Compromiso y mision5

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Nota a la edición cyber facsímil: El capítulo 5 es fruto de una serie de sermones presentados a pastores vietnameses en Dalat, Vietnam, en enero de 1974. Volvieron a ser presentados en el Congreso Mexicano de Misionología en 1978. Sin embargo, fueron totalmente redactados y editados para la presente publicación. El presente cyber facsímil, no es con fines de lucro, ni será vendida ni comercializad de ninguna manera.


Capítulo 5

La misión como crecimiento integral “LA IGLESIA existe por la misión como el fuego por la com­ bustión”, dijo el finado Emil Brunner. Es interesante saber que en la Biblia la imagen del fuego se asocia con la acción dinámica del Espíritu Santo. Es así como Juan el Bautista les dice a los discípulos, “Yo los bautizo con agua. . . pero el que viene detrás de mí. . . los va a bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11). Y el día de Pentecostés, según se nos dice, aparecieron sobre los discípulos lenguas como de fuego (Hechos 2:3). En el Nuevo Testamento, la acción del Espíritu Santo se orienta siempre hacia el crecimiento. Esto queda clara­mente demostrado en el libro de los Hechos, donde él se presenta en una actividad expansiva, desde el aposento alto, a Samaría, a Jafa, a Antioquía, a Macedonia y a Roma. La iglesia, que bajo la acción del Espíritu Santo nace y se mantiene viva, queda atrapada en la continua actividad del Espíritu. Por lo tanto, un signo fundamental de la iglesia es su participación en la acción expansiva del Espíritu Santo. Dios quiere y espera que su iglesia crezca, pero no cojeando,


78 / Compromiso y misión ni anímicamente, ni anormalmente. Quiere que su iglesia crezca en anchura, numéricamente, como comuni­dad apostólica. Quiere que su iglesia crezca en profundi­dad, vivencialmente, orgánica y conceptualmente, como comunidad de adoración y de nutrición. Quiere que su iglesia crezca en altura, como modelo viviente y visible, como signo del nuevo orden de vida introducido por Jesu­cristo que está desafiando a las potestades y principados de este mundo. En el curso del presente capítulo quiero con­centrar la mira en esos tres aspectos del crecimiento eclesial.

Crecimiento en anchura Fijémonos primero en la cuestión del crecimiento num­érico. Esto está particularmente relacionado con el carácter apostólico de la iglesia. La palabra “apóstol” está vinculada a la idea de misión, movilidad y extensión. En el Nuevo Testamento un apóstol era uno enviado para hacer discípu­los. La iglesia es una comunidad apostólica porque es la heredera del mensaje y encargo de los Apóstoles. Durante mucho tiempo, la cristiandad occidental olvidó ese rasgo de la iglesia, enfatizando sólo su unidad, santi­dad y catolicidad: una sancta catholica ecclesia. No fue sino hasta hace poco que comenzó a replantearse la apostolicidad de la iglesia, es decir, su carácter de enviada, de mi­sionera, como dimensión fundamental de su naturaleza. Como comunidad apostólica, la iglesia ha de participar en un proceso continuo de expansión para poder difundir el evangelio y hacer presente su poder en el mundo. La iglesia no es simplemente enviada al mundo, sino hacia dentro del mundo. Vemos esto claramente ilustrado en dos breves parábolas del Señor. ‘¿A qué se parece el reinado de Dios? ¿Con qué lo com­ pararé? Se parece al grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta: creció, se hizo un árbol y los pájaros hicieron


La misión como crecimiento integral / 79 nidos en sus ramas’. Y repitió: ‘¿Con qué compararé el reinado de Dios? Se parece a la levadura que metió una mujer en veinticinco libras de harina y todo acabó por fermentar’ (Lucas 13:18-21). La iglesia es signo del reino de Dios. De hecho es la ma­ nifestación más concreta e histórica del reino. Por eso, puede llamarse la comunidad que encarna la vida y propó­sito del reino. Como tal, la iglesia debe estar en marcha, difundiendo la semilla del evangelio en la huerta de Dios (el mundo) para que pueda convertirse en un árbol con ramas siempre en crecimiento. En este proceso, debe tam­bién fermentar todos los sectores de la humanidad con el poder del evangelio. La iglesia debe crecer para poder co­municar la buena noticia y producir, con el poder del Espíritu Santo, nuevas comunidades que fermenten el mundo y participen así en su transformación. Hay quie­nes quieren ver a la iglesia participar en la transformación del mundo sin reproducirse en comunidades vivientes y comprometidas. Otros quieren verla reproducirse sin fer­mentar su ambiente con el poder transformador del reino. Jesús y la iglesia cristiana primitiva rehusaron aceptar esa dicotomía. Para ellos la garantía de la acción fermentadora del evangelio eran las comunidades vivas y com­prometidas de creyentes, que se expandían en ramas siem­pre crecientes. Y asimismo, la prueba y verificación de la autenticidad de esas comunidades crecientes era su acción fermentadora en el mundo. El crecimiento en anchura es, por lo tanto, un imperativo si se quiere que la iglesia sea una comunidad profética eficaz. El problema crucial para la mayoría de los cristianos no es si el crecimiento numérico es importante o no. Por lo menos la mayoría de los cristianos aceptan de palabra, en una forma o en otra, la necesidad de expanderse numé­ricamente. La pregunta clave para la mayoría de ellos es más bien: ¿Cómo puede crecer la iglesia? ¿Cómo puede reproducirse en comunidades vivientes que vayan a estar activas en el mundo? O dicho de otro modo:


80 / Compromiso y misión ¿Cómo puede la iglesia trasladarse del debe ser al es, de la acepta­ción de la necesidad de expanderse numéricamente a una verdadera experiencia de crecimiento? Yo vivo en un país pequeño y agrícola. Costa Rica vive del fruto de la tierra. Algunos han dicho que es un país productor de postres porque sus principales productos han sido hasta ahora los bananos y el café. Sea como sea, el hecho es que los costarricenses viven de la agricultura. Por eso he tenido que aprender a mirar la Biblia con ojos agrí­colas. En esto he recibido la ayuda de personas como C. Pedro Wagner, que en su libro, Frontiers in Mission Strategy (Fronteras en la estrategia misionera), ha señalado varios principios agrícolas relacionados con el crecimiento de la iglesia. Siguiendo las sugerencias de Wagner y las intuicio­ nes recogidas de mi propio contexto, permítaseme subra­yar varios de esos principios que nos ayudan a tratar la pregunta planteada.

Siembra Está primero el principio de la siembra. Según dice el relato evangélico, salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, unos granos cayeron en el camino; vinieron los pájaros y se los co­mieron. Otros cayeron en terreno rocoso, donde apenas tenían tierra; como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; pero en cuanto salió el sol se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otros cayeron entre espi­nos; los espinos crecieron y los ahogaron. Otros cayeron en tierra buena y fueron dando grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. ¡Quien tenga oídos, que escuche! (Mateo 13:4-9). Esta parábola nos pone frente a los distintos tipos de


