PRO-VIDENCIAS Por el derecho a recordar
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Fotografía: © Cristián Silva-Avária
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EL AVIS PON VER DE
El querido amigo Miquel García llama anoche de urgencia y pide un favorcillo; por su tono de preocupación y por sus anticipadas expresiones de gratitud, queda claro que no tengo más remedio que hacerle la gauchada. Me pregunta “¿qué es para ti Providencia?”. Como le pasaría a cualquiera ante una interrogación tan abierta, me vienen a la cabeza un cúmulo de respuestas posibles y parciales. Mi primera reacción, aún al teléfono, es decirle que se trata del lugar en el que he vivido y trabajado la mayor parte de mi existencia, un lugar que siento que conozco bien y que hace parte de mi identidad. Miquel me pide que trate de ser menos sumario y, sobre todo, que lo ponga por escrito. Estoy desacostumbrado a darme a un ejercicio con tantísima libertad, pero acá vamos. Espero no latear con ésta mi Propia-dencia. Si trato de ordenarme cronológicamente, de niño fue un muy cómodo y seguro lugar de visita veraniega. Veníamos con mi hermano y mi mamá a ver a mi abuela y nos instalábamos por meses en su casa de la calle Los Estanques. Ahí está mi recuerdo más temprano de Chile. Nos quedábamos en dos amplias piezas del segundo piso y empezaban dos meses del más desenfrenado regaloneo, visitas de primos y tanta parentela y amigos que querían ponerse al día y transmitirnos cariño. La casa la veía enorme y gozaba bañándome en la piscina y luego partiendo a comprar helado a un boliche en Pocuro, que estaba en un subsuelo y llevaba el descriptivo-creativo nombre de El Hoyo. A Los Estanques le debo también mi debut como ciclista. Era una calle muy tranquila y sin salida que se prestaba para aprender y practicar la bici. Yendo desde la esquina hasta el fondo, topaba con un inmenso portón de metal, siempre cerrado con gruesas cadenas y candados; ese era el límite con lo que llamaba “el bosque en mitad de la ciudad”. Siempre quise entrar y recorrer las prohibidas arboledas del inmenso terreno en el que estaba y sigue estando el agua de nuestra comuna. De Providencia son también mis primeros y dispersos recuerdos políticos, por llamarlos de algún modo. A pesar de todo lo contentos que mi hermano y yo nos poníamos acá, echábamos de menos a mi papá y no entendíamos por qué él no podía estar en Chile con nosotros… el exilio es así, incomprensible para un niño. Alguna vez, cuando pregunté por unos agujeritos en una esquina de la persiana de mi accidental pieza, mi abuela me dijo con tacto y calma, que estaban ahí desde hacía algunos años y que ella no los quería tapar, porque eran un recuerdo del asalto de unos señores a la casona del fondo de la calle en la que había funcionado una embajada hasta septiembre de 1973. La primera vez que escuché la palabra “senador” fue caminando por la calle Darío Urzúa, cuando cruzamos a un señor que se movía muy, muy erecto y parsimonioso, el grande que me llevaba de la mano me dijo “es el Marqués Bulnes”. Caminando por Guardia Vieja, recuerdo pasar frente a dos casas pareadas -Ley Pereira supe después que había que decirles- mi abuela me contó que la del lado norte era la casa del presidente Allende –la verdad, dijo “Salvador” con una familiaridad que en el momento no me me causó ninguna impresión- y que en la del lado sur vivía su médico, el doctor Gazmuri. Pregunté alguna vez frente a un palacete en la esquina de Pedro de Valdivia con Biarritz, quién vivía ahí, y cuando me respondieron que era la casa del mismísimo alcalde de Santiago, tuve mis primeras contradicciones administrativas y no entendí por qué se podía vivir en una comuna distinta a la que se dirigía. Cumplidos ya algunos muy rápidos recuerdos familiares y políticos, ahora algunos recuerdos, siempre de niño muy niño, más en la línea del “urbanismo y el equipamiento” de Providencia. Cines había a lo menos tres: el de la plaza Pedro de Valdivia, el más cercano a la casa de mi abuela, hoy convertido en parrilladas, creo; el Oriente, una elegante construcción de Escipión Munizaga; y el teatro Marconi. En el Mercado Providencia siempre se compraban las empanadas de los domingos y mi abuela, mientras las esperaba, muchas veces se arrancaba a una ostrería a la vueltita, por Bellet, de la que se llevaba puestas encima “una docenita, de las de borde negro por favor, y una copa
de blanco heladito y seco, ¿tiene Las Encinas?”, ahí mismo yo también probé mis primeras ostras. Alguna de las avenidas más lindas de la comuna, Lyon, Condell, Suecia, tenían frondosos plátanos orientales -tan injustamente maltratados por la gente que los responsabiliza de sus alergias- que daban buena sombra e incluso llegaban a toparse en sus copas, transformando las calles en verdaderos túneles verdes. De casas, pues siempre me llamó mucho la atención una entre mozárabe y pagoda (¡si eso pudiera existir!), que estaba en la esquina de la Nueva Providencia con Pedro de Valdivia, hoy demolida. De las plazas, reconozco que tuve poca vida de plaza en Providencia; sí tenía una favorita, la Bernarda Morín, por chiquitita y coqueta y por gusto de todo ese barrio que va hacia el poniente del hospital Salvador y hasta Seminario. Siempre en lo de las plazas, tengo muy presente haber escuchado una historia horrible y amenazante que venía de mediados de siglo pasado y que aún en los años setenta se repetía: en los fosos de arena de la plaza de la Alcaldesa hay riesgo de contagio de polio. Tercer recuerdo de plaza, un día caminando hacia la plaza Pedro de Valdivia, mi abuela me contó (por ahí por la calle California, más o menos) que ella de chica -por allá por los años veinte- iba a ver a una tía que tenía una chacra de un par de hectáreas por ahí mismito. La anécdota me hizo entender que Santiago era una ciudad joven, que los barrios por los que yo me movía tenían menos de cincuenta años, lo que no dejaba de ser interesante para mí, que tenía fijada mi residencia más permanente en una ciudad vieja, de esas que además cambian con gran lentitud. Pero si de plazas puedo contar poco, sí tendría mucho que hablar del cerro San Cristóbal, seguramente junto con el río Mapocho y la Cordillera cuando se logra ver, el hito natural más importante de la ciudad. De niño, me encantaba subirlo en auto y mirar la ciudad. Cuando se instaló el teleférico, aunque me daba pánico, tuve el arrojo de subirme a los huevitos para ascender hasta los pies de la mismísima Virgen; qué decir de los paseos al zoológico a ver al siempre acalorado oso polar. Grandes recuerdos. Pero, como ya he mencionado mi temprana obsesión por las precisiones administrativas, estoy obligado a recordar que el cerro no es parte de la comuna sino justito su frontera norte… Hecha la confesión, nos damos una licencia y a quién le importan mis mañas. El cerro es parte de mi Propia-dencia y además ir a él era la perfecta excusa para recorrer barrios que me son tan entrañables como Pedro de Valdivia Norte y Bellavista. Ya he cumplido y lateado bastante con el niño que fui. Luego, más crecidito, estudié en Pío Nono. Juan Martínez construyó, más o menos en el mismo momento, entre fines de los treinta y fines de los cuarenta del pasado siglo, la nueva Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, la Escuela Militar y el Templo Votivo de Maipú... Que el lector que quiera juegue y teorice, o mejor aún teorice juguetonamente; a mí me falta el espacio. ¿Y otros temas relevantes que informar? Pues sí: me casé en la antigua casona de la chacra de Lo Contador por la iglesia y por el civil en la clásica oficina de Miguel Claro con Las Lilas. Cuando avancé en la vida y me fui transformando en una persona responsable y preocupada de su hacienda, el primer bien raíz fue en la comuna, obra de Jaime Sanfuentes, gran arquitecto más conocido por sus proyectos en Jardín del Este. Corto aquí, corto aquí y ahora. Una palabra sí, al cierre, para decirle a Miquel que nada tiene que agradecer, que no se imagina cómo me he entretenido haciendo este rápido ejercicio de listar algunas de las cosas que unen mi biografía con Providencia y hay tantas más y habrá tantas otras en el largo porvenir. Soy yo quien agradece a Miquel por este lindo proyecto que ha venido a poner en marcha a más de diez mil kilómetros de su casa y quien le pide disculpas por un chileno que no llegó con el trabajo comprometido y que hace que yo me esté entreteniendo y quien lee, pues ¡quién sabe! En todo caso, a los queridos vecinos y amigos les digo que el ejercicio de memoria puede ser muy placentero. Su seguro servidor y vecino, El Avispón Verde.
