HOMENAJE A LA MEMORIA DEL ACADEMICO DE NUMERO ARQUITECTO MARTIN S. NOEL EN EL DECIMO ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO {Por el Académico de Número, doctor Enrique de Gandía, en la sesión del 23 de octubre de 1973}
Señora Elena Necol de Noel; Señores hijos y descendientes de don Martín S. Noel; Señores académicos: Hace diez años murió el arquitecto don Martín S. Noel. Era el más grande de los historiadores argentinos del arte colonial hispanoamericano. La Academia Nacional de la Historia ha querido evocado en este décimo aniversario. Lo hace con la presencia de su ilustre esposa, la señora Elena Necol de Noel, de sus hijos y descendientes, en la intimidad de una sesión privada. Nuestro presidente ha querido que uno de sus viejos amigos evocara su egregia personalidad. Tengo este honor y esta emoción. Muy unidos estuvimos en vida por muchos y hermosos ideales. Amábamos el pasado hispánico del mundo americano y amábamos España, que conocíamos a fondo y donde sabíamos que estaban las simientes de nuestra historia y de nuestra cultura. Al mismo tiempo admirábamos la antigüedad remota de nuestra América, de pueblos enigmáticos y de arqueologías misteriosas. Por último, nos estrechaba la gloriosa Junta de Historia y Numismática Americana que, años después, por resolución del presidente Justo, tomó el nombre de Academia Nacional de la Historia. Martín S. Noel, muy joven -apenas tenía treinta y un años- entró en la Junta el primero de junio de 1919. Lo recibió el entonces presidente de la Junta, el doctor Martiniano Leguizamón. Era, don Martiniano, una gloria de la historia, de las letras y del primer teatro realmente argentino. En el acto de recepción, en el querido Museo Mitre, don Martiniano recordó los estudios que sobre arquitectura colonial habían hecho en nuestra tierra Juan B. González, el padre Grenón y, sobre todo, el arquitecto Kronfus. También habló del doctor Luis María Torres, 291
que había estudiado el Buenos Aires del siglo XVIII, y destacó, con admirable intuición, la labor que había hecho y que haría el joven académico Martín S. Noel. Aquellas palabras están en un folleto, hoy raro, que se titula Discursos pronunciados en el acto de la recepción del arquitecto don Martin S. N oel y que se imprimió en Buenos Aires en 1919. En aquel entonces yo no soñaba pertenecer a la Junta de Historia y Numismática Americana. Acababa de llegar de Francia y de Italia, con mis padres, y había hecho parte de la escuela primaria en Niza y los estudios secundarios en el Gimnasio de Génova. Años después, otra vez en Europa, leí por acaso ese folleto y me impresionaron unas palabras de Noel. Sostenía que el afán nacionalista nos hace crear una estética. Era lo que yo comprobaba en mis análisis de la tiranía napoleónica en España, Italia, Alemania y otros países. Los pueblos subyugados buscaban en la historia, en su tradición, el alma que habían perdido, el espíritu de su vida, del conjunto de fuerzas que constituyen lo que se llama un nacionalismo y que en cada país tiene un rostro diferente. Noel había sentado un principio que nuestro enciclopédico y eminente Ricardo Rojas quiso sistematizar en su libro, aun incomprendido, Silabario de la decoración americdna; pero que nadie desarrolló tan hondamente y con resultados tan extraordinarios como el propio Noel. Mucho antes que otros historiadores del arte y de la arquitectura en América buscaran las raíces en España, Noel viajó por Andalucía y por Castilla en 1912. Eran los años finales de la belle epoque. Los años en que don Enrique Larreta, su amigo, también andaba por Avila y por París. Noel tenía entonces veinticuatro años. Observaba y veía lo que otros estudiosos no habían visto. Comprendió cuál era la auténtica alma de América y, en particular, de nuestra Argentina. El secreto estaba en España y en América. En 1913 estudió El Cuzco virreinal y escribió sobre sus ruinas. Empezó a revivir el arte colonial de raigambre hispano. Su formación intelectual le daba la certeza de no estar equivocado. Había estudiado en las Escuelas de Arquitectura y de Bellas Artes de París. Conocía las viejas ciudades de Europa, del Norte argentino, del Perú y de Bolivia. Por algo el maestro Martiniano Leguizarnón lo había recibido con tanto gusto en la Junta de Historia. El joven Noel fue profesor en las Universidades de Buenos Aires, de Sevilla y de Montevideo. La Real Academia de la Historia, de Madrid, y la de Bellas Artes de San Fernando, también de la capital española, lo nombraron miembro correspondiente. Otras academias, institutos y sociedades científicas americanas hicieron lo mismo. Era admirado y extendía sus teorías de un sano y fecundo nacionalismo artístico y arquitectónico. En 1921 publicó su libro Contribución a la Historia de la Arqiatectura Hispano Americana. Era un conjunto de monografías sobre la casa de Larreta, sobre San Francisco de Lima, sobre el barroco andaluz y la arquitectura de la (0lonia, sobre la arquitectura hispanoamericana en el Cabildo de Luján y sobre 292