La misión como crecimiento integral / 81 terreno en que puede caer la semilla del evangelio. Enten­ dida en este contexto, también nos enfrenta con los diver­sos tipos de reacciones que hay frente al evangelio. Sin embargo, implícitamente, no sólo nos recuerda el hecho de que no todos los que son evangelizados reaccionan igual, y que de los que oyen sólo unos pocos dan una res­puesta duradera. También nos recuerda la responsabilidad del sembrador, que en este caso sería el cristiano o la igle­sia. La iglesia responsable sembrará con inteligencia, no al azar. La tarea de la iglesia no es simplemente difundir la Palabra, sino hacerlo con inteligencia. Esto quiere decir que tiene que poner a prueba el terreno. El problema con muchos cristianos y con muchas iglesias es que tienden a ser como el sembrador que tiene tapaojos y deja caer las semillas donde sea, sin preocuparse de si cae en terreno pe­dregoso, junto al sendero, o entre las espinas. La iglesia y sus miembros necesitan pensar con inteligencia, por lo menos porque Dios les ha dado múltiples dones para capa­citarlos para identificar los distintos tipos de suelo que hay en el mundo. Sembrar inteligentemente quiere decir también que necesitamos discernir dónde está actuando Dios y sembrar allí la semilla. En la agricultura hay algo que uno hace, pero también hay algo que hace la naturaleza. Debido a mi trabajo viajo por toda la América Latina. Donde quiera que he ido, he podido darme cuenta de lo que las catástrofes naturales le hacen a la agricultura; pueden destruir todo el producto principal de una nación o región. Gran parte del éxito de la cosecha depende no simplemente de la fidelidad del labrador, sino de ese factor extra que da la naturaleza. En la evangelización del mundo, ese factor extra es Dios. No sólo debemos poner a prueba el suelo para ver si de hecho el terreno ofrece buenas posibilidades agrícolas, sino que también debemos discernir dónde está actuando Dios. Debemos hacerlo siendo sensibles al Espíritu y a la Palabra, que nos conducen y nos guían a lugares que tienen las mejores posibilidades de cosecha. Debemos hacer esto inteli­gentemente, por medio de la observación informada de los


82 / Compromiso y misión tipos de respuestas que se están dando a la Palabra en situa­ciones concretas. Es por esto que creo en el valor de las ciencias sociales para la evangelización, porque nos ayudan a emprender el tipo de estudios que nos darían la informa­ción que necesitamos. En el ministerio evangelístico de la iglesia a menudo cometemos errores porque no aprovechamos los recursos que tenemos. Detrás de esa actitud, por supuesto, se halla una teología muy pobre. Tendemos a ser muy estrictos con la integridad del mensaje, pero con frecuencia olvida­mos los recursos científicos que Dios nos ha dado para hacer el mensaje al mundo más eficaz.

Cultivo El segundo principio es el del cultivo. El suelo no sólo debe ser puesto a prueba; debe ser bien cuidado. Recorda­mos las palabras de Pablo: “Yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer” (1Corintios 3:6). En el con­texto de Corintios este principio se aplicaba a la vida inte­rior de la iglesia. Sembrar y regar al pueblo de Dios era y es necesario para que Dios dé el crecimiento. Tenemos que motivar al pueblo de Dios. Tenemos que crear una atmósfera apropiada en la iglesia. Tenemos que preparar al pueblo de Dios para la evangelización. Los pastores y dirigentes de iglesias suelen esperar que los laicos vayan a compartir su fe con los demás. Pero cuando llegan a la iglesia, no encuentran una atmósfera vibrante y evangelística. Si no hay oración por la salvación de la gente; si no hay cantos sobre el reto y las oportunidades de la evangeli­zación; si los pastores no comunican la buena noticia a sus feligreses; si en sus visitas a las casas y sus sesiones de con­sejo pastoral no animan a los creyentes a pensar en aque­llos que están fuera de las fronteras de la fe, entonces, ¿cómo pueden esperar que los laicos se sientan motivados para evangelizar a sus amigos y vecinos? El cultivo evangelístico de la iglesia es necesario para que el crecimiento


La misión como crecimiento integral / 83 ocurra. El crecimiento podrá ser de Dios, pero tenemos que poner nuestra parte. Dios nunca hará por nosotros lo que se supone que nosotros mismos hagamos. Lo mismo puede decirse del ministerio de extensión de la iglesia. Podemos andar tan ocupados sembrando que fa­llamos en el adecuado cultivo de la tierra. Entonces satura­mos el terreno, lo bombardeamos con Juan 3:16 y otros textos semejantes, con el único resultado de que la tierra se pone tan dura que no hay manera de que dé fruto. En Cuenca, Ecuador, hubo en 1970 una campaña evangelística exteriormente exitosa, parte del movimiento de Evangelismo a Fondo (EVAF) en ese país. Algo muy inusi­ tado y extraño ocurrió en esa ciudad. Cuenca es la tercera ciudad de Ecuador, con una población de 125.000 en la época de la campaña. Con frecuencia se le ha llamado “la Atenas de Ecuador” a causa de su universidad y sus an­tiguas tradiciones. Cultural y religiosamente es una ciudad muy conservadora. En la época de EVAF no había más que tres pequeñas congregaciones protestantes, cuyos miembros en total no pasaban de 75. Una de estas iglesias era luterana. Pocos años después de haber comenzado a trabajar en Cuenca, la misión luterana decidió abrir una escuela que atrajo a muchos niños pero que no logró convencerlos ni a ellos ni a sus padres de asistir a la iglesia. Luego llegó el evangelista Pablo Finkenbinder para cele­brar una campaña del 23 al 28 de junio de 1970. Se alquiló un teatro en el centro de la ciudad, se preparó un coro, se entrenaron ujieres y consejeros. Finkenbinder era conocido en Cuenca por su programa radial “Mensaje a la concien­cia”, y popularmente se le llamaba “Hermano Pablo”. Según Pablo Pretiz, la influencia de los medios de comunicación colectiva (HCJB) [fuerte radioemisora protestante que transmite desde Quito y tiene programas evangelísticos en emiso­ras comerciales]


84 / Compromiso y misión por medio de su centro en Guayaquil [y] el programa radial del “Hermano Pablo”, la Escuela Luterana, y la influencia liberalizante de la universidad y de los acontecimientos mundiales (el Concilio Vati­cano, etc.) prepararon el camino para una respuesta positiva al evangelio (1 973:23 ). El nombre de “Hermano Pablo” parecía haber creado una inmensa curiosidad entre los habitantes de Cuenca porque las reuniones vespertinas contaban un promedio de 1.300 asistentes. Esa era una verdadera respuesta si tenemos en cuenta que no había sino 74 miembros adultos en plena comunión entre las iglesias que auspiciaban la campaña. A esto se sumaba el hecho de que “por cuatro noches el Hermano Pablo tuvo un programa televisado de conversación con el público. Los cultos también se trans­mitían” (Ibid.:26). Nadie tiene certeza acerca del número de personas que respondieron a la invitación de recibir a Jesucristo como Señor y Salvador. Esto se debe al hecho de que las respuestas fueron en masa. “Era imposible acon­sejar a cada consultante”, dice Pretiz. Una fuente, añade, “afirma que el número fue de cerca de 1.224; otra fuente dice que 1.130; el informe oficial [de la asamblea de Evangelismo a Fondol menciona 669 decisiones apuntadas en tarjetas” (Ibid..26). Sea como fuere, un hecho es cierto: fue un resultado muy impresionante tanto en la asistencia como en la respuesta formal a la invitación evangélica, si se considera la pequeñísima comunidad protestante que auspiciaba la campaña. Dos años después Pretiz fue a Cuenca con el propósito de ver qué quedaba de los “frutos” de la campaña. Su in­forme no es muy halagador que digamos. Dice así: Considerando las personas que atribuyen su conversión a Evangelismo a Fondo y que están ahora en iglesias evangélicas, podemos calcular que 30 de los actuales miembros pueden remontarse a ese movimiento. No hay duda


La misión como crecimiento integral / 85 de que otros recibieron su influencia, como fue el caso de algunos que afirmaron haber asistido a la cam­paña antes de aceptar a Cristo. En el siguiente resumen podemos comparar la membresía de las iglesias antes y después de la campaña: Iglesias

Antes de EVAF 1969

Después de EVAF 1972

Luteranas 44 (una iglesia) Independientes 15 Asambleas de Dios 15 (aprox.) Bautistas — Interamericanas — _____ Totales 74

