el secreto Damm. Si alguien quiere ver que son batallitas, que deje de leer ahora mismo, en el preciso instante que me quito la mascara de los años y me zambullo de lleno en el entusiasmo del fan.
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Joder around
BORJA PRIETO
Del fan que algún día de 1988 bajaba las escaleras del Communique cargado con un órgano Farfisa que había pertenecido a una orquesta y que era la flamante adquisición de los “Aullidos en el Garaje”. Un órgano para un grupo que no tenia ningún miembro diestro para el fraseo que nos gustaba de esos grupos que recién descubríamos. Nadie. Aunque el testigo entusiasta dice que alguien del grupo (puede que yo, todo inocencia e inconsciencia) se acerco en algún momento del acontecimiento (por ue más que conciertos eran acontecimientos que no sabias nunca si se repetirían) hasta el artefacto para tocar unas notas. Mal supongo, pero tocarlas. Y en esa caverna particular y de nuestra Barcelona se empezaba a construir la leyenda, nuestra leyenda y se sacaban de bolsas foulards de topos y vaqueros blancos, hasta una lista de canciones garabateadas horas antes en el local de ensayo. En el caso del chico de extrarradio norte que era yo, era el sueño de tocar en la Ciudad Condal, tocar donde antes sus ídolos habían hecho lo propio. Ídolos que luego fueron de barro y en ese instante tomaban cervezas en la barra y hacían lo que tocaba a los ídolos cercanos. Ligar con nuestras amigas, que se convertían en ‘groupies’ de ellos y no de nosotros. En mi caso fue el video de ‘Barcelona Ciudad’, todo promesas, todo posturas, todo lo que soñábamos. No es extraño que ahora mismo, en el sentido homenaje que merecen aparezca esta canción. Ser como ellos, movernos como ellos, y allí se agolpaban caras que nos seguían, llamadlos fans (nuestros primeros fans!!!), llamadlos amigos, llamadlos camaradas. Nuestras canciones debían ser malas, puede que apenas afináramos, pero teníamos claro que todo pasaba por ese momento, y ese sábado frío pasaba por montar un Farfisa Compact II encima del minúsculo escenario. Ese que se sostenía por otro secreto Damm, las míticas cajas puestas al revés. De todos estos años podría escoger momentos cercanos a lo que algunos llaman éxito. Podría escoger despedidas de bandas que nos hicieron ser lo que somos, noches bajo campanarios de pueblos que tomábamos en hordas con nuestras mejillas ardientes, nuestras poses agresivas estudiadas y de las que hoy solo quedan algunas caras arrugadas que un día fueron brillo y esplendor en papel Kodak con ampliación de regalo por cada carrete revelado. Antes de internet, antes de todo, cuando salir en el Reacciones era nuestro sueño. Y el testigo, amigo, sigue gesticulando hasta hacer imprescindible la presencia del órgano en esa situación espacio tiempo que hoy nos ocupa. Quería tener un grupo y lo tuve. Quería grabar canciones y las grabé. En cassette, en vinilo y en cd. Ahora tengo esta historia. Sonrío al ver como el testigo, gran amigo, me guiña un ojo cómplice.
Borja Prieto Director de MySpace España. Ha tocado en Meteosat y dirige el sello Yoyó Industrias desde Madrid.
LOS SENCILLOS
La calle Tallers probablemente sea uno de los núcleos urbanos con más tiendas de discos por metro cuadrado del Planeta Tierra. Todo un mérito. También lo era hace veinte años. Yo fui un adolescente barcelonés y la calle Tallers salvó mi vida. Aunque parezca mentira, hace veinte años no existía internet y para conseguir música o la comprabas o te la grababas de alguien. Punto. Normalmente lo hacías de un hermano mayor. Así de triste era todo. En las primeras visitas a Tallers ya nos dimos cuenta de que, como el Barça, Tallers era ‘més que un carrer’. Para muchos de noso-
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tros, por entonces prepúberes y vírgenes en todos los sentidos, Tallers fue como una flipante entrada a un universo nuevo, un submundo de peña muy rara petada de escaparates llenos de referencias irreconocibles por entonces; parches del Wigan Casino, logos de Bauhaus, millones de chapas de grupos desconocidos... Una especie de fanzine visual, nuestro primer fanzine. Yo además, como me imagino que muchos de ustedes, en mi juventud pajera no fui de una tribu fija, más bien fui un pelín chaquetero con esto de las tribus, por lo que Tallers no sólo colmaba mi ansia tribal sino que satisfacía con creces mis traicioneros y adolescentes cambios de gusto. En el colegio para delincuentes donde crecí robábamos a nuestros padres, pillábamos el metro y bajábamos en Canaletas para pillar nuestros primeros discos de los MCD, Circle Jerks, Kortatu, Parálisis Permanente, Black Flag... En esa época skater (por decir algo) fue donde empezamos a conocer a grupos que nos sonaban de Tallers como los Subterranean Kids o los 24 Ideas. Recuerdo esa maravillosa planta de arriba de Kebra Disc. Extraña y comprimida, era como un maravilloso antro lleno de clientes variopintos a los que radiografiábamos con la mirada y luego copiábamos descaradamente los estilismos. Ahí vimos los primeros posters de conciertos y salas que programaban música que luego nos gustaría. No mucho más tarde, y ya entrado en el siniestrismo más feroz, Tallers siguió obsequiándonos con sus fantásticas cubetas. Recuerdo la inmensa selección de Discos Jesús y todavía hoy me entran nervios. De ahí salieron los discazos de Claustrofobia, los Buildings, Carmina Burana... Gracias a los posters del Kebra y de Jesús empezamos a frecuentar el Communiqué o el Toque. Vimos a grupos estupendos, mis favoritos eran Bach is Dead y SuperElvis, y comprobamos que existía gente como nosotros, con gustos parecidos con los que empezamos a intercambiar TDK´s y Betamax con todos esos vídeos del 120 Minutes de la MTV. Luego llegó el indie y empezó la Globalización y perdí de vista Barcelona. En el fondo para muchos palurdos como yo Tallers fue como nuestra iniciación al ‘networking’, nuestra propia internet. Y Tallers sigue estando ahí, imparable, un oasis extraño en el mundo occidental, un paraíso donde poco a poco he ido completando la colección vinilística de la historia del pop barcelonés: el LP de los Kamenbert, el single de Ultratruita, los TCR, los Negativos... Todo por Tallers. Por cierto, mi recuerdo de Tallers huele a plástico pero también está irremediablemente ligado al yonqui hijo de puta que me estuvo atracando durante cinco años seguidos, un tipo al que al final ya saludaba con un apretón de manos y bromeaba con cuantos discos me podría haber comprado si no me hubiera atracado tanto. Cambiaba de aspecto, cambiaban los tiempos y siempre me atracaba. Era el yonqui que atracaba a los yonquis de Tallers, hasta a él le echo de menos.
Antonio Baños Periodista, guitarra de Los Carradine y autor del ensayo ‘La economía no existe’. Nos remontamos a la bisagra temporal que va de la brillante y jubilosa década de los ochenta a la tristona tormenta sónica que nos esperaba en los noventa. Los Carradine tenían su segundo o tercer bolo. El lugar, el Ateneu Popular de Nou Barris, la anti-
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Los Carradine
ANTES Y AHORA
gua planta asfáltica, lugar mítico de la recuperación de espacios de la lucha vecinal de los 70. Con la tontería que da el llevar el instrumento colgado durante poco tiempo, decidimos subir a tocar sin ensayar. Nuestro guitarra había estado en Madrid toda la semana y no nos pudimos ver. Como nos iba el rollo arty, imprimimos (en fotocopias, claro) unos folletos de varias páginas con las letras de las canciones. Se trataba de orientar al público como en los libros de himnos de las iglesias: “Vamos a la página tres, hermanos”. El guitarra nos trajo unas corbatas de paramecios porque en aquella época tocábamos con camisa blanca y corbata por parecer un poco más Jam. Y pasó. La cosa ya no iba bien pero al llegar al tema ‘No es que fuera mod, es que era macarra’ nos olvidamos absolutamente de la canción. Todos. Y lo peor, nos pusimos a deliberar sobre el escenario que si sol o que si re. Y de entre el público, que entonces tenía mucha mala leche, un folleto que nos cae a la cara: “Tened, para que os aprendáis vuestras letras”, y risas, muchas risas. Qué cachondeo. Desde ese día me quedaron grabadas dos lecciones. Una, que cuanto más mala es tu propuesta, más ensayada debe estar; y dos, que hacer el ridículo con una corbata puesta multiplica hasta el infinito el sentimiento de vergüenza. Excepto en Wall Street, que allí son todos punkos.
Ramón Oriol Periodista y fan, sobre todo fan.
➜ Ramon oriol
Pasé mi barcelonesa adolescencia en los 90, escuchando ‘De 4 a 3’ en Radio 3 y descubriendo cientos de nuevas bandas cada fin de semana, sintiéndome parte de algo especial, devorando fanzines como Reptil´zine o Hangover, de los hermanos Amat; acercándome a comprar discos a 7 Pulgadas o Outline y apoyándome en las columnas de la sala Garatge para comprarme camisetas XXL de mis grupos favoritos, porque el logo -Fuct, L7 o lo que fuera- cuanto más grande, más podía molestar (irónicamente, ahora son las camisetas que me pongo para dormir). En definitiva, un periodo absolutamente inocente y feliz de nuestras vidas que normalmente es evocado como gris, vivido de forma apática o depresiva por su juventud, pero que yo recuerdo extrañamente colorista (más aún cuando lo que predomina en 2010 son tipos horribles con mostacho). Porque el Grunge será tachado despectivamente por generaciones anteriores como el movimiento musical subversivo más inofensivo de la Historia, para nada comparable con correr peligro de muerte por salir de casa con las greñas lavadas en cerveza, o con el pelo crepado, rapado o cardado... o lo que quiera que fuese lo que tocase los cojones de la banda callejera de la esquina en los inefables 80, pero eso, a veces, tampoco está nada mal. Volviendo al presente, no hace muchos años tuve una epifanía: mi frustración no era no haber formado un grupo, no era no haber sabido encajar -por inutilidad- encima de un escenario (con mis amigos o, mejor aún, con la chica que fuese mi futura mujer), no, mi frustración era no haber hecho jamás un fanzine, por ridículo que pueda sonar algo así. Pero es que es tanta la idolatría y las cosas buenas que saco de ellos, que me veo incapaz de reproducirlas por mis propios medios. Así, no me puedo sentir más a gusto que aquí para reivindicar la
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labor de fanzines perdidos ahora en el túnel del tiempo pero absolutamente fabulosos, de los que omitiré nombres porque de nada sirve poner el nombre del fanzine de cien copias de una chica que relató en su día en sus páginas, por ejemplo, los problemas que tenía con su propio cuerpo, recomendando la práctica del bondage o confesando problemas mentales leves; su primer tatuaje (escondido) o el hecho de sentirse mal por disfrutar de buenos momentos que duran demasiado (¿sentimiento católico de culpabilidad?). En cualquier caso, estoy convencido de que todo eso se puede encontrar en miles de blogs hoy en día. Pero entonces sonaba auténtico mientras que hoy simplemente no, por mucho que siga vigente el quid adolescente (y nunca vaya a desaparecer, claro). De hecho, no he encontrado todavía ningún blog personal que me satisfaga, ni creo que lo encuentre nunca: demasiados dan la sensación de estar llevados por gente que se siente sola. Simplemente me fascina el fanzine... y aborrezco el blog (candidez y honestidad brutales contra exhibicionismo y egomanía). Si nos ceñimos a la Barcelona de finales de los 90, mencionaré Fast’zine -¿cómo tuvieron los santos cojones de dedicar todo un número a una escena hardcore inventada de algún lugar perdido de Estados Unidos, con discografías, portadas de discos, nombres, etcétera, todo inventado?-, Endora y su contrapunto sexual y cachondo, Phoebe (“¿A quién te follarías de la escena?”, con votaciones y todo) o quizá el más abierto de todos ellos (y que se tomaba menos en serio, cosa que aplaudo) Miroslav Mecir, Chuck Norris, etcétera. Me gustaría mucho volver a tener noticias de toda esa gente aunque fuese bajo una nueva encarnación, porque estoy convencido de que nunca han dejado de tener cosas interesantes que contar.
