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El entramado femenino de las cortes israelitas
Los ciudadanos de países de tradición monárquica tenemos imágenes, nombres, historias, etc. que nos permiten reconstruir las historias de otras cortes, también las de los reinos israelitas en el período del Hierro. Este artículo fija su atención en los textos que describen el período monárquico de Israel y Judá, tratando de identificar el abanico de mujeres que desempeñaban funciones dentro de la estructura de la corte. Estas mujeres, anónimas o no, desvelan el carácter opaco de los espacios femeninos, su contribución al desarrollo de las respectivas cortes y, con ello, a la prosperidad de los monarcas varones. El estudio destaca, además, la fuerza de muchas de ellas y, también, su vulnerabilidad.
Los Or Genes De La Monarqu A De Los Reinos Israelitas
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La corte de un rey o una reina es el entorno compuesto por todos aquellos que le atienden y hacen posible su servicio: sirvientes, funcionarios administrativos y militares, músicos, sacerdotes… Pero, además, a todo monarca le acompaña su familia, la “familia real”, que suele estar compuesta de bue- na parte de sus parientes (esposas, madres, hijos e hijas, hermanas…).
A lo largo de la historia, las monarquías, dependiendo del contexto histórico o cultural, han ido modificando la estructura, la composición y la “filosofía” de la corte a su servicio. Y, así, incluso en un mismo país, la incorporación de una cultura democrática ha obligado a reconfigurar la monarquía, una institución en la que la tradición consolida una serie de prácticas y derechos que, muchas veces, están lejos de las ideas que conforman las dinámicas democráticas.
Nuestro conocimiento del surgimiento de dos entidades políticas de matriz israelita a lo largo del Hierro II, Israel y Judá, revela que ambas eligieron la monarquía como forma política de gobierno.
La manera concreta de organizar la estructura y el funcionamiento de la corte; el rol de los reyes y reinas; el personal masculino y femenino a su servicio, etc., se inspiró, con toda seguridad, en las costumbres, la praxis y las tradiciones de los imperios del Próximo Oriente antiguo en el marco de los cuales surgieron. Es muy posible que, en los albores del siglo X a.C., el control que las ciudades fenicias, principalmente Tiro, ejercían en los territorios del Levante se tradu- jera también en la cultura política, en los gustos estéticos y en la forma de gestionar la casa de un rey. Así, no sorprende que el rey Ajab de Israel y el rey Itobaal de Sidón concertaran el matrimonio del primero con la hija del segundo, la princesa Jezabel (2 Re 16,32). Tampoco resulta extraño que ella fuera una mujer con un cierto nivel de instrucción, que gustara del lujo, que desempeñara funciones de carácter cultual y que tuviera una autonomía como para gestionar determinados asuntos de la corte. De la misma manera, no llama la atención que el palacio y la corte del rey Salomón, en cuya construcción había participado Hi- rán de Tiro (2 Sam 5,11; 1 Re 5ss), sorprendieran a la reina de Saba por la decoración de oro, plata, marfil y animales exóticos, así como por el protocolo, rituales y otros elementos (1 Re 10,4-5).
Ahora bien, las fuentes históricas extrabíblicas no aportan demasiada información acerca de la vida en la corte de los reinos israelitas, y por ello solo podemos rastrear la forma en la que las monarquías israelitas se estructuraron, examinando con cuidado los libros bíblicos. Por ello, nuestra búsqueda se focalizará en los libros de Samuel y Reyes, y en el Salmo 45, un epitalamio real. Tendremos de fondo, además, los textos de los profetas que conocieron las monarquías israelitas, así como los poemas del Cantar de los Cantares, porque utilizan las metáforas reales en su composición, independientemente del período histórico al que corresponden.