EL TEATRO DE LA AURORA y
$ LOS HERMANOS VALSASNINI $ Por Paulina Aguilar, la nieta de Carlos Valsasnini
PQ
Mi bisabuelo Francisco se paró en medio de la ciudad de Monza, debajo de un árbol gigante que yo conocí, y dijo: -Nos vamos de Italia, lejos, en barco, al otro lado de la tierra. Carlos Valsasnini Casatti, mi abuelo, viajó entonces de niño con su padre rumbo a Chile con varias monedas de oro y el oficio de sombrerero. Detrás, vinieron los otros cinco pequeños hermanos y la señora Adelaida, segunda mujer del nono. La abuela Claudia había muerto de tuberculosis cuando mi abuelo tenia 5 años. Avenida Italia 1133, Providencia, fue el destino, y la fábrica de sombreros Girardi, el trabajo. Los niños crecieron, hubo bodas, muertes, nacimientos, el tranvía, el canal de agua que corría por la calle. Mojarse los pies, comer helados, ir a la matiné del teatro Italia. Se asaban corderos y por la tarde se prendía la radio y se bailaba. Carlos conoció a mi abuela María en la fábrica de sombreros. Un día, bajo el parrón en el patio le dijo: -Vamos a tener un circo… Se cuenta que mi abuela cosió una parte de la carpa. Aprendieron a hacer malabares, tiro al blanco, monociclo, zancos, maquillaje. Viajaban por el norte de Chile hasta Perú. Mi mamá de muy chica recorría los pueblos con su padre anunciando la llegada del circo. Una tía grande se enamoró en Perú y se quedo allá para siempre. La tía Claudina fue mamá con un músico del circo. Una vez “La Bala Humana” lanzó tan lejos al señor que se metía adentro que tuvieron que ir a buscarlo lejísimos y llegaron los carabineros. Ese cañón lo fabricó mi abuelo Carlos, y además le fabricó una máquina lavadora a mi abuela. También creó “El Portal de Belén”, que era un pesebre con figuras de tamaño humano que hacían movimientos. La gente podía entrar a un carro en donde se desarrollaba la escena de la navidad con movimientos propios. Los niños pequeños se fueron todos internados a estudiar. El circo llegó a ser un gran circo. Mis abuelos tenían carnet del sindicato circense. Viajaron y trabajaron muchos años.
Carlos Valsasnini caracterizando a Charles Chaplin en el rodaje del largometraje chileno “Cuando Chaplin Enloqueció de Amor”. 1920.
Cuando murió el nono Francisco, mi abuelo le compró la casa a sus hermanos y algunos de ellos se cambiaron a vivir en casas en la misma cuadra. Se llamaban Roque, Gianni, Orlando, Dina y María. Gianni murió de apendicitis. Ítala y América murieron muy pequeñas. Ninguno de ellos volvió jamás a Italia. Mi abuela sí viajó a conocer Monza, se sentó bajo ese gran árbol en el patio de la casona familiar, y creo hermandad con la familia que se quedó allá, personas realmente extraordinarias, Claudia, Oreste y Anna. Hoy ya no queda nadie. El árbol continúa en Monza y el parrón de Av. Italia se poda religiosamente todos los meses de abril. Hace unos años mi madre le vendió la casa al padre de mi única hija, Aurora. Entonces, toda esa sangre antigua llena de amor y vida brotó y pidió convertirse en una galería y en un pequeño y especial teatro que hoy cumple ya 5 años, el “Teatro de la Aurora”. Ahí viven todos, ahí vive el circo, no solo en mi recuerdo.
RS
Fotografía grupal con disfraces de festejo. Arriba izquierda María Silva. Abajo izquierda Carlos Valsasnini y Claudina Valsasnini. Lima 1927.
Tarjeta de promoción del Número Artístico de Tiro al Blanco. Carlos Valsasnini, María Silva y Albertina Silva. Santiago de Chile 1941.
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HEREDEROS DE UNA UTOPIA
La etimología de heredero y herencia son muy distintas. Al paso de los siglos ambos significados fueron mezclándose; herencia viene de una raíz latina que implica el concepto de unidad, “mantener algo junto”; la raíz latina de heredero implica “liberar”, “dejar ir”, “soltar algo”. Como vecino de la UVP aprendes sobre lo que este conjunto representa para la historia arquitectónica chilena, su importancia como ejemplo de un plan de viviendas a precios económicos para la creciente clase media, sobre el proyecto artístico que vemos todos los días en las fachadas y las esculturas que nadie sabe por qué desaparecieron, pero en especial aprendes sobre las historias llenas de emociones que generan un sentido de pertenencia con el barrio, con esta ciudad en medio de Providencia y lo que es vivir en un lugar heredero de un sueño. Los vecinos de la Unidad Vecinal Providencia (en adelante UVP) somos herederos de una utopía para bien y para mal. En nuestro parque jardín, donde niños y ancianos disfrutan de un espacio verde diseñado para convivir, puedes aprender sobre momentos específicos de la historia del país; muchas anécdotas son difíciles de comprobar, pero están tan llenas de poesía que es inevitable querer que sean ciertas; como el rumor que asegura que los cacerolazos habrían empezado
en nuestras torres, o el testimonio de la caravana silenciosa que terminaba en la plaza de los escalímetros donde unas voces entonaban el Himno a la alegría, negándose a ser calladas por la furia de los guanacos, transmitiendo un mensaje de reconciliación. Aprendemos sobre la señora que hoy se encuentra en la plenitud de su vida pero llegó aquí siendo aún joven, en 1982, con sus tres hijos y recién viuda; la vecina que llego aquí siendo aún joven, en 1965 y aprendió a andar en bicicleta en los pasillos comunes de su piso porque su padre no le permitía ir sola al parque; la misma que recuerda cómo en los años 90 sus hijas aprendían a caminar en este conjunto y despidió aquí a sus padres, parte de los primeros propietarios; la vecina que llegó en 1964 y había optado por un dúplex en Villa Portales, pero al venir aquí quedó prendida con la idea de pasar el resto de sus días en un lugar tan bien diseñado y en una ubicación privilegiada; el vecino que trabajaba para la Caja de Empleados Particulares y conoce al derecho y al revés detalles sobre el proyecto EMPART (caja de empleados particulares) y la manera en que la caja amarró el futuro de la copropiedad al hacernos dueños de más de 7,5 hectáreas que son el terreno que comprende nuestra UVP. Aprendes sobre los niños cuyos padres llegaron ilusionados
hace 4 años al que sería su hogar y cuentan con emoción los detalles con los que decoraron la pieza de sus hijos, quienes recién nacidos integrarían la larga lista de residentes de la Unidad Vecinal Providencia; siendo residente de la UVP -un ejemplo chileno que buscaba imitar la Cité Radieuse de Le Corbusier- también aprendemos sobre las historias de quienes hace veinte o treinta años formaban parte de la población económicamente activa y vieron sus presupuestos mensuales reducidos al recibir sus fondos de pensión, quienes tienen que soportar las críticas por vivir en departamentos cuyo valor comercial se ha disparado y muchos quisieran entender por qué se niegan a abandonar este barrio; aprendemos sobre el nuevo Chile que comienza a nacer, chilenos hijos de parejas mixtas, tan chilenos como cualquiera, pero educados en la diversidad que implica un hogar multicultural. El lugar en el que vivimos es considerado tema de estudio para arquitectos y urbanistas. Es posible encontrar a los más puristas amantes del modernismo opinando sobre el actual estado y mantenimiento de nuestro conjunto; sin embargo, muchos de ellos no viven aquí, no pueden apreciar la riqueza del patrimonio intangible que esta pequeña ciudad representa; la ilusión de
Conjunto armónico Empart.
Fuente: Revista En Viaje, octubre de 1961.
un mundo sin barreras es más fuerte que el pragmatismo impuesto por nuestra realidad diaria. Preceptos marcados por Le Corbusier, como habitar, circular y recrear, siguen tangibles en nuestros espacios; basta con leer un poco sobre los Congresos Internacionales de Arquitectura Modernista y el Plan Voisin de Paris para entender el porqué de este diseño, edificios de diferentes tipologías y alturas rodeando un espacio verde, torres en forma de cruz de gran altura para la época, calles interiores que permitan el contacto con la naturaleza, dúplex en forma de L, ubicación que asegure la mayor cantidad de luz solar a lo largo del día y de manera equitativa para todo el conjunto. De la misma forma que ningún plan urbanístico emanado por las ideas del CIAM fue concretado, el sueño que la utopía modernista buscaba, debe aceptar que los tiempos cambian, las personas cambiamos en función del contexto en el que vivimos para poder sobrevivir y la poesía de un sueño debe ser flexible ante la interpretación de su diario vivir. Desde hace diez años la UVP ha vivido un recambio generacional, una renovación desde adentro, desde cada una de estas “máquinas para habitar”; los primeros vecinos comenzaron a dejar este plano, algunos jóvenes decidieron establecerse aquí y al poco tiempo sus parejas y sus
hijos, niños de entre 0 y 5 años que aún no aprenden a escribir, que no cuentan con Facebook o Twitter, conviviendo con adultos mayores que en muchos casos no tienen un teléfono inteligente a la mano o desconocen cómo acceder a google; son ellos los que representan la inspiración del trabajo realizado en pos de mejorar nuestros espacios comunes. La actual situación de nuestra comunidad queda plasmada en un poema infantil del fallecido Shel Silverstein; “El niño y el anciano”, una historia que describe la necesidad de ambos grupos, el adulto mayor cuyas capacidades motrices asemejan las de un infante y el niño que depende de nuestros cuidados; dos grupos cuya opinión queremos representar como comunidad, haciendo valer sus derechos. Es el momento de trabajar juntos por el bienestar de aquellos que no tienen voz ni voto en el mundo de las redes sociales. Actualmente nuestra comunidad se enfrenta al retiro de rejas que fueron levantadas poco a poco desde hace quince años, considerando únicamente la seguridad de los que vivimos aquí; nos enfrentamos a un panorama incierto y vemos cómo los peores temores se levantan, no nos negamos al libre tránsito, creemos que de manera individual cada block que forma parte de la UVP decidió cerrar en aras de mejorar su calidad de
vida; se reconocen los errores pasados, trabajamos para corregirlo; vemos como el anhelo de unos pocos pisotea la necesidad de una mayoría silenciosa y el deseo de una minoría puede más que la necesidad de una mayoría silenciosa que únicamente quiere vivir en paz. En lo que la utopía modernista no se equivocó, fue en que al interior de nuestras “cajas para habitar” podemos encontrar la felicidad. Nos reconocemos herederos de un sueño, para bien y para mal; buscamos mantener unido lo que persiste después de tantos años, el habitar en comunidad, ser una pequeña ciudad en medio de Providencia, pero deseamos soltar todo aquello que no nos permite mirar a futuro, hemos aprendido que la convivencia entre los vecinos desplaza los ideales. El orgullo de habitar un entorno lleno de historia que se construye con las emociones y recuerdos que todos y cada uno de los vecinos hemos formado a lo largo de más de cincuenta años, nos anima a buscar espacios de reconciliación y diálogo con el único interés de preservar lo construido y mirar al futuro.