Daniel ‘Elchicodelaleche’ Cantó Fotógrafo. Marzo de 2006. Aunque parezca cercana la fecha, a estas alturas ya me huele a naftalina. Y apenas han pasado cuatro años desde que (casi) todo esto empezó. Como aquel que dice, recién había llegado a esta ciudad, presa del pánico habitual de finales de carrera en el que uno no sabe lo que quiere hacer en la vida o, al menos, en lo que queda de juventud. Más que para decidirlo, Barcelona era una parada transitoria para escapar de todo lo que Valencia significaba y aprovechar el tiempo para pasarlo bien. No había decidido quedarme, ni siquiera tenía idea de empujar mi carrera hacía la fotografía. Mi intención era retrasar cualquier decisión y pasarme el tiempo de conciertos. Pero algo tenía el de Comet Gain en aquella noche de Cabaret. Por más que hubiera visto mil bandas, la de Brighton era de esas que se hunde en tu pecho y a la que matarías por ver. De haber seguido en Valencia habría tenido muy pocas posibilidades de llegar a verlos. De hecho, hasta antes de entrar pensé que era imposible que la sala se llenara; que al fin y al cabo los conoceríamos yo y cuatro colgados más. Si he de ser sincero, no me importaba: cuantos menos fuésemos mejor, aunque agradeciera el riesgo de que alguien tuviera huevos para traerlos. Como tantas otras veces, hice tiempo para poder entrar de los primeros a la sala. Quería estar cerca, y no sólo por las dichosas fotos. Aunque no acostumbraba a gritar, y sobre todo estando solo, el cuerpo me lo pedía. Andaba un tanto nervioso, tarareando
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COMET GAIN
ya algunos temas que se montaban en mi cabeza hasta por encima de las canciones de Veracruz, encargados de hacer de teloneros de la velada. Apenas un instante antes del concierto, las últimas personas entraban por la puerta y de la barra salía la gente dispuesta a copar las primeras filas. Se suponía que debía estar solo pero la realidad es que apenas podía moverme. Así que me até la cámara a la mano con la correa y me dispuse a lo peor. Mientras mantenía un ojo en el visor, atento a la banda, el otro comprobaba como la gente de la barra empezaba a enloquecer. No me lo podía creer, la gente se sabía los temas y los coreaba. De alguna manera dejé de sentirme tan solo y me dejé llevar. En esos momentos la cámara ya hacía de puño en el aire junto a los de los demás. Aunque en aquel momento no los conocía ahí estaban Quique, Xavi, Miqui, Kiko, los Veracruces y otros tantos más con los que he compartido risas, cervezas, canciones y proyectos durante estos años. Gente con la que he vuelto a levantar el puño eufórico hasta desfallecer, pero que en ese momento apenas eran conocidos. Del concierto quedaron unas fotos no muy buenas, vistas con el tiempo, pero si algo no he olvidado es la sensación al encenderse las luces, cuando afónico, sudado y un tanto extasiado comencé el camino a casa, cerveza de lata en mano, pensando que si algo tenía claro en ese instante es que, sin marearme con eso del futuro, Barcelona sería algo más que transitoria. Con sus pros y sus contras, Barcelona iba a ser mi ciudad.
Mario Fort Periodista y batería de Veracruz.
MARIO Y EL JULI
No sé si continuarán organizándolo. Hace mucho que no frecuento el lugar. La cuestión es que coincidiendo con el final de las clases y el inicio de las vacaciones de verano, el Casal de Sarrià de Barcelona organizaba a mediados de junio un concierto en el que participaban diversas bandas de la ciudad, en su mayoría de la llamada Zona Alta. Un servidor acababa de terminar 1ro de B.U.P., es decir, el primer verano tras las Olimpiadas, y acudió a ver los conciertos con su compañero del alma, el Juli. Por aquel entonces el Juli y yo íbamos en skate -el parque del Casal era un ‘spot’ imprescindible de la época- y el lugar no nos era ajeno en absoluto. Nos gustaban Circle Jerks, Descendents, Chemical People, 411 y también Pavement, Lush, Curve, Christian Death o Parálisis Permanente, entre muchos otros. Todo lo copiábamos del hermano mayor del Juli, el Borja, que había mutado de siniestro a un híbrido entre mod y indie. Poco a poco adquiríamos nuestra identidad como sujetos de la denominada Escena Independiente, sea lo que sea que signifique, si es que alguna vez ha significado algo. La memoria, entre otras cosas, me falla, así que no me lo tengan en cuenta. Esa noche de principios de verano tocó un grupo, Soses Càustiques, con un batería con el pelo teñido al que miré desde una ventana que daba al sótano en el que se celebraba el concierto. Antes de que, como recita Enric Casasses, América fuera el poble del costat, ver y escuchar a un grupo que sonara a algo americano era prácticamente inconcebible en Barcelona, al menos para mí, que tenía 15 años. No sé si confundo una velada con otra pero diría que después de Soses Càustiques tocó, en mi humilde opinión, la primera banda con cara y ojos del ‘indie’ de la capital catala-
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na, Peanut Pie. El malogrado Aleix Vergés todavía no era DJ Sideral pero ya levantaba pasiones. En ese concierto también se subió al escenario The Tramps, donde entre otros estaban Ricky Falkner, hoy en Standstill, Refrée y mil grupos más, y Xavi Molero, de Egon Soda o Sanpedro y uno de los mejores baterías de Barcelona. Por el Casal de Sarrià han pasado muchas de las bandas que han dicho algo interesante en la Barcelona de los 90. Los primeros ensayos de Marc Ros de Sidonie fueron allí. Los Paperhouse de Nacho Umbert, que ahora saca disco, pasaron por el casal. Los primeros conciertos de Gallygows se celebraron en dicho lugar, en el que también ensayaban. Y si estaban Gallygows, también rondaban por allí Parkinson D.C. Una de las ramificaciones de esta banda de ‘noise’ tras su disolución fue el sello Houston Party Records. Bueno, los años han llenado de neblina los recuerdos de esa época. Espero que nadie se moleste si lo aquí narrado es impreciso o incluso falso. Al menos os he citado, que ya es mucho.
Joan S. Luna Jefe de redacción de la revista Mondosonoro y autor de “Los colores del underground”. La gente suele echar la vista atrás, muy atrás, para encontrar experiencias o vivencias musicales que les hayan cambiado la vida. Suele significar el punto de partida de un espíritu gregario que nos encajone entre un grupo de amistades o de una escena determinada y que, por lo general, nos enfrenta a los de más allá. Supongo que, en tiempos de juventud, las frustraciones pesan menos al compartirse. Quizás por ello llevo toda la vida quejándome de todo, por no haberme sentido jamás parte de nada muy concreto. O mejor dicho, me siento y me he sentido parte de tantas cosas, que ni me gusta mirar exclusivamente atrás, ni tengo suficiente con mirar sólo adelante. Lo que fui, lo que soy y, quién sabe si lo que seré, forman parte de un todo tan interrelacionado como lo son las realidades de “Perdidos”. Pero que nadie interprete estos comentarios como un chute fuera del terreno de juego o como una evasiva, para nada. Estoy intentando ser sincero, o por lo menos parecerlo. Ahora bien, si a alguien le interesa conocer momentos clave de mi relación con la música en una ciudad como Barcelona, pues tendrá dos tazas. Podría mirar atrás, muy atrás, con los primeros grupos heavies que escuché, con formaciones crecidas en barrios casi marginales soñando con renacer en pleno Sunset Boulevard. Podría recordar las decenas de conciertos de El Último de la Fila a los que asistí, algunos con apenas dos días de diferencia, o podría citar nombres de personas que me influyeron tanto o más que esos artistas, modestos gurús que me abrieron algo más la mente. Lo que ocurre es que no puedo evitar pasar por alto que mis años de mayor vitalidad fueron aquellos en los que me sumergí en el hardcore. Los tiempos de la segunda generación de B-Core, cuando las cintas de cassette quedaban atrás y los compactos asomaban la cabeza. Aquello fue lo más cercano que viví a sentirme parte de algo. Primero fueron Corn Flakes, más tarde Aina, al tiempo infinidad de otros que ahora recuerdo con mucho respeto. La ola me arrastró y no solamente me preocupaba su música, sino que buscaba justificar con ideas de otros mis actitudes e incluso mi imagen. ¿Qué mantengo de todo lo que aprendí durante aquellos días? Mucho, sin duda. No canciones, que las hay, sino momentos, unos momentos que intento desligar del pasado y que intento encajar como puedo
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ULTRATRUITA
ÚLTIMO RESORTE
Joan S. luna
en un puzzle de experiencias en las que siempre queda lugar para una más. Me emociono ahora con “Adelante Bonaparte”, han pasado miles de años desde “The Ionic Spell”, con el que algunos cimientos temblaron, pero en mi corazón ambos conviven y se mantienen en sintonia. Ah, y no se lleven a engaño, podría haber acudido a infinidad de vivencias referidas al pop, a los años del noise y la independencia de los noventa, podría haberles hablado de Astrud, de los años de “Disco 2000”, de infinidad de otras cosas, incluso de una actualidad que cada día está calando más hondo en mi espinazo, pero de todo ello quizás hablen otros, así que permítanme recordar mi momento hardcore. Con melancolía, sí, pero sin acudir al tópicazo aquel de cualquier tiempo pasado fue mejor. El mejor tiempo siempre será el mañana.
Josep García Coleccionista especializado en música de los 80 de Barcelona. Autor del blog Barcelona Rock 80’s. La Barcelona de los 80. ¿La década olvidada?
EN EL PSIQUIÁTRICO DE SANT BOI
Pionera en muchos aspectos con un fenómeno único como la Nova Cançó, seguido de la rumba catalana, en cabeza también en los 70 con bandas de rock progresivo de la talla de Máquina, Tarántula, Iceberg, Atila o Coses, así como del llamado sonido de vanguardia a través de Macromassa, que ya en 1978 habían conseguido editar su Dárlia microtónica, parece que los 80 hubieran pasado de puntillas en Barcelona. Si lo comparamos con Madrid y su mitificada movida madrileña, de la cual se han vertido, como se suele decir, ríos de tinta, existen muchos paralelismos entre las dos ciudades a nivel musical y cultural. Y eso que, por pura lógica, los inicios debieron ser muchos más duros en Barcelona, como se afirmó en el concierto que la Trapera dio en 1978 en el Saló Diana: “Acabamos de vivir la opresión del régimen en el Club Montcada hace unos días... estamos unidos y bien avenidos”. En Madrid a finales de los 70 se estaba cociendo algo con los Burning, Ramoncín y Kaka de Luxe, pero en Barcelona íbamos por delante. En 1978 discos Belter, a través de su filial BP, edita el No seas lesbiana mi amor, de Basura; también se atreve con La regla, de La Banda Trapera del Río; Marxa y Peligro siguen en la brecha; aperecen La Truita Perfecta, Xeerox, Masturbadors Mongòlics, y ya en 1979, a mi entender, la mejor banda punk que ha dado nuestro país Ultimo Resorte, que si mítico debió ser ver a los Sex Pistols tocar el God save de Queen sobre el Támesis, no debió serlo menos realizar el primer concierto en el Hospital Psiquiátrico de Sant Boi el 3 de noviembre de 1979 ( ¿existe algo más punk?). En 1982 aparecen los primeros sellos independientes. De la mano de Ernest Casals nace Flor y Nata Records, hoy en activo tras un largo paréntesis, siendo la primera referencia de la independencia catalana el single de Telegrama, ‘Chica del metro’, grabado en la primavera de 1982, hoy pasto de coleccionistas. Pronto, de la mano de Vidi (Distrito 5), Panotxa (Ultratruita) y un largo etcétera de colaboradores, surge Domestic Records, que tras no llegar a un acuerdo con Decibelios, que acabaron fichando por Dro, editan en mayo de 1982 ‘Sola’, de Maria Lanuit, al que le sigue ‘Herman brut’, de Ultratruita. Klamm Records edita los trabajos de La T, New Buildings, Klamm y
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Cantaires del Cadí; DNI publica el primer single de Kamenbert; Discos Kriminales hace lo propio con Primero Segunda y Kul de Mandril; Anarchi Rekords pone en circulación la maqueta de Desechables y el famoso EP de vinilo rojo de Kangrena. Paralelamente, una mente inquieta, la de Patrick Boissel, acaba de crear en 1983 Discos Acuario, al que luego le seguirá Wilde Records. Gracias a él un gran número de bandas para muchos “menores” verán plastificados sus trabajos. Boissel, francés afincado en Barcelona, mostró mucho interés por el movimiento cultural de la ciudad. Encargó a Guillem Cifré, diseñador gráfico y colaborador en múltiples publicaciones, el diseño de las portadas de Retrovisor, Cacao Pal Mono y, iniciando la colección Rock and Comic, el del single Fils/Viaje al garage hermético, de Avikultores Modernos. A esta colección luego le seguiría el single Colones de marte, de Primavera Negra, diseñada por Max (ilustrador de El Víbora). ¿Una década olvidada? Pues eso puede parecer a tenor de los tremendos trabajos de arqueología que se necesitan para encontrar material de los primeros 80 en Barcelona. Localizar maquetas o conciertos de esa época es casi un milagro, y es que los empeños de muchos jóvenes en dar a conocer nuevas bandas a través de fanzines como NDF o 17 segundos, entre otros, debió de toparse con una falta de interés institucional que no se dio en otras comunidades. En Madrid, el concurso San Isidro Rock, luego reconvertido en Villa de Madrid, ha perdurado hasta nuestros días, mientras que por otro lado, el Concurs Rock Ciutat de Barcelona, no pasó de su tercera edición. Colectivos de jóvenes grababan los conciertos de Rockola que luego se encargaban de vender en el Rastro. En Valencia, La Norma editó de forma semiprofesional la inmensa mayoría de maquetas de las distintas bandas que iban surgiendo. En Zaragoza, Xirivella Records editaba en formato cassette la I Muestra de Pop Rock y Otros Rollos en 1984, todo un documento sonoro de 50 bandas aragonesas; en Euskadi grandes recopilaciones en vinilo Guipuzkoa Star y Sintonía Independiente dan a conocer sus bandas, etc. Por ello nunca es tarde para recordar que además de las bandas consagradas como Rebeldes, Loquillo en sus diferentes facetas, Brighton 64 y El Ultimo de la Fila, en Barcelona se cultivaron los sonidos más dispares por bandas que desde luego deberían figurar en la historia del rock de éste país. Ese rock fusión de Claustrofobia, Relaciones Paralelas...; el preciosista pop de Melodrama, Unidad Móvil, Detectors, Síndrome, Carbonilla...; el punk más contundente de La Banda Trapera del Río; Ultimo Resorte, Krangrena...; el rock’n’roll de Edison, Nervios Rotos, Dinkremea, Killwatts, Brioles, BB sin Sed...; el sonido único de Ultratruita; esas atmósferas de New Buildings; el sonido de vanguardia de Terminal, Entr’acte, Líneas Aéreas, Xeerox, Carrilet...; el gamberrismo de Decibelios; el funky de Distrito 5; y el rock en estado puro de bandas como Telegrama, Kamenbert, C-Pillos, Primera Línea, Wom A2, Donación Agnelli... En su día tras la proliferación en internet de muchos espacios temáticos dedicados a la música de los 80, decidí sin ser tal vez la persona más indicada, ocupar una parcela que a mi entender debería haber estado ocupada de hace tiempo: el rock de la Barcelona de los 80. En http://barcelonarock80s.blogspot.com existen referenciadas unas 200 bandas de los primerísimos ochentas, donde la mayoría no aparecen y seguramente no aparecerán en edades de oro del pop español o guías esenciales de la nueva ola, pero sin duda la inmensa mayoría
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Aullidos en las ondas
eran bandas de tremenda calidad. Espero que el homenaje del próximo día 9 de Abril en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, sea un éxito y tenga una larga continuidad en el tiempo.
