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JESUCRISTAS
Vulgar, así me dirán, pero vulgar es hablar de Jesús y acallar miles de Jesucristas. Fue Jesús y no Jesusa, nos contaron que nos crearon de una costilla, nos obligaron a creer que no fuimos las primeras, que somos un pedacito de alguien y no un ser completo, desde ahí, o desde antes, cargamos con estar un renglón debajo y jamás en igualdad de condiciones, no existe una razón, una explicación clara o satisfactoria, a nadie le ha interesado saber el orden real, o más simple y sencillo, no existe un orden real y debemos entender y aceptar el orden que nos contaron, un orden en el que fuimos, somos y seremos después y además las dueñas del pecado.
Tal vez debamos entender que no se trata de un género, pero para el agresor si, para el que vive lleno de miedo de nuestro poder si, para el necesitado de poderío si, para el victimario si y siempre habrá un sexo o un género más débil, o una personas más débil, y un alguien que fácilmente puede ser estrangulado con las manos, las palabras, los pensamientos y el accionar de un ser violento, cobarde, necesitado de poder, carente de amor y acorralado por el miedo, un ser que lastimosamente, según los estadistas y sus cifras fue primero, representa un género y en su mayoría son hombres, hombres a los cuales, desde mi posición les faltan guevas y no merecieron haber sido primero, aunque es claro que ante al dolor y la barbarie no importa el orden.
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Esto tiene mucho de historia, de leyenda y de inequidad, Dios mandó a su hijo, no a su hija, fue su hijo el crucificado, el que fue capaz de morir para limpiar nuestras culpas, es a su hijo al que recordamos y damos gracias, en el que creemos y al que vemos como ejemplo. Claro que su muerte fue cruel, dolorosa y si se quiere una vergüenza, una tortura que cualquier constitución política podría tildar como una clara violación a los derechos humanos, un chiste, porque la humanidad se ha tardado años en constituir derechos, pero aún no entiende sobre el respeto, la integridad, la dignidad y el amor necesario para vivir sin miedo, sin violencia, sin violentar; pero más allá de los derechos, más allá de la barbarie en contra de Jesús, a nadie le interesó saber porqué Jesús y no Jesusa, y a nadie le interesará.
Pareciera que para todos es más sano, y mucho más diciente, seguir mostrando el dolor de un hombre que la infamia que viven, han vivido y nos han acostumbrado a vivir a las mujeres. Atreverse a narrar el dolor de un género, para muchos será una ofensa, un castigo, una barbarie para la que no debería haber espacio, pues parece que se ha convertido en cotidianidad incapaz de despertar conciencia.
Con letras muchos han sanado el alma, han renunciado al olvido y desconocimiento de la historia que los marca, han encontrado la fuerza para mantenerse con vida, han permanecido y trascendido las historias en las que creemos y de las que somos presos. Narrar el dolor es también la manera de hacerle frente a lo vivido y escondido en un rincón del alma, ahora, yo, como quien está en frente de este texto, tratando de darle forma y vida a un relato que permita traer al presente historias
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vividas, quiero que sean las letras la manera de sanar, y voy a empezar por narrar el dolor y la miseria con la que han sido y fui obligada a cargar, como Jesús, una cruz, que al escribir aun me pesa, y al leer va mostrándome que también puedo ser Jesucrista, como otras miles, millones de mujeres en el mundo, que viven, vivieron y vivirán su propio calvario.
Este texto, dejará de ser mío, yo solo pretendo narrar desde mi visión un pedacito de la crucifixión de unas cuantas Jesusas, que sacudieron mi espíritu y me obligaron a entender que ser mujer duele, no es tan bueno y que mientras se lucha por lo que se quiere, se desvirtúa la capacidad innata de lo que somos.
Quiero ayudarle a mi alma y con ello a miles más, a llenarse de fuerza y gritarle al mundo que aunque el que murió fue Jesús, diario mueren miles de Jesucristas de las que nadie sabe, a las que nadie ve y a las que la humanidad se empeña acallar. Es hora de poner sobre la mesa lo que sabemos, y lo que sé es que voy a narrar y hacer un esfuerzo enorme, acercándome a mis recuerdos, los mismo que se concentran en un cuarto, una cama, una alfombra, una radiola, cuando a los ocho años escuchaba en la Voz de Antioquia, una emisora de mi natal Medellín, un programa radial, se llamaba los consejos, siempre escuche voces de mujeres y aunque no entendía muy bien, se que las mujeres hablaban de su dolor y las locutoras, haciendo las veces de psicólogas, trataban de orientar y encontrar soluciones a los problemas de cada mujer.
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Jamás pensé ser violentada, jamás me imaginé que después de tanta lucha y amor por lo que hago la vida me obligara a respirar profundo y hacerme consciente de lo cerca que he crecido de la miseria, la barbarie, la inequidad, el maltrato, la violencia y la injusticia.
Fue el respirar profundo lo que me permitió pensar con calma, acudir a mis recuerdos y buscar una propuesta que permita que el grito de basta rompa todo tipo de fronteras, nos acerque y nos permita conocer, de cerca y en la voz de mujeres, su propia historia, su calvario y la cruz de mujeres reales, cercanas al miedo y la barbarie en contra de nosotras.
Jesucristas dejará de ser un texto, porque mi propuesta es hacer de cada historia un Podcast, una historia que se escuche en cada rincón del mundo, por medio de una alternativa radial, a través de una emisora en línea, o simples notas de audio subidas a una plataforma digital donde abramos micrófonos, líneas, sitio web, redes sociales, whatsapp y demás alternativas digitales que converjan, como yo a los ocho años, en un radiola, pero esta vez en un dispositivo móvil, computador, tablet o teléfono, que nos permita escuchar la cruz que cargan miles de mujeres, evidenciar la crucificción de sus hermanas, amigas, vecinas, maestras, colegas, compañeras y víctimas que de cualquier forma o manera de violencia, que han cargado la cruz que la humanidad se empeña en ocultar, la misma que es necesario conocer y para qué queremos encontrar salida en colectivos de todo tipo (Médico, Psicológico, Psiquiátrico, Derecho, Artístico, entre otros) que se sumen a la causa para
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visibilizar el dolor de las Jesucristas y sobre todo para orientar y prestar la ayuda necesaria que nos permita ponerle fin a los calvarios que perpetúan el dolor.
Empezaré entonces por narrar mi dolor, por darle forma y dejar en este texto una evidencia de la crucificción a la que fueron sometidas mujeres cercanas a mi vida y también la propia cruz que aún cargo, la misma que nunca quise cargar pero la miseria de un hombre me obligó a llevar.
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Sirley, Jesucrista (Medellín, 1980 -1995)
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Hola Tatiana, ya termine de almorzar, ¿Usted ya almorzó?
No hay almuerzo, mi abuelita está llorando horrible y mi mamá también. ¿Puedo ir a su casa a almorzar? Claro, venga, mi abuelita me dio sopa de guineo, arroz, papitas, tajada de maduro, carne molida, aguacate y jugo... venga que ella le da lo mismo y después jugamos.