Las Monarqu As Israelitas
Y EL PAPEL DE LAS MUJERES EN ELLAS
Los textos bíblicos en los que investigar la estructura de las cortes israelitas para descubrir a sus protagonistas femeninas están insertos en su mayoría en la conocida como “Historia deuteronomista” (HDta), una colección que lleva impresa una fuerte teología que pone su centro en la adhesión de Israel a
Yahvé, su único Dios, que, además, es rey del pueblo, con el que ha hecho una alianza. Así, la idolatría aparece como el pecado principal de los israelitas y adopta, precisamente en la monarquía, una de sus formulaciones más peligrosas. Por esa razón, desde sus orígenes, la monarquía se presenta también como un peligro para la fidelidad a Israel: “Atiende cualquier petición que el pueblo te haga [lo que piden es un rey], pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que yo no reine sobre ellos” (1 Sam 8,7). A lo largo de la historia acabará evaluándose como un pecado (1 Sam 12,19), y los distintos textos justificarán la desaparición de los reinos israelitas como fruto de la mala gestión de los reyes (Miq 6,16), que pone en peligro la propia seguridad de los israelitas, que acabarán aborreciendo la monarquía (1 Sam 8,18). Por otra parte, el sesgo religioso de estos libros se aplica con fuerza singular al examen de la monarquía del territorio del norte, totalmente deslegitimada por carecer de vínculos con la dinastía de David, la única escogida por Yahvé (2 Sam 7).
El N Cleo De La Familia Real
La lectura de los textos bíblicos parece dejar claro que las monarquías israelitas estaban presididas por un rey, varón, que no tenía reina consorte, y que, como en otras monarquías del Próximo Oriente antiguo, los reyes israelitas tenían varias esposas y concubinas, que posiblemente convivían en el harén de la corte.
Los textos de la HDta nunca identifican con el título de “reina” a las esposas de los reyes de la monarquía israelita, a no ser que fueran extranjeras (la reina de Saba, la reina Jezabel o la reina Ester de Persia). Las reinas podían ser extranjeras si el matrimonio sellaba alianzas políticas de carácter internacional. Así, la primera esposa de Salomón era hija del faraón de Egipto, y Jezabel, del rey de Sidón (2 Re 16,32).
Jezabel, por su origen fenicio, representa un modelo de mujer en la corte que solo encontramos en el reino norte: ostenta el título de reina, lidera el culto idólatra a los dioses del panteón fenicio, con autoridad para perseguir y exterminar a los profetas de Yahvé (1 Re 18,4). Su feminidad, su forma de pintarse y vestirse (2 Re 9,30), reproduce la moda cultural fenicia, que podemos reconocer, además, en las técnicas de construcción (molduras, capiteles, tallas…); el uso de materiales (madera de cedro y marfil, principalmente), y la decoración (flores, frutos…). Pero su autonomía, su capacidad para influir y decidir (escribe cartas, redacta documentos, usa el sello de su esposo… 1 Re 21,8-9), reproduce un modelo de mujer mucho más cosmopolita que el que reconocemos en
Desde sus orígenes, la monarquía se presenta también como un peligro para la fidelidad a Israel. A lo largo de la historia acabará evaluándose como un pecado, y los distintos textos justificarán la desaparición de los reinos israelitas como fruto de la mala gestión de los reyes la corte de Judá, que, por otra parte, está confirmado por los hallazgos arqueológicos, que han sacado a la luz sellos cilíndricos de los que eran propietarias algunas mujeres de la aristocracia fenicia, que los utilizaban en la correspondencia y la redacción de documentos importantes y con los que marcaban su autoridad e identidad.
Este mismo modelo de mujer lo reconocemos en Atalía, madre de Ocozías, rey de Judá, pero descendiente de Omrí, que llegó incluso a ocupar transitoriamente el trono del reino del sur (2 Re 11).
Podríamos considerar, además, que Betsabé, casada con un hitita, fuera también extranjera; eso explicaría su manera de gestionar el acceso al trono de su hijo Salomón.
Otras esposas extranjeras –moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas– que llevan el nombre de “princesas”, quizá por su linaje real, incorporaron a la vida de la corte de Salomón cultos a divinidades ajenas al pueblo de Israel: Astarté, diosa de los sidonios; Milcom, ídolo de los amonitas; Quemós, divinidad de Moab, y Moloc, dios de los amonitas (1 Re 11,5-7). No solo eso; construyeron santuarios y ofrecieron incienso y todo tipo de sacrificios (1 Re 11,8).
