Enrique García-«Noticias de Asterión»

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§ 01. INTRODUCCIÓN: Desde que los hombres se plantearon el problema de su existencia, veneran o temen al “Padre que está en los Cielos”. Sospechan que la naturaleza no puede ser exclusivamente Natura. La conciencia de la trascendencia del Cielo es una de las primeras adquisiciones del ser humano. El Cielo, después de todo es, para todos los hombres, el prototipo de lo que es elevado, de lo que es infinito, de lo que es inmóvil y de lo que es poderoso. En Grecia, en aquella Grecia arcaica anterior a Homero, Urano es el Cielo, divinidad comparable en múltiples aristas a Varuna, dios masculino, poderoso fecundador que, curiosamente, sólo engendra monstruos. En la mitología griega, los monstruos simbolizan la existencia de un período anterior a la creación racional de los hombres. La Tierra y el Cielo son elementos complementarios de un universo concebido primitivamente, son símbolos de hombres y de dioses. Esta figura está llamada a recordar, con su existencia misma, una especie de cosmogonía esquemática. En pueblos tan distintos como los maoríes hallamos al Cielo o Rayi y a la Tierra o Poga, tanto como entre los griegos hallamos a Uranos y a Gea, los hijos de la Tierra y del Cielo. Los hombres, en un principio en las tinieblas, entre los maoris, o rodeados de monstruos nacidos de Uranos, entre los griegos; separan a la pareja, rechazando el Cielo hacia lo alto, los maories, o castrándola, los griegos. En otros lugares, como en Thahiti, encontramos el mismo simbolismo, tal vez más precisamente concreto: una planta, símbolo de la fecundidad, es la que, al parecer, aleja al Cielo de la Tierra.

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Entre los chinos, el héroe emperador Chang-Li le pone fin al tiempo en el que podía pasarse en cualquier instante del Sol a la Tierra; progresivamente, el mundo crece y la división se acentúa. En el Cielo, no sólido, flotan la Luna y el Cielo para cierta línea del pensamiento chino. Para otros es el Cielo, en el cual están fijados estos astros, la sustancia que los arrastra en su movimiento. La idea de un cielo no sólido tranquilizaba a los que temían, como los galos, que el Cielo cayera sobre sus cabezas. Sería imperfecto imaginar al sistema solar ocupado exclusiva mente por el Sol y por los planetas principales. Si bien es cierto que, viniendo del espacio intersideral, estos son los únicos planetas que veríamos durante la mayor parte de nuestro trayecto, no es menos cierto que algunos millares de ellos, provistos de una individualidad propia, pueblan el sistema del Sol. Es el caso de la familia de los asteroides, nacidos de los estallidos de algunos pequeños planetas, los que constituyen fragmentos minúsculos, de forma irregular, que devienen en pedazos rotos de un astro de grandes dimensiones. Contrariamente, en los otros planetas, la forma asume la figura de esferas aproximadamente exactas que “denuncian” el curso de un proceso de condensación lenta y progresiva. Cualquier observador, emboscado detrás de su lente implacable, podría percibir el resplandor y el color variable de los asteroides, tal como es el caso del pequeño planeta Eros. Estos pequeños planetas del sistema solar no “juegan” un papel demasiado importante. Sin embargo, pueden ocupar un lugar privilegiado en el concierto de los incuantificables intereses humanos. Baste mencionar que, en la actualidad, ofician como hitos, como mojones cósmicos. Entre ellos, aquellos que se encuentran bastante cerca de la Tierra, como Eros o Amor, pueden ser utilizados para medir la distancia al Sol. Igual que el Cielo, los objetos o fenómenos celestes, son atributos necesarios del dios del Cielo. Así truenos y meteoritos son reconocidos como sagrados. Poco a poco los dioses primordiales, demiurgos omniscientes de carácter puramente uránico, son acompañados y reemplazados por numerosos dioses, cuyo simbolismo se vincula esencialmente con la vida fecundante, la vegetación y la reproducción.