Miguel López Blanco Doctor en Geología y multiinstrumentista sin conocimiento alguno.
Entrevista en Star
MIGUEL Y EVA
Yo cuando era joven dibujaba bien. En BUP dibujaba a los profesores, dibujaba a los Pink Floyd, dibujaba a los Pegamoides, a Adam & the Ants y dibujaba al grupo de mi amigo Arilla. Era un grupo punk; punk de Ramones y Pistols. Nunca los había visto pero los dibujaba siguiendo sus detalladas descripciones de pelos gafas y estaturas. ¡Qué chulo debía ser eso de estar en un grupo como los Killwatts del hermano de Jaurena, o como los Brighton esos de los que me hablaba mi hermano! Después del Mudial ’82 Arilla se fue a estudiar COU a Hospitalet y yo me quedé en el barrio. Un día coincidimos en nuestro antiguo colegio y me propuso entrar en su grupo. Como no sabía tocar nada, me cayó la tarea de cantante... aunque la única actividad real del grupo era hacer pintadas por todo Barcelona. Por aquel entonces, cuando mi hermano no se llevaba la radio a su habitación, escuchaba al Ordovás en Radio 3 (Pegamoides, Parálisis, Paraíso, Loquillo, Siniestro, Derribos, Aviador, Nikis, TNT, Gabinete,...) y Radio Pica (los Resortes, Decibelios, Attak, Kangrena...). En Radio Pica emitían los conciertos del Garaje de Hospitalet, que eran un batiburrillo de ruido, gritos, insultos y amenazas... aquello era EL PELIGRO. Me daba miedo pero me gustaba. Seguro que los que hacían ese ruido y chillaban eran los mismos personajes amenazadores que se sentaban en las escaleras del estanco de al lado del Zurich, en la Plaza Cataluña, y los mismos que salían enseñando la lengua y el culo en el fanzine Melodías Destruktoras, que se conseguía un poco más abajo, en la encalle Tallers. Un día vi que “mi grupo” era la portada de ese fanzine. Aquello fue el inicio de una buena amistad con Joni Destruye, el responsable de aquellas fotocopias, y su hermano Fernando, que nos llevó a compartir local de ensayo en la calle de las Moscas. Amplificadores, una batería, niños esnifando cola y 200 grupos (Dios, Epidemia, Mentes Deprimidas, Antidogmatikss, Joni D y los Repugnantes, Tendre Temble, Puritanoss... 192 más y nosotros). Aquello se convirtió en nuestro cuartel general los fines de semana. Los sábados por la mañana ensayos (incluyendo escapadas a alguna tienda de teles a ver “Pista Libre” si los dependientes se enrollaban); por la tarde a ver quien estaba por allí (normalmente Joni, Fernando y alguno de sus múltiples grupos) y por la noche a ver quien tocaba en Zeleste, que estaba al lado. Allí vimos a muchos de los que habíamos escuchado en Radio 3 y en Radio Pica, y también a los Desechables, Código Neurótico, Kamenbert, a los Nervios Rotos, los Rebeldes... Lo de entrar a Zeleste, por cuestiones económicas, no era siempre posible. Así que nos quedábamos remoloneando por la puerta hasta que Jordi, el portero, nos dejaba pasar a ver los bises de Johnny Thunders o Peter and the Test Tube Babies. El verano de 1983 llegó el momento. Melodías Destruktoras iba a hacer una fiesta y nosotros tocaríamos dos canciones, una lenta y otra rápida.... Aunque yo las quería tocar rápidas las dos para
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acabar cuanto antes. Era un día especial y llevaba una camiseta del grupo a cuyo cantante habían partido una pierna de un botellazo en aquel mismo escenario pocos meses antes, así que me la tapé con una camisa entreabierta... no había que tentar a la suerte. Aquel día pasó lo que tenía que pasar... nos metimos de lleno en EL PELIGRO. Ruido gritos, insultos y amenazas... incluso un “músico” sacó la pistola y apuntó al público (¡y no era de broma!). Subí al escenario y me puse lo más pegado a la batería que pude para tener lo más lejos posible a aquellos energúmenos que escupían como si se acabase el mundo. Entre ellos estaba el mítico “eslabón perdido”, casi tan feo como El Feo. Así fue mi bautizo artístico... con lapos. Un par de días después, en Radio Pica sonó un batiburrillo de ruido, gritos, insultos y amenazas... éramos nosotros.
Kiko Amat Novelista y crítico musical. Canguros y puñetazos, 1989 Vuelan los puñetazos. Combate de lucha libre: Mods vs. Seguratas, sala Definitivo, invierno de 1989, un océano de verde de guerra y guardias jurados patibularios, crispado y marejado de patadas y empujones, día de darnos de guantazos, caras y ganas no nos faltan. Esta noche vamos a perder (el dueño de la sala es ex-Guardia Civil, y creo que alguien esconde una pistola, aunque puedo estarme inventando esto; mi versión, en cualquier caso, es mucho más divertida), y da igual. Lo importante es la dedicación catecumenal y casi eclesiástica a nuestros grupos. Nunca la frase “uno de los nuestros” ha significado tanto para mí como en 1988 y 1989: todos los grupos de la ciudad que me gustan, todos aquellos de los que soy fan, son gente como yo, exactamente como yo. Hablan de las cosas que me importan, dicen cosas que pienso y que aún no había decidido cómo verbalizar, sus notas son las mismas que habitan en mis queridos álbumes de música pop. Por supuesto, casi nadie los conoce y hoy (¡ay!), veinte años más tarde, cuando se los enumero a alguien, siempre me topo con la misma cara de desconfianza, como si acabara de inventármelos para justificar un pasado inexistente: Los Canguros, Kamenbert, Brighton 64, Los Negativos y Aullidos en el Garaje. La noche de los tortazos, los que tocan son Los Canguros y su autodenominado “sonido marsupial”: pop orgulloso y bailable que toma de los mejores sitios, de Pere Ubu (‘La música de la ciudad’) a Booker T pasando por The Cure (‘Grinding halt’) y The Prisoners. Me chiflan Los Canguros, y siento en mi propia carne lo que muchos años después Michael Azerrad definiría tan bien al titular su libro de historias del punk americano de los 80 y 90 ‘This band could be your life’. Este grupo podría ser tu vida; y, de hecho, lo es. Los Canguros, a la sazón, tienen un himno llamado MCPR (siglas que cada uno de los fans interpretamos a nuestra manera) que habla de la forma en que la experiencia joven y subcultural se narra en los medios y en los “congresos de la juventud”. Cómo no, cantarla a gritos, cuando la letra dice aquello de “no hablan de mí ni de mis amigos”; cómo no, ver a la vez en aquellas palabras una racionalización del conflicto adulto-teen, una oda al carpe diem, una queja por la completa marginación de la voz adolescente, incluso una denuncia del estado de absoluta ruina en el que se encuentra la cultura adulta mayoritaria. Los adolescentes siempre han necesitado: a) Secretos y b) Ver su
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absolute
AMAT BROS. begiNners
voz reflejada y amplificada por un grupo pop. Yo tuve de muy niño ambas cosas, gozándolas de una forma parecida (sin el triunfo y levantamiento global) a la de aquellos fans ingleses de los Jam hacia 1979: éste es mi grupo, y habla de mí y de mis problemas. Me siento muy afortunado de haber disfrutado de esta universidad alternativa, y sólo lamento que ninguno de estos grupos se hiciera gigante, conquistara el país, retomara las listas, las arrancara de las manos de los pusilánimes y los pobres de talento. Todos mis grupos, me apena decir, tuvieron carreras no muy largas, y en la mayoría de casos no se les hizo demasiado caso: era una época en que las cosas que salían de ghettos juveniles (como era el nuestro) inspiraban directa desconfianza en el pop popular. Algunos de ellos, como Los Canguros, sólo dejaron atrás maquetas en cassette y tres canciones para un recopilatorio llamado Barcelona Húmeda (donde también aparecían los Aullidos en el Garaje de Miqui Puig; luego llamados Los Sencillos). Todo esto me apena, repito, porque fueron estos grupos los que me ayudaron a comprender. El maestro Francisco Casavella afirmaba triunfalmente en uno de sus ensayos que el parón de una canción de los JB’s le había ayudado a comprender un punto y aparte de Stendhal. De la misma forma, la dialéctica de Brighton 64 (El problema es la edad, ‘Conflicto juvenil #17’), el ‘Terciopelo azul’ de Kamenbert o aquel lejano, sepultado e inédito MCPR de Los Canguros, trazaron una configuración del mundo que me hizo sentir acompañado, y a la vez me indicó que esto valía la pena (el estar aquí, haciendo, actuando en lugar de observando a otros hacerlo), y naturalmente me habló de la vida y de lo que era importante de veras. De la dedicación extrema, y de la pasión. Aquella noche de 1989 no me importó que nos hubiesen zurrado la badana. Me dio igual tener la tejana negra algo desgarrada en los botones y un ojo a la funerala. Porque, ¿la verdad? La razón la teníamos nosotros. Siempre la tuvimos, y algunos la conservamos intacta hasta hoy. Está aquí, aún a mi lado, sonriendo burlona, mirando arrogantemente desde una puerta que se nos abrió a tantos de nosotros con la llave de 100 grupos pop. Mi agradecimiento hacia ellos nunca será suficiente. (Adelanto del ensayo pop ‘Mil violines’)
Uri Amat Diseñador gráfico no-moderno y co-editor del fanzine La Escuela Moderna. ¿Qué recuerdo yo de la Barcelona de finales de los 80 y primeros 90? Principalmente un sentimiento de aventura y peligrosidad total, y cuando digo total me refiero a TOTAL. Especialmente para uno de Sant Boi, para el que los viajes a Barcelona por aquel entonces eran una cosa fuera de lo común, que se hacían, a lo sumo, una vez al mes. Coger los malditos ferrocarriles verdes con ESA peste, esas puertas que podías abrir en marcha para saltar antes de tiempo, luego el metro, con esos pasillos llenos de recovecos que no hacían ninguna gracia (“¡Que vienen los nazis!”, gritaba mi hermano sólo por el gozo de verme brincar del susto). Aún recuerdo la sensación de bajar en Liceu o en Catalunya, un sábado por la mañana, con el flequi a lo Chesterfield Kings bien repeinao y el dinerito ahorrado en el bolsillo, irme pa’l lao equivocado, acabar encontrando la senda y tirar para Riera Baixa
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como un solo hombre. Cruzar el Barri Xino, que no sé ni como escribirlo, y que en esa época nadie era tan cursi como para llamarlo Raval. Y que daba un poco de miedo. O igual me lo daba porque tenía 14 o 15 años, porque nunca había visto algo así, y porque los negros y moros y chinos, que en Sant Boi nunca había visto ninguno. Porque luego lo pienso y nunca nadie se metió conmigo, ni me zurraron, ni me atracaron, ni me chuparon el cucurucho de helado y luego me lo devolvieron (cosa que no puedo decir de Sant Boi, en el que viví más de una vez el aparentemente habitual caso de es-que-me-ha-vuelto-a-atracar-el-mismoyonqui-de-la-semana-pasada). Riera Baixa era la polla. Ríete de Carnaby, de King’s Road, de Bleecker Street. Ahí estaba mi tienda favorita de discos, Papermusik, en la que había de dependiente “uno de los nuestros” y en la que solían recibir todos los imports que un fan de los Sonics, de Voxx y del ruidazo adolescente pudiera desear. Un poco más allá también estaban todas las Edison’s (de las tres que había creo que todavía queda una), más de batalla pero también más baratas, en las que comprar algunas cosas más prosaicas (tipo un doble recopilatorio portugués de los Yardbirds de horrible portada), y una tienda para Teds y rockers que se llamaba Boogie Boogie, en la que compré mi primera chaqueta high-school (¡Hey, la misma que lleva el batería de Kamenbert en el video de ‘Australia’!). Cómo me gustaba ponérmela con mis John Smith de tela negras y una camiseta de pijama del mercadillo de Sant Boi que yo imaginaba tenía un aire como a universitario americano. No veas, me creía John Cusack. De mis primeros conciertos no recuerdo mucha cosa. En uno de Kamenbert (creo) en el KGB no me dejaron entrar por ser muy menor de edad y tuve que esperar en el bar de la esquina de arriba (aún está) a que salieran los compis; en otro de Los Potros (ex-Sex Museum) en el Communiqué me pillé un pedal adolescente y no recuerdo nada. No sé cuáles serían los siguientes. Sólo recuerdo que mis amigos mayores me llevaban de un lugar a otro, en una ciudad que no conocía, ahora al Ultramarinos, al Humedad Relativa, de aquí para allá, ahora a tomar algo a casa de Ringo, a cenar con Túrmix, a dormir a casa de Uri o de Octavi, o de Julián o de Ran-El... la mitad de veces no sabía ni en que barrio me encontraba. Y el domingo me levantaba por la mañana y con la madre de todas las resacas vuelve a Sant Boi y esconde el aliento y a comer fricandó a ca la iaia. De hecho ahora vivo en Barcelona, creo conocerla bien, me la pateo mucho a pie y, aún así, no sabría encontrar la mitad de sitios en los que pasé mi adolescencia, con los mods y los punkis y los skins, y corre-que-vienen-los-nazis. Y a veces voy andando por ahí y me asalta el déjà vu y de repente me viene todo a la cabeza: “Ahí es donde Agustí se tumbó delante del coche patrulla y Mariló tiró el bolso por la ventana”, “¡Así que el Ultramarinos estaba aquí!”, “Éste es el portal en el que dormimos aquella noche a esperar a que saliera el primer tren”, “Joder, pensaba que Penitents estaba mucho más lejos”. Y así andamos siempre.