80 (dos iglesias) 18 20 (aprox.) 11 13 _______ 142

(Ibid.:2S) Estos resultados no son muy impresionantes si consideramos el formidable resultado inicial de la campaña y el número de decisiones registradas durante las reuniones. Es lógico, por ende, que nos preguntemos qué cosa ocurrió. Pretiz ha dado varias sugerencias, dos de las cuales me pare­cen las más significativas. Primero, hace notar que la gente que respondió al evangelio en la reunión de Cuenca parece representar un tipo particular de persona, a saber, aquella “que tal vez está un poco decepcionada con el catolicismo, que puede manifestar su acuerdo con las afirmaciones del evangelio tal y como se hicieron en la campaña, pero que halla sus marcos sociales de referencia tan fuertes que le resulta inconcebible abandonar la Iglesia Católica”. En otras palabras, el medio sociocultural de las personas no les permitió seguir adelante con su decisión y adherirse a una iglesia protestante. En segundo lugar, anota que “hubo una pérdida en la transferencia de la aceptación por parte


86 / Compromiso y misión del público con respecto al ‘Hermano Pablo1 a la aceptación de la iglesia [protestante]. . .,’’ Agrega que muchos pastores laicos locales parecían poco preparados y poco inspiradores en comparación con el carisma que rodeaba al evangelista. Lo que implica que cual­quier esfuerzo a largo plazo puede exigir un mejoramien­to en el estilo y contenido del ministerio del pastor local, tanto en su dimensión espiritual como en la intelectual, como parte de un movimiento evangelístico (Ibid.:29, 30). El resultado del estudio de Pretiz nos dejó un poco confundidos. Pero cuatro años y medio más tarde visité al obispo de la Iglesia Episcopal de Ecuador, quien es mi amigo personal. Me mostró un documento que describía el fantástico crecimiento numérico que su iglesia había experimentado desde 1971 cuando tenía sólo 161 miem­bros en todo el país. En 1976, la iglesia contaba con 2.015 miembros con 21 misiones organizadas, 37 puestos misio­neros y 2 capellanías de habla inglesa. Al hojear el informe descubrí que una región donde la iglesia había experimen­tado crecimiento, surgiendo aparentemente de la nada en los dos últimos años, era precisamente la ciudad de Cuenca. En 1976 tenía allí dos misiones y dos puestos misioneros, con un número total de 100 miembros en plena comunión. Le pregunté sobre esto y comentó, para gran ilustración mía, que habían entrado a Cuenca por la invitación de algunos católicos que no estaban satisfechos con la nutri­ción espiritual que estaban recibiendo en su propia iglesia. El obispo decidió enviar a Cuenca pastores bien equipados. El resultado fue una respuesta positiva permanente en una ciudad que ha representado terreno árido para las iglesias protestantes, y en una iglesia como la Anglicana, ¡que se supone que no ha de crecer numéricamente en tierras latinas!


La misión como crecimiento integral / 87 El meollo de mi ejemplo es que en tanto en un caso el terreno había sido cultivado, pero la vida interior de la iglesia no, en el otro hubo mucho cuidado de acompañar el terreno fértil con una dirigencia pastoral especial que llevara adelante el interés mostrado por el evangelio. Tengo la corazonada, aunque no puedo comprobarla, de que no fue sino hasta que apareció un cuidado adecuado por la vida interior de la iglesia mediante un liderazgo de alta calidad, que de veras empezó a dar frutos permanentes la apertura hacia el evangelio mostrada en 1970.

Poda No sólo debemos sembrar y cultivar la tierra. También tenemos que podar las ramas secas. Tenemos que tener cuidado de no caer en el síndrome de cultivo sin fin. La parábola de la higuera es un buen ejemplo. Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar higos y no encontró. Entonces dijo al viñador: ‘Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué, además, va a esquilmar el terreno?’ Pero el viñado le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; entretanto yo cavaré y le echaré abono; si en adelante diera fruto. . . si no, la cortas’ (Lucas 13:6-9). Tenemos que aplicar el principio del tanteo si queremos crecer en anchura. En un primer nivel, esto quiere decir que debemos estar preparados para seguir adelante hacia una nueva sección de la ciudad, una nueva población, o un nuevo grupo de la sociedad donde quiera que nuestra siembra y nuestro cultivo no produzcan resultados adecua­dos. No estoy abogando, desde luego, por el abandono de un campo sólo porque no produce frutos. Debemos apren­der a esperar en el Señor.


88 / Compromiso y misión Nunca olvidaré el día en que, hace dos años, en una consulta sobre crecimiento eclesial, una misionera del Oriente Medio salió con lágrimas en los ojos y me dijo: “Figúrese que he estado en el Medio Oriente durante treinta años y jamás he tenido el privilegio de poder conducir a un solo musulmán hacia Jesucristo”. ¿Qué le dice uno a una per­sona así? ¡Treinta años! Le dije: “Hermana, compare esos treinta años con los más de mil años en que los cristianos han actuado con tan poca caridad y tan poca conciencia misionera respecto al mundo musulmán. Nuestro fracaso del pasado nos fuerza ahora a tener paciencia, a volver a preparar el terreno, a ser perseverantes en el trabajo y a esperar en el Señor. ¡Lo que usted tiene que hacer es persistir allí!” El finado Max Warren, en su libro, Creo en la Gran Comisión, cuenta acerca de uno de los pioneros en Irán del siglo XIX que al escribir a su hogar dijo sobre su obra misionera: Yo no estoy recogiendo la cosecha; apenas puedo decir que siembro la semilla o trabajo la tierra; pero estoy sacando las piedras. Eso también es trabajo misionero, y pido el apoyo de benevolente simpatía y ferviente oración (1978:199). Pero una cosa es ser fiel, recordando que no somos las estrellas en la evangelización del mundo. Otras cosa es ser malos administradores. Acerca de lo que hablo no es el abandono del campo entero, sino de la inversión de nues­tros recursos en aquellas áreas donde el Señor está actuan­do, mientras convertimos el trabajo improductivo en un testimonio mínimo pero sólido. Porque algún día el mun­do musulmán podría llegar al tiempo de la cosecha. En un segundo nivel, el principio del tanteo quiere decir que no debemos enamorarnos mucho de un método espe­cífico como para que no podamos cambiarlo si ya no resulta adecuado para el fin deseado. Provengo de un grupo de iglesias que hace


La misión como crecimiento integral / 89 muchos años descubrieron un método evangelístico y parecen haberse olvidado de que hay otros métodos disponibles. Casi parece que, si no pueden hacer una cruzada evangelística, entonces no pueden evangelizar. Porque el método de campañas los ha colocado en una situación de inflexibilidad evangelística. Debido a esto, me parece que esas iglesias a menudo no crecen como debie­ran. Creo que las campañas evangelísticas pueden causar un impacto positivo en ciertas ocasiones, pero el princi­ pio del tanteo me lleva a tomar una posición crítica ante cualquier situación que pudiera depender sólo de ese mé­todo. Ningún método es una vaca sagrada. Por lo tanto, si queremos ser fieles, vamos a tener que aprender por el principio del tanteo y seguir adelante cuando un método dado no nos lleva hacia las metas que creemos que debe­ríamos lograr. En un tercer nivel, este principio significa que debemos estar alertas para buscar métodos extraeclesiales de difun­ dir el evangelio. Hay muchos pastores y dirigentes ecle­ siásticos que dan la impresión de depender única y exclu­ sivamente del trabajo de la iglesia institucional para el cre­ cimiento del cuerpo de Cristo, como si el Espíritu Santo estuviera sociológicamente atado a la iglesia y a lo que ella pudiera lograr. Sabemos, sin embargo, que el Espíritu Santo no sólo usa movimientos políticos, sociales, econó­ micos, religiosos, culturales e intelectuales para preparar el terreno para la propagación del evangelio, sino que con frecuencia actúa (y por cierto en los dos últimos siglos lo ha hecho intensamente) por medio de organizaciones y movimientos paraeclesiásticos. Movimientos y organizacio­nes como la Asociación Cristiana de Jóvenes, las escuelas dominicales, los Gedeones, los movimientos estudiantiles y las sociedades misioneras independientes han sido y siguen siendo canales extraordinarios para la comunicación del evangelio en todo el mundo. Necesitamos, por lo tanto, ser sensibles y agradecidos por esos instrumentos misioneros que están fuera de nuestro


90 / Compromiso y misión control institucional pero que contribuyen a la difusión del evangelio. Porque con frecuencia podan la obra de los cuerpos eclesiásticos esta­blecidos, sembrando y arando en regiones que no han sido tocadas por la extensión evangelística de aquéllos.