Las esposas de los reyes israelitas podían ser nativas, como se advierte en el elenco de las madres de los reyes de Judá, cuya procedencia se hace notar: Maacá, madre de Abías, de Guesur (1 Re 15,2); Sibia, de Berseba, madre de Joás (2 Re 12,1); Joadán, madre de Amasías, de Jerusalén (2 Re 14,1); Jecolía, madre de Azarías, también de Jerusalén
(2 Re 15,1); Yedida, madre de Josías, de Boscat (2 Re 22,1); Hamutal, madre de Joacaz, de Libna (2 Re 23,31), y Zebuda, madre de Joaquín, de Ruma (2 Re 23,36). Estas esposas no tenían por qué pertenecer a familias de carácter aristocrático, de modo que se asegurara su noble cuna; podían ser hijas de mercaderes plebeyos o miembros destacados del ejército. De hecho, el rey podía reclamar a cualquier mujer para hacerla su esposa, aunque para ello tuvieran que abusar de su poder. Las historias de Betsabé, Abigail o Mical son un buen ejemplo de ello.
El salmo 45 parece confirmar la celebración de unas nupcias públicas y fastuosas, y pondera en la esposa su belleza y el lujo de su ajuar. Además, el texto parece sugerir que cada nueva esposa venía acompañada de un séquito que quizá se incorporaba al harén o simplemente aumentaba en número las damas de compañía de la recién casada.
Ahora bien, lo que realmente marcaba la diferencia entre unas esposas y otras era el hecho de que fueran la madre del heredero o no, sin que podamos definir con exactitud si las últimas ejercían alguna influencia sobre el rey. Así, por ejemplo, en la historia del acceso de Salomón al trono es notable la capacidad de Betsabé para manejar los hilos del poder y de establecer una sólida alianza con Natán, el profe- ta de la corte, para conseguir que su hijo fuera nombrado heredero. Y en la historia de Saúl, la imagen de Rizpá protegiendo los cadáveres de los hijos del monarca de los depredadores es una vindicación de la memoria de estos y, con ella, de toda la dinastía (2 Sam 21,10-14).
Junto al rey y sus esposas estaban también las concubinas, mujeres al servicio de las necesidades sexuales del rey. Todas ellas constituían el harén, que, según los textos, era en ocasiones muy numeroso (2 Sam 5,13-16; 20,3; 1 Re 11,3; Cant 6,8), a pesar de las advertencias de Dt 17,17, que no lo consideraba conveniente. En la historia de Saúl, a quien no se le conoce esposa o madre de alguno de sus hijos, Rizpá, su concubina, revela la situación y el rol de las mujeres de la corte cuando el soberano caía en desgracia. De la misma manera, las concubinas de David quedan desprotegidas cuando este abandona Jerusalén perseguido por su hijo Absalón (2 Sam 15,15), y se ven obligadas a permanecer en la ciudad para proteger el palacio. Además, tanto Rizpá como las concubinas de David sufrirán abuso sexual por parte de los varones –Absalón y Adonías–, que pretendían el poder y que, dominándolas, anticipaban su triunfo (2 Sam 3,6-7; 1 Re 2,17-25).
En el círculo de la familia del rey, los textos bíblicos identifican también, y con un título propio que podemos traducir como “gran señora”, a las madres del soberano reinante (1 Re 15,10; 2 Re 10,13). La historia de Maacá, madre de Asá, que fue despojada de su rango por introducir en el templo de Jerusalén un culto de carácter idolátrico (1 Re 15,13-15) y el “golpe de Estado” de Atalía después de la muerte de su hijo (2 Re 11) son, quizá, buenos ejemplos de la influencia que estas “reinas madre” podían llegar a desempeñar en la corte. Pero el texto permite saber que otras dos mujeres mantuvieron en la corte el título de “reina madre”, Nejustá, madre de Joaquín, que marchó prisionera de Nabucodonosor como su hijo y otros miembros de la corte (2 Re 24,8 y 24,12), y Hamutal, madre de Sedecías, que corrió la misma suerte (2 Re 24,18).