los monumentos arquitectónicos de Santiago de Chile. Un panorama de revelaciones. Palacios y templos que nadie ignoraba, pero que nadie había comprendido en su esencia y en su valor histórico. Mostró cómo esos muros representaban el alma de nuestro pasado. Piedras que tenían todo el valor de nuestro nacionalismo. En Madrid le fue otorgado el premio de la raza. Era un premio consagratorio. También lo tuvo, por sus investigaciones sobre Moreno y Mayo de 1810, nuestro inolvidable Ricardo Levene. La obra de Noel se agotó y fue preciso reimprimirla en 1923. Yo la leí en San Sebastián. Preparaba mi primer libro, que apareció en Madrid en 1924 con un título que es mi vergüenza: Sombras de amor ... y no hacía sospechar al próximo historiador. Tuvo en mí su influencia y comencé a estudiar arte románico y gótico en el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos, donde pasé una larga temporada y escribí mi segundo libro, un poco más serio, Sin fe y sin paz. Sin saberlo, me acercaba al futuro amigo. El 27 de septiembre de 1924, Martín S. Noel dio una conferencia en la Junta de Historia y Numismática que tituló Breve síntesis histórica de la evolución urbana de la ciudad de Buenos Aires. Se publicó en el tomo primero, página 155, del Boletín de la Junta. Eran los lineamientos de una historia arquitectónica de nuestra capital: estudio que debería completarse antes que desapareciesen las antiguas casas del siglo XIX, los palacios del art nouoeas; y los que hicimos, en ciudades y en estancias, con el oro que le sacamos a nuestra esquilmada colonia de Gran Bretaña.
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Dos años más arde publicó los Fundamentos para una estética nacional. Contribución a la historia de la arquitectura hispanoamericana. Lo dedicó a su padre. Demostró cómo en el siglo XVIII floreció un tipo de arquitectura exclusivamente americana. Fue el primero en comprender la originalidad y la magnificencia de la riqueza arquitectónica de nuestro continente. No olvidemos que las cated'rales de México, de Quito, de Lima y otras ciudades pueden compararse con los templos barrocos más deslumbrantes de Europa. En el Brasil hay todavía ciudades, como Belo Horizonte, todas barrocas, como no se conservan en el Viejo Mundo. La teoría inruida por Noel en su juventud se convertía en una realidad irrefutable. América tenía un tesoro artístico sorprendente, que no hemos sabido ver ni admirar. Noel lo exhibía y explicaba a sus alumnos y a sus colegas de la Junta. El 3 de junio de 1928 leyó otra conferencia sobre Algunos documentos inéditos del Archivo de Indias referentes a la arquitectura colonial (Boletm de la Junta, t. V, p. 49). España daba las pruebas y los elementos de su influencia en nuestra existencia histórica. Nuestros hogares, nuestros edificios, eran, incuestionablemente, de estilo español. Sólo con la declaración de la independencia, cuando quisimos despojarnos de todo lo hispánico, como en293
señaba, insensatamente, nuestro Esteban Echeverría, en su Dogma socialista y en otras páginas, llegamos al extremo increíble de destruir el frente de la casa de Tucumán, en que se había proclamado la independencia, para construir otro de estilo francés. Fue gracias a una vieja fotografía que pudo dársele su antiguio aspecto. Noel, en esos años, fue reconocido como el artista único que devolvía a la Argentina su estilo tradicional, su auténtico nacionalismo arquitectónico. El gobierno le encomendó en 1929 la construcción del Palacio Argentino en la Exposición internacional de Sevilla: obra magnífica, que sorprendió a Europa y permanece como un monumento incomparable. Noel, que había levantado la casa de Enrique Larreta, de la calle Juramento, esquina Obligado, hoy Museo de Arte Español, hizo la otra casa de Larreta en Acelain, en la provincia de Buenos Aires, cerca