Cosecha Por último tenemos el principio de la cosecha. El Movi­ miento de Evangelismo a Fondo acuñó un lema: “Cosecha abundante exige siembra abundante”. En Cuenca, Ecuador, se descubrió que la cosecha abundante no sólo requería siembra abundante, sino que también exigía cultivo abun­dante. Los protagonistas de este movimiento también han llegado a darse cuenta de que la siembra abundante requie­re cultivo abundante, y asimismo, el cultivo abundante exige cosecha abundante. El tiempo de la cosecha es un período muy crítico. En temporada de cosecha se corre el riesgo de perder preciosos frutos. De ahí que se exija completa dedicación, un esfuer­zo total para recoger el fruto de la tierra. En las comunidades rurales de Costa Rica, cuando llega la temporada del café, se cierran las escuelas. Los niños salen al campo a recoger la cosecha. Todo el mundo se ve envuelto en este proceso, ¡porque si el fruto no se recoge no habrá nada que comer! En Juan 4:35, Jesús subraya la importancia de buscar la cosecha madura y de recogerla rápidamente. “Dicen uste­des que faltan cuatro meses para la siega, ¿verdad? Pues yo les digo esto: Levanten la vista y contemplen los campos; ya están dorados para la siega”. Muchos dirigentes eclesiás­ticos son como los discípulos, insensibles a la temporada de la siega. Ruegan: “Señor, mándanos un avivamiento”; y cuando el avivamiento llega, ni siquiera lo ven. El hecho es que no están verdaderamente preparados para pagar el precio de recoger la cosecha.


La misión como crecimiento integral / 91 Las iglesias pueden crecer numéricamente. Pueden experimentar una expansión en anchura. El problema es que no siempre están listas para hacer lo que se necesita. ¿Y qué es lo que se necesita? Primero, una inteligente inversión de tiempo y energía para difundir el evangelio. Luego, un paciente cultivo de aquellos que pueden ser movilizados para la evangelización y aquellos que han de ser evangeliza­dos. En tercer lugar, flexibilidad de espacio y métodos. En cuarto lugar, se necesita sensibilidad y dedicación sacrificial al movimiento del Espíritu en la vida de la gente. “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares; al ir iba llorando llevando la semilla, al volver vuelve cantando tra­yendo sus gavillas” (Salmo 126:5-6).

Crecimiento en profundidad Pasando de la iglesia como comunidad apostólica que necesita “ensanchar sus cabanas” y multiplicarse por toda la tierra, consideremos su función como organismo que necesita crecer internamente. En Efesios 4:11-16, Pablo coloca el desarrollo interno de la iglesia en el centro mismo del ministerio. Podemos leer en esos versículos: Fue él quien dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pasto­res y maestros, con el fin de equipar a los consagrados para la tarea del servicio, para construir el cuerpo del Mesías, hasta que todos sin excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento del Mesías. Así ya no seremos niños, sacu­didos y a la deriva por cualquier ventolera de doctrina, a disposición de individuos tramposos, consumados en las argucias del error. En vez de eso, siendo auténticos en el amor, crezcamos en todo aspecto hacia aquel que es la cabeza, Cristo. De él viene que el cuerpo entero,


92 / Compromiso y misión compacto y trabado por todas las junturas que lo alimentan, con la actividad peculiar de cada una de las partes, vaya creciendo como cuerpo, construyéndose él mismo por el amor. La iglesia no sólo debe crecer en su extensión evangelística, proclamando el evangelio y llamando a hombres, mu­ jeres y niños a la fe y al arrepentimiento, sino también en profundidad, incorporando a aquellos que responden posi­ tivamente y capacitándolos para que maduren en la fe. En el pasaje mencionado, Pablo esboza tres niveles de este aspecto del crecimiento eclesial.

Profundidad conceptual Primero está el nivel conceptual, o el crecimiento en lo que Pablo llama la unidad de la fe. Crecer en profundidad significa ampliar la comprensión que uno tiene de la fe cristiana. Comprender o entender quiere decir captar aque­llo que sirve de base, cimiento y apoyo. Crecer en profun­didad es ayudar al Pueblo de Dios a obtener un cimiento o fundamento de la fe cristiana. Está claro que la fe cristiana no es un conjunto de doc­trinas, sino la confianza en Jesucristo y el compromiso con él. El evangelio es una persona. Es Jesús el Salvador, ungido por Dios para nuestra salvación. Pero existe un depósito de datos históricos y teológicos con relación a esa persona; quién fue y qué hizo; quién es, qué está haciendo en nuestra sociedad, en nuestras vidas y en nuestra historia, dónde y cómo; quién será y qué hará al final de los tiempos. Creer en Cristo es tener una conciencia mínima de esas realidades. Crecer en Cristo es ser capaz de captarlas aún más profundamente. Por ser la verdad (Juan 14:6) y la realidad última del universo, Jesucristo es la clave para entender la historia. Su historia le da sentido a la nuestra. La fe en él exige la correlación de lo que él


La misión como crecimiento integral / 93 ha hecho, está haciendo y va a hacer con todo lo que hagamos; de su Palabra con nuestras palabras; de su reino con los reinos de este mundo; y de su poder salvífico con las luchas actuales de la historia. Ampliar la propia comprensión de la fe y la vida cris­tiana es comenzar a correlacionar todos esos hechos, his­ tóricos y teológicos, acerca de la persona y obra de Cristo, con nuestras respectivas situaciones vitales. Desde el prin­ cipio mismo de mi formación teológica tuve grandes sospe­ chas acerca de teólogos como Rudolf Bultmann y sus dis­cípulos y de su escuela existencialista de pensamiento. Ahora que me he enfrentado con cuestiones más profun­das acerca de mi contexto histórico como puertorriqueño y como latinoamericano; ahora que me he comprometido con la liberación de mi país y del resto de mi continente de los poderes de explotación y opresión, han aumentado mis sospechas acerca del tipo de teología que esos teólogos re­presentan. En el fondo, mi problema surge en relación con su tendencia a menospreciar la historicidad de Jesús de Nazaret. Esto representa no sólo una superficialidad teo­lógica, sino también una agenda ideológica velada. Porque al reducir a Jesús de Nazaret a un Cristo existencial de la fe, no sólo crearon su propio Cristo individual, a la imagen y semejanza del cristianismo burgués occidental, limitán­dolo así a ciertos ámbitos de la vida; sino que además, lo que es peor, lo despojaron de su significación verdadera­mente histórica, a saber, su poder para ayudar a sus segui­dores a participar de la transformación de su mundo. Sin una referencia concreta al Jesús histórico. Cristo pierde el empuje revolucionario de su misión en el mundo. Ampliar la propia comprensión de la fe cristiana es co­ rrelacionar el significado de Jesucristo, todos los datos sobre su vida y ministerio, con nuestros respectivos contex­ tos sociohistóricos; preguntarnos qué significan su vida y enseñanza, su encarnación, muerte, resurrección, ascen­sión y promesa de retorno para nuestras respectivas situa­ciones históricas. Es por ello que Pablo utiliza la expresión “hasta que lleguemos a la