Mariana Ariztia Guzmán y Manuel Menchaca Sánchez, vecinos Unidad Vecinal. Providencia.
RECUERDOS
DE LOS DÍAS EN QUE SE ASESINABA LIBROS Acaso porque yo nací en la maternidad del Salvador y un tramo significativo de mi infancia transcurrió en una antigua casona situada en la esquina de Manuel Montt con Clemente Fabres, sucede que gran parte de mi vida he tenido una relación estrecha con la comuna de Providencia -años después mis hijos nacieron en la clínica Providencia-. Y, aunque me he cambiado varias veces de domicilio, siempre ha sido en el entorno de Providencia.
Es así como en el periodo del Gobierno Popular (1970-73), nuestra familia adquirió y nos instalamos en uno de los flameantes departamentos de la recién inaugurada Remodelación San Borja. En la torre 12, sobre calle Marcoleta, a pasos de avenida Vicuña Mackenna, que es justo el límite que separa Santiago de Providencia, a pasos de Plaza Italia. En aquel momento la mía era una familia progresista, de izquierda, que apoyaba al Gobierno que encabezaba Salvador Allende. Yo trabajaba en el Ministerio de Vivienda y el día 11 me sorprendió en dependencias de CORMU, en calle Portugal, donde el día siguiente a primeras horas de la tarde, junto a otros sesenta funcionarios, fuimos arrestados por fuerzas especiales de Carabineros quienes, anunciando que nos irían a fusilar a un descampado de la Panamericana, nos trasladaron al Estadio Chile, en Alameda, aledaño a la Estación Central. Las escenas dantescas y alucinantes que presencié en aquel recinto tal vez no corresponda relatarlas aquí, solamente agregar que tres días más tarde, en buses de locomoción colectiva y de rodillas en el suelo, se nos trasladó al Estadio Nacional, situado en la comuna de Ñuñoa, vecino por el sur a Providencia, donde junto a otros cien prisioneros fuimos hacinados en el primer camarín, ingresando por la puerta de avenida Maratón. En aquel lugar resultaba imposible dormir por las noches, se escuchaban órdenes, gritos, golpes, balazos intermitentes -de noche o de día-; ingresaban aparatosamente en busca de alguien o nos hacían formar en el pasillo, delante de un encapuchado que señalaba gente y se la llevaban. Una semana después, a partir del 19 o 20 de septiembre, los militares comenzaron a traer grandes cantidades de libros que apilaban afuera de los camarines. Se nos ordenó que usáramos los libros como papel toilette. Había muchos textos del Fondo de Cultura Económica, editorial MIR, Orbe y sobre todo Quimantú. Todo tipo de libros desde El Capital de Carlos Marx, bellamente encuadernado, las obras completas de V.I. Lenin, la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, el Libro Rojo de Mao, los Cuadernos de educación popular de Marta Harnecker y libros de la colección Nosotros los Chilenos o minilibros de Quimantú, con títulos de Thomas Mann, Chejov, Maupassant. Recuerdo claramente colecciones en papel biblia, de esos famosos libros con tapa de cuero de Aguilar, con las obras completas de Dostoyevsky. Y no sólo había libros de teoría marxista, política o economía, también había de matemática, cálculo, análisis de teoría ajedrecística, como Táctica y Estrategia de Ludek Pachman. También novelas. Y, mucha literatura. La orden entregada por los militares a cargo del recinto
fue que ese papel debía ser utilizado para limpiarnos el trasero. Y como no había toallas muchos los usaron para secarse o limpiar. En cosa de pocos días, miles de páginas desaparecieron tragadas por las alcantarillas.
A mediados de octubre fui puesto en libertad y regresé a mi hogar, la torre 12 de San Borja. Aquella misma noche, a las dos de la madrugada tocaron el timbre de nuestro departamento. Era una patrulla militar que en aquella ocasión arrestó a seis vecinos de la torre. En nuestro departamento detuvieron a mi cuñado Jorge. A los seis se los llevaron con dirección desconocida. Tres días más tarde nos enteramos de que habían sido encontrados muertos como “NN” y conducidos a la morgue de Santiago; Jorge presentaba 17 impactos de bala en el cuerpo. Uno de los ejecutados era Cristián Montecinos Slaughter, quien tenía 27 años de edad, residía en USA, era funcionario del Fondo Monetario Internacional y, aficionado a la fotografía, se encontraba de visita en Chile en el departamento de su padre en la torre 12, desde donde los primeros días del golpe inocentemente salió a tomar fotos. Pertenecía a una familia bien relacionada que se oponía a Allende y no pensó que existiera peligro. Pero a gente de extrema derecha que había tomado el control de la torre, les pareció una actividad sospechosa y fue delatado y arrestado junto a los otros cinco vecinos y, sin cargos ni juicio, se los fusiló aquella misma madrugada. El día 18 de septiembre, militares habían acordonado y allanado el recinto de la Remodelación San Borja buscando sospechosos y asegurando el perímetro, ya que en la misma zona se ubicaba el edificio de la UNCTAD III que sería usado por la nueva Junta de Gobierno. En estos allanamientos los militares sacaron libros de las casas y los quemaron en las calles delante de periodistas franceses que televisaron la noticia. También Cristián Montecinos había capturado algunas fotos. Más tarde, su hermano Marcelo Montecinos, también fotógrafo, consiguió reunir los rollos que se salvaron y publicó un libro con prólogo de Julio Cortázar con esas primeras fotos de la represión desatada y la quema de libros. Y, si bien, han transcurrido más de cuatro décadas desde aquel aciago día que para muchos inauguró el negro periodo de una tiranía, que se prolongó diecisiete años, y hoy varios hablan de olvidarse y nuevas generaciones nacen sin saber nada o muy poco de lo sucedido y caminan día tras días por las apacibles y bellas calles arboladas de Providencia, a mí me resulta imposible cada vez que paso frente al edificio donde atendía mi dentista, en Providencia casi esquina de Seminario, no evocar aquel tiempo de incertidumbre –en que la guadaña represiva cercenaba cabezas en Santiago-, la cantidad increíble de personas que llegaba a la consulta con el pretexto de extraerse un diente cuando en realidad venían a observar y calcular las posibilidades que tenían, descolgándose por una ventana trasera, para saltar un muro y buscar asilo en la Embajada de Francia. O, al transitar por calle Miguel Claro, delante de la Delegación de Italia,
no evocar aquel mes de noviembre de 1974, cuando agentes de la dictadura, desplazándose en sus vehículos de vidrios polarizados, en horario de toque de queda, llegaron a lanzar por encima del muro de la embajada, el cadáver desnudo de la profesora Lumi Videla, luego de haber sido salvajemente torturada por los mismos señores que al día siguiente, correctamente vestidos de terno y corbata, bebían café y conversaban despreocupadamente en los mismos cafetines con mesitas al aire libre. Todo sumido en aparente calma y tranquilidad. No obstante, poco tiempo después, a fines de marzo de 1985 en un operativo en el que participan hasta helicópteros, en plena mañana mientras escolares ingresaban a clases, detienen y secuestran a balazos al profesor Manuel Guerrero y al sociólogo Manuel Parada desde la esquina de las calles Apoquindo con Badajoz, en la misma puerta del Colegio Latinoamericano, en Los Leones, pleno corazón de Providencia. Y días más tarde aparecen degollados en un potrero cercano al aeropuerto. Y hace tan solo cinco años atrás, en noviembre de 2011, Labbé, el ex Alcalde de Providencia, facilita las dependencias del prestigioso y exclusivo club Providencia para rendir un público homenaje a un brigadier que fuera jefe de la brigada de exterminio del MIR y del Partido Socialista. Eso significa que, inclusive hoy, en muchísimos centros comerciales, restaurantes y cafeterías continúan sentándose en mesas contiguas una serie de personas que ocuparon posiciones opuestas durante la dictadura. Y quizá algunos con expresión ausente en el rostro recuerdan aquellas temibles jornadas y quizá otros, los más jóvenes, ni siquiera lo imaginan y sólo sueñan con un futuro que brinde sorpresas agradables. Sea como fuere, muchas cosas sucedieron en la comuna de Providencia en aquellos oscuros años; algunas misteriosas y desagradables como lo ocurrido a La Carpa, en el sector de Los Leones, donde se exhibía una obra de teatro llamada La Hoja de Parra, basada en textos de Nicanor Parra, que fue objeto de sabotaje ardiendo en llamas. Pero también sucedieron eventos hermosos que nos colmaron de esperanza y optimismo, como cuando en 1981 recibimos la visita de la cantante folk norteamericana Joan Báez, quien realizó una gira por los países del Cono Sur para solidarizar con las víctimas de la represión. El Gobierno de Chile le negó la autorización para actuar en un recinto adecuado para espectáculos; entonces, la Iglesia Católica puso a disposición la parroquia Santa Gemita, cerca de la plaza Pedro de Valdivia, en el centro de Providencia. Y la cantante norteamericana brindó un magnifico recital ante un público juvenil y estudiantil que, enfervorizado, coreó con lágrimas en los ojos canciones largamente proscritas como “Gracias a la vida que me ha dado tanto”, de la maravillosa Violeta Parra. Jorge Calvo. Escritor.