de la estación Vela. Este palacio hispano-morisco, con bustos de emperadores romanos, galerías conventuales, saloncitos árabes, un enorme comedor, con grandes ventanales y una monumental chimenea, terrazas con vista de la Pampa y baños de estilo moro, es una obra de arte como no hay otra en América. Larreta y yo fuimos muy amigos. No teníamos secretos entre nosotros. Puedo atestiguar que Larreta estaba orgulloso de esta creación de su admirado Noel. La elogiaba constantemente. Consideraba obra patriótica hacer saber a los argentinos y a los extranjeros que en plena Pampa se levantaba un palacio de ensueño, con sus estanques, con sus salones, con su parque inmenso y sus avenidas umbrías que llevaban a un lago romántico. En esos alrededores se habían desenvuelto el amor y el drama de Lucía y de su novio, los protagonistas de Zogoibi, una de las novelas más realisticamente puras del campo argentino. Acelain es un poema de arte en nuestra Pampa húmeda, una creación que podría compararse, en un paralelo extraño, con los castillos de la vieja Europa. Muros de piedra en el antiguo Mundo; residencias de poesias y de arte en la Argentina. Mientras otros extranjeros imitaban los chateaux franceses, un poeta y novelista como Larreta, el estilista más exquisito de América, y otro poeta y arquitecto como Noel, el más sensible creador de mansiones en el Nuevo Mundo, daban vida a esta visión fantasmagórica que es Acelain. Noel hizo otras construcciones que inmortalizan su nombre. Levantó su casa y la de su hermano Carlos M. Noel, político y escritor, cuya novela La boda de. don Juan está inscripta para. siempre en la novelística argentina. Es el Palacio Noel, hoy Museo Municipal de Arte Hispano Americano Isaac Fernández Blanco. Cuando se inauguró como Museo Municipal de Arte Colonial, Rómulo Zabala fue nombrado director honorario, y yo, secretario. Zabala y yo recibimos estos nombramientos de nuestro amigo el doctor Ma294
riano de Vedia y Mitre, entonces intendente muncipal. Ambos recordábamos que en el delicioso comedor de ese castillo virreinal habíamos almorzado y cenado muchas veces, invitados por los dueños de casa, el arquitecto Martín S. Noel y su hermosa y culta señora Elena Necol de Noel. Cuando yo enseñaba el Museo a extranjeros ilustres y a veces los introducía, para deslumbrarlos, al antiguo comedor y a los suntuosos dormitorios, me parecía ser un guía del palacio de los zares. Tenía que explicar que sus dueños no eran personajes del siglo XVIII, que vivían en un magnífico departamento del mismo barrio. Muchos turistas anotaban, sorprendidos, que en la Argentina había familias que habitaban palacios de novela. El Museo de Arte Colonial tenía, además de sus muros, un tesoro, único en la Argentina y creo que en América, de muebles y objetos de arte de la colonia, principalmente peruanos. Tallas, cuadros, fraileros, confesionarios, mesas, armarios, platerías, una profusión inimitable de riqueza, de lujo extraordinario, de buen gusto y toque de arte realmente ejemplares. -
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La capilla, que convertimos, Zabala y yo, en salón de conferencia, era otra creación que emocionaba. El parque donde se daban conciertos al aire libre, en verano, no tenía parangón en Buenos Aires. Mientras Zabala y yo estuvimos al frente de ese Museo, no hubo un lugar de más intensa cultura en la Argentina. Todos los días había conferencias, recitales, conciertos, reuniones de instituciones sabias. Allí tenían su sede una serie de sociedades de historia y de letras. Yo fundé el Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, que después tuvo sus sesiones en el Jockey Club y ahora se reune en el Círculo Militar. También fundé el Instituto Americano de Arte, que presidió Zabala y del cual tomé la secretaría. El alma era Martín S. Noel. El Instituto organizó conferencias, nombró miembros de número y correspondientes hasta que desapareció en una época que no recuerdo. El intendente Carlos Alberto Pueyrredon, nuestro desaparecido compañero en esta Academia, tuvo que demoler la casa en que se hallaba instalado el Museo Isaac Fernández Blanco. No había otro lugar en donde llevar sus colecciones que el Museo de Arte Colonial. Así se refundieron las colecciones de los hermanos Noel con las de Fernández Blanco y se le cambió el nombre al Museo. Sólo en mayo de 1963 se hizo justicia a esta creación de la calle Suipacha 1422. El intendente invitó a la noble señora Elena Necol de Noel a descubrir una placa que dice, simplemente, Palacio Noel. Es el palacio de estilo virreinal más puro y sorprendente de América. Como último detalle de esta creación dificilmente superable, digamos que el arquitecto Martín S. Noel adaptó sus planos para conservar intacto un árbol dos veces centenario, que habían acariciado, en su viejo quintón tan próximo al río, los Estrada y los Pineda. 295