94 / Compromiso y misión unidad de la fe”. Porque nunca sabremos todo lo que se puede saber acerca de Jesucristo. El es un misterio, que el Espíritu Santo va desplegando continuamente frente a nuestros ojos. Pero es un misterio arraigado en una persona concreta, que vivió en un mo­mento dado y nos dejó criterios claros mediante los cuales podemos identificar su presencia en la historia y verificar cualesquiera nuevas perspectivas que podamos recibir acerca de sus obras salvíficas en las luchas históricas que se lidian en el mundo. Necesitamos esforzarnos por lograr una comprensión más grande y unificadora de Jesucristo. En esta búsqueda nos guiará su historia. Jesucristo sigue actuando y movién­dose en el universo. Pero no como el Señor individual y privado de la teología existencialista, que sólo tiene signi­ficado para mí, ni como el gran ideal de la teología liberal del siglo XIX, cuyo único poder era el de establecer un buen ejemplo moral. Antes bien, su actividad presente es coherente con lo que hizo y dijo. Tenemos ciertos criterios para descubrir lo que Cristo está haciendo en nuestra his­toria. Sabemos, por ejemplo, que él no es el Jesús burgués, color de rosa y de clase media alta, desconectado de los pobres y desamparados de la sociedad. Porque fue una per­sona que se identificó con aquellos que se hallaban en si­tuaciones de opresión y en conflictos. Tenemos, por lo tanto, algunas guías para saber dónde encontrarlo y cómo hallarle su relación con la vida. Necesitamos constantemente estar atando los cabos suel­ tos de nuestra relación con él en nuestras múltiples situa­ciones de vida. Precisamente es así como yo defino la teo­logía. En el cristianismo occidental la teología se ha conce­bido como una disciplina académica de torre de marfil, en gran parte a causa de su relación tradicional con el esco­lasticismo. En realidad la teología no es un ejercicio inte­lectual para los ratos de ocio, sino una reflexión compro­metida. No es algo que uno repite o memoriza, sino más bien algo que uno hace. Es atar los


La misión como crecimiento integral / 95 cabos sueltos de nuestra vida desde la perspectiva de nuestra fe. Por ellos cada gene­ración tiene que reflexionar sobre su fe. De ahí también que la teología no pueda concebirse como equivalente a la fe. Más bien la teología debe concebirse como pensar la fe en el contexto de nuestras respectivas situaciones de vida. Hacemos teología; no nos limitamos a actuar como una grabadora que cita lo que dicen los gigantes de antaño y de hogaño. En 1974 estaba yo predicando a unos 500 pastores en la meseta central de lo que era entonces Vietnam del Sur. Un día tuve una conversación con unos misioneros que estaban trabajando con una de las tribus. Comentaron que era difícil enseñarles teología porque simplemente no te­ nían la capacidad mental para ello. Mientras conversába­mos empecé a fijarme en el mantel que había sobre la mesa donde estábamos comiendo. Me intrigó porque se parecía mucho a las telas que hacen los indios de los Andes o de Guatemala. Lo interesante era el dibujo que tenía. Tenía figuras que parecían helicópteros y aviones, tanques y ca­ballos. Pregunté entonces a mis anfitriones: “¿Dónde con­siguieron este mantel?” Me dijeron que lo había hecho un miembro de una de las tribus con que ellos estaban traba­jando; un estudiante del Instituto Bíblico. Entonces me percaté de que ese hombre había logrado describir todo su mundo y su historia sobre aquel mantel. No podía inter­pretar su historia en forma escrita, ni en el lenguaje de la teología escolástica protestante, pero había logrado reco­gerlo a su propia manera, artísticamente. Había atado los cabos sueltos de su vida sobre aquel mantel. Esto hacía de él un teólogo mucho mejor que los misioneros que le esta­ban enseñando teología. Si queremos ayudar a los cristianos a crecer en la unidad de la fe, lo que tenemos que hacer es ayudarles a relacionar en sus raíces mismas su fe en Cristo con las experiencias de su propia vida. Una iglesia que no reflexiona críticamente y


96 / Compromiso y misión contextualmente sobre su fe, morirá. En las palabras del apóstol Pablo, será “llevada a la deriva por cualquier ven­tolera de doctrina” (Efesios 4:14). Creo que este es uno de los problemas más serios que tiene la iglesia en Norteamérica y en Europa Occidental. Hace dos años me dijo un ejecutivo denominacional nor­teamericano: “Usted no nos está diciendo nada nuevo cuando nos reta a crecer en profundidad. El crecimiento cualitativo ha sido la principal actividad de nuestras igle­sias. Un buen contenido teológico, un ministerio bien educado”. Lo miré y le dije: “¿De veras? Entonces, ¿por qué cuando leo a sus teólogos percibo detrás de muchos de sus escritos esa filosofía pragmática, liberal, capitalista y esnobista tan característica del American way of life (el estilo de vida estadounidense)? ¿Por qué parece haber en­tre la abrumante mayoría de ellos tan poca interacción crítica con su contexto social, económico y político? ¿Por qué me da la impresión de que la teología en esa parte del mundo se convierte a veces en un lastre? ¿Por qué las cosas emocionantes en el campo de la fe parecen haber ocurrido o estar ocurriendo durante los últimos años en la periferia, entre los negros y más recientemente entre los indígenas, los orientales, los hispanos y las mujeres? ¿Por qué existe esa tremenda brecha entre la vida corriente de la iglesia y los movimientos y desafíos tan dinámicos que encon­tramos en la Biblia? ¿Por qué oímos tan a menudo a pas­tores que dicen: ‘Cuando salí del seminario, venía con la idea de que la Biblia era un libro muerto’?” Me da la im­presión de que en Norteamérica y en Europa Occidental el hacer teología se ha confundido con cierto tipo de gim­nasia mental académica. No estoy abogando por una contextualización acrítica, porque la teología occidental ha sido muy contextual. No hay más que fijarse en H. Richard Niebuhr en su obra The Social Sources of Denominationalism. Señala que las deno­minaciones norteamericanas surgen precisamente a partir de su contexto


La misión como crecimiento integral / 97 social. Pero ser contextualmente crítico, lograr volver con las cuestiones de la fe, eso es otra cosa. Este es uno de los desafíos que se plantean a los cristianos norteamericanos y europeos occidentales: crecer conceptualmente, en la unidad de la fe, en una interacción crítica con sus sociedades y cultura y con todas las presuposicio­nes que las sostienen: la interacción con un sistema de valores sincretista que deja mucho que desear si se ve desde la perspectiva de la revelación bíblica.

Profundidad experiencial Un segundo nivel del crecimiento en profundidad es el de la experiencia o vivencia. Pablo habla de “llegar a la uni­dad que es fruto de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”. En la Biblia el conocimiento no es una suma de da­tos, sino más bien una actividad profundamente vivencial y relacional, de experiencia. Ese era el problema crítico con los gnósticos, que se jactaban de un conocimiento secreto y privado que querían dejarse para sí mismos. Así, una y otra vez, en los escritos polémicos del Nuevo Testamento contra los gnósticos, se nos recuerda que nues­ tro conocimiento del Hijo de Dios es por experiencia en el más amplio sentido de la palabra. Especialmente en el Evangelio y las cartas de Juan, nuestro conocimiento de Cristo se presenta como algo que se realiza no en nuestra capacidad de dar respuestas correctas, sino en nuestra capacidad de amar a los demás. El amor a los demás llega a ser así el lugar donde se pone a prueba nuestro conoci­miento de Dios. El amor es, por eso, el signo más impor­tante de la fe cristiana. Dice Jesús: “En esto conocerán que son discípulos míos, en que se aman unos a otros” (Juan 13:35). De hecho, esta es la única forma en que Cristo acepta la expresión de nuestro amor por él. Parafraseando las palabras de Mateo 25, si quieres expresarme tu amor, no vengas a hablarme sobre él sino más bien demuéstramelo.


98 / Compromiso y misión Ve a los presos, los hambrientos, los desnudos y abando­ nados, porque ahí estoy yo en medio de ellos. Jesús parece estar devolviéndonos a la crítica profética del Antiguo Testamento: “Hombre, ya te ha explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios” (Mi-queas 6:8). En eso consiste el verdadero conocimiento de Cristo. Se trata de hacer su voluntad: servir a los demás en vez de ser servido, así como él vino a servir y no a reci­bir servicio.