Por otra parte, los textos constatan cómo la vida de las hijas casaderas de un rey israelita servía a los intereses de su padre y de los otros varones de la familia. Así, en la familia de Saúl, Merab y Mical, sus hijas, son utilizadas repetidamente por su padre para premiar y castigar a David, entregándolas y sustrayéndolas de distintos maridos (1 Sam 18,17-19.20); en la familia de David, su hija Tamar, que vestía una túnica de mangas anchas propia de las hijas casaderas del monarca, es violada por su hermanastro Amnón sin que su padre interviniera indisponiéndose con uno de sus hijos varones; en la familia de Salomón, nos consta que su hija Bosmat fue entregada en matrimonio al gobernador del distrito de Neftalí (1 Re 4,15); parece, además, que dos de las dieciocho esposas de Roboán eran descendientes directas de David. Y, por último, aunque el dato es muy breve y aparece en textos más tardíos (1 Cr 2,16), conocemos que David tenía una hermana, Seruyá, y que sus tres hijos, Joab, Abisai y Asael, desempeñaron grandes responsabilidades al servicio del ejército de David, hasta el punto de que este tuvo, en ocasiones, dificultades para controlarlos (2 Sam 3,39; 16,9ss).
LAS MUJERES AL SERVICIO DE LA FAMILIA DEL REY
Más allá de la estrecha familia del rey, los relatos del período monárquico sacan a la luz otros personajes femeninos que desempeñaban funciones al servicio del rey y su familia.
Así, en el plano de la atención propiamente doméstica, sabemos que Abisag, una mujer de Sunam, llegó a la corte para cuidar del anciano David, “de pie durante el día y acostada de noche” (1 Re 1,2).
Esta mujer destaca en el relato por dos motivos; primero, porque no aparece referida a ningún varón (padre, esposo, hermano…), solo se dice que provenía de Sunam, en el territorio del reino del norte. Pero, además, su servicio se describe con un término propio de ministros, servidores e incluso sacerdotes, todos ellos varones altamente cualificados. Aunque no sabemos cuál fue su estatus legal o sexual –¿era virgen?–, el texto no la considera una concubina (1 Re 1,4) y la sitúa junto al rey David en los últimos momentos de su vida, cuando existía un importante conflicto sucesorio. Esa proximidad le permitía estar presente en momentos totalmente privados y comprometidos, como la visita de Betsabé y Natán para presionar al anciano rey (1 Re 1,15-27).
Por otra parte, los textos notifican el importante papel de las nodrizas que se ven en otras historias bíblicas (Gn 35,8; Ex 2,7). El término hebreo para identificarlas sugiere la figura de quien amamanta a un niño, aunque, en algunos casos, se identifican varones encargados de su educación dentro de la corte. Posiblemente, porque ciertas concepciones atávicas consideraban que la cría generaba un tipo de vínculos muy estrechos, se exigía que las mujeres a quienes se entregaban los bebés tuvieran unas ciertas cualidades de carácter, linaje, educación, etc. Y así, aunque la Biblia no lo explicita, podemos suponer que las nodrizas fueran esposas o madres de funcionarios importantes de la corte o el ejército. Por otra parte, otras historias como la de la muerte de Débora, la nodriza de Rebeca (Gn 35,8), llevan a pensar que adquirían un cierto nivel de pertenencia a la familia cuyos infantes criaba.
La HDta ha dejado rastros de la historia de dos nodrizas que lo fueron de hijos de reyes. En la historia de la descomposición de la familia de Saúl conocemos a la nodriza de Mefibóset, el hijo discapacitado de Jonatán, que protegió y defendió la vida de este niño (2 Sam 4,4), de manera que David acabó integrándolo en la vida de la corte como único superviviente de la dinastía de Saúl (2 Sam 9). Por otra parte, después del “golpe de Estado” de Atalía, la nodriza del hijo de Joás, siguiendo las indicaciones de Joseba, hermana del rey Ocozías, mantuvo escondido al niño durante seis años en el templo (2 Re 11,1-3). Por último, y aunque los textos que describen la corte no nos hablan de ellas, estamos seguros de la presencia de algunas mujeres atendiendo a las esposas y concubinas del rey en todo lo relativo a los partos, enfermedades e incluso entierros (así en la historia de la estancia en Egipto en Ex 1,15-22 o en el final de la dinastía del sacerdote
Elí [1 Sam 4,19-22]). Por esta razón, y aunque no las conocemos, en el círculo próximo al harén habría no solo parteras y mujeres que desempeñaban funciones de carácter ritual –oraciones, liturgias…– en el momento del parto, sino también mujeres que instruían y daban consejos de reproducción y medicina sexual a las mujeres del harén, particularmente a las más jóvenes.