Listo, ya bajo.
Dejé de enrollar el cable del teléfono, estaba sentada en la mesa, era una mesa de madera, muy alta, tenia un mantel pequeño, de lana y colorido, sobre el cual siempre estaba el teléfono gris, un teléfono de disco. Colgué y me baje de la mesa, fui a la cocina, me colgué en la puerta de madera verde y mire a mi abuela sentada en la banca de la cocina para decirle:
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Mita, va a venir mi amiguita Tatiana, la de las cremas, en su casa no hay almuerzo y le dije que viniera que acá le dábamos. -
¿Como así, cuando te dijo eso?
La acabo de llamar y me dijo que ya viene -
Bueno
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Teníamos apenas nueve años, recuerdo claramente la cara de asombro de mi abuela y también la necesidad de saber más, le sirvió el almuerzo a mi amiga y apenas terminando la sopa, le preguntó si su abuela estaba bien, a lo que tatiana respondió que no, que en su casa algo pasaba pero que ella no sabía que era, que todos estaban llorando y que cuando yo la había llamado se había ido sin permiso porque tenía mucha hambre y nadie le había querido dar el almuerzo.
Yo conocía a mi abuela y esa necesidad de saberlo todo, de indagar y conocer, le vi su cara de angustia y cuando se llevó los platos a la cocina me fui detrás, la vi decirle a Marina, su hermana, que llevaría a Tatiana para saber si era verdad lo de Sirley.
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Tatiana, mija, venga yo la llevo a su casa que deben estar preocupados porque usted se vino sin permiso.
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Doña Fabiola déjeme un ratico, ahorita me lleva, yo para mi casa no me quiero ir. No mi amor, venga vamos y si su mamá la deja yo me la vuelvo a traer, pero deje y miramos.
Yo me quedé en silencio, yo sabía que algo malo había pasado, solo le dije que yo quería ir con ellas y salimos loma arriba. Tatiana vivía en una pendiente, una loma muy pesada, eran las tres de la tarde y el sol estaba que quemaba, caminamos unos ocho minutos y al llegar tocamos la puerta, era de madera, amarilla y pesada, tenía una ventanita pequeña en el centro y por ahí se asomaba doña Ofelia, la abuelita de Tatiana, cada vez que yo subía a comprar cremas, eran las mejores, pero esa tarde,
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al tocar, doña a Ofelia no se asomo, nadie abrió la ventanita y al contrario, abrieron la puerta completa y Socorro, la mamá de Tatiana salió gritando:
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Doña Fabiola, ese hijueputa me mató mi muchacha, me la mato. -
Socorro, como así, ¿Que fue lo que le pasó a Sirley?
Dijo mi abuela mientras yo abrazaba a Tatiana, luego le tape los oídos, empecé a cantar:
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“Antioqueña, que tienes negros los ojos, el cabello rizado, los labios rojos... Antioqueñita, antioqueñita... la palma del desierto, no es más bonita”.
Le miré la cara, vi como de sus ojos empezaron a salir lágrimas, sus gafas se empañaron, la nariz dejó salir agua y yo escuchando a Socorro:
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Ay doña Fabiola, mi mucha fue muy rebelde, se fue a vivir a Bello con ese hombre y me la mato.
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Socorro pero estas segura, vani vamos a bello, demás que podemos hacer algo. -
No Fabiola, me le pego cincuenta puñaladas, yo vengo de allá, ya vi a mi muchacha… Yo seguía cantando: “Antioqueña, que vives cerca a los montes donde son tan inmensos los horizontes, por ti daria, por ti daria... los sueños más hermosos del alma mia”.
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Mientras miraba a Tatiana a los ojos, tenía aún el uniforme de la escuela, una jardinera de cuadritos muy chiquitos blancos y negros, de paño, camisa azul claro, la camisa ya estaba mojada de lágrimas y mis manos ya sudaban sobre sus orejas, hice tanta fuerza para que ella no escuchara que ya tenía calambres, mientras su mamá seguía con la descripción de una muerte cruel que jamás olvidaré
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Ese hombre nos llamó a las nueve de la mañana, yo pasé al teléfono y me dijo que fuera por Sirley o que nos la iba a matar, yo no tenía ni el pasaje y cuando me lo prestaron me fui, pero ya me la había matado. Llegué, empuje la puerta y en las escalas estaba mi muchacha, no me le dejo un pedacito de piel sin heridas, todas esas escalas eran sangre, a los niños los encerró y después de que la mató, se tiró por el balcón de atrás y se mato ese desgraciado. Ay doña fabiola, yo imagino el dolor de mi muchacha, fueron más de cincuenta puñaladas.
Yo termine la canción: “Quien pudiera a tu oído decir ternezas y en tus brazos librarme de mis tristezas Antioqueñita . antioqueñita... del jardín de Colombia, la mas bonita”.
Tatiana no paro de llorar, estábamos en la acera de su casa, sentadas en un murito, su mamá y mi abuela se abrazaron y yo la abrace a ella, no me salieron lagrimas, pero imagine desde el principio hasta el final de la escena.
Shirley era una mujer hermosa, con cabello oscuro, ojos claros, un cuerpo envidiable, todas en la escuela queríamos ser como ella, se veía siempre perfecta,
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era muy joven para tener dos hijos, además hijos de un sicario, uno al que le pagaban por matar a la gente a cuchillo, alguna vez escuche que luego de matar, lamia la sangre del cuchillo.
Yo con tan solo nueve años traté de culpar a Sirley, traté de restarle culpa al agresor y concluí, en ese entonces, que ella se había buscado la muerte por meterse con un matón, al punto de que mi abuela, con un afán o fin que aun me cuestiono, me preguntaba, como se le pregunta a un niño inocente,
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Caren, ¿porque mataron a Sirley?
Y yo respondía muy segura, -
Pues por haberse ido a vivir con un matón.
Pasaron los días, las noches nunca fueron igual, en mi cabeza siempre tuve la imagen que nunca vi, pero escuché, la vi durante muchas noches, vi a doña Socorro entrando a esa casa, viendo a su hija llena de sangre, sin vida y tirada como una nada, víctima de un matón y recuerdo también cómo empezó este martirio.
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Hola Tatiana, ya termine de almorzar, ¿Usted ya almorzó?
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Maria Eliza, Jesucrista (Medellín, 1973 - 2007)
Violentos son esos recuerdos que me acribillan, los mismos que me obligan a sentirme parte y culpa del dolor ajeno, parte y culpa por haber sido testigo del sabor de la crueldad, el mismo que dejó de ser amargo para pasar a hacer parte de la mesa de la humildad.
Lo recuerdo y es como si me acribillaran de nuevo, porque una parte de mí murió con ella, murió cuando mi abuela me contó que doña Martha, la mamá de Maria Eliza, había tenido que ir a reconocer su cuerpo, que la habían quemado, pero que antes de quemarla le hicieron múltiples heridas con un cuchillo, la colgaron de un árbol, le sacaron su bebé de ocho meses de gestación, la empalaron y rociaron su cuerpo con combustible antes de encenderla.