NACE EN PROVIDENCIA LA UNION DE JOVENES ESCRITORES
Miembros de la UEJ, de izquierda a derecha: Marcelo Maturana Montañez, Armando Rubio Huidobro, Bárbara Délano Azócar y Jorge Montealegre Iturra. La creación de Unión de la UEJ, obedeció a una lógica de nuestra generación, pues nacimos en democracia, vivimos la crisis del sistema y como consecuencia de esa crisis nos toco vivir una dictadura donde ésta, eliminó por completo nuestros Derechos como ciudadanos chilenos. Todos compartíamos un interés común que era la cultura, creímos que debía ser necesario recuperar espacios de libertad y luchar en conjunto con la sociedad para que los chilenos no perdiéramos nuestra identidad cultural. Agradezco a Luis Rosasco director de la SECH, (Sociedad de Escritores de Chile). Fue una pieza esencial en el desarrollo y apoyo de nuestras actividades. Evidentemente en esta lucha no estábamos solos, contábamos con la ayuda del grupo C.A.D.A: (Colectivo Acciones de Arte), con Lotty Rosenfeld, Juan Castillo, y la galería Espacio Siglo XX con Alberto Pérez y Marcela Serrano. Nuestras acciones buscaban la creación de canales de expresión libre, y gracias a esa cooperación entre diferentes grupos, salieron a la luz diferentes revistas, como El Pasquín, La Bicicleta, diversas publicaciones ocasionales como “La poesía sale a la calle”, y paralelamente talleres de poesía y narrativa en Chile.
Miembros de la UEJ, de izquierda a derecha: desconocido, Ricardo Willson, Francisco Zañartu, Antonio Gil (secretario general de la UEJ) y persona desconocida. Santiago de Chile.
Como presidente de la UEJ, agradezco enormemente la labor y el apoyo recibido por parte de personalidades e instituciones, que de nuevo fueron esenciales en el renacer literario, y en la lucha que acabó con el “apagón cultural de Chile”. Personas como Antonio Skármeta, Ariel Dorfman, Jorge Montealegre, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Eduardo Galeano, Nelida Piñon, de Brasil; Armando Uribe, Hernán Castellano Girón, Enrique Lihn, Nicanor Parra, David Vadjalo, Naín Nómez, los poetas Gonzalo Rojas y Gonzalo Millán, Jorge Edwards, Omar Lara, Poli Délano, Volodia Teitelboim, Fernando Alegría; la revista Araucaria con Carlos Orellana y Soledad Bianchi, Matilde Urrutia, etc. Fuimos la generación del coraje y la humildad, la generación de la amistad, nos cuidamos unos a otros, afrontando el peligro y el dolor, en aquellos tiempos de odio y desgracias, de represión y tortura por pensar distinto y querer expresar nuestras opiniones. Por eso, la Unión de Escritores Jóvenes fue la piedra que ayudó a construir la democracia de la que hoy todos disfrutamos. En este sentido, en el ayer, en el hoy y en el mañana todos queremos y deseamos un país más democrático, más generoso, más sensible y más humano. Ricardo Willson.
CRÓNICA DE CALLES L. Weinstein Camino por aquí casi todos los días; así y todo, Providencia es más un espacio en mi memoria del cotidiano que eso que asoma en el paisaje diario. Un barrio de paso y de quedarse también. Yo me acuerdo desde los años sesenta para acá, cuando la Avenida era lo más cercano que teníamos al mundo desarrollado, en nuestro horizonte aspiracional. La comuna se desparramaba desde esta arteria hacia la mitad mas baja de una clase media sudamericana, instalada en las subdivisiones de las antiguas casas quintas. Calles tranquilas y ordenadas, con árboles en las veredas. Un pacífico trazado urbano a lado y lado del nervio central. A fines del 68 ya tenía permiso de mis padres para ir en la O’Higgins 3 o en la Tobalaba Las Rejas hasta la piscina del Stade Français a entrenar. Muchas veces el viaje era colgando de la pisadera, una especie de surfing urbano, una mano en el espejo retrovisor y un pie en el tapabarro. A pocas cuadras estaba la Av. Providencia, la del Coppelia y las peleas a combos entre pitucos y cadetes militares los sábados en la mañana. También estaban allí las tiendas con longplays a la venta, ediciones locales de los grandes hits, y la librería Studio con revistas importadas.
© LW.
En los años de la UP se le agregó una fuerte carga de territorio liberado de la oposición golpista, con mucha presencia de Patria y Libertad y gran convocatoria para los cacerolazos. Eso significó que al inicio de la dictadura esta comuna era como el patio de la Escuela Militar, un espacio propio que no hizo falta conquistar ni, por lo mismo, castigar después del golpe. En el 74 escuchábamos conciertos de cámara en los jardines del Instituto Cultural de Providencia, en la esquina de Thayer Ojeda. Pájaros adolescentes asustados, eran nuestras primeras salidas del nido después del remezón. Para mí, esta preservación del barrio y sus ritmos, dentro de esa enorme incerteza, de la angustia de esos meses, era un signo tranquilizador. Crecí leyendo esos indicios. Llevo años tratando de sintetizar en fotos esas atmósferas que reconozco pero no sé describir. A los burgueses de izquierda se nos hacía fácil movernos por esta zona. Conocíamos los códigos y el territorio, un lugar donde somos transparentes para quienes buscaban detectar lo distinto. La comuna, durante los largos años setenta y ochenta también era un lugar más seguro para hacer intercambios clandestinos de algunos materiales. Esquinas que se pueden chequear desde lejos, grupos de personas para esconderse, sector comercial de muchos compradores con bolsas. Uno dejaba un paquete de mercadería, con unos fideos o un arroz transformado en barretín y se llevaba uno parecido, con otro barretín donde se ocultaban ingeniosamente las nuevas instrucciones y tareas por cumplir. En Providencia he recorrido muchos kilómetros. Sigo en eso. He tomado muchas fotos, también sigo en eso. Me gusta el aire de barrio, gente en las veredas y en bicicletas. Plazas con niños, perros y coches y, además con esa suma de emprendimientos a escala que hoy ofrecen café, comida para llevar, cerveza - no necesariamente en ese orden - como un paisaje que te acompaña. Los megarricos ya se fueron a las alturas; somos ahora una mezcla distinta en ingresos, con más diversidad que la de antes. Muchas casas son empresas y eso también cambia la composición, que tiene sus ritmos propios durante el día entre vecinos, estudiantes, emprendedores y oficinistas. En esta comuna yo he participado también en organizaciones de vecinos, una dimensión muy entretenida de la vida en ciudad y que no se ve mucho en la agenda de los medios de comunicación tradicionales. Trabajamos un montón y logramos suspender los edificios altos en varias manzanas. Hay una historia de movimientos ciudadanos de nuestra capital que nos incluye; es bueno acordarse de eso cada tanto.
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1979. 1980. 1982.
1983. 1983.
1983.