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Urano, castrado por su hijo Cronos, el Tiempo, cae en el olvido y es reemplazado por Zeus y sus formas más modernas: Júpiter y Odin. Estos dioses conservan sus atributos celestiales. Zeus, por ejemplo, sigue siendo el dios del Trueno, al mismo tiempo que puebla el mundo con sus desbordes genésicos, se alza como un toro fecundante sin par. Los sacrificios son tal vez la primera forma activa de la religión, ya que los hombres sencillos intentan por todos los medios influir sobre las poderosas divinidades celestes. Los paganos ofrecían sacrificios de seres humanos a los astros que se les parecían. Es así que a Marte, planeta rojo, sacerdotes vestidos de rojo sacrifican hombres pelirrojos con mejillas enrojecidas en un templo decorado de rojo. Estos son procedimientos mágicos, digamos de carácter “homeopático”. El sacrificio de doncellas y mancebos a Asterión, Asterio o Minotauro, también implica un significado mágico. Las historias de los hombres que capturaron al Sol con ayuda de algún ardid o estratagema son numerosas. Estas conductas suelen ser castigadas: Ícaro, resulta prisionero del Minotauro-sol, porque quiere rivalizar con él; Orfeo, pierde a Eurídice porque desobedece la orden de volver su vista atrás, y Prometeo es encadenado contra una roca, y devorado continuamente por un buitre por su soberbia de robar fuego del sol y animar al hombre con él, asimilándolo a la divinidad. Aquel que menta el rito, la magia o la religión, no puede eludir la referencia al templo. Los templos chinos están edificados a imagen de la religión china de las cifras. Las casas, los árboles, representan aproximaciones a los templos y simbolizan el universo. Tal vez no haya mejor ejemplo que el de las kivas de los indios de América del Norte, construcciones aun intactas en las viviendas trogloditas de las mesetas de Nuevo México o de Arizona. Estos templos circulares exhiben dos agujeros: uno que va al cielo y otro que desciende hasta los dominios subterráneos. Las escalas de acceso representan el Arco Iris y los bancos son las nubes. Asterio o Asterión, cuyo significado parece comunicarnos la idea de un encostelado, es no sólo un asteroide, un fragmento, un pedazo roto de una totalidad mayor, un híbrido informe en su forma semihumana (hombre-toro) sino un intermedio a mitad de camino entre Cielo y Tierra: un Minotauro, el Minotauro. En la Tierra, su casa es un templo,

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tal vez una “plaza de toros”, un laberinto que es su universo. Hay un elenco de simbolismos que manifiestan un claro sentido religioso, trascendental y cosmogónico.

§ 02. ANÁLISIS LITERARIO: Apolodoro (c. 180 a J.C.) fue un historiador griego. La cita que encabeza, reza: “Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión”, está tomada de su obra Biblioteca III.I. Avisa, anuncia, preanuncia que Pasifae, esposa de Minos, alumbrará a un ser dual con cabeza de toro y cuerpo de hombre: el Minotauro, cuyo nombre resulta más familiar, más afín a la cultura literaria, como lo registran Abelardo Arias en su “Minotauroamor” y Julio Cortázar en “Los Reyes”. Jorge Luis Borges, en “La casa de Asterión”, presenta al Minotauro como Asterión, como lo ha hecho Apolodoro, bajo el significado de “encostelado”, sin hacer mención alguna al Minotauro (salvo sobre el final, en el desenlace), según conjeturamos para enriquecimiento de un modelo de comunicación más atractivo y enigmático,

mediante

una

elaboración

caracterizada

por

un

extraordinario y sorprendente poder de síntesis. La mitología lo registra como aquel que, por puro placer de monstruo, anualmente devoraba siete doncellas y siete mancebos muy hermosos, como prenda, como ofrenda para que los áticos cubrieran su libertad. En la raíz del enigma palpita la muerte de Androgeo, determinada por Egeo, rey de Atenas y padre de Teseo. Así como Abelardo Arias, en su “Minotauroamor”, reprocha que se lo haya inventado como un monstruo, el Minotauro, que se alimentaba de carne humana y que se lo olvidara como Asterio; Jorge Luis Borges, lo reivindica, en “La casa de Asterión”, con su verdadero nombre, desde