Profundidad orgánica En tercer lugar tenemos el nivel orgánico. El crecimiento en profundidad no se vuelve auténticamente real hasta que toca la vida orgánica de la comunidad. ¿A qué me refiero con vida orgánica? Me refiero a todo lo que tiene que ver con la acción cotidiana de la iglesia: personas, grupos y agencias que actúan e interactúan dentro y fuera de los límites formales de la iglesia. Esto es lo que Pablo llama el que todas las partes del cuerpo colaboren para equipar a los consagrados (santos) para que puedan comprometerse con la tarea del servicio (Efesios 4:12). Es cuestión de mayordomía, de ser fieles a aquello a lo cual ha sido llamada la iglesia y sus miembros. Puesto que la iglesia es una koinonía (comunión), el crecimiento orgánico quiere decir el capacitarla para que actúe como una familia, donde hay interrelación, compa­ñerismo y vida en común. Puesto que la iglesia es también una comunidad de discípulos, quiere decir el capacitarla para ser una escuela; participar en el aprendizaje, reflexio­nar y ser educados para la misión. Y puesto que es un cuerpo, quiere decir el capacitarla para trabajar como equipo. Familia, escuela, equipo: tres rasgos contempo­ráneos de una antigua realidad, y tres áreas en que nuestro crecimiento tiene que manifestarse. Una comunidad que no está creciendo en el compañerismo, que no sabe cómo


La misión como crecimiento integral / 99 celebrar, compartir y orar en común; una comunidad que no participa en el aprendizaje, que no edifica a sus miem­bros para conducirlos a obedecer (“inclinar el oído’’) a la Palabra de su Maestro y dialogar con él cuando habla por su Palabra y la vivifica en su Espíritu; una comunidad que no actúa como equipo, con cada uno de sus miembros funcionando conforme a sus respectivos dones, jugando? por así decirlo, un partido junto a Dios. . . ¡esa no es la iglesia de Jesucristo! La iglesia debe reflexionar críticamente sobre si cada una de sus partes está funcionando adecuadamente o no. La labor de sus dirigentes no termina con el equipamiento teórico para el ministerio. Deben llevar ese entrenamiento al campo de batalla que es la acción. Deben asegurarse de que cada miembro y cada componente de esa comunidad esté actualizando la fe en el contexto de sus talentos y responsabilidades vitales y a la luz de la misión total de la iglesia. No basta con decir que los pastores tienen ante todo un ministerio de enseñanza. Deben considerarse agentes de movilización. Esto se aplica no sólo a los miembros de la iglesia, sino también a las congregaciones, a las agencias urbanas, estatales, regionales, nacionales e internacionales. La tarea del liderazgo pastoral de la iglesia es edificar el cuerpo. Esta es otra forma de decir que deben ayudar a la iglesia a crecer en profundidad: conceptualmente, estimulándola a que se empeñe en la unidad de la fe, estimulando a cada miembro, a cada congregación y a cada agencia a hacer teología y a con­vertirse en una comunidad teológica; experiencialmcnte, ayudándoles a profundizar en su relación con el Hijo de Dios y a expresar esa relación en su modo de vivir; y funcionalmente, movilizando a cada una de sus partes para que el cuerpo pueda participar eficazmente en el ministerio evangélico.


100 / Compromiso y misión Insisto en que este es un asunto que debe ser tomado muy en cuenta en nuestra reflexión sobre el crecimiento eclesial. No es una cuestión periférica, sino un punto clave de la fe cristiana. Dios quiere que su iglesia crezca en pro­fundidad así como en amplitud, tanto en la comprensión del evangelio cuanto en número, orgánica así como exter­namente, funcional tanto como reproductivamente.

Crecimiento en altura Un tercer aspecto del crecimiento integral se relaciona con el estilo de vida. Leemos lo siguiente en el Sermón de la Montaña: Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un cerro; ni se enciende una vela para meterla debajo de la olla, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de la casa. Em­piece así a brillar la luz de ustedes ante los hombres, que vean el bien que hacen ustedes y glorifiquen a su Padre del cielo (Mateo 5:14-16). Este pasaje nos pone enfrente un imperativo bíblico agu­ do y con frecuencia olvidado: el de dejar que la luz de nuestra vida brille de tal manera en nuestra vida diaria, que la gente pueda ver la grandeza de la acción de Dios y le dé gloria. En la última sección de este capítulo subrayé el hecho de que el principal empuje de la fe cristiana no es el creer en un conjunto de doctrinas, sino en una persona. El creer en esta persona no es un asentimiento intelectual, sino más bien una adhesión y confianza en Jesucristo que posibilita el experimentar su poder en nosotros. Pablo dijo que había sufrido “la pérdida de todo... por Cristo” para poder “conocerlo a él y el poder de su resurrección” y “compartir sus sufrimientos, para asemejarse a él en su muerte” (Filipenses 3:10). La fe cristiana es vida,


La misión como crecimiento integral / 101 vida que crece continuamente a la semejanza de Jesucristo. Los cris­tianos deben experimentar un crecimiento continuo en su estilo de vida, asemejándolo al reino, que les ha sido ofre­cido en Jesucristo. En otras palabras, deben desarrollar “un estilo de vida mesiánico” (Moltmann). Hay varias razones en las palabras de Jesús en su Sermón de la Montaña que fundamentan ese imperativo.

Los cristianos como luz Los cristianos deben crecer en su estilo de vida, ante todo, por ser quienes son. “Ustedes son la luz del mundo”. En la Biblia, el concepto de luz se relaciona con la ética y la moral. La luz se compara con la verdad, las tinieblas con la falsedad. La luz es un símbolo del reinado de Dios; la oscuridad es símbolo del actual orden de cosas, que se va desvaneciendo. Se dice que Dios es luz; en él no hay tiniebla alguna. Jesús es la luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no pueden vencerlo (Juan 1:5). Los que creen en él son- hijos de la luz y se les exhorta a caminar en la luz (Juan 1:12; 1 Juan 1:7). Decir que los cristianos son la luz del mundo es afirmar, por ende, su identidad en medio del mundo. Su vida misma ha sido destinada a ser un cons­tante desafío contra la falsedad y el engaño. Han de ser transparentes. Han de ser seguidores de la verdad y defen­derla frente al engaño. Han de ponerse del lado del bien y en contra del mal. Han de ser personas que toman decisio­nes rectas. Están llamados a ser la conciencia moral de la sociedad. En un mundo que ha perdido su rumbo, su sen­tido de juicio y se ha corrompido moralmente, los cristia­nos están llamados a ayudar a recobrar aquella conciencia y ayudar al mundo a hacer juicios rectos. El pastor bautista al que hice referencia en el capítulo 2 experimentó en los últimos días de su pastorado de die­ ciocho años en América Central un insuperable grado de


102 / Compromiso y misión acecho y acosamiento por parte de la policía y de las fuer­zas gubernamentales, no porque empuñara un fusil, se fuera a las montañas y se uniera a los guerrilleros, sino por­que estaba tratando de realizar en su vida el cristianismo y de cumplir su ministerio fielmente en medio de un orden social lleno de engaño y corrupción, fraudes electorales y masacres, opresión, represión y explotación de indefensos campesinos y obreros, situación en la cual era un crimen atreverse a optar por la causa de la justicia. Rehusó doble­garse a la oferta de cooperación financiera por parte de las autoridades políticas del país, y en vez de eso eligió el mantener la distancia mientras denunciaba el mal que veía a su alrededor y abogaba por la causa de la justicia. Su sim­ple presencia llegó a convertirse en una ofensa para las autoridades políticas y militares. Como rehusó aceptar el engaño, y ser comprado y utilizado por esas autoridades, estuvo a punto de perder la vida. Ese amigo mío no es más que uno entre una creciente minoría en América Latina que se halla comprometida para no hacer sino vivir en la realidad, en su propia forma pacífica pero decisiva, la vida del reino de Dios. Al hacerlo, están dejando que la luz del evangelio resplandezca en si­tuaciones de extremo odio y persecución, especialmente hacia aquellos que se atreven a condenar la corrupción y defender la verdad, que rehusan aceptar la injusticia como modo de vida y exigen un orden social y económico que sea justo. Los cristianos estamos diseñados para ser luz, lo cual significa que cuando hay oscuridad en torno a nosotros, debemos resplandecer. El problema con algunos de noso­tros es que dejamos que la chispa de luz que está en noso­tros mengüe en vez de aumentar. En consecuencia, no somos capaces de iluminar las tinieblas que nos rodean. Necesitamos ampliar nuestra conciencia de esta realidad. Necesitamos estar a la expectativa ante cualquier cosa que tienda a enturbiar la luz del evangelio en nuestra vida. Los


La misión como crecimiento integral / 103 cristianos están puestos en el mundo para ser la conciencia de la sociedad. Por lo tanto no pueden, en ninguna circunstancia, ceder en cuestiones sociales, económicas, políticas y culturales. No pueden cerrar los ojos y los oídos ante los problemas que van dando forma a su mundo. No pue­den ser neutrales. Necesitan crecer cada vez más en su com­promiso con la verdad, y por ello con la justicia, el amor y el bienestar; conformar sus vidas al reino del Mesías.