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cuncuna
una metáfora de Quimantú
Recibí, a comienzos del año 1971, el encargo de Tomás Moulián, director del departamento de libros de ficción en Quimantú, de crear una colección chilena de libros infantiles por primera vez en nuestra historia; nunca había existido una colección para niños hecha absolutamente en Chile en términos de su concepción, su diseño y de gran parte de sus autores. Era un encargo maravilloso a un joven de veinte años que carecía en lo absoluto de experiencia al respecto; embebido del espíritu de la empresa Quimantú, integrada al área social de la economía creada por el Presidente Allende, era el espíritu de la participación. Por tanto salí a preguntar, primero al asesor literario, Alfonso Calderón; juntos llegamos a cierto listado de títulos a publicar con un concepto muy simple pero muy claro: se trataba de editar aquello que nos parecía publicable tal y como era, no estábamos por modificar obras, porque había en la empresa también una tendencia, que se reflejó en la revista Cabrochico, en la cual había cuentos que se intervenían, y teníamos cosas como la Caperucita Roja cantando el Venceremos o el Gato con Botas convertido en agitador del campo. Queríamos publicar libros por su valor en sí, por los valores que estos libros enseñaban a los lectores con un propósito muy simple pero revelador del gobierno del presidente Salvador Allende, democratizar la cultura. Ese fue el concepto madre, pero había que concretarlo; entonces fui a hablar con las distintas personas de la empresa que podían enseñarme. La primera conversación fue con los dos diseñadores del departamento de libros, María Angélica Pizarro y Renato Andrade (Nato), que era un famoso ilustrador y creador de un personaje entrañable de la revista Estadio, que se llama Cachupín. Conversando con ellos, de pronto María Angélica se pone a jugar con un pliego de Letraset, una especie de papel mantequilla que tenía unas letras grabadas. Jugando con estas letras que se raspaban, de pronto junta una cantidad de seis o siete letras “O” y las últimas como que se levantan un poquitito semejando una cabeza y yo le dije “ahí está”, “esa es”, es la cuncuna. De esta manipulación virtuosa de María Angélica de las letraset, surge el logo de la colección por lo tanto el nombre y esta cuncuna se empieza a convertir en un personaje en la empresa y el editor de la colección fue conocido como Cuncunita. Teniendo esta primera solución grafica, tenemos que aplicar este logo, este nombre en algún producto editorial, con un papel determinado con un tipo de letra determinado, con un tipo de color determinado y había que ir a hablar con los compañeros del taller. Conversé con compañeros de prensas quienes recomendaron el formato de la colección, el más simple, el formato 16 -de un pliego salen 16 páginas-, que era el formato de las “revistas de patos”, como eran conocidas en el taller, Disneylandia o Tribilín, que se imprimían en la empresa; para distinguirlos de las revistas, en vez de ser parado era acostado, se llama formato apaisado; entonces es un formato 16 apaisado. Conversando con los trabajadores me recomiendan un papel, que fuera blanco. En general para los libros de ficción de literatura se trabajaba con papeles mas amarillentos, con papeles de diario, como el papel Bio Bio, porque la empresa adhería profundamente a la palabra del presidente Allende, “en mi gobierno los únicos privilegiados serán los niños”. Toda esta mística lleva a elegir un tipo de papel blanco semisatinado, no el más fino ni el más caro, no era un papel couché, probablemente debe haber sido un papel importado de Finlandia o Noruega. Entonces teníamos ese papel, lo cual nos condicionaba a que los libros deberían tener 16 paginas o 32 o 64, pero ese era el formato. El papel estaba determinando el formato y la cantidad de páginas. Luego vino la elección del tipo de letras; recordé algunos estudios de mi formación como periodista, que nos había enseñado el profesor de diseño respecto a la legibilidad de las letras limpias, las letras sin-serif -sin patita-, lo más redondita posible. Entonces escogimos un tipo de letras llamado redonda, elegimos un tamaño porque tampoco podía
ser más complicado, el de los colores porque éste era un libro que por ser pequeño; “los niños merecían un tamaño 18”. Después venía el tema sus características nos condicionaba también el tipo de prensas que teníamos que usar y esta era plana, no una rotativa, ya que el papel que habíamos elegido venía en pliegos, no en rollos, opción que quedaba muy bien porque por el tipo de trabajo que estábamos haciendo se usaban mucho más las prensas de offset y las prensas de rotograbado que las planas que tenían menos carga de trabajo. Así, los compañeros de prensas planas se convirtieron en grandes colaboradores de Cuncuna. De repente sonaba el citófono y me decían: -Oye, Cuncunita, estoy imprimiendo la portada de tal libro, pero me queda un espacio de 5 cm por 25 cm. ¿Por qué no nos envías un tema para poner de marcador de libro? Entonces yo les mandaba alguna de las ilustraciones que teníamos a mano y así también la Cuncuna se fue llenando de papelería adicional, marcadores de libros, pequeños afiches…
la invitación y una torta. Con eso debuta la colección con los primeros títulos: El negrito Zambo, El gigante egoísta, El rabanito que volvió y La flor del cobre. La empresa publicaba 50.000 mil ejemplares semanales de los Minilibros y 30.000 ejemplares de Quimantú para todos. Nosotros editábamos la modesta cantidad de 20.000 ejemplares de cada uno; entonces , para el buen uso de las máquinas, se imprimían de cuatro cuncunitas a la vez.
Hicimos, en una oportunidad, con la imagen del negrito Zambo, un cartelito “Perdón, pero somos privilegiados” y salía el negrito Zambo con toda la guata parada después de haberse comido 200 panqueques y así… Otro de una cuncuna con gorro de noche y una vela que decía “Silencio, niños durmiendo”. Resuelto el formato, la impresión a color conlleva a imprimir a cuatro colores; eso significa no hacer cuatricromía. La diferencia técnica estriba en que al imprimir a cuatro colores, se imprime primero el azul, luego el amarillo, después el rojo, después el negro, esa es la impresión a cuatro colores, porque cuatricromía significa imprimir fotos que era muchísimo más caro; porque había que hacer unas separaciones de colores que, técnicamente, era muchísimo más caro; se ocupaba muchísima más tinta. Todas las ilustraciones que nosotros teníamos eran “con camisa” -significa que el color está en un papel mantequilla aparte-. Aparecieron otros compañeros que decían: -Oiga, pero imprimir a cuatro colores por los dos lados es más caro, ¿por qué no imprimimos a cuatro colores por un lado y a dos por el otro?.
Cuncuna fue extraordinariamente bien recibida, por cierto, por los trabajadores de la empresa, porque se regalaba a todos los compañeros de la empresa y tuvo muy buena recepción en su distribución. Teníamos dos canales, el más grande era el institucional que se vendía a sindicatos, juntas de vecinos, organizaciones sociales, empresas del área social y librerías. En todas ellas resulto extraordinariamente bien; al final salieron 21 títulos. Además, creamos Cuncuna Pintamonos, libros de pintar a partir de esta experiencia en la cual los niños coloreaban las páginas a dos colores; eran mucho más simples, no necesitábamos imprimir a color, fue como una pequeña ramita de complemento de la colección. Cuncuna ha tenido una larga vida, todavía es posible encontrar algunos libros en librerías de viejos. Se han reeditado algunos ejemplares con la editorial Amanuta, que imprimieron exactamente igual, con tapa dura, a la altura de los libros importados y paulatinamente la Biblioteca Nacional a través de su página Memoria Chilena ha puesto cinco ejemplares que se pueden descargar, y poco a poco se irán agregando los demás. Cuncuna está bastante viva, mucha veces me encuentro con personas, no tanto menores que yo, que fueron lectores y que disfrutaron de Cuncuna como los primeros libros de su vida. Eso es muy gratificante. Arturo Navarro.
Esto reduciría el 50% del costo de la impresión y de la tinta del reverso; en el anverso -incluida la portada- era a cuatro colores. Entonces había, de las 16 paginas, 8 a 4 colores y las otras 8 a 2 colores. Teníamos además un libro muy bonito porque se dio a partir de una situación no esperada; los niños una vez que recibían el libro, coloreaban las paginas a dos colores, porque había como una incitación, debido a que era el mismo personaje que en la página anterior estaba a todo color y después parecía con dos colores; entonces lo completaban. Definidos estos aspectos básicos, la Cuncuna se fue haciendo “regalona” de la empresa, tal que cuando llegamos al libro un millón impreso por Quimantú, el director de editorial, Joaquín Gutiérrez, decidió que el libro al millón de ejemplares era un Cuncuna, entonces se empezó a hablar de la “Cuncuna millonaria”. Hubo que hacer la presentación de la colección y para ello estaba el departamento de publicidad. Quimantú era una empresa que tenía 800 trabajadores -en turnos de día, de enlace y de noche-. Dentro de eso había una agencia publicitaria. Entonces voy a hablar con un joven redactor publicitario -hoy Premio Nacional de Literatura 2016- Manuel Silva Acevedo y le digo: - Mira, compañero tenemos que difundir esto. - No te preocupes -me dice- vamos a crear una campaña para Cuncuna. Pasan un par de días y aparece el compañero Manuel Silva y me dice: - Mira, este es el lema de la colección ¿qué te parece? “Carita de pena no queda ninguna, lágrimas en risa convierte cuncuna”. - ¡Maravilloso! ¡Maravilloso!¡Aprobado!
Fotografía de la familia Palavicino. En la imagen aparecen Jorge, su hermana y Danor Gregorio Palavicino. Padre e hijo trabajaron en las instalaciones de Quimantú. Danor formó parte de la Sociedad Cooperativa de Edificaciones y Consumos de Obreros y Empleados de Imprenta, una sociedad fundada en 1925 para construir viviendas que derivó en la creación de Los Gráficos, un barrio con vocación de servir de hogar a los numerosos gráficos de la ciudad.
Se convirtió en el lema, apruébese y pásese al departamento de producción. Se hizo un spot porque teníamos la posibilidad de pasarlo por Televisión Nacional, nuestra aliada en la difusión, y dijimos: “Bueno, esto hay que presentarlo en alguna parte. ¿Dónde vamos a presentar una colección de niños? Obvio, en un jardín infantil”. Como tenía algunos conocidos en la población Los Nogales, que está en Estación Central, nos fuimos a su jardín infantil. Imprimimos una invitación preciosa que decía: “Invitación a mi fiesta”, con la Cuncuna en la portada; en el interior salía la dirección, el texto de
Raquel Rubio González, hija de Osvaldo Rubio (fundador de la Cooperativa) y vecina del barrio de Los Gráficos desde 1927.
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EL PALMERAL OCULTO DE BARRIO ITALIA
Cuenta la leyenda… que el primer Sepúlveda fue de las huestes de Pedro de Valdivia. Se dice que los últimos
contingentes eran presidiarios y la pena la cumplían en el nuevo continente. En aquella época, el reino de España utilizaba Sur América como prisión pues las selvas, la geografía accidentada y la fauna salvaje hacían un entorno hostil y peligroso
donde solo aquellos que contaran con equipo y protección podían sobrevivir. De las huestes que sobrevivieron de Pedro de Valdivia, un
Sepúlveda desertó y se quedó viviendo entre la zona de Bulnes y Talca. Podemos decir que Don Germán ElCiro Sepúlveda Lobos es descendiente de los primeros Sepúlveda de Chile, perteneciente a una familia de carabineros,
donde su bisabuelo regentaba la talabartería principal de Chillán. Don Germán nacido el 23 de abril de 1916, ejerció de carabinero hasta el año 62; cuando se jubiló vio la
necesidad de seguir siendo un activo para la patria, enrolándose en el mundo de la importación y exportación de libros, novelas y cuentos, que por aquel entonces la mayoría eran de origen mexicano; estableció buena relación con los distribuidores, compraba libros de novela barata, historietas y novelas
de la famosa Corín Tellado y los vendía casa por casa. Con el tiempo abrió una tienda situada en Merced con San Antonio y consiguió obtener beneficios aprovechando la situación de compra de libros a México, pues compraba los libros
a peso. Con mucho esfuerzo y sudor pudo cumplir el sueño de comprar una casa; ésta fue en la zona de barrio Italia. Cuando llegó a Santiago, vino a hacer el servicio militar con el Regimiento de Cazadores; recuerda en una de sus salidas, pasear por Santa Isabel en la búsqueda de un
buen pescado, y en la avenida Italia encontró su casa soñada en un sector tranquilo, denominado sector Aguilucho. Don Germán, persona singular, ya presentaba una afición por los árboles y las plantas; esta afición llegó a tal punto que consiguió plantar quinientas palmeras chilenas en el patio de su casa. La historia de las palmeras se remonta unos quince años atrás. En la zona donde vive actualmente se hallaban varias palmeras chilenas; estaban dispersas, a causa de los pájaros, pues se comían las bayas y dejaban el cuesco. El cuesco es de donde posteriormente brotaba el tallo de la futura palmera. Esto llamó la atención de Don Germán quien decidió empezar a plantar; pero como hombre peculiar plantó quinientas palmeras de una sola vez. En la actualidad cuenta con palmeras de entre doce y quince años. Con gran cuidado, paciencia y constancia, Don Germán tiene un pequeño pulmón en Providencia que nos hace respirar también parte de su vida.