LAS MUJERES EN LOS SERVICIOS DOMÉSTICOS DE LA CORTE
Fuera del entorno de su familia formaban el tejido de la corte una serie de funcionarios que hacían posible su funcionamiento. Son funcionarios con deberes domésticos: siervos, cocineros, coperos, panaderos o mozos de establo (1 Sam 8,13; 1 Re 10,4-5), funcionarios y personal administrativo, como los secretarios personales o los cronistas (2 Sam 8,16; 1 Re 4,3; 2 Re 22,3) y miembros de la guardia real y militares (1 Sam 8,11; 22,14; 2 Sam 11,9). Sin embargo, resulta difícil reconocer la presencia de mujeres, posiblemente porque sus oficios se desempeñaban en el interior del palacio y, en general, no contribuían a visibilizar el poder, el lujo y la sofisticación de la corte. Con todo, una lectura atenta de los textos saca a la luz una pléyade de mujeres que desarrollaban trabajos domésticos: perfumistas, cocineras y panaderas (1 Sam 8,13); cantoras, a las que se describe portando panderos (2 Sam 1,24;
Tomás García-Huidobro
Cuando lo humano y lo divino convergen
Encuentro, transfiguración y apofatismo en el judaísmo y en el cristianismo primitivo
Ez 32,16; Jr 9,16-19), y que, además de celebrar las victorias militares, parece que participaban en celebraciones cultuales de carácter “alternativo” (Jr 7). En este mismo ámbito del culto deberíamos anotar la presencia de las plañideras, identificadas como las mujeres que públicamente pronunciaban lamentaciones con motivo del fracaso en la guerra o la muerte (2 Sam 1,24; Jr 9,17-21; Ez 32,16).
Como hemos visto, los textos no destacan a ninguna mujer en singular, probablemente por la ínfima consideración que sus empleos tenían, pero nuestro conocimiento cada vez mayor de la sociología de las monarquías israelitas nos obliga a visibilizarlas.
Las Mujeres Profetisas
Los textos asumen con normalidad que existieran profetas empleados en la corte, que posiblemente desempeñaban funciones de consejeros, interpretando acontecimientos e interviniendo en algunas “maniobras” de las personas de confianza del rey. Es ahí precisamente donde aparecen los dos profetas de la corte de David y Salomón, Natán y Gad (2 Sam 7; 24,11), el profeta del reinado de Jeroboán I (1 Re 13), y Jehú, hijo de Hananí, durante el reinado de Baasá (1 Re 16,1-7).
Los textos han conservado también la memoria de dos mujeres que desempeñaron funciones de nigromancia, adivinación y profecía al servicio de los reyes.
Así, durante el período de decadencia y fracaso de la monarquía de Saúl conocemos la visita del rey a la nigromante de Endor (1 Sam 28), tratando de discernir la voluntad de Dios, que ya no se le comunicaba “ni por sueños, ni por el urim ni por los profetas” (1 Sam 28,6).
Durante el reinado de Josías, la confusión creada por la aparición de una copia del libro de la Ley obliga a buscar una orientación, una clave para interpretar el acontecimiento. En ese momento aparece Hulda, esposa de Salún, un funcionario al servicio de la corte como encargado del guardarropa del templo. Los asesores más próximos a Josías se dirigen a ella, que no es una profetisa de la corte, porque vive en el barrio nuevo. La importancia de la embajada y los embajadores sugiere no solo la gravedad de la situación, sino también la estatura profesional de Hulda, que se sabe profetisa y profetiza, aunque no se conoce qué medio utiliza (sueños, visiones, éx- tasis…). En todo caso, su autoridad no se discute; su palabra es concisa, clara y, por cierto, políticamente incorrecta (2 Re 22,16-20).