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Xavi Sánchez Pons Coordinador de Mondosonoro y ‘showman’.
Hello cuca
Se me hace muy difícil escoger un momento en concreto que supusiera para mí esa epifanía musical barcelonesa que cambió mi vida para siempre y me abrió la puerta “a un mundo nuevo” que diría Joe Meek. Porque, más que un momento, fueron varios los que me llevaron a ser tal y como soy ahora. Recuerdo perfectamente los años en que todo cambió eso si, 1999-2000. Durante esos años ví por primera vez a Hello Cuca en Barcelona. Fue en la sala Sidecar y fue especial por diversos motivos. Primero, porque la misma noche del concierto presentaba en sociedad el primer número de un fanzine que me permitió conocer a un montón de gente maravillosa. Mi fanzine tenía un nombre rematadamente pop, “Estrella presenta...” y la foto de portada eran unas azafatas setenteras sacadas del “Un Dos Tres” o de un programa de Eurovisión, vete tú a saber. Muy pop, como os contaba. Entre los contenidos estaban una entrevista a Hello Cuca y otra a TCR, poca broma, dos bandas totémicas de esas que me abrieron ese “mundo nuevo” al que me refería antes. La segunda razón que hacía de esa noche algo especial era que veía por primera vez a Hello Cuca en directo (venían a presentar su primer siete pulgadas, “Amor y cohetes”), y recuerdo estar tan o más nervioso por ese hecho, que por lo de llevar el fanzine. Un fanzine que llevaba con la intención de vender por cincuenta pesetas o algo así, y que al final acabé regalando y cambiando por otros fanzines como siempre pasa con estas cosas (el tesoro más preciado que me llevé esa noche fue un número del “Mecánica popular”, uno de los fanzines más locos que nunca han caído en mis manos). Bueno, por todas estas cosas esa noche fue memorable, y recuerdo como al final del concierto y con una timidez que tiraba de espaldas me acerqué a Lidia y Mabel para decirles que era el chico del “Estrella Presenta...” y esas cosas, en fin... Ese día en la sala Sidecar fue uno de los primeros en los me sentí especial (lo digo así aunque suene cursi), de esos que notas que es el principio de algo importante en tu vida y también para la gran mayoría de los que estaban en el Sidecar, uno de ese momentos “I belong” que diría Kiko Amat (que vamos, no lo recuerdo, pero casi seguro que él también estaría por allí). Otro de los momentos que nunca podré olvidar de esos locos dos años son las veces que vi en directo a Los Fresones Rebeldes y TCR, que junto a Hello Cuca, son los grupos a los que debo media vida musical, ídolos vitales definitivos a los que nunca podré estar lo suficientemente agradecido. Son los que me lo descubrieron todo, los que me dieron el empujoncito para escuchar por primera vez Orange Juice, Helen Love, Bikini Kill, Beat Happening, XTC, o The Television Personalities. Aun recuerdo las largas tardes que pasaba con Miguel Fresón y Jose TCR por Tallers y Riera Baixa y como, bajo su consejo, compraba discos por cuatro duros que al llegar a casa me cambiarían para siempre. Young Marble Giants, The Monochrome Set, Jonathan Richman, Talulah Gosh, ufff, la lista es interminable, etc. Sobre los conciertos TCR y Los Fresones Rebeldes recuerdo que cada uno de ellos eran mucho más que eso, y es que eran verdaderas celebraciones de la vida, epifanías de felicidad, en los que siempre veía las mismas caras de satisfacción, esas mejillas rojizas, sudor en la frente, ojos brillantes, y esos puños pop en lo alto coreando cada canción como si fuera la última. Echo mucho de menos esos días...
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Enrique ‘Quique’ Ramos Ilustrador, comiquero y presentador del programa de radio Diasderubias. LES AUS EN EL MÀGIC Cuando conocí a Arnau, enseguida hablamos de un montón de cosas. Me contaba sobre todo lo que le gustaba con una normalidad y entusiasmo que enseguida reconocí como mío. No conocía la mayor parte de las cosas que hablaba y a pesar de ello no hubo choque de egos ni de ningún tipo. Buscábamos un punto en común y tirábamos las referencias hasta el terreno de cada uno para compartirlas, aunque no las conociéramos. El intercambio era bastante desigual, por cierto: aprendí mucho hablando con Arnau. Un día me contó que por fin había encontrado el grupo en el que quería estar. Poco más tarde supe que ese grupo era Omega 5, los Omega. La primera mitad de los 2000, ellos y Veracruz eran los únicos grupos que quería ver cada semana del mundo. Por suerte para mí, casi cada semana del mundo tocaban en una sala u otra. Así hasta encontrar un sitio, el Big Bang, donde era tan fácil organizar algo que enseguida se convirtió en el centro de nuestro mundo. Uno de ellos. El otro era la casa del punk, un piso en la calle Hospital donde vivían Arnau , Marta y Alex. Cuando uno se pasaba por allí, podía descubrir cualquier cosa: era una casa muy musical. Allí escuchábamos a Lighting Bolt y a Antipop Consortium, a Black Dice y a Augustus Pablo, a Modest Mouse, a !!!, a Come, a Starlite Despertion, a Unwound, a The (Young) Pioneers, a Mars. Te acercabas a pillarle un disco a Arnau (era el centro de operaciones de su sello y distribuidora Ozono Kids) y era fácil acabar quedándote un rato. En esa casa sonaba música que te posicionaba en algún sitio a la vez que te enseñaba dónde y cómo llegar. Lo que escuchabas en la casa del punk era exactamente lo que siempre habías querido oír, incluso aunque no te gustase. Parecerá una chorrada, pero entre los discos de unos y de otros, todos abrimos un poco las orejas. Eso, junto al hecho de que de repente hubiese una sala como el Big Bang, hizo que durante esos años pasasen un montón de cosas. Siempre he pensado que el hecho de que naciera un grupo como The Cheese y luego Les Aus, tiene mucho que ver con esos dos sitios. Los grupos podían tocar mucho sin necesidad de demostrar nada, y como tocaban casi siempre delante de las mismas 50-100 personas (y luego algunas más), los grupos siempre acababan haciendo algo distinto a la semana anterior por no aburrirse. Cada cosa que escuchábamos hacia surgir espontáneamente la necesidad de un cambio: después de cada descubrimiento uno no podía seguir haciendo exactamente lo mismo. Cuando Alex, el bajista de Omega 5, se fue a vivir una temporada fuera de Barcelona, el resto del grupo ya no podía estarse quieto. Aprovecharon para intercambiar instrumentos y desmontar todo lo que habían hecho hasta entonces. Esa reformulación del grupo acabó con la disolución del mismo y el nacimiento de The Cheese, el grupo de Arnau y Mau. The Cheese tocaban todavía más que Omega 5, tocaban casi siempre y siempre apetecía verles. No se parecían a nadie y eran mejor que todos. Por eso cuando saltó el rumor de que ese concierto en la sala Magic sería el último, muchos nos acercamos a la sala bastante impresionados. Sobre el escenario, un montón de instrumentos
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Les aus
quique & co.
repartidos por el suelo, y al subir ellos, una sola frase nos puso sobre aviso: “avui som Les Aus, i Les Aus som tots”. Explicaron que todos esos instrumentos estaban allí para quien quisiera usarlos y empezaron a tocar. Lo más impresionante de aquella noche no fue sólo la música, que aparecía delante nuestro sorprendentemente viva y única (¿he dicho ya que les habíamos visto 50 mil veces?) , sino que a nadie le hizo falta que le alargasen la mano con un instrumento. Quien quiso se acercó y cogió algo para hacer percusiones, se puso a cantar, a rapear incluso. El técnico de la sala, el mítico Fito, salió de la cabina para tocar algo parecido a un blues alucinadísimo con el grupo siguiéndole sin pensarlo. Suena horrible pero fue todo lo contrario a algo horrible: aquel día todos participamos. Por extraño que parezca, nadie tenía vergüenza porque no había nadie saliéndose de un guión que nosotros mismos estábamos escribiendo sobre la marcha. Todo lo que hacia el público funcionaba, y todo lo que Mau y Arnau probaron ese día, era una maravilla. Tenia algo de niños gritando “¡lo sabía!”. Ese concierto fue especial porque nos dio las dimensiones de dónde estábamos. Sonaba una música especial y única y éramos capaces de hacerla: nosotros y nadie más, acompañados por todos pero sin mirar a nadie. Muchos días creo que todavía recogemos los frutos de aquella semilla. De la gente que pasaba por esa casa y esa sala, muchos ya tocaban/ dibujaban/ escribían en fanzines/ hacían cosas, pero esos años, además, nos dimos cuenta de que éramos capaces de hacer mucho más. Y disfrutarlo. Les Aus siguen haciendo conciertos cambiavidas, ese noche, en la sala Magic, crecí dos palmos.
Pedro Burruezo Fundador de Claustrofobia. En la actualidad, dirige el grupo musical Burruezo & Bohemia Camerata. CLAUSTROFOBIA: Una fuente de mil anécdotas
claustrofobia
A principios de los ochenta, junto a Ma José Peña, Antoni Baltar y Sebastián Montesinos, fundé Claustrofobia. A lo largo de toda nuestra trayectoria, hasta pasado el ecuador de la década de los 90, arrastramos el mal fario de haber elegido mal el nombre para nuestros propósitos artísticos. ¿Por qué le pusimos ese nombre al grupo? Nosotros queríamos, con el título en cuestión, dar a entender que la nuestra era una propuesta musical idónea para ser escuchada en lugares pequeños, con total complicidad, con absoluta intimidad, creando una relación directa y quizá hasta angustiosa entre el artista y el receptor... Pero nos equivocamos. Jamás pensamos que nunca nuestra idea iba a ser comprendida (salvo por unos pocos acólitos fans siempre comprensivos) por la mayoría del público. Muchos entendieron que, con ese nombre, seríamos un grupo de alter-punk. Para otros, a los que les gustaba ponernos Klaustrofobia con “k” y no con “c”, la identificación era con el rollo “okupa” y el rock radical vasco, cosa que odiábamos. Más adelante, los góticos creyeron que éramos de los suyos. Incluso había quien creía que teníamos algo que ver, estilísticamente hablando, con un grupo de heavy metal que impera a sus anchas desde Brasil, nada más y nada menos. Esta historia fue, durante muchos años, fuente inagotable de todo tipo de anécdotas, algunas de mal gusto. Recuerdo, por ejemplo, haber salido a tocar impecablemente vestido de blanco y con un sombrero panamá delante de una turba de crestas muy ansiosas de despedazarme porque, según ellos, aquello era “pastel”. También
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rememoro ahora, mientras escribo, el día en que actuamos en Salou en un campo de fútbol lleno de todas las tribus del rock, de todas menos de la que se supone que debería ser la nuestra. Una noche para olvidar. Se oían más los gritos del público que nuestra música, a pesar del volumen del equipo. Tampoco olvidaré la noche en que, interpretando un bolero desestructurado al piano, el bueno de Gato Pérez salió a tocar los bongos con nosotros mientras una horda de alter-punks abandonaban Zeleste porque aquello no era lo suficientemente irritante. En realidad, era mucho más irritante de lo que ellos creían, hasta tal punto que se tuvieron que ir, ja ja. Cuando la cosa adquirió tintes surrealistas fue cuando, a partir de mediados de los ochenta, nuestra música dio un giro y empezamos a tocar canciones con aires flamencos, africanos, moriscos... Nadie entendía nada. Cómo un grupo que cantaba esas cosas se podía llamar Claustrofobia. Antes de que el mestizaje fuera inventado, lo practicaba ya un grupo con un nombre en las antípodas del tipo de nombre que se ponen los grupos mestizos, ja ja ja. En fin, que a la hora de fundar un grupo, lo mejor es ponerle un emblema que pueda sobrevivir a las diferentes épocas de los músicos en cuestión. Aunque, bien visto, la cosa no estuvo tan mal. No ganamos ni un duro, no nos hicimos famosos, no ligamos nunca... pero nos lo pasamos bomba viendo las caras de la gente cuando salíamos a tocar por esos pueblos de Dios.