Los cristianos como pueblo para los demás En segundo lugar, debemos crecer en nuestra vida, desa­ rrollando un estilo mesiánico, a causa del llamado que tenemos. “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocul­tar una ciudad situada en lo alto de un cerro; ni se encien­de una vela para meterla debajo de la olla, sino para poner­la en el candelero y que brille para todos los de la casa”. La fe cristiana es personal; no es una fe individualista. Una persona se relaciona siempre con un ambiente, una cultura, y otra gente. Así que al ser personal, la fe cristiana es tam­bién social. Se espera de los cristianos que vivan ejemplar­mente frente a los demás. Sus vidas han de ser transparen­tes. Deben reflejar la luz de su reino. Y puesto que el reino tiene que ver con un nuevo orden que se caracteriza por el amor, los cristianos deben vivir en el amor. Existen para los demás. No sé de ninguna otra comunidad en el mundo que esté específicamente destinada a existir para el bien de los demás. Mis amigos marxistas tienen un fuerte compromiso con los demás, pero, si entiendo correctamente el marxis­mo, se trata de un compromiso conformado por la espe­ranza de recibir algo en recompensa, aunque sea para todos y no sólo para unos pocos. En otras palabras, su compro­miso es motivado por la necesidad de una justa distribu­ción de los recursos de la tierra y la convicción de que al compartir los frutos del trabajo humano


104 / Compromiso y misión uno puede vivir con más justicia y con mayor significado. Los cristianos, sin embargo, están llamados a morir por el mundo, a estar al servicio de los demás sin esperar recompensa humana alguna. Es por esto que son una comunidad peregrina, llamada a viajar por la vida con poco equipaje (Hebreos 13:13-14). Porque su esperanza radica no en la ciudad hecha por las manos del hombre, sino en la ciudad que ha de venir, “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10; 13:14). Han quedado liberados de la obsesión del ego y han aprendido a vivir y esperar en la gracia de Dios. Para ellos la humanización no es una tarea que cumplir sino un don que recibir y que compartir. Pueden entonces vivir para los demás sin contar el precio ni esperar recom­ pensas humanas. La esperanza de la comunidad cristiana no es una esperanza escapista. Es más bien una esperanza activa que busca algo mejor para aquellos a cuyo servicio han sido llamados a ponerse los cristianos. Los cristianos han de reflejar el amor de Dios tal como se revela en Jesucristo. Han de ser una comunidad de justicia, porque el reinado de Dios, que se encarna en Jesucristo, es un nuevo orden de vida, un orden de relaciones equitativas. De ahí que dondequiera que los cristianos vivan y trabajen debería haber una defensa militante de la justicia y de la vida recta. Como los cristianos son la comunidad del reino, deben también trabajar por la paz, y luchar así y sufrir para que hombres y mujeres puedan experimentar el don de la vida sin persecución, sin acechos, sin temor y sin necesidades. El crecimiento eclesial no es una meta última, pero sí penúltima. En la vida y misión de la iglesia lo último es la esperanza de la consumación final del reino de Dios. Hay quienes con razón han preguntado si la iglesia, por poner su esperanza en ese momento final, no se ve forzada a con­centrarse en su crecimiento como meta de su misión para el tiempo intermedio, descuidando así los problemas fun­damentales de la historia. La respuesta que doy a esa pre­gunta es afirmativa pero matizada. Sin duda, el crecimiento de la iglesia es una meta penúltima de


La misión como crecimiento integral / 105 su misión en el mun­do. Pero este crecimiento debe medirse, no sólo por la gen­te que se incorpora a la compañía de los creyentes, sino especialmente por su compromiso y su participación en la realización de un nuevo orden, en el establecimiento de una comunidad de amor, en la lucha por la justicia y la paz como anticipo de la revelación última del reinado de Dios. Cuando pensamos en el crecimiento eclesial en estos términos, todo se convierte en una poderosa aventura revo­ lucionaria y cambia el eje entero del diálogo. Desde esta perspectiva, esa polarización demoníaca que ha dividido a los cristianos en los años recientes, que ha consumido infi­nidad de energías en discusiones inútiles, creando luchas internas fútiles sobre si el éxito de nuestra misión debe medirse cuantitativa o cualitativamente, si debemos inte­resarnos solamente por los problemas espirituales o tam­bién por los sociales, si nuestras energías evangelísticas deben enfatizar la dimensión vertical del evangelio o sim­plemente limitarla a sus aspectos horizontales. . . todo esto comienza a eliminarse cuando vemos el crecimiento eclesial como meta provisional de la misión que contribuye a la transformación eficaz de nuestras precarias situaciones históricas. Es que el foco central, incluso en momentos como la entrega de una invitación evangelística o la incor­poración a la comunidad de fe por parte de los que respon­den, no se dirige hacia los aspectos internos de la comuni­dad cristiana. Más bien, los aspectos internos de la iglesia se centran en el ministerio en el mundo y hacia él. En este caso, en las palabras del finado J. Hoekendijk, la iglesia se vuelve “al revés” y sus energías se dirigen hacia las cues­tiones de la historia en medio de la cual la iglesia está lla­mada a dar testimonio del amor, la justicia y la paz del rei­nado de Dios. Los cristianos están llamados a cultivar estas caracterís­ ticas del reino en sus respectivas situaciones históricas. Por­ que la forma en que los principios de vida del reino se vuel­ ven funcionales varía según nuestras respectivas situaciones de vida. Por lo tanto los cristianos necesitan ser flexibles.


106 / Compromiso y misión Deben ser capaces de vivir bajo cualquier sistema y de par­ ticipar en él proféticamente. Debo confesar que siempre que regreso a los Estados Unidos de Norteamérica y contemplo lo que semeja una actitud suspicaz y cínica entre los cristianos en relación con lo que está ocurriendo en países como la Cuba socia­lista, me siento muy molesto. Parece que de algún modo resulta inconcebible para mis amigos de los Estados Uni­dos el hecho de que los cristianos en Cuba puedan vivir fielmente, participar en el proceso de socialización que ese país ha experimentado en las décadas recientes y mantener a la vez una distancia crítica del orden existente como con­secuencia de su fe en Jesucristo. También me irrito inte­ riormente cuando veo la misma actitud con respecto a los hermanos cristianos en los países de la Europa oriental o con respecto a aquellos cristianos que aún puedan quedar en la República Popular China. Parecería casi que el único lugar donde se puede tener la posibilidad de manifestar, poner en acción y crecer en la vida del reino de Dios fueran las sociedades democráticas capitalistas de Occidente. Y entonces, en ocasiones así, me pongo a pensar: “ ¡Qué ingenuos, qué miopes, qué provinciales podemos ser!” Si comprendo correctamente el evangelio y la vocación de la iglesia tal como se nos da en la Escritura, los cristia­nos han sido llamados a crecer en la vida del reino bajo cualquier sistema, incluso cuando en algunos pueda ser más difícil que en otros. Las formas de organización social pueden variar de un lugar a otro. Pero el llamado de los cristianos a la fidelidad al reino de Dios no varía. Digo esto teniendo en mente que yo, como cualquier otro, ten­go una bien definida posición política e ideológica. Pero no creo que ningún sistema social o económico sea una vaca sagrada. Todos los sistemas están bajo el juicio de Dios, ¡incluso el capitalismo occidental! Los sistemas sociales y políticos no nos vienen por reve­ lación especial. La Biblia no nos da el plano de la organización