Yo morí, de mi cuerpo salió un pedacito de alma que voló con ese recuerdo que aún me acribilla cada vez que lo menciono.
Y también recuerdo a un hombre, lo recuerdo ahí, ahí en frente de mi casa, yo había pasado apenas los dieciocho años, para mi edad era muy inocente, el camino era largo y yo, aunque muy segura, esa mañana sentí miedo, angustia y un poco de intriga. Le pedí a mi tía abuela que esperara hasta que me subiera al bus camino a la universidad.
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Miré hacia esas casas, las casas a las que conocemos como las casas del hueco, son unas ocho casas a las que se llega bajando ocho escalones gruesos, en un callejón sin salida, unos ocho metros más abajo de la calle, y lo vi, yo no deje de mirarlo, él parecía incómodo, dejó salir su perfil, me dejó ver su cabeza, tenía un corte militar, su cabeza brillaba un poco gracias al reflejo de la lámpara de la calle aún encendida, a las cinco y cinco minutos de la mañana, era alto, delgado y además sentí que tenía más miedo que yo.
Parada enfrente de mi casa, con mi tía abuela en la puerta, esperábamos ambas que el bus pasara, yo le hice señas para que entendiera mi miedo, para que notara al hombre y se quedara a acompañarme. Yo salía muy temprano para la universidad y ella, Maria Eliza, salía casi siempre dos minutos más tarde que yo, siempre que yo esperaba el bus escuchaba que doña Martha abría la puerta, yo giraba un poco para mirarlas porque su casa quedaba justo dos casas atrás de mi, siempre que giraba estaba doña Martha ya con su puerta a medio abrir, Maria Eliza con su melena de rizos negros, jean azul, camisa blanca, morral negro y la mano de la señora en el aire para echarle la bendición, luego me volvía a girar y a las cinco y nueve minutos veía, cinco casas más adelante, que en la esquina ya se asomaba el bus al que debía montarme, extendía la mano para hacer la señal de pare y acto seguido me subía.
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Pero esa mañana fue distinto, doña Martha no abrió la puerta, mi tía abuela miraba con miedo, yo sentía más frío, las lámparas de la calle tenían una luz más tenue y la claridad del día tardó mucho más. Ese hombre me intimidó, ese hombre buscaba a alguien, yo pensé que era un ladrón, pero esa teoría se vino abajo cuando me dejó ver su cuerpo entero, tenía camisa azul muy bien planchada, jean y zapatos muy limpios, además de un cinturón de cuero, estaba muy ordenado y limpio como para ser un ladrón de barrio, luego pensé que quizá era un matón, pero también deje de lado la hipótesis porque haber crecido entre sicarios me dejó claro que trabajan en equipo, casi siempre llegan en en moto por su víctima y con algún tipo de ropa que desorienta, éste estaba solo, sin moto y esperando a alguien desde un lugar con poca visibilidad, además era lunes, nada que ver con los días más violentos, según las estadísticas de la ciudad.
El jueves llegué de la universidad, llegué más tarde de lo acostumbrado, me bajé del bus y en la tienda de Ovi señores, señoras y jóvenes de mi cuadra hablan con tristeza, se preguntaban, se miraban, susurraban y yo solo miraba, cargando un morral pesado, arrastrando mis viejos tenis y sin comprender mucho me detuve en el puesto de chance, le aposté al ocho once y me gasté los trescientos pesos de los vueltos del bus, mientras Dora, la chancera me preguntaba si sabía lo que había pasado, y yo,un poco indiferente gracias a mi cansancio, solo hice un gesto de negación que pareció desinterés y a lo que ella, esperando que yo preguntara, decidió callar.
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Llegué a mi casa, estaba oscuro, la puerta cerrada, como nunca, toqué, se demoraron para abrir, antes de hacerlo mi abuela miró por la ventana, como no me vió, tocó el vidrio esperando que quien tocaba se asomara, yo me asome, ella me vió y luego me abrió, entré, tiré mi morral al mueble y le dije que moría de hambre, a lo que respondió:
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¿Muerta? Muerta está Maria Eliza, no te imaginas que desgracia, a la pobre doña Martha le tocó ir a reconocer su cuerpo, la quemaron viva, si es que se puede decir viva, porque antes de quemarla le hicieron múltiples heridas con un cuchillo, la colgaron de un árbol, le sacaron su bebé, la empalaron y rociaron su cuerpo con combustible antes de encenderla.
Mi hambre quedó atrás, mi cabeza no dejo de pensar en los colores, las maneras, las lágrimas y el dolor, mi mente no paró de traer imágenes y construir el escenario… Pensé en el hombre, en su camisa azul, en su mirada concentrada en la casa de doña Marta, pensé en el miedo que vi en su mirada, pensé en su cobardía para esconderse y también pensé en callar, me obligue a callar y nadie supo que yo a vi a ese hombre, nadie supo que mi alma se fragmentó y dejó escapar un pedacito con cada lagrima de dolor, yo también fui víctima del miedo, de aquel hombre, y fui condenada al silencio y el dolor por el mismo miedo, miedo a es tipo que solo vi una vez, pero jamás su rostro se borrará de mi memoria, el rostro de un hombre capaz de torturar, asesinar y silenciar a una mujer y a un bebé, tan débiles y frágiles como yo.
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Magaly, Jesucrista (Medellín, 1978)
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Liza, Liza
Yo tocaba la campana de la casa de Elizabeth y a la vez gritaba, la llamaba desesperadamente. Amanda, su tía, algo enojada gritaba:
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¿Quien toca, quien toca? - Manda, soy yo, Caren - Ya vamos a abrirte
Yo miraba atenta la puerta de Magaly, justo en la casa del lado, recuerdo que ese día tenía un vestido blanco con flores tejidas, muy peñas, y unas sandalias café, estaba montada en el escalón de la puerta, una puerta metálica, verde menta, algo pelada y polvorienta, Amanda abrió y yo caí en la sala, estaba recostada a la puerta y justo en el momento en que abrió mi peso se desplomó, sonreí y me paré como pude, corrí hasta el cuarto de Eliza, ella está en la cama ordenado las fichas de un parqués con su mano izquierda, la derecha no era mano, era el tronco de un árbol de lo hinchada que estaba, no la podía mover, sin embargo mi inocencia me hacía proponerle una hazaña:
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Liza, Liza, vamos a barrer la acera de Magaly, mi abuela dijo que llegó anoche de México y ahorita me estaba llamando, yo creo que es para pedirnos que barramos su jardín, vamos para que nos paguen.
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Ella me miró con alegría, yo sabía que su mano le dolía horrible, pero sacaríamos fuerzas, luego me preguntó:
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¿Su abuelita la vió?