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una perspectiva vital más promisoria y, Julio Cortázar, en “Los reyes”, lo resignifica otorgándole una trascendencia espiritual propiciatoria cuando Teseo rescata la dimensión humana de su dualidad. El rey Minos no fue su padre, sino el rubio Toro Sagrado de Poseidón, dios del mar. En efecto, la reina Pasifae y el Toro Sagrado consuman el instante de una concepción ritual. Dédalo, el escultor y arquitecto, creó el admirable mecanismo, la estatua movible en terracota, madera y cuero, articulada como el cuerpo de una vaca, donde ella, Pasifae, ocultó su deseo. De esos amores nació el primero de los Minos. En venganza, Poseidón mismo hizo que la reina enamorara del toro más hermoso de Creta, Babilonia y Egipto. El rey Minos, hijo de Licastro y marido de Pasifae, había ordenado a Dédalo que construyera una parte oculta, cerca de los almacenes subterráneos, para encerrar el fruto de esos amores: el Minotauro. Icaro, el hijo de Dédalo, había revelado que a este palacio de Knosós, con sus cientos de cámaras, los helenos lo llamaban laberinto, pero esta palabra: “laberinto”, no es mencionada por Jorge Luis Borges en “La casa de Asterión” sino como casa. Los griegos, mejor dicho los helenos, no poseían palacios semejantes, se pasmaban de asombro y se extraviaban en los pasillos. Parece que, al construirlo, Dédalo habría imitado al palacio egipcio de Lapi-ro-hunt. De aquí, y no de la palabra “labrys”, que designaba a las dobles hachas sagradas, resulta que los helenos habían derivado el término “laberinto”, donde lo tenían encerrado al Minotauro. Asterión, en “La casa de Asterión”, discurre, conjetura, niega ambas circunstancias: la preexistencia del palacio egipcio y su prisión en él. Por una ley psicológica de dudosa eficacia, los hombres siempre ocultan lo monstruoso después de bautizarlo con nombres abstrusos,

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incomprensibles. El, Asterión, estaba encerrado para que la reina Pasifae, su madre, mantuviera oculta, pero cercana, la imagen de su grave falta, de su crimen de adulterio, como una acusación continua y permanente. Él, Asterión, necesitaba buscar dentro de sí, debatirse en la nebulosa de su cabeza, en el laberinto de su mente, con todas esas palabras injertadas a medias: “soberbio”, “misántropo”, “loco”, “monstruo”, “Minotauro”, “laberinto”.., “culpable”. Entonces comunica el hecho de que no en vano fue una reina su madre, que es único, que la casa es del tamaño del mundo, que es el mundo, que duda si ha creado las estrellas y el sol y la enorme casa y que espera.., a su redentor, cuyo rostro ignora e imagina. Es evidente el paralelismo inverso con el mito del Minotauro, muerto por la espada de Teseo, (hijo de Egeo, instigador en la muerte de Androgeo, hijo de Minos) que voluntariamente fue a dar al laberinto de Creta, diseñado por Dédalo, para finalizar con las ofrendas impuestas por el crimen de Androgeo, consistentes en el sacrificio anual de siete doncellas y siete mancebos atenienses. Para escapar, Teseo, tomó la precaución de recorrer las galerías dejando, tras de sí, un delicado hilo conductor proveniente de un ovillo sostenido por la mano perspicaz de Ariadna, conforme aconsejara el mismo Dédalo: “El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. - ¡Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.”

§ 03. RESEÑA MITOLOGICA: § Pasifae:

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Era una hermosa mujer, casada con Minos, rey de Creta, que, sin embargo, tenía un defecto, estaba locamente apasionada por un toro, consagrado a Poseidón, y que era considerado animal sagrado en Creta. El origen de tal amor estaba en un conjuro provocado por Afrodita a esta reina, a petición de Poseidón, pues Minos se había negado a inmolar dicho toro al dios del mar. Pasifae solicitó a Dédalo su ayuda para unirse a él y éste moldeó una vaca de madera donde Pasifae y el toro pudieron ocultarse para consumar su unión, naciendo un horrible monstruo, el Minotauro. Los padres de Pasifae fueron Helios y Persé, y de su unión con Minos tuvo a Androge, Deucalión, Glauco, Catreo, Acalis, Ariadna y Fedra. § El Minotauro: Era una horrible bestia, con cabeza de toro y cuerpo de hombre, que nació, según unas versiones, de la unión dada entre Pasifae, reina de Creta y esposa de Minos, y un toro blanco enviado por Poseidón para su sacrificio. Según otra versión, nació de dicho toro y de una ternera moldeada en cera por Dédalo que cobró vida y de la que se enamoró la bestia citada. El Minotauro estaba encerrado en un laberinto que había creado Dédalo en los dominios del rey Minos y era alimentado con jóvenes víctimas de Atenas que Minos exigía como tributo de la ciudad. El héroe ateniense Teseo, harto de estos sacrificios humanos, acudió a Creta a matar al Minotauro, lo halló dentro del laberinto y lo golpeó hasta el fin, liberando a todos los muchachos y mancebas que todavía no había engullido. § Dédalo e Ícaro: Dédalo, era, según las tradiciones atenienses, hijo de Alcipe, que, a su vez, era hija de Crecops. La paternidad de Dédalo es más confusa y se atribuye a Eupálamo, Palamaón o a Metión. Dédalo era un magnífico escultor y arquitecto, protagonizando por estas virtudes diferentes leyendas de importancia. Su sobrino Talos trabajó con él como discípulo suyo pero pronto resultó incluso más inteligente que el propio Dédalo lo que demostró al inventar la sierra, una herramienta muy útil para sus labores, inspirándose en los dientes de las serpientes. Dédalo tenía mucha envidia de tal invento y lanzó a su sobrino desde lo alto de la Acrópolis, provocándole la muerte. El tribunal del Aerópago le expulsó de la ciudad y tuvo que marcharse a