La misión como crecimiento integral / 107 social y política de la sociedad. Los sistemas sociales, económicos y políticos son el fruto de la competencia hu­mana, y en esos sistemas los cristianos están llamados a desarrollar un estilo de vida mesiánico. Es decir, están lla­mados a interactuar y participar en ellos y con ellos desde la perspectiva de los principios de vida del reino de Dios. Mientras fui pastor de una comunidad hispana en Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos, me metí mucho en la política de la ciudad. Cuando me trasladé a San José, Costa Rica, encontré maneras de expresar mi responsabilidad so­cial y política. Si viviera en una sociedad socialista, tam­bién tendría que encontrar maneras de expresar construc­tivamente mi compromiso con el reino de Dios en el terre­no de lo social, económico, político y cultural. Las formas pueden variar, pero las exigencias éticas y del reino no. Asi­mismo, mi responsabilidad de extender y agudizar ese com­promiso sería en gran parte un aspecto de mi misión en cualquier situación en la que me encontrara. Los cristianos necesitan entender su realidad histórica y social a fin de evaluar su fidelidad al evangelio. El proble­ma que tengo con la vida en Norteamérica (y en otros paí­ses capitalistas de “nuestra América”, para invocar la feliz expresión del antillano José Martí) es con la forma en que algunos cristianos han aceptado su sistema en forma acrítica, como si fuera revelado desde el cielo, rehusando in­cluso poner en duda los valores mismos que subyacen a ese sistema desde el punto de vista del evangelio y del reino que éste anuncia. Los pastores y sus dirigentes están llamados a ayudar a sus respectivas iglesias a reflexionar, meditar y evaluar la forma en que encarnan en sus situaciones la realidad del nuevo orden de vida posibilitado por Dios. Y es aquí donde hay que tomar muy en serio la cuestión de la res­ponsabilidad institucional. Porque la iglesia es parte del mundo de las instituciones sociales, y estas no son fines sino medios. Es imposible, por ejemplo, evangelizar en la América Latina de hoy sin tratar con la realidad institu­


108 / Compromiso y misión cional. Dondequiera que se menciona a Jesucristo está presente, en el trasfondo, la iglesia institucional como aliada tradicional del estado y del ejército, tal como en los Estados Unidos de Norteamérica el nombre de Jesu­cristo está atado a la institución de la religión que, a su vez, está atada al sistema económico, político y social. (De ahí la expresión “civil religión”, frase que describe el constantinismo o cristiandad estadounidense.) Si queremos pensar en forma crítica desde la perspec­tiva del evangelio y del reino de Dios, si queremos desa­rrollar un estilo de vida mesiánico, debemos comenzar por preguntarnos: ¿cómo encarnarnos, es decir, cómo actuali­zamos el amor, la justicia y la paz mesiánica en el mundo de las instituciones, en relación con los problemas de la educación y del gobierno, de los organismos que diseñan políticas y de las corporaciones multinacionales que ope­ran en nuestros respectivos países, de la carrera armamen­tista y del caos ecológico que caracteriza a nuestro hemis­ferio?

Los cristianos como sacramentos En tercer lugar, estamos llamados a crecer en nuestro estilo de vida por lo que podemos llegar a ser. Podemos lle­gar a ser sacramentos del reino de Dios. Un sacramento es un signo, algo que apunta hacia una realidad que está más allá de sí mismo. Los cristianos están llamados a ser un sacramento viviente, es decir, un signo que apunte hacia el nuevo orden de vida revelado en Jesu­cristo. Están llamados a señalar con sus vidas y acciones la realidad de la presencia de Dios en la historia. Los cristia­nos han sido hechos una nueva creación. Su status de pri­micias de la nueva creación de Dios hace de ellos un pueblo del futuro, una comunidad in via. Los cristianos, por lo tanto, no se limitan a existir: devienen. Y entonces, dijo Jesús, “empiece así a brillar la luz de ustedes ante los hombres; que vean el bien que hacen ustedes y glorifiquen a su Padre del cielo”.


La misión como crecimiento integral / 109 Los cristianos, de hecho, pueden convertirse en un pue­blo de buenas noticias, en un mensaje viviente. Digo que los cristianos pueden llegar a ser eso, porque no siempre han sido un mensaje viviente, un pueblo de buenas noti­cias, ni un signo sacramental. De hecho, a lo largo de la historia han sido, con más frecuencia de lo que nos gusta­ría aceptar, antisignos, antimensajes, antievangelio. La úni­ca forma en que pueden llegar a ser lo que Dios quiere que sean es creciendo en Jesucristo, siendo “arraigados en él. . . construyéndose sobre él y afirmándose en la fe” (Colosenses 2:7), desarrollando un estilo de vida mesiánico. Asi serán capaces de “vestirse de ese hombre nuevo que por el conocimiento se va renovando a la imagen de su Creador” (Colosenses 3:10). Los cristianos pueden devenir. Pueden volverse un signo viviente del evangelio y pueden habilitar a otros para que cumplan su propósito último como parte de la creación de Dios. El Catecismo de Westminster comienza con la pregunta: “¿Cuál es el fin último del hombre?” A lo cual responde: “Glorificar a Dios y gozar de su presencia para siempre”. Cuando llamamos a la gente a la fe en Jesucristo, no los estamos llamando a emprender un viaje, a escapar de la realidad, sino más bien a convertirse en una comunidad de adoración, en un pueblo de celebración, a unirse con todo el orden creado en el aplaudir y celebrar al Dios que es el dador de la vida. Viviendo y demostrando el evangelio, los cristianos pueden motivar a otros a adorar al Dios viviente. Pueden capacitar a hombres, mujeres y niños, familias en­teras y naciones a realizar su propósito en la creación: glo­rificar a Dios y transformarse en comunidades mesiánicas. Los protestantes tenemos la tendencia de hablar muy poco sobre la liturgia. Somos activistas y tendemos a olvi­dar la razón de nuestra acción. He aprendido muchísimo al tratar con ortodoxos y católicos. Siempre plantean la cuestión de la evangelización en relación con la liturgia. Perciben con razón


110 / Compromiso y misión una interrelación muy cercana entre el culto y el testimonio. Y es a esa cercana relación a lo que me refiero cuando afirmo que podemos convertirnos en instrumentos de culto, que podemos llegar a ser una comunidad sacramental, si desarrollamos un estilo de vida mesiánico. Porque cuando nuestras vidas irradian la luz del evangelio, la gente puede verlo en acción por medio de nuestras buenas obras, lo que constituye un llamado a la adoración. Así, por medio de nuestra vida podemos anun­ciar la fe y llamar a hombres y mujeres a responder en fe al Dios que ha hablado y sigue hablando. Para el cristianismo la cuestión de su identidad tiene que ver con el que lleva el timón de su vida. Y si Jesucristo está en nosotros y nosotros en él, si la luz de Cristo resplandece a través de nuestra vida y estamos experimentando el po­ der de su resurrección (que no es el poder de la grandio­sidad y del triunfalismo arrogante sino el del servicio humilde y comprometido), entonces hombres, mujeres y niños verán nuestras buenas obras y darán gloria al Padre. Este es el meollo del asunto que he venido subrayando a lo largo de este capítulo. Cuando la fe cristiana se vuelve visible en nuestra vida, es porque estamos creciendo en profundidad y no tendremos dificultades en extender el evangelio a toda criatura. En una palabra, es porque esta­mos “creciendo en todo”


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