O EXTRAPERL
Borja Rosal Garaizabal Periodista y miembro de Extraperlo. Noches con cierto sabor Me parece un poco insípido empezar a escribir sobre Barcelona. Sobre todo porque vivir aquí durante 25 años -toda mi vida- ha hecho que esta ciudad no me genere ningún impacto, que todo vaya acompañado siempre de una inquietante normalidad. En cambio, observo con alegría como ese impacto sí se produce en todos mis amigos que tienen proyectos musicales y han venido de otros lugares de España para quedarse. Lógicamente, fue en una época determinada -todas las épocas se pueden considerar determinadas- cuando empecé a conocerlos a todos. Los Extraperlo éramos unos adolescentes que habíamos compartido la obsesión, hasta cierto punto enfermiza, por la idea de hacer canciones de pop. Aleix, Cacho y yo -a Alba la conocimos por aquel entonces- salíamos de un colegio muy conservador, en el que si un sacerdote tocaba a un niño con cierta ilusión sexual lo enviaban a un colegio en Caracas con escolares internos. Supongo que era bien sabido entre la congregación que los niños sudamericanos no le atraían en absoluto. Por suerte, crecimos ajenos a tanta paradoja educativa y pudimos diversificar nuestras relaciones sin tener ganas de cometer ningún asesinato. De los 18 a los 20 años, las noches se resumían mediante una retahíla de nombres de grupos, recomendados por uno y por otro, que resonaban en mi cabeza al día siguiente, acompañándome en una dulce y prolífera resaca con una guitarra en mis manos. Durante esa época asistíamos a una cantidad de conciertos que ahora encuentro descaradamente abusiva. Recuerdo como experiencias incontestables los conciertos de Veracruz, Les Aus y Coconot, entre otros. Era apasionante ver a Adrián, Marc, Beto y Mario derrochando cuchillas y onomatopeyas con semblante de hermanos Dalton, a Mau y Arnau ejerciendo la improvisación de manera supe-
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n del invitació fanzine de era Juan Cerv
rior o a Jens y Pablo tocando enfrentados en busca de la recíproca sublimación. Aprendimos a manejar los instrumentos de otra manera, a huir del tedio, a zarandear nuestro intelecto en busca de ideas especiales, naturales y con un cierto grado de riesgo, para aplicarlo al pop. Entonces no se hablaba de la Barcelona Pop sino del Underground Barcelonés, sin venir a cuento porque ninguno de esos grupos tocó nunca en un vagón de metro. Recuerdo las noches universales en el Cabaret, cuando rezumaban las imágenes inspiradoras y estimulábamos nuestros impulsos, exacervados por la bebida y la sensación de estar haciendo lo que nos apetecía. Y ahora, cinco años después, toda esta vorágine ya no existe pero en esta ciudad se hacen mejores canciones que nunca. Ahora el gusto por la buena bebida y la mejor comida comparten lugar con la brisa marina, y ésta a su vez con encerrarse en una habitación para hacer canciones, con una guitarra, un teclado o un ordenador. Explico esta experiencia etérea porque no debo tener ni idea de lo que es la Barcelona Pop, aunque intuyo una ilusión gratificante la cual implica anular cualquier indicio de autocomplacencia y reclama una coherencia idiomática en la construcción de la propia identidad.
Juan Cervera Director de redacción de la revista Rockdelux. FOTO/COPIA: UNOS POSIBLES OCHENTA
Zeleste, la zona cero de Barcelona
Conciertos que cambian vidas
No, no tengo blog. Pero en los primeros ochenta tenía un fanzine, Movimiento Moderno, cuatro folios fotocopiados a escondidas en mi trabajo normal de entonces y repartidos gratuitamente. En Barcelona pasaban cosas (pocas) y ese despilfarro de tinta y fotos borrosas era un tímido intento de dejar constancia de algunas de ellas. No llegó a la docena de números pero en el último tiramos -y hablo en plural: se hacía con un ‘team’ de ensueño: Santi Carrillo (sin comentarios), José Antonio Pérez (desde hace años la polémica artista multimedia Violeta Gomez) y Juanjo Zambrano, aka Escarlata Mix, ondas de resistencia desde Ràdio Ciutat de Badalona- la casa por la ventana: todos los folios eran de colores distintos y cada número adjuntaba una fotografía original, diferente, de algún concierto. ¿Conciertos? El epicentro estaba en el antiguo Zeleste del Borne, que vivió sus últimos calambres tras el mito laietano y antes de echar el cierre definitivo. Y en el Metro de Poble Nou, luego 666 -con su decoración a base de ataúdes y lápidas- . Allí se materializó la crema de la Movida que nos llegaba desde Madrid, la tierra prometida si tenías en grupo (la Barcelona de los ochenta era más de peregrinar a bares “modernos”: Metropol, Zig Zag, Universal, Sí Sí Sí, Otto Zutz, KGB; lugares donde era más importante el interiorismo y los/las camareros/as que el cliente, relegado a mero figurante y a menudo menospreciado), y se inmolaron en noches confusas e irrepetibles actos de Aviador Dro, Siniestro Total, Parálisis Permanente, La Mode, Derribos Arias, Dinarama, Los Monaguillosh, Los Seres Vacíos, Gabinete Caligari, Golpes Bajos, Glutamato Ye-Yé, Polansky y el Ardor y, last but no least, Almodóvar & McNamara. Éramos, casi siempre cuatro gatos, los mismos que nos reuníamos con devoción de secta para jalear a “nuestros grupos”, los de BCN, los olvidados. Y los había de todos los colores y sonidos. Punks, mods, rockeros, vanguardistas, poperos, siniestros, inclasifica-
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bles. Flashes que brillaron: Desechables -con la mejor ‘frontwoman’ que jamás ha tenido un grupo al sur de los Pirineos: Tere-, Loquillo y Los Trogloditas (no lo duden: aquello era concentrado de rock’n’roll diluyendo el tópico), Brighton 64 (anfetamina atropellada), Decibelios (aquelarre skin), New Buildings (avant-garde para largos recorridos), Los Burros (olviden a El Último de la Fila: el tándem García-Portet jamás superó este proyecto), Último Resorte (anarcopunk de barriada), Claustrofobia (demasiado y demasiado pronto)... Todos (o muchos) tenían abiertas las puertas, las antenas (además de la capitalina Radio 3, La Meca), de la citada Ràdio Ciutat de Badalona y de Radio Obrera, con Vicente Gil (alias Dios: su maxi de 1985, coproducido por Loquillo, es puro delirio antirreligioso) como maestro de ceremonias. Y había una tienda, Informe, muy cerca del actual CD.Drome, en la calle Torres i Amat, que servía de casual punto de encuentro. Vendían “complementos” (su lema era “Informe de modos y modas”) pero también singles, maquetas, fanzines. Y allí oficiaba Juana (también en Dios), un pequeño icono de cierta franja alternativa. Con el ecuador de la década algunas de estas bandas -las de allí y las de aquí- pasaron a aforos mayores -Studio 54, el Zeleste preRazzmatazz- y alcanzaron el reconocimiento que merecían (o no). Y en Studio 54 y en Otto Zuzt, nos visitaba la modernidad internacional: Marc Almond & The Willing Sinners, Echo & The Bunnymen, The Communards, Mink De Ville, The Chameleons, Carmel, The Blow Monkeys, Anne Pigalle... Y entonces, algo cambió. Siempre cambia. Pero algunos ecos resuenan, no se desvanecen. Aquí van tres: Nick Cave en el 666 (23 noviembre 1984), The Smiths en Studio 54 (16 de mayo 1985) y, casi dando cerrojazo a la década, Nusrat Fateh Ali Khan en el Mercat de les Flors (1 abril 1989). Yo tenía un fanzine. ¿Alguien guarda una copia?
BRIGHTON 64
Phillip Engel Crítico de cine. Megastore (Memorias del subsuelo) Me encontraba en el cruce de Gran Vía con Paseo de Gracia contemplando el edificio iluminado con gran aparato de luces de colores cuando me sobrevino la revelación. No hacía ni un mes que había firmado para trabajar en el sótano (sección jazz), el edificio tenía quince pisos y en lo más alto tronaba en grandes letras de neón la palabra PROSPERITY, que nada tenía que ver con el espectáculo. Un rápido cálculo mental me dijo que no podía ser buena señal, así que no las tenía todas conmigo. Era el 1 de octubre de 1992 y, en plena euforia post-olímpica, se inauguraba el Megastore que había provocado pánico entre los comerciantes del gremio discográfico. La invitación misma era un CD, una mala caricatura de Dios sostenía el templo de la música en portada. Sobre la tierra, lo que parecía una aspirante a Roxette (Sally Ballet) daba tumbos por el escenario ante una pequeña masa curiosa que la observaba con moderado interés. Más tarde, me la encontré por las catacumbas del edificio suplicando por una botella de agua, nadie le hizo ni caso. Servidor andaba muy ocupado maldiciéndose interiormente (una manía), cuando se le acercó lo más parecido a Jesucristo que ha visto en esta vida. Era el mismísimo Richard Branson, que acababa de bajarse de un globo, o de un
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Antes de el último de la fila
día de inventario en la megastore
DECIBEL IOS
helicóptero, y se interesaba desenvuelto por si teníamos “transporte” para ir a la fiesta que iba a tener lugar a continuación en el Otto Z. No me importó en absoluto acomodarme junto a la preciosa y escultural intérprete que por algún motivo era rusa, muy simpática y de nombre Saskia. Pasamos la noche bebiendo precisamente Absolut con limón (acababa de leer American Psycho), mientras se acercaban tímidamente los notables del lugar para saludar a nuestro Rey Midas, un tipo realmente agradable que despachaba rápidamente a los hombres y metía mano a sus mujeres sin disimulo alguno. A la mañana siguiente, mi primer día de cara al público, no pude ir a trabajar de tan borracho que estaba (no dejaba de hablar con Dios por el gran teléfono blanco). Tampoco lo interpreté como una buena señal, pero lo cierto es que, aunque las cosas nunca son como te imaginas, los cinco años que pasé en la planta -1, uniformado con la sudadera roja y mi chapita de identificación, fueron bastante gratificantes. Era como trabajar en la Bibliothèque Nationale de París, me decía. Además de jazz y blues, todo aquel catálogo digital ponía a mi disposición una amplia gama de sonidos latinos, brasileños y jamaicanos que seguían alimentando el ansia de seguir comprando (vinilo). Estaban también los clientes peculiares, ahí conocí sin ir más lejos a Kiko Amat, y Pedro Burruezo venía a comprobar si sus discos estaban bien colocados. También aparecían de tanto en cuando Cathy Claret y Pascal Comelade, así como una inacabable galería de freaks y anécdotas que dispuestas aquí les aburrirían soberanamente. El curro en la Megastore fue mi excusa para no irme de Barcelona ni de casa de mis padres, y seguir consumiendo discos en una habitación llena de pósters. Este es mi pequeño homenaje.