Si, me dijo que trajo más de cinco maletas muy grandes, vamos, vamos. -
Manda también la vió, me dijo que la había saludado y que tenía una ropa muy linda, bueno vamos.
Yo tenía diez años, Elizabeth once, a mí me preocupaba ensuciar mi vestido, pero quería barrer el jardín de Magaly, Elizabeth la noche anterior lloro conmigo porque su papá le había dicho a su mamá que resolviera lo del dinero de la radiografía de la mano como pudiera, que él no tenía un peso, así le dijo, aún lo recuerdo, ella lloró y yo le propuse hacer de todo para reunir el dinero, ella es mi mejor amiga, y yo no dejaba de mirar su mano.
Ella era más alta que yo, más gorda que yo, más blanca que yo, más torpe que yo, más inocente que yo… Salimos, caminamos por la acera, esquivamos las líneas que unen o separan las baldosas, llegamos a la puerta blanca, la puerta de Magaly, escuchamos a Tony, el perro, ladró tan fuerte que de inmediato Magaly se asomo por el balcón y un saludo efusivo fue lo que dejo salir:
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Hola mis niñas, como están de hermosa, vengan, suban a saludarme -
Hola Magaly, sí, pero encierre a Tony que nos da miedo.
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Dije yo. -
Claro que si, ya bajo.
Dijo ella y se retiró del balcón, yo miré mi vestido, quería que estuviera limpio, ella siempre me decía que una niña se veía más linda cuando estaba como yo, limpia y oliendo rico, y así estaba yo esa mañana. Escuche pajaritos, algunos buses y también un carro frenando muy fuerte, miré a la calle y vi un hombre salir de una camioneta, era una camioneta como las que decía mi abuela que cuando viera me entrara corriendo a la casa, porque los que andaban en ellas eran sicarios, y a ellos había que temerles.
No estuvo muy lejos mi abuela, de la camioneta se bajó un hombre grande, tenía unas botas puntudas, sombrero y una chamarra de cuero, otro con gorra, camiseta blanca, jean y unos tenis. Yo toqué la puerta durísimo, sentí tanto miedo de esos hombres que olvide que los nudillos de mis dedos eran tan frágiles como yo ante esa enorme puerta de metal blanca, la golpee una y mil veces hasta que mi nudillos sangraron, escuché a Magaly bajar las escaleras de su casa y gritarme:
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Ya va mi amor, ya te voy a abrir, ya estoy bajando.
Los hombres avanzaron, subían los escalones del jardín de la casa, venían por nosotras, Eliza me miraba, yo miraba la puerta, sudaba, me dolían mis dedos, Eliza
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corrió hacia su casa, me dejó sola, yo miré al cielo, escuche la cerradura de la puerta moverse para abrir, sentí a los hombres detrás de mí, vi el rostro de Magaly, cuatro brazos enormes por encima de mi y luego a Magaly tratar de evadir a los hombres, su rostro asustado, su piel pálida, su pelo se soltó de la moña, mi cuerpo estaba en medio de ella y los hombres, ella se soltó, los hombres entraron, yo temblaba, suspiraba y reaccione cuando la montaban a una toyota verde.
Fue la última vez que vi a esa mujer, aunque vive, pero cuando regresó Medellín, y la volví a ver, había perdido su juventud, igual que yo mi niñez, regreso quince años después, desdibujada, sin fuerzas, sin luz, sin vida, adicta a las drogas, víctima de la trata de personas y la esclavitud sexual, en México.
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Caren, Jesucrista (Medellín, 1987)
Caren, esa soy yo, y yo también fue violentada, porque violento y cruel es esa sensación de culpa e impotencia, pero también es cruel y violenta esa necesidad y deseo de lucha, de rebelión y empuje hacia la búsqueda de una justicia que se nos niega, porque nos someten a cargar con culpas solo por pertenecer a un género, al género con el que nos acribillan desde que nacemos.
En esa Medellín violenta, artista, colorida y educada, en septiembre de 2018, mientras aceptaba que mi abuela se había dado por vencida, había dejado en la tierra sus miedos y había partido al encuentro que todos anhelaban, el día empezaba con el encendido del computador desde las cinco de la mañana, una rutina de yoga, algo de fruta y un batido… Hacía las piscinas que le cabían a una hora, luego un baño, una lectura y justo esa mañana, a las ocho de la mañana atendí la llamada que postergue durante semanas, pero ya no podía posponer más.
En la mano un vaso de jugo de naranja, terminé de subir las escaleras para llegar al segundo nivel de mi apartamento, abrí la ventana, encendí la radio, un acordeón sonó muy bajito y ahí lo dejé, agaché su cabeza, cerré los ojos y active mi móvil se activó, que de inmediato empezó a sonar.
Giré mi cuerpo, vi la silla café de piel en la esquina de mi sala, miré al techo, la lámpara brillaba igual que el sol y el cielo de esa mañana, en la pared los recuerdos
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y los anhelos en cuadros enmarcados, París, Nueva York, Ciudad de México, La Habana, Medellín, Barcelona, Estambul… Todo esto no hizo más que ambientar una escena de las muchas que empezaría a vivir. Mi mirada se paseó por la pared, se detuvo en la mesa que estaba al lado de la silla de piel, tres candelabros y su móvil se robaban el espacio, me quitaron algunos segundos para respirar y tomar la llamada.
Suspiré, tomé el móvil, me dejé caer sobre la silla y saludé amablemente a quien desde México me llamaba, pasaron un par de minutos, saludos, explicaciones, palabras, promesas y así se cerró la negociación, entre halagos, buen trato, cordialidad y el presagio de algo bueno, algo que abría las puertas, del olvido ante la pérdida y de las oportunidades de crecimiento para una mujer aguerrida, preparada, con experiencia y trayectoria, en un medio publicitario machista, violento, cruel y duro para las mujeres creativas, un mundo en el que difícilmente una mujer podrá dirigir.
Y lo escuché:
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Él: (Amigable, seguro y enfático) Es que sencillamente ya es hora de que vengas, has direccionado muy bien el equipo, hemos desarrollado las marcas al punto que siempre quisimos y necesitamos contar contigo acá y rápido. Yo: (Un poco incrédula) - Pues déjame que terminen los novenarios de mi abuela y compramos los tiquetes, es decir en una semana estaría en México, yo espero que todo salga bien y vamos a sacar adelante la agencia, las cuentas, los proyectos. Él: (Sonriendo, satisfecho)
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Te espero, acá todo será diferente, serás la directora, la agencia de te espera, te necesita, yo seré el director de ADD PUEBLA y me sentiré seguro dejando todo en tus manos, vas a ver qué nos vamos a comer el mundo, creo muchísimo en tí, en tus capacidades y ya quiero que estés acá.
La llamada terminó, el reloj de pared, justo a un costado de la sala, sobre el sofá gris a su derecha, marcaba las ocho y cuarenta y tres minutos de la mañana… El viento entraba frío por la ventana, despegué mi espalda del respaldo de la silla, me tomé el jugo de un solo golpe y miré mis tenis, mis piernas y de nuevo respire profundo, cerré los ojos y volví a recostar mi espalda en el respaldo de la silla.