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Creta. Según otra versión, la salida de Dédalo estuvo motivada por otras razones mucho más difusas, pero mató a un familiar, en este caso un primo, y, en cualquier caso, según esta leyenda, ocurrió siendo más joven. Sea como fuere, el caso es que Dédalo encontró una gran acogida en el reino de Minos, que lo tomó en su corte para desarrollar diferentes trabajos de importancia. Destacó, por ejemplo, por la construcción de Talos, otro diferente, una enorme estatua de bronce, que sirvió de defensa militar de la ciudad. Dédalo terminó encerrado en una isla y su huida es uno de los episodios más famosos de la mitología pero antes de llegar a tal situación ocurrieron importantes sucesos, que varían sustancialmente según las diferentes leyendas existentes. Dédalo construyó un enorme y complejo laberinto en la ciudad en el que fue encerrado el Minotauro, una horrible bestia. Estaba formado por multitud de pasillos de los que era imposible hallar la salida y que, como únicos signos distintivos, tenía un tablado en la entrada para los coros de danzantes que participaban en las diferentes consagraciones al Minotauro. La salida sólo era conocida por Dédalo y por Ariadna, hija de Minos, a quien el constructor se lo había contado. Cuando el joven Teseo llegó a la ciudad para matar al Minotauro, Ariadna le ayudó a salir del laberinto gracias a los conocimientos adquiridos de Dédalo. Éste, en otras ocasiones, también construyó una ternera, que, al parecer, sirvió para los divertimentos eróticos de Pasifae, esposa de Minos. Fuera por esto último o porque Dédalo hubiese permitido la victoria de Teseo sobre el Minotauro, el caso es que Minos decidió castigar a Dédalo por una de estas dos acciones y lo encerró en el laberinto junto con su hijo Ícaro. Quedaron allí presos durante mucho tiempo hasta que Dédalo pudo por fin hallar, gracias a su enorme inteligencia, una forma de liberarse de su cautiverio. Solicitó a sus carceleros plumas y cera con la excusa de querer hacerle un regalo al soberano Minos y con todo ello creó unas alas para él y para su hijo. Tras probarlas, comprobó que servían sin problemas para volar y se las colocó a su hijo, advirtiéndole muy seriamente que no se acercase mucho al sol, porque la cera se fundiría y caería muerto, pero tampoco al mar, porque la sal endurecería la cera y la haría demasiado pesada para sus pocas fuerzas. Emprendieron el vuelo, y se mantuvieron siempre en una posición adecuada para sus necesidades, pero cuando Ícaro se confió más empezó a subir en altura, admirado de todo cuanto le rodeaba, y se acercó tanto al sol que se desprendieron sus sujeciones, se derritió la cera y las plumas se separaron cayendo Ícaro hacia el mar. Cuando Dédalo pudo