Martí Sales Poeta i membre dels Surfing Chirles. LLAVORS Feia setmanes que en parlàvem. Alguns havíem pogut aconseguir la pasta que costava l’entrada, la majoria no, i l’institut havia quedat dividit en dos parts desiguals d’enveja i nervis. Entre els amics que hi anàvem també hi havia dos bàndols: els fans dels Buzzcocks i els de Nirvana. Jo estava encuriosit i mort de ganes de veure’ls els dos: seria el meu primer concert. Tenia catorze anys. Era el febrer de 1994. Estàvem tots molt excitats: sols de nit per Barcelona, ningú que ens vigilés i tot allò prohibit que tantes ganes teníem de fer, a l’abast. A l’arribar a sota les escales mecàniques que pujaven a Montjuïch un col·lega es va aturar, va treure una bosseta i es fa fer un porro. Tots vam fer veure que n’érem fumadors empedreïts i ens vam aguantar la tos com vam poder. Amb les pupil·les dilatades, rialles entre dents i evitant fer tentines, vam seguir pujant. La següent parada va ser un mur. Vam treure els tàquers i el vam decorar amb les proclames que escrivíem per la ciutat: “Jaiak bai, borroka ere bai”, “I say yeah!” (de la cançó dels Maytals), “The Specials”, “I wanna a party on your pussy, baby”, “Qui jutja els jutges, qui vigila la poli?”, fins que va arribar. La poli, és clar. Ens vam fer fonedissos entre arbustos, colles de grunges i venedors de llaunes. Llavors, el concert. El record musical no el tinc clar, se’m barreja amb la quantitat bestial d’adrenalina i feromones desbocades que m’ho feien veure tot amb colors pujats, com una foto moguda i
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cremada; jo, tots nosaltres, suats i desmanegats fent pogo, botant, ballant, perdent l’oremus amb l’’Ever fallen in love’, el ‘Territorial pissings’, o l’’Orgasm Addict’. Fum, cervesa i punk, de l’antic i del hype: energia a dojo que entomàvem amb la set insadollable dels adolescents. I plaf, marcats. El dia següent tenia un sopar familiar. Era l’aniversari de l’avi dels meus cosins. Jo vaig arribar amb una samarreta del concert, orgullós, com si hagués protagonitzat una gran gesta, i el Ricky i l’Albert em van dir que els hagués encantat anar-hi però que no havien pogut. Ells tenien un grup mític i duien polos de ratlles i xapes, com els meus germans rossos; eren els estranys i moderns de la família, el model a seguir des que, de petit, vaig aprendre a ballar amb el seu ‘El mejor cocktail’ i ‘Madness’, de Prince Buster -versió Two-Tone Records. Era l’any 1986. Jo tenia sis anys. Mentre feia aquests primers passos de ball en pijama, vaig enamorar-me inconscientment, infantilment i eternament de les seccions de vents. L’endemà del sopar el seu avi va morir: havia tingut el millor comiat, una celebració amb tota la gent que estimava. Jo havia tingut el meu bateig de foc i ja no em podia treure del cap la idea d’aconseguir una guitarra elèctrica. Al cap de poc vaig començar a tocar amb els col·legues. Catorze anys més tard vaig cantar ‘La casa de la bomba’ en directe amb els meus cosins. Setze anys després d’aquell primer concert escric aquest text i és com si tot s’anés obrint i tancant tota l’estona, cosint i esventrant, dessagnant, plantant i morint en un sol gest: aprendre a viure amb aquesta puta nostàlgia eterna. Intentar aprendre d’una vegada que, en tinguis 14 o 30 o 40, com deia el savi de Vallvidrera, tot és ara i res. I aquí.
Jan Martí Cervera Miembro de Mendetz y editor de Blackie Books. MOLAR Eran los últimos meses de 2005 y, tras unos meses de ensayos, habíamos hecho unos cuantos conciertos como Mendetz en Cornellà, El Prat, Hospitalet, Badalona, Sabadell, e incluso un festival en la playa de Sant Adrià, pero nos estaba costando bastante tocar en Barcelona. No sabíamos por qué. Nos habían dicho que las cosas son siempre difíciles en Barcelona. Es una ciudad que te acoge después de 3 exámenes, 2 pruebas de acceso, 7 recelos, 4 desconfianzas, 9 silencios y dándote 0 pistas. En Barcelona se crean estanterías donde colocar los libros que no se han escrito por si algún día salen, cajones específicos en los que colocar cada cosa aunque esa cosa aun no exista, etiquetas para todo, para que todo el mundo sepa quién es quién, qué es qué, por dónde va, de dónde viene, a través de quién. Todo tiene que ser explícito, un poco digerido, mínimamente sugerido. Aquí las cosas no salen de la nada, salen de otra cosa. La gente no aparece sola en un sitio si no es amigo de. No puede ser que existas si no conoces a nadie que conozca a alguien que conoce a alguien. Nos habían contado todo eso. Bla bla bla. La putada es que nosotros salíamos de la Escuela Italiana, una especie de casita en medio de un pasaje del Eixample, tan arruinada como el país al que representa. Un sitio entrañable, cerradito, agradable. Colegas de clase de toda la vida, ensayábamos desde hacía un tiempo en Poble Nou. Hacíamos la música que nos salía,
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MENDETZ
MARTÍ SALES
su primera vez en Bcn
algo siempre muy rítmico, tomando referencias que habíamos visto en algunas revistas y en internet. No conocíamos los sitios donde se hacían conciertos guays, no conocíamos a gente que los montara, ni a gente que fuera, ni a gente que conociera a gente que conociera a gente que. Putada, porque mandábamos decenas de mails a todas partes, maquetas a todo dios, y no había manera de tocar en Barcelona. Por fin llegó el día. Recuerdo que estaba en una visita (obligatoria para el posgrado de estética que hice, un horror, no lo hagais) en una galería de arte, donde el comisario nos explicaba los procesos para una exposición. La expo no estaba mal, porque había un montón de robots parecidos a los que yo colecciono. Durante la visita me llamó Stefano y me dijo que acababan de responder los del Cabaret. El Cabaret era una fiesta que se hacía los jueves en el Sidecar (antes en una sala en Diagonal) y que, por lo que habíamos visto en internet, MOLABA mucho. Había conciertos que molaban mucho. “Molar” como acción que ejerce (y no que se le aplica a) un sujeto, como decir “hoy salgo a molar”, “hoy tengo pensado molar”. El Cabaret molaba, y el concierto iba a ser la noche de mi cumple, en enero de 2006. Muchísima ilusión. Llegó el día, y de alguna manera extraña había corrido en Barcelona la voz de que los Mendetz, al igual que el Cabaret, también molaban. Nosotros aun no lo sabíamos, pero se ve que habíamos molado en algún momento, en algún concierto en el “extrarradio” en el que regalábamos nuestra maqueta, o algo así. Y cuando en Barcelona corre la voz de que algo mola, pues hay que ir. Hay que formar parte. La cuestión es que había cola en Sidecar, estaba llenísimo e incluso quedó gente fuera. No sabíamos si era por nosotros o si cada jueves pasaba eso, pero bueno, el concierto fue muy potente, muy emotivo, y a la gente le encantó, y a mi mamá también. Luego en el micro-camerino empezó a entrar gente que no conocíamos, diciéndonos que eramos la hostia, que teníamos que hablar, que querían una demo, un contacto. Luego supimos que, entre otros, uno era de Sinnamon, otro del Primavera Sound, etc etc. Nos alertaron los unos de los otros, nos metieron miedo, mucho ojo, mucho cuidado, habíamos empezado a molar y no podíamos dejar de hacerlo. Lo bueno de esa noche, a parte de que nos permitió aprender un poco como funcionaba Barcelona, es que conocimos a los que montaban el Cabaret, algunos de los cuales aun montan cosas interesantes, como por ejemplo esto. Descubrimos que a ellos eso de molar no les parecía demasiado importante, que querían que los grupos nuevos pudieran tocar en Bcn y que la gente pudiera descubrir grupos nuevos de su ciudad. Y ya está. Y punto. Y ahí toda nuestra teoría del MOLAR barcelonés se vino un poco abajo. Fue un alivio.
Marta Salicrú Coordinadora de la sección de Música de Time Out Barcelona, colaboradora de Rockdelux y mitad de Bonnie & Clyde. Yo traje a los BMX Bandits Cuando una cosa te gusta, repites. Pero justo una de las experiencias más emocionantes y gratificantes de mi vida ha sido algo que sólo he hecho una vez. Supongo que el motivo por el cual mi primera incursión en el mundo de la promoción de conciertos fue también la única es que se trató de una cosa muy especial. No cada día te encargas de traer a uno de tus grupos favoritos a tu ciudad. Quizá lo haces si eres el Primavera Sound, pero yo no lo hago. Pero siempre
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podré decir que yo traje a BMX Bandits por primera vez a Barcelona. La culpa la tuvimos a medias Aleix, mi compinche vital, y yo, las dos mitades de Bonnie & Clyde. Y para conseguirlo enredamos a scannerFM, donde trabajaba entonces, y al Sidecar. Creo que estábamos en Ràdio Gràcia, la primera sede de Scanner, con Carlos Medina, jefe y amigacho, cuando nos mencionó que en Sidecar estaban bastante receptivos de cara a acoger conciertos especiales para celebrar su 25 aniversario. Era el 2007, y no sé si fue Aleix o fui yo el que soltó que podíamos traer a los BMX Bandits. Teníamos contacto con Duglas T. Stewart, única constante en las más de dos décadas de vida de la formación de Glasgow, desde que le hice una entrevista por teléfono. Siempre que entrevisto a uno de mis ídolos no disimulo nada mi fanatismo: no lo hice con Edwin Collins, no lo hice con Stephen Pastel, no lo hice con Lawrence, ni lo hice con Duglas. Y a él (como a todos) le gustó, y desde aquel momento el “bandito” nos incluyó en una lista de correo selecta -Norman Blake estaba en ella- en la que de vez en cuando mandaba cosas: un San Valentín mandó una canción de amor. Y claro, cuando los BMX Bandits debutaron en Madrid, los fuimos a ver y nos conocimos. Traer a BMX Bandits no parecía, entonces, tan descabellado. Teníamos el contacto, una posible sala, y encima la producción no saldría de nuestro bolsillo. A Wookie de Sidecar le hizo gracia la idea en seguida, y scannerFM y la sala se enrolaron para producir a medias el concierto que avanzaría la celebración de las bodas de plata del Sidecar. Aleix y yo nos encargamos de una organización, que tenía que ser de lo más low cost. El grupo tenia tantas ganas de venir que aceptó a tocar gratis con los gastos pagados. Les fuimos a buscar al aeropuerto de Girona (volaron con Ryan Air, claro) con mi suegro y un amigo de mi suegro para meterlos a los seis en los coches. Les alojamos en un youth hostel Equity Point -también patrocinadores, o sea, gratis- y durmieron en literas como si estuvieran de campamentos. Al menos el hostel estaba en Passeig de Gràcia. Para compensar, los llevamos a cenar y tomamos mojitos. Y nos reímos un montón. Al día siguiente abrieron el concierto Les Très Bien Ensemble, que les prestaron su equipo, y fue una noche genial, aunque, a pesar que vino bastante gente, como negocio fue un fiasco. Cuando nos despedimos al día siguiente, recuerdo que tenia ganas de llorar, lo que no es raro porque soy un poco pava, pero, ¡qué narices!, ellos también estaban emocionados. Cuando llegamos a casa Aleix y yo nos sentamos en el sofá a escuchar su versión de ‘Wichi Tai To’, yo llorando como una magdalena. El mismo sofá sobre el que ahora tenemos enmarcado uno de los carteles que anunciaron el concierto.
Sergi Puyol Ilustrador y miembro de Le Pianc. EL CÍRCULO DE BARCELONA Si tengo que empezar por algún sitio siempre empiezo por el mismo. En enero de 2005 vi un concierto de Veracruz que me dejó gratamente sorprendido. No podía creer que hubiera una manera tan original de hacer canciones. Fue algo que me gustó y a la vez me dejó descolocado. Le Pianc acababa de nacer hacía unos meses, ya habíamos grabado la primera maqueta, y de repente me encontraba con otra manera de entender la música: punk con pop, pop con vanguardia, todo mezclado en un cóctel ‘artie’ y fresco. Poco a poco fui co-
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Viñeta indie
LE PIANC
VERACRUZ
nociendo un círculo de gente con inquietudes muy similares a las mías y a la que me encontraba varios días a la semana en conciertos. Era gente con la que podía intercambiar opiniones sobre grupos o sobre otras cosas y que me hacía descubrir miles de cosas más. Supongo que fue ahí donde empezó algo importante para Le Pianc y para mí porque una cosa lleva a otra y desde ese momento el intercambio no ha parado en muchos sentidos. Pero, os preguntaréis, ¿por qué siempre procuro encontrar uno u otro medio para expresar mi manera de entenderlo todo si lo más seguro es que no le interese a casi nadie? Creo que si hay algo que me define es que quiero hacer muchas cosas y al final lo hago todo a medias, mal, rápido y con resultados de calidad muy variada. Eso se debe, en parte, a que suelo buscar un resultado lo más inmediato posible. Mi relación con la música, los cómics o con cualquier otro ámbito siempre ha sido algo compulsivo. De pequeño, el hacerme con un cassette grabado en cualquier visita a casa de un amigo o, ya de más mayor, encontrar vinilos que me interesaran mínimamente en cualquier mercadillo, era algo que significaba y significa un pequeño triunfo. De la misma manera, hacer una canción que suene tal como me la imagino o diferente a lo que escucho normalmente, o captar la esencia de una experiencia en unas viñetas, son cosas que hacen que sienta que el tiempo invertido o que la acción real relatada hayan valido la pena. Así pues, mi relación con este círculo barcelonés, por llamarlo de alguna manera, tiene varias facetas. Una de las más importantes es la música pero hay muchas otras y por desgracia yo me siento atraído por casi todas. Al final, uno comprende que hay que renunciar a muchas para hacer sólo las imprescindibles e intentar que las que escoges no sean un completo desastre. Actualmente además de Le Pianc estoy centrado en dos cosas. Por una parte, el sello Maravillosos Ruidos con mi hermano Abel, integrante y letrista de Le Pianc y de Viva Ben-Hur y persona determinante a la hora de decidir tirar para adelante proyectos como éste. Lo malo es que cuando no tienes ni idea de cómo funciona lo único que consigues es tener un montón de cajas con 7 pulgadas en el trastero. Pero por encima de todo, está esa idea romántica de hacer cosas por uno mismo, accesibles y bonitas, sin intención alguna de crecer como empresa ni profesionalizarlo. Y luego están los cómics, que consumo desde pequeño, pero que como creador empecé con fanzines y actualmente continuo con mi colaboración con la editorial amiga Apa Apa, a quienes ayudo con la parte de diseño y maquetación y que son los que han publicado y publicarán mi trabajo. A todo esto, si me preguntan si existe un movimiento barcelonés o si existió antes mi respuesta sería: sí, es evidente que somos mucha gente que hacemos música pop o lo que sea, ‘indie’, fanzines, sellos, incluso cine; nos conocemos y colaboramos entre nosotros. A lo segundo diría: no lo sé porque no estaba y no me he informado especialmente sobre eso, pero tiene pinta de que también. Había muchos grupos que parecían conocerse entre ellos y estar relacionados y colaborar. Si el ex batería de Brighton 64 luego pasó a Kamenbert será que algo había. No sé si su relación era parecida a la que tienen los grupos de ahora. En todo caso, eso es algo que me hace pensar cómo recordaré todo esto de aquí a 20 años, qué habrá sido lo mejor de todo, y la verdad es que me quedo muy tranquilo. Dibujar, grabar, haber tocado con todos los grupos amigos, colaborado con ellos, ellos con nosotros... Y desde luego algo como tocar con Manuel de Kamenbert son cosas que hacen especial ilusión y que no olvidaremos fácilmente.