David Almirón.
CLARA MORICE SI LVA ¡Tú puedes, Clara, tú puedes!, insistió Lionel para incentivar a su mujer a regularizar sus estudios secundarios inconclusos y así reconocer seis años como alumna libre en la escuela de Bellas Artes. Ella, confusa y un poco atemorizada por el paso de los años y las responsabilidades de una mujer casada con cuatro hijos pequeños, sacudió los prejuicios autoimpuestos y decidió dar exámenes libres para regularizar sus estudios secundarios inconclusos y rendir la primera Prueba de Aptitud realizada en Chile en diciembre de 1966.
con excelente rendimiento, pero el futuro se veía incierto por la falta de acreditación de estudios. Tras la convalidación de cursos y con un excelente puntaje obtenido en la prueba de Aptitud Académica, logró el reconocimiento de la mayoría de las materias y al cabo de dos años de ramos teóricos, obtuvo su título de Licenciada en Arte con mención en Pintura.
cordillera en burro a la usanza de aquella época. La familia se asentó en la comuna de Providencia, en la calle Rancagua esquina de Seminario, barrio clásico de la clase media acomodada. Enfrente de la residencia corría el tranvía número 24; cada recorrido del carro eléctrico por los rieles sobre adoquines removía los tres pisos y columnas de la entrada de la residencia. Clara siempre fue una mujer inquieta. Le gustaba la literatura, observaba la arquitectura y escuchaba atentamente, tras un biombo chino, las conversaciones de los mayores durante las tertulias en el salón principal.
Con la caída de la Unidad Popular, la Escuela de Bellas Artes se clausuró. Se reabrió al cabo de un año en una nueva sede en Macul y Clara fue nombrada como ayudante de pintura para primer año y así inició una carrera académica con especialidad en Pintura.
El método C.M.S. (Clear Mind Seeing: Nació en Buenos Aires en 1923 por una cuestión del destino. Su padre uruguayo y madre chilena, junto a dos niños y una lactante, cruzaron la mirar con mente clara)
Como adolescente disfrutaba con sus amigas y destacaba por su belleza y sentido del humor. Hizo grandes amigas en las Monjas Argentinas, colegio ubicado en la Avda. Pedro de Valdivia, institución de la cual desertó en quinto año de humanidades (actual tercero medio) porque sus partners decidieron salirse del colegio, muy usual en esa época, ya que el destino de las mujeres era el matrimonio. Corrían tiempos de guerra, la Segunda comenzaba y en este retazo de tierra comenzaban los coletazos de la hecatombe bélica. Se producían las primeras restricciones de electricidad, alimentación e incertidumbre. En este contexto, Clara a los dieciséis años durante una invitación a tomar té en la casa de su mejor amiga, conoció a Lionel Edwards, un joven de dieciocho años Pro Eje y ella Pro Aliados. Los cortocircuitos se dieron de inmediato; sin embargo, mantuvo un noviazgo de ocho años durante los cuales el novio estudió derecho en la Universidad de Chile, exigencia que Clara le planteó desde un comienzo. Una vez recibido, se casaron en 1947. El arte siempre corrió por sus venas; aún soltera y de novia, Clara ingresó a la Escuela de Artes Aplicadas en la calle Arturo Prat, cuyo decano era el pintor José Perotti, donde impartían cursos, bocetos de desnudos, historia del arte y dibujo espacial, y donde tuvo como profesor al arquitecto Simón Perelmann. Esto la motivó a continuar en el conocimiento del mundo del arte. Antes de la vida en común, la artista ubicó un terreno que pertenecía a don Ambrosio Viaux, quien estaba parcelando su predio y compró un sitio que hoy corresponde a la transitada calle Diagonal Oriente, en el límite de la comuna de Providencia. Le encargó a su admirado profesor la proyección de la casa y ella trabajó codo a codo junto al profesional en el diseño de la propiedad. En 1946 finalizó la construcción de una obra vanguardista, objeto de estudio de alumnos de arquitectura como ícono modernista.
Com ienzo si n retorno
Una caja de óleos Victoria y un atril, regalo de cumpleaños del marido, fueron los detonantes para que la joven madre ingresara como alumna libre en 1960 a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, ubicada en el actual Museo de Arte Contemporáneo en el Parque Forestal. Su cosmovisión se amplió y comenzó a observar y a experimentar un mundo apasionante, no solo desde la perspectiva estética, sino de los acontecimientos sociales y políticos de la convulsionada época. Compartió con grandes artistas como Eduardo Martínez Bonati, Adolfo Couve, Carlos Ortúzar, Iván Vial y la creadora del arte cinético, Matilde Pérez. Su gran profesor fue Carlos Pedraza, quien la enamoró de la naturaleza muerta. Asimismo, experimentó con el dibujo, los desnudos, la escultura, en compañía de grandes amigas en su misma condición de estudiante adulta, como Beatriz Uquilla y María Mohor. Rápidamente pasaron los seis años de formación electiva y egresó
En la medida que impartía clases de dibujo, comenzó a descubrir que la base y principio del aprendizaje del arte es la observación y la capacidad de replicar lo observado y compartir la experiencia en grupo. Esta sinergía compromete un aprendizaje colectivo y diversas maneras de observar que, pese a centrarse en un mismo objeto, el resultado siempre será singular. La clave está en cultivar la seguridad en lo que está realizando el alumno con sentido crítico; es decir, se da el doble rol de maestro y alumno. En definitiva, no es complejo el aprendizaje porque existen técnicas para lograrlo; lo importante es la policrítica. Básicamente, se trata de estudiar el espacio a componer y esta acción inevitablemente conduce a la proporción áurea de Leonardo, el estudio de luz y sombra y localización espacial de los objetos. Fue tal el entusiasmo de los alumnos y la satisfacción de los resultados ante la posibilidad de cambiar la realidad, que muchos continuaron perfeccionado esta técnica. El Método C.M.S. relaciona hombre-espacio, hombre-hacer, estudia los infinitos cambios que pueden suceder según la posición del obvervador: las luces (amanecer, medio día, atardecer), cuyo objetivo es potenciar la creatividad del alumno a través del entrenamiento permanente de la observación y estudio de la realidad en todos los planos. Asimismo, entrena para que la persona aprenda la temática de la realidad, equivalente a una fotografía que se analiza exhaustivamente. El método surgió a partir de la investigación, la docencia y la famosa relación áurea de Leonardo Da Vinci que se aplica en forma permanente. El doble rol maestro y alumno, surge de la relación afectiva y el interés del alumno por aprender. La aplicación del método consiste en la observación de la realidad y la certeza generada por el entrenamiento del trazo. El curso se dividía en dos. La primera parte consistía en desmenuzar la forma dibujando el resultado del pensamiento y la segunda, la investigación concreta la forma. La policrítica consiste en aplicar la crítica colectiva con el objetivo de perfeccionar el trabajo individual.
La trampa
Finalizaba la década de los setenta y la artista, entusiasmada con su labor formativa e innovadora, se dirigió a la oficina del director de la escuela para renovar contrato por otros cuatro años. Sin mediar desconfianza firmó el documento sin percatarse de que éste consignaba su sentencia. Identificada erróneamente como pinochetista, la plana académica redactó con subterfugios su desvinculación de la institución. Al caer en la cuenta del engaño, la artista Morice repasó los años de pasión por el mundo del arte y en un acto de frustración y muerte figurada, destruyó la mayor parte de su obra con la promesa de que jamás volvería: “fue un golpe mortal. Algo en mí murió para siempre”, cuenta con un dejo de pena y frustración. Sin embargo, hoy activa e inquieta como es su naturaleza y coqueteando con su pasión, anhela que su método sea universal y que quienes deseen aprenderlo puedan tener acceso a él. Luisa Edwards.
CLEAR M I N D SEEI NG
Apuntes de seis ejercicios siguiendo el mĂŠtodo C.M.S. CortesĂa de Clara Morice.