El vallenato ya tenía otra tonada, el acordeón de la radio sonó más fuerte, con más ritmo y sin importar lo temprano, dejé que Silvestre Dangond me recordara su propia historia, pero no solo a mi, subí el volumen a la radio, grité desde muy temprano y al llegar a la parte que dice:
“ Yo escribí de mi cariño mi propia historia Y en el camino nace el amor que va creciendo entre tormentos necesidades nació mi gloria con puño y letra con mi sudor voy escribiendo...
Grité mucho más fuerte, puse todo mi sentimiento y la raíz costeña que creo tener, para acompañar a Silvestre hasta terminar la canción.
“Yo soy esa letra sublime que canta y que sueña un querer que no importa si es lunes si es martes yo sé lo que quiero tener “
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La canción terminó pero yo quería más, quería regalarme esa mañana sentada en mi sillón, mirando por la ventana y un par de vasos de vodka frío para ver si le encontraba sentido, fuerza y placer a lo que creía estaba por venir.
Pasé la mañana entera sentada en mi sillón, desvié las llamadas, escuché vallenatos, recordé la ausencia de mi bisabuelo, de mi abuela, la poca fuerza de mi madre, la negación de mi padre, la sabiduría adquirida en lo enfrentado y sin más pena o dolor, el marketplace le dió la bienvenida a lorenzo, mi carro, también a camas, televisor, lavadora, refrigerador, hornos, muebles y ataduras a mi ciudad, a lo que había sido una vida de éxito profesional.
Le puse un precio tan bajo a todo que en cuatro días ya el inventario eran tres o cuatro objetos que guardé con la ilusión de poder verlos de nuevo en la casa que quiero construir entre montañas de sueños, u olas tranquilas, y volverlas a ver algún día en Colombia, en Medellín o en Cartagena, en un bosque que pueda darle vida a otras letras, o en una playa que me permita construir otras historias, otras realidades.
Un vuelo de 4 horas y una sensación de dejar atrás un recuerdo, un amor y una vida. Había nostalgia, alegría, algo de incertidumbre, pero jamás miedo, eso parecía haber muerto, haber quedado en Colombia.
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En el avión, @DramaLaGata miraba por la ventana, tampoco tenía miedo y parecía disfrutar la vista sobre las nubes, todo estaba tranquilo, el tiempo no juzgaba y el placer de la fragilidad ante el poder del firmamento escasamente la hicieron aullar, achicar sus ojitos y lamer el rostro mi rostro mientras abraza.
Cuatro maletas, un morral, mi gata, un protocolo para ingresar y evadir esa pesada sensación con la que cargamos los colombianos, unos agentes dicen, como el que me entrevistó, que:
“Es que me encanta como hablan ustedes, ese acento me encantaría escucharlo siempre”,
Pero otros dicen que los colombianos somos revoltosos, problemáticos, peleoneros y un riesgo para sus países, entonces no se sabe si seremos bienvenidos o regresados por donde entramos, o intentamos entrar. Al final no pasó nada diferente, cruzó la puerta, arrastré mis maletas y Drama posaba para la foto de su instagram, con un hermoso suéter, al lado de un mapa gigante de la Ciudad de México y aunque el frío la acobardó, la foto quedó.
Había que seguir, y todo se vino en una sola nube, una enorme avenida, dos imponentes volcanes, un frío que te cagas, el cielo gris, un olor repugnante y el carro que se detiene en frente de un edificio con vidriera oscura, y entrada inconclusa. Un botón se dispara para abrir la puerta y darme la bienvenida… Escalones en forma de caracol al cruzar la puerta que se cerró de inmediato. Basura, restos de comida,
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mugre viejo, polvo por todos lados, cada escalón en el centro cubierto con algo que algún día fue alfombra,
mis tenis impecables, mi look muy casual, pero sin
formalismos, propio de un entorno creativo, mi pelo revuelto, pero con forma y estilo, un abrigo rojo y mi infaltable morral.
Empecé a subir, sentí asco, creí por un momento haberme equivocado de lugar y hasta sentí ganas de salir corriendo, pero seguí, llegué al final de los escalores, al tercer piso, encontré otra puerta empolvada y mugrienta, al abrirla, un salón de ocho metros de largo por unos cinco de ancho, paredes sucias, piso sin baldosas, un sofá rojo, descolorido, sucio y sin forma a mi derecha, en el medio una mesa de ping pong vieja y retorcida con la que intentaban darle un estilo fresco y creativo al lugar, algo que evidentemente no se lograba al ser contrastada con dos mesas de comedor blancas y viejas, como todo lo de ese lugar, y que hacían las veces de escritorios para ocho personas, regados otros ocho escritorios distintos, solo tenían en común ser de vidrio y polvorientos, también había algunas sillas rotas, otras sin respaldo, chuecas y si hacía falta algo para provocarme el vomito, todo olía peor que la cañada del lado del edificio, eran las nueve de la mañana y en el lugar todas las personas trabajaban en medio de papeles en el piso, polvo, mugre y olores asquerosos, olores que difícilmente podrían describirse en esta historia.
Aterrada, atontada y sin palabras, dejé salir un tímido:
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Buenos días
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Un saludo de cortesía repleto de asco y deseos de devolver el tiempo y salir corriendo, y al que algunos solo levantaron la mirada, pero ninguno respondió.
A mi derecha, a un lado del sofá rojo, se abrió una puerta de madera, un hombre pasado de peso, con cara redonda, ojos achinados, nariz y labios gruesos, pelo peinado hacia un lado, repleto de gel, camisa muy planchada, saco, jean, zapatillas y una amable sonrisa, abrió sus brazos con la intención de abrazarme y darme la bienvenida, mientras me señalaba un letrero negro, pintado a mano, que me ubicó dentro de lo que sería la agencia que lideraría.
Sin más que hacer, lo abracé tímidamente, olvidando mis ascos y tratando de traer mi mente al presente, obligándola a cancelar episodios futuros y pasados, sin embargo la piel de ese hombre tenía una enorme capa de grasa que fue difícil no sentir, porque luego del abrazo llego un beso en la mejilla, y yo sin dudarlo y aunque muy disimulada pasé mi mano por mi mejilla con algo de inocencia y mucho asco, trato de limpiarme, pero tenía claro que no sería la mejilla solamente, sería difícil todo en ese lugar, en ese momento, en esa nueva realidad. Vinieron un par de protocolos, algunas reuniones, formalismos, y luego este hombre me pidió presentarme a la oficina con mi propio computador, algo que me supero y a lo que sin temor alguno respondí enfática e indignada:
-
Pues eso no será posible, mi computador es algo mío y no pienso traerlo y llevarlo, así que tendrás que conseguirme algo, esto es muy extraño para mi, no estoy acostumbrada a este tipo de situaciones, tu sabias que venia y no pensé jamás encontrarme con esto.