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Miqui Otero Periodista, agitador, mezclador, organizador del Our Favourite Club y lo que venga. Los tambores y los pasos de baile Hace ya un tiempo que sé que existe la Nostalgia del Futuro. No la provocan las cosas que pensabas que existirían cuando eras pequeño: las pizzas con tamaño de pastilla que mutaban a familiares en el horno o las batidoras de huevos con brazos o los coches voladores de choque. No, más bien son las cosas que sabes que nunca harás por cómo eres ahora y por cómo has sido durante toda tu vida: la nostalgia del futuro es como la planta carnívora de ‘La pequeña tienda de los horrores’ que se alimenta de tus miedos, de tus limitaciones, de tus genes, de tu familia, de tus ganas: nunca me tiraré en parapente, nunca viajaré a Hawai. Nunca haré esto mucho más importante que siempre he querido hacer. Pero también existe la Nostalgia Express. Sí, y ahí entran esos Grandes Clásicos del Recuerdo Instanáneo. Esos momentos concretos que sabes que serán importantes en tu vida. Y no los reconoces con el paso del tiempo. No, cuando te asalta un G.C.R.I. lo sabes en ese momento: AQUÍ Y AHORA. Los recoges de la máquina ya envasados y antes de que finalicen: “Su recuerdo, gracias”, dice la voz robótica. Son tan especiales, que ni siquiera es un “relájate y disfruta”; no, estás nervioso e intentas retenerlos aún más. Cuando acaban te sientes como cuando dabas vueltas sobre ti mismo en el patio del colegio para colocarte, como cuando te daban un cate y veías gorriones volando en la órbita de una elipsis que corona tu cabeza: la primera vez que viste ‘Regreso al futuro’, la primera vez que hundiste la pelotita de las Reebook the Pump que te regalaron tus Reyes Padres Magos, la primera vez que le metiste la lengua a una pobre chica, tus ojos abiertos como platos de café, pulso chino de lenguas, escrutando por encima de su hombro: “Me habéis visto, ¿eh? ¡Aquí estoy, le estoy metiendo la lengua!”, y las señoras afianzando su bolso bajo el sobaco y apretando el paso. Aquella tarde de octubre de 2007, mientras fotocopiaba ese fanzine parecido a una hoja parroquial que regalábamos, mientras grababa CDs, los ojos ya de chino en el WC, uno tras otro con la música de las favoritas del pinchadiscos que también regalaríamos, mientras contestaba sms: sí, el Our Favourite Club de esta noche es un homenaje a Tropicalia, a la música brasileña; sí, es en la Batcueva, el sótano de la calle Méjico, al lado de Plaza España; sí, no os meéis en el pasillo, colega, que al final parecen ríos de pis como en el pasillo de ‘El Resplandor’, pero en amarillo”; mientras hacía todo eso, me entró la llamada de Pablo. “Ei, man, ayúdame a mí y a Félix a bajar nuestros chismes, que no tenemos manos”. Así que dejé todo, me puse la Harrington azul celeste esbozando, con fracaso, el gesto de Martin Sheen en Malas Tierras, y salí a la calle. Recogí a Pablo y Félix en Canaletas y bajamos con sus instrumentos hacia mi piso en Junta de Comerç, también conocido como Ca l’Entrecot. Bajamos como un trío de vaqueros por esa pasarela de modelitos de frenopático: guiris con riñonera, chicas pijas con botas de hípica, muñecos de Michelín con bermudas. Y llevábamos los instrumentos del segundo concierto de El Guincho. Y no eran guitarras y micros: un sample, una tabla de madera con unas cuantas muescas, una baqueta de batería y un bombo.
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EL GUINCHO
MIQUI OTERO
Ya en casa, abiertas las Coca-colas y derramadas las cervezas, Pablo puso en ese mismo ordenador su primer disco, Alegranza: “¿Sabes que cuando lo pongo en iTunes sale ‘dance music’?. Pablo dio un par de palmadas para comprobar la acústica de mi habitación llena de pósters y hundió el Play. Y se liberaron todos los animales de Jumanji, y vinieron negros zumbones silbando, y la música insistía en bucle de un envite de ola de un Cantábrico eléctrico: “No suena mal, ¿no?”. A bailar venimos a bailar venimos a bailar A bailar venimos a bailar venimos a bailar A bailar venimos a bailar venimos a bailar A bailar venimos a bailar venimos a bailar A bailar venimos a bailar venimos a bailar A bailar venimos a bailar venimos a bailar (La opción de cut’n’paste de Word es la mejor para escribir sobre aquella música). Luego comimos un bocadilo y nos fuimos al sótano donde celebrábamos -porque ése, y no otro, es el verbo- los Our Favourite Clubs en esas fechas, unas fiestas temáticas, con una película como telón de fondo, donde regalábamos un montón de cosas. Esta vez la película era ‘Orfeo Negro’ y encima del escenario estaría un (casi) desconocido chico canario de mirada limpia pero de pez eléctrico que aleteaba con pulsión frenética: “Nunca me pongo nervioso en los conciertos. Tocar es lo que más me gusta”. Y, ya en la sala, con los bártulos en el escenario, sube Pablo y la música llega como una estampida de animales del desierto sahariano que han pisado a los tuaregs, en una sala enana insonorizada con hueveras de colores. El público viene ya sudado y pide más y más y más. Pablo parece un pez recién salido del océano, totalmente empapado hasta el tuétano, pica la tabla con rabia y se desgañita. El público tira las cervezas por el aire, busca ventiladores, bota y se mueve en masa como una marea encabritada. Pablo lo llamaría “rave amazónica” después. Y llega ‘Palmitos Park’, que luego sería un éxito, que lo llevaría a dar conciertos por todo el mundo: “Las historias de naves espaciales, los tambores y los pasos de baile”. Vamos, todo lo que me interesa, cantado para mí. Y el público parece una danza extática de Bali y no quiere parar porque “a bailar venimos a bailar”. Y es entonces cuando Quique y yo sacamos las carretas de plástico de colores que hemos comprado en La Bolsera el día antes, y las repartimos entre el público. Y las hacemos rodar. Y sonamos como grillos hiperactivos. Y nos acercamos aún más, como los niños caníbales de ‘De repente el último verano’. Y Pablo, ya con algún calambre, ¡Rampa!, exhausto nos ve a todos y suelta: “Me dan miedo, pero les quiero”. Y nosotros también. Y aquella pequeña sala es una nave espacial que nos llevaría a otro sitio. Los minutos en el Espacio Exterior no son los mismos que en el Planeta Tierra.
DJ RAGNAMPIZA Ragnampaisser, the Dub Organaisser. El día que me afeité el bigotito por primera vez, las discotecas aún eran leyenda. Los que iban dos cursos por delante, muy posiblemente a tercero de BUP, contaban excitados y con aire de superioridad y dominio del tema, los prodigios y experiencias
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sensacionales que vivían cada tarde en ese santuario inalcanzable. Yo les había visto salir el día anterior después de clase a toda hostia, con los libros bajo el brazo cogidos con una goma ancha, en dirección hacia el bar donde se efectuaban las más sonoras de las campanas, principalmente a la hora de religión. El camarero, cómplice y paciente, almacenaba sin rechistar y con amabilidad los fajos de libros a la orden de “paso luego o sino mañana a primera hora”. Mientras los pardillos apurábamos las últimas canciones de la máquina de discos que los iniciados nos habían dejado cual bolas extras, éstos, ya uniformados con sus cazadoras y sus botas “camperas”, salían hacia la discoteca a codearse con chicas (¡con chicas!), con tipos muy metidos en todo y a bailar unas canciones que en su boca sonaban a leyenda. Uno pillaba en sus conversaciones a la hora de la “campana” del día siguiente, la emoción de la exclusividad de esas canciones: “Tío, después de las ambientales empezó con el sube al autobús”. “Tiene el último de Tercer Mundo que lo ha pillado en Raff”. “La última de Bob Marley, la versión larga, tío” “¡Agua p’al novio!” “¡Asé!”… El día que traspasé las puertas del santuario, me temblaban las piernas. Sabía que lo mejor de cada barrio estaba allí y que uno de sus pasatiempos favoritos era el de “¿Te gusta mi hermana?”. Ya me entienden. Las chicas eran suyas, la barra era suya, la discoteca era suya…pero, ¡oh descubrimiento!, la pista de baile no. Los chicos duros no bailan y con mirar al suelo y no fijarse de forma directa en los meneos de sus chicas, uno tenía alguna garantía más, aunque no todas, de no ser objeto de los matones. La primera vez que subí a esa pista, mi vida cambió. Creo que le llamaban sonido cuadrafónico, pero el hecho es que nunca antes había oído la música así. ¡Tenía una dimensión más, ya no era plana como en el transistor o en la máquina de discos del Mundo Familiar! Oía las percusiones pequeñas de los temas de reggae como si fueran el sonar de un submarino, la línea de bajo cual música de la ingravidez interestelar...”Collie, collie, collie, what a ganja smoke tonight”. No les he contado, y es muy importante, que la pista daba vueltas y en cada giro, pasabas por delante del discjockey (¡qué era el Zorra!) y podías ver los discos DE IMPORTACION en sus platos, objetos sagrados. Hubiera dado lo que fuera por tenerlos y no fueron pocas las horas que me pasé en Raff o en Cara B, legendarias disqueras, acariciando los maxis de importación. Cómo relucían y seguro que contenían la mejor canción del mundo. La nueva de… Himnos. Sin autor, sin título (bueno sí, “sube al autobús”, “agua p’al novio”, “quiero un López”) pero con etiqueta. Identificar el label con la canción correspondiente se convirtió en nuestra fuente de conocimiento y también en nuestro argumento de enrollados, de la casa de toda la vida, vamos. Siempre sabíamos la canción que venía después. Que veíamos la palmera de Island grande, sobre la etiqueta de color naranja, era un maxi, o sea, versión larga, “Talk To Me”. La misma palmera, más pequeña con el label todo negro, “Asé” en la versión en directo. Un label rosadito con una vaca dibujada, “Give Me The Night”. Etiqueta amarilla con letras verdes con una G gigante que rodea el agujero central, “General Amin”. Naranja bastante feo con RCA grabado, “Sweet Jane”… Con el tiempo, y no mucho, la verdad, esos temas tomaron nombre y rostro. “Agua p’al novio” era “I wanna love you” (Is This Love”, Bob Marley), “sube al autobús”, “Going Back To My Roots” en la versión de Richie Havens, “asé” era “I say” (“Now That We’ve Found Love, Third World) y “quiero un López”, “Music” de One Way, aunque a día de hoy aún no he logrado desentrañar las palabras del estri-
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tesoros
billo y sigo dando vueltas a mi salón y gritando “Quiero un López, quiero un López Mu!.