Noel fue un constructor maravilloso de edificios y de libros. Restauró el Cabildo de Luján, la Casa Radical, la iglesia de Nuestra Señora del Carmelo, la iglesia del Buen Pastor, el Hospital para obreros de la Sociedad de San Vicente de Paul, el Hospital Policial Bartolomé Churruca y las estaciones del subterráneo que lleva de Constitución a Retiro. Un gran amigo de Larreta, a quien mucho traté, don Carlos Reyles, el novelista cumbre del Uruguay, pidió a Noel que construyera su casa en su estancia "El Charrua". Fue otra creación digna de su talento. A él se deben, también, los planos de la suntuosa embajada de la República Argentina en la ciudad de Lima. Noel volvió a España en 1928. Al año siguiente publicó su precioso libro España vista otra vez. Catorce años había estado sin ver a España. La contempló con los ojos enriquecidos por nuevos estudios. Era el erudito que confirmaba sus intuiciones y sus teorías. Escribió sus impresiones en diarios y revistas de España y de la Argentina. Todos esos articulos son capítulos de su libro. Obra de poeta y de artista que viaja por ciudades rnilenarias y admira, como en su juventud, las iglesias, los castillos, los cuadros, las estatuas. En Vigo le emocionó el recuerdo de Rosalia de Castro, la dulce poetisa gallega. En la Rábida sintió el espíritu de Colón. En Sevilla comparó sus patios con los de Lima. Estudió el carácter original del barroco andaluz. Luego, en la Argentina, comprendió nuestro andalucismo. Vio su propia obra de Acelain como una resurrección inspirada en Granada. La consideró como la traducción plástica de La gloria de don Ramiro. Comparó a Ecija con un Cabildo de la Pampa, el río Luján con el Guadalquivir, Salamanca y Córdoba. Era la eclosión estética hispanoamericana. Confesamos que, salvo algunos contados discípulos, entre los cuales se hallaba nuestro colega, el gran Mario J. Buschiazzo, no había gentes con conocimientos y sensibilidad suficientes para comprender sus estudios y sus afirmaciones. Era el hombre que daba vida a toda una escuela arquitectónica que transformaba a la ciudad de Buenos Aires y a la Argentina y tenía una enorme influencia en el Uruguay y en otros países. A él se debe el gusto por el estilo español y colonial que aún vemos en cientos de casas y de villas en las ciudades de la Argentina y en no pocas estancias. Otros arquitectos lo imitaron. Buenos Aires tuvo grandes edificios de estilo español y de estilo colonial. Devolvió el gusto por lo hispánico. Nadie hizo tanto como él por la estética española. En el Ateneo Ibero Americano lo elegimos su presidente. El Instituto Americano de Estudios Vascos, que yo fundé en mi casa de la calle Charcas 3440ly que hoy, después de la Academia de la Lengua Vasca, de Bilbao, es la institución de estos estudios más importante del mundo, también lo nombró su presidente. Muchas naciones lo condecoraron. Los honores culminaron con la presidencia de la Academia Nacional de Bellas Artes. Sólo recuerdo algunos de sus principales estudios. El 20 de junio de 1931 leyó en la Junta de Historia otro análisis de La arqui296
tectura protooirreinal (Boletin, t. VIII, p. 39). Desde entonces no dejamos de vernos. Yo había entrado poco antes en la Junta, primero como correspondiente en España y luego como miembro de número. El 5 de noviembre de 1932 leyó en la Junta su medulosa interpretación de La arquitectura ibero andina (Boletin, t. VIII, p. 295). En el mismo año publicó su T eoria histórica de la arquitectura virreinal. Primera parte: la arquitectura proto virreinal. Trabajo denso de cultura, fuentes, documentos, influencias. El 3 de noviembre de 1934 dio en la Junta una conferencia sobre La cultura incaica como sedimento autóctono de las artes virreinales (Bol.'