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Él me miró con algo de timidez o desfachatez disfrazada me respondió:
-
Es solo mientras nos estabilizamos, ya estás acá y todo será muy fácil ahora, vas a ver que todo va a salir muy bien y tendrémos equipos nuevos muy pronto, por ahora te voy a traer un equipo que tengo en mi casa, es muy bueno, solo que su pantalla está partida, pero si no la mueves no pasa nada, te funcionara perfecto.
Yo no respondí, solo suspiré y de inmediato la ansiedad se disparó, el estrés, la angustia y la rabia… Exitosa, brillante, reconocida y con muchas ideas para sacar adelante una marca, una empresa y muchos sueños… Todo eso se revolvía entre el mugre, el asco y el deseo de creer en mí y en un proyecto al que poco le faltaba para posicionarse.
La fuerza nunca me abandonó, ni siquiera cuando llegó mi primera quincena y noté que de los cuarenta mil pesos mexicanos prometidos, solo llegaron dos mil pesos, seguidos de la anotación donde me hizo claridad en la obligación de pagarle los tiquetes de avión Medellín - Ciudad de México, momento mismo en el que cerré los ojos, apreté los labios y me obligue injustamente a soportar, mientras trabajé, investigué, analizé y consiguí llegar, en tres meses a estructurar un equipo ideal, una gestión de trabajo óptima y resultados transparentes, veraces y certeros ante los clientes y ante mi equipo. Sentí cómo llegó la confianza, el respeto y la credibilidad del equipo, pero con ello no llegaron buenos aromas, limpieza y mucho menos instalaciones decentes, o el sueldo prometido, al contrario, cuando empecé a reclamar garantías prometidas, este hombre me recordaba con un lenguaje violento
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e intimidante, mi condición migratoria sin definir y mi deuda, una deuda que conocí quince días después de empezar a trabajar para él.
Empecé a sentir que ese cuento exigía ya un final, un final que no tuve la oportunidad de escribir o pensar, como en mis cientos de historias.
Una mañana, después de miles de reuniones con abogados a los que yo misma buscaba con la intención de buscar una salida para tratar de regularizar mi situación migratoria en México, pues este hombre ni en eso me había cumplido, y sin pensar jamás en ser víctima de la trata de personas y la esclavitud laboral, escuchó el llamado de él y creía que ya todo se solucionaría para mi, que en la reunión a la que él la estaba llamando esa mañana, le daría una respuesta, una salida y el fin de un calvario.
Y lo escuché, lo miré atenta y respire bajito:
- Pues no, no voy a poder, ya hemos tenido muchas reuniones con los abogados y la verdad conseguirte una visa de trabajo me costaría un chingo de dinero, mucha lana, y pues no, a veces se gana y a veces se pierde, como la ves, ahora te tocó perder a tí, aprovecha que ya estamos con el dinero de los boletos y mira que vas a hacer, o buscate un tipo de la sierra y cásate para que consigas una residencia.
Ella se llenó de rabia y respondió con fuerza:
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-
Esto es ilegal, no me puedes hacer esto, me incumpliste, me engañaste, esto es un delito, no puedes hacerme esto. Esto es trata de personas, me sacaste de mi país y me obligaste a trabajar por una miseria, cuando sabías que en Colombia me ganaba más de cuarenta mil pesos.
Y aquí el peso de mi cruz aumentó, empecé, sin pretender que el camino a la justicia estuviera fácil, un verdadero calvario del que aún soy presa.
Con la lucidez para aceptar que hay que ser muy valiente para ser Colombiano y mucho más valiente, pero muchísimo más, para exigir tus derechos cuando ya no eres ciudadano, cuando te han convertido en un migrante, víctima de un engaño y encima perseguido y revíctimizado por la corrupción, saque fuerzas para gritar, exigir y denunciar, pedí ayuda, mi protección fue un documento entregado por la fiscalía, quien le ordenó a migración México otorgarme una visa por razones humanitarias y me declaró víctima de un delito grave, pero esto no sirve de nada cuando la corrupción, el poder, el dinero y el favorecer a los victimarios está en el primer renglón de cada uno de las entidades a las que acudí, FEVINTRA, PGR, POLICÍA FEDERAL, CEAV, de todos tengo carpetas, a todos acudí, pero a todos ellos les importaba más mi nacionalidad y el tamaño de mis tetas, porque les parecía extraño que no vine de puta, que no vine de mujer de un narco, les parecía extraño mi curriculum tan robusto y mi dolor y mi miedo tan inocente.
El mismo hombre al que denuncie sin temor, se atrevió buscar en migración el olvido y el perdón de sus delitos, buscó a través de su directora promover mi deportación y fue así como mi calvario se agudizaba.
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Al llegar a migración por razones conocidas por todos y también calladas, me obligaron a pasar a la oficina de la directora, la señora GRECIA ROLDAN ARELLANO, ella me intimido, me pidió explicaciones, me preguntó el porqué estaba yo ahí, me pidió entregarle mi pasaporte y mi forma migratoria, aludiendo a que yo era ilegal en su país, sin embargo al constatar la fecha evidenció que estaba vigente y afirmó:
-
Yo no te puedo hacer nada porque está vigente, pero tengo un problema contigo, porque un hombre que dice ser tu amigo te denunció, dijo que eres ilegal acá y que le había hecho destrozos en su oficina.
Algo a lo que de inmediato respondí con argumentos:
Pues ese hombre que dice ser mi amigo, fue quien me trajo con engaños a tu país, ya lo denuncie y si como dice él le hice destrozos entonces que sea la fiscalía quien me investigue, porque este es un ente administrativo y yo vengo a acá a solicitarle, como lo ordena ya la fiscalía en este documento, una visa por razones humanitarias, a ese hombre yo lo denuncié por trata de personas y explotación laboral.
A lo que ella respondió cuestionando y acto seguido afirmando:
-
¿Qué pruebas tienes de eso? Porque si yo qué estado al frente de operativos para rescatar niñas obligadas a la prostitución y no pueden demostrar que han estado obligadas, y son niñas, ahora usted que es una mujer joven y además colombiana, pues le va a quedar muy difícil demostrarlo.
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Yo aun con algo de inocencia y tratando de encontrar una respuesta amable, o algo de solidaridad de género baje un poco mi tono y le respondí:
-
Pruebas las tengo todas, el me obligo a trabajar para él, a pagarle unos tiquetes aéreos y se aprovechó de mi conocimiento y capacidades, además nunca me pagó.
Y bien que ella quiso participar, al hablar de cifras me dejo ver el verdadero sentido y la causa de mi visita obligada a su oficina, pues de inmediato preguntó:
-
¿Cuanto te debe?, dime cuanto te debe y yo misma voy y le cobro.
Y mi malicia sirvió de nada, o de mucho, solo me animó, me exaltaron sus palabras y dejaron salir mi orgullo, dejaron que de nuevo sintiera el peso de mi dignidad para responderle sin miedos:
-
Me debe más de trescientos mil pesos, pero ya lo denuncié y no necesito que le cobres, porque será la fiscalía o un juez quien le ordene pagarme, pero no solo a mi, si no también a la justicia, así que si yo estoy acá no es para que le cobres, es para que me des una visa por razones humanitarias.