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apenar oír sus gritos de espanto ya era tarde e Ícaro había muerto, dando nombre al mar Icario. Según una leyenda el propio Heracles encargó de darle sepultura en la isla Doliquea. Dédalo, por su parte, llegó a Cumas, Italia, sin problemas y allí levantó un templo en honor de Apolo. Desde allí se fue a Sicilia, donde reinaba Cócalo, que le dio protección frente a Minos, que no luchaba más que por apresar al fugitivo, si bien no tuvo suerte y halló la muerte en tal empresa. Junto a Cócalo, Dédalo siguió dedicándose a la construcción, haciéndose cargo de un embalse en el río Alabón, unos baños en Selinunte, una fortaleza en Agrigento, y una terraza para el templo de Afrodita en el monte Érix. Dédalo en la tradición posterior es considerado el inventor por antonomasia, el supremo creador de instrumentos. De hecho, vació los ojos de las estatuillas por primera vez y separó sus piernas para dar sensación de mayor movilidad. No está claro si fue un personaje histórico o un símbolo de las capacidades creadoras del hombre griego. La fábula de la muerte de Ícaro pudo ser en una vertiente historicista, una alegoría de una huida por mar en bajeles de vela, método de navegación éste creado por Dédalo, en la que el barco de Ícaro habría terminado estrellado en unas rocas por su mala dirección.

§ 04. ANÁLISIS POETICO:

§ LABERINTO (Jorge Luis Borges) No habrá nunca una puerta. Estás adentro Y el alcázar abarca el universo Y no tiene ni anverso ni reverso Ni externo muro ni secreto centro. No esperes que el rigor de tu camino Que tercamente se bifurca en otro, Que tercamente se bifurca en otro,

Tendrá fin. Es de hierro tu destino Como tu juez. No aguardes la embestida Del toro que es un hombre y cuya extraña Forma plural da horror a la maraña De interminable piedra entretejida. No existe. Nada esperes. Ni siquiera En el negro crepúsculo la fiera.

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En “LABERINTO”, su autor, Jorge Luis Borges, comunica una idea existencial del mundo sensible no trascendental, a partir del simbolismo mitológico del Minotauro . “La casa de Asterión” refiere lo transitorio, lo existencial y lo terrenal y la fe en un redentor, que constituye una creencia espiritual y metafísica. “Laberinto” es existencialismo sensible intrascendente, carencia de infinitud, de eternidad inconmensurable... de Eternidad. “Laberinto” es la antítesis de “La casa de Asterión”. De otro modo: es la negación de la transposición existencial en la vida ultraterrena de más allá, de la Eternidad concebida como infinito inconmensurable... entonces, por consiguiente, no existe redentor y Asterión (o el Minotauro) es, aquí, la fiera que no existe, en sentido figurado... el yo poético de la intrascendencia transphysica. Borges formula una referencia elíptica al Laberinto de Creta, “el alcázar” dice, allí donde supo establecerse el Minotauro, al que refiere como “toro” con forma “plural” por su condición de hombre-toro. Ese laberinto implica el mundo mismo, con sus pliegues, sus repliegues y entresijos. Al toro parece concederle una entidad múltiple, lo concibe como cualquier adversidad provista de vida, como cualquier entidad inerte o quizás –en última instancia- como la muerte misma. Así puede inferirse por el determinismo que encierran las palabras: “No esperes que el rigor de tu camino (la vida) // Que tercamente se bifurca en otro, // Que tercamente se bifurca en otro, // Tendrá fin............”, (que) “No existe. Nada esperes. Ni siquiera // En el negro crepúsculo la fiera” “es de hierro tu destino” (la finitud).... Sin embargo, si bien permanece secreta la intencionalidad del autor, sospechamos que ha empleado el término “destino” únicamente como el punto final de la existencia y no como un trayecto, como un camino prefijado, inexorable, ineluctable, diseñado, concebido. _ __ __ __ __ _ .. _ __ __ __ __ _