Pedro Baqués Ex periodista musical y ex promotor de conciertos. El pop de nunca jamás
jamaicanos
anuncio SGAE 1994
La ciudad educa tus gustos. La ciudad educa tu mirada. La ciudad educa tus oídos. Así reza el mito de la cultura urbana. Y cada generación tiene su referente fundacional. Para nosotros, que no somos los malditos, fue el año 94. El año en que comenzó todo. Una nueva utopía de ciudad, una nueva juventud olvidadiza y un nuevo hedonismo pop -después del fin del pop-, surgían de entre las cloacas de la ciudad post-industrial y las palmeras de las rondas de la ciudad post-olímpica. Un barco bien conducido por una burguesía audaz y libertina, en perfecta connivencia con los poderes públicos. ¡Y no hacía falta incordiar a la monarquía ni faltarle a los pacos! Frente al no future del punk, los que adolecimos en los noventa nos creímos el cuento de que el futuro es ahora, ya, avant la lettre. ¿Cuáles serían las señas de identidad musical de esta nueva Barcelona? Si en los cincuenta fue la rumba y el folk; en los sesenta, la nova cançó y la psicodelia; en los setenta, el rock progresivo y el punk, y en los ochenta, el techno-pop y la movida... ¿Qué nos dejarían los noventa? Visto ahora, podríamos decir que Barcelona fue la radiante universidad del pop, la cuna de una generación de pedantes y enteradillos con cierta vocación por los sonidos anglófilos. O, mejor dicho, podríamos decir que sólo fuimos el macrobotellón del pop. El escenario de lo que ocurrió musicalmente en todo el mundo, y que, por eso, ahora somos el Arca de Noé de los festivales, la última ciudad-espectáculo. Y eso no es poco. Del 94 al 96, en un par o tres de años se consolidaron una serie de experiencias que amasaron nuestras mentes y oídos. La cultura de clubs y los festivales (El BAM, Benicàssim, el Sónar y el Nitsa). Surgió la primera oleada de grupos indies españoles (Family, Telefilme, El Inquilino Comunista, Penelope Trip, Parkinson D.C, Beef, Peanut Pie y Los Planetas) y apareció el fenómeno de las revistas gratuitas (la AB, la Mondo Sonoro o la Go fueron la evolución de los fanzines de los ochenta). Y, sobre todo, vivimos el advenimiento de la música electrónica. Barcelona quería ser Manchestar, Sheffield, Londres y Detroit, todo junto y revuelto, en la dichosa Havana del Mediterráneo. ¿Existe otra idea mejor del Paraíso? La supuesta escena de los ochenta, que tanto promulgan ahora unos cuantos modernos del extraradio con aspavientos marxistas, quedó diluida tras esta nueva revolución burguesa. En contraste con la idea de finales de los setenta y principios de los ochenta de que la música era el principio de la acción, en los noventa la música fue el principio de la evasión. Puede que el espíritu de esta generación no fuera tan romántico como el de la transición. Y puede que poco a poco todo esto se haya girado en nuestra contra. Pero así fueron las cosas y nunca la pasamos mejor después. Ahora estamos ante un nuevo panorama. Las relaciones grupo-sellopromotor-sala se han roto y el consumo -principio de todo arte popular- ha cambiado con las descargas en internet. Por otro lado, la ciudad se ha convertido en un sitio agradable, lo que se traduce en aburrido. Las noches son cada vez más breves y menos cana-
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lles. Las chicas prefieren estudiar un máster o tener hijos antes que cantar en una banda de pop. La más vernácula burguesía catalana está acabando con la ironía de esta ciudad. Y el pop es básicamente la ironía. Se clausuran las salas de conciertos y encierran en una tienda de circo en las ramblas a un montón de artistas que antes se paseaban tranquilamente por los aledaños. El propio Sisa cantaba: “Han tancat la Rambla, han fet fora tothom”. Ahora está prohibido tocar en los bares del Raval y un inspector del SGAE puede cobrarte derechos por pinchar en la fiesta de tu casa. No deja de ser una alarmante señal que un encuentro como el Visca Barcelona Pop se celebre en una institución pública como el CCCB. Entonces, ¿Quién nos ha expulsado del Paraíso? Puede que sea la edad. O la novia psicodélica, como rezaban los Kamembert. El caso es que la conciliación laboral con el pop vocacional es cada vez más dura. Y tenemos una clase dirigente con el poder de institucionalizar y oficializar cada sentimiento que aparece de forma espontánea. Somos profesionales en matar la ironía, el hedonismo y la adolescencia, que son las claves del pop, entendido como eterna promesa de felicidad, como melancolía sui géneris. Sin embargo, cuando pensamos que toda esa escena de los noventa no tiene sentido de continuidad, quizá nos equivoquemos. Caemos en el error de pensar que nuestro paradigma es el único posible. Incurrimos en la equivocación de atribuir a la ciudad una personalidad al margen de la de sus habitantes. Pero cada ciudad tiene su historia secreta. Desde el 2005 comenzaron a llover meteoritos y las bandas barcelonesas proliferan. Algunas parece que lleven años tocando, con una gran aceptación fuera de nuestras fronteras, incluso cantando en catalán. Frente al afán apocalíptico y frente a la falta de espacios que favorezcan la espontaneidad, quedan personas que apelan a la libertad individual. Lo que viene a decir, después de todo, que el itinerario del pop se construye al azar y se regenera. Porque, lamentablemente, las cosas son más pop ahora de lo que lo han sido nunca. Y porque todo pop debe tener la premisa de lo efímero. Debe ser siempre el pop de nunca jamás.
JAIME CASAS Periodista desconcertado Conciertos a los que no va nadie Debe ser un mal endémico. Una actitud. O simplemente un error garrafal por mi parte. Tengo la estúpida manía de ir a conciertos a los que no va nadie, y peor aún: montar conciertos a los que ‘no va nadie’. Manía o simple propensión a lo ignoto y poco agradecido. Sea como sea, parece que mi relación con la música está abocada a no triunfar. De una u otra manera, todo lo que tenga que ver con la música, en Barcelona cuesta. Mucho. Los conciertos vacíos, que todavía los hay, marcaron durante años mis constante salidas a las salas de la ciudad. A principios de los 90, todavía coleaba el interés por los grupos locales de la década anterior, y aunque la mayoría ya no estaban en activo, seguían siendo el referente. Lo que venía de fuera, si no era una verdad categórica pocos escalones por debajo de New Order y The Smiths, no triunfaba. En 1995, acudí al concierto de The Amps, el fugaz proyecto de la Pixies Kim Deal al margen de The Breeders. Nunca vibré con Pixies porque lo hacía con Nirvana, pero pensé que un concierto de Kim en
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30 años de star
entradas agotadas Barcelona era una acontecimiento mayor. Compré la entrada anticipada -un mes, como antes se hacían las cosas- en Revolver, y acudí a la desaparecida sala Garatge con una hora de antelación -antes, como digo, todo se hacía por adelantado-. Con semblante serio y gesto ausente, como todavía hoy sigo, me planté delante del escenario esperando a la ‘gentada’ que por lógica debía aparecer en algún momento. Las diez personas presentes no contaban, pensé, pero el resto nunca llegó. Kim Deal finiquitó el proyecto al cabo de los meses. Poco tiempo después, el reclamo pop de Papas Fritas llamó mi atención. El Apolo, la sala -la mejor-, era el lugar. Las pegadizas canciones de su primer disco hacían pensar que el bolo era todo un acontecimiento. Por supuesto, no lo fue. Ni mi manía en llegar mucho antes, por si la larga cola me impedía no ponerme nervioso al entrar, me presenté con mucha antelación... para darme cuenta de que el pop, de nuevo, no era algo que gustase aquí. Nadie, diez personas, quince con mucho. Menos, lógicamente, fuimos los que nos acercamos a hablar con el grupo. Ejemplos hay a patadas. Incontables, no me acuerdo de la cantidad de veces que me sentí imbécil en un concierto (y menos aún en otro contexto, porque todavía hoy el asunto sigue igual). Siempre se repetía el mismo proceso. Iluso, contento y presto a llegar una hora antes a la sala de turno; sensación de vacío y más soledad que otra cosa. Qué fácil es ir ahora a conciertos y qué difícil era disfrutar del ambiente de los mismos en los 90. No había, no lo encontré. No tuve que preguntar dónde estaba el ‘underground’, porque ya lo sabía, pero a pesar de todo, no di con él. Lo más curioso es que años después, ya entrada esta década de alardes locales, alabanzas gilipollas y autocomplacencia, decidí organizar yo los conciertos. Creo que nunca he ganado ni un duro en los saraos que he organizado aquí. Mi manía es traer a grupos interesantes, mi fallo es pensar que en Barcelona sí hay gente como yo. Los hay, por desgracia para los interesados, pero ni son tantos ni con las ganas suficientes de disfrutar de los conciertos si no hay locales implicados o no forman parte del acontecimiento del día de turno. En Barcelona funcionan los acontecimientos, a los conciertos “no va nadie”. O casi.
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casavella peina la ciudad Francisco Casavella
(Barcelona, 1963-2008)
Novelista y cuentacuentos. Demasiado, demasiado pronto En mayo de 1984, publiqué mi primer artículo sobre crítica musical. Un repaso a quien, según mi entender, eran los mejores grupos de Barcelona. Pero, lo dicho, era mi primer artículo y había que lucirse. Ésa fue la razón por la cual -en esa fina línea que separa la salud pública y el complejo de Robespierre- me viera obligado a incluir en el papel algunos sarcasmos de listillo dirigidos a ciertos grupos emergentes en los que -insisto, según mi modo de pensar- predominaba la absoluta incompetencia, la nula imaginación, o peor, la impostura. El hecho es que nada queda ya de aquellos grupos que recibieron mis pullas, aunque tampoco queda mucho, hay que reconocerlo, de quienes señalaba como los mejores. Lo que resulta tragicómico es que un miembro de uno de esos grupos que eran los malos de la película siga recordándome sistemáticamente cada que vez nos encontramos el daño que mi poderosa pluma hizo a la línea de flotación de aquel dudoso proyecto musical. La punta de mi bolígrafo perforó la promesa. Y aunque eso no lo cree nadie, porque otros factores pesarían bastante más en el, digamos, rechazo público y general que el comentario intempestivo de un crítico novato, ¿merecería aquel grupo más suerte que los futuros triunfadores? Quizá sí, quizá no. Si hay un mundo injusto es el de la música pop. Y en ese campo la Fortuna aún es más ciega que en otros. Un cualquiera puede tener éxito, o varios, o sólo vender un
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carisma absolutamente ridículo, pasteurizado y blandengue y persistir en el negocio a lo largo de los años. Luego están las ilusiones perdidas. Hablemos de las dos cosas. Empezando por abajo, digamos que un crítico musical adolescente es menos importante que el botones de una discográfica: quizás, y con suerte a los veinte años lo haya oído todo o casi todo y, quizás, y con suerte, tenga un criterio establecido de lo que le gusta o no le gusta. Ya quisieran decir lo mismo ciertos críticos literarios más talluditos. Porque si es cierto que, salvo excepciones, una novela escrita antes de los treinta, incluso de los cuarenta, es de dudoso valor, muy pocos críticos literarios leen hasta una edad considerable ese “todo” imprescindible tanto para autores como para centinelas de la calidad. Y más difícil aún es que revisen su criterio. Porque una canción se tarda en escuchar tres minutos, una película se ve en hora y media, pero la lectura de una novela lleva días, semanas, meses. Y a ver quién es el guapo que revisa. La música pop, desde luego, no son los críticos. Y a quien haya pertenecido a un grupo, o haya vivido de cerca sus peripecias, al cabo del tiempo le entran escalofríos de lo que significa ese “vivir el grupo” que poco tiene que ver con las historias nostálgicas al uso. A poco que destaque, un grupo con músicos de poco más de veinte años se enfrenta a problemas que suelen desencajar el espíritu -y, sobre todo, los nervios- de gente mucho mayor: las rencillas internas, la codicia, ese enfrentarse a tipos que perdieron hace mucho cualquier entusiasmo y no lo disimulan. Promotores de salas de concierto mezquinos, promotores culturales ineptos, ejecutivos de discográficas implacables. Y, lo peor de todo, ese esfuerzo en cultivar una imagen, un personaje. Y, con suerte, es tener que vivir con la imagen, o con sus sucesivas mutaciones, hasta más allá de los límites del absurdo. Luego, en la mayoría de ocasiones, nada. O las secuelas de aquella nada. O de intentar volver biografía sensata aquella nada. O relatar como épica lo que fue nada o casi nada y, si fue algo, si fue el placer de tocar, o el éxito y pabellones repletos, nadie que no lo haya vivido podrá entenderlo nunca. Porque seguramente fue mucho. Demasiado. Y demasiado pronto. Extraído de: ‘Elevación, elegancia y entusiasmo’ Artículos y Ensayos (1984 - 2008). Francisco Casavella. Prólogo de Jordi Costa. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
la botella medio ll ena
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Índice Introducción.....................página Francisco Casavella..............página Daniel Granados..................página Miqui Puig.......................página Borja Prieto.....................página Antonio Baños....................página Ramón Oriol......................página Daniel ‘Elchicodelaleche’ Cantó..página Mario Fort.......................página Joan S. Luna.....................página Josep García.....................página Miguel López Blanco..............página Kiko Amat........................página Uri Amat.........................página Xavi Sánchez Pons................página Enrique ‘Quique’ Ramos...........página Pedro Burruezo...................página Borja Rosal Garaizabal...........página Juan Cervera.....................página Phillip Engel....................página Martí Sales......................página Jan Martí Cervera................página Marta Salicrú....................página Sergi Puyol......................página Miqui Otero......................página DJ Ragnampiza....................página Pedro Baqués.....................página Jaime Casas......................página Francisco Casavella..............página
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Organizan CCCB, Invisible Culture y Our Favourite Club. Idea y producción de Miqui Otero, Jaime Casas y Mario Fort. Diseño y maquetación de Uri Amat. Agradecimientos: Pedro Baqués.