CHRISTOPHERSEN, ALEJANDRO

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ALEJANDRO CHRISTOPHERSEN

Adelaida

El panorama arquitectónico de nuestro país, desde la segunda mitad del siglo pasado hasta las primeras décadas del presente, se caracteriza por una profunda crisis de valores. Esta crisis se evidenció asimismo en Europa, donde la arquitectura -exceptuando la acción visionaria de contadas personalidadesse debatía en una impasse, abocándose los artistas a la mera reproducción de modelos antiguos. En nuestro medio, desintegrados los marcos culturales de la colonia, la arquitectura vernáculo es reemplazada por la aplicación indiscriminado de los más dispares revivals -griego, gótico, renacentista, francés, por no mencionar sino algunosque irrumpieron, directamente importados de Europa, impidiendo la formulación, aún por parte de artistas sensibles, de una arquitectura autóctono, y como tal, vital y sincera.

Su arquitectura se delinea con la singular impronta de su personalidad, trascendiendo el general anonimato de lo que fuera denominado por Nikolaus Pevsner, historicismo del siglo XIX.

Es un período de detención en la búsqueda de valores nuevos, de proyección hacia un pasado, ni siquiera propio sino foráneo, a partir del cual se elaboraron expresiones híbridas, estériles y enceróniccs . En dichos estilos difícilmente podamos encontrar una trayectoria clara y definible como evolución, excepto en el deseo de alcanzar exactitud arqueológica, fruto de la crítica filológico del arte que caracterizó al siglo desde 1830. Lo inédito no tuvo así cabida en esta gran competencia de sistemas asociativos en los cuales el estilo, lejos de ser una actitud, se convirtió en un clisé susceptible de cambiarse de acuerdo con el gusto del cliente y fue impreso a la arquitectura como una calcomanía, respondiendo a las exigencias de una burguesía que miraba cada vez más y exclusivamente a los modelos culturales europeos. Precisamente Alejandro Christophersen, arquitecto de nacionalidad noruega que se radica en nuestro país desde 1887 hasta su muerte en 1946, será el fecundo intérprete de las altas clases porteñas, construyendo en nuestro país y en la vecina república del Uruguay más de un centenar de obras.

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Arribillaga

Si bien Christophersen realizó la mayor parte de su obra dentro de los cánones de la arquitectura francesa del siglo XVIII -que gozaba de un prestigio singular a principios de sigloy en algunas ocasiones resolvió sus trabajos en estilos diversos, sería inexcusable adoptar una actitud crítica que rotulara indiferentemente su obra c o m o ecléctica, y no apreciara los verdaderos valores que definen sus mejores trabajos. Es con este criterio que consideraremos algunas de sus obras. En el palacio Anchorena, en la Plaza San Martín, octuclrnente nuestra Cancillería (foto 2)';' la fuerza expresiva de la composición está referida a un acusado eje central y dos cuerpos simétricos, a diferencia de las vistas laterales que responden a ordenamientos más libremente regulados. Es un conjunto enérgico, tenso, abigarrado, animado de distintas secuencias modulares que se vigorizan en una potente concepción volumétrica, no por ello menos refinada. Siguiendo un típico arreglo francés, el autor ha enlazado las dos alas que definen los extremos del frente principal con el cuerpo central, claramen'te retrocedido, por medio de una columnata que obraza en su desarrollo el espacio elíptico del gran patio de honor y exalta la concavidad espacial de la parte central. La masa arquitectónica, flexiblemente tratada, permite en la reunificación de los tres cuerpos citadOS, una paulatina evolución de la imagen visual a través de múltiples impresiones cambiantes. Es allí donde, a nuestro juicio, la obra pierde en gran parte la manifiesta claridad estructural que poseen las alas de la fachada principal, para trocarse en una profusión de formas un tanto disonantes. No obstante, ellas se concilian visualmente merced a la pujante cornisa que,

1, 2,

Iglesia Palacio

Nórdica.

San

detclle.

Martin,

pórtico

central.

2


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