ALFONSO HINOJOSA Mi relación con la comuna de Providencia empieza en el año 1976 donde se creó una academia de arte y cultura que funcionaba en Pío Nono, trabajé ahí varios años difundiendo la cultura, tratando de mostrar la cultura que estaba casi aplastada (encarcelada). Surgió un grupo de personas del ambiente cultural chileno que habían sido exonerados de distintas universidades y llegaron a este lugar para realizar actividades culturales; se impartían talleres de teatro, música, danza, folclore y pintura. Se transformó en un espacio de educación imaginativo, que surgió de la urgencia por generar procesos transformadores desde las prácticas culturales y artísticas. ¿Cómo se llamaba el lugar? Academia de Arte y Cultura Taller 666. Ahí llegaron los más connotados del ambiente cultural como Margot Loyola, Rebeca Ghigliotto, Andrés Peréz, entre mucha gente que paso por ahí; se hicieron muchas cosas hermosas durante un periodo, llamémoslo, “peligroso para hacer cultura”. ¿Dónde estaba exactamente? Estaba en Antonia López de Bello con Ernesto Pinto Lagarrigue, en toda la esquina. ¿Quiénes financiaban el taller? El Taller 666 funcionaba con ayuda externa de los exiliados y organismos internacionales abocados a la cultura que enviaban distintos tipos de fondos; funcionó hasta el año 1982. Allí se hicieron festivales de teatro donde participaban grupos profesionales y universitarios. Yo era partícipe de todo eso. En 1982, cuando el Taller 666 se cerró, algunos integrantes del taller montaron el jardín infantil Antartic, en una sala que quedaba en la calle Barros Borgoño, en donde está el metro Manuel Montt. Trabajamos mi esposa y yo por un par de años, era el único hombre que había en el jardín, mi señora trabajaba con la gente de la cocina y pasamos unos años hasta que se creó la Fundación P.I.D.E.E, que significa: Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Excepción o de Emergencia. La Fundación P.I.D.E.E fue creada por un grupo de mujeres de Providencia y Ñuñoa, la directora era la Sra. María Eugenia Rojas, hija de Manuel Rojas. Ella decidió crear esta Casa Hogar para acoger niños que estaban en peligro de ser secuestrados mientras sus padres eran detenidos, perseguidos o encarcelados. LaCasa Hogar estaba ubicada en la calle Suiza, casi al llegar a Pedro de Valdivia antes de Santa Isabel. Fue cuando nos llamaron a mí y mi señora para que nos hiciéramos cargo de esta Casa Hogar junto a un equipo de personas en el que se encontraban cocineros, aseadores, asistentes, pediatras. Ahí trabajo como pediatra la Sra. Michelle Bachelet (actual Presidenta), Estela Ortiz, Carmen Barros y mucha gente más. Nosotros llegamos y empezamos a trabajar en el centro como “padres sustitutos”, por decirlo de alguna forma. ¿Se sabía lo que hacían en la casa? No creo. Funcionaba encubierta, como jardín infantil y nosotros estábamos noche y día, los niños vivían con nosotros, algunos se quedaban toda la noche y otros eran retirados en la noche por algún pariente, abuelo o abuela. ¿En qué año llegaron ustedes allí? A finales del 1985. Funcionábamos, como decía, como padres sustitutos a cargo de los niños;
nuestro horario era de lunes a domingo. Estábamos todos los días ahí, nos encargábamos de acoger a los niños y tratar de insertarlos en un lugar de tranquilidad, que estuvieran cómodos, en confianza y no tuvieran mayor contratiempo que la ausencia de sus padres; eso ya era suficiente.
Además de la tutela de los niños, nuestro trabajo también consistía en acompañar a los niños a visitar a los padres que estaban detenidos en la cárcel de hombres, ubicada en General Mackenna, y la cárcel de mujeres que estaba en la calle Santo Domingo. En la actualidad ninguna de las dos existen. Este era un trabajo difícil pero hermoso; para nosotros como pareja fue una experiencia maravillosa y triste a la vez, porque uno se encariñaba con los niños y de repente ellos partían al exilio. Uno quedaba con una tristeza de no verlos nunca más. Pasaron muchos años hasta volver a ver a algunos. Cuando volvieron del exilio, algunos ya estaban casados, eran padres de familia y cuando nos encontrábamos me decían: ¡el tío Alfonso! Además de tener este rol de ser quienes contenían a estos niños y niñas, ¿también tenían que hacerse cargo de la educación, de la formación de estos niños? ¡Ah, por supuesto! Algunos niños participaban en los colegios en Providencia, los mayores; pero por lo general había muchos pequeñitos, ellos se quedaban ahí. La Casa Hogar funcionaba como sala cuna durante el día y durante la noche como un lugar de acogida. Nosotros vivíamos con nuestra hija que era pequeña y ella interactuaba con los niños todo el tiempo. ¿Cuánta capacidad tenía la Casa Hogar? Llegamos a tener alojados unos 15 niños y durante el día habría de 30 a 40. O sea, que los que estaban encubiertos ¿eran unos 15 niños? La cantidad era variable, a veces había 10 o 5, variaba, dependiendo de la situación de cada familia. ¿Cómo llegaban allí los niños? Los niños llegaban ahí derivados por diversos organismos de derechos humanos como eran FASIC, la Vicaria de la Solidaridad, y otros que no recuerdo ahora, pero generalmente eran derivados de estos centros. ¿Quién la financiaba? Un organismo internacional de Suecia, Rabda Darnem, ellos proveían los fondos para la mantención de laCasa Hogar y para la institución en general. Fue una organización que trabajó muchos años en torno a los derechos de la infancia, no solo crearon laCasa Hogar sino que un centro de educación para niños que retornaban del exilio; entonces había que reinsertarlos. Muchos de ellos llegaban no sabiendo español; entonces se hacían clases, los niños además tenían acceso a bibliotecas a actividades, talleres, etc. Los niños salían de esa Casa Hogar cuando la situación lo permitía, cuando estaban haciendo trámites de salida al exterior. La mayoría de los niños que estuvieron ahí salieron al exilio. ¿LaCasa Hogar funcionó hasta el 1989? Hasta el 1990. Cerró porque se acabaron los fondos que recibíamos de organismos internacionales. Con la la democracia, dejaron de enviar más ayuda. Siguió funcionando como hogar de talleres para niños
retornados del exilio, pero eso también fue mermando y el personal que había se fue marchando. Hasta el día de hoy funciona la institución, pero como lugar de acopio de información sobre situaciones de la infancia, actualmente recibe la ayuda de un organismo de Finlandia que se llama Parasta Lapsille Ry, ellos promueven la educación en colegios rurales, en este caso nosotros apoyamos a un colegio en Tirúa en la Región del Bio Bio; hace varios años que se esta trabajando con niños de una escuela que se llama Primer Agua.
La fundación ahora además de ser un un centro de acopio de información sobre la situación de la infancia, ¿también desarrolla un trabajo de apoyo a migrantes? Sí, se está trabajando en un par de escuelas en la comuna de Recoleta y Peñalolén donde se hacen talleres. ¿Alguna vez sintieron peligro por estar cuidando estos niños? Generalmente la gente que trabajaba con nosotros sí tenía temor, pero yo curiosamente nunca tuve miedo ¿Nunca fue allanada la Casa Hogar? No, pero había gente que andaba rondando por ahí. ¿Vigilando? Claro, pero yo nunca tuve temor, era tal vez mi pasión hacia los niños, cuidarlos a ellos. No, no tenía miedo. Con la perspectiva de los años, desde el 1985 hasta el 1990, ¿cómo valora usted esa experiencia que le tocó vivir en la Casa Hogar? Como una de las más enriquecedoras que haya tenido durante mi vida, creo que fue un aporte muy importante para mí. Entregamos tanto y recibimos tanto de gente que fueron ayudados por nosotros y que hasta el día de hoy se sienten agradecidos. ¿Hay alguna historia que recuerde de manera especial? La historia de Luis. Ahora debe tener unos treinta años, es padre de tres niños. Siempre que nos encontramos, me abraza como su tío Alfonso, yo lo veo y es un inmenso placer. Hay muchos que se quedaron viviendo fuera. Hace poco vino la madre de una de las niñas que cuidamos de pequeñita, un año o dos. Ahora viven en Suecia, su madre vino a ver algunos asuntos legales y al encontrarnos fue muy emocionante. ¿Usted estaba haciendo una labor de resistencia? Sí, empezamos varios años antes con el Taller 666, después con el jardín Antartic y después con la Casa Hogar. ¿Desde el principio con el mundo de la cultura? Sí… Yo en esa época salí exonerado de la Universidad Técnica del Estado, ahora USACH, trabajaba en la federación de estudiantes. Con el golpe de estado y la posterior dictadura me quedé sin nada, sin trabajo, sin amigos, era un ser a la deriva. Estuve a punto de suicidarme varias veces por la soledad en que estaba, no era capaz de ver ningún futuro, todo era oscuridad. Eso fue del 1973 al 1976, en el 1976 entré al Taller 666; fue como ingresar a otro mundo, entré en el mundo de la cultura, el teatro, la música. ¡Había vida!