Por último, en el marco de las guerras intestinas de la familia de David hay que destacar a las mujeres que fueron elegidas por su sagacidad para engañar al enemigo. En Técoa, una mujer engaña a Absalón (2 Sam 14) para favorecer el regreso de David, y las mujeres de En-Rogel y Bahurín hicieron de espías y recaderas y escondieron a Ajimaas y Jonatán (2 Sam 17,17).
Conclusiones
El rápido recorrido que hemos hecho por los textos bíblicos ha ayudado a visibilizar los nombres y las funciones de un buen número de mujeres israelitas en la corte de esos reinos.
Lo primero que llama la atención es que prácticamente todas las mujeres identificadas singularmente, también las madres de los reyes, se presentan por relación a un varón (padre, esposo, hermano…). En el caso de las esposas de los reyes, solo Jezabel y Atalía, ambas fenicias, ostentaron el título de reinas. Esa singularidad se explica por el carácter androcéntrico de la monarquía israelita, propio de la teología deuteronomista, que afirmaba a Yahvé como único rey de Israel, y a los monarcas como una suerte de vicarios del único Dios. En esa perspectiva, la idea de una reina resultaba difícilmente asumible; no solo por la dificultad que suponía la identificación de una persona de género femenino, sino, fundamentalmente, por la rápida conexión con las divinidades femeninas de los cultos cananeos de fertilidad, que la HDta combatía por su carácter idolátrico. Y así se pueden entender los prejuicios de carácter religioso que envolvían la vida de las mujeres, que las excluían del culto y que las con-
Bibliograf A
vertían en icono del mayor pecado de Israel.
Algunos relatos, además, han visibilizado la figura de las madres de reyes que ostentaban un título concreto dentro de la jerarquía de la familia del rey, que les daba un cierto margen de actuación en los asuntos de la corte.
La detallada descripción de la monarquía del sur, particularmente la de los primeros reyes, Saúl, David y Salomón, ha desvelado con mayor claridad el papel que en la vida de la corte desempeñaba el harén, el conjunto de las hijas casaderas e incluso alguna de las hermanas del rey. Este acercamiento a las mujeres de la familia del rey ha desvelado también que su condición no las eximía de la vulnerabilidad que afectaba a las mujeres en general, y que pasaba, generalmente, por la violencia contra sus cuerpos o sus hijos. Betsabé llega a la corte como consecuencia del capricho del rey, y a costa de perder a su esposo (2 Sam 11), y Abigail fue reclamada por David para casarse en cuanto enviudó (1 Re 25). De la misma manera, David se cobró con la muerte de los hijos de Merab y Mical el compor- tamiento que habían tenido con él (2 Sam 6,23; 21,8), y Betsabé perdió a su primogénito como consecuencia del pecado de David (2 Sam 12), igual que sucedió con el hijo de Jeroboán I (1 Re 14). Y las madres de los dos últimos reyes de Judá sufrieron el mismo destino de sus hijos, la deportación a Babilonia y la pérdida, al menos temporal, de su condición regia.
Con todo, en medio de esta realidad hemos puesto en valor a las mujeres que, dentro de la corte –Betsabé, Abisag, Maacá– o a su servicio, pero fuera de su espacio –Hulda y la nigromante–, lograron, también en el reino del sur, conducirse con ciertos niveles de autonomía, decisión y autoridad. El trabajo ha presentado igualmente a colectivos aparentemente menos relevantes, como las nodrizas, parteras, plañideras, perfumistas o cantoras, que casi no dejaron rastro en los textos, porque el mundo femenino estaba vedado a los varones escritores.
Y así, al terminar, parece posible unirse a quien dijo: ”No deseo que las mujeres tengan más poder sobre los hombres, sino que tengan más poder sobre ellas mismas“.
> M. GARCÍA
, Women at Work in the Deuteronomistic History. Society of Biblical Literature, Atlanta, GA, 2013
> J. M.
LLAGUNO, “Modelos de mujer en la historia deuteronomista: excusa, legitimación y propaganda”, en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos [Sección de Hebreo] 58 (2009), pp. 113-138.