Ella, sentada en su trono, inclinó su cuerpo hacia atrás, me miró con asco, siendo muy clara y tratando de enfatizar con el movimiento de sus manos, me respondió:
-
A ver, te aclaro, yo no te puedo dar una visa por razones humanitarias, esto no es un delito, además tu eres colombiana y los colombianos son revoltosos y no los queremos acá.
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Salí de su oficina y ocho días después me detienen, me secuestran, me obligan a subirme a una camioneta de migración México, me llevan en contra de mi voluntad a una estación migratoria, aludiendo a que yo estaba trabajando de manera irregular en territorio mexicano, me tomaron declaraciones sin abogados, me torturaron sometiendome a entrevistas en las que pretendían obligarme a decir que como turista trabajé y recibía dinero, todo el tiempo cité mi denuncia, aludí a mi visita y negación de la directora a entregarme la visa que la fiscalía ya había ordenado, exigia permiso y facilidad para llamar a mi familia, a mi consulado, a un abogado y todo fue negado, me llevaron a una celda fría durante veinte días, me sacaban en la madrugada, me daban comida que había anunciado no podía comer por mi condición celíaca y siempre recalcaban que podía pedir mi deportación de inmediato para parar mi calvario, querían cerrarme las puertas del mundo y favorecer, a toda costa, a mi victimario.
Estando ahí me defendí con lecturas y argumentación de todo lo vivido, desde las evidentes violaciones a todos mis derechos, hasta los pensamientos de venganza que tomaban fuerza y no se desvirtuaron ante el dolor, estuve enferma y no me dieron medicinas aunque los médicos lo autorizaron, el director de la estancia me humillaba en todo momento, impidió que me visitaran, ordenaba descolgar el teléfono para impedir que mi familia se comunicaran conmigo, le negó mi abogado ingresar medicamentos recetados por mi médico y autorizados por los de ellos, esto es solo lo que quiero recordar de los veinte días más largos, oscuros y fríos de mi existencia, pero ellos mismo conservan y están obligados a hacerlo, un largo listado
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de violaciones descritas dentro de un documento que estando ahí, redacte y presente cómo ALEGATO o defensa (Un documento que se presenta en defensa de un acusado y en busca de la libertad) y por el cual obtuve la libertad, pero el mismo que quisiera tener y me fue negado, como una clara violación más a mis derechos, pues se negaron a darme copia, se negaron porque es claro que con el puedo visibilizar el dolor y la lucha como mujer migrante, con ese documento evite ser deportada a mi país, porque siempre fueron insistentes en que regresara Colombia, pero estuve y estoy clara en que soy víctima, y como víctima merezco y tengo derecho a una investigación, a la reparación y a que quien me hizo todo esto rinda cuentas ante la justicia, es evidente que los hechos desencadenados en el INM son una reacción ante mi denuncia con la que pretendieron callarme, intimidarme y favorecer a quien violento mis derechos.
Al salir no dude un minuto en escribir, no dude en pensar en tener frente a mí a la Sra. ARELLANO, todo lo que viví merecía mis letras, la exposición y recordarme con valentía de donde es que yo vengo.
Era claro que la respuesta de esta señora hablaba de su profesionalismo, más bien poco y de su falta de ética, de su nivel de afinidad con la corrupción y la desfachatez, de la permisión de un sistema que me secuestro bajo su mando, que violentó mis derechos, aniquiló mis ilusiones, me condenó a la tristeza, agudizó mis enfermedades y a la vez me obligó a luchar y a reencontrarme con las letras y los lenguajes que me permitieran dejar salir mi rabia, porque sentí y siento que puedo
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permitirme ser audaz para ser ofensiva con el lenguaje y que es solo una reacción ante quienes me violentaron, pero será la justicia, la vida o mis letras quienes se encarguen de aniquilar la miseria de su esencia y evidenciar lo hijueputa que se tiene ser, pero también lo valiente para seguir aquí y contar la historia.
Pasé por todos los estados de ánimo, mis noches no son iguales, no me siento de aquí, pero tampoco de allá y siempre me despierto pensando que sigo presa y en una de esas madrugadas, enfrente a una hoja en blanco, para dejarle un mensaje claro a otra mujer que no merece lugar, ni primero, ni segundo, ni ser un pedacito de alguien, ni ser hombre, una mujer que aceptando órdenes y dinero de un hombre me hizo cambiar de historia, pero contrario a lo que pensé, al leer lo que escribí, sentí tanto amor como lastima.
Lastima por usted Señora Arellano, lastima porque usted fue quien recibió en su oficina a quien me engaño, usted fue quien pretendió deportarme para favorecer a un hijo de puta, usted me convirtió en Jesucrista, usted, usted que pertenece a mi mismo genero, pero en esencia su energía es masculina y necesitada de poder, usted no merece mucho, es más no creo que pida o exija mucho, pero como me hubiera encantado que a usted la vida le hubiera regalado una abuela con un armario lleno de historias, una abuela como la mía, un abuelo burlón, fuerte y que le enseñara sobre dignidad, sobre derechos humanos, un abuelo que le hubiera enseñado a leer con la constitución y no con cartillas para niños, un abuelo como el mío, señora Grecia a usted le hizo falta una abuela que le hiciera chocolate y le
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llevará buñuelos calientes, a usted le hizo falta ese espíritu revoltoso de los colombianos, de ese del que habló y al que seguramente le teme, porque querer deportame habla más de usted que de mi, de mi habla el amor por mi país, por mis abuelos, por mi hermana, por mi ciudad, por los aromas que recuerdo, por el café y las arepas de mi abuela, de usted habla la necesidad de favorecer el delito, de mí hablan las historias, el trabajo y el amor por mis raíces, de usted habla esa mirada perdida, ese afán de silenciarme, ese deseo de reconciliar a través de otros después de haberme secuestrado, torturado y llevado a una cárcel durante veinte días.
De usted habla y hablará la vida que lleva, como de mí habla la capacidad para hilar esta historia y quererla contar, de mi dice mucho que con humildad trate de buscar las mejores palabras para ver con amor todo esto, esa humildad que justamente me llevó a recuperar la fuerza para abrir una cartera de terciopelo que me dejó mi abuela cuando recuperé mi libertad, la misma que usted me robó durante veinte días, de usted dice mucho que hasta mis escritos dentro de su presión se negó entregarme, de mi dice mucho que conservo la fuerza y estoy clara en lo que sé, lo que soy, lo que quiero y lo que amo.