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Es conocida la postura de Borges al respecto de la trascendencia. Apoyándonos en el pensamiento del filósofo Poincaré, que concebía la vida como “una luz que brilla entre dos oscuridades”, podemos interpretar mejor el sentido de la poesía. Mas aun, recordando la invectiva del verso de Almafuerte: “Tu caerás en la sombra impenetrada // donde yace la cáscara ya rota // donde van las palabras del idiota // a la nada sin nada de la nada” podemos entrever algo más. Cuando Borges remata su verso con la expresión “No existe. Nada esperes. Ni siquiera // En el negro crepúsculo la fiera” está sugiriendo eso, la nada. Es decir que no sólo no imagina un Dios... ni siquiera imagina un Diablo. En este caso el Minotauro no es la personificación del Diablo, en tanto que es pura y simplemente la alegoría de la muerte, en última instancia de la nada. Si esto es así, por aplicación de un razonamiento simétricamente equivalente: si después de la muerte la nada, antes de ella todo, el bien y el mal, los intrincados caminos, la maraña, el universo, el laberinto, el camino “Que tercamente se bifurca en otro // Que tercamente se bifurca en otro”, el rigor, el destino, o como solía decirlo él, a propósito de Almafuerte, que se había anticipado a “la desdicha”, (el final... el último final). Se manifiesta sin fe, sin esperanza siquiera (“Es pues la Fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven” He. 11), pero también sin dramatismo... Y pienso que en el misterio reside la riqueza de la vida. Al fin y al cabo la “luz, más luz” que reclamaba Goethe en su postrer momento... puede que sea... posible...

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§ EL LABERINTO (Jorge Luis Borges) Zeus no podría desatar las redes de piedra que me cercan. He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino. Rectas galerías que se curvan en círculos secretos al cabo de los años. Parapetos que ha agrietado la usura de los días. En el pálido polvo he descifrado

rastros que temo. El aire me ha traído en las cóncavas tardes un bramido o el eco de un bramido desolado. Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte es fatigar las largas soledades que tejen y destejen este Hades y ansiar mi sangre y devorar mi muerte Nos buscamos los dos. Ojalá fuera éste el último día de la espera.

En “EL LABERINTO”, su autor, Jorge Luis Borges, comunica una idea metafísica del mundo no sensible y trascendental, a partir del simbolismo mitológico del Minotauro . Como hemos dicho, “La casa de Asterión” refiere lo transitorio, lo existencial y lo terrenal y la fe en un redentor, que constituye una creencia espiritual y metafísica. “Laberinto” es existencialismo sensible intrascendente, carencia de infinitud, de eternidad inconmensurable... de Eternidad. “Laberinto” es la antítesis de “La casa de Asterión”. De otro modo: es la negación de la transposición existencial en la vida ultraterrena de más allá, de la Eternidad concebida como infinito inconmensurable... entonces, por consiguiente, no existe redentor y Asterión (o el Minotauro) es, aquí, la fiera que no existe, en sentido figurado... el yo poético de la intrascendencia transphysica. ”El laberinto” es el tiempo transitorio, existencial y terrenal; la anunciación, el presagio anticipatorio, la cercanía y la víspera de la finitud concebida como en “La casa de Asterión”. En “El laberinto” hay Eternidad reclamada... entonces, por consiguiente, es una profesión de fe en un redentor y Asterión (o el Minotauro) es, aquí, en la vida terrenal, el en cuentro con el destino, el advenimiento del Tiempo simbólicamente concebido como el pasado _ __ __ __ __ _ .. _ __ __ __ __ _


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que va consumiendo el futuro con alguna esperanza metafísica trascendente... el yo poético de la trascendencia transphysica. Para Volket: “Después surge el problema del Tiempo en la teoría del conocimiento... Plantearse la pregunta de qué significa el Tiempo para el Ser está, así, en el centro de la Metafísica... ¿Es el Ser primero, o el Universo en su esencia profunda, temporal o supratemporal? ¿Y cómo se relaciona lo Eterno con lo Temporal? Toda Metafísica tiene que ver, de una u otra manera, con el problema del Tiempo”. Para Ernesto Sábato: “La diferencia entre el tiempo existencial y el tiempo astronómico es tan grande que hasta en cierto modo son inversos: si me empujan, mi cuerpo se mueve hacia delante, y el presente del empujón determina mi futuro, tal como sucede siempre en el universo de los objetos; en el espíritu es al revés: si me muevo deliberadamente, porque me propongo ir a cierta parte, mi futuro determina mi presente. ¿....... qué peligroso es aplicar al mundo espiritual el sistema de conceptos adecuados para el mundo material?” Borges formula una referencia elíptica al Laberinto de Creta, cuando dice: “Zeus no podría desatar las redes // de piedra que me cercan. He olvidado // los hombres que antes fui (¿transmigración, transmutación o transfiguración?); sigo el odiado // camino de monótonas paredes // que es mi destino”. Establece una rutina, una especie de “corsi e recorsi” como G. Vico, o “un eterno retorno” como Nietzsche y Bioy Casáres (“La invención de Morel”). Es conocido el pensamiento de Borges respecto de la ansiedad, de la angustia de las vísperas. En una de sus composiciones poéticas expresa: “Amor y vísperas de amor”. En alguno de los muchos reportajes que se le realizaron supo apoyarse en la idea de que “la vísperas acentúan la gravedad de los hechos”. En este caso la víspera (de la muerte) es _ __ __ __ __ _ .. _ __ __ __ __ _