?tin, t. IX, p. 132). En 1936, el año en que se conmemoró el cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires, el gobierno del general Agustín P. Justo creó la Comisión Nacional de Homenaje que primero presidió Enrique Larreta y luego Mariano de Vedia y Mitre. Martín S. Noel fue uno de sus miembros y yo tuve la secretaría general. Bien sabido es todo lo que hicimos. Ahí está el obelisco que lo recuerda. Confiamos al escultor Juan Carlos Oliva Navarro el monumento a don Pedro de Mendoza en el Parque Lezama. Editamos una colección monumental de documentos que seleccionó Torre Revello. Fue aceptada oficialmente mi tesis acerca del lugar en que se levantó la primera Buenos Aires. N oel recibió, en la Academia Nacional de la Historia, a otro gran maestro de arte hispanoamericano, el ecuatoriano José Gabriel Navarro (Boletín, t. X, p. 196). Colaboró en el homenaje a Ricardo Levene con un estudio sobre la Relación histórica de la colonia en el Rio de la Plata, que se publicó en la revista Htcmarudades del año 1936 (t. XXV, segunda parte, p. 191 a 210). Es una bella visión de sus ciudades y edificios. Fue diputado por el partido radical entre 1938 y 1942. En este año, la Institución Cultural Española, que presidía el inolvidable Rafael Vehils, publicó su libro El arte en la América española. En 1945, la Academia Nacional de Bellas Artes editó en sus monografías del arte de los argentinos su elogiosa interpretación de la pintura de Pío Collivadino. Don Pío era el pintor clásico por excelencia. Perfecto en sus detalles, no había dificultad técnica que no superase. A él Y a José León Pagano debo mi nombramiento de profesor de historia argentina en la Escuela Nacional de Bellas Artes que entonces funcionaba en la calle Cerrito 1350. En 1947 el historiador y literato uruguayo Telmo Manacorda, autor entre otros libros magistrales, de una gran biografía de Fructuoso Rivera, publicó una historia, simpática y llena de magníficas revelaciones, de la casa Noel que tituló Introducción a la resta callada. No hablo de lo que significó en la cultura argentina la revista Síntesis, que editaron él y su hermano Carlos, porque sólo el índice y un breve análisis de sus valiosos artículos representaría una monografía. Ni puedo referirrne a los ciento y un títulos de sus libros y artículos que enumeró, en forma perfecta, nuestro amigo José Torre Revello cuando preparó su enorme bibliografía. 297
Repito que Martín S. Noel, con su extraordinaria producción, fue el más grande de los historiadores del arte americano y el creador de un sentimiento nacional del arte hispanoamericano y argentino. El 20 de noviembre de 1962 la Academia Nacional de la Historia le entregó solemnemente, en una ceremonia realizada en su casa, una medalla de oro que celebraba sus cuarenta y tres años de académico. Habló el presidente de la Academia, el doctor Ricardo Zorraquin Becú, y pronunció un discurso el académico José Torre Revello, su amigo y colaborador. Fue su última emoción. También estaban emocionados los colegas que concurrieron a ese acto. Tenían todos la sensación de que algo grave flotaba en el aire. Se hizo lo posible para evitar emociones fuertes. Falleció el año siguiente, el 7 de febrero de 1963. En su entierro representó a nuestra Academia, con un justo discurso, el eminente José Torre Revello. Otras personalidades hicieron oir su voz. El gobierno le decretó honores de Poder Ejecutivo. La bandera argentina quedó a media asta en todos los edificios públicos, unidades del Ejército, de la Marina y de la Aeronáutica. Había nacido el 5 de agosto de 1888 y tenía setenta y cinco años. Hoy, a los diez años de su muerte, lamentamos más que nunca su ausencia. Falta el gran maestro de la historia del arte hispanoamericano, y falta, sobre todo, el amigo tan querido y tan admirado. No sabemos si está aquí, entre nosotros, nos mira y nos sonríe. La Academia tributa su homenaje a su memoria y lo extiende a su preclara esposa, la señora Elena Necol de Noel, a sus hijos y descendientes. Entre ellos hay hombres de talento, escritores y estudiosos insignes. La Academia espera que algun investigador analice su producción histórica. En ella se encontrará la comprensión de nuestro arte, las raices históricas de nuestra alma, nacida en España, fundida en lo americano y convertida en un mundo nuevo que también podemos llamar el milagro argentino. Y se hallará, en especial, el genio de Martín S. Noel, el hombre que dio a nuestra patria el amor a nuestro viejo arte y enseñó a los jóvenes argentinos la esencia y el espíritu del más puro nacionalismo estético de la cultura americana.
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