Esto no es una competencia, pero si antes sentí odio, debo dejarle claro que solo se odia lo querido, y yo a usted nunca la he querido, algo que dice más de usted que de mi, si revisamos su cargo y la filosofía de la entidad a la cual usted representa, por lo tanto, no hay odio, solo lastima porque usted es una simple funcionaria con “suerte” o condenada, pero corrupta y con ansias de dinero, pero repito, no es una
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competencia, porque si lo fuera, yo sería una colombiana revoltosa y una usted una corrupta con “suerte” o condenada, como ya lo dije.
Pero como decimos nosotros, venga más bien le cuento quien soy yo, porque claramente además de revoltosa, debe usted saber que soy una colombiana, comunicadora audiovisual, realizadora, guionista, publicista, magister en estrategia digital, especialista en marketing, buena directora, buena nieta, buena amiga, buena en esencia, noble, humilde, muy creativa y querida en todos los lugares y proyectos en lo que he entregado algo de lo que soy, pero esto es solo parte de mi perfil, porque sí, también soy revoltosa, muy revoltosa y capaz de pelear a capa y espada con personas como usted que abusan de su poder, se esconden detrás de su cargo y favorecen, por dinero, a verdaderos delincuentes, personas que acá o en cualquier lugar del mundo son una vergüenza para su país y la gente buena, entonces le repito, si fuera una competencia usted no tendría como igualarme, aunque para mí sería una vergüenza igualarme con usted, pero no se trata de mí, esto va más allá de mi historia, la misma que usted trató de ocultar, pero no contó con la fuerza heredada de mis grandes abuelos, no contó con mi esencia revoltosa, capaz, luchona, rebelde, no contó con mis muertos, los mismos que aprendí a festejar en este su país, el mismo que seguramente la ve a usted como una vergüenza, no contó con lo que soy, porque jamás sabrá la historia que cargo, y le aclaro, esto no es nada, no ha sido nada comparado con lo que es de verdad ser revoltoso, algo que le contaré en otro capítulo, porque al menos se merece entender que era más fácil ofenderme diciendome puta o narcotraficante, que revoltosa, pero como no
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tengo la certeza de que me lea, me encantaría que alguien, aunque no le lean mi texto, le lean el significado de la palabra revoltoso, que acá también se lo comparto, un revoltoso es quien no se está quieto, revuelve o enreda y se lo comparto para que pueda entender que no es un calificativo que se pueda permitir usar para ofender, cuando lo que buscaba era, claramente ,denigrar mi origen.
Pero bueno, para hablar de revoltosos y de mi origen, puedo hablarle de colombianos revoltosos y de sus historias, podría hablar de J Balvin llenando estadios, Maluma saliendo con Ricky y enviado por todas las mujeres del planeta que sin importar la inclinación sexual de Ricky queremos una noche con él, pero retomo, el tema somos nosotros, los colombianos, los revoltosos, entonces puedo hablar de la revuelta literaria de García Márquez, el más de los más, peleonero peor que yo, ese si no se quedaba quieto, enamorado y revoltoso, también podría mencionarle lo revoltoso y rebelde de Fernando Vallejo, Álvaro Mutis, Rafael Pombo, Jorge Isaac, León de Greiff, Álvaro Cepeda Samudio, Héctor Abad Faciolince, Andrés Caicedo, William Ospina, Laura Restrepo las revoltosas Manuela Beltrán y María Cano, la revoltosa y crítica mirada de Débora Arango, la desproporción de Fernando Botero, pero venga le hablo de los que usted si conoce, como los del principio, revoltosa la Toti Vergara, abrirse camino ella sola a punta de risas y luchas en hollywood, revoltoso James Rodriguez, Shakira, Reycon, Juanes, Carlos Vives y otros cuantos que seguro son conocidos por usted, y lo más importante, se les conoce por su esencia revoltosa colombiana.
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Y quiero seguir, porque soy víctima, soy una Jesucrista que usted condeno, pero no podrá entender que con su condena me obligó a cargar una cruz con la que me marcó, me hizo entender que revoltosos fueron mis abuelos. Fabi, mi abuela, con su mejor refrán, “A mi me corre sangre no aguamasa”, para dejarnos saber que primero la dignidad, que se podía perder todo, menos la sangre, el origen y de nuevo, lo revoltosos. Revoltoso mi Ross, mi bisabuelo, peleando contra el tiempo, viudo y solo, se demostró que podía sacar adelante siete hijos, una casa, quince nietos, tres bisnietos, hay que ser muy revoltoso para lograrlo, entonces si hay que hablar de revoltosos, por favor, permítanme poner en el mismo renglón, esa fuerza de un par de abuelos, ella hija de él, abuela mía, mamá de mi mamá, él, papá de ella, abuelo de mi mamá y bisabuelo mío, pero papá, abuelo y el mejor hombre que haya podido tener en mi vida, mi Ross.
Valiente y violenta, es el resumen de mi tragedia de mi cruz, y seguramente la de muchas otras mujeres, valiente y violenta tienen las mismas letras, suenan muy similar, las dos duelen y cargan historias profundas y simples, y tan fuertes como el corazón y el alma lo resistan, del otro no conocemos más que la miseria que vemos o la grandeza que nos comparten, entonces la vida tiene el sabor que nos permitimos ponerle. Aun cuando esas letras suenan tan parecido, su significado marca el destino y lo que se debe vivir, pero sin duda son palabras que pesan y marcar en mayor número a un género, al más débil, al más frágil, a nosotras, las mujeres, algo que a las mujeres.
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Es evidente que ser mujer es de entrada tener que ser valiente, desde que nacemos somos agredidas, obligadas a cargar la cruz del supuesto pecado, obligadas a vivir en silencio y soportar calvarios. Jesús se llaman muchos, a Jesús lo recordamos todos, de las Jesucristas se habla poco, no se conocen muchas y millones son obligadas a callar, pero la puerta estará abierta, así como yo abracé mis recuerdos y me reconocí como víctima, espero que las Jesucristas renuncien a la cruz y podamos, entre todas hacer visible el dolor y la miseria a la que hemos sido sometidas, hemos visto que someten y en la que sabemos viven muchas.
Perdóname Jesús, no es tu culpa, cargamos la misma cruz que te llevó a resucitar, pero … ¿y a nosotras pa` cuando?, Se que yo misma me expongo y para no ser perseguida (Juaaaaaa), debo aclarar que soy católica, voy a misa cuando quiero, le pido a Dios y a la virgen, les doy gracias por todo, siempre les pido mismo, les fuerza, pero también les pido que todo este calvario sece, que el sueño de una iglesia capaz de entender y aceptar el mundo tal y como es, cambiante, diferente y muy distinto y que dentro de sus estadísticas, además de hablar de cristianos perseguidos, hable de las Jesucristas que se empeñen en ocultar, sea una realidad, una realidad pronta, no distante y en la que quepamos todo, en mismo renglón, un renglón capaz de aceptarnos como humanidad y lejos de clasificarse en géneros.
Mi historia, mis historias y las historias de miles de crucificadas merecen la fuerza, la luz, la claridad, el respaldo y la solidaridad del mundo, porque la indiferencia es otra cruz que cargamos hasta que nos toca y el calvario se hace propio.
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