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una necesidad (un “prius”) antecedente de la muerte (un “posterius”)... y la espera: “Nos buscamos los dos. Ojalá fuera // éste el último día de la espera”. De otro lado, parece renegar de la longevidad. “Sé que en la sombra hay Otro (el Minotauro como alegoría del tiempo), cuya suerte // es fatigar las largas soledades (larga vida) // que tejen y destejen este Hades (Infierno) // Nos buscamos los dos. Ojalá fuera // éste el último día de la espera”. Creo que merece razón. Hay una velada referencia anticipatoria o de anunciación: ”En el pálido polvo (creación del hombre) he descifrado // rastros que temo (“...en polvo te convertirás”). El aire me ha traído // en las cóncavas tardes un bramido // o el eco de un bramido desolado”. Imagino una vida prolongada... demasiado prolongada... que se convierte en un Hades, cargado de soledades... En realidad no se trata de “ir hacia” sino de “escaparse de”, o de ambas cosas a un tiempo. El autor se manifiesta con cierta inquietud, con cierta urgencia, sospecho nacida de la duda, de la incertidumbre (¿...y si sigue viviendo?). Distinta es la seguridad, la certeza ínsita en el mensaje de ”LABERINTO”... Una última reflexión a propósito del paso del tiempo (en sentido cuantitativo, pero más en el cualitativo) la encontramos con Don Ernesto Sábato y su divisa: un “desierto de amontonadas soledades”. En fin, el fin de los tiempos puede ser la salvación, la salida del laberinto terrenal... de la monotonía, de la desesperanza... de la senectud... de la prisión del alma en su cuerpo... una liberación... un tránsito hacia algún misterio... venturoso tal vez... ¿por qué no?. Al fin y al cabo la realidad es una idea, un duende, una creencia, una semiótica perceptiva y no la realidad misma.

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§ 05. BIBLIOGRAFÍA: «01» ALMAFUERTE; Obras completas; Editorial Losada, Buenos Aires, Argentina, 1995. «02» ARIAS, Abelardo; Minotauroamor; Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina, 1978. «03» CAMPBELL, Joseph; Los Mitos, Su impacto en el mundo actual; Editorial Kairós, Barcelona, España, 1994. «04» BENGTSON, Hermann (compilador); Griegos y persas, El mundo mediterráneo en la edad antigua; Editorial Historial Universal Siglo XXI, Madrid, España, 1978. «05» BORGES, Jorge Luis; Autobiografía; El Ateneo, Buenos Aires, Argentina, 1999. «06» BORGES, Jorge Luis; Obras Completas; Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, 1990. «07» Cortázar, Julio; Los Reyes; Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina, 1995. «08» FINLEY, M. I; Los griegos de la antigüedad; Editorial Labor, Barcelona, España, 1975. «09» GUNN, Alexander; El problema del tiempo; Hyspamerica, Buenos Aires, Argentina, 1986. «10» PECKER, Jean Claude; El Cielo, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, 1977. «11» REVISTA GENTE; Palabra de Borges, Editorial Atlántida, Buenos Aires, Argentina, Abril de 1999. «12» SABATO, Ernesto; Antes del Fin; Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S.A. / Seix Barral / Grupo editorial Planeta, Buenos Aires, Argentina, 1998. «13» SABATO, Ernesto; Entre la letra y la sangre, Conversaciones con Carlos Catania; Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S.A. / Seix Barral, Buenos Aires, Argentina, 1993. «14» SANTA BIBLIA, Antiguo y Nuevo Testamento; Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569) Revisada por Cipriano de Valera (1602), Otras revisiones: 1862, 1909, y 1960. Sociedades Bíblicas Unidas, México, 1986. «15» SWARTHY, S; Tratado de Mitología, Greco-Romana, Americana y Universal; Editorial Araujo, Buenos Aires, Argentina, 1939.

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