JUNTA DE ADELANTO
En junio de 1994 apareció en el diario El Mercurio un aviso donde se ofertaba una licitación de terreno en el sector Eliodoro Yáñez con Manuel Montt; es decir, en pleno barrio William Noon. Una licitación sobre un terreno significa que las viviendas deberían ser demolidas y, seguramente, para construir en el lugar altos edificios de departamentos. Esa noticia nos dejó helados; en esos metros cuadrados vivíamos 50 familias que arrendábamos una casa más 4 locales comerciales funcionando y no fuimos notificados previamente. Las propiedades pertenecían a la congregación Dominica, que arrendaba estos inmuebles a personas de bajos recursos. Por lo tanto, se levantaba una amenaza con gravísimas consecuencias para las familias de la comunidad. Esta conmoción hizo que los vecinos se unieran para defender sus viviendas. El primer paso clave ocurrió cuando un grupo de vecinos acudió por consultas a la Municipalidad de Providencia; allá, don Jaime Márquez, a cargo del Departamento de Urbanismo, les sugirió que formaran una Junta de Adelanto para que así, organizados, protegieran el barrio. De este modo nació la Junta de Adelanto. Además, las casas tenían un importante valor arquitectónico y ahí surgió la idea de solicitar al Consejo de Monumentos Nacionales la posibilidad de declarar al conjunto zona típica. Marcela Munita, vecina del Barrio Típico de calle Keller, les informó sobre el proceso. Si un barrio era declarado zona típica se respetaría y todos se olvidarían de las demoliciones. Seguíamos siendo arrendatarios y los padres dominicos algún día iban a vender. Enviamos una carta a la congregación para pedirles que, en caso de vender las propiedades, nos dieran la primera opción de compra. La respuesta de los padres fue: “Las propiedades se venden en un todo porque no tienen roles (planos separados) y además están afectadas a expropiación y la congregación no está dispuesta a pagar un profesional”. Tardamos once años en reunir el dinero para la compra de las viviendas, finalmente, en el año 2005 compramos las casas. Nuestras viviendas no sólo eran el lugar que habitábamos, sino también el espacio en que conformábamos familia y barrio, y nuestro papel como dirigentes era visibilizar eso, la conformación y rescate de una identidad barrial y de una forma de entender la vida cotidiana.
Talleres de artistas en la ex panaderia del barrio
A comienzos del otoño de 2008 aún vivía en el barrio Italia, al cual había llegado hacía 10 años atrás y parte de mi rutina semanal era nadar muy temprano en la mañana tres veces por semana en la piscina del centro deportivo Santa Isabel. Solía hacerlo entre 7:00 y 8:00 am y, como siempre, a mi regreso a casa me encontraba con don Javier Elizalde, panadero jubilado, fumando en el portal de acceso a su local, cerrado ya hacia un par de años, con una actitud nostálgica y algo desesperanzada debido al fracaso en la venta de su terreno a raíz de un cambio en el plan regulador comunal. Una mañana me atreví a preguntarle qué tenía pensado hacer con su propiedad y me invitó a pasar. Nos sentamos en un pequeño escritorio a conversar sobre su historia, mostrándome luego la zona que estaba detrás del local de venta al público que yo conocía. Ahí me encontré con la panadería, el lugar que intuía debía haber detrás de esa fachada, dos salones lúgubres, uno con el horno de acero inoxidable en el cual se cocía el pan con una mezcla de petróleo y parafina y en el otro el horno de fierro enterrado bajo tierra alimentado por leña, que ya no funcionaba; espacios intermedios, baños y cocina del personal, patio interior más la zona de la casa del panadero que estaba adosada a todo lo largo del deslinde sur de la propiedad de 600 m2. Visualizando esta oportunidad, inmediatamente le propuse una solución para esta construcción abandonada, que no era común encontrar, un galpón industrial en pleno barrio y al lado de la galería. La propuesta fue que se la arrendara a los artistas como talleres de trabajo, debido a la alta demanda de espacio que con frecuencia nos solicitaban en la galería ya que esta zona de Providencia se transformó en lo que fue la Bellavista de los 70 y 80. Le expliqué que, ordenando un poco, los artistas podrían ocupar su edificio sin mayores intervenciones debido a que ellos durante la mezcla de vida-trabajo que realizan en los lugares que habitan, podrían ir arreglándola a diferencia de tener que arrendarla para una actividad comercial tipo oficinas, que lo obligarían a realizar una inversión que no estaba dispuesto a llevar a cabo. Don Javier, sinceramente, no creo que haya entendido de qué se trataba la propuesta, ya que claramente era una solución que lo obligaba a relacionarse con gente desconocida en todo sentido para él. Finalmente, luego de más de un año de espera en el que don Javier fallece es su viuda doña Mafalda la que finalmente confía en la propuesta, pero, eso sí, haciéndome a mí responsable del arriendo con ella, tras lo cual me vi obligado a iniciar el proceso de formación de un proyecto cultural vinculado al arriendo de talleres de artistas, dando nacimiento a un nuevo lugar de reflexión y creación de obra. PAN se llamó el proyecto en el cual, junto a 9 artistas amigos de la galería, trabajamos en la remodelación del espacio en conjunto con una empresa privada con la cual establecimos un compromiso de intercambio entre financiamiento y obra, obteniendo como fruto de esta relación una publicación que relata la historia del proceso. De ello ya han pasado siete años y hoy al interior de PAN, junto a nuestra cafetería, se encuentra el taller BLOC dedicado a las tutorías de arte y cara visible de esta idea de aportar vida cultural al nuevo barrio de artistas en esta zona de la Providencia antigua desarrollada urbanísticamente por los italianos. Paul Birke Abaroa. Arquitecto y director de la galería Die Ecke.
Fotografía: © Cristián Silva-Avária
MATER DEL SALVADOR
$ CONVOCATORIA PÚBLICA $ L A C O M U N I DA D C O N C I B I E N D O M E M O R I A Y PAT R I M O N I O Es un proyecto colaborativo que pretende poner en valor la memoria y el patrimonio tangible e intangible de la antigua Maternidad del Hospital Salvador, poniendo énfasis en la crisis del escenario de la salud en Chile y del escaso conocimiento e interacción de la comunidad con sus espacios públicos de bienestar. El proyecto Mater del Salvador, la comunidad concibiendo memoria y patrimonio buscará propiciar lazos que inviten a la comunidad a interactuar y relacionarse de una manera más cercana con dichos espacios. Entender que la memoria de un país se propicia a través de la relevancia que le damos a nuestro patrimonio material como inmaterial, nos permite conocer nuestro pasado para poder entender el presente y generar nuevas instancias de crecimiento para el futuro. Comprendiendo que la construcción de un país se realiza con los relatos ciudadanos que a diferencia de los grandes historiadores, estas vidas contadas están lejos de pretensiones academicistas, sino más bien se cuentan, se entrelazan, se viven, se aman, se dejan parir y nacer, para crecer y expandirse. El proyecto está encabezado por el equipo de la ONG Espacio Lúdico, a través del trabajo del fotógrafo Mauricio Donoso y la gestora cultural Marcela Fernández. Si tuviste a tu hijo, naciste, trabajaste o te vinculaste de alguna manera a la maternidad, te invitamos a participar y construir juntos el proyecto Mater del Salvador, la comunidad conviviendo memoria y patrimonio, relatando tu historia, anécdotas, enviándonos una foto y/o objeto que sea representativo del lugar, o bien lo que Uds. estimen conveniente compartir. El material recopilado será parte de la publicación del libro Mater del Salvador, la comunidad concibiendo memoria y patrimonio. Con la documentación recibida se realizará una muestra. Contáctenos a través del correo:
materdelsalvadorcomunidadconviviendomemoriaypatrimonio@gmail.com
AGRADECIMIENTOS
TEXTOS
Adriana Cerda Alfonso Hinojosa Alfonso Martínez Alicia Fredes Álvaro Escobar Ana María Gazmuri Ángel Cabeza Angélica Willson Anita Valsasnini Silva Arturo Navarro Carlos Martín Carolina Zenteno Clara Morice Clara Muñoz Claudio Herrera Cristián Silva-Avária Cristóbal Willson Dàlia García Willson Daniela Zenteno Dantón Paniagua Eduardo Karstegl Enrique Norambuena Florentina Saravia Gabriel Garay Gabriela Miranda Gerardo Maldonado Germán Sepúlveda Héctor Hidalgo Ignacio Velasco Inti Peraldi Willson Isadora Willson Gazmuri Jaime Gazmuri Jorge Calvo Jorge Palavicino José Paulsen Luis Weinstein Luisa Edwards Luz Ugarte Manuel Menchaca Sánchez Marcela Fernández Mariana Ariztía Guzmán Mario Funes Mauricio Donoso Osvaldo Garay Paul Birke Paulina Aguilar Paulina Elissetche Raquel Rubio Ricardo Willson
©El avispón verde ©Paulina Aguilar ©Mariana Ariztia Guzmán/ Manuel Menchaca Sánchez ©Jorge Calvo ©David Almirón Sánchez / Ricardo Willson ©Luis Weinstein ©Arturo Navarro ©Luisa Edwards ©David Almirón Sánchez ©Junta de adelanto ©Paul Birke ©Mauricio Donoso / Marcela Fernández
Municipalidad de Providencia Dirección de Barrios, Patrimonio y Turismo Gloria Godoy de los Ríos Ana María Valdivia Viviana García Corrales Infante 1415 Francisca Casas-Cordero Ibáñez Centro Comunitario Bellavista Javiera González Barrio Italia TV Gabriel Garay
IMÁGENES ©Los derechos de todas las imágenes publicadas son propiedad de sus respectivos autores, editores y/o instituciones. Fotografía de portada: Providencia al llegar a Carlos Antúnez, Torres de Carlos Antúnez, década de 1970. Fuente: Archivo Fotográfico de la Municipalidad de Providencia Dirección de Barrios, Patrimonio y Turismo. Directora CCE Rebeca Guinea Stal Asistentes del proyecto Aiskoa Pérez Camilo Ibaceta David Almirón Sánchez Leonora Díaz Mas Natasha Pons Majmut Diseño publicación Miquel García Distribución Centro Cultural de España (CCE) Comunicación Joaquín Jiménez Salvador Constanza Romero Lecourt Esta es una publicación del Centro Cultural de España en Santiago, del proyecto PRO-VIDENCIAS del artista español Miquel García. Residencia realizada durante enero de 2017 en MateSurLab (Programa de laborartorio y residencias impulsado por el Centro Cultural de España) Impresión de 500 ejemplares Santiago de Chile, enero 2017
Fofografía © LW